Uno de tantos relatos sobre la redención, 16

“Hay gente que es capaz de cualquier cosa cuando ve una sonrisa”. Karmelo C. Iribarren

CAPÍTULO XXXII

NOCHEBUENA GITANA

23 de diciembre de 2020

Mateo.-

-Qué guapo estás, Mateo –me dijo Saray, mientras repasaba detenidamente cómo me quedaba el traje que llevaría al poblado- pareces todo un patriarca. Ja, payo, mi padre se va a sentir muy feliz de verte.

Sería la tercera nochebuena que celebraría con mi familia de adopción, los Kovacs. Hay una peculiaridad con respecto a las costumbres del pueblo gitano en lo que se refiere a la navidad. Para ellos, como para los payos, la navidad es un período especial de celebración, de unidad y cariño pero también de reivindicación y orgullo de los gitanos.

Dentro de esas costumbres está “La Noche de los Gitanos” que se celebra justo el día antes de nochebuena. Las mujeres se afanan en la limpieza de los hogares y dedican días y días a preparar la celebración. Entre ellas cuchichean .¿”Vas a toca puertas”?

Lo llaman  así, “el toca puertas” porque tras la cena familiar van casa por casa de las familias gitanas para reunirlos a todos en un punto concreto. Sobra decir que la fiesta durará hasta el amanecer aunque, siendo sinceros, la fiesta durará los consabidos tres días y tres noches.

La primera vez que acudí a “La Noche de los Gitanos” fue acompañado por Alberto e invitado por José a petición de (aunque conociéndola como la conozco, sería más adecuado decir “por exigencia de”) Saray. Recuerdo retazos de aquella celebración, fogonazos breves de conversaciones mantenidas con mi amigo.

-Joder, Alberto, no veas que escándalo montan.

-Shhh, calla, Matt Murdock, que se van a enfadar. Disfruta de la fiesta, somos los invitados principales ¿no lo puedes sentir? ¿Tú crees que muchos payos pueden asistir a una noche dedicada única y exclusivamente a los calé?

-Tienes razón, claro, pero no estoy acostumbrado.

-Pues más vale que lo vayas haciendo, ja, ja, ja, ahora eres uno de ellos. ¿Qué pasa no te gusta?

-No es eso, es que me siento cohibido, como si todo el mundo me mirara.

-Y lo están haciendo, pero míralo por el lado bueno, Mateo, mañana termina tu obligación.

-Eso es verdad, qué rápido pasa el tiempo ¿te acuerdas hace un año?

-Como para olvidarlo, pero ya ha pasado. Unos pocos días más y se terminó

-Ya, se acabó, ¿verdad?

-Vamos a ver, Mateo ¿te pasa algo?

-¿A mí? Qué va. Es solo que …

-No me jodas que te has quedado colgado de Saray.

-No, hombre, pero qué tonterías son esas. Es que creo que la chica tiene potencial y me encantaría seguir enseñándola y revisar que sigue con los estudios, y también …

-Ya, …y también que se quede en tu casa, ¿no?

  • … ufff … bueno … esto …, no. Que haga lo que quiera.

-Deja que todo fluya, Mateo. Verás que al final todo encaja.

-Gracias, Alberto, eres un buen amigo. Siempre puedo contar contigo.

-Para eso están los amigos, Matt.

-No te creas, Alberto. Mis supuestos amigos me dejaron tirado.

-No los conozco lo suficiente, Mateo, salvo a Julián. Un poco enteradillo el chaval y algo arrogante, si quieres saber mi opinión, pero no es mala gente y, con los tiempos que corren, eso ya es algo.

En cuanto a tu colega Alfonso, qué te puedo decir, si está casado y tiene hijos te va a poder hacer el caso justito. Es lo que tiene ser padre, te convierte automáticamente en un apestado social.

-De Sebastián no me hables, tengo la seguridad de que estuvo asesorando a mi ex mujer durante todo el proceso de divorcio.

-Sí, me lo creo. Por lo que me contaste, él iba detrás de ella ¿no?

-Sí, en su época de universidad.

-Bueno, siempre cabe la posibilidad de que tu ex le pidiera ayuda, Mateo. ¿Qué iba a hacer Sebastián? Ella fue amiga de él mucho antes que tú.

-Ya, pero, joder, no hacía falta, Alberto. Yo no iba a pelearle nada.

-Mejor me lo pones. ¿Y luego no quiso volver a quedar contigo, no?

-Me rehuyó. ¿Tú crees que Sebastián se acostó con Adela?

-Joder, Mateo, ¿y yo qué sé? Vaya preguntita me hace el ciego de los cojones. No sé, tío. Puede que sí, puede que no. Lo que sí te puedo decir es que tu amigo se tuvo que sentir muy avergonzado para evitarte. Lo que fuera que hiciese le hizo sentirse mal y por eso no puede soportar mirarte a la cara. Pero, vamos, que eso son pajas mentales que yo me hago, Mateo. No me hagas mucho caso.

-Alberto, ¿tú podrías perdonar una infidelidad a Fran?

Alberto, no habló inmediatamente, estuvo pensando su respuesta, solamente oía su respiración y el sonido de los tragos de cerveza que le estaba dando a su bote de cerveza. Diría que apuró la lata entera de la Mahou  para luego decir,

-No, joder, no lo perdonaría. No podría vivir con eso. Puede que lo intentara, es posible que me engañara a mí mismo para darle una oportunidad pero con el tiempo sé que no podría soportarlo, y, si encima me pusiera los cuernos con un amigo. Joder, Mateo, me volvería loco.

-¿Los matarías?

-No, hostia, eso nunca. Pero me iría, desaparecería… -Volvió a callar y escuché el inconfundible ruido de un bote de cerveza abriéndose… “tchsss” y otros tres tragos más-… sería lo peor que me pudiera pasar, Mateo. Preferiría morirme antes que vivir eso. Pero ahora deja de tocarme los cojones y apuremos este potaje gitano. Desde luego, tienes cada pregunta.

La conversación quedó interrumpida con un silencio que dio paso a la ejecución por parte de Saray de la canción Omega de Enrique Morente y Lagartija Nick. Al parecer, Saray había prometido cantar una canción a dios (undebé) cada nochebuena.  Sin embargo, no era 24 de diciembre sino la Noche de los Gitanos, aquella canción no se interpretó para mí sino para “Puertas”.

Era la manera de agradecer la familia de Saray a Alberto, con el Poema para los muertos de Federico García Lorca. No lo pude adivinar en ese momento pero era un preludio, una premonición de lo que vendría después.

El fuego contenido en el bidón se alzaba aquella noche mágica para iluminar y calentar a todos los presentes. Saray bailó y cantó, no pude ver su danza, evidentemente, pero sí oír su voz, melódica, suave al principio

“No solloces, silencio, que no nos sientan, que no nos sientan

Tengo un guante de mercurio y otro de seda, y otro de seda

Se cayeron las estatuas

Al abrirse la gran puerta”

Y luego aullar

“La hierba

La hierba”

Y estallar el punteo de la guitarra que, según observó Alberto, era clavadito al de Brad Gillis en la canción “Black Sabbath” del Speak Of the Devil de Ozzy Osbourne.

-¿Sabes que Brad Gillis tocó en ese disco porque Randy Rhoads había muerto? Me parece curioso que el clímax de la canción sea tan parecido.  El punteo de un sustituto de un muerto tocado en una canción que invoca el Poema para los Muertos, el Omega, el fin.

Tú vienes vendiendo flores

Tú vienes vendiendo flores

Las tuyas son amarillas

Las mías de tos' colores

No tenía ni idea de lo que estaba hablando. Era como si hubiera desconectado de la realidad. En completo silencio mientras sentía cómo Saray bailaba delante de Alberto y escuchaba por encima de todo el sonido provocado por el palmeo de los asistentes cómo la madre de mi protegida le decía a su marido

-Ahí tienes a la niña. Mírala, valiente, bailando con la muerte.

-Sí María -dijo José- pero no se aleja de él. ¿Lo ves? Está maldito.

No hice mucho caso a esa conversación. Estaba más atento a disfrutar de las diferentes canciones que se cantaban, del sonido provocado por las palmas, los zapatos en el suelo y las diferentes muestras de alegría que se mostraban en esa peculiar noche en la que, al final dela misma, llegué a sentir que formaba parte de una familia.

-Alberto, me ha dicho Saray que, por lo visto, esto van a ser tres días de fiesta.

-Eso para ti. Yo me voy en cuanto amanezca sino quiero perder mis huevos.

-¿Cómo? No puedes hacer eso. ¿Tú también me vas a dejar tirado?

-Eso parece.

-Eres un cabrón.

-¿Verdad que sí? Ja, ja, ja

-Pues yo no me quedo

-Que sí, tío, que te vas a quedar

-Que no, hombre, que yo no puedo quedarme

-Tranquilo, hombre, como dijo aquél … ¡al tiempo!.

Alberto solo duró la noche del 23 de diciembre de 2018 y, tal como aseguró, se retiró al día siguiente por la mañana temprano.

Adela.-

Cuando Mateo me propuso acudir con él a celebrar la noche del 23 de diciembre en un poblado gitano, los pelos se me pusieron como escarpias. ¿Qué podía pintar yo ahí? No me apetecía en absoluto acudir a un ambiente que, no solo no significaba nada para mí, sino que, para más inri, no tenía la más mínima curiosidad por pertenecer al mismo.

Pero yo estaba empeñada en reconquistar a mi ex esposo y no me importaba hacer ese sacrificio en absoluto.

Era feliz. Después de tanto tiempo, sentía que podía recuperar aquella dicha que una vez tuve. A medida que transcurrían los días mi relación con Mateo se fortalecía. Iba a visitarle tan a menudo como me permitía el trabajo, pero esta vez me esforzaba por estar con él.

Domingo, lunes, martes, miércoles y sábado. Desayunos, almuerzos, comidas, cenas, paseos y películas en el cine. Solo reservaba para sí los jueves y los viernes. Para Mateo esos días eran sagrados y, teniendo en cuenta que el viernes era para “Milagros”, no me importaba mucho que los jueves los dedicara a su ruta del “Dale-que-dale”… no mucho, aunque tenía muy claro que, tarde o temprano, tendría que afrontar el desafío de pedirle a Mateo que olvidara ese día.

El hecho de que se beneficiara a una puta los viernes, aunque fuera yo, era algo que me producía algún que otro sentimiento contradictorio a pesar del placer que sentía con él y si el objetivo era volver a estar con mi esposo, tenía muy claro que habría que erradicar el “dale-que-dale”.

“Que me lo dé a mí, que para eso me lo estoy currando”-pensaba.

Decidí acompañar a Mateo a esa fiesta sin saber muy bien cuál era el protocolo, si es que había alguno.

Resultó que el protocolo era ir abrigado.

-¿Vas a ir con ese vestido?-señaló con una sonrisa Saray- Ja, paya, te vas a helar

-¿Qué le pasa a mi vestido, a ver?

-Nada, nada, que te vas a helar y que tu precioso vestido rojo y tan ceñidito se va a llenar de barro. Y no digamos los taconazos que te has puesto.

-¿Entonces qué me pongo?

-Adela, con unos vaqueros, unas deportivas o unas botas vas que te matas. Arriba ponte lo que quieras pero procura llevarte una buena chaqueta. Son tres días de fiesta, alma mía.

-¿Cómo? ¿Tres días? ¿Estás loca? Yo no puedo estar tres días

-Ja, ja, ja, ja-dijo la condenada muchacha- ya verás como sí.

CAPÍTULO XXXIII

FLECHAZO

31 de diciembre de 2020

Adela.-

Saray tenía razón, pude estar los tres días. No fueron los más felices de mi vida, claro está, pero saqué mucho provecho a esa celebración de la navidad porque comprendí la realidad de la actual vida de Mateo. Si definimos la consciencia como la capacidad del ser humano para percibir la realidad y reconocerse en ella, debo decir que, por primera vez en mi vida, fui consciente de mi mundo y de la importancia de los elementos que lo componían.

Mateo estaba integrado en otra realidad, y era feliz. No pude por menos que maldecir el estado de dicha que experimentaba aquel hombre que un día fuera mi esposo. Había estado con él casi toda mi vida y sabía interpretar perfectamente cada uno de los gestos que se reflejaban en su rostro, en su cuerpo.

Cualquier leve movimiento de sus manos, un mínimo tic, un pestañeo a destiempo o una mueca excepcional, si cruzaba las piernas o si apoyaba más un pie o el otro, me confirmaban que Mateo gozaba con las experiencias que se le presentaban. Y fui capaz de encontrar y entender la razón.

Aquella familia gitana cuidaba de los suyos. Podía imaginar a Mateo, un esposo que siempre estuvo al pie del cañón, un padre que se desvivió por sus hijos y, cuando se quedó ciego, ¿quién estuvo ahí?

Durante un prolongado momento sentí vergüenza ante la respuesta a esa pregunta porque la verdad es que durante mucho tiempo su auténtica familia no estuvo a la altura. Miento. Ni siquiera se aproximó a estar a la altura. La vida odia el vacío y tiende a llenarlo, me parece a mí. Cuando su alma quedó sin ancla, algún ángel oscuro le proporcionó una base nueva y como no tuvo pertrechos sólidos decidió improvisar. Usando materiales de desecho, con elementos de segunda mano elaboró un nuevo soporte, más feo, sin ornamentos, pero mucho más duro, más fiable, más amable, más humano. Nosotros…, nosotros estábamos muy lejos… En Estados Unidos, en Cuba, en Suiza, Londres, en cualquier sitio que implicara la lejanía, la desconexión.

Cualquier otro se habría hundido, él no lo hizo. Se sobrepuso a cualquier adversidad y renació. Esos tres días pude ver cómo aquellos desconocidos le saludaban, le abrazaban y le pasaban las manos por su cara, sus hombros. Los niños se le acercaban y le llamaban “Tío Mateo” y niñas de seis años bailaban frente a él y le agasajaban diciéndole “ esta es pa´ mi tío Mateo”.

Hornada de barrio, cadena de montaje de arrabal, apariencia al mínimo exponente y, sin embargo, amor a la mayor potencia. Durante ese breve  espacio de tiempo pude ver reflejado el paraíso en un bidón ardiendo, música y bolsas de pipas. Y risas, muchas risas.

No podía competir con eso. Estaba claro… pero podía adaptarme. Y con ese ánimo decidí que era hora de preparar una noche de reyes en casa. Un regalo para Mateo, para Saray, un regalo para esos Kovacs que habían cuidado a mi hombre. Suena arrogante, lo sé, pero me costaba mucho admitir lo inferior que era a ellos. Pido disculpas por ello.

El día sería el 5 de enero. El lugar, la que fue nuestra casa, pero Mateo se opuso.

-No, cariño. Tiene que ser en mi casa

-Pero, Mateo…

-No, Adela, tu casa es el pasado. Yo quiero avanzar, dejar todo aquello atrás. En mi casa.

-Como desees.

Sería en su piso, pues. Esa semana no tuvo cita con Milagros, se dedicó a dar órdenes a Saray, volviéndola loca, quería todo perfecto, todo preparado, todo listo para recibir a sus hijos.

Llegó el día y me sentí un poco nerviosa, aunque no sé por qué. Lo cierto es que Mateo no podría disfrutar de los preparativos que había ideado para nuestros hijos y eso conllevó que, durante muchos momentos de esa jornada, me entraran unas terribles ganas de llorar.

Veía a Mateo tocar los adornos navideños, pincharse con las estrellas o tropezar con el dichoso arbolito y luego, tímidamente, dirigía su mirada donde suponía que yo iba a estar… y sonreía. Una sonrisa infantil, moviendo la cabeza con 35 grados de desviación, una mierda de desviación de 35 grados que marcaban la diferencia entre el amor y la comedia. Y yo solo podía llorar por mi amor perdido.

Mantenía su pureza a pesar de todo. Miraba al vacío y yo le observaba unos 15 grados desde su punto de vista y me deslizaba rápidamente para ponerme frente a él. Que nadie me le tocara, que nadie alterara ni un solo cabello, que nadie se riera de mi niño, mi Mateo. 20 grados de amor desde cualquier posición, tan solo corregir 20 grados de nada. No sería tan difícil hacer las correcciones oportunas.

A las 12:00 de la mañana se presentó Alonso y, entonces, ocurrió el milagro.

Sonó el timbre de la entrada y Saray fue corriendo para abrir la puerta para encontrarse con 180 cm. de Alonso, mi hijo.

Omitiré la voz de Saray. Más que nada porque no  abrió la boca. Retrocediendo un paso solo pudo balbucear un

-          A-a-a-adelante

A lo que mi hijo respondió con un,

-          ¿Puedo pasar?

Los pude ver a los dos fijando sus miradas y oír a mi marido susurrar mientras me tiraba del vestido,

-Hostiaaaa, qué callada está Saray ¿Será posible?

-Calla, calla, cariño-respondí yo en el mismo tono- que me parece que ha habido flechazo.

-Ya te digo, Adela, para que Saray se calle, desde luego que ha tenido que haber tema.

-Calla, tonto, que me parece que nuestro Alonso se ha enamorado.

-Ya era hora, joder. ¿Y Saray? ¿Cómo ves a Saray?

-Te digo yo que está embobada.

-Me alegro. Sí señor, me alegro.

-Mateo-pregunté asombrada-¿te alegras?

-Desde luego que sí, Adela.  Alonso es muy serio e introvertido, demasiado tímido.

¿Quién mejor que Saray para alegrarle la vida? No podría encontrar a nadie que le cuidara mejor.

No estaba tan segura de tal aserto pero viendo el semblante de mi hijo no sería yo quien fuera a protestar. Siempre he tenido muy claro que, cuando interviene el amor entre dos personas, lo mejor es no ser un obstáculo. Que fuera el tiempo quien decidiera si esa relación tenía o no futuro.

Media hora después apareció Leonor llorando a lágrima viva y arrojándose a los brazos de su padre. Tuvo que suponer una impresión muy fuerte para nuestros hijos ver tan indefenso a su héroe. Darse cuenta que, mientras ellos vivían su gran aventura en otro país, la persona que había sacrificado tanto por hacer posible ese sueño ahora vivía sumergido en  la oscuridad.

A pesar de todo ese dolor, de tantas circunstancias adversas, lo cierto es que fue una velada magnífica que, en lo que a mí respecta, fue coronada con una llamada de Pep que hizo nacer una esperanza en mi corazón y, a la vez, una nueva desazón.

-          Bona nit, Adela

-          Bona nit, Pep, qué sorpresa más agradable aunque te dije que no me llamaras nunca a este número de teléfono. Es el fijo de Mateo.

-          Lo siento mucho pero cúlpale a tu manía de cambiar tanto de número de móvil.

-          Tengo mis razones para hacer eso, Pep. Sabes que es la única manera de estar ilocalizable para mucha gente.

-          Eso espero aunque tengo ciertas reservas a esa mala costumbre tuya. Seré breve, Adela, he hablado con Jane y John Davis. Están de acuerdo en facilitarte cualquier medio que esté a su disposición y que precises para ayudarte a recuperar la vista de Mateo.

-          Pero- dije- porque con estos hermanos siempre hay un “pero” ¿verdad?

-          Sí, Adela, y eso es lo que me trastorna. Van a venir a Barcelona el fin de semana del 22 al 24 de enero y quieren pasarlo contigo. No es negociable, Adela

-          Ya veo. Era algo de esperar. Nunca dan nada sin obtener algo a cambio.

-          Me imagino lo que quieren pero eso es algo que solo tú puedes decidir. Los beneficios de esa, llamémoslo, transacción pueden ser enormes.

-          Y los perjuicios también, Pep.  Podría ganar la recuperación de la visión de mi marido y perderle para siempre.

-          Lo sé, Adela. Las apuestas con muy altas pero también lo fueron para mí cuando acudí a ti. Yo estuve dispuesto a sufrir las mayor de las humillaciones por mi esposa con tal de salvarla.

-          No es por mí, Pep. No lo entiendes. No conoces a Mateo. Sé que podría perderle.

-          ¿Por qué no se lo preguntas? Que sea él quien decida.

-          ¿Y si se niega? ¿Y si me dice que no? ¿Qué hago entonces?

-          Lo siento, Adela, es que no puedo decidir por ti. No sé qué decirte. Haz lo que estimes más conveniente pero dame una respuesta pronto. Ya sabes cómo son.

-          Claro que lo sé. Siempre apretando, siempre presionando, para que no podamos ponderar los inconvenientes, para engañarnos. Sé cómo son. Grácies, Pep, pronto te diré algo.

-          Entonces ¿qué les digo?

-          Que me lo pensaré, Pep. Diles eso.

Colgué el auricular y comencé a pensar que yo sabía perfectamente lo que querían. No hacía falta ser muy inteligente para saberlo. Anhelaban mi cuerpo durante dos noches y tres días. Se habían propuesto ganar la apuesta a los hermanos Rodríguez Pérez. Deseaban desvirgar mi culo para luego pavonearse ante aquellos médicos cubanos. Solo pude sentir asco, rabia, y frustración. ¿Por qué siempre tenía que ser así? ¿Por qué estas personas siempre conseguían salirse con la suya?

Volví a pensar en lo estúpida que fui, volví a recordar mis días con Mateo, tan llenos de luz, de amor  a prueba de la distancia tanto de espacio como de tiempo. Añoré  esos sentimientos, noté que me elevaba por encima de toda esa depravación  para alcanzar un nuevo paraíso con él y evidencié que quería volver con Mateo una vez más. Ya no me importaba lo que tuviera que sacrificar. Si  querían mi culo lo tendrían con tal de obtener, a cambio, una nueva vida con mi esposo. Pero antes lo consultaría con él, necesitaba saber en qué concreta situación me encontraba. ¿Podía albergar esperanzas? ¿Se me permitiría volver al lugar que tuve alguna vez en su corazón?

En realidad me daba igual la respuesta porque tenía muy claro que, con independencia de esta, haría lo imposible por lograr que Mateo pudiera recuperar la vista. Lo que fuera.

Habría dado mi respuesta a Pep un par de días después de no ser por un inconveniente llamado “Filomena”. Aquella nevada nos obligó a permanecer todos juntos durante un período de tiempo que supuso un mayor estrechamiento de los lazos que se estaban creando entre nosotros.

Alonso y Saray no se separaban el uno del otro. Lo mismo parecía que hablaban de economía que los pillabas mirándose embobados. Más de una vez los vi cogidos de la mano y, al pasar yo, podía observar claramente que Saray intentaba soltar la mano de Alonso, quizás por respeto a mí, quizás por vergüenza. Vergüenza, ja, toda la que yo no tuve cuando Mateo acudió suplicando mi ayuda.

No conseguía quitarme ese sentimiento de culpabilidad. No podía dormir y cada noche que permanecí en su casa, me acercaba a velarle. Con pasos amortiguados por los calcetines que me ponía, me asomaba a la puerta de su habitación y le veía dormir, y yo quería meterme en su cama, dormir a su lado, sentir su calor, su aliento sobre mi nuca o su brazo rozar mi espalda, todos esos movimientos tan conocidos que proporciona la noche, transitorios, comunes, habituales. Una mano en la cintura o, también, rozando mi mano o mi pierna, el sonido de su respiración, su pierna moviéndose de vez en cuando a un lado de la cama,  experimentar cómo se quitaba el edredón o volvía a ponérselo. La felicidad está en esos detalles nimios, esos pequeños fogonazos de luz que iluminan la existencia.

Después de la intensa nevada llegó la ola de frío y salir a la calle se convirtió en algo similar a una misión imposible. Resbalones continuos y duras caídas se convertirían en la tónica habitual en contraste con la confortabilidad que proporcionaba el hogar. En ese concreto ámbito, y sin ningún motivo aparente, no sé por qué, se me ocurrió preguntar,

-Mateo, verás, esto, ¿tú me quieres?

-Pues claro, Adela, por supuesto

-No, no Mateo. No me refiero a eso

-¿A qué te refieres entonces, Adela?

-A ver, se me hace difícil, me refiero a  que si me quieres.

-Ja,ja, ¿hasta el infinito y más allá?

-Pues, mira, sí. Hasta el infinito y más allá

-¿Estás hablando en serio, Adela?

-Mateo, sé que es precipitado y, a lo mejor meto la pata pero …

  • pero ¿qué?

La verdad es que no sabía si estaba dirigiendo la conversación por el sendero adecuado, aquello podría desembocar en cualquier mar.

-¿Qué soy para ti, Mateo?

-No sé a qué quieres decir, Adela, sinceramente. Eres la madre de mis hijos, mi amiga. ¿Qué más quieres ser? No te entiendo, perdóname, pero vas a tener que explicarte mejor.

-Mira Mateo, yo quiero serlo todo para ti, y me refiero a todo.

-Especifica todo, Adela.

-¿Hace falta especificar?

-Mira, Adela, sí, hace falta especificar. ¿Y sabes por qué? Porque ya perdí ¿me entiendes? Ya perdí… Y dolió… y dolió mucho. Y no quiero perder más, estoy harto de perder. Por una vez en mi vida quiero quedarme en mi paz. Ni vencedor, ni perdedor. ¿Tú crees que puedes decir tan alegremente “quiero ser todo”? ¿Y ya está? ¿Ese es tu “abracadabra” particular, tu “simsalabim”? ¿Con esa frase ya lo solucionas todo?

La pregunta, Adela, no es qué eres para mí sino, más bien, ¿qué soy para ti? Porque yo ya estoy hecho un lío. No veo, ¿no te das cuenta? No veo. ¿Qué haces aquí? ¿Qué coño haces aquí? ¿Por qué ahora? ¿Por qué así? ¿Por qué me soportas?

No esperaba esa reacción. Mateo se abría ante mí de una manera que nunca había hecho antes. Se abría en canal y no podía evitar pensar que me estaba bien empleado. Había tensado demasiado la cuerda y ahora me tocaba aguantar el tirón.

-Yo no te “soporto”, Mateo –respondí, intentando contener el dique a punto de estallar- no sé qué quieres decir con eso.

-Me toleras, Adela. Es lo que siempre has hecho, tolerarme. Me siento como el chiquillo travieso al que dan todas las oportunidades del mundo pero nunca consigue superar las pruebas. Me he esforzado tanto y nunca ha sido suficiente. Lo sé, es lo que hay. Algunos vivimos con ese estigma. La marca del perdedor, la llevamos grabada a fuego  en el alma.

Iniciaste una nueva vida. De éxito, de reconocimiento, ¿qué haces aquí? ¿lavar tu mala conciencia? ¿qué soy para ti? ¿tu asignatura pendiente? ¿la espinita que no sale? ¿el picor que no se alivia por mucho que uno se rasque? ¿A qué me vas a condenar esta vez?

-Espera un momento, Mateo – quería reconducir la situación, aquello no marchaba bien, sentía como me estaba enfureciendo por momentos- ¿qué quieres decir?

-Me abandonaste, Adela. Me dejaste tirado y te fuiste. Lo entiendo, de veras que sí. Aunque no lo parezca, aunque todo te parezca un enorme reproche de un pobre tullido, un patético descendiente del linaje de Quasimodo, lo entiendo. No fui suficiente, aspirabas a más. Me parece correcto. Te aburrí hasta la saciedad y necesitabas nuevos horizontes. Siempre los necesitaste y lo entendí. En el fondo, siempre lo entendí. Algunos precisan vivir cerca de las estrellas mientras que otros se apegan más a la tierra.

Te admiro, por ello Adela. Te lo juro, te admiro. Me asombra tu capacidad para ir más allá, y me enorgullezco por ello. Pero yo no te alcanzo, nunca podría, nunca podré. Ni me planteo estar en tu nivel, me conformo con rozar tu brillo. Estoy bien, Adela, de verdad. No te amargues con esas cosas. Déjalo así, no te tortures y, lo que es más importante, no me machaques más. No nos lo merecemos, ni tú, ni yo.

-Mateo, yo… -dudaba, tenía miedo de echarlo todo a perder, podía tocar todo ese dolor saliendo de mi ex esposo y no quería estropearlo por nada del mundo- yo te amo. Casémonos, Mateo. Una vez más, permite que te jure mi amor eterno.

-Amor eterno, Adela. ¿Te estás escuchando? No existe el amor eterno, están los momentos. Dime, cielo, ¿te acostaste con Sebastián?

-¿Perdona?-aquello me sorprendió del todo

-La pregunta es sencilla. Sé que te estuvo asesorando cuando nos divorciamos. No me digas que no, por favor. También sé que siempre te amó y por eso procuró conquistarte por todos los medios. Mi pregunta es sencilla, ¿follaste con Sebastián?

-Mateo, no te entiendo.

-Sí que me entiendes.

-¿Qué más da eso?

-¿Cómo puedes decirme que no importa?

-Es que no importa, Mateo. ¿No lo ves? No importa. Yo te amo, cielo. Te quiero.

-Dime sí o no. No lo compliques

-Esa no es la pregunta. Lo que importa, lo que de verdad importa es si podrías soportar la respuesta.

Mateo, bajó su mirada al suelo. Hasta ese momento, él había estado sentado en el sofá, apoyando su barbilla sobre el bastón.

-Ya veo. El que calla, otorga.

-No, joder Mateo, no ves. El que calla, calla y yo … yo te quiero.

-Que no, no digas tonterías. Es lástima, Adela. Lo que sientes es lástima. Pura y dura. Te agradezco que te hayas acercado a mí. Siempre estaré en deuda contigo por todo lo que has hecho por curarme. De verdad, cariño, déjalo así. Has cumplido sobradamente y siempre te voy a querer, pero, de verdad que no podría soportar otro revés.

  • Mateo, yo quiero formar parte de ti.

-¿Es que no ves que no puede ser? ¿No te das cuenta que ese tren ya pasó? Joder, Adela, eres más ciega aún que yo. Si estando completo como yo estaba, si dándolo todo como lo di, no conseguí retenerte ¿por qué iba a conseguirlo ahora? No puede ser, Adela. No necesito tu compasión, de verdad que en esta casa estamos sobrados de neuras.

-Que no, amor mío, que no. Que yo te pido perdón, aquí y en cualquier parte, que no supe bien lo que hacía, que me perdí y sé que no es suficiente, que lo que yo quiero no es tu perdón sino quedarme a tu lado y permanecer contigo porque es lo que me da la vida. Todos esos “triunfos” que dices que he obtenido no es más que ceniza comparado con tu amor.

Cambiaría toda esa vida por una noche a tu lado. Mi dicha no requiere más que tu aprobación pero tienes que verlo, Mateo, tienes que verlo. ¿Es que no lo ves? ¿No ves que muero por estar contigo? ¿De verdad que no lo ves?

-Adela, cielo, yo hace mucho que  no veo