Utilizada por sus compañeros de clase

Una joven pareja es citada en la casa de uno de sus compañeros de clase, sólo para descubrir que entre tres maniatarán al novio y tendrán la mejor de las primeras veces con el cuerpo virgen de la chica.

Marcos presionó el timbre al lado de la puerta del apartamento 2ºB. Tanto él como su novia Carla habían sido citados esa misma mañana en el instituto por Alberto, su compañero.

Ambos habían cumplido el mes pasado 18 años y quedaban apenas semanas para el fin de su andadura por Bachillerato. Otra cosa que compartían ambos era no tener ni la más mínima idea de por qué estaban ahí plantados.

Alberto les había dicho “venid a mi casa hoy a las 6 de la tarde, no tardéis”, y con las mismas se fue de su lado. Los tres se conocían desde 1º de la ESO, pero a lo largo de aquellos 6 años habían ido perdiendo el contacto, incluso cuando Carla y Alberto vivían en el mismo edificio, él en la segunda planta y ella en la primera, por eso les sorprendió que les hubiera invitado a su casa, casa que ninguno de los dos pisaba desde que tuvieron que hacer un trabajo juntos cuando tenían 13 años.

Carla era una joven deseada por todos, de 1,65 de estatura. Un perfecto ejemplo de patito feo que se acaba convirtiendo en princesa cisne. Hasta los 13 años todos se burlaban de ella por ser demasiado plana para los estándares de belleza del instituto, y le había confesado a Marcos que su primera regla llegó meses después de cumplir los 12, a diferencia de sus amigas.

Pero de repente le crecieron unos pechos turgentes y sobre todo firmes, altos y redondos, abultados como si fueran un suflé cuya levadura hubiera hecho buen efecto. Y su trasero era tres cuartos de lo mismo, enorme y respingón, nada de esos culos caídos que varias de su edad tenían.

De la noche a la mañana todos la miraban lascivamente y fantaseaban con estrujar sus nalgas, pero por suerte ella no dudó en elegir a Marcos, el chico que la había hecho sentir bonita desde mucho antes de que le llegara la pubertad.

Era de cabellos morenos y lisos y ojos marrones, pero de tez pálida, con una cintura de avispa y labios carnosos y rosados, y lo mejor de todo era que no se le subía a la cabeza ni lo más mínimo el ser una de las más deseadas del instituto. Poseía una belleza natural, desprendía humildad y dulzura la miraras por donde la miraras.

Marcos también era caucásico, pelo y ojos marrones y una buena estatura. Se había ido musculando con el paso del tiempo, sobre todo debido al equipo de natación juvenil en el que estaba, siendo uno de los mejores, aunque no era lo que le hacía completamente feliz. ¿Por qué estar torturándose todo el rato con esos ejercicios cuando podía estar en casa jugando videojuegos o con su novia?

Finalmente, Alberto les abrió la puerta, sonriente. Era igual de alto que Marcos, con el cabello lacio más dorado, un tono llamado rubio sucio, igual de musculoso. Al fin y al cabo, Alberto estuvo durante un tiempo en el club de natación, hasta que se acabó hartando también.

Marcos se había dado cuenta de que miraba a su novia con los mismos ojos que la mayoría de chicos, pero no le importaba porque después de todo ella era suya y sólo suya, y él era sólo de ella.

Carla nunca le había sido infiel ni había tenido otro novio o lío. No es que Marcos fuera un celoso obsesivo y controlador como los de las películas (y los de la vida real...), sino que Carla era la que solía salir poco, siempre prefería invitar a sus amigas a casa o ir a la casa de ellas, y cuando salían de “tarde de chicas” a algún centro comercial o a la playa, se pasaba las horas mandándole mensajes y fotos de dónde estaba a su chico.

Alberto les invitó a entrar y que le siguieran por el pasillo. Las paredes blancas estaban llenas de fotos enmarcadas, la mayoría de Alberto y su hermana mayor cuando eran pequeños. Parecía que solamente ellos tres estaban en el piso.

—¿Para qué nos llamaste? —preguntó Marcos.

—Ya lo veréis —dijo Alberto en voz no muy alta—. Es algo que quería enseñaros.

La casa no había cambiado mucho de cómo la habían conocido, aunque no habían estado en ella más que un par de veces. Doblaron a la derecha al final del pasillo y se encontraron en la habitación de Alberto. Hacía 5 años era mucho más infantil, más colorida.

Marcos sólo recordaba los poster de Terminator, Rambo y Rocky, impasibles en el mismo lugar, y también la cama litera, a la que se subía mediante unas escaleras. Debajo no había otra cama sino un escritorio, con varios cuadernos esparcidos.

A sus espaldas, Alberto cerró la puerta con pestillo.

—¿Qué haces? —dijo Carla, algo alarmada.

Al lado de esa puerta había otra, que no llevaba al pasillo sino a un armario con pufs y material de limpieza, o eso recordaba Marcos. De esa puerta salieron Juan y Adonai, los mejores amigos de Albertos. Ambos presentaban una sonrisa extraña, como... malévola.

—¿Y esto? ¿Qué hacían en el armario? —habló Marcos tras unos segundos de silencio.

Juan era un poco más alto que Adonai, y más moreno. Los dos estaban también en 2º de Bachillerato. Adonai era pálido y pelinegro, de dientes algo torcidos porque su familia no tenía precisamente los medios necesarios para unos aparatos. Tenía el típico bozo sobre el labio que todos los chicos adolescentes consideran atrayente para las féminas, mientras que pocas chicas les decían la verdad.

Juan era de cabellos marrones claros y tenía gafas y un cuerpo tonificado. Al igual que Marcos, no tenía mucho rastro de vello facial y el poco que tenía lo afeitaba. Pese a que ni Juan, ni Adonai ni Alberto eran Adonis, tampoco eran feos. Los dos primeros nunca habían tenido novia y Alberto sólo había tenido un pequeño rollo con una chica en 3º de la ESO.

—Os vamos a dar una sorpresa —anunció Alberto. Juan sacó de sus bolsillos varias bridas negras mientras Alberto agarraba a Carla, inmobilizándola porque había colocado los brazos de la chica tras su espalda.

—¡Eh! ¿Qué coño haces, gilipollas? ¡Suéltala! —estalló Marcos. Un segundo después, era Adonai quien lo inmobilizaba a él—. ¡Suéltame!

—¡Dejadnos! —gritó Carla. Alberto la seguía agarrando con más fuerza que antes. Juan puso su mano en los vaqueros azules de Carla y los bajó hasta el suelo. Sus muslos delgados, sus pierdas desprovistas de vello, las curvas de su cadera y sus simples bragas blancas quedaron al descubierto—. ¿¡Oye, qué hacéis?!

—Cierra la boca —ordenó Juan, sobando sus muslos de arriba a abajo. Alberto aprovechó para apoyar el bulto de sus pantalones contra las nalgas que tenía enfrente.

Juan le quitó también la camiseta, dejándola en ropa interior ante todos. Marcos miraba atónito, retorciéndose para liberarse. Estaba a la vez cachondo y asustado, temiendo lo peor.

Entonces sucedió algo que Carla no esperaba, incluso estando en cueros. Juan bajó rápidamente sus braguitas blancas, dejando a la vista de los jóvenes su monte de Venus sin un solo pelo y la raja de su vulva, juvenil y brillante.

—Uh, depiladita —comentó Adonai ante las vistas. Carla no dejaba de retorcerse, pero Juan y Alberto la tenían bien cogida.

Aprovechando el pasmo de Adonai, Marcos le proporcionó un buen pisotón que no le permitió liberarse pese a sus esfuerzos.

—¡Dejadla! ¡Ni la toquéis, hijos de puta!

—Tú también estate callado.

Luego le quitaron el sujetador blanco a Carla, con suaves roces en sus pechos desnudos. Comparados con el resto de su cuerpo, sus pecho estaban aún más pálidos, pero esos pezones rosaditos algo erectos por el frío y la aureola del mismo color no hacían otra cosa que atraerlos más.

Juan se dirigió hacia abajo y metió la punta de su índice en los labios menores de la chica. Ella no pudo evitar dar un grito, más bien por la sorpresa de la intromisión que por lo lejos que había llegado Juan.

—¿Qué pasa? ¿Nunca se la has metido a tu novia? —Juan se dirigió a Marcos.

Metérsela lo que era metérsela nunca lo había hecho. Pero sí que la había hecho correrse un par de veces con sus dedos, bastante finos y largos, y con sus lamidas en el clítoris. También disfrutaba de limpiar sus fluidos con la lengua, pero ella aún no creía estar lista para la penetración, sobre todo porque ya había visto el miembro de Marcos, de 18 centímetros y más o menos gorda, algo que le parecía una barbaridad para su pequeña cavidad vaginal.

Marcos no respondió.

—Pues vamos a tener que ensancharla, Marquitos. Así nos estrenamos nosotros también —dijo Juan, bajándole los pantalones y los bóxers a Marcos. Su polla ya morcillona por ver a su chica así, estaba coronada por un cuidado arbusto negro en la ingle.

Como pudieron le quitaron también la camiseta y lo ataron con una brida a las escaleras de metal de la litera. Ahora sí que estaba inmóvil, con el miembro al aire y viendo como Carla también estaba siendo atada con bridas. Ataban sus muñecas a sus muslos y luego la tumbaron sobre un puf que Alberto había sacado del armario.

Ella miraba a su novio preguntándose qué le iban a hacer, aunque la respuesta aprecía obvia.

—Mi madre no llegará hasta las 8 y media, tenemos un par de horas, nos sobra tiempo —explicó Alberto.

—¿Qué le vais a hacer? —dijo Marcos, que se había cansado de intentar liberarse.

—Cómo si no fuera obvio. Nos la vamos a follar entre todos. Vamos a entrar en la univerdad desvirgados gracias a tu chica.

—¿Cómo es que lleváis tanto tiempo juntos y no te la has follado? —habló Adonai, acariciando el bulto que crecía en sus pantalones.

—Te vamos a quitar la oportunidad de desvirgarla —continuó Juan.

Carla comenzó a gritar con todas sus fuerzas pidiendo auxilio hasta que Alberto tapó su boca con la mano.

—Como vuelvas a chillar te vamos a partir en dos, pero de verdad, zorra.

—¿Tienes cinta americana o algo? —sugirió Adonai.

Y así sellaron la boca de Carla con cinta americana, tapando sus labios carnosos y dulces.

—Luego si eso le quitamos la cinta para que nos la mame.

—Sois unos desgraciados —protestó colérico el novio de la chica.

Los tres chicos no le hicieron ni caso. Dejaron en el suelo las bragas de Carla, que no dejaba de patalear.

—¿Quién va primero? —preguntó Juan.

—La casa es mía, lo justo es que sea yo.

—O podríamos ir de más pequeña a más grande, así se va a acostumbrando —propuso Juan.

—Entonces sigues siendo el primero —le dijo Adonai a Alberto entre risas. Aquella broma parecía no haberle hecho mucha gracia al dueño de la casa.

Se bajó los pantalones y los calzoncillos, se quitó la camisa y dejó ver un cuerpo un poco brillante por el sudor, el pubis afeitado al cero y un nardo erecto no demasiado grande, como mucho de 14 centímetros pero gorda, con el prepucio retraído.

Los ojos de Carla reflejaban terror cuando Alberto comenzó a acercarse a su rajita, que se antojaba jugosa y virgen ante él. Sin mucha dilación metió la cabeza. Pese a no ser un capullo descomunal, era algo gorda y ella sólo estaba acostumbrada a la lengua de Marcos, por lo que notaba la diferencia.

En menos de cinco segundos tenía todo el tronco de su miembro dentro de ella. De no ser por la cinta americana era obvio que estaría chillando pues acababa de romper su himen sin nada de lubricante, soltando por su vagina tres nimias gotas de sangres.

Marcos no podía hacer más que mirar en silencio, con la polla mirando al frente. Después de todo estaba viendo la morbosa escena de cómo su novia era penetrada por uno de sus compañeros del instituto.

Con ella totalmente manipulable, Alberto comenzó a follársela dando embestidas brutales. Subió los brazos y puso la palma de sus manos en su nuca, mostrando a Carla sus axilas velludas, a diferencia de su pubis.

En la habitación sólo se escuchaban los golpes del cuerpo del chico contra el de la chica, abierta de piernas contra su voluntad. Marcos miró de reojo cómo Juan y Adonai habían dejado de sobarse el bulto, posiblemente para tener toda su energía disponible cuando fuera su turno de humillar a Carla.

Alberto jadeaba, emocionado por aquella primera vez. Sin embargo, Carla no dejaba de sollozar y llorar, pidiendo piedad, aunque nadie lograba escucharla.

El chico paró un momento la follada para inclinarse y lamer los rosados pezones de Carla, que estaban ya erectos, contra la voluntad de ella. Pasaba una y otra vez su lengua mojada por un pezón y por otro, y luego comenzó a juguetear con ellos, mientras volvía a empotrarla.

Poco a poco, Alberto comenzó a proferir gemidos de placer hasta que con un “me corro” ahogado en un simple “meeee...”. Movió la cadera hacia delante y enterró aún más su pene en Carla.

Ella sintió los cuatro chorros calientes llenando su útero. Sí que estaba caliente su semen, como el mismo fuego. De hecho se sintió vacía cuando Alberto sacó su mediocre aunque laboriosa polla, recubierta de fluidos.

—Voy a limpiarme —comentó, abriendo la puerta y saliendo de la habitación.

—Ahora voy yo —dijo Juan desnudándose sólo de cintura para abajo. Él iba calzando un buen pollón depilado para la ocasión, mejor que el de Alberto. Éste era de unos 16 centímetros pero más delgado que el de su amigo y curvado hacia la izquierda, tan retraído el prepucio que se se veía el contraste del cambio de color entre la parte interior y exterior del prepucio y parecía que iba circuncidado.

Marcos se sentía tan celoso de estar viendo como su chica era usada como una simple muñeca. La primera vez de Carla no contenía el amor ni el cariño con el que lo habría hecho él, pero le ponía tan cachondo ver cómo la trataban como a una simple prostituta que no podía dejar de morderse el labio inferior de lo excitado que se encontraba.

—¡Ponéos condón al menos, hijos de puta! —les espetó. Juan lo miró, como retándolo, y metió sin previo aviso en el coño de Carla la mitad de su polla, más allá de la línea donde cambiaba el color.

La lefa y los fluidos en el interior de la chica sirvieron de lubricante perfecto.

Juan, que al parecer sabía más de la parte técnica que Alberto, sacó el miembro y restregó su punta contra el clítoris de Carla para hacerla sufrir. La chica jadeaba sin parar con lágrimas corriendo por su mejilla, intentando gritar cómo podía, pero sólo se escuchaba un sonido ahogado.

—¡Por favor, dejadla! —imploró Marcos al verla llorando, cuya polla palpitaba como un segundo corazón debido al estrés y el calentón de lal situación.

Marcos no pensaba admitirlo, pero aquella bacanal le parecía una mejor forma de desvirgar a su novia que cualquier cursilería que se le pudiera haber ocurrido a él.

—¿Te gusta, eh? —le preguntó Juan a Carla.

Ella era incapaz de seguir retorciéndose pues estaba acostaba sobre el puf, con las muñecas atadas a los muslos y encima de ella estaba Juan.

Juan comenzó a amasar las tetas jóvenes y blandas de la chica y volvió a meter la verga dentro de ella, sin dejar de masajear su clítoris con los dedos.

Duró mucho más tiempo que Alberto, de hecho Alberto ya había regresado del baño, con un bote de jabón rojo en las manos. Carla no dejaba de sentir esa polla llenándola, con su forma curvada tocaba un lado y otro, y ella sabía que no podría aguantar mucho más.

Juan se quitó la camiseta y dejó ver un torso musculado, que al contrario que el de la mayoría no era recto, sino que mostraba su espalda y hombros anchísimos. Con una mano seguía sobando a Carla y con la otra se tocaba un pezón, aumentando así el ritmo de la follada.

Luego cambió de posición y la hizo cabalgar su polla como una amazona mientras él estaba acostado sobre el puf. La visión que tenía desde abajo de sus tetas turgentes balanceándose con cada golpe no podía ser más idílica.

Al correrse, Carla gritó con todas sus fuerzas, tanto que se oyó un poco a través de la cinta americana.

Juan sintió el flujo vaginal abrazando su verga en el interior del apretado coño, por lo que comenzó a estremecerse de pies a cabeza, soltando a presión un buen montón de lefa que rebotó contra las paredes uterinas.

Aquella fue la primera descarga pues después vinieron cinco ríos de lefa más, casi todas igual de potentes.

Luego, como estaban en la posición de la amazona, todo acabó bajando, poniéndole un poco perdido. Seguía erecto, pero se subió el prepucio que se notaba muy suelto, cubriendo todo el glande.

—Llevaba días sin hacerme una paja para guardarme toda la leche para hoy —susurró al oído de Carla.

Con su propia corrida, la chica sentía que había destrozado el corazón y la confianza de Marcos, aunque no tuviera otra opción. Pero en realidad él estaba que no podía más con la calentura, si no estuviera maniatado se habría hecho una paja mientras veía como violaban a su novia con toda esa pasión y morbo.

Juan salió a limpiarse al baño, dejando sitio para Adonai.

“Si iban de más pequeña a más grande y Juan ya ha destrozado a Carla... ¿cómo será la de Adonai?” se preguntó Marcos. La respuesta llegó rápido.

Adonai se desnudó completamente y dejó ver algo que no era ni medio normal. Una polla enorme, más que la de Juan o la de Marcos.

—Trae una regla —pidió a Alberto. Éste se acercó a su escritorio y sacó del primera cajón una regla transparente de 30 centímetros.

Puso el extremo del “0” contra su pubis y marcó con el dedo el punto en el que acababa su capullo. Se acercó a Marcos y se lo mostró durante unos segundos, luego hizo lo propio con Carla, que lo miraba estremecida.

Eran 21 centímetros, con una gran vena de arriba a abajo. Al contrario que las de Juan y la de Alberto, el color de éste ejemplar era el mismo que el de la piel lechosa de Adonai.

Ninguno de los tres era demasiado fornido o alto, por eso aquel nabo gigantesco en comparación con el resto del cuerpo delgado casi hace desmayar a Carla.

Con un poco de maña Adonai se las apañó para darle la vuelta a Carla y poner su culazo ante él.

“¡No, por el culo no!” Carla exclamó en su mente.

Después de todo por lo que había pasado esa tarde, esperaba aunque sea mantener el culo intacto para, cuando se le hubiera pasado el trauma, entregárselo a Marcos. Y ahora la iba a reventar sin piedad el pollón de Adonai, que parecía no habérselo afeitado desde que entró en la pubertad.

Ambas manos se colocaron en sus turgentes pechos, cuyos pezones estaban durísimos, y el chico se preparó para embestir. Ya sentía el capullo, que a Adonai le costaba descubrir del todo debido a lo grueso que era, tocando sus nalgas. Cerró los ojos y se preparó para chillar mentalmente.

—Alber, pásame el jabón ese, que si no, no entra —Carla exhaló aire, aliviada.

Sintió unos chorros fríos en su culo, que Adonai se encargó de frotar, no sólo en la entrada sino también se atrevió a meter unos dedos y espacir un poco más de jabón por su interior. Carla notó como le latía todo el recto.

Luego echó una buena mano de jabón sobre su polla y toda la habitación dejó de oler a sudor y semen para comenzar a parecer un baño perfumado.

Hizo una cuenta de tres y acabó metiendo la mitad del mástil. A Carla se le estaban acabando ya las lágrimas. Era doloroso, lo más doloroso que había sentido, pero a la vez estaba cachondísima, cosa que ella no sentía como correcta estando su novio delante, pero tener tal herramienta dentro era otro mundo.

Las embestidas iban rapidísimo y una tras otra acabó con todo el pollón enterrado. Ojalá pudiera chillar, porque no había otra forma mejor de tomarse aquella violación a su cuerpo.

Adonai acabó tumbándose sobre ella para facilitar la penetración en un agujero tan apretado. Comenzó a azotar sus nalgas.

Carla estaba demasiado estrecha como para no estar llorando de dolor y molestia en ese momento. Sintió por un instante que le fastidiaba más no poder disfrutar de esa tranca como Dios manda que el estar siendo violada.

Los cojones de Adonai rebotaban contra la carne de Carla, indicando que ya estaba totalmente dentro. Carla sabía que probablemente ya estaba sangrando por el culo. Su vello púbico rozaba contra las nalgas y hacía hasta cosquillas.

Marcos no se lo podía creer. Su novia estaba engullendo por el culo una polla más larga que la suya, una polla digna de un dios y manejada como tal. Los ojos cerrados de la chica lo decían todo, estaba disfrutando y llorando a partes iguales, sintiéndose usada y satisfecha, sintiéndose poco más que una miserable muñeca inflable.

“Dios, me voy a correr sin siquiera tocarme,” pensó Marcos moviendo su cintura adelante y atrás, como si él fuera quién penetrara a su chica. El espectáculo se encontraba entre esa fina y morbosa línea entre dantesco y perfecto.

A Adonai le quedaba cuerda para rato, y no pensaba parar hasta correrse, por mucho que Carla sollozara. Apartó el suave cabello de la chica a un lado y comenzó a besar su nuca apasionadamente, volviendo a dar palmadas en las nalgas, ya encarnadas y marcadas con la forma de su mano.

Juan y Alberto miraban, como si estuvieran anotando en sus cabezas los movimientos sutiles de su amigo, que se movía sobre Carla como un pez fuera del agua, como los nadadores de mariposa.

Una ola comenzaba en sus pies y todo su cuerpo se iba arqueando hasta llegar a la cabeza, incluyendo la polla, que gracias a esos movimientos entraba y salía no sin cierta dificultad.

Luego comenzó a pegarse mucho a su espalda, debido al sudor, por lo que cada vez que se separaba sonaba el típico “chof” entre los dos cuerpos sudorosos.

Adonai acabó pidiendo a Alberto unas tijeras de las grandes para cortar las bridas. Marcos esperaba que Carla comenzara a forcejear para liberarse, pero ella carecía de fuerza y por mucho que lo intentara nada iba a lograr.

Adonai la levantó en peso, sin dejar de empalarla con la verga. Ella no dejaba de llorar pues el dolor era insoportable. Sentía el capullo llegando tan arriba que parecía que nunca podría sacárselo.

La empotró de espaldas contra la pared del cuarto y la dejó en el aire, sólo mantenida con la polla.

Hay que ver cuánto aguantaba un chico esmirriado a simple vista como Adonai.

Finalmente llegó a correrse en el recto de Carla, ésta vez fue él quien gritó con toda su fuerza, como si acabara de marcar el gol de su vida (porque así era). Unos buenos hilos de lefa blanca cayeron al parqué.

La dejó poco a poco en el suelo y sacó el pene de su interior, ya algo desinflado pero aún morcillón y enorme. Estaba recubierto de semen brillante y aún tenía restos de jabón, convertido en burbujas tras el vaivén.

El culo de ella (que miraba directamente hacia los tres violadores) no era menos; por su ano salía aún un rastro de corrida y estaba bastante abierto, pero se cerró automáticamente después de unos segundos.

—Ahora di que tu novia se merece una polla como la mía y no tu mini polla —le ordenó a Marcos.

—Si la mía es más grande que la de tus amigos —contestó Marcos, sin poder evitar una sonrisa de suficiencia.

—Dilo —dijo entre dientes, tomando a Marcos del cuello.

Mientras Marcos admitía que aquello sí que era un miembro vigoroso de verdad, Alberto le quitaba la cinta americana a Carla. Ella iba a susurrar un desganado “gracias”, pero estaba muy dolida para hacerlo. Además, su boca fue taponada casi al instante por Alberto.

—Me la muerdes y te mato.

Así que ella tuvo que trabajar de nuevo esa polla común, esta vez con sus labios dulces y carnosos.

—Og, esto sí lo haces bien, Carla —dijo mirando al techo con la boca abierta.

Como se había corrido hacía media hora, le costó volver a eyacular, gimiendo de gusto.

—Trágatelo —exigió. Ella tragó las gotas que había expulsado el glande del adolescente.

—Vamos a ver cómo de bien lo haces —Juan apartó de un empujón a su amigo.

Metió sin mucha ceremonia la polla, no tan erecta como antes, en la boca de Carla, que aún tenía restos de líquido preseminal alrededor debido a que Alberto pensaba que era divertido usar su capullo como pintalabios para la chica.

—Ay dios... Ay dios... ¡Pásale la lengua, Carla, joder! ¡Qué bien lo haces! —exclamaba el chico, casi bailoteando en el sitio.

Entonces hizo lo que no había hecho Alberto, que había dejado que ella llevara un poco el ritmo después de tanta follada, y apretó su cabeza hasta abajo, como si fuera una fulana callejera.

Ella emitió una arcada ahogada pero siguió mamando y lamiendo la polla, que le llegaba hasta la campanilla.

—¡Dejadla! —protestó Marcos al verla casi ahogándose. Carla lo miró agradecida, aunque con un pene en la boca Marcos no sabía muy bien cómo interpretarlo.

Nuevamente, los chicos pretendieron que Marcos no existía y Juan siguió a lo suyo.

—Sácala y lámela bien, como si fuera un helado.

A Carla no le quedó más remedio que cumplir la orden y pasó durante un buen rato la lengua por el miembro, que se había convertido de nuevo en la viga de hierro que antes la había penetrado vaginalmente.

Luego comenzó a retraer todo el prepucio haci arriba y hacia abajo.

Se esmeró especialmente con una de las venas de su morena herramienta y también con la cabeza, que echó sólo un poco de líquido preseminal.

Y cuando llegó el turno de la mamada a Adonai, ella ya estaba cansada de mover la boca, pero hizo un esfuerzo por acabar todo aquello cuanto antes. Apenas llegaba a meterse la mitad de la polla en la boca.

—Qué bien lo haces... Tú si que sabes... —gimió el delgado, acariciando su propio vello púbico.

Cada golpe que recibía en la campanilla por parte del pene de Adonai le daba a Carla unas ganas horribles de vomitar. Pero tenía que esforzarse en hacerlo eyacular cuanto antes, así el infierno llegaría a su fin.

Con ayuda de su mano derecha se metió un poco más de tranca. No podía creerse que supiera tan bien, pero en seguida le vino a la mente el hecho de que se la hubiera embadurnado con jabón de baño para metérsela sin hacerle tanto daño.

—Menuda puta eres... —murmuró, metiendo unos centímetros más en la boca de Carla—. Me pones demasiado.

Y con esas se acabó corriendo, una cascada de leche abundante y pegajosa recorrió la garganta de Carla, pero ella no paró hasta haber limpiado todo rastro de semen del enorme cipote. Él ponía una cara de morboso alucinante, sobre todo porque en el instituto daba la impresión de ser un chico humilde y tranquilo. Luego echó sobre el pelo moreno de Carla unos cuantos lefazos que había reprimido.

—Te he acabado gustando, ¿no? A ver si quedamos otra vez, que me dejas loco —luego se giró hacia Marcos—. ¿Ves, Marquitos? Así se folla a una tía. No le hemos dejado agujero sin usar.

Alberto cortó la brida de Marcos, liberándolo. El chico no se lo pensó dos veces y se abalanzó sobre Adonai, propinándole un golpe en la mandíbula. Los dos acabaron en el suelo, pero Adonai agarró fuertemente el pene aún erecto de Marcos, lo que le hizo parar.

—Me lo he pensado mejor, quizá tu polla pueda darle placer también. Métesela a tu novia ahora —dijo con una sonrisa burlona—. Siente como está toda cedida.

Carla le miraba con ojos llorosos mientras él introducía por primera vez su miembro en su vagina. Adonai no mentía, había espacio para casi dos pollas de lo cedida que estaba. Marcos no podía aguantarse más y comenzó el mete saca que tanto había estado deseando, sin consentimiento alguno de su novia.

La acción fue frenética. La sacaba hasta casi dejarla totalmente fuera y luego volvía a chocar, penetrando hasta el fondo. Pero aquello no duró más de quince segundos hasta que eyaculó una cantidad abundante con un resoplido. Carla lo miró entre lágrimas.

—¿Ya te has corrido? —se burló con sorna Juan—. Puto precoz, no te mereces a una chica como Carla.

—Normal, después de ver todo esto, ¿cómo no se va a correr enseguida, gilipollas? —replicó Alberto.

—Lo que es Marcos es un pichafloja —sentenció Adonai, admirando a la estrella de la tarde, tumbada en el suelo y recubierta de sudor y semen.

—Vete a bañarte, Carla —ordenó el dueño de la casa—. Que te lo mereces.

—Tienes una novia que es una diosa —le dijo con guasa Adonai a Marcos mientras ella iba corriendo al baño, tapándose la cara con las manos.

La erección de ambos había bajado y ahora sus miembros estaban completamente relajados. El de Marcos era uno de esos que crecían muy considerablemente con las erecciones mientras que el de Adonai seguía siendo más grande que el suyo también en reposo. Menuda humillación.

—Va, que me caes de puta madre, al final sabes que esto ha sido lo mejor para ella. ¿Qué te parece si ahora vamos al baño tú y yo y le damos un último repaso? Yo sigo demasiado cachondo, capaz que me pudo volver a correr un poco más.

Carla se encontraba llorando, sentada en el plato de ducha. Intentó relajarse con el agua caliente fluyendo por su espalda, pero aún se sentía usada y sucia. No había tenido ni voz ni voto, era una simple esclava sexual para aquellos chicos.

Unos chicos fogosos, directos, apasionados. Desesperados por su cuerpo desde vete a saber cuándo. La polla de Adonai era enorme y la había rellenado como ninguno, la de Juan era también una buena herramienta y Alberto le ponía una pasión torpe al asunto, aunque tampoco estaba mal.

¿Pero por qué sólo podía recordar las imágenes de ella siendo follada de todas las manera y por qué estaba a medio camino entre sentirse una mierda y sentirse una reina afortunada de tener tal ejército tras ella?

Marcos no se merecía haber visto eso, y ella no se merecía haber participado en esos juegos de perversión y brutalidad. Ni todas las duchas del mundo la podrían limpiar completamente.

Entonces, la puerta del baño se abrió y luego se cerró. Como la mampara era borrosa, le costó un poco distinguir las tres figuras desnudas que se acercaban a abrir la mampara. Adonai, Juan y... ¿Marcos?

—El otro está limpiando el desastre —dijo Adonai, refiriéndose a Alberto. Carla temblaba ante él, cubriéndose con el pelo como si él no la hubiera visto ya desnuda—. La tiene muy pequeña para una diosa como tú, no sabe aprovechar tu maravilla de cuerpo.

Dio un empujón a Marcos, que entró al plato de ducha.

—Tú empiezas, hazle lo que quieras. Para que veas que no te guardo rencor por pegarme antes —Adonai le guiñó un ojo.

Y con semejantes vistas, a Marcos no tardó en ponérsele dura, pero no tanto como antes puesto que se acababa de correr después de casi una hora de tortura.

—¿T-tú también? —preguntó Carla, decepcionada y sorprendida

Y se la follaron de nuevo contra la pared de la ducha, Marcos y Adonai la metieron ambos en su vagina, con muchísimo esfuerzo, y Juan tuvo sus tetas libres para hacerse la primera cubana que había experimentado, manejando él mismo los senos. Ninguno logró volver a correrse, pero quedaron muy satisfechos.

Y después de aquello, ya sabéis, lo típico que no importa en este relato y que a muy pocos les suele interesar.