Vacaciones compartidas (I)

Un viaje en pareja a Cádiz se convierte en una experiencia inolvidable para los dos. Conocemos a otra pareja y suceden cosas que jamás pensamos que nos hubiesen podido pasar.

¿Cómo empezar?

Es una historia tan inverosímil que si me la contasen me costaría creerla. Pero es totalmente verídica, incluso aunque a veces ni yo misma me lo acabe de creer. He cambiado los nombres y los lugares para que nadie nos reconozca.

Por lo demás, no hay problema en contarlo todo. Quizá debería comenzar con una pequeña presentación. Me llamo Eva, y soy una mujer casada de Madrid. Tanto mi marido como yo tenemos 31 años, así que nos podemos considerar jóvenes. Él se llama Rodrigo, y llevamos juntos desde que nos conocimos en la universidad, cuando teníamos 22 años. Yo nunca he sido muy loca en asuntos de pareja, y hasta el momento en que empecé a salir con él sólo había tenido un novio anterior, pero no fue algo serio y nunca llegamos a hacer nada -salvo caricias por encima y por debajo de la ropa-. Él sólo había estado con una chica, y, según me dijo, tampoco había llegado a hacer nada con ella. Podría decirse entonces que los dos perdimos juntos nuestra virginidad, y lo cierto es que no me arrepiento en absoluto. Nos casamos hace tres años, y desde entonces vivimos bastante felices. Ambos somos tranquilos y hacemos muy buen equipo. Tenemos mucha confianza y nuestras relaciones son geniales.

Tras esta breve presentación, voy a relatar lo que nos sucedió este último verano, durante nuestras vacaciones en Cádiz.

En Julio decidimos alquilar un bungalow en un complejo turístico en la costa de Cádiz. Preferimos pasar nuestras vacaciones en un lugar bonito y tranquilo y así evitar el follón que hay en otras zonas costeras españolas. Íbamos a ir con otra pareja de amigos nuestros, con los que pasaríamos esas dos semanas.

El sitio era precioso y tenía de todo. Los bungalows se disponían de forma dispersa alrededor de una zona con piscinas, discoteca y restaurantes totalmente privados del complejo. Además, estaba junto a una playa de arena muy fina, con muy poquita gente y bastante resguardada entre dos salientes rocosos. Vamos, era el sitio perfecto para relajarse y disfrutar de las vacaciones.

El bungalow era pequeñito pero tenía de todo. Un baño bastante grande, con un jacuzzi, un dormitorio muy luminoso con una cama enorme, y un saloncito con dos sofás y una televisión. Nos había costado bastante caro, pero merecía la pena. En la recepción, una chica muy joven y guapa nos iba contando todo lo que podíamos hacer estas dos semanas. Estaba todo incluido, comidas, bebidas, actividades deportivas, submarinismo, e incluso -y la chica lo dijo mirándome- masajes. Rodrigo y yo nos miramos y sonreímos. Habíamos acertado con el sitio, desde luego, y el verano prometía ser muy agradable. Nuestros amigos aún no habían llegado, y decidimos que mientras esperábamos a que viniesen, nos iríamos a la playa para aprovechar nuestra estancia lo mejor posible.

Fuimos corriendo al bungalow a cambiarnos para ir lo antes posible a la playa. Estábamos deseando bañarnos y empezar oficialmente nuestras vacaciones.

Me puse mi bikini blanco y él su bañador. Rodrigo se me quedó mirando con cara de baboso y me dio un pellizco en el culo y un beso en la mejilla.

-¡Eres un salido!- le dije, mirándole con cara de falso reproche.

-No lo puedo evitar... es que estás para comerte con ese bikini.

La playa estaba bastante vacía, aunque había bastantes parejas como nosotros. Al ser un complejo turístico muy caro, no había familias ni niños, y no había ningún ruido. Echamos un vistazo para ver qué tipo de gente había. Eran todo matrimonios de mediana edad y parejas de recién casados o de novios, y en general parecían gente educada y normal, como nosotros.

Vimos un hueco bajo una sombrilla y tomamos posesión de nuestro trozo de playa. Nos echamos crema y nos tumbamos a tomar el sol. Yo soy bastante morena, aunque después de un largo invierno mi piel estaba pálida como la cera. Y me encanta ponerme morenita, para llevar vestidos muy claros y luminosos que destaquen con mi piel. Rodrigo es más blanco de piel, y se suele quemar si le da mucho el sol. Pero cuando se broncea se le pone un tono dorado y está muy guapo. No nos hemos descrito físicamente, así que aprovecho para hacerlo ahora. Yo soy morena, con el pelo algo rizado y muy largo. Tengo los ojos marrones y muy grandes, y los labios finos, aunque tengo una sonrisa muy bonita. No soy muy alta, mido 1,64, pero estoy bien proporcionada y soy delgadita. Lo que más me gusta de mi cuerpo son mis pechos, la verdad es que estoy muy orgullosa de ellos. Tengo una 100C de pecho, y todavía están firmes (y rezo cada día para que se mantengan así...). Soy estrecha de cintura, lo que hace que mi cadera destaque y se vea más redonda, lo que a Rodrigo le encanta. No tengo un trasero espectacular, pero más o menos está firme. Digamos que soy el prototipo de española típica.

Rodrigo, por el contrario, parece extranjero. Es castaño claro, tiene los ojos verdes y claros, y es muy alto. Mide 1,85, y aunque ha cogido algo de peso con los años (la dichosa vida sedentaria), está delgado y es bastante corpulento. Tiene los hombros muy anchos y la espalda grande, y eso es lo que más me gusta de su cuerpo. Además es muy masculino, tiene bastante pelo en el pecho y se mueve de una forma que me vuelve absolutamente loca. No sé si me explico.

Sentir la brisa marina en la cara era muy agradable, y estábamos bastante cómodos. Yo suelo hacer topless en la playa, aunque suelo mirar un poco qué tipo de gente hay alrededor. Como no había viejos ni mirones, e incluso vi que otras chicas lo hacían, me quité la parte de arriba del bikini. A Rodrigo se le van los ojos cada vez que lo hago, y esta vez no fue una excepción. Me encanta la cara de pillo que se le pone cada vez que dejo mis pechos al aire. Según me dice, le encanta la sensación de que todo el mundo pueda verlos pero que sólo él puede tocarlos. A mi me gusta tener los pechos morenos, pero debo confesar (y ésto jamás se lo he dicho a él) que en el fondo también me da morbo que otros chicos me miren y me deseen. Es una sensación genial sentirse deseada, y sé perfectamente que mis pechos tienen mucho éxito entre el género masculino. También debo confesar que me encanta dar envidia a las demás chicas, pues no son pocas las que miran de reojo, y estoy convencida de que no les importaría tenerlas como las mías. Puedo parecer muy superficial por decir estas cosas, pero no lo puedo evitar, y en el fondo creo que nos pasa a todas.

Un poco más a la izquierda había un matrimonio de cincuentones, con pinta de ser extranjeros. A nuestra derecha, y como a unos 20 metros de distancia, había otra pareja. Parecían muy jóvenes, de unos veintipocos años. Noté que nos habían mirado varias veces y comentaban algo entre ellos. Supongo que como éramos los últimos en llegar tendrían curiosidad por saber quiénes somos.

Poco después sonó mi teléfono móvil. Eran nuestros amigos. Por lo visto la madre de la chica se había puesto bastante enferma, y al final tendrían que cancelar su viaje. En resumen, que nos quedaríamos solos Rodrigo y yo. No era un mal plan, pero era una lástima, porque habíamos planeado estas vacaciones con ellos y nos hacía mucha ilusión.

Estábamos hablando de ese tema, cuando al poco rato se acercó el chico de la parejita joven que había cerca de nosotros.

-Hola...¿os importa si nos sentamos con vosotros? -nos preguntó, sonriendo.

Rodrigo y yo nos miramos, un poco sorprendidos. Pero en el fondo nos apetecía hacer amistad para pasarlo mejor estas vacaciones, así que les dijimos que sí, que no había ningún problema.

Hicimos las presentaciones y nos sentamos los cuatro juntos. La chica se llamaba Virginia, y él Jorge. Eran bastante jóvenes, acababan de terminar la carrera y este era su último verano de vacaciones antes de enfrentarse al mercado laboral. Tampoco parecía que tuvieran excesivas preocupaciones, pues parecían muy animados. Virginia tenía 23 años, y era una chica que, sin ser guapa, tenía una cara muy agradable y unos ojos muy bonitos. Era castaña con mechas rubias, y llevaba el pelo recogido de forma muy elegante. Las gafas de sol de tipo aviador que tenía puestas le daban un aire muy sexy, y, aunque no tenía los pechos demasiado grandes (quizá una 85 ó 90), los tenía impecablemente firmes. Era más alta que yo, quizá mediría 1,70, y muy delgadita, con unas piernas muy finas y un culo tan perfecto que habría matado por tenerlo yo así. No pude evitar sentirme un poco celosa por el hecho de tener a una jovencita en topless a un metro de mi marido. Rodrigo es muy discreto y no le pillé mirándola, pero se tuvo que fijar en ella.

Jorge era un chico muy guapo, y con un aire de rebelde y de ganador que lo hacían muy atractivo. Si hubiese tenido 5 ó 10 años más, me hubiese gustado. Era moreno, con los ojos claros y una sonrisa muy seductora. De hecho, su sonrisa es en lo primero en lo que me fijé. Era más bajito que Rodrigo, debía de rondar el 1,75, pero tenía un cuerpo muy cuidado (y depilado). Se notaba que el chico hacía mucho deporte, y, aunque no me suelo fijar en esas cosas, vi que tenía unos abdominales muy marcados. No soy una chica que le de excesiva importancia al físico, ni tampoco me gustan los tíos depilados, pero debo reconocer que Jorge estaba muy, pero que muy bien. Mis amigas siempre están bromeando con que se quieren liar con un yogurín, y en ese momento pensé que a más de una no le importaría enrollarse con él.

Nos contaron que habían llegado hacía dos días, y que querían alquilar un barquito para pasar el día costeando y bañándose. Por lo visto hacían falta cuatro personas para alquilarlo, y al vernos, pensaron que a lo mejor nos interesaría.

-Aquí la mayoría de la gente es muy mayor y nos íbamos a aburrir. Vosotros sois jóvenes y seguro que nos lo pasamos mejor, ¿no? -dijo Jorge.

La verdad es que la idea nos pareció genial. Siempre habíamos querido navegar y pasar el día en un barco, y nos pareció la ocasión perfecta.

EL BARCO

La mañana siguiente nos levantamos muy temprano para aprovechar el día. Hacía un tiempo perfecto, el mar, de un color azul profundo, estaba muy tranquilo.

En la misma recepción gestionamos el alquiler del barco. La recepcionista nos dijo que teníamos todo el día, y que el precio incluía una nevera con comida y bebidas frías. La verdad es que el día prometía ser genial.

Nos subimos al barco y comenzamos a navegar bordeando la costa. Estábamos todo el raro a una distancia prudencial de la playa, porque tampoco nos atrevíamos a adentrarnos demasiado en el mar. Los chicos enseguida cogieron el timón y se dedicaron a dirigir el barco, como buenos hombres que eran. Aunque la imagen de dos marineros en bañador, gafas de sol y con una cerveza en la mano no es la más ortodoxa, tampoco lo hacían mal. Virginia y yo nos tumbamos a tomar el sol en la cubierta y a charlar. Conectamos muchísimo y no parábamos de reírnos y hacer chistes de ellos.

Yo llevaba un bikini con un estampado de cuadros, y ella un bikini negro que le quedaba muy bien. Estaba tan delgada que en el fondo sentía un poco de envidia.

-Tía, estás delgadísima. ¿Cómo lo haces? -le pregunté.

-Qué va, estoy normal. Aunque la verdad es que me paso la vida a dieta, jajajaja!. Pero vamos... que tú estás genial, ya quisiera yo estar como tú -me contestó, mirándome el pecho sin darse cuenta.

Como me sentía a gusto y me apetecía, me quité la parte de arriba del bikini para tomar el sol. Noté cómo los chicos me miraban de reojo.

-No te molesta, ¿no? No sé si tú haces también...-le pregunté a Virginia.

-¡No, no! No me molesta. Yo también lo hago a veces. -y se quitó el suyo, dejando libres sus pechos, no muy grandes, pero muy bonitos.

Los chicos no dejaban de echarnos miraditas, y nos encantaba. De vez en cuando nos zambullíamos en el agua y seguíamos tomando el sol disfrutando de la sensación de tener la piel mojada. Yo ya me estaba empezando a poner morena, porque tengo mucha facilidad. Y Virginia ya estaba morena, supongo que se daría rayos UVA durante el año, porque tenía un tono muy uniforme y bonito.

Estábamos tumbadas tomando el sol, en silencio, cuando de repente veo que Virginia se baja la braguita y se la quita, quedándose totalmente desnuda.

En ese momento me quedé bloqueada y muy cortada, sin saber muy bien qué hacer.

-No te importa ¿no? Jorge y yo solemos hacerlo cuando vamos a algunas playas tranquilas- me preguntó.

-Eh...¡no, claro! No me importa... -le contesté, haciendo como si no me hubiese dado cuenta.

-Oye, si te sientes incómoda, me la pongo, ¿vale? No quiero incomodarte, solamente pensaba que tú también...

-¡No, no, no! No pasa nada, no me incomoda. Nunca lo he probado, pero siempre hay una primera vez...-y sin pensarlo yo también me quité la braguita y me quedé desnuda junto a ella.

Tenía el corazón a mil. No sabía muy bien por qué lo había hecho. ¿Me sentí presionada? Quizá. Estaba muy agitada, pero poco a poco me fui tranquilizando. Era una sensación muy extraña pero agradable estar desnuda al sol. Seguimos tumbadas y charlando tranquilamente.

Miré hacia atrás, y noté que mi marido estaba visiblemente nervioso. Nunca habíamos hecho nudismo, y supongo que debió quedarse de piedra cuando vio que no sólo su mujer estaba como Dios la trajo al mundo, sino que Virginia también. La imagen de ver a dos chicas jóvenes con unas gafas de sol como única prenda debió de ser demasiado para él, porque no sabía dónde mirar. Pero la verdad es que me gustaba hacerle sufrir, y en ese momento me apetecía calentarle y no me importaba que mirase también a Virginia. También me daba morbo que me viese Jorge, aunque esté feo decirlo.

El mismo Jorge se acercó a nosotras como si nada, y se tumbó a nuestro lado a tomar el sol.

-Hola chicas! Hemos echado el ancla y nos podemos quedar aquí a pasar la mañana ¿no? -dijo, mientras se quitaba el bañador como si fuera lo más natural.

La situación era muy extraña. Estábamos todos desnudos menos mi marido, que no sabía qué hacer. Yo estaba con el corazón a mil, porque todo esto me resultaba muy excitante. No miré mucho, pero sí reparé en que Jorge no andaba mal dotado, precisamente. Sin haber visto muchos penes en mi vida (más bien muy pocos), estoy segura que el suyo era de un tamaño considerable, y eso que estaba fláccido. No es que sea un asunto al que le dé mucha importancia, pero siempre llama más la atención algo grande, al menos visualmente, y debo confesar que alguna vez he fantaseado con hacerlo con un tío bien dotado. La de mi marido es normal, ni grande ni pequeña, y a mi me encanta, pero debo reconocer que en ese momento me imaginé lo que sería tener aquello dentro... si en acción era más grande no estaba segura de si eso me entraría.

Rodrigo finalmente se quitó su bañador como los demás, y se tumbó a mi lado, callado, y me di cuenta de que también estaba agitado. Vi cómo miraba de reojo a Virginia, pero es lógico. Es humano y tiene ojos, no le puedo culpar por ello. Y la chica era muy atractiva. Hasta yo la miraba.

Estuvimos toda la mañana en la cubierta, desnudos y hablando. Poco a poco nos fuimos sintiendo más cómodos, y la cerveza facilitó nuestra desinhibición. La situación era muy excitante. Había mucha tensión en el ambiente, no dejábamos de echarnos miradas unos a otros. Me di cuenta de que Rodrigo intercambiaba más miradas de lo normal con Virginia, y estaba medio empalmado. Aquello no eran sólo miradas de reojo. Pero, aunque me sentía dolida, no sé por qué pero me excitó tremendamente. Yo noté que también estaba lubricando bastante, aunque por suerte no se me notaba. Decidí vengarme y mirar a Jorge más de lo estrictamente necesario. Jorge, por supuesto, respondió como yo esperaba, y respondía a mi juego con una forma de mirarme que dejaba claro que le gustaba lo que veía.

-Nos vamos a echar una siesta, que estamos un poco amodorrados por la cerveza -dijo Virginia, abrazándose a Jorge (creo que marcando su territorio) y yendo a tumbarse al otro lado de la cubierta, donde había sombra.

-¡Vale! Nosotros nos quedaremos aquí un rato más- contesté yo.

Me apetecía tener un rato de intimidad con Rodrigo. La situación me había calentado mucho y quería comentárselo. En cuanto se retiraron al otro lado de la cubierta y estuve segura de que no nos podían oír, le dije a Rodrigo, mirándole con cara de mala y con tono de falso enfado:

-Cariño, veo que tu soldadito está un poco animado, ¿no?

-Perdona... creo que es por el hecho de sentir la brisa y estar así -me dijo, disculpándose y mirando al suelo.

-Ya...

-No te enfades, Eva...

-Yo creo que te has estado fichando bastante a esa chica, y por eso está así -le dije, medio enfadada, medio en broma.

-Claro que la he mirado, ¿qué quieres que haga? Pero a mi quien me gusta eres tú, prefiero tus curvas. Además...-ahora me miró desafiante- yo también he visto que no le has quitado el ojo al chico ese...

-No compares. Me he dado cuenta de que has estado echándote miraditas con ella todo el rato, ¿te crees que soy tonta? -le recriminé.

-Yo tampoco soy tonto, y os habéis estado mirando todo el rato. Y ¿sabes qué? Que no me parece mal... Por mirar no se le hace daño a nadie.

Le miré sorprendida. En el fondo llevaba razón. Yo también había estado mirando al chico, y jugué un poco sucio. Y en realidad por mirar tampoco pasaba nada.

-Bueno...supongo que llevas razón...Además...yo me he mojado un poco- le dije, mirándole con una sonrisa.

-¿Ah, si?- su cara cambió totalmente. Ahora me miraba como cuando me ve desnuda o le cuento cosas sucias en la cama.

-Sí...supongo que yo también soy humana.

Nada más terminar de decir ésto, giré la cabeza en la dirección de la otra pareja y observé que ella estaba tumbada de medio lado, sobre él, abrazándole y besándole. Para mi sorpresa, vi que su mano se movía rítmicamente sobre el miembro de su novio, que había crecido considerablemente y estaba duro como una piedra. ¡Le estaba masturbando!

Se lo dije a Rodrigo y cuando lo vio, tuvo una erección inmediata. Comenzó a darme besitos en el cuello (es mi debilidad) y me susurró al oído:

-¿Y si hacemos lo mismo?

Mi corazón se puso a cien de oír aquello. La idea me encantaba y me parecía super excitante. Sin decirle nada, bajé mi mano hasta su pene y lo agarré. Me encanta sentir lo duro que se le pone cuando se excita. Me hace sentir poderosa, y a mi también me excita mucho. Le masturbé muy despacito, mirándole sensualmente, besándole suavemente, y echando un vistazo de vez en cuando a los otros dos. Ellos seguían a lo suyo, pero también nos miraban de vez en cuando. En algún momento mi mirada se cruzó con la de Virginia, que me sonrió de una forma que me hizo sentir excitadísima. La situación de estar haciéndole una paja a nuestros novios y ver cómo lo hacíamos era tremendamente morbosa.

De repente, Virginia se levantó y se acercó a nosotros, dejando a su chico tumbado.

-¿Cambiamos?- me dijo, con una sonrisa pícara.

Rodrigo y yo intercambiamos miradas. Inexplicablemente la idea me daba un morbo tremendo, pero no estaba segura de si a él le parecería bien. Su mirada me indicaba que pensaba igual que yo, y me dijo que me levantase y fuese con el otro chico.

Con una mezcla de celos y de excitación me puse en pie y, mientras Virginia se tumbaba junto a mi marido, yo me acerqué a Jorge, que me esperaba tumbado, con una erección, y mirándome con una sonrisa.

La verdad es que el chico tenía un cuerpo de anuncio. Nunca había tocado unos abdominales tan marcados, era una gozada pasar los dedos por sus cuadraditos, y notar lo duros que estaban. Sus brazos eran fuertes y con las venas marcadas, y sus manos grandes y masculinas. Noté sus caricias en mis piernas y mi culo, eran suaves y firmes a la vez. Mi excitación iba en aumento, y la suya también. Cuando bajé mi mano y cogí su miembro, estaba como una piedra. Era enorme, casi no podía cerrar mi mano alrededor. Empecé a mover la mano rítmicamente, muy despacio al principio, disfrutando la sensación. Lo cogí con mis dos manos, una encima de la otra, y aún sobresalía el capullo. Jamás había visto ni tocado un pene tan grande, y me daba un morbo increíble. Sin pensarlo dos veces acerqué la boca y me tragué la punta. Moví la lengua alrededor, humedeciéndolo completamente. Noté unos dedos en mi coño. Eran los suyos, que me acariciaban mientras yo se la chupaba. Estaba tan mojada que el roce de sus dedos me producía un placer tremendo, y cuando metió uno dentro casi me derrito.

Miré a un lado, y vi que Virginia también se la estaba chupando a mi marido. Por la cara de él, estaba totalmente encantado. Es extraño, pero la idea de que otra chica se la estuviese comiendo no sólo no me molestaba, sino que me daba mucho morbo.

Jorge me apartó de su polla y me cogió de la cintura, colocándome sobre su regazo, como si montase a caballo. Empezó a comerme las tetas, dando chupetones y lametones. Me las apretaba y acariciaba con fuerza, y a mi eso me pone a mil. Yo movía mis caderas sobre su vientre, sintiendo su polla. Estaba realmente empapada, y mi rajita se deslizaba sobre su miembro con facilidad. Deseaba tener eso dentro de mi, quería saber qué se sentía con un pollón así. No estaba segura de si eso era ir muy lejos. Una cosa era hacer una paja y un poco de sexo oral, y otra muy distinta tener una penetración con otra persona.

Cuando miré a los otros dos mis dudas se disiparon totalmente. Virginia estaba sentada sobre mi marido, él la agarraba de las caderas y se la metía muy rápido y con mucha fuerza, mientras ella gemía como loca. Estaban follando salvajemente.

No me lo pensé dos veces, cogí su polla con una mano y la dirigí a mi vagina, sentándome poco a poco sobre ella. Mi lubricación era tan abundante que entró entera de golpe. Me sorprendió que entrase tan bien, porque notaba lo gruesa que era y sentía mucha presión dentro, incluso notaba un pequeño pinchazo al fondo. Empecé a mover las caderas, sacándola y metiéndola, mientras el chico me sobaba las tetas y el culo. Era un poco brusco, pero por alguna razón me encantaban sus maneras tan salvajes. Me sentía dominada por él, completamente a su merced.

(Continuará)