Uno de tantos relatos sobre la redención, 9

“Eso es lo peor, cuando dicen que los decepciono, como si no tuviera derecho a meter la pata de vez en cuando”. Elizabeth Eulberg

CAPÍTULO XVIII

FUNDIDO EN NEGRO

24 de diciembre de 2017

Hoy la encontraría en el bar. Estaba seguro. Por muy pocas ganas que tuviera de verme, sabía que Lara acudiría hoy a su local. Era nochebuena y no podría dejar  su negocio abandonado.

“El Juli” necesitaba a su dueña para funcionar. A pesar del dolor que sentía, a pesar de la humillación que podía suponer para mi ego, decidí volver al día siguiente. Y al siguiente. En vano. Lara no apareció. Me lo esperaba, pero eso no redujo en absoluto la decepción que sentí cuando apareció la camarera que tenía contratada para atender esos dos tristes días.

-¿Sabes si va a venir hoy Lara?

-Lo dudo mucho, “quesito” – me respondió aquella empleada dejando plena constancia que el mote asignado era “vox populi” entre la parroquia de aquel bar de copas.

-¿Por qué me llamáis “quesito”?- inquirí con cierto hartazgo.

-¿No te lo ha contado Lara?

  • No, no me ha dicho nada. Se limita a decirlo y poco más.

-Pues si no te lo ha dicho ella, no voy a ser yo quien la cague.

Desistí. Al fin y al cabo ya no me importaba. Fue precisamente el haberle dado tanta importancia al apodo lo que hizo que Lara se alejara de mi persona. Me molestó el mote, esa es la pura verdad. No entendí que había personas que se conocían por los apodos. Pensé que era degradar a un individuo. No supe entenderlo.

Había perdido a Lara. Era muy consciente de eso pero tampoco es que me importara mucho. Claro que afecta, faltaría más, pero, muy en el fondo, sabía que esa relación no iba a prosperar. Tarde o temprano habría finalizado.

“Mejor ahora que más tarde, cuando no pueda separarme de ella ni un instante”

Ya había pasado por eso y casi pudo conmigo. Recordé el vacío, la angustia, el esfuerzo que me costó superar mi soledad. Dejar atrás la sensación de vivir en un desierto ancho, inhóspito, acostumbrarme a no estar cómodo en mi propia casa. Todo me era ajeno, era un espacio extranjero, desconocido, doloroso.

Sí, agradecí que mi relación con Lara tuviera un fin. Pero no tenía por qué ser un fin amargo, y eso era lo que quería manifestarle a esa muchacha que me había salvado. Quería disculparme, decirle que fui un estúpido insensible, que mi comportamiento no tenía ninguna excusa. Solo necesitaba encontrarla y hoy, lo conseguiría. Ya lo he dicho al principio, estaba seguro.

Entró al local, radiante, preciosa, atractiva, sugerente y ciento veinte adjetivos que se me ocurrirían sin dudarlo un instante para describirla. Qué hermosa estaba, tanto, que me convertí en un chiquillo tímido, temiendo la reacción de ella mientras se acercaba a la barra.

-¿Qué haces aquí?- me interrogó con un semblante adusto- creía que esto estaba por debajo de tu nivel.

-Lara, yo…

-¿Tú, qué?

<

Por favor, Lara, solo te pido eso. Permíteme poder pensar que soy amigo tuyo. Aunque pienses otra cosa. Miénteme y dime que no ha pasado nada, que todo está bien, con eso me conformo.>>

-No dices más que tonterías, Mateo.

-Es posible que para ti sean tonterías, pero para mí es muy importante. No soportaría pensar que me odias, que te soy ajeno.

-No te odio. Eso nunca, pero quiero que sepas que lo que dije iba en serio, Mateo. Esto es lo que soy, esto es lo que quiero ser y no voy a cambiar. Ni por ti, ni por nadie.

-¿Ni por Puertas?- pregunté sonriendo- lo digo de broma, Lara. Como amigo.

-Puertas me quiere así. Si cambiara no me querría.

-¿Tú crees que Puertas te quiere?

-Sí, lo sé.

-¿Entonces qué pasa?

-Que el que no sabe que me quiere es él, pero lo sabrá. Solo dame tiempo.

Entonces, comenzó una discusión detrás de mí, que fue elevando su tono de violencia y agresividad. Algo que no supe identificar.

Por lo que yo sabía hasta ese preciso momento, en un rincón del local se hallaba sentada una chica joven, de etnia gitana, muy emperifollada hablando con un muchacho poco más mayor que ella. El chico, un tipo más o menos alto, con melena recogida en una coleta, barba y perilla y ataviado con los típicos vaqueros y camisa negra con cazadora vaquera también, estaba tomando un mini de cerveza y le entregó un refresco de cola a aquella damisela.

Una escena normal y corriente de lo que es el preparativo a un cortejo. Pero, de repente, entraron diez o doce gitanas y empezó un absoluto caos que amenazó con absorberlo todo. Se dirigieron hacia aquella jovencita y comenzaron a golpearla, tirándole del pelo, golpeándola en la cara, dándole patadas sin que pareciera que eso fuera a detenerse en algún momento, tal era la brutalidad de la acometida.

El caso es que no supe valorar  adecuadamente la situación, ni sus efectos. Solo pensé que podría apuntarme un tanto, no sé, quedar bien ante Lara. Demostrar que yo también era capaz de salvarla dos veces como aquél tipo cutre. Esa era mi intención, no había ningún sentimiento altruista o solidario, solo vanidad. Cuando era pequeño y quería impresionar a una chica cogía mi bicicleta y circulaba cerca de su casa, esperaba pacientemente a que se asomara a la ventana y, si tenía suerte y dios se mostraba propicio a mis intenciones, me montaba en mi bici, bajaba la cuesta a toda velocidad y soltaba una mano del manillar, y luego otra. Esa venía a ser mi demostración. Más de una hostia me di con la dichosa bicicleta por hacer el memo.

Como no tenía bicicleta aquella noche lo que hice fue ponerme justo, justo en el medio. Como si eso fuera a parar a esa jauría de golpes e improperios. El resultado, oh, sorpresa, fue el mismo.  La vida te da hostias para escribir tu historia. Aquél día la vida escribió tres o cuatro volúmenes de la mía, y todas fueron con sangre. Oí la voz de Lara advirtiéndome a gritos: ¡No Mateo, ni se te ocurra! Pero yo estaba imbuido del espíritu de Héctor, de Roldán, de Sigfrido, Lancelot y Spiderman. Sería como Puertas, me enfrentaría y saldría victorioso.

Me equivoqué,… mucho.

No, no era Héctor. No era Sarpedón, ni Glauco. No me esperaba un final heroico, muy al contrario, caería como Orfeo ante las ménades. Entré al conflicto pensando que mi gesto sobrio, mi buen traje y mi intelecto racional no solo detendrían la violencia sino que, a mayor abundamiento, obtendrían el beneplácito de aquella mujer. El plan era perfecto, una sola voz y todo, mágicamente, se calmaría.

Ya.

A priori, todo parece que va a salir perfectamente hasta que descubres que tu voz les importa tres cojones a la horda calorra. Y, claro, luego todo es descontrol, y hostias, insultos, agarrones, y más insultos, y tu cuerpo cede. No es que te duela, no, es que tu cuerpo cede y tú no comprendes por qué. Joder, si tampoco es que te estén dando tanto, no sientes dolor (luego lo sentirás, pero en ese momento no sientes nada) apenas unos golpes pero tu cuerpo se va agachando, poco a poco, ante la presión, luego llega el desequilibrio y tus ojos empiezan a parpadear, todo te empieza a dar vueltas, y la visión se oscurece. Te llegan pequeñas bombas de luz que estallan ante tus ojos.

Había empujado a un par de gitanas y había interpuesto mi cuerpo entra la pobre muchacha y la marabunta. Me tocó recibir más palos que a una estera. Perdí la percepción del tiempo, apenas dos minutos, no llegué a los tres minutos establecidos por la Reglas de Queensberry pero, en honor de la verdad, esas reglas se las pasaban por los ovarios aquellas arpías… ja, ja, ja, cabronas hijas de puta.

Como luego definiría Puertas con su estilo de psicología barriobajera de bardeo de cuatro dedos de longitud: “Eso te pasa por perejil”.

La inconsciencia fue lo mejor que me pudo pasar. Una dulce oscuridad que me envolvió, acogiéndome y alejándome del dolor. Una oscuridad que permaneció cuando me desperté y me dolía todo el cuerpo.

Historias de Bares. Episodio 6

Días después me enteré de que le llamaban “ el quesito”. Me lo confesó la camarera.

-Sí Saray, “el quesito” como te lo cuento, ¿sabes por qué?

-No, paya, cuéntamelo.

-Pues porque el menda ese no se enteraba de nada. Siempre que sonaba una canción decía “¿Qué es esto?”. Ja,ja, ja, y así una vez y otra, y otra. Qué pesado. Y llegó el momento en el que Lara empezó a abreviar. ¿Quéseto? Y de ahí a “quesito” pues eso, un paso. Ja,ja,ja pobrecillo.

Yo soy Kovacs, Saray Kovacs, y en mi sangre fluye la de generaciones  de músicos zíngaros. Pertenezco a la realeza gitana. Mi familia llegó a estas tierras hace más de 40 años y se estableció en ella a base de trabajo honrado. No tenemos más patria que el suelo que pisamos y el camino que se abre ante nosotros. Somos nómadas y aquí estamos de paso.

Aquel día decidí que iba a romper mis cadenas, un acto de rebeldía frente a lo que me querían imponer. Mi padre había concertado mi boda con el primogénito de los Stanescu. Se uniría una rama húngara con otra valaca. Pero yo no quería unir mi destino a un bandido, un drizar. Yo soy Kovacs y él era Stanescu. Yo había dejado los estudios después de aprobar las pruebas de acceso a la Universidad. No era una inculta como aquellos con quien me querían emparejar.

Pero, siendo mala la falta de cultura del hombre elegido o su extrema violencia, lo peor era su extremada infidelidad. No habían transcurrido dos meses de noviazgo y ya me había sido infiel varias veces. No pensaba soportar semejante humillación y así, decidí no acudir a la cena de nochebuena en la que ambas familias iban a celebrar un ágape destinado a unir lazos de hermandad.

No señor, de ninguna manera. Así que llamé a un amigo payo y me reuní con él en “El Juli”. Un bar de copas que ambas familias respetarían. Territorio neutral, nadie se atrevería a montar un escándalo en ese lugar.

Un par de años antes pasé con mi mama y mi abuela cerca de aquel bar cuando noté cómo mi abuela miró hacia el techo de aquel local y se santiguó. El mismo gesto hizo mi madre y, asombrada, les pregunté

-Mama, ¿por qué has hecho la señal de la cruz?

-¿Acaso no has visto la sombra que hay en el tejado?

Agucé mi vista y pude localizar una leve sombra, invisible a los ojos de un profano pero totalmente reconocible si eres adivina gitana. Mi abuela, mi madre y yo misma tenemos el don de la adivinación, me recorrió un escalofrío cuando localicé la sombra. Flotando sobre el aire, inamovible, esperando pacientemente ¿a quién? Me santigüé y caminé hacia delante.

-Ese local tiene mal fario, niña, te lo digo yo –me avisó mi abuela

Pocos meses después el local ardió y hubo un estallido de violencia que dejó cuerpos en mal estado en el río. Mi madre juró que un 6 de junio de 2002 vio salir por la puerta trasera de ese bar al mismísimo Belial, que escupió al suelo y se santiguó tres veces. Es posible que todo sea un exceso de imaginación, pero los gitanos respetamos mucho lo sobrenatural. Vivimos con ello todos los días y sabemos que solo respetándolo puedes sobrevivir a su embestida.

Aquella nochebuena, entré en el local del brazo de  mi amigo. Miré hacia arriba y allí no había nada, “serían imaginaciones mías”- me tranquilicé. Me senté en un rincón mientras mi acompañante pedía un refresco para mí y una cerveza grande  para él. Me fijé en aquél hombre mayor que estaba sentado frente a la barra. No muy alto, no muy guapo y un poco gordete pero muy bien vestido. Desprendía clase y tenía una sonrisa tanto en sus ojos como en su cara y sé muy bien de lo que me hablo. Sonreí porque noté rápidamente que aquel hombre bebía los vientos por Lara.

“Pobre ignorante, ¿acaso no sabe que Lara ya está entregada a otro hombre?

Entonces noté una presencia que se me acercaba y que, repentinamente se situó frente a mí. Era una mujer morena ataviada con un vestido verde, como sus ojos, poseedora de una belleza extraordinaria y de una inteligencia en su mirada que se me antojaba ancestral.

-No te rías de Mateo, querida Saray, es tu regalo.

Cuando me giré para responderle, no estaba. Simplemente se había esfumado y, en su lugar, aparecieron las hermanas de mi prometido y mi propia familia acompañadas por mi hermano mayor y por el elegido para ser mi esposo.

Me pilló de sorpresa y no pude hacer nada cuando sentí como me agarraban del pelo y me arrastraban al suelo, cuando noté cada una de las patadas que me estaban propinando por todo mi cuerpo hasta que sentí una luz que me protegía, el cuerpo de “quesito” que me arropaba llevándose lo peor de la paliza. Dos golpes fuertes propinados por el “novio” en la cabeza de Mateo, patadas en la tripa que le obligaron a vomitar sangre y alcohol, hasta que cayó en el suelo y en la paz de la inconsciencia con una sonrisa en su cara.

-Undebel-recé- si de verdad es mi regalo, protege al payo y yo sabré recompensártelo. No te faltará una vela encendida cada 24 de diciembre, ni una canción que saliendo de mis labios te llegue donde moras.

-¡Largo de aquí!- se oyó desde el fondo del local. Una voz que salía de una persona que se acercaba a grandes pasos- ¡Este local está protegido, caló!- le dijo, sin ningún miedo a Ioan, mi prometido, y a Yeray, mi  hermano.

-¿Nos vas a echar, payo?- respondió, altanero, Ioan.

-Sí, puedes darlo por supuesto.

-Ten cuidado, Ioan –dijo Yeray- es el Joya.

-Dame una razón por la que deba irme.

-¿Con qué mano te la doy? –respondió Joya mientras deslizaba su mano por debajo de la chaqueta que llevaba puesta- Lo digo porque hoy tengo ganas de juerga Ioan Stanescu y sabes que te faltan huevos para enfrentarte a mí.

-Vámonos, Ioan, deja al payo, ya le pillaremos otro día.

-Eso, iros, “valientes”.

Ahí acabó todo.

-Joder, joder- oí decir llorando a Lara mientras se acercaba a Mateo. Menudo marrón, ¿qué puedo hacer?

-De momento llama a la ambulancia- dijo Joya- al héroe le han dado bien.

-Ahora mismo, eso lo tenía claro, pero ¿qué hago con los gitanos?. Eso tenía toda la pinta de ser una paliza gitana y Mateo la ha detenido. ¿A quién llamo?

-Lo sabes perfectamente, Lara, no te hagas de nuevas. De este problema solo te puede sacar Puertas…

CAPÍTULO XIX

BIENVENIDO AL LADO OSCURO

28 de diciembre de 2017

Nadie puede imaginar lo que es despertarse y  percibir que no ves. La sensación de desesperación es total. Al principio empiezas a respirar muy deprisa y piensas que debe haber alguna lámpara cerca. Tanteas en la oscuridad hasta que das con el interruptor y lo activas, “click” pero la oscuridad sigue ahí, “click” y la luz sigue sin llegar. “Click-click”, nada, que no hay manera. Sigues palpando totalmente desorientado mientras empiezas a darte cuenta de lo que ha pasado y una tristeza demoledora se instala en tu corazón. Tus ojos se humedecen y lloras. ¿Cómo ha podido pasar esto?

Entonces notas una mano que muy dulcemente se posa sobra tu hombro y te asustas. No puedes evitar tener miedo porque no sabes dónde estás, no sabes quién te está tocando hasta que, finalmente, oyes una voz.

-Tranquilo, Mateo, tranquilo cariño.

-¿Lara? ¿Eres tú?

-Sí, cielo, soy yo. Estoy aquí

-¿Aquí dónde? ¿Dónde estoy?

-En el hospital.

-Pero ¿qué me ha pasado?

-Te golpearon bien, Mateo. Te dieron fuerte en la cabeza. Ha habido complicaciones y han tenido que operarte. No era muy grave pero afectaba a tus ojos.

-Me he quedado ciego, Lara.

-No, no te preocupes. Lo que pasa es que tienes una venda en los ojos. No te la puedes quitar todavía, ¿vale? La operación ha sido muy reciente y no te puede dar todavía la luz. Dentro de poco te darán el alta. Tiene que venir el doctor

-Entonces ¿todo bien?

-Siempre y cuando no hagas tonterías como la del otro día, todo irá bien.

-Metí la pata, Lara.

-No, no metiste la pata. Fuiste muy valiente protegiendo a esa muchacha.

-¿Está bien ella?

-Está con su familia y eso es lo mejor que le puede pasar. Perdona Mateo no he podido desbloquear tu móvil. ¿Quieres que llame a alguien?

-No, no. No quiero llamar a nadie. ¿Cuántos días llevo aquí?

-Hoy es día 28, Mateo.

-Pues vaya una inocentada, Lara.

-Sí, ja, ja, ja, ya te digo, pero bueno todo va a salir bien.

-¿Y has estado aquí todo el tiempo?

-Casi. No me dejaron entrar a verte por no ser familiar tuyo.

  • No me dejaron entrar hasta anteayer.

-Lo siento mucho, Lara, lamento mucho las molestias que te estoy creando.

-De eso nada, Mateo. Es lo menos que podía hacer. ¿No pensarías que iba a dejar tirado, no?

-Me lo habría merecido, por idiota Lara.

-Anda, anda, no digas tonterías.

-¿Y cómo has podido quedarte?

-Puertas.

-¿Puertas?

-Sí. Puertas.

-¿Y cómo lo ha conseguido?

-Ni idea. No sé cómo hace las cosas. Solo sé que cuando algo va mal él lo soluciona.

-Pues vaya.

-Ahora tienes que descansar, Mateo. Luego subirá el doctor y veremos si te dan el alta.

-¿Me necesitas para algo? ¿Quieres que llame a alguien?

-No, gracias Lara.

-Mira, Mateo, yo me tengo que ir. Volveré luego más tarde pero necesito que sepas una cosa.

-Tú dirás, Lara.

-Verás, los que te pegaron son miembros de dos familias gitanas que querían darle un escarmiento a esa muchacha. Te metiste en una “paliza gitana” y empujaste muy fuerte a un par de mujeres. Eso no te lo van a perdonar, Mateo. Ahora mismo puedes estar corriendo un grave peligro. He hablado con Puertas, si alguien puede arreglar esto es él.

-¿Cómo que Puertas? Lo que hay que hacer es interponer una denuncia en comisaría.

-Mateo, no es tan sencillo. Hazme caso. Habla primero con Puertas.

-Que no, joder, Lara. Que yo les pongo una denuncia a estos hijos de puta y se cagan.

-Mateo, esta gente no se acojona. Te lo digo yo. Deja que Puertas intervenga. Habla con él, te prometo que es de fiar.

-Mira déjalo, no quiero discutir contigo Lara. Ya veré lo que hago, ahora déjame, quiero descansar un poco.

-Está bien, Mateo. Intentaré venir más tarde. Si me necesitas llámame, vendré enseguida.

-No te preocupes, Lara. Ahora no puedo hacer mucho.

Y era verdad. Estaba totalmente inmovilizado. Tuve que esperar un par de horas hasta que me examinó el médico. Las agresiones habían afectado el nervio óptico y había perdido parcialmente la visión de ambos ojos. No estaba ciego del todo, pero casi.

-En realidad hemos podido salvar parte de la visión y no sé si será lo suficiente. No tengo los conocimientos necesarios para poder devolverle la totalidad de la visión. De hecho, nadie los tiene salvo los doctores Zimmerman y Hernán. Han desarrollado una técnica que están exponiendo en los Estados Unidos y que, según afirman, es muy efectiva.

El problema, señor Gómez, es que la operación que le hemos practicado es un parche, en el mejor de los casos. El nervio óptico se va a resentir y, o se vuelve a intervenir en breve o no podrá recuperarse nada. Es duro, lo sé, pero tengo que serle sincero.

-¿De cuánto tiempo dispongo, doctor?

-Es difícil pronosticarlo, pero yo diría que entre seis meses y un año, a lo sumo.

-Gracias, doctor, ha sido usted muy amable.

-No hay de qué. Le puedo dar el alta hoy mismo si quiere.

-Perfecto, entonces.  En cuanto tenga el alta me voy. Muchas gracias doctor.

-No hay porqué darlas, ¿quiere algo más, señor Gómez?

-Sí, ¿sería usted tan amable de marcar el teléfono de un taxi?

Así que esa era mi situación, veía luz y podía ver figuras, sombras más bien, pero lo suficiente como para poder marcar el teléfono de Adela.

Y eso hice. De ninguna manera iba a llamar a mis hijos ¿qué les iba a decir? ¿El imbécil de tu padre se ha metido en una pelea con gitanos? Ya me podía imaginar la cara que iban a poner. No, de ninguna manera iba a suceder eso. Se lo diría a Adela, el doctor había dicho su nombre junto con el del tal Zimmerman. Recordaba perfectamente su apellido, no es difícil recordar un apellido así.

Sí, eso haría. Después de todo, la suerte me sonreía, en el peor de los casos Adela podría echarme un cable. Cómo es la vida, siempre te da una oportunidad para reflexionar. La misma persona que me hundió en un pozo de dolor podría devolverme la luz.

Llamé a su número de móvil. Dos pitadas. “Este número no existe”

¿Cómo? ¿Cómo que no exite? No me jodas, hombre. Empecé a impacientarme, volvieron los nervios y, con ellos, algún que otro tropiezo. “A ver”-me dije- “relájate Mateo, no te alteres, mucha calma. Vamos para casa, eso lo primero y luego allí buscamos el teléfono de su empresa, lo tenía guardado en esa agenda tan bonita que compramos en Florencia, ah, Firenze-dejé que mi memoria se trasladara a tiempos otrora felices- qué preciosidad”.

Tras abonar el taxi pude  llegar a mi hogar. Aquello era territorio conocido, quiérase o no, por lo general memorizamos la ubicación de todos los enseres que tenemos en nuestra casa. Solía levantarme por las noches e ir perfectamente a cualquier lugar sin necesidad de  encender la luz.

Localicé la agenda en el carísimo aparador de madera que tenía en el salón. Apenas distinguía bien los nombres y los números pero si lo acercaba mucho a mis ojos podría diferenciarlos.

Llamé al Centro de Investigación donde trabajaba Adela, donde, tras cuatro llamadas, me atendió una educada señorita que, con mucha amabilidad, eso sí, me mandó a la mierda.

-Lo siento, no puedo facilitarle el número de móvil de la Doctora Hernán.

-Pero, señorita, ya le he dicho que soy su ex esposo.

-Precisamente. No está usted registrado en la lista de personas autorizadas para llamarla que nos facilitó la Doctora Hernán.

-No me lo puedo creer, debe ser un error. Por favor, necesito llamarla urgentemente.

  • La Ley de Protección de datos me impide facilitarle el número. Lo siento mucho, señor Gómez.

Empezaba a estar harto de tanto “señor Gómez”. Cuando lo oía tenía siempre una connotación negativa. “Señor Gómez se va a quedar ciego”, “Señor Gómez no le puedo dar esto”, “Señor Gómez no le puedo decir lo otro”, “Señor Gómez son cinco mil euros”, “Señor Gómez tiene que irse”… joder, empezaba a echar de menos que me llamaran “quesito”.

Mierda de vida.

-Está bien señorita, lo entiendo. ¿Podría, al menos, dejarle un mensaje?

-No es política de la empresa transmitir mensajes de personas no autorizadas pero, viendo su preocupación, no puedo por menos que decirle que le pasaré el mensaje.

-Dígale que ha llamado Mateo Gómez Aranda, que es muy urgente y que, por favor, me llame.

-Así lo haré Señor Gómez. Feliz salida y entrada de año.

“Los cojones”-pensé- y colgué el auricular.

Llamé nuevamente los días 3 y 5 de enero con idéntico resultado negativo.

-Lo siento Mateo-me dijo la secretaria- le he dejado una nota bien grande en la mesa de su despacho. En cuanto venga de Cuba la verá y te llamará

“Si seré pesado que ya me llama por mi nombre”

-No te preocupes, de verdad que no pasa nada.

Finalmente, llamé, una vez más, el día 8 de enero.

-Ya no está en esta empresa. Ha presentado su dimisión

-¿Y no sabe en qué empresa está en la actualidad?

-Ni idea. De verdad que no lo sé y, aunque lo supiera, no podría facilitártelo.

-No me digas más-reí encontrando la gracia a todo aquel absurdo- la Ley de Protección de datos…

-me impide decírtelo- terminó mi frase la diligente señorita-ja, ja,ja, de verdad que lo siento mucho.

-Bah, no te preocupes. Soy perseverante. Me levanto siempre. Feliz año nuevo- me despedí.

-Feliz año nuevo, Mateo.

Y así comenzó mi camino hacia la oscuridad