Urgencias

Tocar al timbre del centro de salud a las tres de la mañana y que abra la puerta un médico con el cabello revuelto, cara de sueño, y una enorme erección encerrada en el pantalón del uniforme...

Demasiado excitante para pedirle que parara… aunque sabía que debía hacerlo.

Sentada a los pies de la camilla, con las piernas colgando por la altura, trataba de contener la respiración. Y él, con voz aterciopelada y exigente, me pedía que me relajara y respirara.

-          Cierra los ojos y respira-, me decía, mientras su mano presionaba un punto concreto en mi cuello, dando masajes circulares con un par de dedos. Su otra mano me sostenía la espalda, y evitaba que pudiera alejarme de su contacto.

No había nada en ese momento que pudiera hacer que le retirara la mano.

Sentía su aliento dulce al lado de mi rostro, donde había colocado la cabeza para tratar de controlar la respuesta de mi cuerpo a su maniobra. Y no sé si le gustaba o no como iba resultando la cosa, pero no dejaba de presionarme la espalda, dominante, atrayendo mi cuerpo hasta el borde de la camilla.

Contaba mis respiraciones, o mi pulso, o simplemente me observaba elevar el pecho y tensar la blusa bajo los senos. No me atrevía a mirarlo para averiguar la verdad, porque probablemente si giraba la cabeza sus labios y los míos quedarían tan cerca que sería inútil tratar de reprimir el beso que nos estábamos negando.

-          Respira hondo, y siente mis dedos.

No podía sentir otra cosa en ese momento. Si había llegado a la consulta, a esas horas de la madrugada, era porque no conseguía respirar bien. Disnea, según me dijo el médico tras una primera evaluación. Me había hecho unas cuantas pruebas, entre las que se encontraba auscultarme el tórax mientras yo trataba de controlar mis emociones. Desabrochar los botones de la blusa para dejar expuesta la piel que necesitaba para sus propósitos fue demasiado erótico para que no se hubieran puesto duros los pezones, y no precisamente por el frío.

Hacía, por el contrario, demasiado calor en esa consulta.

Los ojos del médico habían luchado por no bajar hasta los pechos, pero no había podido evitarlo. Un par de vistazos rápidos mientras cambiaba de sitio la campana del fonendoscopio hizo que lo que era evidente para él lo fuera también para mí. Su pantalón se abultó mientras una de sus manos rozaba como por casualidad uno de los pezones, y ambos nos miramos como sorprendidos por el contacto.

Fue la primera vez que tuve que reprimir el impulso de abrir la boca y dejarme saborear por sus labios.

Cuando pasó a auscultarme la espalda, la mano libre la colocó en la parte alta de mi pecho, justo sobre los senos. Nunca una mano me había calentado tanto la piel. Simplemente, dejé de respirar. Mis ojos no podían apartarse del hechizante espectáculo de su mano, sosteniendo mi cuerpo, mientras comprobaba lo acelerado que iba mi corazón en aquellos momentos. Cada suave toque del aparato sobre la piel de mi espalda conseguía que la arqueara, sorprendida de la sensibilidad que había llegado a desarrollar en un momento bajo su tacto. Y cada vez que mi espalda se arqueaba, su palma sobre mi pecho presionaba un poco más, reteniendo mis movimientos.

No pude impedir que la imagen de sus manos aferrando mis hombros invadiera mi mente.

Lo imaginé depositando sus labios en el ángulo de mi cuello, donde empieza a llamarse de otro modo. Un beso húmedo, con la lengua presta a probar el sabor de mi piel temblorosa. Lo imaginé deslizando la lengua subiendo por el cuello hasta llegar a la parte posterior de la oreja, y detenerse allí, para besar el lóbulo, diligente y tierno. E imaginé su mano bajar hasta cubrir por completo mi pecho, tomándose la licencia de pellizcar el pezón, dejándome sin aire, mientras empezaba a susurrar al oído las primeras palabras subidas de tono.

-          Tengo ganas de follarte.

A esas alturas, mi imaginación había conseguido que estuviera completamente mojada. El médico continuaba buscando signos en mi pecho, y yo trataba de no mirarlo demasiado, convencida de que si lo hacía acabaría separando las piernas para que el resto de la inspección la hiciera entre ellas.

Pero la escena que me había hecho ruborizar era, sin duda, la de sus manos aferrando mis hombros, conmigo acostada sobre la camilla, sin ropa entre ambos que estorbara, con su cuerpo introducido entre mis muslos, y su espalda arqueándose en esa primera embestida, lenta y profunda, que le hiciera necesitar aferrarse a mis hombros para permanecer bien dentro de mí.

Y su gemido…

Una voz profunda y ronca, dejando escapar el aire de forma lenta y pausada, a medida que su polla se abría paso en mi interior, llenando el vacío húmedo y cálido que había despertado con su tacto.

Estaba demasiado excitada para que no se me notara.

Y él también lo estaba.

Cuando terminó la auscultación se apartó mínimamente de mí, sin retirar la mano del pecho. Creí haberle escuchado que necesitaba disminuir las pulsaciones de mi corazón, pero las palabras que fue pronunciando se me escapaban de la cabeza mientras ésta se llenaba de las escenas que segundos antes me habían asaltado. Veía sus labios moverse, pero no le prestaba atención. Mis ojos andaban perdidos en su lengua húmeda, que asomaba pícaramente con sus sonrisas, embaucándome.

Me tenía completamente rendida. Podía estar pidiéndome permiso para follarme en aquel mismo momento, y no me habría enterado. Podría estar diciendo que iba a ponerme de pie, a inclinarme sobre la camilla para admirar mi tentador trasero, para luego desnudarme lentamente, dejando caer la falda al suelo, y admirar mis braguitas. Podía estar comentándome que iba a rozar mi vulva para ver si tenía el coñito húmedo, para luego apartar la tela lentamente dejando expuesta la zona que deseaba torturar con su polla. Podía estar contándome que se iba a desatar el lazo del pantalón de su uniforme para abrir la bragueta y sacar su miembro henchido, aferrarlo con una mano para dejarlo justo a la entrada de mi coño, y mientras me sujetaba firmemente por las caderas iba a presionar hasta hacerme sentir toda su virilidad dentro, sin espacio para nada más…

Podía estar pidiéndome que gimiera mientras me follaba, y no me estaría enterando.

Cuando de pronto hizo el gesto para que empezara a abrocharme los botones de la blusa, caí en la cuenta de que no sabía qué había pasado. Mientras mis dedos intentaban hacer lo que él me indicaba intenté concentrarme en saber si me había dado un diagnóstico o si debía seguir observando mi cuerpo durante un rato más. Cuando levanté la vista lo encontré con la mirada perdida en el hueco de mi escote, y me temblaron las piernas.

No abroché el botón que estima la línea del decoro…

Ni el de abajo tampoco.

El médico me observó el rostro, tratando de buscar algún signo que le dijera que se estaba imaginando que lo deseaba, y supongo que no encontró ninguno. Tomó mis manos, que había dejado apoyadas sobre los muslos, y las colocó a ambos lados de mi cuerpo, en la camilla. Dos de sus dedos subieron lentamente hasta mi barbilla, y sin apartar los ojos de los míos tocó mi piel en ese pinto. Los deslizó hasta la garganta, y bajó hasta ese punto donde el sudor se deposita cuando el sexo es violento, y los cuerpos chocan entre jadeos entrecortados con las embestidas de una polla decidida.

Allí, en ese punto, enterró los dedos.

Fue como si los hubiera metido en lo más profundo de mi entrepierna. Así lo sentí, y así se arqueó mi espalda, nuevamente, como si lo hiciera.

Y allí andaba yo, con los ojos cerrados, y sus dedos presionando un punto que se suponía que iba a hacer que me relajara y respirara mejor, y mi corazón se enlenteciera, cuando lo que yo quería era respirar de forma entrecortada por el sexo sin sentido con el médico que a las tres de la madrugada me había recibido medio empalmado y somnoliento en la puerta del centro de salud.

Quería mi corazón desbocado, mientras me follaba sobre la mesa de la consulta, con mis cabellos entre sus dedos, y mis piernas separadas para recibir sus envites una y otra vez, hasta que el mueble chocara con la pared y ya sólo mi cuerpo fuera el que se moviera con su follar salvaje e indecente.

-          ¿No te encuentras mejor?- me preguntó, tan cerca de mi rostro que sentí las palabras acariciarme la piel, como un beso.

Todo lo que fui capaz de expresar fue una negativa con un gesto de la cabeza, sin atreverme a decir que iba mejor, por si acaso retiraba los dedos de mi piel, o su mano de mi espalda.

-          ¿En serio?- preguntó, pícaramente, acercando su cuerpo un punto más al mío.

Llegando a rozarme con su pelvis la cadera colocada en precario equilibrio.

Su polla me quemó a través de su ropa y la mía, y lo sentí duro como sabía y rogaba que estuviera. Tanteó con su cuerpo a ver si ofrecía resistencia, y al no obtener negativa tomó valentía y comenzó a frotarse contra mi cadera, lentamente, arriba y abajo, mientras sus dedos continuaban ejerciendo su magia bajo mi garganta. No recuerdo en qué momento su mano en mi espalda aferró mis cabellos, tirando de ellos para que mi cabeza fuera hacia atrás y expusiera la piel que deseaba. Sé que acto seguido retiró sus dedos y su boca fue a suplir la ausencia de ellos, lamiendo con lengua experta la zona que de forma tan poco decente había calentado con los dedos.

Tampoco recuerdo el momento en el que empecé a jadear sin remedio, escuchándolo a él hacerlo, mientras continuaba con su lento movimiento de pelvis contra mi cuerpo. Desde abajo, como si con la polla quisiera recorrerme el muslo, la cadera y la cintura, se disponía una y otra vez a frotarse. Y lo hacía como si me follara, profundizando, oprimiendo mi cuerpo contra el suyo, sin dejar espacio entre ambos. No era un roce sutil, me follaba contra la piel, aunque hubiera ropa.

Por supuesto, tampoco recuerdo el momento en el que su mano bajo a separarme las piernas.

Los dedos se metieron en medio de mis muslos, y me obligaron a moverlos para ofrecerle la parte de mi cuerpo que deseaba. Y yo, que lo deseaba más todavía, dejé que arrastrara mi muslo sobre la camilla para que la falda se hundiera entre ellos. La levantó y la sujetó para exponer a su vista mis bragas, y allí encontró la mancha de humedad que tanta vergüenza me daba mostrarle. Con los nudillos pasó los dedos sobre la zona donde supuso que merecía más atenciones, y mi clítoris se hinchó al instante. La espalda volvió a arquearse, pero controló mi cuerpo con la mano aferrada a mis cabellos, y sus dientes clavándose en mi cuello.

Sin embargo, recuerdo perfectamente en momento en el que apartó la tela de mi entrepierna, y aferró el clítoris con dos dedos expertos, buscando mi respuesta. Gemí al techo, mientras mis muslos se estremecían. Las manos se me cerraron en puño a ambos lados de mi cuerpo, mientras su polla continuaba frotándose contra mi costado, cada vez más mojada. Y sus dedos, simplemente, se perdieron entre mis pliegues, jugando con ellos, pellizcando, acariciando y palmeando la zona completamente encharcada.

-          Delicioso…

No sé si sentía más sus dedos o su polla, o su lengua recorrer la zona intermedia de mis pechos, para ir a buscar luego un pezón que apresar dentro de la boca. Me chupó ambos como si lo necesitara para vivir, mientras sus nalgas continuaban con su bamboleo contra mí, y sus dedos me torturaban, a punto de arrancarme un orgasmo.

Y cuando estaba a punto de correrme, ya sin remedio, empezó a follarme con los dedos. Los sentí rudos, infinitos y enormes dentro de mi coño, y los envolví con la fuerza que dan los espasmos justo cuando estás a punto de explotar, gritando. Los metió y sacó como si fuera su polla la que me follaba, con apremio y dureza, chocando con el fondo como no lo había hecho nunca una verga. Cuando mis gemidos se elevaron me clavó los dedos tan hondo que podía haber incluso dolido, pero su boca fue a tapar la mía para respirar el aire que necesitaba descargar con el orgasmo. Su mano liberó mis cabellos, y sujetándome por la cintura se frotó contra la cadera de forma violenta, sintiéndolo gemir también en mi boca, mientras le llegaba a él el orgasmo y sentía mojarse la tela de su ropa y la mía con el último empujón.

Tampoco recuerdo el momento en el que sacó los dedos, y se apartó un poco de mi lado.

Lo que sí recuerdo es que al poco tiempo de correrme respiraba bien, no sentía presión en el pecho, y la taquicardia había desaparecido.

Tendría que preguntarle si atendía por consulta privada…

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