Uno de tantos relatos sobre la redención, 17

“En el amor y en la guerra, todo vale”. Aforismo

CAPÍTULO XXXIV

“CLIC- …”

Sebastián.- Pliego de descargos

Tal y como yo lo veo no se me puede culpar de nada que haya hecho por conquistar a Adela. Es posible que no me sienta la persona más honorable del mundo pero todo vale en el amor y en la guerra. Después de todo, y como vulgarmente se dice, yo la vi primero.

Lo tenía todo. Adela era, en mi humilde opinión, la chica perfecta. Guapa, inteligente, simpática, elegante, podría escribir folios llenos de adjetivos que la describieran. Me quedé embelesado cuando hablé con ella por primera vez y así se lo dije a Julián en un acto de confesión:

-Juli, creo que me he enamorado hasta las trancas.

-¿Tú?, no me jodas Sebas, si tú no te has enamorado de nadie en tu vida. Si te has follado a la mayoría de las chicas de “La Urba”, no me digas ahora que eres el Doncel enamorado porque no cuela.

-Es insuperable, te lo digo yo, Juli. Simplemente maravillosa.

Y allá que me fui. Preparé mis pertrechos, engrasé bien la maquinaria y revisé todos mis planes de batalla. Mis mapas para conquistar beldades, mi flamante coche, mi mejor ropa, mi sonrisa profident y actualicé mi arte de conquistar.

Todo en vano. Todos aquellos trabajos de amor, enviados a la basura porque un día se cruzó él. Un chico desgarbado que vestía vaqueros y deportivas de marca cutre. Su mejor prenda de vestir era una cazadora vaquera raída y desgastada y, sin embargo, aquel tipo se llevó el premio.

Recuerdo el día que Adela, mirando desde el asiento del copiloto hacia la calle, me dijo

-Sebas, ¿te importaría ir más despacio?

-En absoluto, Adela, tus deseos son órdenes para mí.

-Pues para el coche un poquito más adelante, hazme ese favor.

Y eso hice, detuve el automóvil junto al arcén y dejé el coche en punto muerto. Adela se bajó y se plantó en mitad de la acera dejando que todos los estudiantes que circulaban por aquel camino que apuntaba a la facultad pasaran por su lado. Ella permaneció quieta, estática y diría que cerró los ojos. Transcurrido un minuto, y una vez que la sobrepasaron varios grupos de futuros licenciados y licenciadas, volvió a sentarse junto a mí.

-Sebas, ¿ves a ese chico?

-¿El de la cazadora vaquera? ¿”el atleta”?- dije con un tono de condescendencia que apliqué deliberadamente para minimizarle-

-Sí, ese.

-Le veo.

-¿Te importaría que mañana le pidiera que nos acompañara?

-No, no me importaría pero ¿por qué?

-Porque, cielo, ese chico va a ser mi futuro esposo

Y ahí se fueron todas mis esperanzas de conquistar a Adela. Con ese sentimiento de injusticia que te invade cuando piensas que algo es tuyo por derecho propio y te lo quita alguien que no vale más que tú. Sin ningún esfuerzo, sin ninguna maniobra especial, solo porque ese maldito día ella creyó ver algo en él.

No lo podía entender, era como perder un partido en el último minuto habiendo jugado mejor, habiendo dominado durante todo el encuentro y luego, de penalti injusto, te birlaban el trofeo.

Y lo peor no era eso, lo verdaderamente duro era tener que ver todo el proceso de enamoramiento. Ser testigo de su amor, tener que aguantar a Adela todas sus confidencias de lo mucho que amaba a Mateo. Sin poder entender nada de lo que estaba sucediendo a mi alrededor y aguantando mecha día tras día.

Fui invitado a la boda como amigo común. ¿Alguien se puede extrañar que me alegrara cuando Adela me pidió que le asesorara en el divorcio? ¿Quién me puede acusar de ser mal amigo cuando fue Mateo quien me quitó a Adela?

Solo quería ejercer mi derecho al retracto, tener la oportunidad de ofrecer mi amor a Adela, desmerecer un poco a Mateo. Si tenía que caricaturizarle así lo haría, fríamente, sin motivos personales salvo ejercitar mi acción a la reconquista de mi chica.

Intenté por todos los medios socavar la reconciliación aunque, para ser sinceros, Adela no hizo mucho intento salvo el día de la firma notarial de su divorcio. Ahí, sí pude notar cómo flaqueaba su voluntad. Adela se había alojado en mi casa durante un par de días hasta que se llevara a cabo la firma ante el Notario. Y, esperando a que finalizara aquel matrimonio con las correspondientes rúbricas de los cónyuges, me apresté a efectuar mi movimiento.

-Se le ve muy mal ¿no, Sebas?

-No te creas, Adela. Yo le veo muy bien.

-No, para nada. Ese no es  Mateo. No parece él.

-Claro que es él. De hecho, diría que está mejor de lo que debería. No parece que le haya afectado tanto.

-¿Tú crees?

-Totalmente. No te ha dirigido apenas la palabra, debe guardarte rencor.

-¿Mateo, rencor? Eso nunca.

-Pues ya has visto lo que ha peleado por ti. Nada. Ha dejado que pasara todo sin poner ninguna pega. Como si estuviera deseando divorciarse. Por otra parte, es una actitud bastante comprensible, Adela. De verdad que sí. Te has alejado mucho tiempo de él.

-Eso es verdad. He estado muy distanciada de mi familia.

-No te culpes, Adela. Eso va con el pack que representas. No puedes estancar tu futuro profesional y eso él lo debería saber.

Salimos de la Notaría en dirección a mi auto para regresar a mi casa.

-No sé, Sebas. Quizás debería hablar con él, calmarle.

Aproximé el coche a un lado del camino y detuve la marcha

-No puedes volverte atrás, Adela. Ya está hecho. ¿Qué vas a hacer? ¿Pedirle perdón? No puedes hacer eso, no puedes someter tu nueva relación con Mateo a esas tensiones. Por tu bien y por el de él. Termina lo que has iniciado.

Adela miraba el paisaje a través de la ventanilla del copiloto, imaginé que estaría pensando en todo lo sucedido y quise aprovechar ese momento de debilidad para darle un beso. Miré a sus ojos, sujeté su barbilla con mi mano derecha y acerqué mis labios a su boca.

Ese movimiento debió pillarla desprevenida porque, con un gesto de incredulidad y sorpresa, me espetó

-Pero, pero ¿qué haces?

-¿Qué voy a hacer? Darte un beso.

-¿Cómo?

-Siempre te he amado, Adela. Solo quiero declararte mi amor de la forma más torpe que conozco.

-¿Cómo se te ocurre? Mateo es tu amigo.

-No, Mateo no es mi amigo. Le he aguantado todos estos años por ti, porque te amo no por él.

-Entonces ¿todo este asesoramiento no ha sido para los dos?

-¿Qué asesoramiento, Adela? Si Mateo ha firmado todo lo que le hemos entregado. Has acudido a mí por otra cosa y lo sabes. Has venido a mí porque me necesitabas.

-No, eso no es verdad.

-Sí que lo es. Todo este tiempo has estado requiriendo mi presencia sin necesidad alguna salvo que deseabas que estuviera a tu lado.

-Que no, te digo. Solo buscaba tu amistad. No esperaba esto de ti, Sebastián -               Volví a intentar besarla, con idéntico resultado- Ni se te ocurra Sebastián, no te atrevas a acercarte a mí.

-Lo que tienes que hacer es dejar de jugar con los sentimientos de la gente, joder.

-Llévame a mi casa

-No, Adela. Si quieres te llevo a mi casa pero desde luego que no te voy a llevar a la tuya. No soy tu chófer, Adela. Ya no.

Poco después pude ver cómo una enfurecida Adela salió de mi piso con su equipaje.

-Me voy, Sebas. Quiero que sepas que te perdono, no tengo en cuenta tus actos de hoy. Me vale mucho más tu amistad y los recuerdos que tengo contigo, pero va a pasar mucho tiempo antes de que olvide lo que ha pasado.

-No me importa, Adela. Estaré siempre aquí, para lo que gustes.

No. No me arrepiento en absoluto de lo que hice. ¿Fui un mal amigo? Es posible ¿No fui noble? No, no lo fui. Pero tampoco dan el premio Nobel a la nobleza. Fui humano. Con errores, sí, pero sin maldad. Jamás pedí que Mateo pasara por todo lo que pasó. Nunca quise un infierno para él. Yo solo quería a Adela.

Por desgracia, no pudo ser… Adela amaba a Mateo. Esa, por mucho que me jodiera, era la única certeza que tenía, y ese era un muro que nunca podría derribar.

Lástima que ella no se diera cuenta.

Adela.-

Lo había jodido todo. Por mucho que lo intentara jamás podría redimirme ante Mateo. Toda mi perseverancia no serviría de nada ante la enorme desconfianza que sentía hacia mis intenciones. Me lo había ganado a pulso e iba a pagar el precio, con intereses. Tenía muy claro que no iba a renunciar a él. De ninguna manera. Si Adela no iba a tener los favores de Mateo, sería Milagros quien los obtuviera. Después de todo, jugaba con dos barajas. No me importaba ser su puta, me daba lo mismo. Me habían follado Pep, John, Jane y los “hermanos anaconda”, ¿qué más podía importar?

Tras el breve intercambio de opiniones con mi amor platónico decidí volver a mi casa. No pude evitar darme cuenta de la cara que puso Mateo. Aquello no le acababa de gustar del todo y sé que quemaba algunos barcos si me alejaba, pero la situación se hacía insostenible.

Me dolía que no me reconociera como una opción para montar una nueva vida. Podía comprenderlo, pero eso no evitaba que me doliera. Por otra parte, había asumido que haría lo que fuera posible por conseguir que recuperara la visión. Ya no me importaba tanto pasar el resto de mi vida con él como que pudiera volver a ver. Adela había perdido y tendría que consolarse con lo que pudiera obtener Milagros. No miento si confieso que no me importaba lo mínimo.

Aquel viernes 15 de enero debería significar muchas cosas para el ulterior desarrollo de mi relación con Mateo. Por un lado daría una estocada moral a aquellos malnacidos cuya única finalidad era conseguir mi sodomización y, por otra, intentaría conseguir mi trocito de paraíso con el amor de mi vida. Todo un sueño, si se me permite opinar, pero estaba dispuesta a conseguir mis objetivos de una manera u otra.

Tengo la firme opinión de que si tienes claro lo que quieres conseguir hay que utilizar todas las armas disponibles para lograr tal finalidad. Es decir, poner toda la carne en el asador. Me resultaba indiferente que fuera Milagros o Adela quien se llevara el premio mayor, lo cierto es que tenía todas las papeletas.

Así las cosas, sacrificar, literalmente, mi culo para conseguir los medios oportunos que pudieran lograr la curación de Mateo me parecía algo menor, diría que casi insignificante. Pero también tenía clara una cosa: no sería John Davis quien consiguiera desvirgar mi recto. De ninguna manera.

Me encontraba en plena cita con Mateo quien, como un  entregado amante, succionaba, y de qué manera, mis labios mayores para proceder a masajear mi clítoris con su lengua. Círculos, zig-zag, movimientos masturbadores que me transportaban a un paraíso. Me sentía como una jovencita traviesa, mi sexo mutaba en mi imaginación, ya no era una mujer madura que apenas podía lubrificar su coño, sino una chica enamorada de su novio, plena, disfrutando del placer que solo la persona que amas te puede dar.

Mi pelvis jugueteaba en su boca, caliente, húmeda, callada, sin un ruido que poder emitir, solo el líquido que emanaba de mi fuente para desembocar en su boca. Me habría gustado tanto gritar que, el mero hecho de tener que contener mi deseo, producía más y más fervor en mi gozo. Deseaba llenarle, inundarle, decirle que me sentía más mujer con su boca en mi sexo, confesarle obscenidades, muy despacito en su oído, pedirle que siguiera comiéndome, que me devorara, que, libando de mi botón me llevara dentro de su estómago. En definitiva, quería que me hiciera suya.

En el paroxismo del deseo acerqué el agujero de mi culito a su boca y mi niño no retrocedió. Goloso, caprichoso, mi hombre me introdujo la lengua en mi recto y yo me quería morir. Dos orgasmos me había arrancado aquel muñeco ciego, dos veces me deshice entre sus labios y sus jugueteos me iban a llevar, irremediablemente, a un tercer orgasmo. Un nuevo festival de sensaciones, aliñadas con mi esencia. Sí, le entregaría mi culo a él, a mi adalid, a mi paladín, a mi héroe, qué grandiosa ofrenda sería… si hubiera querido aceptarlo.

Porque lo cierto es que no admitió mi ofrenda. Por mucho que acerqué mi trasero a sus labios, a su pene, a sus manos, no se inmutó. Se alejaba, mi amante parecía desechar la idea de penetrarme, de tomar aquel orificio inexplorado y yo me desesperaba. Quería diluirme, desaparecer, porque sabía que John Davis no renunciaría a follarme el culo. Aquel hijo de puta me atravesaría, se correría dentro y entonces toda la magia desaparecería.

Estaba convencida de que cualquier hombre notaría el “antes” y el “después” de un desfloramiento anal. Mateo, como cliente, debería intuir que Milagros era virgen por el culo, ¿cómo reaccionaría cuando descubriera que otro se la había calzado antes cuando siempre ostentó la exclusividad de Milagros?

Cualquier ponderación al respecto tornaba desastre. Si no me decía nada y me aceptaba tal cual significaría que no le importaba más que cualquier otra puta. En cambio, si me reprochaba significaría que habría perdido la confianza en su puta, porque eso era yo…su puta. Y si no podía ser su esposa, me conformaría con ser su puta.

Aquella noche, cuando regresé a mi casa tras prestar mi correspondiente servicio a Mateo, lloré como una descosida. Había perdido a mi hombre.

Saray.-

Hay cosas que he aprendido a lo largo de mi vida. Una de ellas es que las payas, como los payos, son gilipollas. Perdón, rectifico, en realidad son “gilipayos”. Es posible que yo desconozca muchas cosas pero hay otras en las que, comparada con mi futura suegra, doy sopa con ondas. Respeto todas las opiniones, por supuesto, pero esas habladurías que dicen que una mujer tiene que acostarse con muchos hombres para luego poder elegir sabiamente me parecen la tontería más grande del mundo.

Una mujer sabe con quién debe casarse a poco que tenga luces. Se nota fácilmente porque se sienten mariposas en el estómago y eso perdura toda tu vida. Pienso que algunas personas olvidan lo que han sentido por sus enamorados. Se pierden en una oscuridad más profunda que la que invade a Mateo cada día de su vida. Se alejan de su amor sin saber por qué. Intentan cambiar a sus elegidos en lugar de ser más atractivas para ellos. ¿Acaso no se dan cuenta de que no vas a cambiar a una persona

No es que lo diga yo. Sinceramente, no tengo ninguna especie de doctorado en la materia, pero se lo oí decir a Puertas mientras charlaba con Mateo en una de esas interminables charlas-coloquio que se montaban en el banco del parque los tres: Puertas, Mateo y Mahou.

-Pues no me dice el psicólogo que no voy a poder cambiar nunca a Fran.

-Tiene su sentido, Alberto.

-Me comenta que me limite a procurar lo que yo pueda hacer. Es decir, como no puedo cambiar a Fran debo ser yo el que cambie para hacerme más deseable para ella.

-Tiene su lógica.

-La tiene, sí, joder, ya creo que la tiene. Pero eso significa ceder.

-¿Por qué, Alberto?

-Porque yo no he hecho nada, hostia, Mr.Magoo. ¿Por qué tengo que ceder, por qué tengo que cambiar?

-Porque la amas, Alberto. La amas, y se te escapa el aliento cada día que estás sin ella, gilipollas. Llevas sufriendo esta situación tanto tiempo que ni atiendes a lo que te dice tu cuerpo. Esos intensos dolores de cabeza que te aquejan, esas pocas horas de sueño, esos vacíos que te invaden. Todo tu ser clama contra esa situación y tú te limitas a ignorarlo.

-La amo… es verdad.

-Tienes que cambiar tú, Alberto. Hazlo por ella, por ti, por tus hijos. Hazlo.

-¿Otra línea roja que se traspasa, Mateo? ¿Esa va a ser mi vida? ¿La del que consiente?

-La del que gana, Alberto. Amas a Fran, tu premio será mantenerla a tu lado y ser feliz. No eres feliz sin ella, tío. Eres un simulacro de persona.

-Un símil. Sí, Mateo, entiendo lo que quieres decir. Hace mucho tiempo que me siento así. Algo que no es, que solo pretende ser, algo que se difumina. ¿Algo maldito?

-Tú no estás maldito, Alberto. Solo estás perdido, pero puedes darle la vuelta, tío. Eso es lo que te ha dicho el psicólogo. Evoluciona y recupera tu vida, tu amor. No se trata de orgullo, se trata de amor y en eso, amigo mío, nadie te gana.

-¿Sabes, Mateo? A veces pienso que, para ser ciego, ves donde muchos no alcanzan. A lo mejor tienes algún poder oculto, colega. Ja, si fueras super-héroe ¿qué poder te gustaría tener?

-El adquisitivo, Alberto. El poder adquisitivo.

-Sí, señor. El lunes tengo la última cita con el psicólogo y me darán también los resultados de las pruebas médicas que me han hecho. A ver de dónde salen esas migrañas, con un poco de suerte, el lunes podré iniciar una nueva vida…

Aquel jueves 29 de agosto de 2019 sería la última vez que vi a Puertas vivo. Lo recuerdo perfectamente por dos cosas, porque fui consciente de que el nacimiento en una determinada familia o lugar no significaba que tu destino estuviera prefijado y porque ese día, antes de introducirse en su coche, apoyado en el techo de su automóvil, vi a Puertas llorar y después arrancar aquel vehículo para dirigirse dios sabe a qué horrible infierno.

Cambiar, evolucionar, adaptarse. En definitiva, amar. Adela no había entendido aquella lección. Le costaba asumirlo y, por eso, actuaba a la desesperada. Cuando sentí el sonido del teléfono fijo de Mateo en su casa, hice lo que cualquiera en mi posición hubiera hecho. Es decir, descolgué el auricular que tenía en la habitación para oír todo lo que tuviera que decir el “Pep” a mi suegra.

Lo que había escuchado no me gustaba ni mucho, ni poco, ni nada. Ahí iba a ver bacalao, y no iba a ser del bueno.

También he aprendido a ser leal a los míos. Mateo era mío. Conocer a Alonso había despertado algo en mí que pensé que no iba a poder sentir en mi vida. Era como un torrente de pasión, como si una fuerza magnética me llevara a él. Verle supuso conocer mi destino. Sí, no había el menor resquicio de duda, sabía cómo iba a desarrollarse el resto de mi vida y lo aceptaba alegremente, totalmente entregada.

Pero Mateo era mío.

Era familia, era mi regalo, mi maestro, aquella persona por la que, sin dar mi vida por él, sabía perfectamente que moriría de tristeza si le fallaba. No tenía muchas opciones más allá de contarle toda la verdad.

-Entonces, Pep ha llamado a Adela y le ha dicho que los Davis me curarán si pasa tres días con ellos. Ya veo, no hace falta ser muy inteligente para saber qué es lo que quieren.

-Es lo que dijo Puertas, ¿Verdad? –y recordé todo lo que el abogado había descubierto sobre aquella empresa y sus depravadas costumbres, aquel asqueroso juego que se traían con dos doctores cubanos-

-Sí, Saray, es lo que dijo Puertas. Estos hijos de puta quieren su culo.

-¿Vas a permitirlo?

-Ni de coña. No, hostia. De ninguna manera. Prefiero quedarme ciego a sufrir esa ignominia.

-Bien dicho, Mateo. Es así, tiene que ser así.

Durante unos días, seguí a Adela y la observé comprar el billete de avión para Barcelona. Cuando salió de la agencia de viajes con su billete para el día siguiente la abordé y le conté lo que pasaría.

-Solo lo diré una vez, Adela. Mateo lo sabe todo. Si te vas para Barcelona se quemará los ojos. Quiero que lo sepas.

-Pero ¿qué me estás diciendo, Saray?

-¿Te crees que somos tontos? Escuché tu conversación con Pep y se la conté a Mateo. Si te vas a Barcelona Mateo ha quedado con unos amigos para que le echen un ácido en los ojos. Será en el parque enfrente de su casa.

  • Está bien, está bien –dijo llorando- no me va a dejar que me redima, ¿verdad, Saray?

-No piensas con claridad, Adela, si es que alguna vez lo has hecho. ¿Acaso no te das cuenta de que ya te has redimido, tontísima?

Al día siguiente, observé a Adela acercarse tranquilamente al parque. Sentado en un banco estaba Mateo, tranquilo, esperando pacientemente que llegara la hora en la que se suponía que debía despegar el avión. Cuando Adela se aproximó a él, con un breve gesto de sus manos indicó al Joya y a mi hermano que se retiraran. Ambos obedecieron y se marcharon guardando el ácido que llevaban.

Adela detuvo aquel acto con su sola presencia y se sentó al lado de él. Apoyó su cabeza sobre el hombro del que fue su marido y estiró sus piernas, cruzándolas. Por su parte, y con un gesto de infinito cariño y me atrevería a decir que de paciencia, Mateo Gómez Aranda pasó su brazo sobre los hombros de Adela y estiró, a su vez, las piernas.

Parecían dos enamorados.

Mateo.-

El amor me lleva a lugares inesperados y logra que me considere afortunado de todo lo que he podido experimentar. Soy ciego y vivo en una oscuridad permanente. A veces siento miedo y en otras ocasiones siento paz.

Jamás permitiría que yo pudiera ser la causa de que  nadie humillara  a mi Adela. La amo con todo mi imperfecto ser, con toda mi alma, y no me importa lo que haya podido hacer, lo que haya sentido con otras personas. Solo quiero que me ame, pero que no lo haga por mis carencias.

Quiero morirme a su lado, sentir su aroma inconfundible el resto de mi vida. Su perfume, su olor, mi dicha, mi alegría y mi gozo. Como cuando me harto de su sexo y se derrama sobre mi aliento, atravesando mi alma y llenando mi interior,  como la niña que es en mi imaginación. Mía, mi Adela, mi Milagros.

¿De verdad alguien creía que no iba reconocer el sabor del sexo de mi amada?

Desde el mismo instante en que acercó su pelvis a mi frente, desde la primera vez que se presentó mi Milagro y se abrieron las puertas del cielo para mí. Es cierto que la consecuencia de perder un sentido es que aumenta el resto. Mi sentido del olfato captó rápidamente a mi ex esposa. El masaje oral que proporcioné a esa dama de compañía únicamente confirmó lo que ya me había adelantado mi nariz. Lo que estaba probando, aquella oleada que invadía mi sentido del gusto era el sabor de la redención, del amor puro.

Adela había apostado por una jugada muy arriesgada y, a la vez, muy propia de ella. El todo por el todo. Si eso no era amor entonces no sé qué podría definirlo mejor. Milagros me ofreció su cavidad sin estrenar y no había que ser un genio para adivinar lo que eso significaba. Quería que fuera yo el primero y eso conllevaba que iba a dárselo a otro.

El precio, mi vista, por supuesto.

Toda una mujer.

Me casaré con ella, sí. Escribiremos una nueva página de amor, una historia que perdurará porque seremos más sabios y permaneceremos juntos, felices, el resto de nuestras vidas. Pero no será hoy, ni mañana, ni pasado…

CAPÍTULO XXXV

SÍ, QUIERO

20 de octubre de 2021

Adela.-

Han pasado ya unos días, quizás demasiados, y no puedo sacarme de la cabeza  nuestra conversación frustrada. Obsesionada, he repasado todas y cada una de las palabras dichas o escuchadas. Soy muy orgullosa claro está, siempre lo he sido, y  me siento fatal pero lo que más me duele es la sensación de ridículo que tengo.  Y aunque había deseado como una niña un caramelo aquel diálogo, soy consciente de que ante Mateo, hice el ridículo más espantoso de mi vida, no estuve a su altura.

Eran dos mundos, no uno solo. Y así, no. Sin embargo, hoy he podido entenderlo todo.

Ha sido recordar a Saray y su talante y comprenderlo todo a la vez, como si una puerta se abriera de par en par. La vergüenza que pasé y las secuelas que hasta hoy perduran, me han llevado en volandas hacia delante,  para descubrir el paso decisivo, la clave oculta que me faltaba. Mi actitud abierta, receptiva, Open minded, seguía ahí después de mucho tiempo de sacrificios y tentativas. Hoy,  algo de mi pasado se ha desvanecido  y algo nuevo ocupa su lugar. Y es que él es un hombre maduro y yo solo soy una aspirante. Eso es todo.

Hoy he pasado mi rubicón, mi cambio de chip particular. Así lo percibo. No se trata de que esté todo resuelto, no, qué va. Necesito algo de tiempo. Pero sí, ahora lo veo.  No hay vuelta atrás, no habrá más diálogos ridículos o vergonzosos. Por fin lo he visto, lo he visto claro.

No hay manuales escritos, solo hay modelos a seguir, unos patrones  que en mi entorno familiar nunca tuve. Ahora, sorprendentemente, Mateo y sus amigos han sido estos ejemplos. Mis padres me dieron mucho pero no me dieron nada. Me protegieron con una burbuja artificial, superficial, bien intencionada. Di por supuesto que todos me querían y que siempre sería así. Como buena chica pija di por supuesto el amor que disfrutaba, como si fuera mi derecho, aunque no contemplé la obligación que conllevaba.

La vida era para mí algo simple y claro, un disfrute de continuos éxitos personales más o menos difíciles que yo siempre alcanzaba y con los que me sentí crecientemente poderosa, apoderada. Cuando elegí a Mateo y acerté, fue más de lo mismo. Me adoraba y, al igual que mi familia, me lo daba todo. Así fue como en realidad seguí siendo adolescente.

Realmente yo no estaba preparada para el duro oficio de vivir y ser feliz. Los problemas llegaron tarde porque la entrega de Mateo los demoró en el tiempo. Mateo dilató sin quererlo el chip infantil en el que yo nadaba. Él hizo mucho más de lo necesario y de lo conveniente, mucho más. Hasta que la burbuja, explotó. Pero explotó muy tarde, cuando nuestros hijos eran ya más que adolescentes y cuando mi lucimiento y mi ambición profesional eran ya imparables. Como siempre, yo quería más, siempre quise más. Como tantos adolescentes, veía mis derechos mucho más que mis deberes. Pep pudo darme más y Mateo ya no. Mateo era ya una fuente agotada, abandonada en la distancia, locura de una pareja virtual, sin roce, algo que ninguno de los dos debería haber aceptado, algo demencial. Mateo se equivocó al considerarse menos y yo erré al pensar que era más. Y entonces la cagué y cometí el error de mi vida, no solo por separarme de él sino por cómo lo hice, haciendo daño, abrupta y gratuita, sin respeto. Sin darme cuenta por supuesto, sin dimensionarlo, sin conciencia ética, a la manera de una quinceañera, a la que solo importa la estética, su propio yo. En efecto, no estaba preparada para el duro oficio de vivir y ser feliz. Ahora lo veo claro.

Lejos de Mateo y de mis dos familias, la vida me dio auténticas lecciones. Ya no regía el amor sino el poder. El poder del dinero o el poder académico, las ambiciones personales o los intereses sexuales que me llevaron a descubrir un mundo de hienas. Primero jugué su juego, hasta que descubrí la trampa que escondía y que yo era una muñeca en sus manos. Fue progresivo, aunque no tardé demasiado en aprender. Los americanos y los cubanos fueron experiencias aleccionadoras. Era un sexo competente y placentero, aunque finalmente banal y sospechoso, carente de dignidad, anodino. El final con los hermanos Rodríguez Pérez me lo dejó muy claro. Como dicen ellos no way… , no alcancé a ver ningún camino, y  mi nuevo mundo sin familia, estruendosamente, se vino abajo.  Y me acordé de Mateo…lo busqué…me acerqué…me aceptó… y como la niña caprichosa que seguía siendo me ilusioné…

Fueron ellos, Albert, Lara, Saray, Mateo, fueron ellos. Cuando conocí al enjambre de nuevos amigos de Mateo me parecieron tan extravagantes y alejados de mi mundo que parecían extranjeros. Pero ahora y aquí me doy cuenta  de que tenían algo en común,  algo insólito y desconocido para mí, algo que hacía que, por ejemplo, hacía que  la vida de Mateo fuera feliz. A saber, ellos eran sabios, y sabían cómo hacer. Tenían las claves para sobrellevar las dificultades y, a pesar de ellas, ser felices.

Así es cómo hoy he descubierto que para dialogar hay que ser maduro, y hay que poder decir cosas sabias y adultas, hay que saber escuchar y distinguir, acompañar, que hay que considerar derechos y deberes, no solo derechos. Es lo que hacen ellos … Y eso es lo que mañana voy a empezar a hacer. No hará falta decírselo, que él ya sabrá verlo, él es sabio, que desde el minuto uno sabrá apreciarlo y ya sabrá que yo ya estoy en la trinchera, que ya he llegado, y que no me voy a ir.

Mucho han cambiado las cosas desde aquel 21 de enero en el que renuncié a cualquier posibilidad de curar a Mateo. Si bien Milagros tuvo que seguir acudiendo puntualmente todos los viernes para prestar sus servicios también aumentaron mis visitas a Mateo.

Prácticamente me había instalado en su casa y no pasó más de una semana cuando dejé mi cepillo de dientes en el cuarto de baño. Fueron pequeños avances ganados con mucho tesón. Como conquistar pequeñas parcelas de su corazón, trinchera a trinchera, terruño a terruño.

Solo me quedaba vedada una pequeña franja de tres horas que estaba reservada en exclusiva para Milagros. Aprendí a conformarme y a disfrutar de aquella situación rocambolesca sin darle demasiadas vueltas.

Me acostumbré a  convivir con él y con Saray hasta el punto de intimar con aquella muchacha que tanto me enervó cuando la conocí. Alonso y ella habían formalizado su relación y establecido un acuerdo a través del cual mi hijo renunció a cualquier aventura en el extranjero para dedicarse únicamente a trabajar para la empresa de su padre.

Resulta ocioso decir lo mucho que se alegró Mateo cuando su hijo le comunicó esa decisión porque significaba que podía retirarse casi definitivamente. Con cuatro empleados aquel negocio podría mantenerse perfectamente.

Saray resultó ser una estudiante disciplinada que, bajo la tutela de su mentor, cubría con solvencia las asignaturas de tal manera que en junio ya poseía su licenciatura en economía.

La relación de aquellos dos jóvenes me enseñó algunas cosas que siempre obvié.

-El cariño lo hace el roce, suegra – me decía Saray

-¿Ya os habéis prometido?

-No.

-¿Entonces por qué me llamas suegra, Saray?

-Mira, Adela, Alonso es “pa mi” y yo soy “pa él”. Y no hay más que hablar. Lo único que pasa es que este hombre es muy tímido. Además, te digo una cosa: como no me lo pida él, se lo pido yo. O sea que ya puedes irte haciendo a la idea de que vas a ser mi suegra, ea.

Cuando Saray decía “ea” no había más que hablar.

-Ja, ja, ja- estallé en una risa que me nació desde dentro de mi alma- sí que es un poco indeciso, nuera.

Y ambas no reíamos.

-¿Y tú? ¿a qué esperas, Adela?

-¿Perdona?

-¿Cuándo vas a coger a ese idiota y le vas a obligar a casarse contigo? Que ya va siendo hora, undebé. Vamos, digo yo que es hora de darle el saldo y finiquito a la Milagros, ¿no?

-¿De qué estáis hablando, pajaritas? –entró inesperadamente Mateo tanto en el salón como en la conversación- ¿qué tramáis?

-Nada, Mateo, esta chiquilla que es muy manipuladora.

-De manipuladora, nada, Mateo, manejanta Lo que yo soy es muy manejanta, como siempre lo ha sido mi madre, me viene de familia. Que lo que yo le digo a Adela es que está tardando en pedirte en matrimonio, payo.

-¿Eh?- se quedó anonadado Mateo- ¿qué dices?

-Pues eso, Mateo, que pareces un niño chico –siguió con su exposición Saray- que ya va siendo hora de que os caséis, undebé.

-Deja esas cosas a los mayores, Saray, no te metas en camisas de once varas- sentenció con cierta familiaridad, Mateo.

No supe intervenir en ese momento y opté por callarme al entender que era lo prudente. Me gusta pensar que esa decisión fue determinante para que una semana después Mateo me llevara  a mi primera “Ruta del dale-que-dale”. Resultó que eso del “dale-que-dale” no era más que la manera gitana de decir “Daredevil”. Una especie de ritual iniciado por Alberto y que se ha convertido en algo fundamental para Mateo. El mismo Alberto que deseó que mi vida fuera un infierno y que, al parecer, acertó de pleno.

Finalmente pude conocer en persona a Lara. Me quedó muy claro desde el primer instante que tenían cierta conexión y no porque ella fuera especialmente dulce con mi acompañante sino, más bien, por esa ansiedad que se desprendía de él. Como si estuviera deseando que aquella mujer despampanante le agarrara del brazo y se lo llevara con ella. Fue duro ser consciente que, en algún punto del camino, perdí la exclusiva de su amor… y no me importó.

Siempre podré tener un buen recuerdo de aquel jueves.

-¿Sabes, Adela? Creo que algún día podré casarme contigo.

-¿Me lo juras por undebé?- sonreí

-Te lo juro por undebé, ja, ja, ja. Cuando esté preparado lo sabrás

-¿Ah, sí? ¿Y cómo lo sabré, canalla?

-Porque te diré, “Sí, quiero”

-Le tomo a usted la palabra D. Mateo Gómez Aranda, ja, ja, ja.

Y así transcurrieron los días, y las semanas y un par de meses. Alternando mis servicios como Milagros con mi convivencia como Adela. Recibiendo sexo como puta y amor como ¿cómo qué? ¿amiga? ¿novia? ¿qué era para él?  No lo sabía, no tenía la más remota idea de nada salvo de lo que sentía, un amor que me rebosaba.

Conseguimos llegar a una conclusión definitiva con la enfermedad de Mateo.  La resonancia magnética diagnosticó que nos enfrentábamos a una Esclerosis múltiple remitente-recurrente. Dentro de lo malo podía alegrarme de no encontrarme ante una secundaria progresiva que era lo que verdaderamente temía.

Podía enfrentarme a ese tipo de esclerosis. Sabía que habría repetición de episodios con síntomas nuevos o incluso más intensos pero también sabía que les seguirían períodos de recuperación completa. La enfermedad progresará a lo largo del tiempo pero los síntomas que persistan serán de una forma más leve entre un brote y otro. Estoy en mi terreno y sabré defender a Mateo.

El viernes pasado, tras una sesión de sexo agotador y exultante a más no poder, tras cumplir con mi enésimo servicio,  nos metimos juntos en la ducha. Solíamos convertir un hábito de higiene en un acto de puro erotismo. Mateo se colocó bajo el chorro de agua templada, de espaldas a mí, recibiendo aquél torrente tibio cuando dijo:

-Sí, quiero

Ni siquiera me sorprendió aquella frase. Llevaba tanto tiempo deseando oírla que no me importó que se la dijera a Milagros. Sonreí. No me salía hacer otra cosa. El muy ladino, tramposo, embaucador... Apreté mi pecho desnudo contra su espalda y, susurrando, pregunté

-¿Estás seguro?

-¿Y tú?

-Siempre a tu lado, amor mío –le dije-

-Siempre a tu vera –me respondió

Y aquí estoy ahora, preparando nuestra boda gitana en el poblado. Oficiarán los Kovacs, claro, y serán tres días de fiesta que se me antojarán muy pocos ante toda la felicidad que me espera. Para muchos, esto  es nada pero para mí, ahora y siempre,… es todo.