Vacaciones con la abuela

En un pueblo de no muchos habitantes, hay que buscar alguna manera de pasar el tiempo, y Sonia esta apunto de descubrir cual es la favorita de su

VACACIONES CON LA ABUELA

Para Sonia, una jovencita de dieciocho años recién cumplidos y con un envidiable cuerpo, aquellas vacaciones era especiales, primero porque eran las primeras que pasaba con su abuela sola en el pueblo, y segundo porque pensaba que en aquellas vacaciones podría hacer y deshacer a su antojo, creyendo que habría mucha más diversión en el pueblo de la que realmente había. Los primeros días fueron agradables, pero el tedio y la tranquilidad propia de un pueblo con menos de doscientos habitantes hicieron que la desesperación creciera por momentos en su persona.

Una tarde sentadas juntas en el patio de la casa bajo la sombra de los arboles, Sonia dijo a su abuela.

-Ufff, que aburrimiento abuela, madre mía, ¿es que no hay nada divertido en este pueblo?.

A lo que su abuela que estaba haciendo ganchillo como todas las tardes para matar las interminables horas se quito las gafas y la contesto.

-Yo también estoy aburrida cariño, en este pueblo poco más ahí. ¿Si quieres me quito la zapatilla y nos entretenemos las dos?, como hacía con tu madre. – y al terminar la frase sonrió irónicamente.

-¡Queee!

Sonia se quedo perpleja ante tal aseveración, no sabiendo muy bien como tomársela, al rato volvió a preguntar intentando desviar el tema sobre su persona.

-Abuela cuando mi madre era pequeña, ¿la castigabas a menudo con, con la zapatilla? ¿quiero decir a mi madre? – señalando con su dedo las zapatillas que su abuela llevaba puestas.

La abuela Justina la miro sorprendida pues esta no era la mejor manera de desviar la conversación comenzada entre ellas, si no quería acabar sobre su regazo recibiendo, probando una de aquellas por las que había preguntado, pero se rehízo enseguida respondiéndola.

-Ya te he dicho que este pueblo es muy pequeño y todos nos conocemos. El aburrimiento es algo que se instala para todos en nuestras vidas, por lo que en su día las vecinas y yo nos confabulamos para buscarnos las mañas y conseguir algo de entretenimiento. Ya sé que no estuvo bien, pero al final salía bien y a todas nos complació. ¿Entiendes?

-No. – contesto Sonia.

-Bueno hace un momento acabo de proponerte si querías que me quitara la zapatilla y  nos distraíamos un poco cada una. Yo te caliento el trasero con ella, y tu mientras recibes candela no te aburres, y yo tampoco, luego mientras te miras el trasero en el espejo del baño y te lo sobas un rato consolándotelo tampoco. Pues eso mismo es lo que hacíamos por aquí con nuestras pequeñas adolescentes, y te hablo de cuando eran ya mayorcitas, vamos que tenían novios todas, y eso en aquella época no pasaba con 16 años, te lo aseguro. Yo creo que a tu madre le gustaba porque me lo consintió hasta casi casarse con veinticinco años.

Sonia la miro con perplejidad y bajo la mirada para observar las zapatillas negras que calzaba su abuela. Lo primero que pensó fue que debían de picar y doler bastante, aunque ¿hasta qué punto?, porque la verdad es que nunca la habían zurrado con una de ellas en el trasero, de hecho nunca la habían zurrado. Por primera vez y sin quererlo se le paso por la cabeza pedirle a su abuela que se entretuvieran un rato con ella.

-¿Y qué excusas os buscabais abuela?, porque así porque si no lo entiendo. Si era un juego, pues…. Mama me ha contado algunas veces que eras muy suelta a la hora de quitarte la zapatilla, y que cualquier excusa la valía para dejarla el trasero caliente. Y tú me dices que a ella la gustaba, ¿no lo entiendo?- pregunto en su lugar.

-En el caso de tu madre las excusas las buscaba más bien ella, por eso te he dicho  que creo que la gustaba. Una falda demasiado corta antes de salir con las amigas, a sabiendas de que lo tenía prohibido, alguna borrachera en la era con las amigas donde sabían que a la vuelta siempre las vería alguien y me vendrían con el chisme, contestaciones fuera de lugar hacia mi, dejar de hacer su habitación, o no poner la mesa antes de comer, no ayudar, etc, etc. Ella sabía que todo eso conllevaba que me quitara la zapatilla y la probara. Con dieciocho años como tú tienes ahora un día se negó a comer los garbanzos del cocido, y yo se que la encantan porque me lo dicho mil veces, pues bien ese día no quería comérselos. De forma que me plante delante de ella, me quite la zapatilla y se la puse justo al lado del plato. ¿O te comes los garbanzos?, ¿o la pruebas de lo lindo hoy?. Me fui y la deje allí con el plato de garbanzos y la zapatilla al lado, aun las conservo fíjate lo que te digo. A los quince minutos volví y no había probado ni uno solo. La mande levantarse, me senté en su silla, cogí la zapatilla y se la estampe en el trasero con alegría. ¿Dime ahora que no la buscaba?, ¿Qué no la gustaba?

La curiosidad crecía por momentos para Sonia, ¿Por qué la gustaría tanto aquello a su madre?.  ¿Acaso no dolería tanto como pensaba, e incluso era placentero?. Trago saliva y decidió dar el paso.

-La verdad es que anoche no fregué los platos después de la cena abuela, lo has hecho tu esta mañana, y la cama de mi habitación continua deshecha aun.

Ambas se miraron como si cada una supiese lo que estaba pensando la otra, y sabiendo lo que ambas deseaban, de modo que la abuela Justina no se lo pensó cuando descubrió aquel brillo en los ojos negros de su nieta, y dejando el paño de ganchillo que estaba haciendo en el suelo, se quito la zapatilla negra de felpa enseñándosela a su nieta claramente para decirla con tono firme y algo severo.

-No se hable más jovencita, la has buscado y ya la has encontrado. Así que levántate del suelo y ven aquí ahora mismo que la vas a probar como te mereces. Veras que rica te va a saber tu primera azotaina.

Sonia hizo caso a su abuela tragando saliva como si se encontrase ante un grave problema, pero con unas ganas terribles de saber lo que se sentía al recibir una de aquellas zurras que propinaba su abuela, y que según ella le gustaban tanto a su madre. Avanzo con firmeza hacia su abuela que sentada en su vieja silla de madera la esperaba impaciente, y apretó los dientes como si por un momento se comenzara a arrepentir de aquello, pero sospechaba que ya sería tarde y su abuela no iba a dar marcha atrás. Se situó justo enfrente de ella y espero a que su abuela la indicara el siguiente paso, que llego de forma clara y nítida a sus oídos breves instantes después.

-¡Ponte a mi derecha!. ¡Bájate los pantalones del pijama y la ropa interior, y espero por tu bien que la lleves puesta una braguitas, aunque sean diminutas, o te aseguro que será mucho peor para ti¡.

Sonia no pensó en ningún momento que aquel castigo fuera a ser sin la protección de la ropa, por lo que se demoro un poco en ejecutar la orden de su abuela. Al final se bajo los pantalones del pijama, y las braguitas negras, diminutas si, pero braguitas al fin y al cabo, y se alegro de llevarlas puestas, pues comenzaba a estar segura de que aquello no iba a ser tan divertido para ella como lo pudiera ser para su madre. Acto seguido su abuela la cogió de la muñeca izquierda y tiro de ella hacia si, hasta que su nieta cayó sobre su regazo con aquel culito color carne aun sin estrenar, y que ella iba a tener el privilegio de iniciarlo bajo aquella disciplina. Lo acaricio con suavidad y se recreo en ello, produciendo incertidumbre en Sonia, algo que quería hacer, luego comenzó a azotarlo con la mano   con parsimonia, despacio, flojo para como pensaba acabar haciéndolo. Sonia acomodo su culo de forma que este quedara bien expuesto, fiel indicativo de que aquello no la desagradaba, por algo era su nieta, hija de su hija. No era extraño que aquello la gustara como a su madre, o como a su abuela que también buscaba las caricias de su madre cuando era jovencita, e incluso mucho mas tiempo que su hija, pues aun estando ya casada y con hijos seguía buscando de vez en cuando a su madre, la bisabuela de Sonia  para que la recondujera al buen camino. ¿Serían una familia de pervertidas?

Los azotes comenzaron a ser más fuertes y seguidos, y Sonia comenzaba a gemir, ¿por placer?, ¿por dolor?. Al cabo de un rato paro la azotaina para coger la zapatilla que la había depositado sobre la cintura de su nieta. Nunca la había estrenado y se sentía pletórica por ver los resultados de estas en el trasero de su nieta. La cogió con fuerza  levanto la mano al aire para comenzar la faena, el sonido de la zapatilla sobre el trasero de Sonia la hizo rememorar viejos tiempos. Su nieta se revolvió, y grito ante aquel primer azote que la había escocido. A este continuo un segundo en la otra nalga del trasero de su nieta, y esta volvió a gemir, pero no rehusó el castigo, por lo que la abuela Justina se vino arriba y siguió.

La zapatilla volaba de una a otra nalga del trasero de Sonia, ella gritaba y gemía, pero algo la hacía desear que aquello no terminara. Al final fueron unos cincuenta zapatillazos que la dejaron insatisfecha. La abuela no quería ser demasiado severa con ella al no saber la reacción de su nieta, al no saber si la gustaba o no, por lo que fue benévola con ella, pero Sonia quería mas, deseaba mas. Fue por eso que cuando esta la mando levantar y la mando a su cuarto un rato como si estuviese castigada, esta reacciono de tal manera que su abuela se diera cuenta de que no tenía bastante, y buscaba mas.

-Levántate, vamos. Ya puedes irte a tu cuarto un rato y pensar en lo que has hecho. Veras como mañana haces tu cama y friegas los cacharros cuando te lo diga. Y no te frotes el trasero hasta que  llegues a tu cuarto, o te doy un extra.

Sonia se levanto, se subió los pantalones del chándal un poco para poder andar y camino hacia su cuarto, pero antes de abandonar el patio se dio la vuelta hacia su abuela que se estaba calzando la zapatilla, y asegurándose de que la veía, la hizo una sonora pedorreta  sacándola la lengua y la mostro el dedo anular de forma despectiva. Su abuela reacciono como un resorte.

-¡Serás desvergonzada!. Veras ahora como te bajo yo esos humos.

La abuela Justina se levanto con una agilidad pasmosa y en un abrir y cerrar de ojos la agarro por una de sus orejas y la volvió a llevar hasta la silla. Sin soltarla Sonia vio como su abuela se quitaba la otra zapatilla y se disponía a darla una ración mas de aquello que había buscado con total descaro.

-Mira tú por donde hoy vas a probar las dos zapatillas sinvergüenza.

Sonia para entonces ya estaba sobre el regazo de su abuela de nuevo, y en esta ocasión los zapatillazos fueron un poco más fuertes. Sonia movía el trasero de un lado a otro tras cada zapatillazo, y la abuela Justina disfruto de cada uno de ellos. Su nieta derramo sus primeras lágrimas, pero no podría negar que estaba incluso hasta cachonda, y por eso Sonia ya había decidió que cuando llegara a su  habitación iba a jugar con su juguetito, aunque esto la pudiera llevar directamente directa hacia otro castigo.

Tras no menos de otros cincuenta zapatillazos muy bien dados, la abuela Justina ceso en el castigo, hizo levantar a su nieta y la mando de cara a la pared de enfrente del patio, indicándola que debía apoyar las manos sobre ella, separarse hacia atrás un poco y sacar el culo. Antes de salir del patio la dijo.

-Y mantén esa posición sin sobarte las nalgas, o te vas a arrepentir bien. Voy a por el cinto que te faltan media docena de unos buenos correazos.

Sonia, levanto la cabeza al cielo y resoplo. Ahora iba a probar un cinturón y creía que ya había tenido suficiente, pero no se arredro y espero con el culo bien sacado para afuera. Cuando su abuela llego de nuevo portaba entre sus manos un cinturón ancho que ya de solo verlo intimidaba. Se acerco a ella y se puso a su diestra. Con la mano izquierda en su cadera y la derecha presta para zurrarla con la correa la exhorto.

-Seis correazos más cariño y verás cómo te bajo los humos. A contarlos en voz alta, ¿entendido?. Elisa comenzó a contar.

-Uno, dos, tres, cuatro, cinco y seis.

Aquellos correazos dolieron de verdad, sus nalgas vibraron con cada uno de ellos, en cada uno de ellos grito de dolor, y tras ellos su abuela la dejo consolarse las nalgas frente a ella. Sonia se volvió hacia su abuela con unos lagrimones inmensos bajando por sus mejillas y dando saltitos al tiempo que se frotaba el culo con unas ganas terribles. Se lo sintió caliente, como si hubiera estado sentada sobre unas ascuas durante un buen rato. Su abuela se quedo delante de ella con incertidumbre, ¿quizás se hubiera pasado?. Al cabo de un rato Elisa la dijo.

-Me quedan casi dos meses de vacaciones yaya, me ha encantado y quiero más, pero no hoy ¿vale?. Mañana seguimos divirtiéndonos, ¿ok?

Su abuela le seco las lagrimas, la dio un tierno beso en la mejilla  y la dijo.

-Ya hemos matado el aburrimiento durante un rato, anda vete y corre a jugar con tu juguetito, se que estas cachonda como decís los jóvenes, ahora si, como te oiga gemir como una pelandrusca cualquiera mañana nada mas levantarte pruebas la zapatilla con la que le calentaba el trasero a tu madre, que aun la conservo.

Sonia sonrío, primero sorprendida por saber su abuela de su juguetito y de lo cachonda que estaba, y segundo porque ya sabía lo que la esperaba mañana a primera hora antes del desayuno, porque si de por si gemía cuando se masturbaba, esa tarde iba a hacerlo mas fuerte.