Uno de tantos relatos sobre la redención, 15

“Los sueños nos salvan, nos levantan y nos transforman”. Superman

CAPÍTULO XXX

ROMPER HÁBITOS

16 de mayo de 2019

-Entonces, ¿estás acudiendo a terapia?

-Sí, tronko.

-Madre mía, Alberto. ¿Tan grave fue?

-Se me fue la pinza totalmente. Le monté un pollo del copón. No sé cómo pude estallar así.

-¿Le pegaste?

-No, joder, Mateo. Ni se me ocurriría hacer eso. Simplemente grité y no supe  mantener el control.

  • Joder, pues me parece un poco exagerado acudir a un psicólogo.

-Tengo que ir, Mateo. Necesito saber qué es lo que tengo dentro. Me quema el alma pensar que pueda ser un maltratador o que algún día perdiera los nervios y alzara mi mano contra Fran. Eso hay que atajarlo, Mateo, no se puede dejar a la deriva.

-¿Y cómo lo llevas?

-De momento he tenido que hacer un genograma familiar que, entre tú y yo, no sé para qué coño va a servir, pero ahí estoy –pude escuchar cómo le daba un trago a su bote de  medio litro de Mahou Etiqueta verde.

-¿Y Fran, qué dice?

-Nada, tío. Fran nunca dice nada. Se queda ahí, plantada, con esa mirada tan suya en la que te expresa claramente que sobras en su vida. Entre el asco y la condescendencia. Llevamos casi tres años sin follar. Se ha convertido ya en una rutina. Llego a casa y es como si todo el mundo se escondiera de mí.

Subo a la buhardilla, me hago una paja leyendo alguna historia de todorelatos y me acuesto en el sofá. Ya ni me meto en páginas porno.

-Pero, hombre, eso lo tenéis que hablar.

-¿Y qué le digo? ¿Que lo siento?  Ya lo he hecho. ¿Que no follamos?  Eso ya lo sabe ella. No, Mateo, si te digo la verdad, no sé por dónde viene esto, pero trasciende de un enfado, va camino de un divorcio, y no seré yo quien dé el primer paso. No, señor. Nadie me va a culpar de romper nuestra familia.

Te digo que todo este asunto del psicólogo no es más que una añagaza de Fran para que nos separemos. Una táctica cobarde, si lo piensas detenidamente, porque las cosas hay que decirlas a la cara y no buscarse excusas.

-¿Y por qué no te vas tú? Joder, Alberto, para estar así es mejor irse ¿no?

-¿Y parecer yo el culpable, encima? No, joder, si quiere que esto se vaya a la mierda que lo diga ella.

-Pues así no va a acabar bien la cosa.

-¿Y qué más da? Si ya está todo roto.

-Chico, no sé cómo puedes aguantar.

-No me queda otra, Mateo. Es lo que hay pero, ¿sabes?, siento que estoy haciendo lo correcto. Algo dentro de mí me impulsa a quedarme.

-¿Y no te entran ganas de mandarlo todo a tomar por el culo?

Alberto volvió a darle un trago a su cerveza. Durante un breve intervalo de tiempo mantuvo un silencio que se volvió incómodo. Parecía que estuviera eligiendo las palabras que iba a decir, como si estuviera contándome un secreto que nadie sabía.

-Lo quemaría todo, Mateo. A veces me gustaría explotar de una puta vez y que todo ardiera. Que me cayera una bomba encima y que no dejara nada de mí. Simplemente desaparecer, permitir que se me llevaran los demonios y acabar en el infierno. Esta vida me supera, Mateo, totalmente. Pero quiero romper el hábito, quiero intentar una última vez hacer las cosas bien, esforzarme, levantarme una vez más y pelear porque creo que Fran merece la pena.

-Hay más cosas, “Puertas” –dije sonriendo con la intención de animar a mi amigo.

-Por supuesto que sí, Mateo, siempre queda una cerveza más para compartir con un colega-apuró su bote de cerveza y sacó otros dos más  de una bolsa- Anda toma-me dijo mientras abría un bote y me lo ponía en la mano- acaba el tuyo que aquí tienes otro. Deberías beber un poco más y charlar bastante menos.

-Sí, señor, me encanta la ruta del Daredevil.

-Ya te dije que, tarde o temprano, me cogerías aprecio, idiota.

-Eres un capullo, Puertas. ¿Sabes cómo llama Saray a nuestras salidas de los jueves?

-No, qué va.

-“La ruta del dale-que-dale”

-Ja, ja, ja, ¿en serio?, ja,ja, ja. Bueno, tiene sentido, la verdad es que nos ponemos morados de cerveza

-Ja, ja, ja- interrumpí- para nada, ja,ja, ja, ella piensa que nos vamos de putas.

-Pfffffff, ja, ja, ja,. ¿De putas?  Joder, tío, yo no sabría qué hacer con una puta.

-Ni yo, ja,ja, ja. Somos unos desgraciados, sin nuestras mujeres nos comemos lo que Clavijo.

-Ja, ja, ja, “la punta del pijo”. Vaya par de gilipollas, menuda pareja hacemos. Nos parecemos a Walter Matthau y Jack Lemmon en “Primera Plana”

-O en “La extraña pareja”

-O “En Bandeja de Plata”

-O en “Dos viejos gruñones”

  • Vale, vale, vamos a dejarlo ahí. Venga un brindis Mateo… ¡Por romper los hábitos!

-¡Por romper los hábitos!

-Y otra cosa, Mateo…

-Dime,

-No vuelvas a llamarme “Puertas” en tu puta vida, para ti soy Alberto, ¿vale? Tengo un nombre, hostia. Mi vida puede ser una mierda pero me he ganado el derecho a que un amigo me llame por mi puto nombre.

-Brindo por eso también, Alberto. ¡Por tu puto nombre!

16 de mayo de 2020

Mateo.-

Romper el hábito requiere cierto tipo de valor porque supone abandonar lo que ahora se conoce como “zona de confort” para adentrarte en territorio desconocido. Cambiar tu punto de vista para adquirir otro diferente. Sé de lo que me hablo, después de todo, soy ciego. Mi zona de confort se perdió hace más de un año.

Recordaría muchas veces aquella conversación que tuvimos. De alguna manera me ayudó a continuar porque no era sencillo ver a una persona como Alberto juramentarse a aguantar cuando todo estaba en su contra, guardando un último cartucho de esperanza porque sí, porque pensaba que su esposa merecía la pena. Pensé que si alguien que estaba tan jodido como él podía levantarse y luchar yo no podría ser menos. Aceptar mi situación me ayudó, ya lo creo que me ayudó.

-Mateo, han llamado las putas de los viernes

-Damas de compañía, Saray. No seas tan grosera, por favor.

-Bueno, pues eso, Mateo que mañana viene una nueva que las sustituye. Tiene que ser muy buena porque sustituye a las dos, ja, ja, ja.

-De verdad, Saray, qué paciencia hay que tener contigo. ¿Cómo se llama?

-Milagros. Qué adecuado porque va a hacer falta un milagro para que os entendáis

-¿Y eso?

-Porque es muda, ja, ja,ja

-¿Que es muda?

-Sí, ja, ja, ja.

-Pero ¿muda, muda?

-Claro, joer, Mateo, muda. De esas que no hablan, ja, ja, ja

-¿Tiene lengua?

  • Hay que ver cómo te preocupa ¿eh?

-Vamos apañados. Ella muda y yo ciego. Menuda orgía de sentidos.

-Ja, ja, ja, qué bueno, payo.

-Je, je, pues tú no te rías tanto que a ti te falta también un sentido, listilla.

-¿ A mí? ¿qué sentido me va a faltar a mí?

-El tacto, cariño. Te falta el tacto.

No me importó que viniera una mujer nueva, no iba a suponer mucha diferencia a lo que yo estaba acostumbrado. Pedí a Saray que, por favor, recordara a Milagros que debía ponerse el perfume que me gustaba.

Era el preferido de Adela. Yo sabía que no iba a tener nada con Adela pero me causaba cierto morbo que Marga y Amelia llevaran puesto el aroma de mi ex esposa. Vivía en una oscuridad que la mayoría  del tiempo me aterraba y cuando era tocado por esas mujeres el sentido del olfato era fundamental para transportarme a una época mucho más feliz y sugerente.

No follaba con ellas, me conformaba con un suave masaje y luego una ducha con ambas. Eso era suficiente para mí. Me resultaba muy excitante sentir cómo me enjabonaban, el modo en que pasaban sus manos por todo mi cuerpo, sus pechos junto a mi boca, sus coños en mis manos.

No es que fueran profesionales, juraría que les encantaba lo que hacían conmigo. El masaje muchas veces se convertía en un final feliz oral o manual. Me corría sin remisión sobre mi cuerpo mientras permanecía tumbado en la mesa  de masajes. Instantes después sentía la lengua de una de ellas recogiendo mi semen mientras otra boca se posaba sobre mis pezones, todo ello perdido entre una selva de manos que me acariciaban y pechos que se introducían en mi boca.

Ya en la ducha, la cosa iba a mayores. Me sujetaba en la barra que había instalado para no caerme, pero ellos no me permitían asirme. Me obligaban a dejar mis manos junto a mis muslos y luego acercaban sus coños a mis dedos logrando frotarse con ellos mientras cada una de ellas me chupaba los lóbulos de mis orejas, pasando sus lenguas por mi nuca y frotando mis testículos nuevamente cargados de un esperma que pugnaba por salir.

Una vez masajeado y duchado, tomábamos bien una copa de champán, bien un buen vino, para luego descansar cobre la cama los tres desnudos. Puede parecer una tontería porque yo siempre me negaba a follar con ellas pero imaginad esos actos con una venda puesta en los ojos. Una oscuridad que, por lo general, era aterradora convertirse en un espacio íntimo, seguro y excitante. Una sinfonía de olores, roces, respiraciones entrecortadas y gemidos que me llenaban.

Me acordé, otra vez, de mi amigo. La previsión que tuvo cuando facilitó a Saray la tarjeta. Jamás se me habría ocurrido a mí llamar a unas profesionales para satisfacer mi placer pero era evidente que, más pronto que tarde, iba a necesitar algún tipo de ayuda en ese sentido.

La pérdida de mi vista supuso, como es imaginable, que el resto de mis sentidos aumentaran. Entre ellos el oído y el olfato. Me gustaba  masturbarme mientras imaginaba el cuerpo de mi ex esposa, se trataba de un placer íntimo que era solo para mí. Mi miembro, mi mano, mi imaginación y mi semen. En ese orden. Pero en una ocasión me pareció detectar cierto olor que no debía estar ahí. Era un olor similar a leche fermentada, el inconfundible aroma de una vagina.

Acerté a sospechar que, quizás, Saray ¿se masturbara viéndome?, no podía ser, era imposible que ella hiciera eso, ¿o no? El caso es que lo que yo sentía por Saray era el amor que puede sentir un padre por su hija, un mentor por su pupila o un amigo por una amiga mucho más joven. Lo que ocurrió fue que, al final, me daba vergüenza masturbarme en mi casa.

Saray se había empeñado en vivir conmigo y ya apenas iba algún que otro día al poblado.

-Tú me necesitas más que ellos, Mateo- me decía cuando le recriminaba que no veía a sus padres.

Yo no podía decirle nada. Ella pasaba mucho tiempo estudiando y acudiendo a mi empresa. La verdad es que se había convertido en una muchacha brillante que avanzaba con cierta facilidad por las asignaturas lo que hacía que me sintiera muy orgulloso de ella.

Me cuidaba constantemente con una dedicación rayana a la obsesión. Me abrazaba, me acariciaba, me daba besos y se sentaba junto a mí casi en todo momento, respetando siempre mis espacios. Ella sabía que los jueves era “la ruta del dale-que-dale” (me cansé de rectificarle el nombre), los viernes eran para “El Juli” y los domingos para Adela.

Me encantaban esos domingos. Desde el momento en que Adela descubrió mi ceguera nuestra comunicación fue en aumento. Me llamaba todos los días peguntando por mi estado de salud. Se hizo cargo inmediatamente de mi historial clínico y de mi caso y la sentía tan cerca que me resultaba muy difícil separarme de ella. Y eso que ponía todo mi empeño en intentar mantener una distancia de seguridad.

No quería hacerme más ilusiones para luego estrellarme. Bastante mal lo pasé cuando pedí en matrimonio a Lara en enero. Transcurría el tercer mes de embarazo, el padre de la criatura fue Alberto y, por alguna absurda razón, pensé que podría cumplir con la memoria de mi amigo si me casaba con la mujer que se quedó embarazada de él.

Toda una tontería, ahora que lo veo desde la distancia.

-Cásate conmigo, Lara. Seré un buen padre para vuestro hijo y un atento esposo y compañero para ti. Sé que no valgo mucho, Lara pero prometo hacer todo lo posible porque seas feliz.

Prometió pensarlo. Viniendo de Lara eso ya suponía un triunfo pero lo cierto es que dos días después rechazó mi solicitud.

-Sería la mujer más feliz del mundo contigo, cariño, y sé que amarías a nuestro hijo como si fuera tuyo. Pero no puedo Mateo, simplemente no puedo. Soy de él y eso es lo que quiero ser el resto de mi vida, quiero ser de él.

Ayer estuve haciendo limpieza de calzado en casa y por casualidad descubrí en el bolsillo de una cazadora vaquera que tenía colgada encima, una casete que me regaló el día antes de morir grabada con canciones que había elegido para mí. Y comprendí, querido Mateo, que si no es con él, no es con nadie. Yo no puedo hacerte cargar con esa mochila y no lo voy a hacer. Lo siento mucho, pero mi respuesta es no.

Lo entendí, que conste. Maldije a la divina providencia y a quien demonios estuviera al mando para que determinara que, justo ese día, Lara tenía que hacer limpieza de calzado debajo de una cazadora vaquera que guardaba una casete. Pero lo entendí. Lara tenía razón, por supuesto. Aunque nunca me he quitado esa sensación de que su respuesta fue negativa porque yo era ciego. Cuando naciera el bebé tendría que cuidar de dos niños pero deseché esa idea. Si esa hubiera sido la razón, estoy seguro de que Lara me lo habría dicho con la claridad que le caracteriza.

El caso es que tenía mi vida muy bien encarrilada, tal y como yo lo veía (aunque reconozco que esa comparación quizás no haya sido muy afortunada) y no quería arriesgarme a perder todo lo que me había costado tanto conseguir.

Parecía que mi mundo estaba equilibrado. El viernes anterior Adela vino a casa y me invitó a cenar a un restaurante de lujo.

-Tengo que darte una noticia muy buena, cariño –me dijo

Dios mío, cómo echaba de menos ese “cariño” dicho por ella, sentía su calor, el roce de su mano sobre la mía y, encima, ese perfume. Está mal que lo diga pero estaba a un paso de la felicidad absoluta.

-Pues tú dirás, Adela.

-Le he pasado tu expediente a Josep Zimmerman.

-Ufff, no sé. No guardo muy buen recuerdo de ese señor.

-Lo sé, cielo, me lo ha contado todo y está muy arrepentido, Mateo.

-Para lo que me sirve.

-Ha estudiado tu caso, Mateo, y cree que puede haber una solución. Me ha dicho que no te diga nada pero no puedo evitar contártelo. Mateo, cree que puedes recuperar la vista si conseguimos un compuesto especial con el que está experimentando mi antigua empresa.

Recuperar la vista. Eso sí que era una noticia, pero no quería hacerme ilusiones.

-¿Y cuánto costaría, Adela?

-¿Cómo que cuánto costaría, Mateo? Lo que haga falta, lo que sea necesario. Yo lo pago, sabes que no nos falta dinero.

-Nadie da nada por nada, Adela. Sé perfectamente que el dinero no es problema pero la gente para la que trabajabas esos J&JDAVIS, no tenían muy buena fama precisamente. Alberto estuvo haciendo averiguaciones sobre ellos y no eran hermanitas de la caridad.

-De eso me encargo yo, Mateo.

-Eso es lo que me preocupa, Adela, que te encargues tú. No quiero estúpidos sacrificios, no quiero que nadie se rebaje porque tomé una decisión en su día.

-Una decisión errónea.

-Yo no lo veo así, Adela. No me arrepiento en absoluto de esa decisión

-Puedes volver a ver Mateo, cualquier sacrificio me parece que es poco si a cambio …

-He dicho que no, Adela. Prefiero vivir toda mi vida a oscuras ¿te queda claro?

-Meridiano, Mateo.

-Pues no hablemos más y disfrutemos de esta cena que, por supuesto, me vas a invitar, Doctora Fuentes.

Todo bien, entonces, reflexioné. Todo está calmado y en paz. Podía sentarme tranquilamente y disfrutar de esta vida.

17 de mayo de 2020

17:30

Confieso que sentía cierta curiosidad por saber cómo sería mi nueva acompañante. No alteré lo más mínimo mi conducta habitual. Me apetecía un masaje tranquilo, sin final feliz, ni cosas por el estilo. Desde que alternaba más con Adela no deseaba más que el mínimo contacto.

Sería un masaje y poco más, estaba decidido. Como siempre, fue Saray quien recibió a Milagros.

-Buenas tardes Milagros, pase usted.

No hubo ninguna contestación pero me pareció detectar cierta burla en el tono de Saray y eso no me gustaba.

-Saray, si tuvieras la amabilidad de acercarte un momento, quiero comentarte una cosa-procuré que mi tono fuera serio.

-Dime, Mateo- se acercó mi querida niña.

-Que sea la última vez que te cachondeas de nadie que venga a esta casa invitada por mi ¿estamos? –le advertí susurrando la frase en su oído.

-Pero, Mateo- me contestó- no es.

-No me repliques, Saray Kovacs –continué con la invectiva- aquí no se ríe nadie de alguien que tenga una discapacidad. Si no valemos para respetar a una persona, no valemos para nada. Si te ríes de una muda en mi casa es como si me riera yo. Lo que haces en mi casa me repercute a mí. ¿Estamos, Saray?

-Estamos, Mateo- aceptó normalizando una respiración que inició muy agitada.

-Perfecto, ahora discúlpate con esa señora.

-¿Estás loco, Mateo? ¿Qué me disculpe ante “esa”?

-Saray Kovacs, discúlpate o tendré que dar nuestro acuerdo por finiquitado.

-Está bien, está bien –y acercándose a Milagros le dijo- Milagros, tenga usted la amabilidad de pasar a esta casa. Le pido disculpas por mi recepción, le ruego que la acepte y le aseguro que no volverá a pasar.

Después, se acercó a mí y muy sigilosamente me dijo al oído.

  • Sabes que te quiero Mateo Kovacs, pero no está bien que me humilles así - y me dio un beso en la mejilla que provocó que la lágrima que caía por su cara se secara al contacto con mi piel.

Acto seguido, Saray se marchó tras darme otros dos besos.

-¿A qué hora vuelvo, Mateo?

-Creo que a las 19:30 estará bien, Saray. Muchas gracias.

Oí cómo se cerró la puerta y cómo se acercaba Milagros.

-Perdone usted a mi protegida, Milagros. Si pudiera guiarme a donde está la camilla de masaje le estaría muy agradecido.

Sentí cómo una mano me sujetaba y me dirigía al lugar oportuno. Me despojé de mi bata para quedar solo con una toalla y me tumbé boca abajo. Sentí cómo un olor a incienso se instalaba en el salón mientras las manos de mi nueva masajista me recorrían la espalda, relajando mis tendones, recorriendo mis vértebras con sus dedos, aplicándome suaves pellizcos a lo largo de mi dorso. Despacito, ayudada por unos aceites aromáticos, consiguió relajarme.

-Hummmmmm, qué gusto Milagros –dije-

Tras quince minutos en los cuales me repasó toda mi parte trasera a excepción de lo que cubría la toalla procedió a ponerme boca arriba. Nuevamente inició su masaje por mi tórax, esta vez revisó mis costillas y aplicó sus manos por mi pecho, descendiendo por mi vientre y extendiendo sus brazos hasta alcanzar mis muslos.

Ella estaba situada detrás de mí y esa ubicación provocaba que sus pechos que, percibí, sin sujetador se posaran a la altura de mi ombligo. Podía sentir perfectamente el calor que emanaba de su vagina y que se manifestaba en mi cabeza mientras sus dedos exploraban por mis muslos.

Su habilidad mezclada con el perfume me transportó. Yo solo quería un masaje pero mi pene, totalmente embravecido, decía que nones. Intenté disimular todo lo posible pero, supongo que casualmente, su mano tropezó con mi toalla logrando que se apartara de mi cuerpo con el resultado de que mi verga saltó como un resorte.

Sentí cómo Milagros se detenía durante el instante en que tardó en quitarse los leggins y las bragas. Repitió idéntico masaje, pero esta vez podía sentir su sexo mojado directamente en mi frente, mientras sus brazos dibujaban surcos por mis muslos y mi capullo se sumergía en la boca de Milagros y luego… luego todo fue gloria bendita.

CAPÍTULO XXXI

LECCIONES “LOW COST” EN LOS JARDINES DE ACADEMO

17 de mayo de 2020

17:30

Adela.-

Conviene resaltar que mis conocimientos a la hora de practicar el sexo consistían, básicamente, en abrirme de piernas y dejarme hacer. Al haberme dedicado principalmente al desarrollo de mi intelecto y de mi moral dejé desatendidas otras artes que, más habitualmente de lo que debería ser, los hombres atribuyen siempre a la mujer.

Me explico, el género masculino (quizás por pensar más con el pene que con el cerebro) dan por supuesto que todas las mujeres nos dedicamos las 24 horas del día a planear cómo ser infieles y a ser las que mejor atienden sexualmente a otros hombres solo con la finalidad de serles infieles.

Es un concepto ruin y equivocado, claro está. Una cosa es que a las mujeres nos guste follar (como a los hombres, añado) y otra muy distinta es que hagamos competiciones entre nosotras a ver quién es más puta (y sé que las hay, pero no en ese sentido).

Yo siempre he entendido el sexo como un complemento más en la relación, algo que debe mezclarse con otros ingredientes entre los cuales destacaría la fidelidad, la amistad y el compromiso. El hecho de presentarme como prostituta, aunque todo fuera una treta para conseguir a Mateo, me resultaba violento. Me quedaba claro que yo no podría presentarme ya como una mujer, digamos, digna. Ya no. Había aprendido muchas cosas, me había prestado a demasiadas experiencias como para poder ofrecerme a un hombre como una mujer “pura”. No, Adela ya no era una santa y no iba a malgastar mi tiempo intentando justificarme.

Pero tampoco era una ”puta”. Yo quería volver a ser la mujer de Mateo. Estar en su vida, en su corazón y en su cama. Pero también quería estar en su agenda, en su móvil con el prefijo A/a, quería estar en la cabecera de su cama (más adelante descubriría que ya estaba en ella con la dichosa foto que me hice expresamente para él). Quería estar en su cartera en forma de fotografía, en su alma grabada a fuego, en su brazo en forma de tatuaje, quería ser su mensaje de voz, su siri.

Me habría encantado idear doce millones de maneras de poder obnubilarle. Ser una alquimista que pudiera crear una pócima del amor que me uniera a él. Pero no me hacía muchas ilusiones al respecto, tenía muy claro que algo había cambiado en Mateo. Ya no era aquel esposo del que me divorcié. En absoluto.

Sería muy fácil argumentar que su cambio de actitud respondía al hecho de haberse quedado ciego, pero sabía perfectamente que eso no era así. Él había cambiado mucho antes. De hecho, diría que su cambio de actitud le ayudó a llevar mejor su ceguera.

Por supuesto, intuir esa hipótesis me dañó porque eso me convertía directamente en la única culpable de su desgracia. Me dolía que se hubiera quedado ciego, me dolía la tristeza que reflejaban esos ojos muertos. La manera en que se reflejaba la melancolía en su rostro ahora poblado por una barba de cinco días mientras se adivinaba una poderosa determinación a sobrevivir.

Sabía perfectamente que esa resiliencia no emanaba de mí… Y eso me dolía más.

Pude comprobar que yo era el origen de su caída al abismo y que su esperanza vino de un personaje extraño, oscuro y diferente. Más de una vez, durante el transcurso de algunas de mis noches en vela, he pensado que Mateo tuvo que caer mucho tiempo y muy hondo para encontrar la luz en  ”Puertas”.

Supongo que encontró una especie de Shangri-La en los espacios abismales donde se movía en la actualidad. Como una mala película de Disney en la que los protagonistas eran auténticos monstruos. Una bruja maquiavélica representada por una gitana con moño, sobreprotectora y saliendo de un televisor al modo de “The ring”, un abogado macarra, alcohólico y con Clint Eastwood como “alma mater”, una camarera rockera que servía una barra horizontal cuando estaba claro que lo suyo era la barra vertical, tarjetas especiales con la foto de dos “fulanas” que se consideraban tan especiales que solo habían hecho tres tarjetas.

A este elenco le importaba tres narices mi portada en la revista científica, lo más probable es que se hubieran limpiado el culo con mi entrevista en los periódicos de tirada nacional. No, señor, para esta gente mi mundo era un universo de pardillos. Se me asemejaban como criaturas perversas, pequeños demonios, sacados de un relato de Lovecraft, esperando a que la oscuridad se cerniera sobre la humanidad para poder emerger.

Mateo estaba con ellos.

Esos eran mis pensamientos cuando entré en el piso en el que concerté mi visita con Marga y Amelia.

Tras los preceptivos saludos y miradas escépticas de mis “jefas” pude convencerlas de la sinceridad de mis intenciones.

-No sé, Marga, yo la veo muy verde.

-Qué tonterías dices, Amelia. A ver, Adela, enséñanos el coño.

Sin anestesia, ¿para qué? ¿Dije Lovecraft?. Me quedé corta

Me quité los pantalones, las braguitas y expuse mi sexo a la vista de aquellas dos súcubos a falta de mejor definición.

-Huy, qué peluda- esa fue Marga-

-Cariño, si quieres atraer a un hombre vas a tener que trabajar mejor tu felpudo-esa fue Amelia-

-Ja,ja, ja, eso que ponga la república independiente de mi casa –Marga-

-Se te olvida el “Bienvenidos”, ahh, ja,ja, ja, -Amelia y ya me estaban cargando-

  • A ver ese chochito si muerde, ja,ja, ja –Marga, y ya no le pasaba otra-

  • El último mohicoño –referencia literaria de Amelia-

-¡Basta!-grité- ¡basta, ya! Vengo de buena fe, porque necesito ayuda, pero si vais a reíros de mí, decídmelo y, ahora mismo, me marcho.

-No, cielo, no. No te enfades, corazón. Es que nos ha sorprendido la frondosidad de tu chochete. Nada más.

-Eso es, Adela, no te mosquees con nosotras. Si vas a estrenarte, lo mejor que puedes ir haciendo es depilarte y tomarte la vida y el sexo de una manera más ligera.

Estuve a punto de ponerme a llorar pero ambas me dieron un abrazo, me acariciaron, y me plantaron dos besos en las mejillas. De repente el ambiente se había relajado y todo parecía entrar en una nueva dimensión de comprensión.

Tres días después, Marga y Amelia habían creado a una nueva mujer: Milagros.

Depilada, lujuriosa, maquillada y guapa. Tierna y cariñosa, preparada para recibir pepinos y plátanos de diferentes tamaños. Me habían enseñado a mamar miembros, a masturbar, a introducirme dildos de diferentes tamaños en mi sexo. Vídeos porno y literatura erótica. El uso de las plumas, la boca, las uñas, los pechos y las manos. A mover la pelvis, a abrirme bien de piernas, a cerrarlas si tu amante tiene el pene más pequeño, a acelerar el orgasmo y a gemir.

Estaba claro que el sexo era un arte. Una ciencia que había dejado desatendida, apartada. Algo insignificante que ahora, por arte de magia, se había vuelo esencial. En tres días podría ser la puta perfecta para Mateo, en un mes sería la puta perfecta para cualquier hombre.

Recuerdo que pensé: “Y yo estudiando oftalmología… ¡valiente idiota!”

-Recuerda que eres muda, Mila –me advirtió Marga-

-Mi consejo es que procures disfrutar lo que puedas. Mateo es un buen hombre, no creo que folléis- especuló Amelia- como mucha una paja o, quizás con el tiempo, una mamada.

-No sé si estarás muy preparada, Mila –dudó Marga- me habría gustado más entrenarte con hombres de verdad en lugar de vídeos porno, pero creo que puede funcionar. De ti depende que nuestro cliente quiera repetir.

-Si no repite, Mila, volvemos Marga y yo- expuso Amelia- quiero que eso te quede claro.

-Lo entiendo y lo acepto, pero si quiere repetir iré yo.

-Hecho. El dinero nos lo transfieres en la cuenta que te hemos indicado- y dándome un beso, Marga añadió- a volar Mila, y si tienes algún problema con el ciego, nos llamas.

-Eso haré, chicas.

-Qué hermosa es, ¿verdad Marga?-observó, orgullosa, Amelia

-Sí que lo es, sí. Hemos hecho un buen trabajo.

-Chicas… -dije-

-Dinos –habló Marga-

-Gracias por todo.

-No, cielo, gracias a ti.

Nada más entrar en la vivienda de Mateo tuve que aguantar las puyas y bromas de aquella muchacha impertinente llamada Saray. Confieso que me agradó sobremanera que Mateo pusiera en su sitio a esa maleducada y reconozco que exhibí una sonrisa de satisfacción cuando Saray se disculpó conmigo. Se mordió el labio con la disculpa y esbozó una mueca triste. Estaba claro que a ella no le gustaba lo que iba a pasar pero lo aceptaba con dignidad. Se acercó a Mateo y le besó en la mejilla y cuando se giró pude ver claramente que lloraba. No quise que ella se fuera así, tan triste. Cuando pasó por mi lado extendí mi brazo para rozar el suyo y le sonreí lo más dulcemente que pude. Quise transmitirle mi cariño, mi agradecimiento por todo lo que había hecho. Volvió a mirarme y sonrió para colocar su dedo índice en un extremo del cuello y deslizarlo por él hasta llegar al otro extremo susurrándome a continuación,

-Si le haces daño, te rajo. Lo juro por undebé

Mentiría si dijera que me asustó. No había lugar al miedo, ni a la tristeza, en mi interior solo había espacio para la alegría, por fin estaría a solas con mi hombre. Como siempre debió haber sido. Pude notar perfectamente como mis masajes lograban que su miembro emergiera firme por debajo de la toalla. Todo un ritual de caricias encaminado a lograr excitar a Mateo.

Y lo conseguí. Cuando observé que había tenido éxito me desnudé totalmente y maniobré para colocar mi sexo, ya húmedo, sobre su frente. Ante mí se alzaba su pene, totalmente dispuesto, y entonces me dejé llevar. Quería introducirme ese miembro en mi boca. Quería chuparlo, lamerlo, acariciar sus testículos y masturbarle. Lo estaba consiguiendo y, más importante aún, lo estaba disfrutando.

Éramos Mateo y Adela, juntos, haciendo el amor. Me esmeré en mantener su capullo en mi boca, mientras pasaba mi lengua por su glande, saboreando la salinidad de su líquido preseminal.

“Mmmm”- pensé ufana- “parece que no va a  tardar mucho”.

Me sentía una diosa del sexo. Una diosa con un solo acólito, un solo adorador, una sola obligación para mi más alto sacerdote, quería proporcionarle placer, un gozo redentor, sanador cuando, de improviso, sentí cómo sus manos sujetaban firmemente mis muslos y los hacían maniobrar hasta que mi rajita se pudo directamente sobre la boca de Mateo.

Eso no me lo esperaba. Marga y Amelia nunca me avisaron de que Mateo les hubiera comido su coño, no entraba dentro de sus costumbres, pero eso daba igual. No era el tiempo de reflexiones absurdas, era el momento de dejarse llevar y aquella lengua lucía tan rica dentro de mi vagina, era tan sutil su caricia a lo largo de mis labios, tan preciso en la exploración, libando mi miel, recogiendo cada rastro de mi esencia que cuando absorbió mi clítoris como un bebé no tarde mucho en estallar.

El olor a incienso, sus dulces manos acariciando mis muslos, su lengua, dios mío, su lengua, haciéndome el amor, transportándome a un nuevo cielo y yo llenándole la boca de mi leche mientras mi visión se borraba durante un microsegundo, sin poder fijar la vista porque todo mi mundo temblaba en ese preciso instante. Y, con todo este devenir de sensaciones, notando su prepucio dentro de mi cavidad bucal, sintiendo cómo sus venas se hinchaban y mis manos, traviesas, aplicando el consabido movimiento a su verga. Un movimiento culpable, diría que casi cruel, arrancándole una confesión de amor a golpe de mano logrando, finalmente, que llenara mi boca de su esperma. Mi esperma, mío otra vez. Cinco, seis trallazos que me inundaron y que dejé resbalar para que cayera sobre su pene.

“Hoy no, Mateo” –me dije- “hoy no me tragaré tu semen, pero mañana…”

Quedé derrengada, apoyando mi mejilla en su mástil, ya no tan inhiesto, permitiendo que su crema humedeciera mi cara. No me importaba en absoluto. Mateo seguía afanándose en su labor de sorber todo lo que pudiera atrapar con su boca, trasladando su lengua desde mi sexo a mi ano, intentando estimular mi culito con uno de sus dedos.

“¿Qué me estás haciendo, hombre mío?”

No poder hablar multiplicaba por mil el placer que sentía. Era una mezcla de control y caos, todo en un mismo acto. Correrte como una loca y no poder gritar a los cuatro vientos “Abre la boca y cómeme bien el coño, cabrón”. ¿Cómo poder controlar ese instinto primario de sexo, de posesión? ¿Cómo poder conjugar querer ser de ese hombre y de nadie más y que él fuera lo propio conmigo? No podía. Podía alcanzar uno, dos, tres orgasmos, introducir en su estómago todo lo que pudiera emanar de mí, pero no podía manifestarle todo el placer que me hacía sentir, salvo un gemidos mudos, uffff, mi hombre.

Sí, mi hombre… y yo, su puta. En aquél momento esa era mi definición de felicidad.