Usada y humillada en la oficina de mi Amo
Quería sorprender a mi Señor con una visita a su oficina. Un relato sobre humillación, zorreo y posibles ascensos. ¿Me invitarías a tu oficina?
Tenía el día libre y quería darle una sorpresa a mi Señor. Solían gustarle mis sorpresas, sobre todo porque en ellas salía mi lado más pervertido y a él le encantaba que sacase a la puta que llevo dentro. Me vestí sexy, pero discreta: una falda beige con florecitas con vuelo, bastante corta, y una blusa blanca metida por dentro, con suficientes botones desabrochados como para que se notase que no llevaba sujetador. Tampoco llevaba braguitas ni tanga, y la sensación de eso en el tren era entre excitante y agobiante, puesto que cualquier humedad podía mojar la falda y, al ser clarita, se vería la mancha. Me había comprado unos tacones nude bastante más altos de lo que solía usar. Aunque eran de tacón ancho, los doce centímetros me hacían parecer un ciervo recién nacido, con las piernas estilizadas pero inestables. Tuve que darme un par de paseos por el andén para hacerme a los zapatos, intentando contener los nervios de la sorpresa.
Cuando consideré que era capaz de mantenerme establemente sobre los zapatos caminé hasta la oficina, parándome en cada espejo para revisar mi aspecto: mi pelo largo y rizado cayendo por la espalda en cascada, los ojos ligeramente maquillados y los labios de un rojo intenso que competía con el de mi pelo. En la puerta de la oficina dudé, puesto que tenía el estómago encogido de los nervios, pero me sobrepuse y llamé, esperando a que me abriesen la puerta. Cuando lo hicieron esbocé mi mejor sonrisa de zorra y dije a quién venía a ver. El hombre que me había abierto estaba sorprendido. Me doblaba la edad por poco, tendría unos 45 años, y sus facciones me gustaban. Su barba me daba ganas de restregarme con ella como una perra buscando mimos.
– Soy su jefe, ¿vienes a alguna reunión o…?
– Estoy segura de que le alegrará verme, pasaba de visita. – Di un paso hacia delante, quedando muy, muy cerca de él (después descubriría su nombre, Borja).
Borja carraspeó y me dejó pasar, clavando sus ojos en mi pecho de forma disimulada, aunque yo lo percibí perfectamente. Mis pezones empezaban a marcarse de la excitación, y lo hicieron más cuando entré en la oficina. ¿Era necesario aquella temperatura glaciar, aunque fuese verano? Me froté los brazos y entonces oí una voz femenina a mi izquierda.
– Te falta la chaquetilla, ya les he dicho que este frío no es normal. – La chica sonrió, era más mayor que yo, quizá estaba llegando a la treintena, pero era guapa, guapa de forma natural, con un pelo rojizo como el mío y una altura similar, aunque iba vestida de forma informal. Le sonreí, encantada de tener a otra mujer por ahí.
– Encantada, soy Mía. – Me acerqué para darle dos besos y aproveché para rozar su espalda en la parte más baja.
Para ese momento, él ya había oído mi voz y se había levantado de su mesa, mirándome como si fuese un cazador y yo una presa que acabase de ponerse a tiro.
– Pasaba por aquí… – Dije, relamiéndome de forma rápida los labios, irguiéndome para marcar mis tetas y bajando la mirada a continuación en señal de sumisión.
– Qué sorpresa, esto sí que no me lo esperaba.
– Estás de suerte, íbamos justo a parar para un descanso – le interrumpió el jefe, poniendo la mano en mi espalda y sonriéndome – Podemos invitar a tu amiga a algo, ya que ha tenido el detalle de venir.
Él asintió y yo estaba feliz de ser el centro de atención. Salió un chico más de otra sala, alto, delgado y rubio, con el pelo recogido en una coleta. No me encantaban los rubios, pero me acerqué, le planté dos besos y dejé que disfrutase unos instantes de mi escote mientras me presentaba.
Bajamos al bar de al lado y tomamos un aperitivo. Disfrutamos de una cerveza fresquita y luego dijeron que tenían que volver a subir, pero que podía quedarme y conocer la oficina. Él estuvo todo el rato sentado a mi lado. Colaba la mano por debajo de mi falda y yo levantaba ligeramente el culo para que pudiese meter los dedos entre mis piernas y comprobar mi creciente humedad. Estaba sentada directamente sobre el taburete del bar para evitar mojar la falda, así que cuando me levanté dejé parte de la superficie húmeda.
Cuando volvimos a la oficina Él me puso la mano sobre el muslo. - Ve a alegrarles un poco el día y después ve al baño. Quiero encontrarte de espaldas a la pared, las manos a la espalda y el culo inclinado hacia detrás.
Hice lo que me mandaba. Empecé por Eduardo, el rubio, sentándome en su mesa e interesándome por lo que hacía mientras dejaba que mi falda se subiese poco a poco hasta descubrirme casi en mi falta de ropa interior. Después, despidiéndome con un beso en la mejilla, me acerqué a la mesa del jefe, me senté en su mesa y desabroché un botón más, aunque mis pezones, duros por la temperatura de la oficina y la situación, ya se marcaban a través de la tela. Fue respetuoso conmigo aunque su mirada me recorría de arriba a abajo, comiéndome mentalmente. Yo me incliné hacia él, dejé que mi pelo le rozase y me reí de forma sensual un rato. Después me despedí con la excusa de tener que ir al servicio, pasando por la mesa de mi Señor como una exhalación y entrando en el baño. Me asustaba que pudiese entrar otra persona, pero obedecí. Era un solo baño en la oficina y solo esperaba que la cerveza no les hiciese ir rápidamente al servicio. Me puse de espaldas a la puerta, contra la pared, y arqueé la espalda para poner el culo en pompa, con lo que mi falda apenas tapaba mi húmeda entrepierna desnuda. Puse las manos a la espalda. Y esperé.
Estaba ya cerrando los ojos con la frente apoyada en los azulejos cuando la puerta se abrió, con calma, y se cerró, con calma. Intuí que era Él, pero no lo supe a ciencia cierta hasta que oí un “buena chica” susurrado en mi oído.
– Has disfrutado calentándoles la polla, ¿verdad, zorrita? No tienes remedio... – Sus dedos buscaron mi coño y lo manosearon, haciendo patente mi humedad. Mi subconsciente me traicionó y empecé a mover las caderas hacia delante y hacia detrás de forma leve. – Qué puta eres, mírate...
Gemí suavemente y me cayó un azote en el coño.
– No quiero oírte, perra.
Hizo varias bolas de papel higiénico y empezó a metérmelas en la boca. Me lloraron los ojos de la grima que me daba pero no me aparté. Me llenó bien la boca, no podía apenas emitir sonidos. Me abrió de un solo golpe la blusa, dejando que mis pezones rozasen la pared fría. Los empezó a apretar, y yo me revolvía de placer y dolor según la intensidad. Entonces me hizo abrirme más de piernas. La falda apenas me tapaba nada ya, pero menos me tapó cuando la levantó hasta dejarla apoyada en la curva de mis riñones para apretar bien mi culo.
– Qué pena de culo desaprovechado... – Oí como sacaba un bolígrafo del bolsillo de su camisa y, mojándolo en mi coño, lo metía por mi culo haciéndome abrir los ojos, asustada. Intenté negarme, pero la humedad de mi sexo me delataba. De mi boca caía un hilo de saliva y de entre mis piernas, uno más pronunciado. Mi Señor abrió el grifo para poder descargar sobre mi culo un par de azotes que solo me pusieron aún más cachonda. Me incliné más hacia él, ofreciéndome. No me hizo esperar demasiado. – Imagino que has venido para hacerme de muñeca antiestrés, pequeña... – Asentí, buscándole con mi culo.
Se bajó los pantalones y, sin previo aviso, me clavó la polla en mi coño encharcado mientras metía el bolígrafo en mi culo hasta el fondo. Me embistió contra la pared del baño. Yo estaba ida de placer y sumisión, con los ojos casi en blanco, las piernas temblando de lo que estaba disfrutando.
– No voy a dejar que te vayas sin haber recibido algo a cambio, has sido muy buena puta... – Gimió en mi oído. Sacó el bolígrafo de golpe y me la metió por ese agujero que acababa de quedar libre. Un grito ahogado salió de mi garganta, intenté apartarme, me dolía mucho y me apoyé en la pared, gimoteando de forma ahogada por el papel. Con una mano cogió más papel y me lo metió en la boca sin miramientos, ignorando las lágrimas que me corrian el maquillaje y mi dolor. Me cogió de la cintura y me la clavó hasta el fondo, haciéndome sollozar de forma inaudible. Él lo estaba disfrutando bien.
Me dio unas cuantas embestidas profundas, aumentó el ritmo y, cuando yo empezaba a notar placer, descargó dentro de mí con fuerza y rabia. Cuando terminó, la sacó y, antes de dejarme un respiro, metió el bolígrafo hasta el fondo. Se limpió en mis nalgas y bajó la falda de florecitas, tirando de mi pelo a continuación.
– Yo a lo que venía era al baño, y me he distraído... – Me hizo ponerme de rodillas junto al retrete, desconcertada, abrió la tapa y tiró de mi pelo hasta que mi cara quedó en el centro. Entonces empezó a mear, tirando de mi pelo para que no me apartase. El líquido caliente me caía por toda la cara, acabando con mi maquillaje y la poca dignidad que me quedaba tras haberme humillado. – Una putita muy útil...
Estaba terminando cuando la puerta se abrió y apareció Borja por ella. Yo sólo le vi de soslayo.
– Cuando termines, tranquilo – Dijo, con toda la naturalidad del mundo. Yo quería que la tierra me tragase. Una cosa era zorrearle, pero, ¿esto? El papel que tenía en la boca empezaba a ahogarme y mi Señor me lo sacó para tirarlo al vater. – Calladita, ¿entendido?
Me fui a apartar, pero Él le pasó mi pelo a Borja y se apartó para lavarse las manos, como si fuese normal. Borja se bajó el pantalón y meó en mi cara y en mi boca.
– ¿Lo traga?
– Zorra, trágatelo.
Ante esa orden de mi Señor solo pude empezar a tragarme aquel líquido que olía fuerte y sabía mal. Cuando terminaron me quedé quieta, aunque me soltaron el pelo, apoyada en la taza. Borja se lavó las manos y salió, no sin antes hablar con Él.
– Puedes invitar a tu... amiga cuando quieras. Mañana hablamos de tu sueldo, creo que podemos mejorarlo.
Le dio una palmada en el brazo y salió.
Nos quedamos a solas, y Él me acarició la cabeza. Yo me sentí aliviada de todo.
– Límpiate como puedas y sal. Quiero que ese bolígrafo se clave en tu culo todo el camino en tren. Y espero más visitas como esta, has sido una buena perra. Ah... y córrete antes de salir del baño, moja bien tu culo y tus tetas de zorra con tu corrida. Es un premio.
Me lo tome como tal, y cuando mi Señor salió por la puerta me froté con el picaporte, con el grifo y con todo lo que sobresalía hasta correrme intensamente. Después me mojé con mi corrida e intenté secar algo mi pelo húmedo del pis. Mi maquillaje no tenía remedio así que salí a cara lavada, esforzándome por mantener el bolígrafo en mi culo y con la mirada de Ana, la otra chica, clavada en mí. El asiento del tren y mi falda quedaron empapados tras el trayecto. En mi cabeza sólo zumbaba una frase: Soy una puta y merezco ser usada así.
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