Uno de tantos relatos sobre la redención, 21

“Todas las épocas son malas. Lo único que las hace soportable es el amor”. Lo leí en alguna parte, lo juro.

CAPÍTULO XLII

LA CARTA

Estimado Jose,

¿Qué, cómo lo llevas? Probablemente no tengas muchas ganas de recibir una carta mía pero, aun así, me he tomado la libertad de enviarte esta misiva con la esperanza de que te dignes a leerla.

Eso espero, porque lo que tengo que contarte creo que es urgente. Estoy seguro de que no sabes que suelo pasar dos o tres meses en los campamentos de refugiados de Tindouf, en Argelia. Siempre me ha dado la impresión de que a ti esas concretas situaciones te la soplan bastante. La verdad es que, por lo general, a mí me importaba también un comino hasta que Puertas murió.

Es curioso lo mucho que me afané en despreciarle durante años por no querer asumir mis errores y me duele mucho darme cuenta de todo el esfuerzo que hizo por redimirse. Es, casi, como si hubiese querido dejar todos los deberes hechos antes de salir de casa. Siempre fue muy perfeccionista, y tan exigente, que me ponía de los nervios y quizás por eso le odié un poquito. Bueno, un poquito bastante. Sí, le odié.

Y luego resulta que el muy cabrón consiguió reunirme con Amaia. El duro matón que escondía un corazón de oro. Me recuerda un poco al Príncipe Feliz de Oscar Wilde, dejándose pedazos de su alma, sabiendo que apenas había tiempo y que había que hacer mucho para dejar todo atado y bien atado. Y encima no tenía golondrina que le ayudara. Siempre me sorprendió su capacidad de trabajo.

Pero no te escribo por eso sino por un hecho en el que me he visto involucrado y que me llevó a tomar la decisión de analizar unas cuantas irregularidades, por llamarlo de alguna forma. Pequeños detalles que he decidido poner en tu conocimiento para que estés debidamente informado de todo.

Como te he citado antes hago voluntariados en los campos de refugiados en Tindouf. Imagino que te sorprenderá pero es cierto. Todos los años vengo a Argelia y permanezco prestando un servicio altruista durante un período de tiempo. Impartir clases de español a los niños saharauis produce en mí cierto efecto de redención. Porque esa es otra, José, a pesar de ser feliz con Amaia me sigo sintiendo en deuda con él.

No quiero entretenerte con estas reflexiones tan aburridas por lo que me limitaré a lo específico. Verás, querido amigo, hace cuatro meses se presentó ante mi aula el mismísimo Alex Jurado, el hijo del Puertas.

Me gustaría ver la cara de asombro que, seguramente, estás poniendo pero estoy convencido de que se quedaría pequeña con lo que te voy a decir ahora: Alex pensaba que era su padre.

¿Te lo puedes creer? Nada menos que su padre.

Te juro que me quedé estupefacto. No sabía si echarle, insultarle o, directamente, reírme a  carcajadas. Menudo disparate.

Pero él insistía en esa majadería. Me enseñó unas pruebas médicas que, según él, demostraban que Fran y yo éramos los padres de Alex. Tan convencido estaba el pobre muchacho que estuvo a punto de golpearme.

-Tú no eres mi padre- me dijo-

Ya ves, como si yo se lo fuera a discutir. Por supuesto,  le dejé bien claro que eso era de todo punto imposible. Le habría explicado de buena gana que para que nazca un bebé, hace falta que una mujer y un hombre hagan el amor pero, coño, está estudiando medicina, por lo que me ha contado Amaia.

Tiene que saber cómo se llega a fecundar un óvulo porque si no es así, mal vamos. Menuda generación de sanidad nos esperaría. A pesar de todo, el chaval siguió insistiendo hasta que empezó a intrigarme todo el asunto. Le alojé en mi tienda y me puse en contacto con mi esposa.

Al cabo de cuarenta y ocho horas recibí la confirmación de lo que yo ya sabía: Aquellas pruebas eran falsas. La verdad es que yo no precisaba confirmación alguna pero Álex necesitaba creer que Puertas era su padre.

Le expliqué lo mejor que supe. Yo no podía ser su padre, “y no por falta de ganas, que conste” le dije, “sino porque Fran siempre fue de Albert.  El Ministerio de Defensa le comunicó la muerte de tu padre por medio de un triste sargento de la Compañía de Operaciones Especiales destinada en Mostar  y tu madre, totalmente ahíta de dolor, cayó en una desesperación de la que no podía salir” . También le confesé, querido Jose, que durante ese período de duelo me instalé en su casa e intenté protegerla. No le dije, pero te lo digo a ti, que la cosa habría ido a mayores si de mí hubiera dependido. Pero todo eso resultó una nimiedad porque ella siempre le fue fiel durante esa época tan dura. Incluso recuerdo que una vez, en pleno paroxismo de alcohol y drogas la incité a ponerse un par de rayas de coca, de la buena, de esa que te gustaba ponerte. Todo resultó ser un intento vano y fútil de llevarme a la cama a Fran.

Recuerdo perfectamente que ella cayó en un estado de semi inconsciencia que me animó a desnudarla y a seguirla en ese camino a la destrucción. Asimismo, tengo recuerdos muy vívidos de enfundarme el condón en la polla (ya ves, Jose, no siempre fui un santo varón) y, bajándole las braguitas aprovechando que estaba dormida, atreverme a acercar mi glande a la apertura de su coño.

Eran otros tiempos, estaba más loco o más desesperado, aún no lo tengo muy claro. Pero, para bien o para mal, detuviste el acto con ese sonido del timbre llamando a la puerta. “Cabrón inoportuno”  recuerdo que pensé. Ahora que medito en ello, creo que sería menos persona si hubiera consumado el acto que tenía previsto. Es por eso que ahora te escribo, Jose. Como amigo, aunque sé que tú no me consideras así, me tengo que arriesgar a contarte todo esto.

Alex no está bien. Algunas noches le veo sentado a la intemperie del desierto y bajo la luz de la luna. Me recuerda poderosamente a Albert y me asustan sus silencios, esa mirada inquisitiva que te desnuda y el lenguaje de su cuerpo. Es hijo de su padre y de su madre, no me cabe la más mínima duda. Delgado y fibroso, dolorido  como su padre, pero con esa frialdad insultante, con ese orgullo frío y desmedido de su madre. Me preocupa y temo por él, porque si algo me ha quedado claro durante este breve intervalo de tiempo es que Alex no tiene miedo, y ya sabemos lo que les pasa a los que no tienen miedo.

Es un chiquillo, Jose, solo un niño pequeño que se ha quedado sin su padre. Un chaval que apenas tiene un cuarto de hostia y que se ha quedado huérfano. Lo peor de todo este asunto, Jose, es que ha encontrado culpable. ¿Sabes lo que quiero decir con esto? Se le ha metido en la cabeza quién es el culpable de su dolor.

¿Te acuerdas de Puertas? ¿Puedes ver tan nítidamente como yo a Albert poniéndose furioso cuando constataba quién era el responsable de algún asunto sucio? Céntrate en lo que te digo, Jose,  su hijo es mucho peor. No se va a detener. Va a ir a por todas, y acabará muerto, Jose, como su padre. Es la hora de tomar decisiones, de emprender un curso de acción, el que sea, pero hay que moverse.

Yo soy un mierda, un cobarde que solo sabe atacar a traición a  personas que sabe que nunca le devolverán el golpe. Pero tú, joder Jose, tú puedes evitarlo. He estado estos cuatro años investigando, recopilando documentación y entrevistándome con abogados para  llegar a ningún sitio.

Te resumo el estado de situación de  cómo está el tema. Para tu información, solo para que lo sepas, sin mayores pretensiones.

-El agente del Cuerpo Nacional de Policía que mató a Albert, un tal Carlos, salió expedito del expediente de investigación que se le incoó.

-El Director del Centro Guillermo Marconi, salió absuelto de cohecho. Al parecer se lo curró. Por lo que me dijo Amaia no había delito si había concurso público, si a eso añadimos el respaldo del partido político de turno, tenemos un bonito combinado que permite el perdón estatal. Como mal menor o como victoria pírrica te diré que el famoso Juan perdió la dirección del prestigioso Centro Guillermo Marconi y que su carrera política se fue a la mierda. Duro y a la mandíbula. Puro estilo Puertas, si me detengo a pensarlo.

-Juan Carlos García-López de la Red fue condenado a seis años por Delito Fiscal y al séxtuplo de lo defraudado. Ya ves, ahí le dio bien por el culo a ese hijo de puta.

Una puta victoria mínima, Jose. A eso es a lo que aspiraba Puertas, a esas victorias de tres al cuarto, de recursos a ciento cincuenta euros que jamás le mantenían a flote. A una serie de incidentes de mierda que sostenía a base de comer y beber mierda. ¿Te lo puedes creer? Tercios de Mahou etiqueta verde cuando los abogados de verdad beben whisky. Bailes en bares  cutres ¿qué esperaba encontrar?

Mierda de vida, mierda de profesión, mierda de concepción. Se lo intenté enseñar toda mi vida pero no había manera, se obcecaba y así no hay manera, Jose. Total que consiguió su puta victoria de mierda, que era lo que quería. Joder, tío, quizás por eso pidió que lo incineraran, a lo mejor se dio cuenta de todo lo que había a su alrededor y prefirió arder, ya sabes cómo le iba el rollo vikingo.

No me explayo más. Ya cae la noche y me cuesta leer lo que escribo, empieza a hacer un poco de frío y en el desierto la noche es dura. Permite que me despida de ti con un fuerte abrazo y, rogándote, que le eches un vistazo a Alex.

Cuídate mucho, tío.

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Jose.-

Era la cuarta vez que releía el contenido de esa carta manuscrita de Julián (o de cualquiera, porque la verdad es que nunca había recibido una carta del Juli antes je, je, je) La había guardado en el bolsillo de mi cazadora de cuero e intentaba desentrañar cualquier tipo de trampa que pudiera esconderse entre sus letras.

Había decidido ir en autobús hasta la estación de RENFE en  Guadalajara y, desde allí,  coger la línea C2, calculaba una hora y media de viaje. Quizás un poco menos. Al terminar de leer ese escrito me asaltaron dos sensaciones muy intensas que rápidamente se extendieron por mi interior.

Una sensación de vergüenza, de desamparo acompañada de una tristeza que me hundía. Tuve que morderme el puño, una vez más, dejando las marcas de mis dientes en él mientras miraba el paisaje que se desplegaba ante mí a través de la ventana.

“Hijos de puta, hijos de puta, hijos de puta” me repetía una y otra vez. “cabrones, hijos de puta, mal nacidos” insistía en esa idea, de manera machacona, persistente, hasta que brotaron las lágrimas y comencé a golpearme la frente con el cristal.

Tampoco escatimé reproche alguno contra mi mala fe. Me deslicé lentamente, diría que con cuidada parsimonia, por todo ese fango que llenaba mi ser. Con razón seguían atormentándome las pesadillas, era lógico que no pudiera dormir tranquilamente. La había fastidiado tanto. Y yo que me creía tan inteligente, tan capaz.

Resonaban como un eco las palabras de Albert,

“¿Y ahora qué, Jose? ¿Cómo te sientes? ¿Estás orgulloso, maestro titiritero de los cojones? ¿Qué vas a hacer ahora?”

Eso ¿qué iba a hacer ahora? ¿podía hacer algo?

“Joder, joder” pensaba, “siempre creí que aquella noche Fran y Juli estuvieron follando. Mierda, vi el puto condón en el suelo. No me lo puedo creer”

Era verdad, no daba crédito a lo que estaba sucediendo. No hacía más que pensar en Albert advirtiéndome contra la puta costumbre que tengo de precipitarme en sacar conclusiones. Tenía toda la razón. Todo este tiempo pensando que no me merecía lo que me pasaba.

Tantas horas desperdiciadas en lamentos porque pensaba que Fran había sido infiel a Albert y quejándome porque lo había sido con Julián y no conmigo. Vaya un personaje que soy, creyéndome la gran víctima cuando no era más que otra mala persona que traiciona a su amigo.

“¿Qué vas a hacer ahora?”.        Esa era la pregunta que había que responder.

El segundo sentimiento que me alcanzó fue de temor. Por Alex, por Pilar, por Fran, por Lara, por Patricia y por Esther. Estaba claro que algo no había funcionado bien y yo sabía que toda esa conspiración que acabó con Albert estaba formada por gente muy poderosa. Sabía que Joya podía cuidar del fuerte pero nadie puede luchar contra la estrategia. Podía hacerme una idea de la persona a quien se dirigía Alex pero dudaba mucho  que él pudiera enfrentarse a todo ese conglomerado de medios.

Dos días después apareció Ana en mi puerta y todas mis alarmas se dispararon. Me habían encontrado y me citaban. Eso es. No era más que una trampa muy bien elaborada. Querían atraerme a Madrid y se me ocurrió que el inventor de todo ese plan quería tener todos los huevos en la misma cesta para asestar un golpe definitivo a todos los que alguna vez estuvieron relacionados con Albert. No era más que una venganza servida en un plato frío por el transcurso de cinco años.

De pronto, nació en mí una nueva determinación. No permitiría bajo ningún concepto que nadie sufriera ningún daño. Equilibraría la balanza, ajustaría cuentas… aunque me fuera la vida en ello.

CAPÍTULO XLIII

RECONCILIACIÓN

Patricia.-

Ese día estaba especialmente quemada, me habían notificado el encarcelamiento de “El Joya” por un presunto delito de tráfico de drogas y eso me estaba haciendo explotar la cabeza. No me lo podía creer, había muchas cosas que no me cuadraban. ¿”El Joya” traficando? Ni de coña. Se trataba claramente de una encerrona, una trampa. Josafat no sería tan estúpido, ¿o sí?

Si algo me había enseñado ser abogada es que las personas tienden a cometer las mayores equivocaciones. Hasta yo misma estaba metida dentro de ese saco. En cuatro años me había casado dos veces y empezaba a tener la certeza de que, en breve, se divisaría un  segundo divorcio en el horizonte.

¿Qué les pasa a los hombres de hoy? ¿Cómo es posible que se sientan tan atacados porque una mujer no precise de sus cuidados y atenciones? Mi primer marido alegó que me fue infiel porque yo apenas estaba en casa y que el poco tiempo que compartíamos lo dedicaba más a mi hijo que a él.  Todo un idiota, sí señor.

Pero este segundo conato de matrimonio se iba al garete por lo mismo. “No me haces caso”, “me siento solo”, “trabajas demasiado”, “esto no es lo que yo pensaba”. Directo, directo a ponerme los cuernos. Como si lo viera venir. Siempre empiezan así. Primero te son infieles, luego te lo ocultan y, finalmente, lo justifican hasta que te abandonan o los pillas en plena acción. Cualquier excusa es buena si con ello disculpa un adulterio.

Se quejaba de que fuera todos los días a visitar la vivienda de Albert. Como si a mí me gustara comprobar que siguiera vacía. ¿Qué gusto podría tener yo en volver cada tarde al mismo lugar donde le mataron de una paliza delante de mí? ¿Qué placer podría encontrar nadie en eso? Es solo que, me sentía muy culpable de que aquellos okupas se metieran en su casa, de haber permitido que profanaran su hogar y me prometí que tomaría las medidas oportunas para impedir que volviera a ocurrir.

Por eso, y solo por eso, todas las tardes comprobaba desde fuera que las persianas estuvieran echadas, que no hubiera ruidos ni movimientos extraños y, gracias a eso, pude salvar la vida de Francis. Porque al ver luz en la ventana sospeché de una nueva intrusión para darme de bruces con un charco de sangre que salía por debajo de la puerta. Gracias a la copia de sus llaves pude entrar y verla allí.

Unos hipócritas. Eso es lo que son.

Afortunadamente ya tenía preparada la demanda de divorcio. Tenía guardado el modelo que preparé para divorciar a Albert y a Francis. Una demanda agresiva, valiente, demoledora. No iba a haber mucho combate jurídico. Régimen de separación de bienes y sin hijos comunes. Tardaría poco tiempo en tramitarlo todo. Hablaría con la Procuradora de los Tribunales para que presentara todo, que  hablara con Decanato y que se enterara del juzgado en que había caído. Posteriormente hablaría con el Letrado de la Administración de Justicia y, si había suerte, podría acelerar todo el trámite.

Y, ahora, inesperadamente, esta complicación con “Joya”. Decididamente  tenía el ánimo muy picado y deseando que terminara aquella jornada de mierda para recoger a mi hijo. Uno de los pocos momentos agradables del día. Pasar la tarde con Lara y los dos pequeños es una de las pocas delicatesen que me permito. Es tenerlo todo en el breve espacio de una habitación. No miento cuando digo que estoy enamorada de esos dos diablillos.

Que le den al imbécil del que me voy a divorciar, que espabile “El Joya”,  que se joda el resto del mundo, me bastan cinco minutos con mis niños para que todo mi mundo funcione. Me lleno de su presencia, de sus manitas y sus risas y de esos ojazos tan azules, tan hermosos, heredados de su padre … joder, todavía le echo de menos. Quizás sí tenga razón mi próximo ex, nunca voy a poder superarlo, ambos han tenido el complejo del ”príncipe destronado” pero no respecto a los niños sino respecto a él.

Aparcar en el centro de Madrid es una aventura digna de una quinta entrega de Indiana Jones. La verdad, yo ya no me complico, me dirijo directamente al Parking más cercano y camino hasta la casa de Lara. Pediría unas pizzas para compartirlas con mi amiga y los niños y acabaría el día de una manera decente.

Subí las escaleras, no me apetecía esperar un ascensor estrecho que tardaría una eternidad en bajar y otra en subir, soy demasiado nerviosa como para estar perdiendo el tiempo. Cuando llegué a la última planta había repasado mentalmente a todos los personajes de la historia que merecían estar en el infierno y había ejercido mi derecho a insultarlos con todo tipo de improperios acabados en “–uta” y “–ones”, incluso me atrevería a decir que llegué a inventar nuevos insultos que ampliaron, y en qué medida, mi ya variado repertorio. Putas escaleras de mierda.

Según me acerqué a la puerta del piso escuché una voz que esperaba no volver a oír. “No puede ser, mierda, ella no” me dije “¿qué coño hace ella aquí?”, saqué el juego de llaves que me regaló Lara y abrí la puerta muy despacito mientras oía a Fran cagarla por enésima vez. Apoyé mi cabeza en la jamba derecha de la entrada y crucé mis brazos.

“¿qué le pasó, Lara? Por favor, dime qué le pasó” decía, Francis.

“Tremendo, lo de esta mujer es tremendo” pensé, pero ¿qué se creía?, salté, claro, tenía que hacerlo y lo hice. A estas alturas de mi vida ya no me corto ni un pelo. Lo siento, soy así, o se me ama o se me odia, pero no me sé callar y no iba a empezar ese día a cambiar mi costumbre.

-Tú, cabrona, tú fuiste lo que le pasó- así de simple, así de diáfano, sin tonterías de amabilidad ni delicadeza. Eso es para otras, lo mío es el degüello y esa pajarraca me debía unas cuantas deudas que pensaba cobrarme.

Me miró sorprendida. Estaba claro que no esperaba que yo fuera a aparecer pero no detecté  gesto de alarma o de arrogancia. De repente me pareció una mujer madura que estaba muy cansada, como si una sombra se hubiera cernido sobre su figura. Entonces sus ojos enrojecidos posaron su vista en mí y sentí todo el dolor que albergaba Francis.

Pensé en decirle “¡¡¡Delante de él, te dejaste dar por el culo delante de él!!!;   ¡¡Él!! … que habría dado su vida por ti, …¡en su despacho… joder, en su puto despacho le arrancaste el corazón! ¡¿Cómo se puede ser tan …  tan… ¡puta!?

Y quise decirle que me había arrebatado al amor de mi vida. Que solo pude disfrutar de un despojo que impregnó mi vida de un amor infinito. Infinito, sí, porque… aun siendo una mínima parte, joder… en términos cuantitativos ¿cuánto amor comprende una mínima parte de infinito? Dos matrimonios, y ninguno de ellos me inspiró una décima parte de lo que me empapó él.

Iba sobrada de su recuerdo, de su presencia, de su imagen. Sus palabras, sus ojos, su amor. Dios mío, su amor. Lo echaba tanto de menos… y allí estaba ella, justo al alcance de mis manos, ahí mismo. Era tan fácil, sería tan sencillo  hundirla que me tuve que esforzar para contener toda mi rabia.

Pero entonces me miró y, de repente,  me sentí desnuda ante ella. Toda la ira, todo el rencor que acumulé como una batería durante los últimos cinco años desaparecieron. Tenía ante mí a una mujer vencida que había perdido al hombre de su vida. “Como yo, como Lara”  y solo pude solidarizarme con ella.

Ella comenzó a llorar, su figura temblaba y sus manos pasaban por sus ojos intentando contener todo un torrente de lágrimas.

-Ssí, sí, yo le pasé-gemía lastimosamente- yo le pasé. Mi tontaina, mi chico –y seguía llorando- fui una perra asquerosa, le dañé, dios mío, prácticamente le lancé a los brazos de la muerte.

Lara se levantó y, dándose la vuelta, comenzó a llorar también. No tuve ninguna puya sarcástica para lanzar, ningún guante que arrojar, solo una leve sensación fugaz de haber ganado un combate que no tenía premio. Francis estaba rota y eso no me iba a devolver a Albert y tampoco iba a enderezar mi vida. No lo había superado, no lo iba a superar y, ante esa certeza, inicié mi llanto. Rabioso, incontenible manó de mis ojos un caudal salado.

-Cabrona, mala, nos lo mataron, cabrona. Por tu culpa, por tu culpa- dije, sabiendo que no tenía ningún sentido lo que expresaba- dios, ¿por qué?-y posé mi mano sobre el hombro de Francis, para consolarla, para consolarme, aun sabiendo que el dolor iba a estar siempre ahí, presente.

-Perdonadme, por favor- rogó Fran

-No hay nada que perdonar-respondió Lara

-Es verdad, Fran, perdóname tú a mí- me rendí ante la evidencia, ante la razón de que el amor impera siempre sobre el odio.

Y juntas nos fundimos en una suerte de miradas y lágrimas. Como si fuera un juramento que se hacen tres hermanas.

Historias de bares. Episodio 7

Joya.-

“¡Deja las putas drogas, coño!”

Todavía resuena en mí aquella frase que me soltó “el abogado” antes de morir. Podía percibir la decepción que sentía por el tono de su voz. Estaba cansado y desilusionado. Yo sabía que no iba a sobrevivir a ese día, me lo gritaban todos mis sentidos pero cuando me llegó la confirmación de su muerte solo pude encontrar algo de consuelo en satisfacer aquella orden.

Decidí pedir trabajo a Lara como camarero en “El Juli”. Pensé que si trabajaba detrás de la barra aprendería algo. Si a “Puertas” le valió ¿por qué a mí no? Y con esa idea en mente inicié mi periplo en el bar de copas.

  • No vamos a volver a follar nunca. Lo sabes ¿no?-me advirtió mi nueva jefa

-Lo sé, ni se me ocurriría intentarlo- respondí- solo quiero trabajar intentar recorrer el mismo camino, ser como él.

-¿Cómo él? Eso es imposible-sonrió, Lara con cierto deje de resignación- limítate a ser tú y ya veremos que sacamos en claro.

-¿Cuándo empiezo?-pregunté

-Ahora mismo

Los primeros días detrás de una barra es puro caos que va en aumento hasta que, paulatinamente, conoces el terreno en el que te desenvuelves. Sabes dónde están las bebidas más fuertes, las más caras, las botellas de vino y coca-cola para los calimochos, los tercios en la cámara, la máquina de hielo. Reconocimiento del terreno como se decía en el ejército.

Al cabo de una semana empiezas a funcionar de una manera decente para pasar a ser útil a los quince días.

-Fíjate siempre en los clientes, Joya- me enseñaba Lara- mira ese, va despistado, no sabe qué hace aquí. Aquella va buscando ligar.

Y así, poco a poco, empecé a distinguir diferentes situaciones. Los períodos de inactividad en un bar de copas pueden ser muy aburridos salvo que te busques un hobby. El mío era, observar.

-¿Sabes quién fue Simo Häyhä?- me preguntó un día “Puertas”

-¿Quién?

-Le llamaban la “muerte blanca”. Fue un francotirador finlandés, 542 muertes confirmadas durante la “Guerra de Invierno” cuando los rusos decidieron anexionarse Finlandia en la Segunda Guerra Mundial.

-¿Y qué me quieres decir con eso?-inquirí con un gesto de aburrimiento

-Este hombre era capaz de estar un día entero en un monte de nieve esperando a que pasara su víctima. Ascendía con sus esquíes a cualquier colina nevada y se mezclaba con el entorno. Esperar y observar requiere una concentración especial, Joya.

Me esmeré en esa disciplina y, de esa dedicación, nace una historia que me dejó pensativo sobre la naturaleza de las relaciones humanas.

Frente a “El Juli” hay una edificación de varios bloques que conforman una “U”. Puedes ver entrar y salir a la gente que vive allí y darte cuenta de que todos tienen su rutina. Con el tiempo distingues a los diferentes propietarios y sus costumbres hasta que empieza a llamarte la atención cualquier mínima variación.

Un coche nuevo, un cambio de peinado, un horario diferente y los trabajos de cada persona. No es un método perfecto para conocer la totalidad de la vida íntima de las personas pero te da una idea muy aproximada de cómo es cada individuo.

Me fijé en una mujer de unos treinta y cinco años, más o menos, tampoco puedo precisar más desde treinta metros de distancia. Todos los días, entre semana, salía de su casa a las 18:30 con una bolsa de deporte e indumentaria que delataba claramente su afición por el gimnasio. Siempre volvía alrededor de las 20:30 y ya no  sabía de ella hasta la semana siguiente. Por supuesto, yo trabajo de 17:00 a 4:00 por lo que tampoco conozco su rutina mañanera, pero intuí que esta mujer no debía trabajar mucho dadas las dos horas que dedicaba a mantenerse en forma.

Una rutina diaria que se rompía los viernes cuando, alrededor de las 21:30, salía del portal vestida como una auténtica depredadora para dirigirse a la entrada de metro cercana. Su regreso era casi siempre a las 2:00, venía en un coche que conducía otra mujer que, supuse, sería una amiga y que llevaba a otras dos chicas más en el asiento de atrás.

“Un grupillo de cuatro lobas- Ojalá tuviera la suerte de que vinieran aquí”, me consolaba pensando en esa gilipollez porque estaba claro que estas chicas no pegaban en el ambiente del “Juli” ni con cola. “Demasiado sofisticadas. Perra suerte la mía”

También empecé a observar la rutina de otro hombre. Un tipo discreto pero muy educado que salía siempre de su casa a las 17:15 y volvía a las 21:00. No es que tenga obsesión por fijarme en la vida de los tíos pero es difícil no darte cuenta de la existencia de una persona que te saluda todas las tardes a pesar de la distancia.

Se le notaba que era simpático y cercano. Su forma de vestir, nada estruendosa, así lo indicaba. Me sorprendió que una tarde me saludara

-Buena tarde, jefe. Que le sea leve

Le sonreí y, no sé porqué, le dije,

-A ti sí que te es leve, jodío, que solo curras tres horas.

-Ja, ja,ja-respondió- ya quisiera yo, tengo el turno partido, jefe. De 8:00 a 15:00 por la mañana.

“Joder-pensé-  eso no es vida”

No cruzábamos más palabras, tampoco es que fuera necesario. A veces, basta con un simple movimiento de cabeza para saludar y, solo con ese leve gesto, te sientes confortado porque un extraño que te ha saludado. Supongo que me siento muy solo o puede que solo sea, como decía “Puertas”, que el hombre es un animal social.

Llegó un viernes en el que aquella mujer que observaba comenzó a llegar a las 3:00 e, incluso, a las 4:00 y el coche que la dejaba en la entrada del bloque no era el  habitual sino uno diferente, más deportivo y conducido por un hombre.

“La rutina ha cambiado, está claro. Ha encontrado pareja finalmente” me vanaglorié en mi pensamiento. Por alguna extraña razón me alegró que aquella chica que todos los días entrenaba hubiera alcanzado lo que pensé que era su objetivo.

Daba un morreo apasionado a su novio, se bajaba del coche sonriendo y le lanzaba un beso desde el aire. Alguna que otra vez creí oírla decir “me gusta tanto tu leche que te comía la polla todos los días”. Toda una mujer, sí señor.

Finalmente, pude conocer el nombre del desconocido que me saludaba todas las tardes.

-Eduardo- se presentó- mi nombre es Eduardo

-Josafat.

-Ufff, un nombre bíblico, no se oyen todos los días nombres así.

-¿Te molesta?

-Al contrario, tiene cierto toque de distinción.

Pasaron otras dos o tres semanas hasta que Eduardo se decidió a entrar un viernes a “El Juli” a eso de las 22:30.

-Buenas noches, Josafat.

-Hombre Eduardo ¿cómo tú por aquí?

-Pues, ya ves. Me aburría en casa como una ostra y he decidido bajar a tomarme “un algo”, lo que sea con tal de desconectar un poco del trabajo.

-Vaya, se ve que el trabajo no te deja tiempo ni para echarte novia.

-Ja, ja, ja, si estoy casado desde hace tres años.

-Joder-comenté sorprendido-¿y dónde está tu mujer, entonces, tío?

-Ya ves, es que los viernes ella queda con sus amigas, la pobre. Es el único día que puede quedar con ellas y, como no trabaja, la casa se le echa encima.

-¿Y tú no tienes amigos?

-Como si no los tuviera, Josafat. Solo podemos quedar por las mañanas y no siempre, como todos tienen hijos me he convertido en el paria del grupo.

-¿Y no pensáis  tener hijos?- pregunté con toda intención porque empezaba a barruntar algo.

-Si por mí fuera, los tendría, pero ella no está por la labor. Dice que prefiere esperar un par de años más.

-Pues hay que tener cuidado porque se le puede pasar el arroz

-Joder, no digas eso. Tiene 34 años aún hay tiempo

-Pues nada, Edu, ¿puedo llamarte Edu?

-Claro que sí, Josafat.

-Bueno, Edu, ¿qué va a ser?

-Ponme un Gin-Tonic

Buen tipo, Edu. De veras que sí. Alguien entregado a su trabajo y a su  mujer. Convirtió aquel primer encuentro en una costumbre e incluyó la visita al “Juli” en su rutina. Todos los viernes acudía al local, tomaba tres Gin Tonics y, alrededor de las 00:30 se marchaba.

-Es hora de plegar- me decía

Hasta que un día bajó a las 23:30, bastante más tarde de lo acostumbrado, y decidí que ya estaba hasta los huevos de que la gente buena tuviera que ser burlada constantemente.

Eduardo entró con la sonrisa en su cara, como siempre. Había cogido gusto al garito y, la verdad, el garito le había cogido gusto a él. Una persona sencilla, llana sin mayores ínfulas pero gracioso y conversador. Observaba desde la barra cómo se le acercaban chicas a él y cómo Edu no se daba cuenta de nada de lo que sucedía a su alrededor.

-Joder, qué bueno está ese- me decía Lara- está para hacerle un favor

-Si quieres te lo presento, jefa- le respondí de corazón. Pensé que no estaría mal que Edu echara una canita al aire y, si había que echarla ¿con quién mejor que con Lara?

-No, déjalo, Joya, solo lo decía porque me parecía buena gente.

-No lo parece, jefa, lo es.

-Vaya, veo que te tiene impresionado

-No es eso, es otra cosa, jefa. Es algo que me está comiendo por dentro y que tengo que sacármelo como sea.

-Bueno, Joya, tú tranquilo ¿vale?

-Sí, descuida. Si no es nada

Pero sí que lo era. Era algo que tenía que solucionar, una sensación de incomodidad, de hastío que me impulsaba a poner los putos puntos sobre las íes.

-Tómate una de parte de la casa, Edu

-Joder, Josafat, muchas gracias.

La 1:30 de la madrugada y Edu había consumido sus tres tradicionales gin tonics y apartado a tres mujeres de bandera.

-Estoy casado, lo siento –decía el muy pardillo, enseñando su anillo de matrimonio.

Ya se iba a ir cuando Lara se le acercó y le dijo,

-¿Ya te vas a ir, Edu? ¿Tan pronto? ¿Voy a tener que invitarte a otra copa para poder disfrutar de tu presencia?

Hay cosas que son invariables en esta vida. Quiero decir, no somos tan diferentes como nos creemos, ni tan libres. Una persona puede cometer una locura en cualquier momento si se dan las circunstancias adecuadas y sí, podemos considerarnos muy rectos, muy nobles y muy leales pero cuando una mujer como Lara se insinúa así, con esos movimientos felinos tan sugerentes, da igual qué tipo de hombre seas, te vas a tomar esa copa sí o sí.

De hecho, no fue una copa sino  tres las que se tomó. El protocolo COVID19 nos obligaba a cerrar, pero eso nunca fue impedimento para que cerráramos a la hora que  nos venía en gana. Simplemente echábamos a la gente, quitábamos la música y apagábamos las luces a excepción de las que iluminaban la barra. Lara dejó la puerta abierta y estuvimos compartiendo tiempo y espacio los tres hasta que dieron las 3:30.

Como venía siendo habitual, el coche fardón estacionó en frente del portal con la diferencia de que la acompañante estaba practicándole una felación al conductor. Como si fuera un juego. Parecía una apuesta, algo así como  “¿a que hago que te corras antes de que estaciones el coche?”.

Se podía ver como ascendía y descendía la cabeza de la chica mientras su novio dirigía su cabeza con su brazo derecho. La maniobra de estacionamiento ya había finalizado y el colega reclinó la cabeza para atrás y apartó la mano de la cabeza. El movimiento ejecutado por la muchacha se aceleró para, finalmente, detenerse.

La chica salió del coche, se acercó a la ventanilla y, poniéndose delante del conductor, abrió la boca, tragó lo que tenía dentro y la volvió a abrir para mostrarle a su amante que se lo había tragado todo, todo. Como una niña buena. Con la mejor de sus sonrisas se despidió y entró en el portal después de observar cómo aquel deportivo se alejaba.

Los tres vimos toda la escena.

Lara y yo nos miramos con cara de circunstancias y cierto brillo de triunfo en nuestros ojos. Edu, en cambio, no reflejó nada en su rostro. Como si no diera crédito a lo que había visto.

-¿A qué hora cerráis, Josafat?

-A las 4:00, Edu.

-¿Me puedes poner otra? Es que no me apetece entrar en casa.

-Pues claro que sí, tronko. Paga la casa.

-No, no, de ninguna manera. Pago yo.

Un mínimo gesto de orgullo, eso era lo que reivindicaba Eduardo cuando reclamó su derecho a abonar la consumición. ¿Cómo iba a negárselo?

-Está bien, como quieras.

Mientras servía el pelotazo me di cuenta que Eduardo estaba recibiendo mensajes de whatsapp, muchos mensajes de whatsapp, que no fueron atendidos porque Edu apagó el móvil.

El ambiente bajó a -35º. Lara cerró la puerta y le dijo a Edu,

-¿Te apetece ver algo interesante?

Edu no respondió, se limitó a mirarla inexpresivamente. No atinaba a coordinar nada, era eso. La sorpresa que se llevó fue de tal magnitud, el palo fue tan gordo que se quedó totalmente frío. No reaccionaba a ningún estímulo.

Tuvo que ser Lara la que, cogiéndole de la mano, le sacó por la puerta secreta y le subió al tejado del local. Allí subimos los tres y le facilité unos prismáticos cojonudos a Edu.

-Mira, tío, desde aquí puedes ver a quien quieras sin que nadie te localice- y señalando a las ventanas que correspondían a su casa le dije- es ahí

Supongo que pudo ver la reacción de su esposa al hecho de llegar a casa y no encontrar al cornudo de su marido. Me la imaginaba andando por todo el piso, buscando nerviosa y no entendiendo nada de lo que estaba ocurriendo. Seguramente estaría pensando cosas así como “¿Dónde está este hombre?” “Cuando llegue se va a enterar”, cosas así, tan naturales, que piensa la gente que cree tener derecho a todo y obligación de nada, cosas así, en fin.

Edu me pasó los prismáticos y encendió su móvil. Dirigí mi vista a su casa y observé atentamente. Me sentía como un general que reconoce el campo de batalla y noté cómo aquel hombre destrozado envió un mensaje muy corto a su esposa. Pude ver la reacción de aquella mujer que tuvo todo y ahora no tenía nada.

Leyó el mensaje y se puso la mano en la frente, los movimientos de su cuerpo denotaban que empezaba a llorar, negaba con la cabeza una y otra vez, se limpiaba con la palma de la mano las lágrimas de los ojos y escribía como una loca. Eduardo recibió varios mensajes más pero no los atendió. Imagino que estaba muy lejos de nosotros, de ella, de todo, no quise importunarle y seguí espiando la reacción de la infiel.

Más mensajes escritos que, esta vez, no llegaron al móvil de Edu. “Está llamando al amante” concluí. Llamaba y llamaba, algunas veces a Edu y otras a alguien.

-¿Josafat, sabes por casualidad donde hay un hotel o una pensión por aquí cerca?

Fue Lara la que respondió,

-Sí, Edu, ven que yo te llevo.

Nuevamente intervino Edu,

-¿Josafat, tú sabías algo de esto?

-¿Quién yo? Qué va, tío-mentí-

-¿Sabes? Lo que más me jode es que conozco ese coche y a su conductor.

-No jodas, ¿de verdad?

-Sí. Es el de mi hermano.

Edu se fue con Lara y no volví a saber de él hasta un par de años después, ya consumado el divorcio. Seguía siendo esa persona que conocí.

-Todo fue muy rápido, Josafat. Muy civilizado. Me marché a la pensión que me indicó Lara y no volví jamás a verla hasta el día de la firma del divorcio en el Juzgado. No puse más el pie en esa casa. Ya sabes, demasiados recuerdos. Tuvieron que ser mis padres y mi hermana los que recogieron todas mis cosas. Pedí un traslado en mi empresa y he estado intentando crearme una nueva vida.

-¿Acabaron juntos?

-¿Quién? ¿mi hermano y ella?-observé que no podía decir su nombre- no, para nada. Yo creo que para ambos solo fue un escarceo, una especie de aventura morbosa que les proporcionaba una adrenalina que solo ofrece el poner los cuernos a tu marido con su hermano. No sé, es algo de locos.

-Fue un palo, Edu, tienes que pasar página.

-¿Sabes que intentó volver conmigo? Manda cojones. En fin, Josafat, que me alegro mucho de verte, ha sido todo un placer. Si ves a Lara dale un abrazo muy fuerte y dile, por favor, que ese día me salvó la vida.

-Eso haré, colega.

En cuanto a ella solo puedo decir que, al día siguiente, aparecieron sus amigas. “Todo un aquelarre de brujas”, me dije a mí mismo. Intentaban consolar a alguien que, simplemente, no podía ser consolado. No volvió a aparecer el deportivo lujoso enfrente del portal. No la volví a ver dirigirse al gimnasio, al menos a esas horas, también erradicó las salidas de los viernes, no sé muy bien si por desidia o porque no encontraba lo que había perdido. Dos meses después entró en el local. Parecía un fantasma de sí misma.

-Perdona, ¿vendéis tabaco?

-Sí, claro, espera que le doy al mando.

Compró un paquete de Marlboro light y regresó por donde había venido. Sí, señor, estaba muy desmejorada.

-Gracias.

-No hay de qué.

Un tiempo después recordé esta historia con Lara.

-Tú sabías algo, ¿verdad jefa?

-Sí, Joya, claro que lo sabía, pero yo no me meto en esas cosas. No soy quién para juzgar a nadie.

-Entonces, ¿por qué le invitaste?

-Por ti, Joya.

-¿Perdona?

-Te estabas rayando con el tema y cuando vi cómo era ese hombre empecé a rayarme yo. Pensé que no era justo. No sé, pensé en Alberto y lo que le ocurrió y me di cuenta de que yo no hice nada para evitarlo. No moví ni un dedo por él. Creo que quería redimirme de alguna manera, Joya. Estaba claro que no podía decirle nada, pero si le retrasaba… entonces podía rebajar mi deuda.

-Y lo retrasaste

-Sí, lo hice.

-Y luego le salvaste la vida.

-Eso hice.

-¿Puedo saber cómo lo hiciste?

-Coño Joya, eso no se le pregunta a una madre.

-¿Entonces te lo tiraste?

-Eso, querido Joya, nunca lo sabrás. Eso queda entre Edu, Alberto y yo.

Y pensé, en “Puertas” y no me extrañó, en absoluto, que quisiera tanto a Lara. Era, desde luego, una mujer de los pies a la cabeza.

En cuanto a mi participación en los hechos que he relatado, ¿qué puedo decir? Esperar y observar… estoy seguro que Simo Häyhä estaría orgulloso de mí.