V. La Cuadratura del Círculo

Apenas había luz, la suficiente para acertar en cada movimiento. Mis besos clavados en su cuello, bajaron para mordisquear su clavícula, rodaron hasta su escote, me enderecé unos centímetros e hice esfumar su camiseta para continuar con mi surtido de besos y caricias. Paseando mi lengua por...

L a puerta estaba de par en par, al igual que mis párpados. ¿Está sucediendo de verdad?

-      Hola pequeño desastre animal -.

-      Pasa, voy un momento a avisar a mis padres de que tardaré en subir-.

Tardé varios minutos ya que me daba un poco de grima solo el pensar cómo se estarían estirando y arrugando los puntos recién puestos. Una vez abajo, Alejandra estaba terminando de fregar.

-      Deja de fregar, como invitada es lo último que debes hacer, o ¿has venido nada más que para fregar?-.

Mientras aclaraba los vasos, se dedicó a mirarme con una minúscula sonrisa.

-      No, no he venido a fregar- a continuación se secó las manos- quería saber cómo estabas-.

-      Estoy bien, las enfermeras se han reído un rato conmigo, me he puesto a cantar y cada vez que clavaban de nuevo la aguja, al parecer lo hacía con más intensidad- relate anecdóticamente.

Su ceño se frunció y sus dientes mordieron con intensidad su labio inferior. Síntoma de desazón.

-      Agujas… les tengo pánico. Me alegro de que estés bien, si hubiéramos tenido más cuidado… -.

-      Aún con todo el cuidado del mundo, soy torpe de naturaleza; ¿te apetece tomar algo? El médico me ha dicho que me hidrate por la pérdida de sangre -.

-       ¿Y lo piensas hacer con alcohol? Estás loca-.

Saqué un par de cervezas, cambié la luz que iluminaba toda la habitación por una más tenue.

Recopilamos todos los acontecimientos pasados aquella tarde, reímos, las idioteces que soltaba una las continuaba la otra.

Desde el sofá, mi mirada distraída absorbía cada borde de la barra americana separando así el salón de la cocina, la vitrina a rebosar de whisky y ron, los taburetes un tanto tambaleados y… su figura encaminándose hacia el frigorífico.

-      Nos quedan dos sorbos de cerveza, ¿me permites servir otra ronda?-.

Eso quiere decir que quiere quedarse aún más tiempo, ¿significará algo o simplemente está preocupada?

Me levanté y seguí el rastro que las motas de su perfume habían quedado flotando en el aire. Ahí estaba con la cabeza metida en el frigorífico.

-      No creo que pase nada porque te tomes otra cerveza, ¿no?- se irguió para buscar una respuesta en mi cara - O si quieres…-.

La interrumpí, cerré la puerta del frigorífico, levemente engarcé su espalda contra la pared más próxima. Mis manos buscaron el final de su columna, nariz con nariz colisionaron, la mía se escurrió por el lateral derecho de la suya para acabar con una segunda colisión, la de nuestras bocas.

A la par de nuestros besos y risas interrumpidas la guié hasta el salón. Aparté todo lo que había en la mesa alargada, aquella en la que horas antes masajeaba su espalda.

Apenas había luz, la suficiente para acertar en cada movimiento. Mis besos clavados en su cuello, bajaron para mordisquear su clavícula, rodaron hasta su escote, me enderecé unos centímetros e hice esfumar su camiseta para continuar con mi surtido de besos y caricias. Paseando mi lengua por la gomita de su ropa interior dando paso a estremecimientos tanto suyos como míos. Subí por su ombligo y paré en su sujetador, mis manos hablaron y Alejandra de cintura para arriba se separó de la superficie de la mesa, se giró y me instalé en su espalda. Aparté su cabello hacia un lado y teñí de besos cada lunar, me deshice del sujetador y mordisqueé el lateral de sus costillas; nuestras respiraciones se aceleraban a un ritmo abismal.

Se tumbó bocarriba y continué saboreando aquella ardiente y erizada piel. De su boca se fugaron besos con cientos de mensajes subliminales, deslicé mis dedos hasta su pecho, lo palpé formando una especie de círculos ovalados en su pezón, sus manos se deshicieron de mi camisa, botón a botón, la ropa cada vez era menos protagonista de aquella escena, nuestra escena. Sus manos enredadas en mi cabeza sugirieron una deliciosa invitación, con la punta de mi lengua recorrí pausadamente su aureola, combinando con leves succiones. Los tirones que sentía en mi cabeza eran señal de que no iba por mal camino.

Mis colmillos rodaron hasta el final de su vientre. Desabroché sus tejanos, su única e inservible función era estorbar. El borde de mis labios correteó por el interior de sus muslos siguiendo el rastro que marcaba mi dedo índice. Mis uñas apresaron el filo elástico de su ropa interior y a medida que la gravedad hacía su labor, mi lengua patinaba por su pelvis. Lánguidamente me despojé de su ropa interior. Viaje por sus piernas, haciéndole cosquillas, viajé por su vientre, sus pechos, su cuello… para regresar hacia sus incesantes besos.

No sabría describir ese mar de sensaciones… Excitación, pasión, energía, ganas de estrujar hasta la última gota de deseo. Si quiera la herida estorbaba en cada acto.

Entre gemidos y respiraciones trastocadas buceé directamente bajo su ombligo, mi lengua se derritió en su sexo. Alejandra una y otra vez arqueaba su cuerpo, nuestro movimiento era uno, compaginadas, sus uñas clavabas incesantemente en mi nuca, hombros, brazos… pidiéndome que no cesara. Índice y corazón se adentraron a un mundo lleno de éxtasis y gemidos trastornados.

Calor transformado en sudor, pasión transformada en arañazos, fogosidad  transformada en abundantes orgasmos, meses de incertidumbre repartidos en instantes extasiados de una noche de verano.

Las horas pasaban pero la energía no desfallecía en nuestros cuerpos. En un espasmo  brusco, tiramos mi móvil al suelo. Estallido que retornó a la realidad nuestras mentes, recogí el móvil, eran las seis y media pasadas.

Estaba a punto de amanecer, como en mi sueño pero sin cama, sin sábanas. ¡Al cuerno! La tenía a ella, qué importaba la hora, amanecer o atardecer, si había sábanas o manteles; me tumbé agotada a su lado y… ahora sí… tiempo delicioso para abrazarla 10 ó 15 minutos.

Nos quedamos adormiladas, pero los primeros rayos de luz nos alertaron de que había que irse, podría bajar mi hermana o peor aún, mis padres.

Melosamente la vestí.

Abrochó mi camisa, suspiró y sus ojos tornaron para encontrarse con los míos, las comisuras de sus labios se arquearon dejando a medio camino su sonrisa.

-      Nunca…- torpemente me besó- me había pasado esto- confesó.

-      A mí tampoco- acaricié su mejilla- mi experiencia en éste campo era nula hasta hace unas horas- bromeé.

Pero era verdad, llevaba varios años teniendo historias efímeras con otras chicas pero nunca llegué tan lejos, no quise, si algún día llegaba a hacer algo más, sería porque las ganas de más reventarían mis muros de contención.

Nos abrazamos fuertemente. Y entre murmullos que chocaban contra mi cuello dijo:

-      Me gustaría que esto quedara entre nosotras, un momento especial entre tú y yo, y de nadie más -.

Los rayos de luz se hicieron molestos, por lo que me incorporé dejando atrás mi almohada, enmarañada de sueños. Cojeé hasta la cocina. Me encanta el olor a café recién hecho.

Qué decir… aquella noche acabó en una simple llamada de preocupación, nada más. Tras besarnos en el baño, abrazarnos de aquella manera… todo  sonaba a despedida, olía a cariño mal exprimido, zumo de dudas eternas.

Supongo que siempre será así, continuaremos nuestras vidas, más unidas o más extraviadas; vida en la que se forjarán de costado a costado las ganas de una noche de verano como esa.

A ño y escasos meses después, con el frío de Noviembre, volvimos a tropezar. Las dos con la vida medio desquebrajada, en mi coche, espero a que salga de su portal y así robarle veinte minutos.

Nos transportamos hasta una laguna contaminada, como muchos aspectos de nuestras vidas.

Aparqué cerca de la orilla, apagué las luces y el sonido de múltiples especies nos arropó.

-      Cuando estoy mal, me gusta venir aquí. Esta laguna tiene su metáfora- las cejas arqueadas de Alejandra reclamaban que continuara, respiré hondo – esta laguna me hace ver que de las cosas malas pueden brotar al fin y al cabo algo precioso, algo mejor-.

Ella se dedicó solo a sonreírme y a disfrutar de aquél paisaje nocturno, a la luz de las estrellas, ya que la Luna había decidido resguardarse de aquél frío.

Los veinte minutos robados  se multiplicaron, pero eran más que necesarios para cubrir de optimismo nuestro estado anímico.

-      Deberíamos irnos, está haciendo demasiado frío y no me atrae la idea de que cojamos una pulmonía-.

-      Me fumo un cigarro y nos vamos-.

Sacó el tabaco, entre calada y calada, temporalmente nos curamos por dentro, buscando soluciones en cada asunto. Sacó su segundo cigarrillo, síntoma de que estaba cómoda y a ella por entero le dio igual el frío de Noviembre.

Con barro hasta los tobillos nos marchamos de la laguna, debía dejarla en su casa, era tarde y día de semana.

Se despidió desde su portal, con sus dientes y gruesos labios haciendo de ello el paisaje más dulce del invierno.

Conduciendo, en la radio salió una de las canciones de uno de mis grupos de música favoritos. Titulada “ La Cuadratura del Círculo” . Recordé cómo en clase, el profesor nos comentó que aparte de ser un problema matemático de geometría, imposible de resolver, bueno, o al menos lo fue durante varios siglos hasta que consiguieron hallar la solución.

Aparte, es un dicho que se suele nombrar cuando algo parece imposible de suceder, lograrse o encontrar una explicación a ello. Al igual que La Cuadratura del Círculo, entre Alejandra y yo aún no se ha hallado respuesta alguna, por más que busque la solución, no la encuentro, quizás la halle tras pasados algunos ficticios siglos.

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Bien, pues éste el el final. Espero no haberos decepcionado con el final de este pequeño relato.

Me gustaría que opinárais sobre lo que os ha parecido, que aunque no lo creáis unas escasas palabras ¡hacen mucho!

Muchísimas gracias por el tiempo que  habéis dedicado a leerlo. ^^