Utiliza el transporte público

Como un viaje en metro puede convertirse en una de las mejores experiencias.

Era una noche de verano especialmente calurosa y mi estado de ánimo hacia juego con la temperatura exterior, llevaba unos días pensando en sexo a todas horas, como una perra en celo.

Tenía una cita con un amigo. Habíamos quedado en el centro de la ciudad, así que decidí ir en metro, para no eternizarme aparcando. Me había puesto una falda verde de vuelo y una camiseta estilo mejicano, con los hombros al descubierto. El metro estaba bastante lleno para ser verano a esas horas y parecía que todo el mundo venía de la piscina, había mucha más gente morena, con el pelo mojado y poca ropa de la que cabría esperar.

Llevaba un par de estaciones de pie, aburrida, cuando entró un hombre increíble en mi vagón. Bueno, a mi me pareció impresionante, me dejó como hipnotizada. Yo iba apoyada en la pared y él se sujetaba a la barra, justo delante de mi. Como un viejo verde me dediqué a mirarle mientras me iba poniendo más y más cachonda. Llevaba el uniforme de socorrista de una piscina, pero no era el típico chaval jovencito sino un hippie de la vieja escuela. No muy alto, tendría unos 45 años, el pelo largo y desaliñado, entre rubio y canoso. Moreno de pasar horas al sol, sus brazos eran musculosos, con unos bíceps de infarto. Mientras los recorría con la mirada una y otra vez fijándome en el contraste entre la piel curtida y los pelos rubios, decolorados por el sol notaba como mi coño se iba hinchando cada vez más. Hacía serios esfuerzos por alejar mi mirada de su boca gruesa y sensual, de su cuerpo, pero eran inútiles. Una y otra vez mis ojos volvían a él... y en muchas de esas vueltas le pillaba mirándome.

Pasaron tres o cuatro estaciones en las que mi respiración estaba cada vez más agitada y mis coño más mojado. Sólo podía pensar en cogerle del cuello y pegarle un morreo, en subirme la falda, bajarme las bragas, tirarle al suelo y cabalgarle en aquel mismo vagón, delante de todos esos desconocidos que nos mirarían.

En estas fantasías me entretenía cuando paramos en una estación, en la que subió tanta gente que tuvimos que reacoplarnos todos. De repente le tenía al lado. Mis pechos subían y bajaban al ritmo de mi respiración, cada vez más agitada. Cada vez que nuestros brazos se rozaban notaba una descarga eléctrica. Creí que me iba a morir de tanto pensar en comérmelo y contenerme.

No se cuantas paradas pasaron, yo ya me había olvidado de que había quedado, sólo podía pensar en ese desconocido que me tenía completamente enervada. Estábamos acercándonos a una estación, no recuerdo ni cual era, cuando pasó delante de mi para salir. En ese momento me dirigió una breve mirada, cargada de intención y, con la cabeza, me hizo un gesto de que le siguiera. No me lo pensé, cuando se abrieron las puertas salí detrás de él. El caminaba delante de mi, y yo le seguía, increíblemente caliente, pero sin terminar de creerme lo que estaba haciendo.

Salimos del metro y caminamos un rato, yo iba separada unos metros, con los ojos clavados en su culo redondo y prieto. Poco después se metió en un portal. Cuando llegué a su altura estaba esperándome con la puerta abierta, nos quedamos mirando fijamente, fue un momento absolutamente erótico. Entré en el portal y empezamos a besarnos salvajemente, a devorarnos. Me empujó contra la pared sin dejar de besarme, aprisionándome con su cuerpo, sin que un milímetro de espacio nos separara. El estaba tan excitado como yo, notaba su polla empalmada apretada contra mi vientre. Sus manos subían y bajaban por mi cuerpo, desnudándome. En ese momento yo tenía las tetas por encima del sujetador y del escote de la camiseta y él empezó a mordisquearme los pezones mientras llevaba una mano por debajo de mi falda y de mis bragas completamente empapadas. Yo tenía el coño completamente mojado, más hinchado que en la vida, y cuando empezó a acariciarme, a jugar con mi clítoris palpitante me retorcí de placer. Mientras, yo le desabroché los pantalones y saqué su polla caliente, a punto de estallar, con la punta mojada y brillante. Empecé a masturbarle, apresando su polla con la mano y sus gemidos se unieron a los míos. Mientras, no dejaba de tocarme, de hacer círculos con sus dedos sobre mi clítoris. Llevaba tanto tiempo cachonda que tardé muy poco en correrme en su mano, temblando con cada oleada de mi orgasmo.

Sin darme tregua me giró, poniéndome de espaldas a él, sujetándome las manos sobre la cabeza con una de las suyas. De un solo empujón metió su polla dentro de mi, hasta el fondo. Durante unos deliciosos instantes se quedó quieto dentro de mi y pude notar como me llenaba entera. Después empezó a moverse, con empujones cada vez más violentos. Me folló fuerte y rápido, salvaje y sin contemplaciones. Notarle tan duro dentro de mi, sudoroso, jadeando y mordiéndome el cuello hizo que volviera a correrme entre gemidos de placer. Al poco el pegó tres empujones aun más fuertes y se corrió dentro de mi. Nos quedamos de pié, exhaustos, empapados en sudor, recuperando la respiración.

Nos vestimos, sonriendo nos dimos un pico y cada uno se fue hacia un lado de la calle. Yo volví al metro... llegaba tarde a mi cita.