Vacaciones

Una adolescente va a pasar unos días de vacaciones a la casa de una amiga y conoce a sus parientes.

VACACIONES (I) De cómo me convertí en amante de un sensual joven.

Yo acababa de cumplir los 16 años. Durante mis vacaciones escolares mi madre me dejó pasar un fin de semana en la casa de campo de una amiga, compañera de colegio, llamada Maribel. En dicha casa estaba presente don Gabriel, el padre de Maribel, doña Miriam, la madre y también su primo Antonio, un joven moreno, musculoso, como de 1.72m de estatura y unos 20 años de edad.

Desde el primer momento, Antonio hizo amistad conmigo y frecuentemente me acompañaba a nadar en la piscina y pasear por los alrededores. Sin embargo, quien desde el principio captó verdaderamente mi atención fue don Gabriel. Era un caballero alto, de complexión atlética y muy fuerte, pelo negro entrecano en las sienes, de aspecto distinguido y unos 48 años de edad. Al conocerlo el primer día y darme la mano, sentí como una corriente eléctrica.

  • Mucho gusto, jovencita -dijo él con cierta indiferencia.

Todos los días, mientras estuve en la casa, yo no le quitaba la vista de encima, ya que su presencia me perturbaba bastante.

Generalmente, don Gabriel hacía ejercicio por la mañana y, al terminar su rutina, entraba al baño, se daba un duchazo y se vestía, para luego bajar a desayunar.

Sin embargo, aquel día yo pensé que él había salido, por lo que decidí ir a darme un baño. Entré junto en el momento en que él habíaa terminado de ducharse y salía secándose, sin sospechar mi presencia en la puerta.

Entonces lo vi desnudo. Era fuerte, musculoso, velludo, el pecho bien desarrollado, bronceado en todas partes, piernas poderosas y, en medio de ellas, unos genitales igualmente poderosos: testículos grandes y un pene de ensueño, grande y grueso aún en reposo. Me quedé anonadada ante aquella visión. Cuando él me vio, se cubrió inmediatamente con la toalla. Desde entonces, no pude dejar de pensar en lo que había visto y esa noche, me masturbé pensando en él.

Al día siguiente, nuestra rutina de vacaciones transcurrió con normalidad. Doña Miriam anunció que iría al pueblo cercano, acompañada de Maribel, por lo que regresaría hasta por la tarde. Al verme sola, Antonio me invitó a nadar en la piscina. Yo me puse un pequeño bikini y me metí a la alberca sin esperar a Antonio, que aún no se había cambiado. Estando sola en el agua, dejé mi mente divagar con las apetitosas escenas del día anterior, lo cual me produjo una fuerte excitación. Comencé a masturbarme y cerrando los ojos estaba muy entretenida. De pronto escuché un leve ruido y me sobresalté.

  • ¡Antonio! -exclamé sorprendida.

El estaba de pie en la orilla y me miraba con gran interés. - ¡Vaya! -dijo-. ¡Miren lo que tenemos aquí!

Yo me abochorné, pero él ingresó a la alberca y, metiéndose al agua, me agarró los pechos y comenzó a acariciarme. Ninguno de los dos advirtió un sonido de motor que se dejó escuchar.

Antonio me despojó de la parte superior del bikini y, dejando completamente libres mis senos, comenzó a mamarme uno de mis pezones, al tiempo que exclamaba:

  • ¡Pero qué maravilla! ¡Qué tetotas!

Yo no sabía qué hacer, pero poco a poco me fui abandonando a sus caricias. Me besó en los labios y, con su mano libre se sacó su propio pene, ya que aún seguía con el traje de baño puesto, y comenzó a masturbarse. Continuamos besándonos y Antonio, con una mano en su pene y la otra en mi entrepierna, comenzó a frotar su verga contra mi clítoris, haciéndome gemir de placer. De pronto, abrí los ojos y me sobresalté al ver que don Gabriel estaba allí enfrente, junto a un árbol, con su vista fija en mí.

  • ¡Don Gabriel! -pensé sorprendida y traté de cubrirme los pechos.

Sin embargo, él dio media vuelta y se marchó. Antonio redobló sus esfuerzos al ver que mi excitación cedía.

  • Antonio, será mejor que no... -dije apenada, mirando hacia todos lados.

  • ¡Ven! Será mejor que busquemos un lugar más discreto -me dijo al ver que me preocupaba ser vista.

Sin saber qué hacer, me dejé conducir por él y fuimos secándonos por el camino. Me llevó hasta con él y abrió la puerta de una cabañita al fondo del jardín.

  • ¡Pasa! -me dijo-. Aquí estaremos más cómodos y a salvo de miradas indiscretas.

Era un cuartito, pequeño, donde había almacenadas varias herramientas de jardinería, algunos accesorios para la piscina de ejercicios y, al fondo una pequeña cama de metal, con su correspondiente colchón.

Antonio cerró la puerta con llave y acercándose a mí, me dijo al oído con aire triunfal:

  • Ahora sí. ¡Serás mía!

Sus labios se juntaron con los míos y ambos comenzamos a acariciarnos. El deseo y la pasión me hicieron olvidar el sentimiento de vergüenza por el que había pasado. Mientras él se desnudaba, caí sentada en la cama y tomando en mis manos la erecta verga de Antonio, la cubrí de besos, le lamí el glande e, introduciéndolo en mi boca, lo chupé y lo mamé con deleite.

Antonio, con sus manos apoyadas en mis hombros, gemía levemente, mientras se movía metiendo y sacando su miembro de mi boca. En pocos minutos estuvo gritando de placer. Entonces, trató de detenerme, pero yo seguí inmisericorde, deseando sentir su borbotón de leche en mi boca.

Sin embargo él me detuvo nuevamente. Entonces, se acostó a mi lado y nuestros cuerpos entraron en contacto. Nos besamos y nos acariciamos mutuamente. Antonio me besó en los pechos y los pezones, los que mamó por un momento. Luego bajó por el vientre, llegando hasta mi clítoris, el que mamó con dedicación. Yo, me doblé hasta apoyar mi cabeza en su pierna y tomando su verga en mi boca, comencé a mamar de la misma manera que él lo hacía conmigo. Con aquel "69", los dos tuvimos sexo oral durante largo rato, hasta que finalmente él se hizo hacia atrás y me ordenó que dejara de mamar:

  • ¡Ya no más, mi amor! Me puedo venir en cualquier instante.
  • Eso es lo que deseo -le dije. - Te dije que quiero hacerte mía -me respondió.

Desesperado por el deseo, Antonio encontró cerca una botella que decía "Aceite de Coco". Tomó un poco y se lo untó en toda la verga. Se echó otro poco en los dedos y comenzó a pasarlos por mi vulva, metiéndome un dedo en la vagina poco a poco. Luego, se tendió en la cama bocarriba, con la verga erguida y, al tiempo que se señalaba el miembro, me dijo:

  • Ven. Siéntate aquí.

Yo me subí a la cama y montándome sobre su cuerpo, me senté sobre su miembro. Él empujó hacia arriba y yo hacia abajo y, con gran facilidad, me penetró.

El pene fue entrando, cuan largo era y empezamos un movimiento de ir y venir, de sube y baja, de mete y saca, en tanto yo me ayudaba masturbándome con mi propia mano.

Aquello era delicioso. El movimiento se fue haciendo más intenso y más furioso, hasta que en muy poco tiempo me sentí sumida en un orgasmo que se vino incontrolable, haciéndome proferir en fuertes exclamaciones y gemidos de placer. Antonio aceleró el ritmo del "mete-saca" y, pocos instantes después, se vino jadeando fuertemente, mientras un chorro de esperma se volcaba en mi interior.

Después de breves momentos de reposo, nos vestimos y, al entrar en la casa, iba con sentimientos encontrados. Por un lado estaba el placer sentido y el saber que, a partir de ese momento, se había iniciado una relación sexual entre Antonio y yo, que me proporcionaría infinito placer. Por el otro, me sentía avergonzada y lamentaba que don Gabriel me hubiera encontrado in fraganti en aquella situación.

VACACIONES (II) Don Gabriel Me dio lo que necesitaba: un hombre de verdad.

Cuando entré a la casa, vi a don Gabriel leyendo (o fingiendo leer) un libro. Él se percató de que yo había llegado, me miró fijamente y no me desprendía la vista de encima, lo que me hizo sentir más avergonzada.

Antonio fue a buscar unos refrescos a la cocina y viendo que se habían terminado, decidió ir a comparar algunos a una tienda relativamente cercana. Al marcharse, don Gabriel se acercó a mí.

  • Eres bien puta, ¿lo sabías? -me dijo.

Yo lo miré sorprendida. Ruborizada comencé a explicarme:

  • Yo... en realidad... Yo... - ¡No digas, nada! -dijo imperativamente-. Ya sé lo que te gusta.

Con un movimiento rápido, me agarró los pechos y comenzó a darles masaje, al tiempo que repetía insistentemente:

  • ¡¿Es esto lo que te gusta?! ¡¿Es esto lo que te gusta?!

Dominada por la sorpresa, no pude responderle, pero mis pezones reaccionaron, endureciéndose.

  • Te gusta, ¿verdad? ¡Te gusta! -dijo sin dejar de tocarme. - Don Gabriel... ¡por favor! -atiné a decir.

Repentinamente dio media vuelta y se marchó a su habitación. De más está decir que aquel incidente me dejó azorada y consternada. Decidí irme a mi cuarto, sin saber qué hacer.

Al pasar frente a su alcoba, decidí tratar de hablar con don Gabriel. Me acerqué y llamé a la puerta. Él salió a abrir y yo comencé diciéndole:

  • Don Gabriel, creo que le debo una explicación.

  • No tienes que explicarme nada -me dijo-. Cada quien vive su vida como mejor le parece. Además, soy yo quien debe disculparse, por entrometerme en lo que no me importa.

  • No... -le dije-. Lo que pasa es que yo... - Dime: ¿realmente te gusta Antonio? -preguntó.

Le expliqué que Antonio no me interesaba mayor cosa y que él sólo se había aprovechado de mi coyuntura de adolescente y de los sentimientos de curiosidad por el sexo. que estaba experimentando.

  • Me lo imagino -dijo-. Antonio siempre ha sido un aprovechado.

Tras un momento de silencio, salió del cuarto y caminamos hasta la salita. Nos sentamos y él me preguntó:

  • ¿Tienes novio? - No, actualmente -le respondí-, aunque sí he tenido. - No es extraño. Las chicas con tu físico siempre suelen ser muy codiciadas por los muchachos.

La conversación continuó así por un rato. El me hacía preguntas sobre mi vida y mis inclinaciones. Se sentó en el sofá a, mi lado y de pronto, volvió a preguntar:

  • ¿Has estado con algún muchacho?

Esa pregunta me dejó fría, porque no la esperaba. Los colores debieron subírseme a la cara, porque me sentí invadida por una oleada de calor y él manifestó:

  • No te apenes. Es una pregunta muy natural. Creo que ninguna chica es virgen hoy en día. - Bueno, yo... - Con algún novio, ¿verdad? - Pues...
  • O quizás con uno de esos muchachitas promiscuos que le piden el culo a cualquiera.

Yo me quedé mirándolo. Él se acercó más a mí y poniéndome una mano sobre el muslo, me preguntó:

  • ¿Has tenido relaciones completas con un hombre, o sólo toquecitos? - Yo... Sí. - ¿Y qué te gusta más, los hombres o los muchachos? - Ambos me excitan -respondí. -¿Te gustan los hombres maduros? - Hay maduros muy atractivos. - ¿Sabes lo que necesitas?

Negué con la cabeza. Él continuó:

  • Un hombre de verdad.

Dijo eso mientras posaba su mano en mi entrepierna, por sobre los pantaloncillos. Dirigí mi vista a su pantalón y vi que parecía una carpa de circo.

Él con sus dedos bajó la cremallera del cierre de mi bragueta y metió la mano adentro, tocando mi ya húmeda intimidad. Asombrado, no podía creer lo que tocaba.

  • ¡Dios mío, qué húmeda!

Con sus manos me bajó completamente los pantaloncillos y su mano comenzó a acariciarme suavemente el sensible clítoris. Entonces, me atreví a abrirle la bragueta y meter mi mano, para darle libertad a su príapo.

  • ¡Qué barbaridad! -exclamé al ver su verga-. ¡Tiesa como un garrote!

De pronto, no pude evitar que mi boca se precipitara sobre el glande y se lo tragara completamente. Con una mano cogí la bolsa de sus testículos acariciándolos suavemente. Mi otra mano tomó firmemente su verga por la base, mientras miu boca seguía succionando.

Seguí mamando sin detenerme y en pocos momentos él sintió que su orgasmo estaba cerca.

  • ¡No más! ¡Por favor! -suplicó.

Retiré mi boca y me miró directamente a los ojos.

  • ¿Quieres hacerlo? -me preguntó. - ¡Sí! -respondí sin dudar.

Me tomó de mano y me llevó hasta el sofá. Comenzó a quitarse la camisa, mientras con la punta de su lengua se relamía los labios, y contemplaba mis pechos que ya se costraban desnudos, con los pezones erectos y apetecibles para él. Se desvistió rápidamente y quedó desnudo frente a mí, mostrando un cuerpo atlético y bien conservado. Era un verdadero modelo de musculatura, velludodo y tenía una verga completamente circuncidada y en erección, de unos 24 ó 25 cm, que se notaba firme, dura y deseable.

Yo me quedé paralizada contemplando aquella visión y él me dijo con cierta urgencia:

  • ¿Qué pasa? ¿No vas a terminar de quitarte la ropa?

Me apresuré a obedecerlo y cuando estuve desnuda, él se acercó a mi y, de un empellón, me arrojó al sofá. Sentí un poco de temor, pensando que me iba a tratar con rudeza, pero no fue así. Acercó sus dedos a mi vulva y comenzó a masturbarme con delicadeza. Luego de unos minutos, se tragó mi clítoris con su boca y empezó a succionar, chupar y lamer, al grado que muy pronto me tuvo gritando de placer.

No me pude contener y tras unos instantes no pude soportar más y comencé a largar un abundantes jugos que inundaron su boca. Él tragó todo el producto de mis entrañas y luego se relamió como lo hace quien ha probado algo delicioso.

  • ¡Muchacha! -me dijo-. Eres una maravilla.

Él estaba erecto como un bate de béisbol, por lo cual no pude menos que tomar su verga en mis manos y comenzar a masturbarlo. Don Gabriel me acarició la mejilla y, con un ademán, me hizo comprender lo que quería. Yo me puse de rodillas y, tomando su pene en mi mano izquierda, comencé a mamar. Fue algo delicioso. Para entonces yo ya tenía bastante experiencia sexual, pero nunca había tenido en mi boca una verga tan rica como ésta.

Chupé, mamé y sorbí, llevando su miembro hasta el interior de mi garganta. ¡Sabía a gloria! Estaba enamorada de esa verga, tiesa como un palo, gruesa y la más larga que había visto. Entonces, me detuvo.

  • Es mi turno -me dijo.

No comprendí sus intenciones, pero luego me dí cuenta de lo que quería. Se colocó frente a mí, con su verga a la antrada de mi vagina.

  • Relájate -dijo.

Lo miré, ansiosa de tener aquel monstruo dentro de mí. Pero al mismo tiempo, estaba temerosa de que pudiera dolerme o hacerme daño.

Don Gabriel se acercó y comenzó a chuparme la vulva, sabiendo que con ello me excitaba y me relajaba. Poco a poco me introdujo un dedo lleno de saliva, que se abrió paso sin dificultad.

  • Estás riquísima -me dijo.

Sus caricias me gustaban, pero lo que yo realmente deseaba era sentir aquel ariete en mi interior, por lo cual en un gemido, le supliqué:

  • ¡Métamela de una vez, por favor!

Don Gabriel, despacio, colocó la cabezota de su miembro en la entrada de mi gruta caliente y como yo estaba tremendamente excitada comenzó a penetrar sin mayor dificultad. Cuando el glande desapareció en mi interior, yo grité:

  • ¡Siga! ¡Hasta el tope!

Empujó con fuerza y en unos instantes, todo su miembro estaba ya dentro de mi vagina, con sus testículos golpeando contra mis nalgas. Pasando una mano por mis partes, comprobé que efectivamente, todo estaba dentro de mí.

Él se quedó quieto unos instantes, no sé si saboreando el placer de la penetración o temeroso de hacerme daño. Yo le dije:

  • Muévase, por favor. Déjeme sentir esa enorme verga en mi interior.

Dije eso moviendo las caderas y sintiendo un placer inmenso. Él inició un movimiento rítmico hacia adentro y hacia afuera, haciéndome gozar como nunca. Su verga daba un masaje fenomenal a mi clítoris, excitándome más y más.

Yo alargué mi mano izquierda por debajo y cogí sus huevos, grandes y duros, a los que di masaje, al tiempo que decía:

  • ¡Qué rico! ¡Nunca me había sentido así!

Comencé a aumentar el movimiento rítmico de mis caderas, en tanto sentía en mi interior aquel palo que parecía al rojo vivo y en ebullición. Como dije antes, ¡estaba enamorada de esa verga!

Don Gabriel empezó un "mete-saca" desenfrenado y en poco tiempo explotó, llenándome de semen. Justo en ese momento lancé un fuerte grito gutural y entre alaridos de placer me corrí como nunca.

En cuanto nos calmamos un poco, me sugirió que tomáramos un baño juntos y acepté, dándonos un duchazo muy agradable. Me encantó enjabonarle el pene, que comenzó a cobrar vida nuevamente. Don Gabriel empezó a calentarse de nuevo y me ordenó tenderme en el fondo de la bañera. Tomando mis muslos los subió sobre sus hombros, se lubricó con el gel de baño y apuntó su pene enarbolado, pero no contra mi vagina aún resentida, sino contra mi culito, estrecho pero deseoso y caliente.

Vi claramente como fue aproximando la cabezota de su miembro a la entrada de mi ano y empujó. Lancé un grito, mezcla de dolor y excitación, mientras el tremendo príapo se abría paso entre mis entrañas, pero no lo detuve ni intenté retirarme.

Poco a poco me fui relajando y el dolor dio paso al placer. Comencé a moverme suavemente, encantada de tener otra vez aquella mandarria dentro de mí.

Con una mano comencé a acariciarle las tetillas, mientras con la otra empecé a masturbarme mi propio clítoris. El placer era algo increíble y comencé a gemir y gritar de gusto, al tiempo que le decía:

  • ¡Más! ¡Deme más!

De pronto, él se arqueó, retiró un poco su verga y de golpe me la incrustó hasta el fondo, al tiempo que se vino como un verraco, inundándome los intestinos de su leche.

  • ¡Dios mío qué placer! -gritó.

Un par de movimientos más de mi mano fueron suficientes para que yo también tuviera mi orgasmo.

Ya vestida, al regresar Antonio, me miró con una sonrisa y con un movimiento de cabeza me dio a entender que quería ir al cuartito. Quedamente le dije:

  • Lo siento, pero ya no lo voy a hacer más.

Me miró sorprendido, pero cuando vio que don Gabriel se acercaba a mí y me ponía una mano en el hombro, lo comprendió todo.

  • Otra más que me quita mi tío -exclamó.

Autora: ANASO anaso111@yahoo.com