Uno de tantos relatos sobre la redención, 10

“La amistad es más difícil y más rara que el amor. Por eso hay que salvarla como sea”. Alberto Moravia

CAPÍTULO XX

HOMBRES DE HONOR

Mateo

El día 29 de diciembre interpuse la correspondiente denuncia en la comisaría siguiendo las indicaciones  de Sebastián, mi amigo e ínclito asesor de Lara. Fue una sorpresa mayúscula descubrir que el profesional que llevaba los trámites relacionados con la actividad del Bar de Copas “El Juli” era el “íntimo amigo” que había asesorado a Adela en todos los trámites de nuestro divorcio. No me lo había dicho pero era fácil deducirlo. ¿Cómo se iba a enterar, si no, de nuestra separación? ¿Por qué iba a decirle Adela nada cuando nunca preguntó por él? Más aún ¿Para qué iba a contactar con él si no fuera para asesorarse?

Al parecer, Julián, nuestro “amigo común” había sugerido a Lara que fuera Sebastián quien llevara la gestión. Me sorprendió bastante que Sebas llevara un local tan pequeño y colegí que solo podría haber dos motivos para supervisar la actividad de ese local

1-      Por expresa petición de Julián

2-      Follarse a Lara

Conociendo como conocía a Sebastián tenía claro que el factor “follarse a una maciza” tuvo que influir poderosamente en su ánimo. Por un momento sonreí,. No conocía a Lara, hasta estuve tentado de decirle “llámala Larita, verás qué risa”. Pero me abstuve de ser tan malvado.

La denuncia fue acompañada del correspondiente parte de lesiones. La sonrisa del agente del cuerpo nacional de policía cuando selló mi copia de la denuncia debió haberme advertido pero dicen que no hay más ciego que el que no quiere ver. Y yo iba camino de ello.

-¿Que le han pegado unos gitanos?

-Sí, muchos. Eran al menos doce.

-Ya, ya veo, lo pone bien claro.

-¿Y qué van a hacer al respecto?

-Le daremos el curso legal oportuno. Esto irá al juzgado de guardia y recibirá noticias

-¿Cuándo?

-No lo sé. Cuando el juez o jueza lo estime oportuno. Hay mucho atasco.

-Pero si no van a por ellos ahora se pueden escapar.

-Es posible, pero eso está en manos del Juzgado, nosotros no podemos hacer nada.

La única palabra que se me ocurre para definir lo que sentí en ese momento es “frustración” una decepción que me llenaba todo. Me sentía como un niño impertinente que molestaba a un adulto.

El agente me miraba como si pensara- Qué paciencia, señor, hay que tener con estos pardillos-

La cosa no mejoró mucho cuando me disponía a salir del edificio y le oí decir a su compañero.

-Carne de archivo

-Lo que yo te diga.

Estaba lloviendo cuando salí a la calle, no llevaba paraguas (¿para qué? Los gilipollas no llevamos paraguas) y me encontré soportando un aguacero, con la copia de la denuncia en mi mano, totalmente mojada. Un ser triste y patético que lo único que hizo fue cagarse en la madre que parió a Sebastián.

Al día siguiente oí que alguien llamaba a la puerta de mi casa.

-Buenos días, Mateo- saludó Puertas- ¿cómo va todo? ¿puedo pasar?

Por un momento dudé en dejarle entrar. No sé, me dio por pensar que si le franqueaba la entrada siempre estaría ahí. Sería como dejar entrar a un vampiro. Tras sopesarlo durante unos segundos decidí que peor no podía estar o sea que, como no había nada que perder, le permití paso franco a mi morada. Fue una de las mejores decisiones que he tomado jamás.

-Pasa, pasa ¿qué te trae por aquí, Alberto, verdad?

-Pues ya ves, Lara me contó la movida que tuviste y me pidió que intercediera por ti. Toma, anda.

-¿Qué es eso?

-¿Qué va a ser? Un bastón. Te va a hacer falta.

-¿Y yo para qué coño quiero un bastón?

-Joder, pues para que no te des tantos golpes con los muebles. Por lo poco que llevo visto pareces una bola de pinball. Te vas dando choquecitos por toda la casa.

Tenía razón, en apenas 10 metros me había chocado, con la mesa, el aparador, dos sillas y un cojín (el puto cojín, añado). Y encima el Puertas de los cojones hacía ruiditos cuando chocaba.

Un choque con la esquina.

-Pin

Otro golpe con la puerta de la cocina.

-Pin

La puerta del mueble en la cabeza

-Pin

-Bueno, vale ya con la gracieta, ¿no? ¿Has venido aquí a reírte?

-No te mosquees, Mateo. Estoy de coña. Mira, yo te dejo el bastón en el paragüero  y lo utilizas si quieres y, si no quieres, pues nada, tío, a pelarse los tobillos.

  • Bueno, a ver, ¿qué puedo hacer por ti?

-No, Mateo, no. Te equivocas, la pregunta correcta es ¿qué voy a hacer por ti? Te Voy a sacar del marrón en el que te has metido y que es muy gordo.

-Lo tengo denunciado.

-Carne de archivo, Mateo.

-Esa frase me es familiar-intenté sonreír sin conseguirlo.

-Es que, a quién se le ocurre interponer denuncia.

-Pues al imbécil de mi amigo. Por eso lo he hecho.

-Ya, si eso de poner denuncias está muy bien. Es lo correcto pero, coño, es que no has localizado a nadie. No has dado ningún nombre, es como denunciar a la humanidad. Además, era totalmente innecesario.

-¿Por qué, joder? yo no entiendo de leyes

-Porque el propio centro de Urgencias habría denunciado tus lesiones. Habríamos ganado tiempo y podríamos haber negociado con los gitanos o, al menos, saber sus nombres. A eso se le llama ganar tiempo, Mateo. Ahora ellos van a desconfiar de nosotros y va a ser todo mucho más difícil

-¿Y qué propones que hagamos? ¿Cuál es tu maravilloso plan, oh gran Puertas?

-Mira tío, no te pases. Yo no tengo la culpa de que estés así. Me jode lo que te está pasando porque nadie se merece eso y Lara dice que eres cojonudo. Yo vengo a ayudar, pero si tu intención es burlarte de mí, me lo dices y me voy. El que tienes el problema eres tú, no yo. Coño, siempre puedes llamar a tu colega Sebastián. ¿Estamos?

No pude decir nada, tenía razón. Había algo en esa persona que me sacaba de quicio.

-¿Que si estamos?- insistió

-Estamos, estamos- asentí.

-Pues ponte un abrigo, unas gafas de sol y coge el bastón. Nos vamos.

-¿Dónde?

-Al poblado gitano, Mateo. A hablar con el Patriarca de los Kovacs.

Saray

Aquél día vino Mateo con “El Puertas”. Los dos trajeados y con mucha educación, mucho respeto, mucho tacto, como nos gusta a los rom. Habían aparcado el coche lejos del campamento. Eso fue un acierto para ellos. Querían que supiéramos que se acercaban.

Vinieron despacio, manchando de barro sus zapatos. No profirieron ni una queja. Mateo llevaba un bastón y gafas oscuras. Debía haberse quedado ciego por la paliza recibida pero eso no excusaba lo que había hecho.

Los problemas de los gitanos son de los gitanos. Nadie debe meterse en ellos. Mateo no solo me había defendido sino que, además, había tocado a dos gitanas. Y nadie toca a un gitano sin su permiso.

Mi padre, José, estaba con la familia en la calle, todos alrededor de un bidón que ardía. A su lado estaban mi madre y sus hermanos. Yo estaba detrás, en el lugar que me correspondía. A la espera de que se verificara que Ioan Stanescu me había sido infiel.

Puertas se acercó, muy despacio y, deteniéndose a tres metros de mi padre, empezó a hablar.

-Buenos días tenga usted, señor.

-A la paz de dios- respondió mi padre- ¿qué vienes a reclamarme?

-Yo no vengo a reclamarle nada a usted. Solo vengo a contarle lo que pasó. Para que sepa la verdad, para que usted nos valore y sepa que no somos mala gente.

-Tú eres “El Puertas”. No tengo pleito contigo. Pero ese, ese tiene que pagar. Ha roto la ley gitana, ha humillado el linaje, y ha denunciado a mi hijo.

-Yo le pido que me escuche, patriarca. Usted es Don José Kovacs, un hombre de honor y al que hay que respetar. Es un hombre justo y cabal, déjeme que pueda contarle lo que le pasó a mi amigo Mateo.

-Habla, pues- concedió mi papa.

-Don José-inició su exposición el abogado- usted debe saber que el prometido de su hija le ha sido infiel. Ha enseñado siempre a toda su familia que lo más preciado que tenemos es nuestro honor, nuestro orgullo. Es la única riqueza que tiene aquél que no precisa de nada. Vivimos y morimos por nuestra palabra. He hecho averiguaciones, Don José, sé de buena tinta que Ioan Stanescu se ha acostado con tres mujeres desde las navidades. Y tengo las pruebas en esta carpeta- dijo entregándole un sobre en la mano.

Al día siguiente de pegar a su hija Saray, Ioan se acostó con una. Y yo le pregunto, ¿es eso respeto? Usted y yo nos medimos por unos valores que ya no están en uso. La vida nos rechaza conforme crecemos, ya apenas pertenecemos a este mundo ¿verdad?

Yo vuelvo a preguntarle a usted, patriarca, ¿es justo? De toda la gente que estuvo en “El Juli” aquel día, el único que defendió el apellido Kovacs fue Mateo. Ahora está ciego y no puede defenderse ¿es justo eso?

Mi papa sacó las fotos que contenía el sobre y las miró. Después se las dio a mi mama y, tras verlas, escupió al suelo.

-No- dijo mi padre- no es justo. Pero queda la denuncia. Eso no puede ser.

-Y no será, patriarca, yo me encargaré de eso. Tiene usted mi palabra pero necesito algo a cambio.

-Mucho pides tú, “Puertas”

-Pido justicia, Don José, pido ley. Mateo no acudirá al juzgado cuando le citen para ratificar la denuncia y, por tanto, se archivará. Pero él, está ciego y necesito saber que no le va a pasar nada.

-Ningún Kovacs irá contra él si cumple la palabra que has dado.

-No es suficiente, patriarca. Ningún Kovacs le hará daño pero ¿y los Stanescu?

-No puedo comprometer la palabra de otro linaje. No llego a tanto.

-Mateo está ciego por defender a su hija. Arriesgó su vida por ayudar a Saray cuando nadie de su familia quiso ayudarla. ¿Qué es entonces, Mateo? ¿su verdadera familia? Los Stanescu querrán dañarle o, incluso, matarle.

-¿Y qué propones entonces?

-Los Stanescu no irán nunca contra los Kovacs. Yo le pido a usted, patriarca, que Saray cuide a Mateo durante un tiempo como pago de la deuda, como ayuda a quien la socorrió, solo si ella quiere.

-Lo que propones- balbuceó mi padre totalmente sorprendido-  eso… eso es …

-… lo justo, José- dijo mi madre- El payo tiene razón. Ese hombre fue el único que protegió a nuestra hija. Los Kovacs tienen una deuda de honor con él.

-¿Cuánto tiempo sería?- preguntó mi padre.

-El que usted considere que es suficiente para protegerle de cualquier mal que le pueda venir por este desgraciado incidente.

-Un año- sentenció mi mama. Saray estará un año con el payo. Será sus ojos, le cuidará, le lavará y cocinará para él, será su sombra y su escudo como él lo fue suyo. Pasado ese año Saray será libre. Pero durante ese año, tú y tu amigo protegeréis a Saray. La cuidaréis y seréis responsables de su bienestar. Si algo le pasa a la niña, os lo devolveremos centuplicado.

-Tenéis mi palabra y la de Mateo- dijo Puertas

El abogado y mi padre se escupieron la palma de la mano derecha y se las estrecharon para certificar el acuerdo. Después Puertas y Mateo se fueron.

Pensé en lo que me dijeron ese 24 de diciembre, un regalo. Pues vaya un regalo, undebel. Luego oí a mi padre decirle a mi madre.

-Un año, ja, eso es mucho tiempo. Le has puesto un castigo muy duro a la niña.

-Saray tiene que pagar por desobedecer, José, y le vendrá muy bien. Además, no sé si ese hombre durará tanto tiempo. Yo diría que en menos de dos años ese hombre morirá. Lo sé, he visto cómo la sombra de la muerte se cierne sobre él.

Giré la vista y vi a aquellas dos personas alejarse del poblado, cruzando el camino de barro en dirección a su coche. Mi mama tenía razón, Puertas tenía sobre él una gran sombra alada.

Mateo

Cuando llegamos al dichoso campamento gitano lo que más me alteró fue el olor, fuerte que se iba disipando a medida que nos acercábamos donde vivían, posteriormente vendría el interminable  sonido del ladrido de los perros y luego un persistentemente pensamiento. ¿Cómo puede vivir esta gente así?

Podía ver en un 40% por aquél entonces, no distinguía bien las figuras si mediaban más de 5 o 6 metros pero me defendía en  las distancias cortas y podía evitar tropezar con los obstáculos si no caminaba muy deprisa. Puertas me pidió  que me hiciera pasar por ciego y, evidentemente, accedí a ello.

La realidad suele ser perseverante cuando se trata de enseñarte lo que hay. Jamás pensé que podría sentirme nunca en esa situación de desamparo. Mi vida perfecta, de asesor financiero de éxito, de triunfador en la vida se había esfumado con el divorcio. Fui cayendo en una vorágine de desesperación que me había dejado sin ilusión, sin amor, sin vista y, si me descuidaba un poco más, sin vida.

Había equivocado mi estrategia. Jamás entendí el mundo que me rodeaba. Mis amigos no eran tales, mi mujer me había abandonado y empezaba a sospechar que, quizás, todo fuera culpa mía por no protestar, por ser siempre tan solícito.

Cuando me vi solo, me aferré a una tabla que no podría proporcionarme nunca una estabilidad. Lara jamás podría haber sido el complemento que fue Adela y, en mi ofuscación, en lugar de rectificar, persistí en mi error. Un último acto de estupidez, la última carga de un jinete estúpido que, en lugar, de dirigirse hacia el enemigo, cabalgaba en dirección equivocada hacia un abismo. Ni Maquiavelo, ni Sun-Tzu ni, ya puestos, Don Quijote o Tartarín de Tarascón, si tuviera que elegir al personaje literario que me definió durante esta etapa sería el Soldado Schwejk.

No estaba adaptado para esas situaciones, estaba claro. No iba a salir bien librado de mi problema. Necesitaba a alguien que sí sobreviviera en esos ambientes malsanos, alguien curtido en batallas a navaja y puño americano, alguien con cicatrices que supiera asumir las hostias de la vida y que se riera de ellas. Un perdedor, en suma. Puertas lo era. Una persona que no tenía nada y lo daba todo. Se metía en berenjenales que ni le iban ni le venían solo por echar una mano. Por, como él decía, “poder dormir bien esta noche”, por cumplir.

Sabía que se iba a meter en un lío, sabía que la iba a liar y la liaba. Te decía que era un “genio” y tú le mirabas escépticamente, la situación se embarraba, el problema se hacía más grande y, sorprendentemente, el problema desaparecía. La había liado, sí, pero salvaba la situación y luego te miraba con esa cara de flipado, sonreía encogiendo los hombros y te decía casi con sorna: ¿Qué miras, tronko? Ya te dije que soy un genio.

Cuando salimos del poblado chabolista le pregunté como un niño interroga a su hermano mayor.

-¿Qué ha pasado?

-Pues que estamos vivos, Mateo, eso es lo que ha pasado.

-Pero ¿has quedado en que tengo que estar con la gitanilla esa un año? ¿Tú estás tonto? ¿A eso le llamas arreglar un problema.

-A eso lo llamo sobrevivir. Mira Mateo, estabas condenado, si no te mataban los Kovacs te matarían los Stanescu. Esa gente no perdona, no deja cabos sueltos. Era morir tú o iniciarse una guerra de familias y eso no iba a pasar.

Ahora, tienes un año a la prometida. Las infidelidades  de Ioan supondrán un deshonor para los Stanescu y permitirán la ruptura  de la boda. Te portas bien con la niña. Mucho ojo con eso, Mateo. Donde tengas la olla no metas la polla. Trátala bien, con respeto. No permitas que te vea desnudo, ni que te lave el cuerpo, que no te toque.

Palabras amables siempre, Mateo. Si quiere irse a su casa déjala que se vaya. Si no quiere cumplir el año, que no lo cumpla. Es irrelevante, Mateo. Si se va antes habrá incumplido y su familia estará en deuda contigo.

-Pero si tú has llegado a un acuerdo.

-Los acuerdos con los payos se los pasan los gitanos por el forro de los cojones. A ver si te explico, ellos quieren que la niña esté contigo un año para romper el compromiso. Les ha venido de lujo que hayamos aparecido y a nosotros nos viene bien porque así no atentan contra ti.

-Has dicho los Kovacs pero ¿y los Stanescu?

-De eso se trataba. Al cumplir con tu promesa y respetar a Saray durante ese año, la habrás protegido y dado cobijo. Todo en un pack. No se atreverán los Stanescu a tocarte. Ya no.

-¿Por qué? ¿Qué les va a impedir atacarme?

-Lo mismo que nos ha obligado a pactar, una guerra de familias.

-Pero si yo no soy de su familia.

-Oh, yo diría que sí, lo eres. Ja, ja, ja,- empezó a reir- ja, ja, ja- de una manera loca, sincera, entregada- ja, ja, ja, Mateo Kovacs, ja, ja, ja, hijoputa, ahora eres un calé- empezó a llorar de risa y me contagió-

-Ja, ja, ja, ja,¿me compro un sombrero?- seguí riéndome a lágrima viva-

-Ja, ja, ja, al final resulta que te he dado en adopción, ja, ja, ja

-Ahhh, cabrón, ja, ja, ja, me muero.

Más calmados, volví a preguntar

-Joder, Alberto ¿y todo eso los has planeado tú?

-¿Y a ti quién te ha dicho que yo tenía un plan? Ha sido pura improvisación. Mi plan era arrodillarme y llorar hasta que nos perdonaran. Ja, ja, ja

-Qué cabronazo estás hecho.

-Ha salido bien-dijo Puertas

-Ya, pero ha sido arriesgado. ¿Qué habrías hecho si hubiera salido mal?

Me miró a la cara. Su gesto se endureció y sus ojos azules tornaron casi grises y muy serio dijo

-Ha salido bien. Ufff. Estas movidas me dan sed ¿nos vamos a tomar un tercios al “Hebe”?

  • Donde quieras, Alberto. Yo pago, y muy gustosamente además. ¿Ha merecido la pena?

-Bueno, Mateo, ahora me llamas Alberto y no Puertas. Yo diría que sí, ha merecido la pena. ¿Nos vamos a privarla o te me vas a declarar?

Me pasó el brazo por el hombro y nos dirigimos camino al “Hebe”

-Por cierto, -añadió- se te da de lujo hacer de ciego, Matt Murdock.

-¿Daredevil? No paras de vacilarme ¿verdad?

-Hay que reírse de la vida, Matt. Es eso o ponernos a llorar.

-Eso lo puedo entender Alberto. No me puedo quejar, al menos no tendré que aguantar rumbas.

-¿No te  gustan, las rumbas?

-Por dios, no. En absoluto

-Pues te vas a hartar.

CAPÍTULO XXI

UNA LUZ EN LA OSCURIDAD

Achili pu

Apu apu

Achili pu

Apu pu

Con esos ojos que tienes

Yo nunca te olvidaría

Con esos ojos que tienes

Yo nunca te olvidaría

Porque tienes ojos lindos

Igual que la madre mía

Porque tienes ojos lindos mami

Igual que la madre mía

Me gusta el Jazz de los años 40, me gusta el blues, tan intemporal, tan triste. Me gusta toda expresión musical que intente llegar al alma de forma suave, delicada, haciéndome sentir. Me considero un alma gentil, sin mal fondo.

¿Os podéis imaginar lo que supone levantarse cada mañana con este estruendo?

A pleno volumen a las ocho de la mañana, con las ventanas abiertas, en pleno invierno, en Madrid. Recordando aquello de que en Madrid hay 11 meses de invierno y uno de infierno, dando gracias a la divina providencia porque mi piso está insonorizado a menos de 30 dB por el “qué dirán”.

Esa fue la carta de presentación de Saray Kovacs. Ni siquiera me molesté en preguntar cómo coño había conseguido entrar en mi casa. “Cosas de gitanos, payo” me dijo la condenada muchacha.

-A ver, ¿qué tengo que hacer aquí? Vas dado si piensas que te voy a limpiar.

“Buen comienzo”, pensé, e inmediatamente maldije a la cadena de acontecimientos que propició que ese malnacido de Alberto se metiera en mi vida. “Jodido arreglaparroquias, cabronazo de los cojones”. En ese momento entendí por qué se descojonó cuando le dije que odiaba las rumbas.

Hasta ese día había evitado como a la peste cualquier sonido que se acercara a la rumba. Música de “lolailos”, no iba conmigo. Desde ese día comprendí que mis intentos de esquivar la música flamenca habían acabado. Nombres como Dolores Vargas “La terremoto”, “El príncipe Gitano” (aguanta los carros Mateo), “El Cabrero”, “Los Chichos”, “Los Chunguitos”, “Las Grecas”, “Manzanita”, “La Húngara”, “Pata Negra”, “Kiko Veneno” y “Estopa” iban a formar parte de mi vida durante toooooodo un largo año.

-No te preocupes, Saray, no vas a limpiar.

-Ni a cocinar. Una Kovacs no cocina para un payo que no sea su hombre.

<<“Me las vas a pagar Alberto. Te juro por todo lo que se menea que me las vas a pagar”>>

-Pues claro que no, Saray. Tú tranquila, sin problemas.

-¿Entonces qué hago aquí? ¿No querrás que follemos? Porque si piensas que voy a follar contigo, viejo asqueroso, te advierto que tengo una navaja para cortarte la polla y metértela por el culo.

“Jooooooder, y eso que me quedé ciego por defenderla. Esta es peor que Lara” Estaba claro que se imponía dejar las cosas claras. Alcé la voz.

-¡Basta, Saray! No vas a limpiar, no vas a cocinar y, desde luego, no vamos a follar. Ni se me ocurriría proponerle algo así a una princesa de los Kovacs.

Había que utilizar un poquito de mano izquierda, tal y como me enseñó Alberto. Un poquito de halago, mano de hierro en guante de seda, sobarle el lomo, en definitiva.

-¿Entonces qué hago aquí?

-No sé, Saray Kovacs, la verdad es que no lo sé. Todo esto es muy nuevo para mí, no sé cómo tratar a alguien que pertenece a la realeza gitana (ahí se impuso mi astucia, vaya que sí), simplemente siéntete como en tu casa (ahí la cagué. Consejo: nunca le digáis a un gitano que se sienta como en su casa. Se lo cree, y tu vida se convierte en un infierno de ruido, voces, consumo telefónico y música “lolailo”).

-¿Por qué no te duchas?- sugerí.

-¿Me estás llamando guarra?-preguntó furiosa la muchacha- undebel, que te maro (luego descubriría que “maro” significa “mato” pero eso es otra historia).

Estaba claro que tendría que hacer un ejercicio de paciencia.

-No, Saray. Solo quiero que conozcas la casa, que te familiarices con ella. En el cuarto de baño hay un jacuzzi. ¿Por qué no te metes en él? Si quieres te lo preparo.

-Vale.

“La madre que la parió” eso es lo que pensé. Venía para ayudarme y allí estaba yo, con un 30% de visión y acondicionando un baño para una cría malcriada y con aires de grandeza.

“Y tú lo que quieres es que me coma el tigre

Que me coma el tigre

Mi carne morena”

Sonaba Lola Flores y casi me entraron ganas de llorar. Sabía que, de seguir así, en menos de una semana procedería a hacerme el harakiri. Entonces, cuando menos me lo esperé, escuché a Saray decirme,

-Perdóname, payo, sé que tengo mucho genio, es que estoy muy asustada y  sé que te has quedado ciego por mi culpa.

-No te preocupes, en serio. Tú limítate a meterte en el baño y relajarte.

-¿Seguro que estás ciego?

-No veo nada, Saray.

-Vale, pero date la vuelta.

Obedecí, todo fuera porque se quitara aquel olor a poblado, a perros, a contaminación, a chabola.

Al cabo de dos horas (manda huevos, dos horas en el jacuzzi) salió del baño siendo otra persona. Su olor era diferente, la mezcla de sales de baño y perfumes había hecho su efecto.

-Toma, Saray – le dije acercándole un Kimono- espero que te guste.

-Un kimono, qué bonito (el hecho de que supiera diferenciar un kimono de una bata  me sorprendía).

-Es para ti.

-¿Para mí?

-Sí, para ti

  • ¿Sin más?

-Sin más, solo por ser tú.

-Muchas gracias, payo.

-No hay por qué darlas, Saray. Soy yo el que te tiene que dar las gracias.

-Vale. ¿Qué quieres comer hoy?

-¿Perdón?

-Hoy toca berza gitana. Te voy a hacer un potaje que te vas a chupar los dedos.

-No hace falta, Saray, de verdad.

-He dicho que hoy comemos berza y hoy comemos berza. ¿Vale?

-Vale, vale- qué remedio, no iba a ponerme farruco con esa muchacha.

-Ah, te aviso, esto no significa nada.

-¿Perdona?

-Que como arrimes tu polla te la corto y te la meto por el culo, ea.

Y así se inició mi relación con Saray Kovacs.