Uno de tantos relatos sobre la redención, 20

“Las decisiones, no las condiciones, determinan quiénes somos”. Víctor Frankl

CAPÍTULO XL

LA BÚSQUEDA

Fran.-

Desperté y descubrí que a mi lado estaba Lara. No puedo negar que me sorprendió la situación. Ella estaba dormida, apoyada su cabeza contra la pared y confieso que me sentí muy agradecida al verla. Habíamos tenido nuestras diferencias y reconozco que la consideraba directamente culpable de la fractura de nuestro matrimonio.

“Aquél fatídico beso lo estropeó todo entre Albert y yo”

Esa fue mi línea de pensamiento durante más tiempo del que quiero reconocer. Me resultaba más sencillo culpar a Lara y a Albert que admitir que fueron mis prejuicios hacia mi esposo los que me alejaron de él. Exponía Baltasar Gracián que “ Errar es humano, pero echarle la culpa a otros es aún más humano” y yo cumplí con esa sentencia desde la primera hasta la última palabra, para mi desgracia.

Volví a  sumergirme en la inconsciencia, quizás con la vana esperanza de poder regresar con Albert mientras su presencia se alejaba de mi recuerdo quedándome apenas un leve rastro de su sonrisa, para despertarme y retomar el curso de mi vida.

Sentí un enorme regocijo al localizar a mi hija Pilar en la habitación. Su presencia me insufló un nuevo ánimo que me llevó a intentar levantarme.

-¿Te decides a ayudarme  o vas a quedarte sentada ahí todo el día, Pilita?- inicié mi conversación.

-Mamá, mamá, quédate tumbada, no te levantes todavía- me dijo alarmada mientras lloraba.

-No, cariño, tengo que levantarme, hay muchas cosas que hacer.

-El doctor ha dicho que tienes que descansar.

-¿Cuántos días llevo aquí?

-Seis.

-Pues se acabó el reposo, hija.

-Pero, mamá …

-No, Pilar, basta ya. No soy una inválida.

-Mamá, has pasado por un trance.

-He intentado suicidarme, Pilar, eso no es un trance sino una estupidez muy grande. Pero ya estoy harta de huir, de intentar evitar mis responsabilidades, tengo que afrontar mis errores y no quiero demorarlo más.

-Pero, pero…

-¿Me vas a ayudar o te vas a quedar mirándome?

-Está bien, está bien, mira que eres tozuda.

-No es eso, Pilar, es que tengo que enmendar muchos errores y no quiero dejarlo para mañana.

-¿Y qué piensas hacer, Fran? – me preguntó con cierta sonrisa

-De momento te voy a pedir que me facilites el teléfono de Lara. Ya es hora de que pague mis deudas con ella, hay mucho que hablar y heridas que cerrar entre ella y yo.

En cuanto me dieron el alta regresé a casa. Nos pusimos manos a la obra Pilar y yo y, juntas, limpiamos todo el destrozo que había. Tuve que tirar a la basura todos aquellos recuerdos pero decidí que, al fin y al cabo, lo importante, lo que de verdad merecía la pena que perdurara estaba en mi interior. Podían romper los vinilos, destrozar los cómics y rayar los compact disc, pero no me arrebatarían jamás los recuerdos que me ataban a Albert. No, señor, eso no lo iba a permitir nunca.

En las peores situaciones me gusta quedarme con lo bueno. En este caso, el lado positivo fue estar con mi hija, luchando ambas a brazo partido contra tanto desastre, tantos recuerdos, tragándonos el dolor mientras recogíamos todos esos recuerdos.

-¿Te acuerdas, mamá, de lo contento que se puso papá cuando consiguió la cinta del Revolver de los Beatles? –comentaba Pilar sosteniendo lo que quedaba de esa casette.

  • Sí, le encantaba escucharla en ese ridículo reproductor de casetes.

-¿Te acuerdas que siempre ponía las pilas y cómo se enfadaba cuando a las dos horas ya no funcionaba?

Y nos reíamos recreando la imagen de nuestro Albert, sentado en el sofá y trasteando con aquel obsoleto cacharro.

Cuando recoges los cadáveres del campo de batalla siempre hay alguno que te afecta más y me di cuenta de que, precisamente eso, era lo que estábamos haciendo. Retirar los daños colaterales de una guerra que mi esposo nunca quiso, de una confrontación armada que yo declaré unilateralmente. El único consuelo que me quedó es que aquél día, se llevó dos torres de cedés a casa de Jose, la misma casa donde follé con él, el mismo sitio donde me arrojé a una total y absurda depravación ante la mirada incrédula de mi marido.

Volví a llorar, como nunca antes lloré, como siempre lloraría desde ese instante. Mi chico, mi infeliz niño, mi triste héroe traicionado. Por mí, por su hija, por su amigo ¿cómo no iba a querer la muerte mi desgraciado soldado de plomo armado con su pistola de juguete?

No podía, de verdad que no. No podía seguir, no quería continuar con esa farsa en la que  había convertido mi vida, y entonces vi el cómic que dejé sobre la mesa. Lo cogí, abrí la portada y repasé su escritura. Burda, fea, letra de un mal aprendiz de pintor, la antítesis de un maestro con la sinceridad de un niño. El sueño infantil de mi adorado perdedor.

Ya no me quedaban sueños, ya no podría tener ilusiones.  Pero podía fijarme objetivos, podía recuperar, de alguna manera, su memoria, conservar lo que quedara de él. De alguna manera eso me animó, me hizo sentir mejor, encontrar una nueva fuerza, un nuevo sentido a mi vida.

Miré a mi hija y, con una nueva esperanza en mi corazón, concerté una entrevista con Lara.

En realidad no hubo mayor inconveniente más allá de la hora o el lugar, pero teniendo en cuenta que había pedido una excedencia tampoco supuso un problema. Me planté en su casa, un piso céntrico bien situado.

“Vaya, parece que el negocio del bar de copas funciona” pensé

Llamé a su timbre y puse la mejor de mis sonrisas cuando me abrió la puerta. Había cambiado un poco y reconozco que me alegré un poquito por ello. Una pequeña maldad que me rondó por el pensamiento.

“Al final, a todos nos llega nuestra hora de pagar el tributo debido”

Seguía siendo guapa, por supuesto, pero ya no era lo mismo. Conozco bien esa sensación de futilidad, saber que el tiempo fluye y que te erosiona la belleza, la ilusión y el amor. Yo ya me había acostumbrado a eso y, la verdad, habiendo perdido todo, no me asustaba nada.

Durante un breve instante, renació en mí cierto aire de reproche, de reivindicación pero me costó apenas un instante rebajarlo a una ínfima llama, como esos hornillos de gas que con un leve movimiento de muñeca conseguía reducir la intensidad.

Lara me acogió con amabilidad, haciéndome pasar y pidiéndome disculpas

-Perdona, Fran, los niños son muy pequeños y a lo mejor te molestan

“¿Niños, qué niños?” ,me pregunté sorprendida, tras lo cual salieron detrás de ella dos pequeñajos preciosos, ambos con ojos azules, uno moreno, el otro castaño, con una sonrisa que podría iluminar el alma más negra.

-¿Son tuyos?-inquirí mientras me quedé prendada de ellos.

-Ja, ja, ja, uno sí, el otro como si lo fuera. Fran, te presento a Héctor y a Alberto.

“Héctor, Alberto” memoricé sus nombres.

“Cuídales, cielo, cuídate amor” ¿por qué me venía a la memora esa frase? ¿por qué no conseguía recordar?

-¿Es la yaya?-preguntó aquel cachorro con el pelo negro como la noche.

-Ja, ja, ja, Alberto…-comenzó a reír Lara-

-Sí, sí Alberto, cariño- me sorprendí respondiendo- soy la yaya.

-Biennnnnnn –acompañó Héctor- por fin ha venido la abuelita. ¿Ves?, te dije que teníamos abuela Alberto.

Los dos se acercaron corriendo a mí, abrazándome con esa intensidad que solo puede dar un niño.

-Sí niños, soy la abuela Fran-respondí casi con fiereza, porque me di cuenta de que aquellos dos príncipes eran hijos de Albert. Eran sus pequeños, esos ojos, esa mirada, la efusión de sus abrazos eran herencia genética de mi esposo. Me dejé querer, me dejé besar, me tumbé en el suelo y solo quería que aquellos dos diablillos estuvieran encima de mí.

-¿Tienes cosquillas, abuela?-me preguntaba Héctor.

-La vas a asustar, pesado-advertía Alberto- a la abuela hay que cuidarla mucho.

Cualquier persona se rinde ante la inocencia de un niño, y yo no iba a ser menos.

-¿Me das un besito, yaya?-sin duda Alberto era el más atrevido.

Y los besé, a los dos. Dos infantes, dos hermanos, estaba claro.

-El tuyo es Héctor ¿verdad? ¿quién es la madre de Alberto?

-¿Quieres un café?- me ofreció Lara- es de Starbucks.

Maldije las casualidades del destino con la dichosa marca de café que relacioné inmediatamente con la paja que hice a Felipe el día que todo mi mundo se fue a la mierda. Y pensar que me sentía dichosa.

-No, gracias, Lara, ¿quizás una taza de té?

-Sí, por supuesto, ¿verde, rojo o negro?

-Verde, gracias otra vez

Tras traerme la taza de té reanudó la conversación

-¿Y bien, Fran, qué te trae por aquí?

-Pedirte perdón, Lara. Solo eso, he tenido tiempo para reflexionar y me he dado cuenta de lo egoísta que he sido. No quiero seguir viviendo así, necesito hacer las paces con el pasado.

-El pasado. No tienes que pedirme perdón para hacer las paces con el pasado. Jamás me ofendiste, nunca me sentí en deuda contigo porque nunca te falté al respeto.

“Pero bien que te follaste a mi marido”, me dije “bien que te quedaste preñada de él” sonreí a continuación.

-Yo creo que sí tengo que pedirte perdón por mis malos pensamientos hacia ti.

-Un momento, un momento, Fran sé lo que estás pensando, o creo saberlo, pero me parece que te estás precipitando en tus conclusiones.

-No concluyo nada Lara. De veras que no, pero es evidente que esos niños son de Albert ¿verdad?

-Sí, lo son, Fran. ¿Tanto se nota?

-Prácticamente son gemelos. Esos ojos azules los delatan. ¿Cuántos años tienen?

-Cuatro años y medio, Fran

Hice mis cálculos y concluí que tuvieron que nacer después de la muerte de Albert. Al parecer, mi esposo tuvo una serie de aventuras antes de morir. Está claro que dejó su legado. Albert era así, si hacías el amor con él tenía que ser con preservativo porque, de lo contrario, te dejaba embarazada. Para eso tenía ojo, “y polla también” esbocé una sonrisa mientras pensaba eso. Precisamente por esa razón, siempre que hacíamos el amor le obligaba a ponerse preservativo. No te podías descuidar con él, como descargara dentro de ti, corrías un riesgo muy grande de quedarte embarazada.

-No pasa nada, Lara, ya me suponía que Albert tenía algo contigo.

-¿Ah, sí?-preguntó con curiosidad Lara ¿y eso por qué?

-¿Por qué, qué, Lara?

-¿Qué por qué te imaginabas que Albert tenía algo conmigo?

-Bueno, cielo, hay muchas cosas que me lo dicen. Él te quería muchísimo, siempre te defendía, casi enloqueció cuando prendieron fuego al local y no permitía que nadie te menospreciara.

-Eso no significa nada, Fran. Él era así con todo el mundo.

-Con todos no, Lara solo a ti te besó.

-Sí, me besó y me folló, pero eso fue después de que tú le pusieras los cuernos, Fran. El día que te pilló con el hijo de puta de Felipe.

-Fue mucho antes, Lara. Lo sabes perfectamente. Yo no vengo a discutir contigo, Lara, solo quiero tu perdón.

-Niños, iros a vuestro cuarto –ordenó Lara a los cachorros mientras me miraba fijamente- Vamos a ver, Fran –continuó- exactamente ¿qué me estás reprochando?

-El beso, Lara, solo el beso.

-¿Qué beso?

-¿Me vas a negar aquel beso?

-Te lo niego, sí. ¿a qué beso te refieres?

-El beso que os disteis Albert y tú el día del baile en el bar. A ese beso me refiero.

-He bailado muchas veces con Puertas. He disfrutado de estar entre sus brazos mientras me hacía girar en la pista de baile, mientras me acariciaba siempre desde una distancia prudencial,  siempre con el respeto que te tenía como referencia, siempre apartándose de mí cuando yo me derretía por él. Jamás, jamás me dio un beso bailando. No mientras le fuiste fiel, solo cuando descubrió que le fuiste infiel pude tener una mínima opción con él.

Solo una vez, Fran hace poco más de cinco años ¿te enteras? No te voy a pedir por mí pero sí te voy a exigir que le respetes a él. Nunca te fue infiel, Fran. No te engañes.

-Pero, pero, yo…

-¿Tú, qué? ¿viste que me diera un beso? ¿lo viste o lo imaginaste?

-No, no lo vi. Me fui antes, pero luego me llamó Julián y le conté que os había visto y él no me lo negó.

-Qué raro, ¿verdad?, Julián manipulando a la gente, Julián mintiendo para conseguir lo que se proponía, qué poco apropiado para Julián ¿verdad? ¡Sabes lo que pienso?

-Pienso que no viste nada, pienso que querías que ese beso sucediera y por eso no te quedaste a verlo. Pienso que no amabas a tu marido y que le despreciabas hasta el punto de que preferías creer a tus amigos de “la urba”, ¿la llamabais así, no? La Urba, preferías dar crédito a tu clan antes que a tu marido.

-¿Eso es lo que piensas?

-Eso es lo que pienso, sí

-Entonces, ¿por qué, Lara? ¿por qué nunca despejó mis dudas? ¿por qué no intervino? ¿qué le pasó, Lara? Por favor, dime qué le pasó…

La puerta de la entrada se abrió y, desde el umbral se oyó una voz que dijo,

-Tú, cabrona, tú fuiste lo que le pasó

Giré mi cabeza en dirección del sonido de aquella frase y pude ver el rostro lloroso de Patricia.

CAPÍTULO XLI

NO HAY MUS

Una semana después de salir del coma Fran

Había terminado de preparar mi bolsa de viaje y andaba barruntando los inconvenientes del viaje que iba a  hacer. Tenía que tomar una serie de decisiones y no podía posponerlo más. Eché un último vistazo a mi dormitorio, intenté memorizar cada rincón de mi casa. No sabía cómo podía acabar la cosa pero tenía que salir de ahí.

Me senté en el sofá del salón y vi, orgulloso, el premio que gané bailando bachata hacía un año en el concurso local. ¿Quién me lo iba a decir? Toda la vida queriendo ser reconocido y, al final, todos mis logros se resumían en aquél trofeo de baile. “Acojonante”- suspiré-.

Agarré la curiosa estatuilla y la sostuve, sopesándola, con cariño y pensé en todas aquellas mujeres con las que bailé. Esas innumerables danzas excitantes, esos cuerpos que se dejaban acariciar durante la canción y, después, más íntimamente, en la cama.

“Han sido unas cuantas”

Puede que no lo parezca a primera vista, pero soy un tío agradecido. Por ejemplo, soy muy detallista con el tema de las fechas de cumpleaños, nunca olvido el de un amigo. Claro que, bien pensado, ya no me quedan amigos. Pero juro que, cuando los tenía, no se me olvidaban.

Dejé suavemente el trofeo en la estantería donde reposaba y me dirigí a la puerta. Salí de mi casa, no sin antes darle un beso a Clara y pensé en todo lo que había pasado antes de tomar la decisión de irme…

Cuesta tanto iniciar una nueva vida que cualquier mínimo inconveniente que la pueda alterar me perturba sobremanera. Implica un esfuerzo enorme darse a conocer en un nuevo lugar. Buscar el bar adecuado donde desayunar, localizar las tiendas donde realizar las compras, un nuevo kiosco para comprar el periódico y tener tu primera conversación del día, en fin, lo que es encontrar el ambiente adecuado en el cual desarrollar tu nuevo proyecto de convivencia con el resto de los mortales.

No soy la persona más sociable del mundo pero siempre me he esforzado para que, al menos, pueda exteriorizar una imagen de cierta cercanía, y no  parecer tan cínico como en realidad soy.  Toda una capa de impudicia que me permite socializar con  mis semejantes. Una imagen duramente trabajada a base de diferentes cursillos municipales tales como carpintería, cocina, encuadernación, taller de lectura y bailes de salón.

Me esfuerzo, de veras que sí, por no perder la poca fe que tengo en la humanidad. De la mía, ni hablamos, la perdí hace tiempo. Dentro de mi hosquedad hacia el prójimo guardo simpatía a algunas personas.

Soy un tipo que agradece los detalles y siguiendo en ese hilo de buen rollo y reconocimiento, confieso que una de las personas que más aprecio y, probablemente una a la que más debo, es  Rocky, un buen tipo de Colombia que me enseñó los secretos del vallenato, de la salsa y de la bachata hasta que llegué al punto de controlarlos. No alcancé su nivel de excelencia pero me defendía lo suficientemente bien para que toda una generación de cincuentonas pasara por mis expertas manos, o dedos, o lengua. No sé, me resulta difícil especificar una parte de mi cuerpo que no usara para darles y obtener placer.

Me encantan las mujeres de mediana edad. No solo son preciosas sino que son bastante más directas y sinceras en cuanto a lo que buscan. No ocultan lo que quieren, no hay indirectas que desentrañar, ni lenguajes ocultos o juegos de miradas absurdos que lo único que hacen es dilatar el momento del polvo.

No, este tipo de mujer sabe lo que quiere. No quieren conquistar, no pretenden impresionar a nadie, ni hacerse las interesantes y, bajo estas premisas, todo funciona mucho mejor. Al menos por lo que a mí respecta.

Me vuelve loco acariciarlas, bailar con ellas, bien apretaditos, sintiendo cómo se acercan para excitarme, “hay que ver cómo les gusta sentir la cebolleta”. Sonríen mientras hablas con ellas con naturalidad, sin inútiles subterfugios y crean un ambiente tan íntimo, tan entrañable que siempre me ha atraído.

Llevo casi diez años alternando con ellas y nunca me he sentido defraudado. Nunca he tenido que demostrar más de lo que soy. Eso ayuda mucho en cuanto a autoestima, y yo siempre he estado falto de estima. He oído a mucho idiota riéndose de mí por prestar mucha atención a mujeres que me sacaban tantos años.

Yo no me quejo. En realidad, lo que he hecho son inversiones de futuro, porque ahora, soy un experto en mujeres de medio siglo. Sé lo que les gusta, sé darles lo que quieren, esa compañía, esa ternura que requieren, ese pequeño gesto de atención hacia ellas. Conozco todos sus secretos, sus decepciones, sus anhelos, mientras que mis coetáneos siguen igual de ignorantes respecto a ellas como lo estaban hace veinticinco años. Lo dicho, se me dan de lujo, ¿quién se ríe ahora?

Con estas damas no se folla, eso queda para gente de baja estofa, con estas señoras se hace el amor y eso me llena de muchas maneras. Es el único momento en el que me olvido de toda la amargura que me impregna.

Me ha llevado mucho tiempo crear este símil de vida que ahora sostengo con poco más que mi aliento, una prostituta llamada Loli y mi antigua compañera de sindicato, Clara. No es fácil superar la sensación de asco y culpabilidad que me ha invadido  desde el día en que me convertí en un ser sin alma. De hecho, no he conseguido dejarlo atrás pero, a base de mucho esfuerzo y no menos dosis de paciencia y perseverancia he podido construir algo no definido pero que me ayuda a soportarme.

Clara, ¿quién me lo iba a decir a mí? Resulta que se presentó hace dos años en la puerta de mi casa con poco más que una bolsa de viaje y cincuenta años a sus espaldas. “Mi especialidad”- pensé- “ Al final he sido un cabrón afortunado”.

-He pedido el traslado a esta zona, Jose. ¿Podrías darme alojamiento durante un par de semanas mientras encuentro un piso de alquiler?

-Por supuesto, compañera-lo cierto es que no podía, ni quería, negarme.

Me vendría bien algo de compañía, tanta soledad me estaba matando, enloquecía por momentos y necesitaba, con carácter de urgencia, algo que impidiera que me arrojara a un pozo.

Clara supuso ese pequeño soplo de aire fresco que precisaba, una brisa que podía acariciar mi cara y poco a poco, como quien no quiere la cosa, se fue instalando en mi vida. Dos semanas después, encontró un piso de alquiler cerca de nuestro lugar de trabajo, una oficina de una conocida empresa de mensajería. Dos delegados sindicales que compartían sus horas.

La consecuencia más inmediata fue que mis reuniones con Loli fueron disminuyendo a medida que aumentaban mis citas con Clara. Me costó un huevo, y parte del otro, darle el saldo y finiquito a Loli. Sin previo aviso de quince días, sin ERTE y sin carta de recomendación y supe que me alejaba de una gran mujer.

-¿Sabes, Jose?-me dijo con un amago de lágrimas en los ojos- por un momento pensé que me ibas a pedir en matrimonio.

-¿De veras, Loli?

-Sí –continuó- me había empezado a hacer muchas ilusiones contigo.

-No sé, Loli, quizás me conozcas más de lo que te crees.

-Te conozco, José.

-¿Tú crees?

-Sí, cielo. Porque yo soy tú. Huimos hacia adelante en lugar de hacer frente a los fantasmas que nos persiguen, sabemos que nadie nos espera y eso nos mata poco a poco. Nos limpiamos las lágrimas cuando termina la jornada y pensamos que el día siguiente va a ser mejor pero nunca lo es. Nunca mejora y rezamos por encontrar a alguien en esta oscuridad que nos rodea.

-¿Te habrías venido conmigo, Loli? ¿Habrías abandonado esta vida?

-Eso, ya nunca lo sabrás, José- me dijo con una sonrisa- Disfruta de tu nueva vida y cuídala.

Se alejó, se perdió en la noche y nunca volví a saber de ella.

Poco a poco mi relación con Clara se fue consolidando y, aunque cada uno vivía en su piso, lo cierto es que nuestras citas eran cada vez más frecuentes. Clara estaba en mi casa cuando sonó el timbre y abrí la puerta.

-Hola-dijo aquella desconocida- me llamo Ana y quiero hablar con usted. ¿Puedo pasar?

-Adelante, pasa- respondí no sin cierta sospecha.

Después de todo, ¿quién era esa tal Ana? ¿Qué quería? ¿Cómo me había localizado? Demasiadas preguntas que necesitaban atención inmediata.

Clara no dejó de observar desde el sillón de lectura mientras Ana entraba en el salón y se sentaba en el sofá.

-Tú dirás, di pie a que Ana iniciara dijera lo que quería.

-Vengo con la esperanza de que pueda ayudar a mi novio.

-¿Y quién es tu novio?-inquirí con la lógica curiosidad.

-Felipe García-López de la Red.

La mención de aquél nombre removió muchos recuerdos dentro de mí, y no eran buenos. Tuve que hacer de tripas corazón para no abalanzarme sobre ella, cogerla del cuello y echarla a la puta calle. Pero mantuve el tipo lo mejor que pude haciendo ostentación de una flema que envidiaría cualquier británico.

-¿Qué es lo que quieres, Ana?

-Quiero que interceda por Felipe.

-¿Y por qué debería hacer eso?

-Mire usted, yo no me llamo a engaño. Sé muy bien que no me porté bien con Francis y también me culpo de todo lo que hizo Felipe. Engañó a Francis, pegó una paliza mortal a su esposo…

-Y mi amigo-añadí- no lo olvides nunca. Su esposo y mi mejor amigo.

-… y su amigo, correcto. Pero ya ha pagado, José. Felipe y yo  ya hemos pagado. Aquella noche, cuando entró aquel demonio en nuestra caso y me abofeteó, cuando estuvo toda la noche torturando a Felipe, cuando le cortó los dedos pulgares, cuando le arrancó las uñas, él ya pagó.

-Alberto murió, Ana. ¿Qué son unas uñas?

-¿Usted apoya eso? ¿Cómo puede estar de acuerdo con lo que pasó?

-No te equivoques, Ana. Yo no apoyo nada, no discuto nada, me limito a adaptarme pero sí te digo una cosa. Las uñas crecen otra vez. Las vidas, no.

-En estos cinco años, Felipe ha perdido dos pulgares, dos motos que han sido quemadas y dos coches. ¿Qué será este año? ¿Qué será? Felipe tiene miedo, no se puede vivir así, con esa espada de Damocles sobre tu cabeza. Cada año va a pasar algo ¿verdad?

-Eso parece, sí.- dije sin mostrar ninguna emoción.

-¿Y usted se llama humano?-me contestó con cierto aire arrogante que me hizo fruncir el ceño.

-¿Me hablas de humanidad? ¿a mí?- repliqué furioso- ¿tú sabes quién era Albert? ¿tienes la más mínima noción de la humanidad que atesoraba el Puertas? ¿puedes hacerte, aunque sea  mínimamente, a la idea de lo que supuso su muerte a todos nosotros? ¿y tienes la poca vergüenza de venir aquí, a mi casa, a suplicar por el cerdo que apalizó hasta la muerte a alguien que era como un hermano para mí?

-Sí, sí, me atrevo-chilló desesperada iniciando un llanto desesperado- porque él es mi hombre. Él no vendrá porque tiene mucho orgullo y demasiado miedo de lo que le pueda hacer usted pero yo soy mujer. Yo no puedo permitirme el lujo del orgullo, yo tengo que ser valiente por los dos porque le amo. Es mi vida, es mi amor y por eso vengo aquí. No me importa arrastrarme y haré lo que haga falta por librarle de cualquier mal.

-Vete de mi casa-le dije sorprendentemente calmado- tu misma presencia envenena mi hogar.

-¿Hablará usted con él?

-¡He dicho que te vayas, joder! ¡Vete de mi puta casa!

Ana se marchó llorando y susurrando un último “Por favor, hable usted con él”.

En cuanto cerró la puerta, Clara se dirigió a mí,

-Llévate el bolso de viaje. No seas tan ridículo de llevar un trolley

Estaba sentada en aquél sillón, leyendo un libro, como si no hubiera pasado nada.

-¿Cómo sabes que voy a ir?

-Porque, cariño, tú puedes ser muchas cosas, pero no eres un hijoputa. Irás porque tienes que hacerlo, porque es lo correcto y porque es lo que habría hecho Albert. Yo también le conocí ¿te acuerdas?

-No sé, Clara. De veras que no sé.

-¿Por Joya? ¿Tienes miedo de él?

-No, Clara. No tengo miedo de él, tengo miedo de mí, de lo que pueda hacer yo.

-Verás, Jose, cariño, a veces pienso que la vida es como una partida de mus. Vas recibiendo cartas y más cartas. Si las cartas no te gustan dices “Mus” y te descartas y esperas que te vengan otras mejores. Vuelven a repartir y sucede lo mismo, “Mus” y vuelves a descartarte. Pero llega un momento en el que tienes que decidir si descartarte o empezar la partida con la jugada que tienes porque cada descarte puede hacer más fuerte a tu contrario. Eso es lo que te pasa a ti con el fantasma de Albert. Cuanto más evitas el conflicto más débil te hace. Estas son las cartas que tienes, Jose. No le des más vueltas. Ya es hora de decir “No hay mus”.

Me entró una extraña placidez ante la reflexión de mi ¿pareja?

-No hay mus. Interesante.

-Piensa en todo lo que ha ocurrido. Tus pesadillas, la carta que recibiste hace dos días, esta visita inesperada. Algo está pasando, Jose. Algo te está llamando.

-A veces creo que me conoces mejor que yo mismo, Clara

-Lo sé. Por eso vine aquí.

Me dirigí a mi dormitorio para preparar la dichosa bolsa de viaje y coger la carta que puso patas arriba, una vez más, mi vida.

“Si salgo vivo de esta, la pido en matrimonio” me prometí a mí mismo.