Uno de tantos relatos sobre la redención, 22
Tenías que ser duro para sobrevivir en mi barrio Patty Smyth
CAPÍTULO XLIV
BARRIO
Jose.-
Me bajé en la parada de tren y descendí por las escaleras hasta salir de la estación para enfrentarme a la mayoría de mis fantasmas. Todos aquellos recuerdos me asaltaron transportándome a un pasado lejano. Un viaje al pretérito imperfecto de cualquier verbo agradable.
Yo amaba, yo jugaba, yo disfrutaba, yo bebía y yo deseaba, para convertir todo eso en el pretérito perfecto simple de otros verbos. Yo odié, yo envidié, yo imité, yo pervertí. Es tan fácil conjugar estos últimos cuando eres impuro que asusta. De haber tenido más tiempo me habría gustado reflexionar más detenidamente en ello, pero venía con un propósito muy concreto y nada me iba a apartar de él. Ni verbos, ni recuerdos, ni demonios.
Pasé por el cementerio no sé muy bien por qué. No había tumba que visitar ni lápida que leer, solo una puta imagen en mi cerebro y un dolor en mi corazón. Allí, justo allí, un cura soltó un discurso que ningún presente entendió. Podía recrear perfectamente la imagen de todos los que acudieron al funeral de mi colega.
Su mujer, su hija, sus compañeras, algunos clientes de “El Juli” hasta Mateo “El Quesito”, que vino con la hija de José Kovacs, el patriarca gitano del poblado chabolista situado al lado del barrio.
El barrio, mi barrio. Toda una vida transcurrida entre trozos de cristal y escombro en la periferia de cualquier gran ciudad, ese olor peculiar que te lleva a la infancia más inmediata. Una Casa de la Juventud, un muro derruido, una pista de baloncesto sin canastas (porque las habíamos tirado) o las líneas que marcaban la pista de futbito (ahora lo llaman fútbol-sala pero ¿qué más da?), la pequeña tienda de colmados con nombre propio <>, donde te mandaban tu madre o la vecina del quinto, del cuarto, del tercero, cualquiera.
Lo mal que llevaba eso, joder. Y cómo me escaqueaba para que fuera Albert el que lo hiciera. Siempre tan solícito “voy, señora Pilar”, “voy señora Consuelo”, tan cariñoso. A veces con los cabrones de los maridos de esas hijas de puta, riéndose de Albert “¿a que no lo traes antes de cinco minutos, nene?” mientras él se afanaba en correr.
“Mira, Jose, me han dado cinco pesetas de propina, ¿nos compramos unos caramelos en el kiosko?”
Recuerdos. Sentados en el portal a la sombra de la terraza del primer piso en una tarde de verano, bebiendo agua de las múltiples fuentes que había entonces, jugando en el descampado repleto de escombros y jeringuillas. Me venían todas esas imágenes a la cabeza, siempre con la presencia de Albert como denominador común, pequeñas sentencias que se me clavaban en ese momento. ¿En qué momento me equivoqué? ¿Por qué dejé que mis demonios me poseyeran? Es todo tan… cuesta arriba…me cuesta tanto subir. Tomo un minuto de respiro, un breve lapso de tiempo para poder reordenar mis ideas. Tengo que hacer un par de visitas, un par de llamadas, hacerme una composición de lugar y tomar decisiones. Tampoco es tan difícil.
Se dice que nunca se acaba de volver al hogar. Que cuando te marchas y abandonas un sitio, aunque lo eches de menos, aunque sepas que no puedas vivir en otro lugar, no puedes regresar. Porque la vida sigue y evoluciona muy rápidamente mientras uno está alejado, siguen existiendo sin ti y esa lección es dura de aprender. Puertas desapareció, sé que yo desapareceré también, pero el barrio seguirá y quiero creer que eso es un consuelo. Alguien más pisará esas calles que yo he hollado y mis huellas quedarán borradas por el rastro de otros que me seguirán. Yo no valgo mucho y no me importa desaparecer, pero me gustaría mucho salir de este escenario con un mínimo de dignidad.
Dos llamadas, quizás tres, solo para centrarme, para poder ver todo con cierta perspectiva. Marco,…
-¿Sí, dígame?
-¿Napias?...tenemos que hablar- y así, hago girar de nuevo la rueda…
THREE BLIND MICE
Lara.-
Nunca he sabido enfrentarme al dolor ajeno. Puedo llevar muy bien el mío, ocultarlo, desviarlo, ignorarlo. Pero si veo a alguien sufrir me lanzo inmediatamente a ayudar. Las personas que sufren mucho son las que más pueden identificar el dolor en otros. Fran no podía sostener su castigo. Intentaba llevar su cruz con la mayor dignidad posible pero no era suficiente. Caía y caía y, por mucho que se aferrara a invisibles asideros, lo cierto es que nada podía amortiguar la dureza de su hundimiento.
Lloraba, hipaba, sus ojos rojos, las arrugas en la comisura de sus labios, la piel clavándose en su huesos. Una mirada de ansiedad cuando veía a nuestros hijos, una alegría tímida, disimulada para que no nos sintiéramos atacadas. No, aquella no era Francis. Al menos la Francis que conocíamos. De aquella mujer segura, fuerte y poderosa que dominaba todo un universo desde su atalaya, no quedaba nada.
Venía de Estados Unidos y parecía una pequeña colegiala. Delgada, débil, totalmente despistada en un mundo que no la aceptaba, que no la iba a admitir. Pensé en todo lo que estaba sufriendo, lo que le quedaba por sentir, siempre a la espera de una epifanía que nunca iba a llegar porque su amor había muerto. ¿A quién puedes pedir perdón? ¿Cómo vas a poder reparar algo que no te dejan?
Me puse en su lugar y me di cuenta que, en realidad, era la más perjudicada de todos los actores de esta pequeña tragedia. No se podría redimir nunca. Albert se lo había negado y Francis (Fran, joder. Ahora, Fran) no podría obtener perdón alguno. “Qué crueldad, hostia”, pensé, “ seguir viviendo así, sin tu amor, sin obtener un perdón siquiera por caridad”.
Allí estaba ella, triste, desolada, sin su hombre. Y lloré, porque allí estaba yo también, triste, desolada, sin mi hombre… pero con mi hijo y allí esta Patricia, sola, desolada, sin su hombre… pero con su hijo.
Patricia.-
Habría sido peor persona si no la hubiera perdonado. Mi vida era una mierda pinchada en un palo de dolor. Todo había salido mal desde la muerte de Albert y lo que tocaba, por mucho que me pesara, era perdonar y aceptar. Tengo la seguridad de que era lo que hubiera querido Albert. La vi, así, indefensa, llorando y supe que mi destino estaba unido al de ella, al de Lara.
Fran había intentado suicidarse y habíamos pasado por alto eso, pero nadie se preguntó quién fue el monstruo que envió ese vídeo ni, ya puestos, quién destruyó su casa o ¿Por qué en ese momento?
Empecé a darme cuenta de todas las coincidencias que se habían dado en apenas 10 días. El piso de Albert destrozado, el intento de suicidio de Francis por unos vídeos enviados y el encarcelamiento de Joya por posesión de drogas aunque él juraba y perjuraba que no era traficante. No era una cosa que me preocupara mucho. El Joya era perro viejo y, ante la aparición de una bolsa con una cantidad ínfima de heroína con la correspondiente cánula en la guantera de su auto, hizo dos cosas: pedir una llamada con su abogada y, por supuesto el “Corpus Christi”, es decir, lo que comúnmente se conoce como el “Habeas Corpus”.
Solo podrían mantenerle retenido durante 72 horas en comisaría. Pasado ese tiempo tendrían que formular acusación: la que fuera.
Lo bueno: por una cantidad de apenas 2 gramos de jaco no podrían acusarle de un delito por tráfico de drogas.
Lo malo: iba a palmar tres días de confinamiento en comisaría por la patilla.
Aquello me había puesto de muy mal humor. No había dicho nada a Lara porque, por lo general, suelo desvincular mi vida personal de la profesional y lo único que quería era desconectar un poco ese día, pero estaba claro que, visto lo visto, empezaba a completar un intrincado puzzle. Ahora bien, ¿quién estaba detrás de ese juego?
Eran demasiados datos y tenía que procesarlos, analizarlos, poner cada cosa en su sitio, antes de empezar a tomar decisiones y no sabía si podría hacer todo eso de una manera eficiente. Después de todo yo era abogada. Mi guerra se desarrollaba en otro tipo de jungla. Aquello me superaba por mucho, y no digamos a Lara o a Francis (Fran, joder, ahora Fran).
Tuvo que ser Lara la que rompió el silencio,
-Vale, ya hemos llorado bastante. ¿No os parece que es hora de que empecemos a pensar qué está pasando aquí?
-No sé a qué te refieres- comentó Francis (tengo que acostumbrarme a Fran)
-No hace falta ser muy lista para saber que algo está pasando, Fran- comentó Lara (¿por qué era tan fácil para ella llamarla Fran?)- ¿cómo pudo nadie enviarte un vídeo del día que Albert se fue de tu casa? ¿no te parece todo muy estudiado?
-Yo pensé que me lo había enviado, Patricia- respondió Fran (ya era hora de que me acostumbrara)
-¿Yo?, ¿por qué te iba a mandar yo algo tan dañino?- respondí, un poquito enfadada
-No sé, Patricia, perdóname, ¿quizás porque le enviaste a Pilar todo un expediente de lo que hicimos Felipe y yo tan solo dos días después de la incineración de Albert?
“Touché”, me dije.
-Es cierto, Fran (decididamente, lo había conseguido, ya no sería más Francis) pero aquello fue circunstancial, cielo. Era más joven y, si te sirve de consuelo, no me arrepiento de ello. Eso quiero que lo tengas claro.
-Lo sé, Patricia, de veras que lo sé
-Por otra parte, deberías saber que he estado cuidándote junto a Pilar y a Lara. A estas alturas de mi vida no me hacen falta laureles ni disculpas estúpidas pero te lo digo porque creo que te hará bien pensar que no te odio. Aunque, si te soy sincera, esto es como una montaña rusa, va y viene. A veces te daba un beso y otras te escupía.
-Entonces- dijo Fran a punto de llorar- entonces ¿tú también me has cuidado?
--Sí, de hecho yo fui quien te encontró desangrándote en tu casa y quien llamó a la ambulancia y quien se quedó contigo turnándome con Lara y Pilar. Pero no me mires así, que ni te he hecho deditos, ni te he comido el coño-y, de repente, empecé a sonreír.
- ¡Pero, pero qué bruta eres!- saltó Lara- hay que joderse lo basta que puedes llegar a ser.
-Marca de fábrica, cariño-dije.
Y empezamos a reír las tres. Como tres niñas entradas en edad. De vuelta de todo, de camino a ningún sitio, solo porque de esa extraña manera podíamos ser más felices.
Fran empezó a sonreír más abiertamente para decir,
-Je, je, de verdad, Patricia, uf, no sé qué demonios pudo ver Albert en ti. Te lo juro. Estás loca perdida.
-¿Yo loca? Lo que está loco es el mundo, Fran. Esta vida no tiene ningún sentido- y empecé a reír-
-Qué vida tan extraña-decía Fran mientras empezaba a llorar-
-¿Otra vez a llorar? –dijo Lara
-Eso digo yo, pareces La Pasionaria, qué pesada con tanta lágrima-añadí
-Es felicidad-comentó ella- porque me siento acompañada.
-Pues verás cuando te enteres que te ingresaron en la misma habitación que a Alberto-dijo Lara.
Albert, nuestro Albert… siempre presente, eternamente ausente.
-Tenemos que aclarar todo esto, Lara- dijo Fran- pero no sé cómo hacerlo.
Éramos tres ratas ciegas que corrían detrás de alguien que quería hacer daño a Fran, perdidas, indefensas y fue entonces cuando sonó el teléfono y Lara con un gesto rápido lo cogió y preguntó.
-¿Quién es?-No pude oír quién era al otro lado de la línea telefónica pero me bastó ver el gesto de alarma que tenía Lara para saber que algo no iba bien- Sí, perfectamente, vamos para allá.
- ¿Quién era?-inquirí
-Mateo Gómez Aranda, un viejo amigo
-¿Y qué quería?
-Dice que vayamos a su casa, que tiene algo para Fran.
CAPÍTULO XLV
…-CLAC”
Fran.-
Mateo Gómez Aranda.
Jamás oí hablar de él. Por lo que a mí se refería no era más que un nombre anónimo. Uno más en la larga lista de nombres de Albert. Lara dijo que le conocía, y que era importante y a mí me bastaba con eso.
Podía ver la cara de escepticismo que tenía Patricia cuando subimos a aquel ático y entramos en la vivienda del tal Mateo. No las tenía todas conmigo, la verdad sea dicha. Después de todo no había oído hablar de él en mi vida pero, por algún extraño motivo, me dolió.
Al fin y al cabo, era una muestra más de la separación que había entre Albert y yo. Otro actor anónimo, otro miembro del coro que interpretaba su papel en el drama que fue nuestra vida. Y me entristecí porque percibí que Albert rellenaba los huecos de su alma con otras personas. Mateo, sin saber si era bueno o era malo, porque estaba segura de que él era buena persona, “es que no podía ser de otra manera si era amigo de Albert”, Mateo, digo, personificaba mi fracaso. Él era el agujero que tapaba el daño que yo había provocado. Él estuvo allí cuando yo me ausenté.
Un ciego acompañado de dos mujeres. Tranquilo, sosegado, como aquel que no tiene mayor preocupación que disfrutar de la vida. A su derecha, una muchacha joven, elegante, hermosa y gitana (y no es peyorativo). A su izquierda, una mujer de mi edad, bella a su manera e increíblemente atractiva. La conocía de algo, pero no la localizaba, “es igual”, concluí “ya me acordaré” .
-Buenas tardes-dijo la más mayor- mi nombre es Adela, ella es Saray y este señor es mi esposo Mateo, pasen y tomen asiento.
Nos hicieron pasar al salón y allí nos sentamos en un sofá amplio frente a aquel triunvirato familiar.
-Así que usted es Fran, la esposa de Alberto –inició Mateo dirigiendo su mirada hacia mí- no sé si puedo decir que es un placer conocerla.
-Lo entiendo perfectamente-respondí- dudo mucho que ningún amigo de Albert pueda sentir algún placer conociéndome.
-José, sí, por lo que tengo entendido-replicó dibujando una sonrisa en la que se confundía la ironía y el dolor-.
Callé. No podía hacer otra cosa salvo asentir y aguantar aquel golpe. ¿Qué iba a decir?
-¿Y bien?-continuó- ¿no quiere saber lo que tengo para usted, Fran? ¿No siente curiosidad?
-No puedo imaginar qué pueda ser-Intenté iniciar una conversación con él pero el gesto que tenía Mateo me producía un retraimiento a la hora de expresarme que dificultaba cualquier posible comunicación. No me resultaba fácil hablar con una persona tan seria. Sentía que me podía leer el alma, como si sus ojos ciegos pudieran ver más allá y ante ese temor solo pude avergonzarme.
Tuvo que ser Lara la que interviniera, interrumpiendo mi presentación.
-Mateo, cielo, dale a Fran lo que tengas que darle y deja que podamos irnos, los niños están con Pilar en casa y no podemos dejarla toda la noche con ellos.
-El regalo, querida Lara, tiene una sola condición.
-¿Qué condición?
-Escuchar, solo prestar atención a la historia que os voy a contar.
-Espero que sea importante, Mateo, porque como nos hayas hecho venir aquí para nada te vas a…
-“ El día 3 de octubre de 2019 alrededor de las 13:15 recibí una llamado de Alberto-comenzó a hablar aquel hombre imperturbable-. Me extrañó mucho porque yo solía quedar con él los jueves para tomarnos algo y llevábamos mucho tiempo saltándonos nuestro ritual.
Podía notar por su voz la preocupación que tenía. Era un tono apagado, cansado, herido no tenía que ver con aquel hombre que yo conocía. Me dijo que dentro de unos días se pondría en contacto el Joya conmigo, que no me preocupara por nada, que lo tenía todo arreglado y que había sido la hostia haberme conocido.”
En ese punto pude ver como dos gruesas lágrimas descendían por detrás de sus gafas negras.
-Me dijo-continuó- que cuando la vida nos pone ante una encrucijada de caminos hay que escoger siempre el camino más duro, el más difícil, porque los atajos conducen siempre al abismo. Me pidió que le diera un beso muy fuerte a Saray que, aunque era más escandalosa que un elefante en una cacharrería, era una mujer de los pies a la cabeza. Luego se puso muy críptico y habló de hacer siempre lo correcto, que lamentaba no haber podido hacer más por mi ceguera y que, dentro de todo el dolor que había pasado los últimos años, dentro de ese abandono que tuvo que soportar por la ausencia de sus amigos y su esposa, lo mejor eran los recuerdos.
Esta vez se dirigió a Lara,
-“No se arrepentía de nada de todo lo que había sentido y estaba seguro de que aún quedaban buenos momentos por vivir y que, por tanto, esperaba que cuando me tomara una Mahou pensara en él. Y luego colgó.
Puedes entender, Lara, que para mí todo eso era un sinsentido, algo que no tenía pies ni cabeza. Atribuí esa desazón que me estaba mostrando alguna recaída en su estado de ánimo.
“Normal”, pensaba, “su mujer no trataba con él, sus amigas no hablaban con él, sus amigos estaban lejos siempre, Julián había regalado “El Juli” a Lara a cambio de que Alberto no llevara la gestión del mismo y Lara siempre ha cumplido su palabra” ¿Verdad, Lara? Total que decidí llamarle sin éxito alguno.
Un par de días después se presentó Joya en mi casa para decirme que mi mejor amigo había muerto asesinado y que había recibido una llamada de Alberto pidiéndole que, por favor, velara por nosotros. Ya os digo que me pareció una chorrada porque, ¿quién se va a meter conmigo? El caso es que Joya me dio dos efectos personales que Alberto le entregó la tarde antes de su muerte para que se los entregara a las personas que él consideraba adecuadas para guardarlas.
Ahora, Fran, te entrego el anillo de casado que siempre llevó Alberto, el anillo que le unió a ti de por vida. Con esta entrega yo he cumplido mi cometido para contigo y me libero de mi obligación. Espero que también te libere a ti porque estoy seguro de que es lo que hubiera deseado Alberto.”
-Tengo que preguntarte algo Mateo-habló nuevamente Lara-
-Tú dirás.
-Verás, cuando Fran entró en su casa, todas las pertenencias de Albert estaban destrozadas.
-Sí, eso me dijeron-indicó Mateo- pero eso fue hace mucho tiempo. Por lo que pude averiguar fueron enviados y dirigidos por un agente del cuerpo nacional de policía llamado Carlos. El mismo que asesinó a Alberto.
-¿Cómo sabes eso?- pregunté-
-Tengo mis contactos, Fran- me respondió sin mirarme, como si yo no estuviera, como si mi presencia fuera menos que una molestia.
-Mateo, amor mío, no seas así- le rogó Adela- ella está sufriendo.
-Lo sé, cielo, y Fran tendrá que perdonarme, pero siempre he querido conocerla y ahora que la tengo delante me cuesta mucho contenerme-dijo para luego dirigirse a mí- Soy brusco, te pido perdón por ello, pero es lo que hay, Fran. Ni más, ni menos.
-Mateo, también recibió un vídeo-dijo Lara
- Eso no lo puedo resolver yo pero sé quién puede. ¿Queréis hablar con esa persona?
-Si pudieras concertar una entrevista.
-Haré algo mejor, Lara- y diciendo eso alzó la voz- deja de esconderte y sal de una vez.
Saliendo de la cocina apareció Jose.
Lara.-
“¿Qué cojones hace ese cabrón en casa de Mateo?”, esa era la pregunta que percutía en mi cabeza con una insistencia feroz. Todavía tenía grabada en mi mente aquella corrida, la forma cruel en la que me humilló, podía ver su gesto de superioridad, su arrogancia, riéndose mientras me llenaba la boca de su asquerosa lefa.
No me sorprendió que se acostara con Fran ni que la sodomizara delante de él. Él podía ser capaz de eso y más. Al contrario de Patricia, yo tenía muy claro que la responsabilidad de esa jornada era de Jose y no de Fran. Fran podía tener muy mala leche y era bastante intransigente pero Jose… Jose era mala persona.
Por tanto ¿Qué cojones hace este cabrón aquí?
-A ver, Jose, ¿tendrías la amabilidad de decirles a estas tres damas lo que me has contado a mí?
-Por supuesto, -respondió- hace unos días recibí la visita de una mujer llamada Ana. Venía para pedirme que intercediera por su novio Felipe ante “Joya”. La mandé a la mierda y habría pasado de ella si no hubiera sido por una carta que me llegó dos días antes.
La había remitido Julián desde Tindouf y me comunicaba que al hijo del Albert le habían intentado hacer creer que era hijo del Juli…
-Pero, eso es absurdo, eso es imposible- interrumpió incrédula Fran- yo nunca…
-La carta-continuó Jose- dejaba claro que nunca hubo relación alguna entre Julián y Fran durante el período en el que se dio por muerto a Albert en Mostar. Eso me hizo sospechar que todo podía ser una trampa. Por tanto, decidí volver para ver qué estaba ocurriendo.
Descubrí que tanto Juan como el agente del cuerpo nacional de policía que mató a Albert salieron de rositas. Llamé a Álvaro para que me pusiera al corriente, necesitaba actualizar datos como fuera. Me dijo que Fran se había intentado suicidar y que había recibido unos vídeos del día que Albert se fue de casa. Concluí que, por pura lógica, tenía que haber cámaras en la casa. No tardé mucho en localizar al “Napias” y, juntos, entramos en el piso.
-¿Cómo pudiste entrar en mi casa? –inquirió, asustada, Fran
-Por dios, Fran, ¿de verdad te preguntas eso? ¿a estas alturas dudas de que sea capaz de abrir una puerta?. No tardé ni diez minutos en forzarla. Napias localizó rápidamente la cámara con un detector que había tomado prestado de la comisaría donde colabora. Estabais siendo vigilados desde hacía tiempo. “El Napias” accedió a la memoria y pudo localizar al destinatario de todas las imágenes, el ex director del IES GUILLERMO MARCONI, Juan.
“Napias” descargó todos los vídeos grabados por la cámara. La destrucción de todos los efectos personales fue realizada por Juan y por ese cabrón llamado Carlos. Pensé en hablar con “El Joya” pero descubrí que acababa de ser detenido por posesión de drogas. La verdad es que me asusté. Vi la jugada de Juan y supuse que lo que quería era hacerte daño, Fran.
-¿A mí, por qué?
-Está claro ¿no?-saltó Patricia- todavía te la tiene jurada. Te hace responsable de todo por lo que ha pasado.
-No sé, por qué, Fran. Pero que Joya fuera detenido implicaba que te quedabas sin protección. Intuí que estabas en peligro y no me equivocaba. Ayer pensaba hablar contigo y me acerqué a tu casa y localicé a Carlos merodeando por las inmediaciones de vuestra dirección. Estaba claro que preparaba algo. Lo que él no sabía es que le seguí a su puto chalet de mierda. Un chalet, joder, ¿os lo podéis creer? El tipejo ese tenía un chalet. Había matado a Albert, destruido su casa y planeaba algo contigo y el muy hijo de puta vivía en un chalet. No tenía ningún motivo para hacer lo que venía haciendo, ninguno. No había perdido su empleo, no había sido degradado, nada. Solo por pura mala hostia. Cabrón asqueroso.
Esta madrugada le he esperado en su garaje y he tenido unas palabras con él. El problema está arreglado permanentemente. Ya se lo he comunicado al “Joya” y me ha dicho que llamara al”Quesito”-dijo mientras miraba con cierto recochineo a Mateo- que tenía algo que darme y por eso estoy aquí.
-Estoy más que harto de que me llaméis “quesito”, joder- anotó con cierto enfado Mateo- pero, es verdad, tengo algo para ti que guardo desde hace más de cinco años.
-¿Y qué es, “Mateo”?
-El crucifijo de plata que siempre llevaba Alberto-respondió el ciego.
-Pero, se suponía que eso era para nuestro hijo, Alex- reclamó sorprendida Fran-
-No, Fran-aclaró Mateo- el de Alex es de oro y lo tienes guardado en tu joyero.
-“¿Y ya está? ¿asunto resuelto?- intervino Patricia con su habitual estilo directo tirando a maleducado- ¿se supone que tenemos que creer que todo está acabado porque lo digo aquí “Tiresias”? ¿no os parece que quedan muchos cabos por atar? ¿qué pasa con Juan? ¿y con el tal Carlos? ¿se supone que una conversación con ese asesino le va a quitar la idea que tuviera? ¿estamos tontos?
No sé, yo creo que deberíamos llamar a la policía. ¿No os parece?”
Nadie respondió a esa pregunta y sabía que ese mutismo enfadaría más a Patricia. Ella odia los silencios. Conozco a mi amiga y sé perfectamente cómo va a reaccionar. Solo era cuestión de tiempo de que metiera la pata.
-Ya sé de qué te conozco-exclamó Fran- tú eres la doctora Adela Fuentes Hernán. Sabía que te conocía de algo. Vi tu foto en una revista científica junto al famoso neurocirujando Josep María Zimmerman. ¿No desarrollásteis una técnica especial para recuperar la visión en casos de esclerosis o algo así?
-Pues viendo al marido se ve que no ha tenido mucho éxito el tratamiento-dijo Patricia en tono excesivamente sarcástico y faltón-
-A mí me parece que tú eres un poco gilipollas- dijo aquella muchacha, Saray- y que tienes muchos aires.
-Y tú, mucha boca- respondió la abogada
-Pues lo mismo te meto una patada en el coño y te lo pongo en la frente-replicó la calé-
-Solo tienes que intentarlo, cielo, a ver si te crees que me voy a asustar de la primera churumbela que me entre. Estás muy lejos de tu elemento.
-“¡Basta!-gritó Adela poniendo orden- ¡las dos! ¡Ya está bien! Saray, estás en mi casa y ellas son invitadas, mantendrás la compostura y dejarás de avergonzar a Mateo ¿estamos?. En cuanto a ti, señorita abogada poligonera, te digo lo mismo. O te comportas y muestras educación y respeto o sales por esa puerta. ¿Estamos?
Se hizo un silencio sepulcral durante cinco segundos que se hicieron eternos transcurridos los cuales intervino Mateo. Le bastó levantar un poco la mano para que Adela y Saray retrocedieran un paso. Su voz sonó seria, clara y rotunda
-Ha dicho que si “estamos”, Patricia. ¿Lo has entendido? ¿Te ha quedado claro?
-Estamos-aceptó Patricia.
Hacía tiempo que conocía a Mateo pero nunca le vi tan seguro de sí mismo. Estaba claro que había cambiado, ahora era responsable de muchas vidas y eso le había hecho evolucionar a un nivel más alto. Era, a su manera, el jefe de aquella extraña manada. Hacía y deshacía y se percibía en él que estaba acostumbrado a ser obedecido.
-Me alegro-continuó de una manera reposada, Mateo- porque no estáis aquí solo para que os de un anillo y un crucifijo sino, también para protegeros.
-¿Protegernos de qué?- intervino Fran
-Como muy bien ha dicho Jose. Yo no creo que la detención de Joya haya sido fortuita. Todo esto está preparado y pienso que el tiempo que esté encerrado Joya va a ser utilizado para haceros daño.
-Por Carlos no os preocupéis- dijo calmadamente un pálido Jose-
-¿Por unas palabras, de verdad crees que una conversación va a calmar a un animal como ese?- volvió a hablar Patricia.
-Deberías tener más fe en mi poder de persuasión, Patricia- observó, sonriendo, Jose mientras se dirigía a la salida-
-¿Dónde vas?- preguntó Mateo.
-Este ambiente está muy enrarecido, “Quesito”, y convendrás conmigo que aquí sobro. Ahora, si me disculpáis, me voy. Tengo que buscarme una pensión- Y, diciendo eso, cayó desmayado sobre el suelo.
Su chaqueta negra se abrió para dar paso a la visión de un profundo corte en el costado. Un tajo por el que manaba sangre que se escurría por entre los dedos de su mano izquierda. La vida se le iba a Jose mientras sonreía.