Urgencias

Una primera oleada de semen rebotó contra su paladar mientras ella hundía mi pene todo lo posible en su boca y la segunda oleada entraba directa a su garganta. Hacia tanto que deseaba eso y había esperado tanto que creo que tuve la corrida mas abundante de mi vida.

URGENCIAS

Ella tenía mi teléfono. Lógico. Yo mismo lo había apuntado una servilleta el lunes anterior mientras la ponía sobreaviso de que en caso de urgencia me llamase o me enviase un mensaje. A cualquier hora, cualquier día, algo que parece normal, sobretodo si eres doctor o parecido. Pero ni yo era doctor ni ella era paciente mía. Se llamaba Alba, una compañera de trabajo, la mujer que acudía a mis sueños noche tras noche. La mujer que soñaba fuese mía solo para poder ser suyo. Nos conocíamos desde hace mucho pero apenas habíamos intercambiado unas frases cómplices en todos aquellos años. Peor aquel lunes le di mi numero de teléfono, como el que no quiere la cosa, quizás porque ella, en la cafetería del trabajo, había bromeado tontamente con el calor del verano que estaba comenzando y me había dicho que estaba comenzando a ponerse "enferma de calor" mientras deslizaba su mano derecha desde el cuello al nacimiento del escote. Yo no podía creerme lo que acababa de decirme, lo que acababa de ver, no podía creerme lo que hacían ni aun cuando estaba apuntando mi teléfono en una arrugada servilleta con restos de sobrasada.

Igual que no pude creerlo cuando apareció su mensaje en mi móvil.

"Doctor, necesito ayuda. Estoy muy malita. ¿Vendría a buscarme?". Después una dirección, la puerta principal de unos grandes almacenes en el centro de la ciudad. Miré mi reloj y después salí corriendo para dirigirme allí en coche. Ni tan siquiera contesté el mensaje, tenía la certeza de que no me esperaría, de que solo era una broma. En la absoluta certeza de que yo no podía tener tanta suerte. Posiblemente llegaría y estaría esperando un rato a doble fila para después volverme por donde había venido, tampoco enfadado, los instantes de emoción, aunque resultasen infructuosos, ya me hacían sentir completamente vivo.

Pero me equivoqué. Allí estaba ella, esperando frente a la puerta de los grandes almacenes. Radiante y hermosa, como siempre en los últimos años. Alba es alta, poderosa y decir que es guapa seria simplificar demasiado su encanto. Alba no es una diosa pero tiene rasgos que la convertirían en una vestal. Es entonces cuando a mi me gustaría ser un dios. Sus caderas son poderosas, sus pechos son poderosos, sus piernas son poderosas. Para ser la mujer de un Dios has de ser poderoso. ¿No? Es una mujer casi delgada, pero sin serlo. Una mujer casi hermosa, pero no en exceso, lo justo. Dicen que lo perfecto es aquello que contiene una mínima imperfección, porque así no parece perfecto, pero lo es. Una mujer increíblemente atractiva, eso es indudable. Y allí estaba ella, dentro de unos tejanos ceñidos y una camisa roja también ceñida en torno a sus grandes pechos convirtiéndola en el centro de la mirada de todo hombre que morase el escenario, incluso de las mujeres. Detuve mi coche en la calle y le hice una señal, me temblaba todo. Alba me vio y sonrió tímidamente, quizás para ella era un alivio que alguien vienese a rescatarla de la cohorte de ejecutivos que moraban aquella zona y la devoraban con la mirada. Corrió hacia mi coche y se metió dentro. Olía como siempre. Olía a ella. Un olor indescriptible.

-Doctor –dijo sin mirarme a la cara, parecía muy nerviosa- en serio que estoy realmente enferma.

-¿Mucho? –pregunté yo arrancando el vehículo y encaminándolo hacia cualquier lugar lejos de allí.

Su mano se posó en mi muslo.

-Mucho.

Me pellizqué en mi propia mano para comprobar que no estaba soñando. Dolía. Era real. Ella era real y estaba sentada a mi lado.

-Entonces hay que solucionarlo –dije-. Ya mismo.

La entrada del parking de los grandes almacenes se anunciaba a la vuelta de la esquina. Me encaminé hacia allí y estacioné en el segundo sótano, lo más alejado que pude de la entrada a los ascensores.

-¿Dónde te duele? –pregunté mientras giraba la llave de contacto.

El motor del coche se apagó y nos quedamos en el silencio del parking, un silencio roto tan solo por el chirriar lejano de algunas ruedas patinando sobre el suelo pintado de azul celeste.

-Aquí –respondió ella desabotonándose los dos primeros botones del pantalón tejano dejándome ver su estomago y parte de unas braguitas -o un tanga- de color morado. En ese momento perdí toda razón –si es que la había tenido en algún momento- y sin pensarlo demasiado metí mi mano por la hendidura deslizando hábilmente mis dedos, sorteando el inicio de su tanga –o de sus braguitas- hasta hundirme en la selva de su vello púbico y terminar en la explosión de humedad en que se había convertido su sexo. Ella intentó liberarse pero se lo impedí hundiendo mi mano aun más, mientras continuaba hurgando en su sexo, mojando todos mis dedos, metiendo algunos y deslizando otros por sus labios vaginales, su clítoris, su ano, todo estaba completamente mojado. Después retiré con cuidado la mano de la fortaleza que habían representado sus tejanos y me la acerqué a la boca para lamerlos, estaban salados, algo amargos, pero a mi me parecían deliciosos. Eran los flujos de Alba.

-¿Qué haces? –me preguntó sorprendida.

-El buen doctor debe analizar todos los fluidos… por cierto los suyos son excelentes. Nivel de acidez perfecto. Solo que hay un exceso de humedad que debemos solucionar ahora mismo. Aquí mismo.

Ella me miró y después miro alrededor nuestro, algunos coches comenzaban a dar vueltas buscando aparcamiento. Dos personas caminaban también en dirección a la salida. Estábamos en una esquina de la planta, no demasiado a la vista pero tampoco al resguardo de los curiosos. Había comprendido que iba a suceder, allí mismo, a la vista de cualquiera.

-Ahora mismo –repetí mientras acercaba mi boca a la suya y comenzaba a besarla hundiendo mi lengua en su boca.

Mi lengua se deslizó por sus encías, sus muelas, engarzándose en su lengua, intercambiando saliva, deformando nuestros labios hasta posiciones inimaginables. Una de mis manos se deslizo en el interior de su camisa y le agarré un pecho por encima del sostén. Este movimiento la cogió por sorpresa y se retiró unos centímetros alejándose de mí. No demasiados tampoco, aquel espacio no era precisamente una pista de baile.

-¿Qué sucede? –pregunté- Estás muy enferma Alba…tengo que curarte. Aquí mismo. Debes confiar en mí.

-Pueden vernos –protestó ella.

La discreción no era lo único que le preocupaba a ella. Yo lo sabia. Ambos lo sabíamos. Habíamos cruzado una puerta y ya no había marcha atrás. Ni para lo bueno ni para lo malo. El problema es que nos habíamos adentrado tanto en el abismo de nuestra pasión que ya era imposible desandar los pasos y volver a cerrar la puerta. Pesaba demasiado. Pero estaba bien, era lo que tenía que ser.

-Tu salud ante todo –dije yo volviendo a hundir me lengua en su boca.

Esta vez ella no se retiró cuando mi mano entró en su escote aunque esta vez también mi mano fue mas ágil y consiguió introducirse en la concavidad de su sujetador cogiendo uno de sus pechos tibios y blandos que comencé a magrear con suavidad mientras la besaba. Mi otra mano volvió a entrar en su pantalón y comencé a masturbarla suavemente, con la punta de mi dedo índice deslizándose arriba y abajo por su diminuto clítoris, en círculos, después de nuevo arriba y abajo, en ocasiones pellizcándolo con dos dedos y dando un suave tironcito.

Ella no podía dejar de temblar mientras la masturbaba, cogida de mi cuello y sin dejar de besarme aunque en ocasiones desviaba la vista por si alguien podía vernos. Algunas personas advirtieron dos figuras moviéndose extrañamente dentro de un coche, si… pero no le dieron más importancia. Nosotros estábamos tan fuera de nosotros mismos -quizás a millones de kilómetros- que nos daba igual que una corte de curiosos rodease el coche y nos vitorease. Ya todo nos daba igual. Alba intento separar las piernas pero los tejanos se lo impedían así que se deslizó un poco en el asiento facilitando el movimiento Ahora era ella quien movía sus caderas adelante y atrás, frotándose contra mi mano, marcando ella el ritmo. Estaba completamente fuera de si.

-Voy… voy… a… -comenzó ella.

Entonces me detuve. Saque mi mano de su pantalón y también de su pecho. La mire a la cara. Parecía descompuesta. Había llegado el momento de darle su medicina. Leche bien calentita para mi niña enfermita. Me baje los pantalones liberando mi polla y ya me disponía a cogerle de la cabeza para acercarla, apenas me dio tiempo, su boca ya rodeaba mi pene y una de sus manos masajeaba mis testículos. Realmente sabía como hacerlo. Eso me hizo feliz. Que me la chupen es una de las cosas que mas me gusta en este mundo, que me la chupen bien… es un milagro. Y Alba chupaba de maravilla. Ejerciendo la presión justa sobre mi pene, la velocidad justa, hundiendo mi pene en su boca hasta la mismísima base, aunque le diesen arcadas. Y lo hacia todo con suavidad, con autentico amor. Eso me conmovió. Había ido a curarla y era ella quien ahora me estaba aplicando su cura. Tomé nota mental para devolverle el favor. Alba seguía chupándome y yo deslicé mi mano bajo su cuerpo y comencé a sobar sus pechos, por encima de la camisa. Como dos adolescentes haciendo maldades en el coche de papá.

Ver los rizos de su pelo con los que había soñado tanto tiempo moviéndose al ritmo de aquella mamada, oler su perfume penetrante y tocar sus pechos hizo que mi pene se pusiese como una piedra a punto de estallar. La avisé de que iba a correrme. No quería hacerle la jugarreta de correrme en su boca sin que ella lo supiese. Alba hizo caso omiso y continuó comiéndome la polla, si acaso aun con mayor vehemencia hasta que estallé en su boca, sin poder ni querer evitarlo. Una primera oleada de semen rebotó contra su paladar mientras ella hundía mi pene todo lo posible en su boca y la segunda oleada entraba directa a su garganta. Hacia tanto que deseaba eso y había esperado tanto que creo que tuve la corrida mas abundante de mi vida. Espesos chorros de semen blanquecino resbalaron por la boca de Alba al liberar mi pene y cayeron sobre mi vello púbico mientras ella recuperaba la respiración y escupía un poco más de semen sobre un pañuelo de papel.

-Diablos –dijo ella- casi me ahogo

Yo cerré los ojos y no dije nada. Simplemente disfrute de los últimos estertores del momento mientras de la punta de mi pene escapaban unas últimas gotas blancas que Alba capturó con la punta de su lengua. Después me sonrió, tenía los labios y parte de una mejilla manchada de mi semen, incluso un poco en su nariz. En ese momento me di cuenta de que las cosas no son siempre como uno quiere que sean sino como realmente son. El doctor era en realidad un paciente y la paciente era en realidad la doctora. Quizás dos pacientes, quizás dos doctores. ¿Qué más daba? ¿Acaso los pacientes no hacen el amor entre si? ¿Acaso los doctores no follan salvajemente dentro de un coche aparcado en el sótano segundo de unos grandes almacenes?

Alba metió la mano en su bolso y sacó unos kleneex con los que me limpio el pene y todo el semen que había caído en mi vello y en las piernas, también en el estomago. Después me dio un beso, su boca sabia a mi semen.

-¿Y ahora que doctor? Sigo malita

Miré su cara, aun con restos de mi semen pese a que había intentado limpiarse… estaba excitada. Como una colegiala pillada haciendo maldades en los lavabos del colegio de monjas. Una colegiala cachonda, caliente... la imaginé con coletas. El sueño de cualquier heterosexual que se preciase de serlo.

Alargué mi mano y la cogí de la parte superior de sus pantalones, entonces tire con fuerza mientras ella se arqueaba para que pudiese quitárselos del todo. No le quite la camisa, de repente me apetecía follármela vestida.

El diminuto tanga morado apenas ocultaba su sexo, se lo quité también y entonces ella metió la mano en el bolso y saco un preservativo.

-Mas vale prevenir que curar –dijo sin dejar de sonreírme- debería saberlo doctor.

Su boca volvió a capturar mi pene y en apenas unos segundos ya tenia de nuevo una erección de caballo, entonces ella rasgo la protección del preservativo con la boca y me lo colocó con cuidado, después saltó desde su asiento y se sentó encima mío, cara a cara. Mi pene se deslizó sin apenas dificultad en su coño. Con un sonido peculiar, como una pelota rebotando en un charco de barro. Chof. Chof. La cogí de las caderas y apreté con fuerza contra mi para asegurarme que se la clavaba hasta los mismismos huevos. Le había prometido una cura "a fondo" y a fe mía que se la iba a proporcionar. Ella me besó y entonces comenzó a cabalgar, primero suavemente, mientras yo le acariciaba los pechos por encima de la camisa. Nuestras lenguas volvían a ser una sola y yo se la clavaba cada vez más profundamente. Alba se corrió rápidamente pero yo no dejé de follarla, o ella a mi. Había estado muy enferma y necesitaba una cura de urgencia. Creo que volvió a correrse dos veces mas hasta que yo descargué todo mi semen en su interior, en el interior del condón, vaya. Nos quedamos abrazados, temblando, oliendo nuestro sudor mezclado con su colonia, olíamos a sexo, a buen sexo. Mi pene continuaba dentro de su vagina, cada vez mas pequeño mientras ella besaba mi cuello y yo olía su pelo. Creo que nunca he sido más feliz en toda mi vida como aquella tarde en aquel aparcamiento. Entonces ella me dio un último beso en la boca y salio de mi asiento para volver al suyo no sin antes proferir un desaforado grito de alivio, quizás el sonido del éxito. Alegría. Satisfacción. ¿Que mas daba? Yo sonreí. Ambos nos habíamos liberado de tantas cosas que contarlo aquí seria complejo.

Cuando desvié la vista vi a un guardia de seguridad que se dirigía a nuestro coche alertado por el grito, un tipo grande y desgarbado, vestido con un uniforme marrón y una gorra descuidadamente caída sobre la cara. Llevaba una porra en la mano. Le hice una seña a Alba y ambos nos vestimos como pudimos. Cuando el guarda llegó a la altura de mi coche golpeó con la punta de la porra en la ventana.

-¿Tiene algún problema la muchacha? –dijo señalando con su porra a Alba que estaba recostada en el asiento, con la cara desencajada y riendo de pura felicidad.

-No se preocupe –dije yo bajando un poco el cristal para que pudiese oírme- soy medico

Al menos en aquellos momentos me sentía como tal.