Untitled II

Femdom en galería de arte

“TOC TOC TOC TOC TOC TOC. El ruido de aquellos tacones sonaba terrible y autoritario. Era como si la cabalgata de las valkirias se hubiera puesto medias negras y tacones de aguja. Aquella pelirroja era más temible que una horda de vikingos o que un escuadrón de cazas Bell dispuestos a soltar su carga de napalm en plena selva. Al nylon le seguía un vestido de negro vinilo que se le pegaba y le hacía unas caderas escurridizas pero irresistibles al tacto. En la mano izquierda llevaba una bolsa negra de como de médico antiguo y en la derecha tiraba de la cadena cuyo extremo acababa en mi cuello.

-“No tendrás frío rubito, no te preocupes”- Me había dicho antes de entrar y obligarme a desnudarme quedándome en vaqueros y habíendome despojado de zapatos, calcetines, camisa y abrigo.

-“En este museo tenemos el suelo calefactado, gracias a unos fondos que ciertos donantes anónimos han tenido el gusto de otorgarnos después de haber mantenido ciertas provechosas negociaciones con ellos” Lo decía mientras blandía una fusta larga que cortaba el aire cual florete de esgrima.

-“En la próxima sala vas a tener que entrar de rodillas y usando las manos perrito”. Lo dijo mientras amablemente golpeó mis piernas por detrás obligando a ponerme de rodillas. Entré usando ambas manos para poder mantener el equilibrio sobre una moqueta que era bastante desagradable al tacto. Me dio un golpe en la cabeza mientras me obligaba a mirar hacia abajo. Cuando al fin me permitió mirar hacia arriba, estaba en el centro de esa sala y allí estaba ella, mirándome dulce pero severa, triste pero orgullosa.

Para tener 165 años aquella mujer lucía un físico impresionante. Su completa desnudez estaba rota solo por la presencia de un solo zapato cuyo significado parecía encerrar aquel enigmático semblante. Sus pechos eran redondos y exuberantes, su cuello una delicia y probablemente su bajo vientre encerraba los aromas del jardín de las delicias. Se llamaba Olimpia y su nombre se lo había puesto un tal Charles Baudelaire. Manet la había pintado en 1863 y ahora descansaba en aquel museo gracias a la influencia de ciertos millonarios y por ende la de aquel diablo de pelo rojo que me tenía ahora bocarriba con la punta de su pie metida en mi boca.

“Así rubito, así. Poco a poco. Que se note que disfrutas. Pero recuerda no quiero ver eso empalmado en ningún momento sino conocerás mi cólera.” Lo cierto es que me estaba costando horrores aguantarme. Como paso previo se había quitado la falda y la había dejado tirada en el suelo, dejando al descubierto su total desnudez púbica. Su vulva era blanca y rosada con un aspecto muy apetecible de tocar, lamer y mordisquear. Aunque aún no se me estaba permitido.

La fusta empezó sus movimientos repentinamente, uno, dos y hasta tres golpes seguidos en uno de los costados. Creí por un momento morir de placer, ¿Qué brujería era aquella? En la vida había pensado que algo así podría llegar a darme morbo. No sabía si era el cuadro, el museo, el vino de la cena, o el simple encanto femenino que desprendían todos los poros de aquella blanca piel.

“Ahora es el momento rubito, sácatela y dame una buena erección” Al sacarla me dio un par de golpes de fusta, suficientes para que aquello se me pusiese como el cemento mientras ella reía. La punta de su pie ahora describía círculos en mi pecho y aquello me estaba matando de gusto y se ve que a ella también pues su sonrisa se había transformado en una ligera mueca de placer, tan ligera que era imperceptible. A continuación, su pie bajó hacía mi pene y con su planta recorría la parte posterior desde el escroto hasta subir por el falo lentamente. El tacto del nylon era matador y la tenía que me iba a explotar.

“Ni se te ocurra rubito…..No quiero ni una gotita fuera….Ese líquido es de mi propiedad y vas a hacer con el lo que yo te diga”, decía mientras me pegaba aun más fuerte con la fusta en ambos costados.

“Mmmmmm”

A continuación se sentó en un banco que había en uno de los extremos de la sala. Sus piernas negras enfundadas en aquellas medias negras la conformaban como una letra m irresistible, en el centro aquella vagina que deseaba ser devorada. Tiró de la cadena hacia ella y mi lengua empezó a subir por el lado interno de su pie. Pantorrilla y rodilla enfundada en nylon fue la siguiente etapa, el tacto del tejido me ponía malísimo mientras ella suspiraba. A continuación vendría la parte más jugosa. El trazo descentente de aquella m hacía que empezase a percibir el olor penetrante de su sexo conforme llegaba al final de aquellas medias. Inconscientemente y llevado por una fuerza que parecía superior a mí, mis movimientos se hacían cada vez más lentos, era como si quisiera eternizar aquel momento. Estaba en el paraíso.

Poco a poco llegué al final del elástico y, con la lengua, empecé a describir círculos alrededor de éste mientras recorría la cara interna del muslo. En principio eran pequeños, conforme se iba ampliando el diámetro su boca empezaba a abrirse y sus ojos a cerrarse. Un pequeño gemido de placer se le escapó.

Repentinamente, como tirada por un resorte la mano derecha impactó contra mi cara.

“No te pases de listo rubito”. A continuación se levantó y me hizo tumbarme bocarriba. Aquellos tacones volvieron a avanzar hacia mí y se detuvieron a ambos lados de mi cabeza. Desde abajo, la visión de aquellas rotundas piernas me la volvió a poner dura de nuevo y aquel sexo húmedo y depilado hizo que abriera la boca y sacara la lengua como queriendo comer y chupar. Poco a poco aquella ostra fue bajando hacia mí.

“Ahora me vas a demostrar tus habilidades guapo” Y se puso en cuclillas sobre mi cara. Y la luz se apagó para mí, puesto que aquellas piernas y trasero apenas me dejaban ver. Como sus piernas presionaban mis orejas, estaba sensorialmente aislado cual preso de Guantánamo. Solo me quedaba el sentido del gusto y, Dios, el gusto si que era mío. Estaba muy limitado de movimientos, pero no hacía falta, ella sabía en todo momento donde quería aquella lengua que iba de un agujero a otro según su antojo.

“Quiero tu lengua en mi culito y con toda la ternura del mundo”, decía mientras pasaba la fusta cariñosamente por mi pecho. De vez en cuando emitía algún gritito de placer que solía coincidir con golpes que me propinaba, sin embargo mi cerebro no procesaba el dolor, mi cabeza solo podía pensar en darle a aquella mujer la mejor comida de culo de su vida. Estaba claro que a aquellas alturas de la película había perdido todo atisbo de voluntad propia y estaba a merced de sus impulsos sexuales.

“Ahora quiero que des lo mejor de ti en otro sitio, veremos a ver si mereces la pena” Y dicho esto se arrodilló y sus muslos me taparon las orejas. Y su clítoris se pego a mi boca impidiéndome apenas respirar, solo podía lamer, lamer y lamer esperando que aquella fiera se corriera y me dejase respirar.

“Ahhh, Ahhhh, Ahhhh” comenzó a gemir de manera acompasada, mientras sus dulces fluidos empapaban mi cara, barba, cuello. Conforme más placer le daba, más fuerza hacía con los muslos y más me afixiaba. Llegué a un punto en el que las luces, sombras y ruidos se mezclaban como en un sueño debido, supongo, a la falta de oxígeno. El volumen de flujo aumentó de golpe, lo que me hizo pensar que saborearía un orgasmo suyo dentro de poco. Y efectivamente aquello ocurrió. Y ella gritó, y creo que gritó mucho puesto que podía oírla como aquellas veces que bajo el agua del mar puedes oir los ruidos de fuera, como un leve susurro, como el canto de las sirenas.

“Y ahora vas a ser un buen potro para mí, rubito” Aprovechando mi erección – quién no iba a tenerla dura como una roca después de aquello- y siguiendo un movimiento continuado se sentó encima de mí dándome la espalda y se introdujo mi pene lentamente pero seguido, entrando este último como una pieza perfectamente engrasada. Empezó a moverse poco a poco de arriba a abajo mientras mis manos se situaron en aquella divina cintura.

Con un movimiento brusco se zafó de mis manos y me golpeó el costado como si de su montura se tratase.

“¿Aun no te has enterado de lo que ocurre verdad?, aquí y ahora solo existen mis deseos y tú estás aquí para complacerlos. Así que de momento solo me interesa tu rabo y tu capacidad para mantener una erección que yo necesite. Yo se me mover sola, bonito”. Y dicho esto se la encajó a fondo mientras a mí se me escapaba una lágrima de placer. El ritmo en todo momento lo llevaba ella y aquella cadencia era hipnotica. De la misma manera que el ruido que hacía mi pene en aquella húmeda vagina encajándose hasta adentro y volviendo a salir. Cuando notaba que me calentaba en exceso, bajaba el ritmo y me pellizcaba un par de veces los pezones. Cuando notaba que me enfriaba, subía el ritmo y gemía como una posesa. Todo claro está sin llegar a correrme, pues no me estaba permitido. Y por supuesto sentada en cuclillas sobre mi pene sin apenas tocarme. Era lo único que le interesaba en aquel momento.

“Me voy a correr, pero a tí ni se te ocurra” Dijo jadeando, y dicho esto gritó, y aquel grito rasgó por la mitad el silencio de aquel viejo museo de una galería a otra. Como la tela vieja cuando se rompe, aun había que hacer algo de fuerza en los extremos, y eso es lo que ella hizo con sus uñas en mi pecho. Un par de lágrimas se me escaparon, más por retener el semen dentro de mí que por otra cosa. O quizá porque sabía que aquello ya se estaba terminando.

Sabiendo su victoria, se levantó altanera y tirándome del pelo me volvió la cara hacía Olimpia, de la cual casi me había olvidado. De repente, tuve una revelación. Ahora entendía aquella pintura. Aquella mujer se sentía orgullosa de lo que era. Sí, era una prostituta y, por lo tanto, su estatus social de lo más bajo, pero el porte orgulloso y desafiante de aquella figura, su mano ocultando su feminidad y dejándosela disfrutar solo a quien ella quería, la hacían poderosa y extremadamente femenina. Al final todo se trataba de eso.

“¿Ves lo que lleva Olimpia en el cuello? Pues adivina que es lo último que quiero de ti….”

Para sugerencias e inspiraciones varias maynardcito@yahoo.es