Uno de tantos relatos sobre la redención, 5

“Es muy fácil ser respetable cuando no se puede ser otra cosa”. George Bernard Shaw

CAPÍTULO IX

DESDE LAS CENIZAS, EL RENACIMIENTO

Marzo de 2018

Me gusta estudiar. Tirarme las horas muertas entre libros, leyendo, distribuyendo todo lo consultado por toda la geografía de la habitación. En el suelo, encima de sillas, mesas, usando grapadoras como si fueran pisapapeles, los pisapapeles como si fueran atriles y, así, conformar un totum revolutum que solo yo puedo descifrar. Un desorden organizado que únicamente se puede entender con una serie de claves de las que solo yo tengo las pistas.

La intimidad existente ente los conocimientos que albergan los libros y el lector que se sumerge en ellos para desentrañar sus secretos inspira en mí un respeto que pocas cosas en esta vida pueden igualar.

Desde muy joven siempre me han llamado “rata de biblioteca” como si eso fuera un insulto cuando, en mi opinión, no había ningún calificativo que pudiera definirme mejor. La biblioteca para mí era, es y será un templo. Un lugar de culto, sagrado, misterioso y mágico. Una podía tener la certeza de que cuando salías de una biblioteca lo ibas a hacer con más  intelecto del que tenías al entrar. Pura magia.

Había decidido que iba a desconectar de esa realidad que me rodeaba, tan áspera, tan burda, tan grosera y que me dedicaría a desarrollar algún proyecto que pudiera mostrar a toda esa caterva pseudo honorable de científicos, que voy un paso por delante. Básicamente se trataba de un “que os jodan” en toda regla.

He de confesar que puse tomo mi empeño en ello. Un estudio pormenorizado de la relación existente entre la neurooftalmología y la esclerosis múltiple. Una obra que, englobando todo lo investigado hasta ese momento, pudiera permitir un avance en el campo.

Sería un trabajo de titanes porque no podía permitirme el lujo de abandonar mi puesto de trabajo. Dinero me sobraba, posición también, pero me encanta mi trabajo y no pienso renunciar a él.

Determiné cumplir con mis compromisos contractuales, estudiar y atender a mis hijos, mis adorados Leonor y Alonso.

Por supuesto, esa carga de trabajo supuso someter a mi cuerpo y a mis nervios a un estrés difícil de soportar pero que, por otro lado, me hacía feliz y dichosa. Me dediqué en cuerpo y alma a ese proyecto.

Apenas tengo algún que otro recuerdo de esa etapa de mi vida que no fuera otra cosa que la habitación desordenada, el ordenador encendido, las llamadas a mis hijos y comidas y cenas frugales en mi casa o en el despacho de la empresa.

Como resultado de tanto esfuerzo me convertí en una auténtica experta en el estudio de la ceguera y de la esclerosis múltiple. No permitía que nada me distrajera del cometido que me había impuesto.

Tan solo una breve interrupción desde mayo a septiembre de 2018 en la que fui requerida por Josep María Zimmerman i Roquet.

Me habría gustado mandarle a la mierda, y más lejos aún, pero nobleza obliga.

Finalmente su queridísima esposa tuvo noticias de los devaneos del ilustre neurólogo y no se lo tomó nada bien. En un ataque de celos, se emborrachó y decidió conducir su flamante coche… durante tres kilómetros, al menos.  Luego ocurrió lo lógico, se salió de la carretera y se estrelló. Por supuesto no llevaba puesto el cinturón de seguridad y salió despedida a través de la luna del coche.

Dentro del desastre, no salió mal librada. Nada roto, salvo su corazón. Bueno, su corazón y los ojos, seriamente dañados por los cristales del parabrisas.

-Te pido por dios, Adela, que me ayudes

-Siento mucho lo que le ha pasado a Aína, Pep, pero yo poco puedo hacer. Yo no soy cirujana. El experto eres tú, eres la referencia, ¿qué esperas de mí?

-Sabes perfectamente Adela que yo no tengo ni idea de oftalmología. Tengo miedo de intervenir y equivocarme. Necesito tu guía.

-Pep, yo no puedo hacer nada. Solo sería un estorbo.

-Te lo imploro Adela, asísteme en la operación. Eres vital para el desarrollo de la intervención. Me arrastraré si hace falta, Adela. Aína es todo para mí. Señor, no me la dejes ciega. Tengo tanto que reparar. No me he portado bien contigo Adela, ni con mucha gente. Sé que te he hecho daño, pero no cobres en Aína lo que solo a mí me debes reclamar. No seas como yo. Salva a mi mujer de la oscuridad. Puedes hacerlo.

-Está bien, Pep, te ayudaré. Sabes que lo haré, pero quiero que sepas que no sé si sabré estar a la altura.

-Lo estás, lo sé. Siempre lo has estado.

La operación fue un rotundo éxito. La habilidad de Pep a la hora de esgrimir un bisturí y el asesoramiento que pude facilitarle durante una operación de casi cuatro horas tuvo como feliz consecuencia que Aína salvó la vista y, a la postre, la relación.

-No sé cómo darte las gracias, Adela. No sé, es solo que, no sé , no sé- y, de repente, comenzó a llorar- dios, Adela, me siento tan mierda, tan hijo de puta. Te estoy tan agradecido, ojalá, ojalá, toda esa luz que le has dado a mi Aína, toda esa luz que yo me he negado a dar, ojalá te llegue e ilumine a tus seres queridos. Siempre estaré en deuda contigo y nunca podré estar a tu altura, Adela. Gracias, doctora.

-No hay nada que agradecer, Pep, tú habrías hecho lo mismo por mí.

-No, Adela, no lo hice. Siempre he metido la pata contigo y con los tuyos. Yo lo destrocé todo. Me siento tan culpable, tan indigno que no sé si algún día podré mirarme al espejo.

-Olvídalo, Pep, también tuviste tus buenos momentos conmigo. Y ahora permite que me vaya. Tengo que volver a mi proyecto. Llámame para todo lo concerniente al desarrollo de Aína, recuerda que estos meses son esenciales para el seguimiento de la vista. Calculo que hasta septiembre hay que vigilar. Llámame y vamos concertando las visitas a tu esposa. Yo misma le haré las observaciones oportunas hasta que recupere totalmente la visión.

-Sé que lo harás, Adela. Gracias. Que dios te bendiga.

La operación no solo significó una manera de reconciliarme con Pep sino también un reconocimiento a mi persona. La complejidad y técnicas usadas en la intervención llamaron la atención de numerosos profesionales y de las consiguientes revistas científicas.

Esta vez, Pep, se portó como un caballero  me dio el mérito que me merecía y que ya no quería ni necesitaba. Me resultó curiosa esa sensación de “en realidad nunca lo necesité”.

Josep María rehízo su matrimonio, se alejó de toda esa podredumbre moral en la que se había sumergido y, como consecuencia de ello, pudimos ser grandes amigos, los mejores, durante un período de tiempo.

Sí, decididamente, esta vez lo estaba haciendo bien. Todo funcionaba, todo discurría como debía.

En septiembre finalicé el seguimiento de Aína con un resultado más que satisfactorio. Había recuperado la totalidad de su campo visual.

Alguna noticia más se publicó en referencia a esa operación y al alta médica de la esposa del famoso neurocirujano. Aunque me sorprendió que dos días después de la publicación de esa nota en varios periódicos de tirada nacional me encontrara con mi secretaria en el despacho.

-¿Qué te pasa, Elena? Te noto turbada

-No es nada, Adela, es que no sé si darte este mensaje

-¿Y eso? ¿Qué pasa? ¿demasiado comprometido?

-Yo diría que algo más que comprometido

-Dámelo.

-Lo he grabado.

-Pues reprodúcelo.

Elena, reprodujo el mensaje que decía tras presentarse:

“A lo largo de mi vida he conocido símiles de seres humanos que se empeñan en apagar luces brillantes de bondad. Sé que hay un infierno para ellos y solo espero que, cuando la verdad te alcance, te pudras en él”

-¿Lo denunciamos?- inquirió Elena

-No, déjalo. Este es un gilipollas más de los muchos que hay. Vamos a dejarlo y a ver qué pasa. Si vemos que insiste, entonces sí interpondremos una denuncia. ¿Qué día es hoy?

-9 de octubre, Adela.

-Vale, apúntalo por si las moscas.

-¿Entonces lo dejamos estar?

-Sí, no vale la pena preocuparse por el primer mindundi que llama. Además ¿quién coño es Alberto Jurado Vázquez?

No hubo mayores incidencias a destacar. En marzo de 2020 mi investigación fue publicada y puedo decir con mucho orgullo que tuve todo lo que siempre había anhelado: reconocimiento.

Nunca pretendí ser famosa, mi objetivo era simplemente tener mi lugar como mujer, como científica, entre mis iguales. Podrá sonar feminista, me parece bien, pero lo cierto es que, aun hoy, y en todas las facetas de la vida, la mujer tiene que trabajar el doble para alcanzar la misma posición que un hombre.

Tras el éxito de mi trabajo académico, sentí la satisfacción del deber cumplido. Adela Fuentes Hernán había recuperado la autoestima que había perdido. Podría decirse que me sentía plena, como mujer, como científica, como madre, como persona y, sin embargo…

Sin embargo, me sentía sola.

Recordé algo que leí en cierta ocasión. Al parecer, durante finales del siglo XIX  y principios del XX, los  escaladores siempre llevaban una botella de champán para, una vez coronada la cima, poder descorcharla y brindar por la hazaña. Teniendo en cuenta los medios que había por aquél entonces, hay que reconocer que era una actitud valerosa la que mostraban.

Me viene una imagen de George Mallory y su compañero de cordada Andrew Irvine, coronando el Everest. Luego murieron, claro, pero lo que yo quiero expresar es que llegué a la meta que me había propuesto, había conquistado mi espacio a base de mucho esfuerzo y, ahora que tenía todo lo que yo quería, ahora que descorchaba mi botella de champán y escanciaba la bebida en mi copa, ahora que me disponía a brindar, ¿dónde estaba Andrew Irvine? ¿y mi compañero de cordada?

Repentinamente, un vacío se instaló en mis tripas, un aliento frío que me recorrió el interior de mi cuerpo y, posteriormente, un ataque de ansiedad. Una sensación inoportuna de vértigo que me invadía y que facilitó un extraño fluir de lágrimas que brotaban de mis ojos.

Estaba en el centro del salón de mi casa, de rodillas y llorando. Reconocí la tristeza inmediatamente, ni siquiera necesité mirarme en un espejo, era melancolía en estado puro, la desazón por la pérdida. Pero la pérdida ¿de qué?

Si había logrado todo lo que yo me había propuesto.

Desde la niebla que habitaba en mi alma creí oír: ¡Mateo!

¿Mateo?, ¿de verdad?

¡Mateo!

Esa era la mariposa negra de mis pulmones: Mateo.

Y, tal como vino, ese dolor se fue. Como si el hecho de reconocer el origen me proporcionara la paz que buscaba. Era Mateo, sí.

Era la pieza que le faltaba al rompecabezas que era mi alma. Me di cuenta que sería una tarea titánica pero mi ánimo era firme. Conquistaría, no, reconquistaría a Mateo. No pude evitar esbozar una sonrisa ante la perspectiva de volver a ver a mi ex marido. Tenía la total seguridad de que todo lo que había vivido durante estos años tenía como destinatario final al padre de mis hijos, a mi compañero. Durante un fugaz instante prendió en mi mente la idea de que, en realidad, yo era Odiseo volviendo a Ítaca, con una sutil diferencia, yo no volvía empobrecida en absoluto, mi regreso venía cargado de regalos. Tras superar las pruebas que Poseidón había puesto en mi camino yo regresaba cargada con los tesoros de mis viajes. Mis experiencias colmadas, el vaso de mi curiosidad satisfecho plenamente, ya solo quería descansar y disfrutar de las mieles de mis viajes.

Estaba dispuesta a pasar el resto de mis días junto a mi amor. Mi verdadero amor. Ese rescoldo que permanecía dentro de mi corazón y que desesperaba por convertirse en llama, ese calor que acabaría con toda la frialdad que había adquirido en estos días de espanto y mediocridad.

Atrás quedaban los lotófagos y sus perversiones, atrás quedaban Calipso y Circe, personificados en esos amantes de una noche que, de vez en cuando y solo para distraerme, usé para pasar mejor la tormenta. Los cantos de sirena de la fama erradicados de mi entendimiento.

Quería, no, necesitaba, algo más, algo que siempre tuve, algo que de una manera estúpida perdí, algo debía recuperar. Sí, quería amor y pondría todo mi empeño en obtenerlo… todo mi empeño.

CAPÍTULO X

DOS AÑOS SIN ÉL

18 de Marzo de 2020

Tras las correspondientes ruedas de prensa que tuve que ofrecer a petición de la empresa, volví a incorporarme a mi puesto de trabajo. Tenía bastante claro que, más pronto que tarde me desligaría de mi ámbito profesional para dedicarme más a fondo a una esfera, digamos, más vocacional, aunque si tengo que ser sincera, me daba lo mismo.

-Elena, cielo, ¿podrías facilitarme el número de teléfono de mi esposo?

-¿Te has casado, Adela?

-No, tonta, me refiero a mi ex esposo, a Mateo.

-¿Mateo?, pero… juraría que me hiciste borrar sus números de teléfono.

-¿Estás segura de eso?

-Sí, te pido perdón, pero estoy segura que fuiste bastante tajante a ese respecto. ¿En serio no te acuerdas? Diría que fue a finales de marzo o principios de abril de 2018.

  • ¿2018 dices? Uff, hace tanto tiempo y estaba tan liada que ahora mismo no caigo. Demasiado estrés, imagino.

-Sí, fue por Abril, una situación bastante desagradable por lo que puedo recordar. Había llamado varias veces pidiendo una cita contigo. Me viene a la cabeza la simpatía que mostraba, siempre tenía un chiste o una anécdota para contar. Ja, ja,ja, fue el día que propuso que cambiáramos la “musiquita” del contestador.

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-Elena, por favor, ¿te importaría colgar el puto teléfono? Esto es un trabajo, joder

-Perdone, perdone, Dra. Fuentes, en realidad es para usted.

-¿Quién es y qué quiere?

-Dice que es Mateo y que quiere concertar una cita con usted

-Mándale a la mierda, o mejor, dile que se vaya a tomar por culo- grité con la expresa intención de que me oyera. Los nervios habían hecho presa en mí.

-Perdón, oiga, oiga,… esto ….  Ha colgado- dijo Elena.

-¿Pero antes o después?

-¿Antes o después de qué?

-De mandarle a la mierda- respondí

Elena no respondió. No volví a tener más llamadas de Mateo.>>

… llamarle entonces?- preguntó Elena

-¿Eh?- reaccioné- perdona, se me ha ido el santo al cielo.

-Que si quieres que busque su número de teléfono para llamarle.

-No, no, ya me encargo yo, supongo que Alonso o Leonor tendrán su número de teléfono. Gracias por todo Elena.

-Sé que no es de mi incumbencia, pero ¿te pasa algo?

-En absoluto, simplemente estaba pensando en lo mucho que he desconectado de lo que era mi vida. No sé, es algo que tengo ahí dentro, rondando en mi cabeza, ya sabes, ese runrún que no te deja descansar, una creciente incomodidad ante algo que se avecina.

-No sé, Adela, de verdad que no sé a qué te refieres.

-Pues me ocurre que no sé si todo lo que tengo ahora es mejor a todo lo que tenía antes.

-Ignoro lo que tenías antes pero sí te puedo decir que lo que has hecho es grandioso. Tu trabajo ha aportado un increíble avance en todo lo que has estudiado, te has dejado el alma en todo lo que has hecho y por eso eres tan reconocida. Nadie te ha regalado nada y has ido más allá de lo que nadie te podría exigir. Eres una luchadora nata, Adela, no te equivoques.

-Ya, ya, gracias por tu apoyo y por estas palabras- respondí no muy convencida- venga, volvamos al trabajo.

Finalmente, Alonso me facilitó el nuevo número de teléfono de Mateo. Al parecer, lo había cambiado.

-¿Para qué lo quieres?

-Para llamarle, Alonso, ¿para qué lo voy a querer si no?

-No sé, es que me extraña que le quieras llamar ahora, después de tanto tiempo sin querer tener noticias de él.

-¿Qué pasa, tienes algún problema con que quiera llamar a tu padre?

-No, problema ninguno, ya te digo que es solo sorpresa.

-Pues sí, hijo, voy a llamarle, quiero saber cómo le va la vida.

-Por lo que yo sé, le va muy bien. Su empresa de asesoramiento financiero le mantiene ocupado aunque me dijo que ya llevaba menos clientes. Por lo que me contó estaba recogiendo todo lo que había sembrado. Delegó en sus empleados y apenas llevaba cuatro o cinco clientes, los más fuertes y exigentes.

-Eso está muy bien, me alegra oírlo, siempre se quejó de que su negocio podía dar mucho más de sí.

-La verdad, mamá, es que no pudo dedicarse con total entrega a su negocio porque tenía que cuidarnos, pero papá es uno de los mejores consultores financieros que conozco. Hasta yo le pido consejo en algunas cuestiones.

-¿Sabes, Alonso? Siempre que hablo contigo, tengo la sensación de que me reprochas algo.

-¿Disculpa?

-Sí, hijo, siempre me echas en cara que tu padre os cuidaba. Como si yo no hubiera hecho nada y no es así, y me molesta mucho que pienses eso de mí.

-Mira, mamá, yo no te recrimino nada, simplemente constato un hecho. Tú estabas obsesionada con tu trabajo, y me parece muy bien. Solo digo que papá nos cuidaba, él siempre cubrió tu ausencia y estarás de acuerdo conmigo que llegó un momento en el que no venías a casa. Nada más. Joder, mamá eso es así, no hay que darle más vueltas.

-Ya, pero, es que mi trabajo era …

  • ¿muy absorbente? ¿muy complicado? ¿muy necesario?

-Pues sí coño, pues sí, era todo eso y más.

-Pues vale, ya está, pero comprenderás que para mí, papá está siempre presente. Nos cuidó, nos ayudó con los estudios, y cuando se divorció, se dedicó a ampliar el negocio. Solo digo eso. Ahora prácticamente está retirado y vive de las rentas de su empresa, haciendo cosas puntuales. Lo que quiero decir, madre, es que hay muchas maneras hacer las cosas.

-  ¿Crees que he sido mala madre? ¿Que no os quiero?

-No mamá, jamás podría decir eso. Claro que nos quieres y eres la mejor madre del mundo. Eres la reina de mi vida y me siento muy orgulloso de ti pero también quiero a mi padre. No sabes lo mal que lo pasó con el divorcio, lo mucho que le costó salir adelante, y siempre con una sonrisa en la boca, siempre con sus bromas, y ahora me pides su número de teléfono, y yo me pierdo, mamá, porque yo te quiero mucho pero no quiero que él vuelva a pasar por ese dolor.

-Oye, oye, que yo no tengo intención de hacerle sufrir, leñe. Solo quiero tener una agradable conversación con él. Charlar, ver cómo le va, interesarme por él. No le he vuelto a ver desde el divorcio y siento curiosidad. Además, quieras o no, él siempre va a ser el padre de mis hijos.

-Bueno, mamá, tengo que dejarte, te facilito el número de teléfono. Ya me contarás cómo te ha ido. ¿Sabes? De alguna manera te tengo envidia, no he visto a papá creo que desde noviembre de 2017. Joder, tengo que dejar de trabajar tanto.

-No te agobies, Alonso, tu hermana y tú tenéis unos trabajos muy exigentes, estoy seguro que tu padre lo entiende.

-Sí, eso seguro, papá entiende todo.

-Eso es verdad. Voy a comprarle una buena botella de vino, quizás un Vega Sicilia, siempre le han gustado los vinos de la Ribera del Duero.

-Bueno, no sé qué decirte, madre. Hace cosa de dos años o así, me dijo que se había aficionado a la cerveza.

-¿A la cerveza? ¿tu padre? Imposible. Pero si tu padre ha sido siempre de bebidas caras, si la peor calidad de lo que ha bebido es un Reliquia Barbadillo de 300,00 euros.

-Pues ahí le tienes con su cerveza, ja, ja ,ja. Se ve que, a medida que va envejeciendo, se hace menos exigente.

-Cerveza, lo que hay que oír.

-Sí, y encima cerveza cutre.

-Me cortas y no sangro, hijo. No parece el hombre con el que me casé

-Y del que te divorciaste, añado. Perdona, perdona, mamá, me he pasado

-Joder, cómo te gusta tirar la piedra, Alonso. ¿Y qué cerveza gasta?

-Si estás de pie, siéntate mamá, porque te vas a caer de espaldas. Mahou etiqueta verde.

-Ver para creer. Bueno hijo, adiós, ya te llamaré

-Mamá …

-Dime, cielo

-Pórtate bien ¿vale? Solo te pido eso, pórtate bien

-Que sí, pesado.

CAPÍTULO XI

CITA CON SORPRESA

22 de marzo de 2020

Cuando contacté con Mateo tuve la impresión de que volvía a casa. Como si hubiera estado perdida todo ese tiempo y hubiera encontrado el camino de regreso al hogar. Se trataba de una calidez que me llenaba.

La actitud de Mateo ayudó mucho, claro. No las tenía todas conmigo cuando le llamé. Barajé la posibilidad de que me mandara a la mierda o a un sitio aún más lejano. Pero no fue así. Todo lo contrario, parecía que no había pasado ni una semana desde nuestra separación.

-Qué sorpresa, Adela, y qué alegría ¿no?

-Ya ves, Mateo. Me preguntaba qué había sido de ti

  • Ja, ja, ja, echabas de menos mis prestaciones sexuales ¿eh pajarita?

-Sí, ja, ja, debe haber sido eso.

-Lo sabía, je, je, je, soy como una canción peste, difícil de erradicar de la memoria-decía mientras aumentaban sus carcajadas- bueno dime, ¿qué se le ofrece a usted Dra. Fuentes Hernán? ¿algún asesoramiento económico? ¿desea usted invertir en bolsa?

-No, tontorrón –dije con toda la intención de introducir un elemento evocador de nuestra relación- me preguntaba si te apetecería que quedáramos a tomar un café.

-¿Un café? ¿pasa algo grave, Adela?

“Que te echo de menos”, pensé. Y así era. Apenas un par de frases expresadas por Mateo y me daba cuenta de lo mucho que le extrañaba en mi vida.

-No, nada. Muy al contrario, todo va fenomenal- respondí

-Ah, bueno, pues si quieres puedes pasarte por mi casa

-Por mí estupendo, si no te causa molestia.

-Para nada, ya sabes que soy muy cómodo, ¿te apetece el domingo a eso de las 16:00?

-Sí, genial. El domingo nos vemos entonces, Mateo.

-Fenomenal, ¿hace falta que me ponga traje? Ja, ja, ja, claro que no, qué tonterías digo. Eso sería si fuera una cita y aún recuerdo nuestro último encuentro, ja, ja ,ja

-¿Entonces el domingo?

-Sí, sí, el domingo

Mateo dejó bien claro que no iba a ser una cita pero yo me había propuesto si no reconquistarle, al menos impresionarle. En consecuencia me puse un vestido ceñido, que enseñara mis piernas, que se ajustara a mi cuerpo como un guante, que realzara mis pechos.

Quería darle alguna señal de que podíamos iniciar una nueva relación. Me propuse coquetear desde el minuto uno, ser cercana, tomarme alguna libertad.

Fui a su domicilio. Un ático dúplex en pleno centro. Lujoso, con grandes ventanales que permitían que entrara la luz del sol, con techos altos que aumentaban la sensación de espacio abierto.

Me llamó la atención el hecho de que la puerta de entrada estuviera abierta.

-Pasa, pasa- me dijo- cierra la puerta por favor.

Entré en la sala de estar cuando Mateo vino de la cocina trayendo sobre una bandeja dos tazas de café.

-¿Azúcar, azúcar moreno, sacarina? Échate lo que quieras

-¿No me vas a dar dos besos?- le pregunté

-Por supuesto que sí, Adela, perdona mi consternación, no estoy acostumbrado y no sé reaccionar, te pido disculpas.

-No hay de qué disculparse, Mateo, tampoco es que vaya a morder

-Ja, ja, ja, bueno, bueno, eso nunca se sabe, tú eres una auténtica pitt-bull, ja, ja

-Qué exagerado eres.

-Si lo sabré yo, ja, ja. Bueno dime ¿qué se cuenta una de las mejores investigadoras científicas que hay?

-Nada en particular, Mateo, simplemente me apetecía muchísimo verte.

-Muchas gracias, Adela. Es todo un honor, lo sabes. ¿Te gusta el café?

-Mucho, veo que sigues siendo un sibarita- le dije, mientras observaba su figura. Había adelgazado y llevaba el pelo corto, con una barba recortada. Sus movimientos eran elegantes, muy cuidados y su forma denotaba la educación que siempre le había caracterizado.

-Bueeeno, no tanto pero sí es verdad que me gusta que lo que tomo sea de calidad.

-Ya me ha dicho Alonso que ahora te ha dado por la cerveza

-Ja, ja, ja, por la cerveza, no. Por la Mahou Clásica etiqueta verde. No es lo mismo, ja, ja, ja- reía con la sonoridad de siempre, con franqueza, una sonrisa que yo había olvidado, acentuada por una gafas verdes, con una montura redonda que me apreció encantadora.

La tarde transcurrió plácida, alegre, entrañable.

Nos contamos nuestras inquietudes. Mateo había contratado a una chica que venía todos los días a limpiar la casa. Pude saber que su nombre era Saray.

-Es gitana- me dijo- una chica magnífica y, en muchas cosas, es mi brazo derecho, no sabría qué hacer sin ella. Pero todo muy formal ¿eh? Ja, ja, ja, es mi proyecto personal. Se ve que con el paso de años me transformo en Pigmalión.

-Oye, Mateo- le pregunté- ¿y tú tienes algún rollo, quiero decir, sales con alguien?

-No, qué va. Para nada. Ya tuve bastante.

-Gracias, por lo que me incumbe.

-No mujer, no te mosquees. Te estoy tomando el pelo. No, Adela, no tengo nada. De vez en cuando he tenido alguna relación esporádica, pero nada serio. No me apetece nada prolongado. No te lo vas a creer pero es que ando muy liado de trabajo.

Empezaba a notarse la ausencia de luz en la sala de estar, el atardecer caía y continuamos charlando, derivando la conversación hacia temas más íntimos.

-O sea que estás solo- conjeturé

-Sí, exceptuando a Saray, se puede decir que estoy solo, aunque Saray es mucha Saray. Ya la conocerás. ¿Y tú, Adela, estás con alguien?

-No. No podría. Me he llevado algún que otro palo, alguna decepción y decidí tener relaciones de una noche. Y no muchas, si te soy sincera.

-¿No dan la talla? Es que eres muy difícil de satisfacer, Adela. Eres muy compleja. Deberías darte una oportunidad y no ser tan dura contigo misma, encontrar a alguien de tu medida.

Aquello me desarboló por completo. Me acerqué a él y, mirándole a los ojos, bueno a sus gafas, le dije,

-Mateo Gómez Aranda, siempre has sido el baremo de todos ellos, ¿sabes qué quiero decir? Mis buenos y mis malos proyectos de pareja … nunca se acercaron a ti. ¿Tú piensas lo mismo de mí?

-Adela, contigo es diferente. Nunca ha habido nadie con quien comparar, nunca he querido compararte con nadie y nunca lo va a haber.

Se hizo un silencio, mientras la tarde seguía cayendo. La luz se difuminaba cuando Mateo dijo,

-Bueno, Adela, se hace tarde ya. Te diría que te quedaras más tiempo pero mañana tengo una reunión muy importante.

-Desde luego que sí, Mateo- le respondí. Ya tendría tiempo de recuperarle. Para ser un primer encuentro había sido maravilloso volver a estar con él.

Observé cómo Mateo se dirigía a la enorme ventana del Salón y, dándome la espalda, apoyo su brazo izquierdo sobre el ventanal. La caída de la tarde recortó su figura impregnando de un tono anaranjado su silueta.

-Adela…

-Dime, Mateo.

-Ha sido estupendo quedar contigo. Te echaba de menos.

-Lo mismo digo. Deberíamos repetirlo ¿no te parece?

-Sí, deberíamos hacerlo. Adiós, Adela. Si no te importa, cierra al salir.

Abrí la puerta y la volví a cerrar. Pero no salí fuera, no sé si mi intención era quedarme y hacer el amor con Mateo o constatar algo que me había estado preocupando durante toda la cita.

Al oír cerrar la puerta, Mateo, dirigiéndose a sí mismo dijo,

-Ahí está. Qué mujer. Seguro que está tan hermosa como siempre. Y yo aquí, como un tonto, sin saber qué decir. Ay, señor, qué malo es estar tan enamorado.

Y cogiendo las tazas se dirigió con torpes pasos hacia la cocina.

Lo había intuido durante toda la tarde. No en vano era una de las mejores especialistas en neuro-oftalmología.

Mateo era ciego.

Esperé a que se alejara por el pasillo y cerré la puerta tras de mí muy, muy despacito, sin hacer ruido y solo cuando estuve fuera apoyé mi espalda en la pared y comencé a llorar hasta que mis piernas no pudieron sostenerme y acabé sentada en el suelo.