Uno de tantos relatos sobre la redención, 13
El infierno no está en el remordimiento, está en el corazón vacío. Jalil Gibran
CAPÍTULO XXVI
DE LOS PLANES Y LOS DÍAS
Adela.-
Mientras tanto, el tiempo corría en contra de Mateo, aunque él no lo supiera.
Mi plan contemplaba dos fases bien diferenciadas, la primera era de carácter técnico y comprendía el estudio de su enfermedad. La segunda respondía a mi intento de volver con él.
Con un poco de dinero contraté a un detective que me puso las cosas claras:
-Vas a tener que luchar por él, me parece. Diría que es un hombre bastante ocupado.
-Mira tú qué bien –pensé-. Por fin, un hombre que merezca la pena y solo me había heho falta echarle de mi vida para saber que él era mi destino.
Empecé a seguir la rutina de Mateo. Descubrí que apenas salía de su casa y que, cuando lo hacía, era siempre acompañado de una joven gitana.
Sentí celos cuando la vi sujeta de su brazo. Tan pendiente de él que dolía. Aquella pequeña muchacha se había apropiado de mi marido. Una breve punzada de dolor me atravesó, como algo que se introduce desde la punta de la cabeza hasta tu tobillo, pasando detrás de tus ojos. ¡Qué cerca estaba de él y qué lejos estaba yo! No fui justa con ella, en absoluto. Ella estuvo con él cuando yo desaparecí. En realidad debía estarle agradecida pero me negaba a reconocer esa deuda.
Los jueves por la noche bajaba solo. Su hábito era previsible, casi infantil. Esperaba en el portal, se acercaba un taxi y se lo llevaba. Una buena investigadora sabía seguir esa reiteración de conducta. La mayoría de mi estudio se basaba en observar un determinado comportamiento. No fue difícil, de veras que no, y fue así como descubrí “El Juli”.
Yo no soy de rock. Mis gustos musicales divergían notablemente de la gente que pululaba a mi alrededor. Mecano, Hombres-G, Los Rodríguez, Los Secretos y, quizás, como mucho, Sabina y Café Quijano. Aquello no tenía nada que ver con lo que me gustaba. Ni por asomo.
Ruido.
No puedo describirlo de otra forma. Ruido, ruido, ruido, música agresiva en un ambiente de humo (por dios, ¿es que la prohibición de fumar ahí no existía?), agresión decibélica para los tímpanos del ser humano (¿de verdad esta gente tenía licencia de apertura?).Y entre toda esa vorágine de humo, contaminación acústica y oda al cáncer, sentí que Mateo nadaba en mares conocidos.
Aquella imponente mujer que gobernaba la barra se le acercó y le dedicó una sonrisa que me puso muy nerviosa. Estaba claro que se alegraba de verle como demostró saliendo de la barra y dándole un abrazo muy fuerte.
Y luego le soltó. Mateo ni reaccionó (Normal-pensé- le ha tenido que dejar sin respiración). Por un momento reflexioné que, a lo mejor, la que sobraba era yo. Por un momento pensé…
Y dentro de ese pensamiento, dentro de esa resignación que me embargaba retrocedí a días anteriores, tiempos pasados que nunca quise ver. Momentos en los que me planteo si la decisión que tomé era la correcta. ¿De verdad me habría divorciado de Mateo si hubiera sabido que mi marido era así? ¿No es más cierto que nunca pude intuir el verdadero potencial de mi esposo? ¿Celos? ¿De verdad sentía celos? ¿Quién era esa descarada que abrazaba a mi marido?
¿Quién coño era esa tal Lara?
Los viernes eran peores. Si bien a eso de las 12:30 se largaba su asistenta (con el tiempo descubrí que respondía al nombre de Saray), también era verdad que a las 17:30 llegaban dos mujeres despampanantes, más o menos de mi edad, ataviadas con un vestido negro que dejaban muy poco a la imaginación y mucho para pensar en todas las líneas morales, éticas y sexuales que podrían quebrantar. Esas sesiones duraban hasta las 22:30, momento en el que salían por la puerta y se perdían en la inmensidad de la noche.
No conocía esa faceta de mi ex esposo. De hecho, ¿qué conocía yo de Mateo Gómez Aranda? Si me ponía a pensar detenidamente, lo mismo resultaba que el hecho de que le hubiera dejado hasta le vino bien y todo. Cabrón aprovechado.
Pero la realidad es tozuda. Puedes engañarte ¿Por qué no? al fin y al cabo, es gratis. Pero con solo detenerte un momento, con solo ser fiel a uno mismo, puedes observar la verdad.
En mi caso la verdad es un monstruo muy grande, muy asqueroso, muy al estilo de Robert. E. Howard en el que un enorme sapo repugnante se refleja en un espejo. ¿Por qué abandoné a Mateo Gómez Aranda?
Los días transcurren despacio cuando no hay felicidad de por medio. Necesitamos una pequeña dosis de simpatía, un mínimo chute de irrealidad. Algo que nos espabile, que nos haga levantarnos y ser un poquito más felices. Pero me topo con pequeños obstáculos que se interponen entre lo que veo y lo que siento. Exiguos puntos de tristeza, de nostalgia.
Confieso que no consigo superar los viernes. Imaginarle en manos de esas dos fulanas es algo que me supera. Debería sentirme agradecida porque, la vedad, después de lo que le hice lo menos que puedo esperar es que se haya buscado sus mañas. No iba a vestir santos para mí. Pero lo cierto es que, por mucha razón que le asista, por muchos motivos que tenga para acostarse con cualquiera, lo cierto, insisto, es que me molesta muchísimo.
Me quedo embobada viendo cómo suben esas dos mujeres a su casa. Me altera los nervios imaginar que, durante dos o tres horas se está acostando con ellas y no conmigo. Considero una afrenta personal que mi hombre esté con ellas. Sé que es una locura. Mateo tiene el derecho a rehacer su vida. Después de todo, yo le dejé… Por un mamarracho, cierto … pero le abandoné.
Ya ni me planteo por qué renuncié a él. Le dejé atrás. Punto. Y ahora… ahora no vivo. Ahora no quiero vivir y todos mis planes son papel mojado, tácticas de niña mimada ante la inmensidad del desastre que supone saber que Mateo ha rehecho su vida.
He seguido la rutina de Mateo, pero no sé cómo integrarme en ella. Yo tengo mi puesto asignado. Los domingos voy a su casa, comemos juntos acompañados de un buen vino que me ocupo de proporcionar. Me prepara un té pakistaní con leche (dios, adoro el té que me prepara). Y hablamos de cosas sin mayor transcendencia. Cosas fútiles, sin importancia. Los días que me siento más valiente apoyo mi cabeza en su muslo y le pregunto sobre cosas de nuestro pasado. Un breve y sutil intento de transportarnos a un sitio en el que estábamos juntos.
Le beso mucho la cara. Me hago la despistada… como quien no quiere la cosa. Un besito en la comisura de sus labios, otro en la frente, le acaricio la cara, le abrazo, me aprieto a él… coño, para que sienta mis pezones, duros, erguidos, pidiendo hombre. Y cuando todo eso no funciona, lloro. Pero disimulando, ojo. Que yo no quiero causar traumas a nadie, que me pierde el amor que le tengo, lo mucho que le fallé pero, dentro de mi dignidad, dios mío, cómo me lo follaba. Y como no puedo… pues lloro. Porque, en el fondo, soy una chica enamorada de un tonto que siempre estuvo ahí, que siempre me apoyó y lo único que supe hacer, lo único que se me ocurrió fue hundirlo.
¿Cómo no voy a llorar?
Y así un día, y otro, y otro, y otro.
Y, conforme avanza mi estudio sobre su enfermedad, voy descubriendo nuevas cosas que me hunden más y más. Voy atando cabos poco a poco. Información que me llega a cuentagotas. Pude averiguar que Alfonso y Sebastián, los amigos de Mateo, sabían de su ceguera y que, a pesar de ello, se desentendieron de él.
Mateo informó a Sebastián de la paliza que le propinaron y le aconsejó interponer una denuncia. Pude averiguar que también tuvo conocimiento de la progresiva pérdida de visión de su amigo por medio de la propia Lara a quien asesoraba y, sin embargo, no me avisó.
-¿Cómo no me llamaste, Sebastián? ¿Cómo es posible que no me dijeras nada de la situación de Mateo?
-Lo di por supuesto, Adela, te lo prometo. Pensé que tenías que saberlo por fuerza. ¿Cómo iba yo a imaginar que tus hijos no lo sabrían? ¿Quién me podía hacer sospechar a mí que no ibas a atender las llamadas de Mateo? Era imposible, y más después de lo que pasó entre nosotros, Adela.
Te asesoré en todo momento con tu divorcio. Eso ya fue duro para mí, traicionar así a Mateo, pero lo de la paliza. No sé, ¿cómo iba yo a saber que te interesaba? Estabas en Estados Unidos o Cuba. Habías desconectado de Mateo totalmente.
-¿Que fue duro para ti? Pero si estuviste maquinando en todo momento para que Mateo tuviera la menor parte posible en el divorcio, si hasta te reías de lo pardillo que había sido ¿cómo puedes ser tan hipócrita?
-Protegí a mi cliente, Adela, eso es lo que hice. Antepuse mi profesionalidad a mi amistad.
-Antepusiste tus cojones, Sebastián. Lo que siempre pretendías era llevarme a la cama.
-Bueno, eso nunca lo oculté, cielo, no te hagas ahora la sorprendida. Siempre supiste lo que yo buscaba y no te importó utilizarme.
-Me equivoqué contigo, Sebastián, y me equivoqué mucho, pero eso ya es agua pasada. En el fondo se la tenías guardada a Mateo ¿verdad?
-Yo nunca deseé que a Mateo le pegaran una paliza, ni mucho menos que quedara ciego.
-Pero le abandonaste, Sebastián. Tú y Alfonso le dejasteis solo.
-Yo no tenía ninguna obligación con Mateo, ¿vale? Ninguna. Si alguien abandonó a Mateo no fui yo. Le habré traicionado, de acuerdo y es verdad que no le puedo mirar a la cara pero no tenía ninguna responsabilidad sobre lo que le pasara. Otras no pueden decir lo mismo. Y ahora, salvo que quieras otra cosa, haz el favor de salir de mi despacho. Soy un hombre ocupado.
Podría haberle respondido con alguna frase ingeniosa sobre lo poco hombre que era, o que ya le alcanzaría el destino. Tonterías de esas, pero la verdad es que tenía toda la razón. Él no tenía ninguna obligación con Mateo.
CAPÍTULO XXVII
INTROSPECCIÓN
Adela.-
Disfruto los momentos en los que estoy con Mateo. Me embarga una sensación de confort, de estar en el lugar en el que debo. El tiempo se detiene y su calor me reconforta. Me encantaría quedarme aquí, cerca de él. Tener la capacidad de poder crear una burbuja espacio temporal y vivir eternamente en ese limbo.
Desde aquel domingo en el que volví a reunirme con mi ex esposo he conseguido arrancar unas pocas horas a la semana. Un breve lapso que constituye mi pequeño paraíso cuando los restantes seis días resultan un infierno.
No puedo evitar reflexionar en mi actual situación, con mi corazón afectado por la pérdida de mi matrimonio.
No, desde luego que no era esto lo que yo quería. Y me arrepiento tanto, me cuesta tantísimo continuar que, a veces, siento un dolor físico dentro de mí. Cada domingo que le veo me cuesta frenar impulso de abrazarle y comerle a besos, plantar mis manos en su cara y devorar sus labios. Decirle cosas como: “Te quiero, Mateo”, “Abrázame”, “Dame un beso”.
Es curioso como aquellas cosas que parecían livianas en el pasado adquieren más y más peso según transcurren los días sin tu amor. La taza de café que usaba, una toalla, una simple mochila o un concreto mantel. Pequeños destellos de momentos anteriores que se convierten en tu maldición, tu castigo.
Echas de menos ir de compras con él, o los paseos en el Parque del Retiro aquellos fines de semana que regresabas a casa, los domingos por la mañana comprando libros por la Cuesta Moyano o la visita al Museo Naval, el Paseo de Recoletos que ahora se antoja tan frío.
Es muy difícil darte cuenta de los errores que cometes. Según se desliza tu vida y maduras te das cuenta de que hay muchas cosas que puedes soslayar. Puedes obviar la riqueza, el trabajo, el reconocimiento y, aunque en menor medida, el sexo. En algún punto de tu existencia constatas que hay cosas que importan más. Que la vida, al fin y al cabo, es un camino y que lo importante no es el final, ni el principio, sino el camino en sí.
Pienso que si tuviera una balanza y pudiera sopesar todo lo bueno que he conseguido aportar con mis investigaciones al bienestar de mis prójimos lo bueno que he hecho por Mateo, seguramente saldría exculpada. He ayudado a mejorar la vida de muchas personas pero el sacrificio ha sido grande.
Supongo que todo se reduce a los distintos tonos de gris, a que no hay términos absolutos y que todo es relativo. No lo sé. La verdad, no lo sé. Navego entre penumbras en las que solo tengo una certeza: amo a Mateo. Y, con el corazón en mi mano, con lágrimas en los ojos y los puños apretados, con la angustia que tengo dentro de mí, llorando, a veces de pie, a veces tumbada, siempre de rodillas, me digo : No ha merecido la pena.
Mi hombre.
¿Dónde está mi hombre?
¿Cómo puedo recuperarlo?
PREGUNTAS Y RESPUESTAS
- ¿Cuándo descubrí que amaba a Mateo Gómez Aranda?
El día que, montada en el automóvil de Sebastián, le recogimos y le llevamos a la facultad.
-¿Cómo lo descubrí?
Porque sentí mariposas en mi estómago.
-¿Seguro?
Seguro. Era él. Estaba segura. Era él. Sin duda, sin duda alguna
- ¿Amabas a Mateo?
¿En serio? Siguiente pregunta
- Te casaste con él.
Me casé y lo volvería a hacer. Es mi hombre
- ¿Y por qué?
No lo sé. Tanto tiempo alejada de él, sin verle. Me aparté de él. El cariño lo hace el roce. No le sentí y, como no lo sentía, me fui.
- ¿Y ahora?
Mal. Muy mal. Le echo de menos, me siento confusa, no sé si le amo o le compadezco, son muchas cosas. Es ciego. Y pienso que lo es por mi culpa. Se me mezcla el amor y la solidaridad.
- Quizás él preferiría otra cosa.
Sí…quizás. Lo entendería.
- ¿Qué piensas cuando le ves con otras?
Es ciego, … lo sé… pero le arrancaría los ojos… A él y a esas hijas de puta
-¿Y no es contradictorio?
Lo que es, lo que de verdad es… Es mío.
-¿A cualquier precio?
A cualquiera
- ¿Qué cambiarías de todo lo que pasó?
Ufff. Todo
-¿Podrías concretar?
Jamás habría ido a Barcelona. No debí demorar mis viajes a casa. No debí alejarme de mi familia. Tendría que haberle llamado más a menudo. Mierda. No debí irme de casa.
-¿Qué añoras de él?
Todo. Añoro todo. Su voz, su risa, su compañía, su calor
- ¿Qué darías por él?
… (los ojos se me humedecen) … (lloro) … unffff … … snifff… to.. to..todo, lo que fuera
-¿Lo que pidiera?
No lo entiendes. Él no pediría nada. Él es así
- Le amas ¿Verdad?
Le amo
- ¿Tú crees que podrías haber hecho algo más?
Creo que puedo hacerlo y ¿sabes qué? Voy a hacerlo
- ¿Por misericordia?
No has entendido nada
- ¿Por amor? ¿Todavía crees que puedes amar? ¿No será compasión?
Es amor, ¡Estúpida!