Uno de tantos relatos sobre la redención, 7

“Cuando el camino se hace duro, los duros continúan”. Joseph Kennedy

CAPÍTULO XIV

CAMINO A LA OSCURIDAD

3 de octubre de 2016

Hay una palabra cuya definición  me encanta, disciplina. Un conjunto de reglas o normas cuyo cumplimiento de manera constante conducen a cierto resultado. Me apasiona esa idea de que reiterando un comportamiento el suficiente número de veces puedes  conseguir un determinado efecto.

Como víctima propiciatoria del destino consideré que ostentaba legitimidad suficiente para abandonar toda idea de bondad y poder sumergirme sin ningún remordimiento en la sombra más oscura que habitara en el corazón de la ciudad.

Concebí un listado de acciones a realizar, cambios de costumbres y de forma de pensar. Modificar, en suma, mi actitud ante la vida con la pretensión clara de no ser tan memo. Aliñar mi día a día con un poquito de mala hostia solo para no sentirme tan imbécil.

Ese propósito duró, creo, unas tres horas.

Y es que hay cosas que no se pueden cambiar.

El caso es que no empecé mal mi nuevo proceder. Aceleré, en lugar de disminuir, cuando vi el semáforo en ámbar, llegué al despacho y alcé el tono de mi voz a mis dos empleados para que me tomaran más en serio. Incluso no dejé propina al camarero que me sirvió el café ese día. Pero todo se fue al traste cuando vi que un bebé tiraba al suelo de la calle el botín de su pie derecho desde su carrito.

-Señora, el botín, que lo pierde usted.

-Muchas gracias, caballero. Qué sin vivir es esto de tener que estar continuamente vigilando al niño.

-Qué me va a decir usted a mí-respondí- venga, mucho ánimo y paciencia.

-Adiós y gracias.

“Menudo “Darth Vader” estás hecho, Mateo”

“Así que era eso”- reflexioné, mientras metía mis manos en los bolsillos. No podía ser malo.

“Para eso hay que valer, Mateo, y tú no vales”

Cambio de planes pues. Nueva estrategia y a esperar resultados. A partir de ese día solo trabajaría ocho horas, ni una más. Delegaría más en Roberto y Cristina y me plantearía la contratación de una tercera persona en cuanto pudiera permitírmelo. Cuando finalizara mi jornada laboral saldría a tomarme unas copas todos los días. Mateo Gómez Aranda ha vuelto, chicas, y ha regresado con ganas de follar, abrid vuestras piernas que allá voy.

Llamé a Sebastián.

-Hombre, qué sorpresa, Mateo

-¿Qué tal Sebas?

-Ya sabes, lo de siempre. Trabajo, trabajo y trabajo. Dime ¿qué quieres?

-Pues verás, tenía pensado reunir a la pandilla. Quedar los cuatro y tomarnos unos pelotazos para recordar viejos tiempos y para informaros de ciertas novedades.

-Ufff, pues lo vas a tener difícil, Mateo. Yo ando liadísimo con el trabajo, ya sabes que estamos a principios de octubre y empezamos con las trimestrales de los impuestos y no puedo con ello. Maldigo el momento en que se me ocurrió montar una asesoría fiscal.

-Joder, Sebas, yo también soy asesor y no voy tan apurado, debes tener muchos clientes. No te apures, llamaré a Julián y a Alfonso.

-Pues no sé qué decirte, Mateo, pero Alfonso suele estar  ocupado con sus hijos y de Julián hace mucho que no sé nada.

-Bueno, voy a ver si localizo entonces a Julián.

-Vale. Como tú veas. Siento mucho no poder salir, joder.

-Bah, no te preocupes. Hay más días para quedar.

Alfonso con hijos, es decir, no va a salir ni de coña. Tocaba llamar a Julián El plan se me estaba yendo a la mierda por momentos.

Teléfono desconocido. Vaya. Pues sí que había pasado tiempo, sí.

Llamaremos entonces a Alfonso, a ver si hay suerte.

-Hombre, Mateo, cuánto tiempo.

-Ya te digo, Alfonso. Demasiado tiempo. Mira, te llamaba para ver si podías darme el teléfono de Julián.

-Claro, hombre. Eso está hecho. ¿Algún problema?

-No, la verdad es que no. Era simplemente por quedar a tomar algo

-Qué bribón, ¿y a mí no me ibas a llamar?

-Joder, pensaba que estarías liado con los chavales, ya me ha contado Sebas.

-¿Liado?, ¿yo? Hombre, no estoy para quedar todos los días pero, coño, para tomar algún día unas copas siempre se puede concertar. De hecho, la semana pasada estuve con Sebas tomando unos pelotazos.

-Pues no me ha contado nada.

-Este chico es tonto. Por cierto Mateo,

-Dime

-Siento mucho lo de tu divorcio, tío.

-¿Lo sabías?

-Sí, claro, me lo dijo Sebas la semana pasada. Vaya palo, hombre. Pero casi mejor hablarlo los amigos ¿no?, si quieres organizo una quedada los cuatro y nos ponemos al día.

-Eso era lo que pretendía, pero ya veo que estáis al día

-Entonces lo preparo todo y te llamo

-Quedo a la espera de tu llamada.

Transcurrirían dos semanas para que Alfonso volviera a ponerse en contacto conmigo.

-Ya era hora, Alfonso.

-Perdona, macho pero es que me ha sido imposible llamarte antes.

-No pasa nada. Venga, cuenta ¿para cuándo quedamos?

-Eso quería decirte, Mateo. No va a poder ser.

-Coño, ¿y eso?

-Pues verás, Mateo. Sebas dice que no puede con tanto curro, Julián está missing y yo cada vez más liado. Vamos a tener que dejarlo para más tarde.

-Vaya, sí que es mala suerte. ¿Y qué es eso de que Julián está desaparecido?

-Pues eso, que ha desaparecido. Sabía que tenía un Bar de Copas ¿no?

-Sí, algo de eso oí en su día, no sé un Bar rockero o algo así. Tampoco es que le siguiera mucho. Después de todo era más amigo de Sebastián que mío. Él iba a historia ¿no?

-Sí, eso, creo. Tampoco me hagas mucho caso. Pues te cuento, al parecer a primeros de enero regaló el Bar de Copas a su camarera y desapareció del mapa. Toda una historia.

-Hippy y con pasta, lo normal, Alfonso, otro jodido excéntrico.

-Totalmente de acuerdo contigo, Mateo.

-¿Y cómo se llamaba el bar ese?

-El Juli.

-Qué egocéntrico, joder.

-Sabía que ibas a decir eso, Mateo. ¿Y para qué quieres saber eso?

-¿El qué? ¿el nombre?

-Claro

-No sé, por pasarme algún día a tomar algo. ¿Quién sabe? Lo mismo me encuentro a Julián algún día ahí. Ya sabes que el asesino siempre vuelve al lugar del crimen.

-No creo que ese antro sea de tu estilo, Mateo. Te lo digo de corazón, ahí solo va gentuza. Ya sabes rockeros, punkis, gitanos, okupas, especímenes de todo tipo y, por lo que recuerdo, lo tuyo era el jazz.

-Y el blues, joder. Y el rythm and blues. No me creas tan limitado, leche. Además sabes que me adapto muy bien a cualquier situación. Mientras que no pongas rumbas voy bien, odio las rumbas.

-Haz lo que veas pero tienes 45 años, amigo mío.

-Voy a hacer caso omiso de lo que has dicho.

-Está bien, está bien, Mateo como quieras. Bueno, Mateo, ya nos llamamos.

-Sí claro, Hasta pronto, Alfonso.

“Ya claro. Seguro que me llamas mañana”- pensé

Me dieron ganas de decirle “Hasta nunca, hipócrita” pero me abstuve de hacerlo. Mi viaje a las penumbras no se iniciaría por una discusión con un íntimo.

CAPÍTULO XV

TODAS LAS NOCHES ESTÁN EN TI

No es fácil volver al mercado, ni de coña. Cuando has probado solomillo cuesta mucho  conformarse con tiras de tocino. Me acostumbré tanto a crear un hogar cálido, acogedor y perfecto que el síndrome de “nido vacío” me afectó en tanto en cuanto lo que me dolía era que yo no tenía nido al que volver.

Era como volver a trabajar cuando ya te habías jubilado, como que le metan un gol a tu equipo favorito en el minuto 88 con solo diez jugadores en el campo, como oír en una partida de ajedrez “jaque”.

La sensación era, más bien, de pez fuera del agua. Alfonso tenía razón, 45 años suponía un lastre y mi ánimo no era precisamente el adecuado. ¿Qué pretendía? Nada. Solamente quería evadirme, que me diera el aire, refrescar mis pensamientos, escapar de la prisión en la que se había convertido mi nueva casa.

Siempre caminaba sin rumbo ni destino previo. A la deriva, como barco abandonado, en busca de nada, en busca de todo. Salía de mi trabajo, cumpliendo mi plan a rajatabla. Me tomo un par de copas, charlo con alguien si procede, escucho algo de música y vuelvo a mi casa.

No buscaba nada, no encontraba nada, solo quería adaptarme. Joder … me costaba tanto que ni me dolía. Compré muy barato un disfraz de indiferencia, las tiendas de “todo a 50 euros” proliferaban en las calles atestadas de bares de copas. Los olores oscilaban de orín a vómito dependiendo de la hora de la noche y, con mi perfecto traje negro, con mi perfecta camisa elegante y mi corbata “cool” merodeaba en los locales que, imaginaba, mejor podrían representarme.

Imaginaba. Y digo bien, porque la realidad es que no conseguía encajar. Un asesor fiscal de pro, bien vestido, con gustos delicados, en noches oscuras de polígono industrial. Alguna impresión extraña tuve que causar en las mujeres que proliferaban en aquellas noches de espanto y terror porque todas me decían, “Te la chupo por 15 euros”.

Me confundí con toda la maraña de sentimientos ajenos que me bombardeaban. Si prestaba atención me llegaban reproches de chicas a sus novios, celosas guerreras que peleaban por el maromo de su vida. “Si te acercas a mi hombre te saco los ojos, guarra”, “no me digas que no te has fijado en el culo de mi amiga, cabrón”, “no te acerques a él, zorra”.

Una violencia que nacía del amor, pero también del dolor, de la desesperación. Había algo puro en esas manifestaciones de sentimiento extremo. No era la mezcla de alcohol y drogas que podía estallar, era una manifestación de orgullo herido, de propiedad violada, de traspaso de límites, que me hacía pensar: “A mí, nunca me han querido así”.

<< Quiero una vida mejor para mí. Lejos de ti.>>

Recorrí esos caminos que me resultaban ajenos y descubrí la profundidad de sentimiento que habitaba en algunas mujeres. Esa pasión  violenta que inspiraban en ellas aquellos remedos de hombre. Porque eso era lo más cruel de todo lo que yo veía. Ellos no las amaban. El amor que inspiraban en ellas era inversamente proporcional al que sentían por sus víctimas.

Aquellas personas se batían en duelo por sus parejas. Agredían, se humillaban y se rebajaban mientras yo me preguntaba

“¿Cuándo dejé de ser su héroe?”

Llegó un momento en el que empecé a conocer los códigos. Como no me llegaban mensajes, inventé un nuevo lenguaje, una oda al dolor, a la supervivencia. Bebía solo y no miraba a nadie. Encontré garitos en los que podía escuchar la música que me atraía, rincones donde no se apreciaba el rastro de la desolación y, poco a poco, fui creando mi propio mapa del bienestar.

Prosperé y expandí mi nuevo reino a una docena de bares en las que podría medrar. Sin necesidad de redes sociales, ni badoo, ni tinder, ni gilipolleces. Si tienes paciencia e invitas a las suficientes copas consigues crear tu propio auditorio. Y me decía, “menuda tontería, Mateo”, “no va a salir bien, joder”, “si es que no va a poder ser”, “si es que no eres tú”.

Y, claro, naufragaba.

Al menos no perdí mi dignidad. Llegó un momento en el que, a base de darme de bruces con la realidad, dejé esos ambientes. “Quizás solo una noche sea suficiente”.

Y esa noche volvió a convertirse en el cero absoluto.

¿Para qué salir? Si, en el fondo, sé perfectamente que no cabe sustituta y me di cuenta, Adela, que todas esas noches perdidas, todas esas sombras alojadas en los rincones de sus tristes calles, todos esos olores, todos esos dolores, todos esos rencores, todas esas falsas esperanzas que depositaba en cada uno de los gin-tonics de garrafón que me tomaba… estaban en ti.

TODOS LOS DÍAS ESTÁN EN MÍ

Noviembre de 2017

Bajo mi punto de vista las cosas funcionan mejor bajo la luz de la mañana y durante el transcurso del día. Hay gente que pertenece a la oscuridad pero lo mío es la claridad, el desparpajo, la sonrisa. Quitarme las telarañas de la mente, del alma y empezar a rodar.

Remonté el vuelo y ascendí a un nuevo cielo, lo que empezó siendo un dibujo en mi cara se transformó en una sonrisa. Dolía, para qué negarlo, pero cada vez menos. Aparté el pesar a un rincón y la tristeza dejaba paso a unas nuevas ganas por vivir, por respirar.

Descubrí algo nuevo y me di cuenta que si en la noche había vida lo que ocurría durante el transcurso del día era la definición del movimiento. Todo era color, toda era brillante y todo se podía solucionar. Había arreglo, qué duda cabe y todo tiene solución.

Por lo que pude enterarme Adela prosperaba. Por estas fechas se encontraba en Las Vegas dando un ciclo de conferencias después de haber visitado Nueva York.

Me alegré por ella y deseé con más fervor del que debiera que le fuera bien. Por alguna razón me sentía orgulloso de ella. Era lo que siempre había querido. Había hecho un trabajo magnífico y salía en las revistas científicas.

No es que yo hiciera un seguimiento especial, ni mucho menos, pero cuando siempre compras el periódico en el mismo kiosco te das cuenta de las novedades y leer el nombre de Adela Fuentes Hernán junto al de Josep María Zimmerman i Roquet  en una revista científica me llamó la atención.

Una vez que ves el nombre de tu ex esposa en la prensa, de repente pareces verlo en todos lados. Como si tus sentidos captaran la novedad. Recuerdo cuando Adela se quedó embarazada por primera vez, salía al exterior y me parecía que solo había embarazadas caminando por las calles de Madrid. Lo que antes pasaba totalmente desapercibido, en el mismo momento en el que te afecta, parece que está rodeándote, como si siempre hubiera estado ahí.

Al principio, su nombre estaba relacionado con una disculpa publicada por la revista de turno por haberla omitido en un trabajo sobre la prevención de la ceguera o algo por el estilo, luego porque se anunciaba una gira por los Estados Unidos en la que se hablaría sobre los avances propios del proyecto.

“Mírala”- me decía- “Es una artista”

Y me alegraba. De veras que sí. Se lo merecía.

Ahora me tocaba a mí seguir ganándome mi recién adquirida libertad. Decidí que ese 11 de noviembre de 2017 haría algo diferente. Me atreví a salir en completa soledad. Una nueva incursión sin ningún objetivo claro. Busqué en mi agenda y encontré, al lado del nombre “Alfonso” otro nombre de un Bar de Copas que me comentaron … “El Juli”.

En su día me amigo me dijo que no era un bar para un hombre de 45 años pero, riendo, me consolé “ja, ja, ahora ya tengo 46”. Una vez más, sin mayores pretensiones todo hay que decirlo, me atavié con un traje negro, camisa blanca y corbata negra, me calcé unos zapatos negros bien caros y me dirigí a ese garito… a conocer a la mujer más atractiva y sugerente que jamás conocí en mi vida … Lara

LARA

11 de noviembre de 2017

Rondarían las 22:30 de la noche cuando entre en “El Juli”. La doble puerta impedía que pudiera oír la música por lo que no pude hacerme una idea de cómo sería aquel local.

Nada más entrar me alcanzó un riff de guitarra que me sorprendió. Tiempo después descubriría que la canción era el “Whole Lotta Love” y el grupo Led Zeppelin. Y, más adelante, me enseñarían que el guitarrista se llamaba Jimmy Page, el cual estuvo en un grupo llamado Yardbirds donde militaron también Eric Clapton y Jeff Beck. Jeff Beck montaría su propia banda con Ron Wood y Rod Stewart los cuales ingresarían en los Small Faces para luego llamarse Faces y, cuando se cansaron, Ron Wood se unió a The Rolling Stones y Rod Stewart crearía su propia banda.

Por aquél entonces, basta con saber que me impresionó esa canción. Me descolocó totalmente, casi diría que era una especie de anticipo de sensaciones como si me preparara para conocerla un riff a modo de presentación, una señal que me avisaba que iba a irrumpir algo nuevo en mi corazón, algo que volvería del revés todo lo que yo conceptuaba como “terreno conocido”.

Aquella muchacha simplemente imponía, no era muy alta, tampoco muy baja, pero tenía una cara preciosa y un cuerpo que daban ganas de lanzarse encima, desnudarla y suplicarle que te pidiera que le hicieras cualquier cosa. Sin ningún género de duda aceptaría, lo que fuera. Me daba vergüenza mirarla tan descaradamente pero, coño, es que era espectacular. Una muñequita. Eso, una muñequita.

-¿Vas a tomarte algo o te vas a limitar a mirarme las tetas, pureta?

Menudo torpedo lanzó la camarera. Directo a la línea de flotación de mi orgullo. Mi dignidad se hundía mientras chorros de timidez subían a mi cara.

-Ehhh, sí, sí, estoooo, ponme un Macallan-por pedir algo, no me venía nada a la cabeza.

-¿Un Macallan?, ja, ja, ja, un Macallan dice, como si esto fuera la Gran Vía. Un Ballantines o un JB es lo más exquisito que tengo, si tiras más por lo tradicional, tengo Dyc. Apúrate que no tengo toda la noche para ti, inspector de hacienda.

-Ponme un Ballantines- balbuceé mientras pensaba, “fóllame, por piedad”

-Marchando un Ballantines-dijo, y a los 10 segundos tenía servido un vaso de tubo con dos hielos y  el whisky a falta de un dedo para llegar al borde

“No tiene ni puta idea de poner un wkisky decente”-pensé-“y maldita la falta que le hace. Me tiene totalmente embobado esta niña”

No debía tener más allá de 31 años, 32 a lo sumo, y yo, madre mía, yo tenía 47 años.

“Demasiada edad, viejo verde”-pensaba- “pero señor, qué mujer”

Y la muy tunante, me miraba de reojo y sonreía, mientras pinchaba música, servía copas y cobraba a la clientela.

Ah, la clientela, menuda mezcla de personajes extraños, todos diferentes pero con un objetivo común: divertirse.

Diversión sin complejos, diría yo. Vaqueros rotos, pantalones de cuero, minifaldas, camisas con mangas, camisas sin mangas, sujetadores a la vista, cintas en el pelo, pírsines, muñequeras de tachuelas de todo tipo, tatuajes y pendientes y yo. Con mi perfecto traje negro, mi perfecta camisa blanca y mi corbata negra.

Ni un mal comentario, ni un empujón, ni una queja que presentar. No pasaron ni quince minutos antes de pedir mi segundo pelotazo.

-Aquí tienes, marqués- me dijo con desparpajo

-Perdona-inicié mi entrada-¿cómo te llamas?, lo digo porque me resulta extraño pedirte una copa simplemente levantando la mano.

-Lara, me llamo Lara.

-Muchas gracias, Lara- y se dio la vuelta sin preguntar ni siquiera mi nombre, como si yo no fuera nadie. Pero, claro, es que yo no era nadie en ese maremágnum.

Disfruté de dos pelotazos más pero esta vez de Bourbon “Four Roses”.

-Mira qué bien-señaló aquel pibón mientras mi ingesta de alcohol hacia caer la última barrera de timidez que me aprisionaba- la bebida favorita de Janis Joplin.

Otro chupito más de Jack Daniels cortesía de “El Juli” consiguió que aflorara en mí una sonrisa de chimpancé bonachón.

Me había bajado la corbata y desatado los tres primeros botones de la camisa, la música sonaba fuerte y podía sentir cómo se introducía en mi ser una corriente eléctrica que provenía directamente de las canciones.

-¿Qué es esto?- pregunté

-¿Dime?

-¿Qué quéseto?- insistí

-¿Quesito?- me respondió la jodida camarera mientras se burlaba de mí

-¿Coññññño quéseto?- mi lengua era puro estropajo, sentía mis ojos rojos y cómo la sangre subía y se reflejaba en mi faz. Otro botón más desatado, la corbata un puto desastre y empezaba a sudar.

-Quesito, cariño, esta canción la he puesto por ti. Es de Janis Joplin y su título es “Move Over”, y ahora vete a casa, cielo, que llevas un morado encima que no te tienes en pie.

Así me lo dijo, con elegancia, mientras me miraba a los ojos y sonreía de esa manera tan especial.

-Tienes razón –confesé- voy un poco pedo, pero controlo y te digo una cosa, pienso volver más a menudo.

-Lo sé “quesito” lo sé- y sonrió la muy granuja.

Me importó muy poco o nada lo que pensara la gente de mí, la edad, la pinta que tuviera, la diferente clase social o cualquiera de esas idioteces que la gente se planteaba. En ese momento yo era una polilla y ella era una poderosa y luminiscente llama, y yo tenía tantas ganas de quemarme.

Antes de abrir la puerta de salida pude oír cómo camarera que la acompañaba en la barra le decía,

-Se le parece, ¿verdad?

-Sí, sí que se le parece… pero no es él.