Uno de tantos relatos sobre la redención, 18

“No se preocupen. Ustedes sigan adornando sus jodidos arbolitos de navidad. Yo haré el trabajo sucio”. Karmelo C. Iribarren

FRAN Y JOSE

CAPÍTULO XXXVI

Fran.-

Día 1

Estoy en éxtasis, mis piernas cruzadas alrededor de su espalda, sintiendo su miembro percutiendo sobre mi sexo, empujando pero sin salir del todo, una perfecta máquina de hacerme el amor.

Hacía tanto tiempo que no le sentía, casi había olvidado esa sensación. Una maravillosa cadena de sentimientos sensuales, íntimos, profundos, mientras continúa penetrándome. Quiero más, mucho más, mi cuerpo suda y mi boca atrapa, traviesa, el lóbulo de su oreja derecha. Un breve mordisquito seguido de una secuencia de lametones. Sustituyo dientes por labios y paso mi lengua por toda la zona. Beso, muerdo, lamo, suspiro y gimo.

Es mío. He tenido que luchar mucho para poder localizarle. Estaba tan escondido que me costaba descifrar el enigma que me planteó. Había mejorado muchísimo, sin duda era más astuto que antes, pero yo siempre supe interpretarle.

No quería separarme de él, solo quería sentirle mientras inventaba alguna fórmula que me permitiera quedarme unida a su cuerpo. No bajaba el ritmo, siempre fue un excelente amante pero todo lo que nos había ocurrido produjo en mí esa sensación de urgencia.

Más de cinco años sin verle. Más de nueve años sin sentirle dentro de mí. He llegado al clímax dos veces, estoy agotada, pero necesito más. Sentirme rodeada de su calor, presionada por su fuerza, húmeda por su aliento, por  su respiración agitada, mezclando todos esos elementos que me elevan para caer desfallecida con una sonrisa cuando noto cómo me inunda las entrañas.

Sin preservativo. No tiene ningún sentido. A determinadas edades no hay que preocuparse de quedarse embarazada, quizás sea de las pocas ventajas que tiene cumplir años. La entrega es total, libre de las cadenas con las que te ata el miedo, la precaución. En ese sentido le noto más feliz, como si hubiera logrado un objetivo.

Nos miramos a los ojos y sonreímos porque sabemos que con esa mirada hemos renovado nuestro voto. Durante toda la danza no nos hemos dirigido ninguna palabra. Simplemente no eran necesarias. El baile no requiere de voces sino de destreza y de sincronización. Me lo repito continuamente mientras me duermo apoyando mi rostro sobre su pecho.

Día 2

Me encanta apoyar mi cabeza sobre su muslo, observando el lento transcurrir de una tarde de otoño, esperando que el sol se oculte a medida que el tiempo pasa durante la lectura del libro que me ha aconsejado. Stoner, de John Williams. Siempre acertó con mis gustos y esta vez no ha sido diferente.

La banda sonora, también seleccionada por él es el álbum “Layla and other assorted love songs” de Derek and the Dominos.

-¿Sabías que el guitarrista es Eric Clapton?-me pregunta mientras sostiene la portada del vinilo. Si retrocediera  seis o siete años en el tiempo seguramente me prepararía para una aburrida disertación suya sobre por qué llamaban “Mano Lenta” (Slowhand) a Eric Clapton concluyendo que el apodo le venía porque era muy tacaño a la hora de pagar.

Sin embargo, ahora le miro embobada. No puedo apartar mi vista de su figura. Empieza a notársele la edad, ya no emana de él esa energía que todo lo abarcaba, es mucho más sosegado. No hace aspavientos ni propina puñetazos en la mesa para exponer una idea, no alza la voz mientras habla.

-Te estoy dando la chapa, ¿verdad?-sospecha- ¿me repito mucho?

-Sí, cariño, pero no dejes de hacerlo … me encanta- y lo digo de verdad. Me quedo hipnotizada  viéndole, sintiendo su presencia. Está mayor, sí, pero no me importa. No es porque yo también haya envejecido, sino que me siento más unida a él, como si, de repente, entendiera todo lo que piensa.

-Soy un “charlas”

-Eres mi “charlas- le corrijo.

La música sigue sonando y se yergue como protagonista de este momento. Desde mi posición dejo la lectura y alzo mi brazo para acariciar su  cuello y dirigirle su boca hacia la mía. Un beso. Pero qué beso. Profundo, tierno, caliente y juguetón. Luego otro beso, y otro. Oigo caer la carpeta del LP al suelo y siento su mano desabotonar mi camisa para tocarme el pecho y chupar una de mis areolas. Ese mínimo gesto consigue que mis pezones se pongan duros a la vez que se dibuja una sonrisa en nuestras caras.

-¿Nos duchamos?- más que una pregunta es una sugerencia.

-¿Juntos?- me responde.

-No, tontaina, en duchas separadas. A veces, me sorprende tu ingenuidad, amor mío.

-Es respeto, vida mía, solo eso.

-Algunas cosas, hombretón, no se preguntan, se dan por supuestas

Me levanto para desabotonarme del todo la camisa. No hay sujetador debajo (supongo que la pérdida de los complejos es otra ventaja de la edad) y cuando me quito el pantalón vaquero, me quedo solo con unas braguitas ante él.

Le tomo la mano y le incito a que me siga al cuarto de baño. No hace falta insistirle mucho, nunca fue de hacerse rogar. Dentro del baño volveremos a hacer el amor, seremos traviesos y disfrutaremos el uno del otro hasta saciarnos.

Día 3

Echaba de menos sentarme en el suelo a su lado mientras nos comemos un sándwich de pollo con queso filadelfia y una rodaja de tomate. Él bebe su eterna lata de cerveza mahou etiqueta verde y yo mi refresco de cola.

No puedo reprimir cierto disgusto cuando pienso que ese mismo emparedado fue el que le preparé a Felipe hace ya tantos años. Aún me culpo de haber utilizado una receta de mi hombre para ofrecérsela a alguien que no le llegaba ni a la suela de sus zapatos.

He tenido que bajar la mirada y dirigirla al suelo cuando me ha alcanzado la vianda porque sentía que iba a asomar alguna que otra lágrima por mis ojos.    Por supuesto, se ha dado cuenta. Qué absurda idea pensar que no se iba a dar cuenta de mi aflicción.

-¿Qué te pasa, Fran?- gira su cabeza para verme y me coge la barbilla, levantándola- ¿qué te inquieta?

-Nada, amor mío, no me pasa nada- le contesto.

Porque, después de todo, ¿qué le puedo decir?   <>

No puedo decir eso ¿verdad que no? Y como no puedo hacerlo, pues eso, callo. Me guardo las ganas y me como  la vergüenza de todo lo que  hice. Me cuesta tanto mantener este silencio, me quema por dentro. Pero me digo que tengo que aguantar porque ¿cómo proponerle hablar sobre lo mío y Felipe? ¿y lo mío y su mejor amigo? ¿Qué ganaría con eso salvo causarle más dolor?

No, prefiero no tocar el tema. Llevamos muy poco tiempo juntos y no es el momento pero me prometo sacar ese bochorno del interior de mi corazón y enfrentar mi indignidad a su juicio.

Me lo repito muchas veces sabiendo que me engaño, porque ignoro si alguna vez tendré el valor de pedirle perdón. Esa es otra, ni siquiera le he pedido perdón. Cuando le vi y constaté que era él no pensé en otra cosa que no fuera acercarme a él y abrazarle. No podía imaginar cuál podría ser su reacción así que me quedé muy sorprendida ante su…

-¿Eres torpe?- lo juro, eso fue lo que dijo

-¿Perdona?

-Joder, lo digo porque has tardado un montón de tiempo. Pensé que era tan evidente.

-¿Evidente? Eres, … eres… un … un…

-¿Chico noble? ¿guapo? ¿amable?

-Idiota presuntuoso más bien –le respondí- tontaina.

-Ja, ja, ja, Fran, comes en mi mano. Como las palomas.

-¿Yo? ¿comer en tu mano? ¿pero quién te has creído que eres?

-Dame un beso.

Y otra vez esa capacidad que tiene para desconcertarme. Esa habilidad tan maravillosa de convertir mi tristeza en alegría.

Claro que le besé, después de todo, je, ¿qué otra cosa podía hacer?

Día 4

Qué agradable es despertar en la cama y notar su cuerpo. La primera sensación que tengo cuando comienzo a abrir los ojos es el tacto de su cintura en mi brazo. Me aferro a él como una náufraga a su tabla de salvación. De vez en cuando ronca por las noches, tengo un leve recuerdo que desaparece como lo hace un sueño. Llega un momento en el que no sabes si de verdad le has oído o solo ha sido una fantasía nocturna.

La sesión de sexo fue tan agotadora que cuando acabamos de amarnos ambos caímos en un dulce sopor. Él mucho antes que yo. Siempre tuvo facilidad para dormir, es casi instantáneo. Una vez oí decir que aquellos con la conciencia limpia tenían ese don. ¿Qué más da? Se quedó frito en un instante y yo me demoré cinco minutos más, los que tardé en soñarle.

Hoy me siento especialmente juguetona. Verle dormir tan apaciblemente me ha levantado el morbo y decido aprovechar esa nueva costumbre de dormir desnudo que ha adquirido durante esta ausencia. Me acomodo deslizándome hacia su vientre. Sutilmente rozo su prepucio con  el pulgar y el índice de mi mano derecha. Noto cómo crece su miembro, y hago resbalar  mi dedo corazón a lo largo de las venas de su pene provocando que adquiera firmeza. Me dedico a observar con curiosidad la reacción que provoca mi travesura en el rostro de mi amante.

Me entretengo, divertida, simplemente analizando cada pequeño gesto de su cuerpo y decido agarrar firmemente su verga para dar inicio a lo que espero que sea un inesperado orgasmo. Sería tan gratificante verle correrse que me sorprendo pensando en la posibilidad de sentir mi mano llena de su semen, caliente, pegajoso. ¿Sería capaz de lamer su esencia? ¿Me repugnaría permitir que me llenara la boca de su leche?

Aún tengo ciertas dudas al respecto y recuerdo que nunca le permití que me satisficiera oralmente. Siempre fui demasiado puritana con él, tenía miedo de que mi sexo le fuera desagradable, sentía que podría darle asco y él nunca me lo exigió. Ahora no me importa, es más, ardo en deseos de sentir su boca en mi nido.

Mis maniobras logran que se despierte con esa sorpresa que había anticipado. Su reacción es relajada, apacible y provoca en mí un anhelo de seguir masturbando e iniciar una felación. Me sitúo de tal manera que mi sexo queda totalmente expuesto para que él decida el siguiente movimiento. Una caricia de su mano inicia una excitación que me invade, ¡qué bien sabe acariciarme!, no ha perdido su pericia a pesar de la falta de práctica. Seguramente me introduce sus dedos índice y corazón en mi humedecida cavidad mientras alzo una de mis piernas para facilitarle la maniobra a la vez que mi boca succiona su hombría.

Abandona su juego manual para pasar a modo oral. Ya era hora, pienso, qué ganitas tenía de que me devorara, de darle lo que él siempre me había pedido. Deseo correrme, mucho. Quiero hacerlo, además, para su deleite. Estoy a punto, casi, casi… añade, otra vez, los dedos a su lengua y ya no me contengo, aguanto la respiración no sé muy bien con qué exacta intención, pero mantengo el aire en mi caja torácica mientras me introduce un tercer dedo y masturba con su lengua mi clítoris, ya, amor mío, ya te lo doy, para ti, cielo mío, todo para ti. Pienso, mientras me corro, que la divinidad tiene forma de manantial que llena una boca.

Día 5

Más  amor, más roce y, por tanto, más cariño. Utilizo un gel lubricante para mi vagina. Lo cierto es que la edad dificulta que mi vulva lubrifique como hace años. Me aplico cuidadosamente la pomada y pienso en el tiempo perdido. En besos que no voy a poder recuperar, palabras que ya no podré oír y que, por tanto, nunca recordaré. En este sexo que disfruto con mi otra mitad, sencillo, placentero y desecho la rabia que intenta invadirme por haber sido tan estúpida.

Medito en las diferentes formas que he ideado para joder mi existencia, mi relación y en las pocas oportunidades que da la vida para poder enmendar los errores. Algunos trenes solo pasan una vez, por eso me resulta tan importante aprovechar al máximo lo poco o mucho que me ofrezca el destino en estos momentos.

Le quiero, le necesito, adoro estar a su lado y anhelo en todo momento hacer el amor con él, para recuperar el tiempo, para abrazarle, para sentirle en mi lubrificado sexo. Así es el amor a los cincuenta y tantos. Con olor a gel, con mucho cuidado y total entrega. Al final del camino, los platillos de la balanza se equilibran.

Más remedios para sustituir lo que la naturaleza te otorgaba y ahora te quita pero también más desparpajo y mayor consciencia del gozo que nos regala el contacto con la persona amada. Hacer que el acto sexual dependa única y exclusivamente del amor que sientes hacia tu cómplice. Un amor maduro, diferente, independiente de mayor o menor longitud o anchura y más proclive a la mirada, a la caricia, a la sonrisa.

Se conjuga diferente el verbo amar conforme maduramos.

Ando en esas disquisiciones cuando percibo su ausencia. ¿Dónde se habrá metido este hombre?

Le busco por el dormitorio, por el cuarto de baño y por la cocina. Tampoco está en el salón y empiezo a alarmarme. Procuro mantener la calma y observo que, cerca de la mesa, hay una mochila. ¿Qué demonios está pasando?

Veo la puerta de entrada (que también es de salida) y su figura recortada,

-Vida mía, ya es la hora-me informa

-¿La hora de qué?

-Lo sabes muy bien, Fran.

-Pero nome quiero ir, Albert. Quiero estar aquí, contigo.

-Sabes que todavía no puede ser. Es lo que se pactó y ya sabes lo que pienso de los acuerdos.

-Demasiado bien lo sé pero, aun así, ¿no se puede hacer nada? ¿de verdad que no?

-Fran, Martha te lo dejó bien claro. Solo puede ser durante un tiempo limitado.

-Cinco días, Albert, solo cinco días

-Es tiempo más que suficiente para renovar nuestros votos, Fran. Sabes que yo siempre estaré aquí y que te esperaré.

-Maldita sea, Albert.

-Shhh, cálmate cariño. No te lleves esta sensación.

Se acerca a mí y me toma de la cintura para, a continuación, darme un beso prolongado.

-Te quiero, Fran

No puedo responderle, me cuesta despedirme de él y siento que voy a estallar de un momento a otro. Me ofrece un vaso de agua que me dormirá.

-Bebe, amor mío. Viniste durmiendo y durmiendo tienes que marcharte. Te he preparado tu mochila con todo lo que necesitas.

-Dios Albert, no quiero irme.

-Es lo que hay, Fran. Piensa en todo el tiempo que vamos a pasar juntos cuando vuelvas. Es lo que hago yo. ¿Sabes? Voy a dejar niquelada la casa para ti.

Bebo con desgana el líquido que me ha ofrecido y siento que voy perdiendo la consciencia, justo antes de dormirme Albert me susurra al oído algo que no consigo descifrar con total claridad

-Cuídales, cielo, cuídate amor- creo, no estoy muy segura de ello, algo así.

Me duermo y caigo en la cuenta de que no le he pedido perdón …

Día 6

Cuando despierto noto la humedad de mis ojos y el vacío de mi corazón. Me encuentro postrada en una cama de hospital y me doy cuenta de que mi perfecto plan para suicidarme ha quedado reducido a un mero intento. Parece ser que en estos tiempos que corren no se permite que una  pueda cortarse las venas sin que la interrumpan.

Giro la cabeza hacia mi hombro izquierdo y localizo una figura de mujer sentada al lado de mi cama. Me cuesta fijar la mirada y estoy cansada pero reconozco a esa persona: Lara.

Algo tiene que significar. Después de todo, Albert nunca dio puntada sin hilo.

CAPÍTULO XXXVII

ANTECEDENTES

Un tiempo después de la muerte de “Puertas”

Jose.-

Cuando llegas a determinada edad todo se relativiza.

Al principio es como si no te importaran cosas que antes te enervaban. Luego empiezas a darte cuenta de que todo pasa y tú también, claro.

No se cuenta contigo en la reuniones sindicales y tu opinión pasa de “ser importante” a ser introducido en la lista del “abuelo cebolleta”.

Tras un par de intervenciones en asambleas me di cuenta que mi opinión valía cero. Cero patatero.

El tema trataba sobre “Evolución de la labor sindical en el siglo XXI”. Propuse una unidad de acción ejecutiva.

Uffff.

Podríamos decir que no había tenido en cuenta la edad de los oyentes. Podríamos decir que no valoré en su justa medida la edad del ponente (estoooo, yo), pero lo cierto es que me comí la mierda.

Y, lo peor, me dio por replicar. “Esto es retroceso”; “¿Dónde queda la acción sindical?”; “La propaganda por el hecho resurgirá” y creo (hostia, me da vergüenza decirlo) pero creo que dije “jo ta ke”…

Podríamos decir que no había tenido en cuenta los gustos musicales de los tertulianos. Podríamos decir que su cultura política y literaria era “x” cuando “x” tiene a menos infinito, pero lo cierto es que me comí la mierda.

Y empezaron los insultos y las faltas de respeto. “Cállate ya, follaviejas” creo que oí a alguno que se reía, <<¡cabrón de los cojones!>> pensé para mí. Joder, cómo odio la democracia cuando me toca tragar. Sentí como un par de lágrimas resbalaban por mis ojos mientras agachaba la cabeza. <<¡Como un manso, hostias, como un puto manso!>>.

Cuánta razón tenía Alberto.

Si encima resulta que te has tirado a la esposa de tu mejor amigo y que, de hecho, la has enculado delante de él y, consecuencia de todo eso, él muere y tienes a un perro de presa que te la ha jurado, pues eso, empiezas a ser consciente de que, después de todo, la vida es un río. Justo, justo como intentaba explicar Herman Hesse en Siddartha.

Solo que a mí no me sale esa puñetera sonrisita de los cojones. Como uno tiene que ser consecuente consigo mismo, me deslicé  sigilosamente a la salida de la reunión y coloqué sendos clavos en las ruedas traseras del coche del listillo que me llamó “follaviejas”.

Esperé media hora desde que salió del local y luego seguí el mismo camino que llevaba él. A los 20 km vi detenido su coche en el arcén y él fuera de su vehículo con el móvil en la mano. Las ruedas totalmente desinfladas y la rueda de repuesto en el suelo. Ya no se reía tanto. Me consolé pensando que, si el capullo era inteligente, a lo mejor aprendió una lección ese día.

Uno debe saber cuándo sobra y actuar en consecuencia. Empecé a distanciarme del sindicato y a centrarme más en mi trabajo como encargado del correcto devenir de toda una zona de transporte urgente. Así que, con los correspondientes inconvenientes que tiene la vida del quincuagenario, no me puedo quejar.

El otro día me dijo mi nuevo amigo “El Chapas” (luego os hablaré del Chapas, como adelanto os digo que no tiene nada que ver con el Comandante Marcos”): “Joder, tío, hace años que no sé cómo es mi polla”

-¡Coño ¿y eso?!

-Te lo juro, colega. Me siento en la taza del váter a cagar y solo veo lorza.

Me descojoné, claro, aunque se instaló dentro de mí un fantasma oscuro y tenebroso (y no, no era Lord Voldemort). Por supuesto, al caer la noche, el que se sentó en la taza del váter fui yo.

No os apuréis, tronkos, me vi el rabo, pero la lorza amenazaba cuál aleta de tiburón. Si es que somos ceniza, joder.

No. Bien pensado, lo mío es la mierda en bote, y no me refiero a las 90 latas de metal de Piero Manzoni, sino a esa sensación de que soy como el rey Midas pero en negativo. Es decir, todo lo que toco se convierte en excremento.

Me había exiliado a Guadalajara. En parte por el colgado del Joya, en parte porque nada me retenía allí. No sé, esa especie de complejo de hijo de la gran puta que me quedó tas la muerte de Alberto.

Pensé que mi iría bien un cambio de pensamiento, una actitud diferente y decidí instalarme en uno de los maravillosos pueblos de la arquitectura negra. Cerca del “Hayedo de Tejera Negra” en la Sierra Norte de Guadalajara.

Mi vida transcurría plácida, tranquila, como Cicerón pero a lo cutre. Ya sabéis, rollito rústico. Mucha filosofía de bareto de tres al cuarto pero con gente sana. Joder, pienso que Puertas habría flipado con este sitio.

Y follo, claro que follo. Y pago. Como todos, pero menos. Ni hipotecas, ni comunidad de propietarios, ni IBI, ni hostias, follo cuando quiero, pago el cánon y no me persigue la SGAE. Enfundo mi sable, aparco mi cochecito, la meto, la saco, la vuelvo a meter, sin ayuda (porque soy muy macho) con ayuda (porque soy macho pero no tonto y el activen es barato) y me corro. Coño, sencillo. Sin violencias ni malos rollos. Sin espaldas que soportar por la noche porque te hayas columpiado un poco. Un polvo, una corrida, 70 pavos y con Dios, que lo bueno, si breve, dos veces bueno.

Si es que no hay nada como la literatura, ella enseña como mi Loli.

Amor obrero con obreras del amor. <<¡Qué no, vida mía! Que no le limpio la mierda a nadie por mil euros al mes. Eso me lo saco yo en cuatro polvos.>>  Y, claro, todo lo que le iba a decir sobre la liberación de la mujer, el rollito guapi de la lucha por la igualdad, se desvanece según me corro en el condón que me ha proporcionado. Si es que no hay nada como la puta realidad para saber lo que hay.

Que sí, que lo sé, que soy un cabrón, pero… mírame… aquí, estoy… vivo.

Y, mirándome, me coge de la pechera, se acerca y me dice, la muy ladina, que la vida son dos días y que tengo la cartera llena de “billes” (joder, siempre admiraré esa capacidad para resumir las palabras inversamente proporcional a Arturo Pérez Reverte, ¿o es directamente proporcional? Ay, no sé. Ya me perdí)

La miro, sobran palabras.

-¿Follamos?.

-Follemos.

Rápido, sencillo, 150 pavos tienen la culpa. Una letra cambia el contexto. Y es una vocal. Hay otras letras que te joden “per secula seculorum”. Las tetras de cambio, claro. Jodidos holandeses.

Mierda, estoy seguro que alguien, con mejores palabras, podría hacer una tesis doctoral sobre esto. Pero nunca me he caracterizado por un estilo refinado. Lo mío ha sido siempre la cruda realidad, en ella vivo y a ella me adapto.

Básicamente, ese resulta ser mi día a día, una rutina llevadera. La única pega son las noches. El talón de Aquiles de mi actual realidad, el Pepito Grillo sobre mi hombro que se dedica a incomodarme.  Tengo un sueño recurrente en el que dos chavales jóvenes con ansias por comerse el mundo se juran lealtad eterna.

Uno de ellos es Albert, el otro, evidentemente, soy yo. En el sueño mi difunto amigo permanece en la sombra, es una silueta que se confunde con la oscuridad. Curiosamente, quien se acerca a mí es mi yo juvenil. Nunca oigo lo que dice pero sí puedo ver perfectamente la ira en sus ojos. Una furia ilimitada que surge de él, me reprocha y me maldice y, muy enfadado, acaba acercándose a Albert y fundiéndose en la oscuridad.

Siempre me despierto sobresaltado y sudando. Lo peor de todo es que me doy cuenta que no es miedo lo que siento sino vergüenza. Sí, señor.  Mi vida, es todo un paraíso lleno de demonios.