Uno de tantos relatos sobre la redención, 23

«Aquel a quien los dioses quieren destruir, primero lo vuelven loco». Atribuido erróneamente a Eurípides

CAPÍTULO XI (XLVI)

CONTACTOS

José.-

Si algo aprendí de Albert es que en esta vida hace mucha falta tener contactos. “Hay que tener amigos hasta en el infierno” solía decir, “el que tiene padrino se casa” o su más personal “yo no sé hacerlo pero conozco al que sabe”.

Cuando tuve acceso por primera vez a su móvil, me sorprendió la cantidad de contactos que tenía. Todo un elenco de personajes de los que podía tirar en cualquier momento. Hasta para salvarme la vida. De alguna manera siempre iba a estar en deuda con Albert.

Recibí la inconsciencia con agrado, quería irme tranquilamente, salir de aquel piso y perderme en la oscuridad de la noche. Como si fuera un pistolero cuando termina la película pero en lugar de dirigirse al amanecer yendo hacia la oscuridad. “Después de todo”, pensé, “siempre he amado la noche”. Pero no pudo ser.

Mis recuerdos son vagos pero, por lo que me dijo Joya, fue Patricia la que llamó inmediatamente al “Doctor Muerte”, aquel médico forense que conocía a Albert y que envió a un enfermero íntimo suyo para que aplicara las curas que estimara oportunas. El corte era más aparente que grave pero había perdido bastante sangre.

No me habría importado morir en ese momento, lo digo en serio. Mi vida era la de un mierda, un viejo amargado y rencoroso. Nadie me iba a echar de menos y me lo tenía bien merecido, pero tuve una oportunidad y no quise desaprovecharla.

Aquella madrugada me introduje en el garaje de aquel perro asesino. Esperé pacientemente a que abriera el portón para poder acceder a su coche. No podía saber que le había rajado las cuatro ruedas . Una torpeza mía, porque ese agente de policía podía ser un cabrón pero era un cabrón muy listo. Se dio cuenta que algo no iba bien. Intentó encender la luz del garaje, pero también la había inutilizado. Total que sacó su pistola reglamentaria y cargó su arma buscando algo, lo que fuera, una figura que no debería estar, un movimiento extraño.

Yo estaba bien escondido y me limité a esperar amparado por la oscuridad y por el camuflaje que me había aplicado siguiendo las precisas instrucciones que Albert me enseñó un día.

“Es importante romper la fisonomía del cuerpo, Jose”

“Un poco de grasa que atraviese tu cara en diagonal, nunca en círculos o estarás dibujando una diana perfecta”

No me vio venir. Lo primero que hice fue desarmarle. Un corte en la mano que empuñaba la pistola produjo el efecto deseado. Una estocada en el muslo, profunda y dolorosa, “medio trabajo hecho”.

-Sé quién eres, hijo de puta- me dijo- ¿y sabes qué? Te voy a matar y luego me follaré a tu amiga la profesora, la voy a dar bien por el culo a la mujer del cabrón del Puertas y luego ya veré si me follo a la zorra del bar de copas con unos amigos míos o a la puta de su hija. Va a ser una fiesta cabrón y vas a ser testigo presencial de todo, hijoputa.

No estaba dispuesto a entrar al trapo de su provocación así que hice lo pertinente en estos casos. Le hundí mi machete en el pulmón derecho. Entrando desde abajo hasta arriba, en diagonal, por debajo de las costillas. Pulmón perforado, moriría inundado por su propia sangre, “trabajo finalizado”.

No dijo más, podía oír como intentaba respirar, como se estaba ahogando poco a poco mientras la luz se le iba. Entonces cometí un error de principiante. Me acerqué para decirle muy suavemente,

-Muérete, cabrón

Pero no estaba muerto todavía, joder. Aquel desgraciado era duro de pelar, me cogió de la pechera y me arrebató el cuchillo pasándomelo por mi dorsal derecha.

-Muérete tú, hijo de la gran puta- me dijo en un intento de morir con las botas puestas.

Y lo habría conseguido de haber tenido más fuerza. Pero fuerza era algo que ya no tenía el muy mamón. Pude apartarme lo suficiente y observar a una distancia prudencial cómo se apagaba.

-¿Ha merecido la pena?-pregunté.

-He disfrutado cada segundo- me respondió con una sonrisa macabra-cada puto segundo.

Todo un hijo malnacido, sí señor. Eso se lo reconozco.

Después de mi desmayo, solo tengo recuerdos intermitentes. Alguien que me cosía, un traslado a un sitio y el camino a un dulce olvido. Un descenso tranquilo y reposado alentado por mí. Quería dejarme llevar, olvidarme de todo. Estuve a punto de conseguirlo hasta que oí la voz de Albert,

“Espabila hostia, es hora de despertarse. Tenemos mucho trabajo por delante”

Durante un instante, vi su imagen. Estaba en cuclillas ante mí y sonreía,  me ofreció su mano y me levantó. Abrí los ojos apenas un segundo, el tiempo suficiente para ver a Fran sentada en una silla situada junto a la cama, con un gesto mitad sorpresa, mitad alegría que hicieron que me diera cuenta que ella me había perdonado. Luego volví a la oscuridad pero esta vez era sanadora.

Cuando desperté, lo hice en casa de Fran. Junto a mí estaba “El Joya”

-Buen trabajo, Jose.

-¿Ya estás fuera?- pregunté

-Desde luego que sí. Todo eso estaba preparado por el cabrón ese del policía. Solo querían tenerme fuera de circulación durante 72 horas.

-No sé “Joya”, no sé. Hay cosas que no me cuadran pero ya me da lo mismo. Ese cerdo tenía que morir. Lo tengo muy claro, pero no sé si él fue el que te tendió la trampa.

-¿Y quién iba a ser si no?

-Ya te digo que no lo sé. Felipe y Juan Carlos no, desde luego. ¿Quizás Juan?

-Ya me han dicho que venías para hablar por esos dos- me dijo

-Creo, Joya, que ya es hora de enterrar definitivamente a “Puertas”, ¿no?- le respondí- Escucha, no podemos seguir con esa losa. No es lo que habría querido él. Lo sabes, ¿verdad? Si queremos honrarle no podemos hacerlo así, tío.

-¿Sabes? Te mereces saberlo. Cuando te recuperes te voy a llevar a la tumba del “Puertas”.

-Pero ¿qué dices? Albert fue incinerado.

-Qué va, Jose.  Mateo y yo nos encargamos de darle sepultura. No iba a permitir que le quemaran, Jose. Sobre mi cadáver.

-Pero ¿qué me estás contando?

-Tú sabes, porque lo sabes, que nunca quiso que le incineraran. Recuerdo que siempre que hablábamos me decía que él no quería ser quemado, que quería ser enterrado junto a su esposa. ¿De verdad crees que iba a permitir que le quemaran? No, joder. De eso, nada. Hablé con el forense, con el “Doctor Muerte” ese, y nos entregó su cadáver después de hacer la autopsia. Mateo envió a unos gitanos que me ayudaron. Nos llevamos su cuerpo y el ciego se encargó de buscarle un sitio cojonudo junto a un árbol. Lo que se quemó fue el cuerpo de un indigente. Ya sabes un “Juan Nadie” cuyo expediente se perdió.

-¿Un árbol, dices?

-Sí. Un árbol raro, uno japonés resistente al fuego. El propio Mateo se encargó de que pusieran una lápida.

-¿Y lo sabe, Fran?

-Ahora sí. Me montaron un buen pollo, sobre todo Lara y Patricia pero Fran solo podía decir “lo sabía, lo sabía, él no quería que lo quemaran” y “gracias, Mateo”. Hay que joderse que yo fuera el que impidiera todo y no  haya tenido siquiera el detalle de darme un abrazo, joder. Supongo que esa es la maldición  del guerrillero, nuestro premio, al fin y al cabo, es la satisfacción del deber cumplido.

-Lo que no sé es cómo Lara no te ha cortado los huevos.

-Supongo que no quiere perder a su empleado favorito.

-¿Y ahora qué, Joya?

-Tú verás, haz lo que te venga en gana. Conmigo no tienes pleito.

-Sí, creo que voy a hacer eso. Hacer lo que me venga en gana

-¿Tienes algo en mente?

-Ya lo creo que sí, voy a ir a una boda

-¿Y eso?

-A la mía

-¿Te vas a casar?

-Puedes apostar por ello… aunque ella aún no lo sabe.

-¿Y tiene nombre?

-Sí, es Clara

-¿Aquella chica del sindicato?

-Sí. Mañana mismo la pido en matrimonio. Ya he cumplido mi cometido, Joya. Vuelvo a mi retiro, aquí no me queda nada. Dale recuerdos a Fran, a Lara y a Patricia, si me necesitáis ya sabéis dónde estoy.

-Descuida, tronko. Te digo lo mismo, sabes dónde estoy.

-Ya, pues eso. Adiós, Joya. Cuídate

-Adiós, bro, cuídate tú también.

CAPÍTULO XII (XLVII)

NO QUIERO

Jose.-

Volví a mi refugio ubicado en un pueblo de Guadalajara tal y como me fui pero con una leve diferencia, por primera vez en muchos años me sentía en paz conmigo mismo.  Acepté que había redenciones que no eran posibles. Por mucho que me esforzara, por mucho que sacrificara, nunca iba a ser perdonado. Pero me había dado cuenta de que no necesitaba que nadie me perdonara. Bastaba con que reconociera mi derecho a intentar ser feliz.

No podía seguir viviendo amargado. Ni podía echarle la culpa a la vida o al destino. Era responsable de cosas terribles y tendría que vivir con ello. Asumir lo que había hecho y adaptarme. Me planteé que, quizás, tenía derecho a seguir viviendo, “¿por qué, no, Jose? Todos podemos alcanzar un retazo de felicidad, basta con tener la fuerza de voluntad suficiente para intentarlo” recordé las palabras de mi amigo.

Regresé con una única intención, pedirle a Clara que se casara conmigo. Un rito del que siempre había renegado pero que, tras todo lo que había ocurrido, alcanzaba un significado trascendental. ¿Tendría el valor de hacerlo? Había comprado una alianza de oro blanco preciosa. Simple, sin joyas ni diseños complicados porque, las cosas como son, dudaba mucho que a Clara le gustara el gasto superfluo que conlleva un anillo caro.

Entré en mi casa. Cerré la puerta tras de mí, y dejé la bolsa sobre la mesa del salón. Allí estaba ella, sentada en el mismo sillón que cuando me marché. Estaba preciosa con aquel vestido estampado corto que apenas dejaba ver el inicio de sus muslos.

Sonreí nada más verla. Me resultaba fascinante la capacidad que tenía esa mujer para transmitirme paz en los momentos más duros y supe que tenía que ser ella, y no otra, la que me sacara de ese pozo en el que me había metido yo solito. Sin ayuda de nadie.

Me acerqué al sillón y, sacando el anillo de pedida del estuche, me arrodillé y, mirándola a los ojos, le dije,

-Sé que todo esto es muy impulsivo, Clara. Sé que no valgo mucho y sé que te va a parecer una locura, pero es que muero cada día y, ya que es inevitable, querría morir contigo. Solo tú me das un halo de esperanza y solo en ti encuentro mi paz y mi felicidad, mi sosiego, mi amor, Clara… ¿quieres casarte conmigo?

Ella me miró fijamente y, sonriendo, dijo

-No quiero…- No supe qué decir, me quedé ante ella con la sonrisa congelada- ¿no te das cuenta, Jose, que no puede ser? Acabas de estropearlo todo, cielo o, quizás, acabas de arreglarlo todo. No puedo casarme contigo, amor por una razón muy sencilla, ¿todavía no te has dado cuenta de que no existo?

Y con estas palabras, su imagen se desvaneció para dar paso a la luz del atardecer que se filtraba por la ventana.

EPÍSTOLA DEL CALIBRE 45

Querido Julián,

Se me hace raro escribirte esta misiva, más que nada porque llevo mucho tiempo sin escribir a mano y me siento torpe.  Aprieto mucho el bolígrafo y las letras no salen todo lo perfectas que uno quisiera. Pienso en todas esa horas desperdiciadas para aprender a escribir bien en aquellos cuadernos  verdes de caligrafía marca “Rubio”, para descubrir que no he avanzado un ápice. Como tantas cosas en mi vida.

No sé dónde iré a parar, a veces me da la sensación que esto de escribir una carta es como iniciar un viaje por el mar. No sabes qué te vas a encontrar, sigues la ruta y esperas que la travesía transcurra, más o menos, como tú pensabas pero lo cierto es que no se expiden certificados de garantía de que todo va a ir bien.

Me he despertado esta mañana temprano con la sensación de que tenía que escribirte. Ya ves tú, qué tontería, todo aquello a lo que no prestaba atención antes parece que, ahora, torna de vital importancia. Recibí tu carta e hice lo que pude, despejar el camino, evitar cualquier peligro a las personas amadas y procurar que haya algo de justicia en este mundo, pero me temo que no fue suficiente.

Pienso que, al fin y al cabo, hay otros dioses que se encargarán de que todo transcurra como es debido. Digo bien, otros dioses, porque los míos, querido Julián, han resultado ser insuficientes y bastante decepcionantes.

Me dijiste que las cosas pintaban mal para Alex pero, a tenor de todo lo ocurrido, una vez cotejadas y analizadas todas las pruebas pienso que siempre quedará algo del Albert en él. Bien visto, tampoco es para tanto.

En cuanto a mí, poco que contar. Caí en una depresión tremenda de la que solo he podido salir tras un año de internamiento en un centro psiquiátrico. Joder, tío. Qué vida esta. Resulta que me estaba volviendo loco y que llegué a pedir en matrimonio a una imagen que  había creado mi mente, mi pobre y vulnerable cerebro. Hasta compré una alianza y todo, fíjate. Y se lo ofrecí a una imagen que se desvanecía. Creo, y te lo digo de corazón, que si no llega a ser por el crucifijo de plata que me dio Mateo habría caído irremisiblemente en la más profunda de las locuras.

No sé, Julián, la vida sigue y ya he conseguido salir y sentirme con la suficiente fuerza para, al menos, responder a tu cortés misiva. Así que ya te digo que agradezco tu carta porque supuso que pudiera volver a ponerme las pilas, abandonar la esquizofrenia en la que vivía e intentar un nuevo camino. En breve iré a los Madriles y ¿sabes qué? Voy a pedirle en matrimonio a Clara (a la verdadera, añado). Sí, joder, sé lo que estás pensando, “pero ¿tendrás que conquistarla primero, capullo?” ¿y sabes qué te digo? Que hay algunas cosas que son inevitables. Mi matrimonio con Clara, es una de ellas, solo espero que ella piense igual, Ja, ja, ja.

Quiero ser mejor, Julián, lo juro. De verdad que quiero serlo y tengo la certeza de que puedo conseguirlo. Me siento más fuerte, me siento mejor persona y ya no tengo pesadillas.

Afectuosamente tuyo,

Jose

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“Lo que más me jode” dijo Julián a Amaia, “ es que no sé a qué carta se refiere. Joder, yo no le he mandado ninguna. Ni siquiera sé dónde vive el pirado este”

“Cielo” le respondió su esposa, “¿Todavía no has aprendido que, tratándose de “Puertas”, todo es posible?”

Y, mirándose a los ojos, ambos esbozaron una sonrisa.

DE MÍ PARA TI, CON CARIÑO

(Epílogo I)

Mateo.-

Recuerdo aquél día como si fuera ayer mismo. Supongo que son las ventajas de vivir en la oscuridad. La voz de Joya sonó ruda por el móvil,

-Tengo el cadáver del “abogado” escondido en la Universidad Complutense de Madrid.

-¿Perdona?

-Lo que oyes. No iba a dejar que lo quemaran, joder.

-Pero ¿entonces a quién coño han quemado?

-A un mangutas que había en el depósito, el típico “Juan Nadie”.  Tranki, Mateo, que no lo va a echar nadie de menos.

-Eres un puto perturbado, Joya.

-Soy un amigo, Mateo, eso es lo que soy. ¿Me vas a ayudar o qué?

-Sí, claro- no me hizo falta pensar mucho- hasta tengo localizado un sitio.

-¿Dónde?

-En el cementerio.

Había oído a la esposa de Alberto durante la incineración que no podía entender que su marido eligiera el fuego cuando siempre había deseado ser enterrado. Sus planes siempre fueron acabar juntos. “Joder”, pensé, “qué asco de vida para que decidas desaparecer sin dejar un mínimo rastro de ti cuando lo que has querido siempre es estar toda la eternidad con el ser que has amado”.

Pensé en Alberto cuando me confesó en una de nuestras quedadas cerveceras que él había plantado un árbol en el cementerio,

-Un gingko, Daredevil. Ja, ja, planté un árbol japonés en el cementerio.

-Qué chorrada, ¿no?- dije con cierto tono escéptico

-Para nada, tío. Es un árbol que resiste bien el fuego.

-Ya estás con tus simbolismos, Puertas.

-Pues claro, tronko. Todo es simbólico en esta vida, todo representa algo. Tras cada suceso hay siempre una razón. Odiaría ser incinerado, Mateo. En cuanto ese árbol crezca me buscaré las mañas para que nos entierren a Fran y a mí juntos a la sombra de ese árbol.

-No te comprendo, Alberto, ¿de verdad quieres que te entierren con Fran?

-Pues claro, hombre. Coño, aunque ahora no me quiera ¿quién sabe? Lo mismo cuando estemos muertos me adora.

-Estás loco, hombre. Muy loco

-Pero es por amor, Mateo,ja, ja, ja, siempre es por amor- dijo, fijando la vista en un punto indeterminado, como si hablara consigo mismo.

-No sé cómo puedes mantener esa fachada, Alberto.

-Porque me mueve la esperanza, Don Mateo y ese amor que siempre nos rodea.

-Yo no lo veo así. Dices que todo es simbólico entonces ¿qué representas tú?

-La oscuridad-dijo con un tono amargado- y la voluntad de salir de ella.

-¿Y qué represento yo, que estoy ciego?

-La luz, tío. La promesa de una luz venidera

-Entonces ¿qué debería plantar yo?

-Un pino. Gilipollas. Ja, ja, ja, eso es lo que vas a plantar, makinilla.

Sí. Ahí lo enterramos. Bajo la sombra de un gingko y hasta le escribí un epitafio que colocamos en el suelo. Un epitafio hermoso para una persona hermosa.

Pasaron meses desde que pudimos conjurar la amenaza. Carlos estaba muerto, Juan mal herido y Joya estaba en la calle. Mi presencia ya no era tan necesaria y, por tanto, podía volver a mis quehaceres con la ONG que me endilgó mi amigo. Hasta que un buen día se presentó Fran en nuestra casa con un exceso de alegría que deseaba compartir.

-Lo tengo- me soltó de improviso sin siquiera darme los “buenos días”- Por fin he podido arreglarlo todo.

-¿A qué te refieres, Francis?

-A tu ceguera. Me ha llevado mucho tiempo y pedir algunos favores pero he desenredado la madeja que tenía Albert. ¿Sabes que estuvo a punto de conseguirlo?

-¿Curarme?

-Sí, ¿qué otra cosa iba a ser?

-Lo tenía todo encarrilado, Mateo, a falta tan solo de un par de gestiones.

-¿Cómo lo iba a conseguir?

-A través de Amaia, una amiga nuestra que tiene algunos negocios en Estados Unidos. En apenas tres años había conseguido una cantidad notable de contactos, pero no pude llegar a ella hasta que el “Doctor Muerte” me dijo la procedencia de los fondos que se usaron para buscarte una cura.

“Ya empieza a hablar como Alberto”, me dije, “el Doctor Muerte, joder, dentro de nada me llama “Daredevil”

Tiré del hilo y descubrí al médico afincado en Estados Unidos que estudió tu expediente y que señaló que el tratamiento ideado y desarrollado por Zimmerman y Fuentes para J&JDAVIS era el indicado para tu afección.

Llamé a Amaia y ¿sabes qué? Tenía conocidos que trataban con los hermanos Davis. Ya ves, no le ha costado mucho a Maya convencerlos para que autoricen tu caso. En breve, te llegará una propuesta.

-No quiero deberles favores a esa gentuza, Francis.

-No lo entiendes, Mateo. Son ellos los que están debiendo un favor a un conocido de Amaia.

-¿Por qué Francis? ¿Por qué te has molestado tanto?

Calló durante un instante y luego dijo,

-Porque se lo debo a él, porque te lo debo a ti- y bajó la mirada- él me salvó, Mateo, y yo le fallé. Tú has salvado su cuerpo. Ahora siento algo de felicidad sabiendo que podremos descansar juntos. Tengo un sitio precioso para visitarle y ha sido gracias a ti.

-Aun así…

-Que no, Mateo. Mira, puedo entender que no quieras nada mío, pero esto es un regalo de Albert. Era algo que ya estaba preparado pero que no pudo finalizarse. Yo no hago más que restablecer la entrega. Nada más. ¿Vas a negarle eso a Alberto?

Era evidente que no. No iba a hacerlo, ni podía, ni quería.

Ahora puedo ver, y se lo debo a mi esposa y al tal Zimmerman. No incluyo a Alberto porque él ya me enseñó a mirar de otra manera y eso es lo que agradezco cada día de mi vida a ese gamberrazo que se disfrazaba de abogado.