Untitled I
Recuerdos borrosos de una noche inolvidable
Los recuerdos de la noche anterior no paraban de dar vueltas alrededor mío mientras me despertaba en la cama. Su olor, ese olor se me había quedado dentro, muy dentro. Ese olor que en otra persona no me habría dicho absolutamente nada ahora me estaba quemando, consumiendo lentamente como si tuviera una reserva eterna de combustible.
Recordaba la primera vez que me vino, lo tenía delante mía, el envoltorio, muy bello, de encaje con adornos rosados el cual tuve que apartar y retirar a un lado con ansia y haciéndolo una bola como si fuera el vulgar envoltorio de un chicle. Alrededor de su vagina la piel estaba abultada y suave como deseando ser tocada y amasada. En ese momento volvió el olor enervándome, haciéndome devorarla abducido como en trance del cual no quería despertar. Mis manos, a la vez, visitaban otras regiones, amasaban, pellizcaban, agarraban allí donde su sensibilidad lo hiciera necesario. Era un combate a muerte, sin tregua y yo solo admitía un tipo de rendición, la suya, la cual llegó, tras un triunfal gemido, al cabo de un rato de tira y afloja y sin derramamiento de sangre alguno, aunque sí de algún que otro fluido.
Me levanté, desayuné y me puse a hacer mis quehaceres matutinos, todo era desorden a mi alrededor, hacía un día azul inmaculado pero en mi mente reinaba la tormenta y el caos. Tenía aquella frase famosa de Bukowski sobre dejar que te maten rondándome la cabeza cuando cogí la camisa y le miré el cuello, una mancha roja delatora puso otra vez mis recuerdos en funcionamiento.
Recuerdo besar aquellos labios rojos como un poseso - creo que en un sofá- no podía parar. Labios, cuello, todo parecía impregnado del mismo veneno. La desnudé tan rápido y de manera tan efectiva como pude dada mi excitación, piel blanca, blanco Poe. Me miraba desde abajo con los ojos cerrados, los labios entreabiertos, su carita de niña buena, sus labios de oveja descarriada, moviéndose levemente de un lado hacia el otro como si interpretara una danza diabólica pero muy sexy. Estuve un momento disfrutando de aquella visión celestial (no sabría decir si estaba entre el cielo y el infierno) para por fin romper el hechizo con un “¿vamos a la cama no?”
¿Cómo puede ser que la eche tanto de menos? Mierda! Y seguía dándole vueltas a aquel café mientras miraba el móvil de tanto en tanto. Normalmente solía tomar un par de ellos, pero aquel ya era el tercero al cual seguiría el primer pacharán de un Jueves. El color de aquella bebida me recordaba a las gafas de Gary Oldman en Drácula y su dulzura también me recordaba a mi criatura del inframundo favorita.
Me miraba desde abajo en una pose muy felina, sus manos apoyadas sobre las sábanas pareciendo coger impulso para abalanzarse sobre cualquier ratoncillo imaginario. Atacó de frente y mientras clavaba parte de sus garras me engullía sin parar lo que había venido a buscar. Ese precisamente fue el punto de no retorno, sentí que la mente se me nublaba, las piernas me temblaban y su boca me atrapaba. Aproveché ese momento para sujetarla de la cabeza y atraerla más hacia mí, sin forzarla pero decidido. Ella no hizo ni una muestra de rechazo y se siguió encajando hasta casi el final mientras yo me sentía desvanecer y me iba dejando un par de gruñidos cavernarios. Ella se separó de golpe provocando un torrente que manchó sábanas, labios, pechos…
El móvil no paraba de vibrar, pero nada interesante, gente insulsa con sus insulsos problemas, memes tontos, felicitaciones de año nuevo….En los escaparates de las jugueterías los niños participaban con sus padres de la estafa colectiva navideña. Las luces y los sonidos de los villancicos seguían interpretando su particular ópera siniestra. Seguía andando mientras una luna rojiza asomaba por el horizonte.
La visión de aquella hembra a cuatro era probablemente lo más bello que había visto nunca. Los glúteos eran redondos, duros, impasibles ante las acometidas a las que los estaba sometiendo. Empecé a acelerar el ritmo mientras ella gemía como una posesa, en mi vida había oído a alguien gemir así. Sin embargo, en aquel gemido había algo que se te quedaba en el oído y que era dulce como la miel. Moría de amor y lujuria.
Qué tarde era ya para huir! La empujaba con tanta fuerza que parecía querer romperla por la mitad. En un momento dado ella se calló hacia delante quedando bocabajo y dándome la espalda. En esa misma postura la seguí y me coloqué encima mientras empujaba hacia el fondo y la llenaba hasta el último rincón mientras emitía mi última exhalación. La corriente fluyó y yo me sentí morir y resucitar en cuestión de segundos.
Entre unas cosas y otras me dieron las 3 de la mañana, era ya tarde y el frío y el alcohol ya hacían mella en mí. Me quité los guantes y pulsé el botón de llamada….
Continuará....
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