Unos baños de París.

Nada más entrar, vi que allí había algo raro.

Joder, menuda pateada nos estábamos metiendo ese día paseando por París. Ya eran las siete de la tarde y estábamos medio borrachos, con ganas de comer algo y, sobre todo, con unas ganas tremendas de hacer pis. Pero ya habíamos tenido que buscar un sitio para mear por la mañana…

Empecemos por el principio. Estaba con mi novia en el primer viaje que hacíamos como pareja. Aterrizamos esa misma mañana, muy temprano, y camino del hotel mi chica se meaba un montón, así que entramos en uno de esos enormes centros comerciales del centro. Casi todas las tiendas estaban aún cerradas y yo me quedé con el equipaje mientras ella buscaba un baño. Tardó un montón pero no me importó: como había WiFi gratis, me conecté y empecé a ojear Grindr a ver si había algún niñato vicioso por los alrededores. Buen panorama: algún mulatito rico y algún otro morboso. Me dio tiempo a saludar a un par de ellos antes de que mi chavala regresara. Fuimos a desayunar y a instalarnos en el hotel. Mamada, comida de coño, follada y a la ducha, que había que ver la ciudad de la luz.

Pasamos un día genial paseando por mil avenidas, visitando sitios turísticos, pero intentando perdernos por otros rincones más auténticos de camino. Comimos y bebimos (sobre todo bebimos) y, a la salida del museo D’ Orsay estábamos como dije al principio: con unas ganas tremendas de hacer pis. Al volver del viaje alguien nos comentó que en Francia están obligados a dejarte usar el baño en cualquier bar, pero esto no lo sabíamos aún. Así que, como estábamos cerca del centro comercial donde mi novia había meado por la mañana, fuimos hacia allí.

Ahora sí que había gente por todos lados. Yo estaba bastante perdido, pero Marta tiene muy buena orientación: giró un par de veces, bajó un par de pisos y llegamos a un pasillo muy amplio que llevaba a los WC. Ella tiró hacia el de chicas y yo al de chicos. Nada más entrar, vi que allí había algo raro. Salvo una vez que me pasó algo en unos meaderos (ya os lo contaré en otra historia), nunca había ido de cruising a baños públicos ni nada de eso. Pero aquí había mucha gente para estar solo echando unas meadas… Nada más entrar a un lado estaban los lavabos, más al fondo una entrada a un pasillo que tenía a un lado las cabinas con puertas y al otro una pared con dos entradas a otro recinto que tenía sus cuatro paredes llenas de meaderos. Y de tíos.

Yo estaba erotizado porque me habían contestado al Grindr los chavales de por la mañana y, en los ratos que mi chica no se daba cuenta, habíamos intercambiado fotos cerdas y charlado en inglés de lo que nos apetecería hacer juntos. Así que olí el sexo nada más entrar al recinto de mear. Habría como seis urinarios en cada pared larga y otros tres en las cortas. Y había cuatro o cinco puestos libres. Vi uno en la esquina del fondo, al lado de un chaval de unos veinte años con el pelo largo, camiseta sin mangas, gorra y pantalones cagaos. Un poco bakala. Además, parecía que iba un poco borracho. Así que no me lo pensé más y fui para allá. Me saqué la chorra, que estaba un poco morcillona, y empecé a mear a saco porque de verdad que me hacía mucho pis. Aproveché para separarme un poco y que pudiera ver el chorrazo que yo estaba echando, mi capullo y mis huevazos bien gordos. La verdad es que yo estaba nervioso porque no sabía bien cómo funcionan estas cosas, así que no giré la cabeza para mirar ni nada; estaba un poco pasmado. Pero el tío, que iba más borracho de lo que parecía, se separaba y se acercaba al meadero con su rabo de la mano, que estaba morcillón, ¡y que no estaba soltando pis! Ya estaba todo claro. Por si fuera poco, el niñato cogió y se agarró al separador de madera (pequeños y cortos: el que había diseñado esos WC sabía lo que se hacía) que había entre su urinario y el mío. Yo ya había acabado de mear y me estaba sacudiendo la chorra despacio y en toda su extensión. Estaba creciendo. Por fin, miré al chaval y vi como estaba fijándose sin pudor en mi cipote y relamiéndose en plan súper cerdo y mazo borracho. No sé cómo ni por qué, pero me metí la polla al pantalón, me abroché el cinto y empecé a salir de allí.

Al pasar al lado de otros “meones” vi a un tío con el rabo a tope. Y se lo estaba enseñando a un chaval oriental que tenía un morbo de la ostia: alto, piel canela... y que pasó de mirar el pollón del tío, a cruzar la mirada conmigo, a bajar la cabeza como avergonzado hacia su propio espacio personal. Yo también estaba disimulando y nervioso pero, como había que pasar por las cabinas con puerta, vi una libre y me metí. Dejé la puerta entreabierta. No sabía muy bien por qué lo hice ni de qué iba la historia, pero al poco el bakala borracho se puso delante, me hizo un gesto con la cabeza y le dejé pasar.

Cerramos con pestillo y a partir de ahí ya no hubo ni vergüenza ni ostias. Nos pusimos a comernos la boca con hambre de lobo. Se puso a sobarme el rabo, que ya estaba poniéndose bien gordo. Le metí mano por debajo de sus calzoncillos verdes que iba enseñando con esos pantalones anchos y empecé a sobarle bien el culazo. Joder, qué rico… ¡estaba todo sudado! Me empezó a gemir al oído en bajo. El aliento que tenía era de ir bien borracho, así que le di la vuelta, le agarré de la cintura y le acaricié la espalda. La muy puta se puso a frotar su culo con mi rabaco como si bailara en una barra americana, apoyado en la pared del wáter. No pude más y le bajé toda la ropa dejando al aire un par de nalgas bien prietas y sin nada de pelo. Solo tenía un poco, lo justo, en la rajita del culo alrededor del ojete. Lo vi al separarle bien los carrillos. En otra ocasión se lo hubiera zampado todo entero, pero como él tenía bien sudadito el agujero y yo tenía un poco de prisa porque mi piva ya estaría echando un vistazo a alguna tienda de ropa ahí fuera, le metí el dedo corazón firme y sin pausa hasta adentro. El tío cabrón se quedó un instante sin respiración, pero cuando empecé a mover el dedo dentro de él, empezó a balbucear y a suspirar. Le tuve que comer la boca por detrás para que no hiciera mucho ruido. Aunque con la cantidad de maricones que habría en ese baño, no creo que hubiera pasado nada. Su labio superior estaba muy sabroso por el sudor; ya tenía bien cerdo a ese niñato. Quería darme de saliva en otro par de dedos para abrirle bien antes de empezar a follármelo, así que le saqué la mano del culo. Sorpresa: me había manchado de mierda y ni lo había notado. A ver, en otra situación y con otra persona tal vez ni me hubiera importado: soy un puto cerdo y hasta le he llegado a comer el reglote a lametazos a mi novia. Pero allí, con la borrachera que tenía aquel chaval y con el tiempo justo, me cortó el rollo. Cogí papel higiénico, me limpié el dedo, dije algo así como “we’ll meet again”, él contestó algo así como “stupid!”, al salir me lavé las manos en la zona de los lavabos y al llegar al pasillo del centro comercial aún no había llegado mi chica. Perfect.

La verdad es que no había pasado tanto tiempo. Ella salió al cabo de un par de minutos: “estando de viaje los baños limpios hay que aprovecharlos siempre”, me dijo entre risas. “¡Ya te digo, nena, ya te digo…!” le contesté.

Lo que yo no sabía es que al cabo de un rato, después de hacer algunas compras y beber algún vino más, volvería a estar acompañado en esos WC tan movidos. Pero si queréis que siga contando esta historia basada en hechos muy reales, manifestaos y animadme, que soy nuevo aquí y me ha llevado un buen rato escribir esta.

¡Saludos!