Uno de tantos relatos sobre la redención

“Un viaje de mil millas comienza con un primer paso”. Lao Tse

PRIMERA PARTE

ADELA Y MATEO

CAPITULO I

INTRODUCCIÓN

16 de julio de 2021

Adela.-

Mi historia empezó hace tan solo cinco años y me propongo contarla a mi manera, poco a poco y tranquilamente, tal y como la recuerdo. Os anuncio que en la actualidad ejerzo como puta, una puta bien pagada, ojo, muy bien pagada. Y así pretendo seguir, quiero seguir siendo una puta, puesto que siendo su puta, encontré por fin mi finalidad vital y mi misión.

Ahora mismo, en este mismo momento, mientras me ducho evocando mis recuerdos, siento cómo el poderoso chorro de agua templada avanza sobre mi piel y se desliza, mientras intento mantener en la profundidad del sexo y mi vagina, su semen tan cuantioso.

Acabo de hacer el amor con él, mi cliente, con el mejor cliente. Nadie me folla como él, nadie me ha follado como él, nadie lo hará como él. Cuando despierto a su vera, mi vida es otra cosa. Si le veo dormir, sonrío. Y acerco con deleite mi nariz hacia  su boca. Y luego puedo oler todavía los restos de mi flujo entre sus labios, para descender después hasta su ombligo y apreciar también mi esencia impresa entre los pliegues de su cuerpo. Una delicia, un placer…

Mi esencia, sí, esa que fue entregada a tantos cuerpos, desde mi ex marido hasta el último de mis amantes. Sonrío satisfecha mientras mi ducha finaliza. Me siento limpia, aunque  los rastros del semen que he intentado contener han acabado resbalando entre mis muslos. Son ya 51 años, pienso, de modo que…

Me llamo Adela, soy puta, y esta es mi historia.

UNA BREVE HISTORIA DE AMOR

Dos estudiantes acuden todos los días  en tren a la Universidad, yo a la Facultad de Medicina, él a la de Economía, coinciden en la cafetería, desayunan juntos, a veces quedan a comer, y así, un día tras otro, un día tras otro, todos los días, durante cuatro años.

Dos estudiantes acuden todos los días  en tren a la Universidad, yo a la Facultad de Medicina, él a la de Economía, coinciden en la cafetería, desayunan juntos, a veces quedan a comer, y así, un día tras otro, un día tras otro, todos los días, durante cuatro años.

Me enamoré perdidamente de él. No era muy guapo, no era muy alto, no era muy fuerte y tampoco muy brillante, pero se esforzaba siempre, sonreía siempre. Era sorprendente. Se esmeraba tanto en sacar adelante sus estudios que hizo nacer en mí un respeto y un cariño, una admiración, que algo quedó para siempre grabado en mi cerebro y en mi alma, en mi corazón. Tenía un don especial, una energía.

Estudiaba mucho y con tesón para sacar las asignaturas a duras penas, con unas notas mediocres para un esfuerzo inmenso.

Pero lo mejor era su eterno optimismo, su simpatía franca, su manera luminosa de vivir, siempre dispuesto a ayudar, siempre dispuesto a interceder. A pesar de lo que le costaba conseguir las cosas siempre veía el lado positivo. Era una persona agradecida y sufrida, estable, positiva.

En cambio, yo… yo era muy diferente.

No me costaba nada sacar buenas notas. La medicina era la carrera que yo precisaba. Apenas estudiaba para sacar las mejores calificaciones. Yo estaba hecha para estudiar medicina, era meticulosa, atenta, absorbía los conocimientos como si fuera una esponja.

Me fue muy bien, la verdad. Conseguí terminar la carrera y el Mir en cinco años. Todo un record. El nombre de Adela Fuentes Hernán sonaba fuerte, no ya como promesa sino como un rabioso presente en el campo de la neuro-oftalmología.

Me casé con Mateo. Porque sí, porque era mi hombre, la persona adecuada, el que me arrancaba sonrisas. El matrimonio no supuso para mí ningún contratiempo, el nacimiento de los mellizos, Leonor y Alonso, tampoco.

Encontré trabajo  en un Hospital en Londres. Mateo se quedaba cuidando a los niños en Madrid mientras yo vivía en un apartamento en la capital del Reino Unido. ¿Os he dicho ya que vengo de familia adinerada? Pues eso.

Mateo nunca quiso vivir cerca de mis padres, prefería vivir en el centro de Madrid.

“Madrid no te lo comes”, me solía decir.

¿Qué iba a decir yo? Nada, si mi chico quiere vivir en Madrid, viviremos en la capital, y así, año tras año, y habiéndome casado a los 23, disfrutamos 22 años de felicidad.

Nuestros encuentros, si bien espaciados en el tiempo, eran apasionados. Estábamos en perfecta sintonía emocional. Mateo nunca puso ningún obstáculo a mi desarrollo profesional.

Nunca fui consciente de la excepcionalidad de mi permanencia en Londres, con mi marido cuidando de la familia, cargando con todo, ni de su sacrificio insólitamente silencioso. Aunque a veces me sentía como si fuera una niña rica,  acostumbrada a decidir y a obtener. Esa, junto con sus silencios, fue la fibra de mi destino.

Me apoyó sin fisuras en mi decisión, demostrándome todo el amor que sentía por mí. Se introdujo de tal manera en mi ser que llegó un momento en el que no quise alargar más tiempo mi estancia. Necesitaba estar al lado de mi esposo.

Dejé el Hospital de Londres a los cinco años para volver a la capital y, así, vivir de nuevo con mi marido cinco años más en Madrid.  Los cinco años  más dichosos de mi vida. Recuerdo como a veces estaba en casa y veía el atardecer morir por la ventana, mientras el sol caía dibujando a contraluz la silueta de Mateo, enfrascado en los estudios contables de varias empresas.

Revisando mis recuerdos quizás deba reconocer que jamás debí aceptar la oferta que me llegó de aquél Centro de Investigación y desarrollo en Barcelona pero me pudo mi pasión por la investigación y la confianza ciega en las aptitudes de Mateo para llevar a buen puerto  la educación de Lorena y Alonso. Fue mi segundo abuso de pareja y el último.

En efecto, aquella institución me ofreció poder dedicarme a la investigación  de una técnica que debería poder reparar la conexión del nervio óptico así como la prevención de la esclerosis múltiple. La neuroftalmología se ocupa de las enfermedades y del estudio de las funciones neurológicas estructurales relacionadas con el sistema visual: en pocas palabras, analiza la movilidad ocular, la de los nervios craneales y la de las estructuras que coordinan los movimientos oculares, regularizando la integración con otros sistemas sensoriales.

Una de las enfermedades que pueden afectar a la función adecuada de las vías ópticas es la esclerosis múltiple así como los ictus en su modalidad de enfermedad vascular cerebral.

Con la debida dedicación se podría desarrollar un sistema de diagnóstico previo de la esclerosis múltiple. Conocer bien los síntomas de esa enfermedad definitivamente ayuda a gestionarlos con la ayuda de tratamientos farmacológicos y rehabilitadores.

De eso se trataría el estudio, conocer  los síntomas más frecuentes de la Esclerosis Múltiple (visibles e invisibles). Localizarlos y aplicar bien una técnica operatoria, bien algún sistema de tratamiento para poder intervenir las primeras manifestacionesy algunas menosusuales. No salvaría al mundo, claro, pero podría ayudar muchísimo.

Siendo la neuro-oftalmologia una disciplina clínico-científica que vinculaba la oftalmología con la neurología, la neurocirugía, la endocrinología y la inmunología, el estudio se desarrollaría bajo la guía, supervisión y participación directa de Josep María Zimmerman i Roquet.

Zimmerman i Roquet. “Casi nada”, pensé. El más prestigioso neurólogo de la Unión Europea y uno de los mejores del mundo. El “por supuesto que acepto” fue casi inmediato. Me fui a Barcelona a los 34 años, y durante doce, estuvimos Josep María y yo dedicados frenéticamente al estudio. Aprendí a admirar la dedicación, casi enfermiza, que tenía por su trabajo. No admitía interrupciones. Las jornadas podían ser de 20 horas diarias. Yo me refugiaba cada noche en el apartamento alquilado en el Carrer Petritxol para incorporarme a la mañana siguiente y podía observar que Josep María no había cambiado de ropa.

Su pasión era obsesiva. Avanzamos mucho en el campo elegido para nuestro estudio durante esos años gracias a sus esfuerzos y a mis sacrificios. Tenía que estar a su altura y empecé a no ir algunos fines de semana a casa para incrementar  los períodos de ausencia hasta alcanzar dos meses.

“Te van  a llamar la fugitiva”, me decía Mateo.

-Lo siento, amor mío, pero estamos a punto de lograr algo grande, no sabes lo cerca que estamos de poder detectar y diferenciar algunos síntomas en las vías ópticas que pueden ayudar a localizar la esclerosis múltiple y prevenir el ictus y…..

-Para, para Adela que me arrollas, ja, ja, ja. Madre mía, pareces una ametralladora. No te preocupes, cielo, el trabajo es lo primero y ya sabes que me encargo de los niños pero no estaría de más que vinieras más a vernos, cariño. Los niños te echan de menos, yo te echo de menos.

-Sí, tienes toda la razón, vida mía aunque los “niños” ya tienen 21 años.

-Adela, no rayes, la edad no implica que no te echen de menos, cielo.

-Ay, amor, me vas a mandar a la mierda. Cualquier día me dejas por otra.

-Sí, seguro que sí, con mi belleza natural y mi cuerpo de atleta zampabollos seguro que se me rifan cuando voy por la Gran Vía, Ja, ja, ja. En fin cariño, debo dejarte tengo tres entradas para ver al Atleti, hoy toca sábado de fútbol.

-Qué envidia me dais. Mira, te prometo una cosa: el sábado que viene me tienes ahí.

-Promesas, promesas.

Efectivamente, promesas incumplidas, claro. Desde entonces, nuestra vida de pareja fue como cuando residí en Londres, es decir, una relación de mera visita y polvo de fin de semana. La consecuencia más inmediata fue que me perdí la adolescencia de mis hijos, simplemente la ignoré, la aparte  de mí. Y lo silencios de Mateo, como siempre, me parecían un aval, una especie de “derecho adquirido” que me había ganado no sé muy bien cómo, ahora que lo pienso. Simplemente solo veía que mi carrera y mi valía merecían ese sacrificio en el altar de una absurda necesidad de meritocracia.

Fui así de inconsciente.

Esos fines de semana que me quedaba no eran solo de trabajo y estudio, había también momentos de diversión, de chocolate caliente en las famosas granjas del Carrer Petritxol, visitas a galerías de arte, e inmersión en la vida cosmopolita de Barcelona.

Nos encantaba a Josep María y a mí, deambular juntos por el Paseo Marítimo y por la zona del Port Vell. Nada íntimo, no os equivoquéis, simplemente intercambio de opiniones y discusión de las nuevas variables a tener en cuenta. Pero, confieso que esos momentos se me quedaban grabados. En todo caso, era momentos muy excepcionales. Josep María estaba casado con Aína y tenía un hijo, Xavier, de 12 años. Siempre me hizo saber lo mucho que quería a su familia. Llevaba quince años casado con Aína que, sumados a los 25 años que tenían cuando se casaron sumaban los 40 años que tenía mi director del proyecto. Más joven que yo, solía ser un poco más temerario, más impaciente y, en ocasiones, chocábamos.

Algo se rompió entonces en mi ya precaria vida de pareja. Apenas podía recordar a Mateo. Ya no significaba ningún presente para mí. Leonor y Alonso venían a verme los fines de semana a Barcelona. Y eso era todo. O sea, nada.

Al parecer, y según me decían mis hijos, a Mateo profesionalmente le iba bien. Me lo contaban porque yo ya no me interesaba ni por sus cosas ni por su persona. Era como si fuera un antiguo amigo, alguien que siempre transigió, sonriendo. Era alguien que ya no me aportaba nada y claro, cuando no sumas, restas.

De ser “es” pasó a ser “fue”.

Fue mi marido, fue mi compañero, fue mi soporte pero sentí que ya cumplimos, que ya tuvimos los hijos, que ya habían crecido, que ya pasó …

-Siempre está liado, mamá- decía Leonor

-Es verdad –añadía Alonso- siempre está con el ordenador y con la calculadora, ja, ja, y con los cursos “on line”.

-Deberías visitarle más, mamá –me reprochaba mi hija

-Eso es verdad, te echa mucho de menos y se le nota más triste

-Bueno, Alonso- se reía mi hija- eso es difícil saberlo porque papá siempre está con sus bromas y chanzas.

La eterna sonrisa de mi marido. Sentí cierta nostalgia de su presencia y, al darme cuenta que la tristeza que sentía era muy leve, verifiqué lo que rondaba en mi corazón; había dejado de amar a Mateo.

No quise precipitarme, estas cosas hay que sopesarlas muy bien, hay que ser cautelosa, vaya a ser que nos estemos equivocando y luego la liemos.

Decidí esperar, darnos un tiempo.

En todo proyecto de investigación hay altos y bajos. Hay momentos de lucidez, de estancamiento  y momentos de depresión. Desarrollé la capacidad de notar los estados de frustración en Josep María. Él no era, ni mucho menos, como Mateo. Pero, claro, nadie era como Mateo para luchar. Si mi esposo caía se volvía a levantar, si algo se le resistía, reanudaba con nuevas fuerzas la lucha y, como mucho, te guiñaba un ojo mientras dibujaba una sonrisa en su cara.

A medida que el trabajo se estancaba tenía que dedicarle a mi superior más tiempo para subir su ánimo, para darle aliento, para apoyarle, en definitiva. Y comenzó a dar resultado. Josep María se acercaba más a mí y yo me dejaba.    Y, así, un día Josep María se acercó más de lo debido y, sorpresivamente, mientras repasábamos los resultados de unas pruebas, me besó. Y yo le dejé hacer. Consentí que me aprisionara los labios, dejé que me introdujera la lengua, y jugué con su boca y con su cara. Le devolví el beso mirándole a los ojos, unos preciosos ojos verdes.

Acto seguido me aparté,

-No, Josep, esto no está bien

-Adela, yo, t´ estimo. Voy a pedir el divorcio a Aína.

Le miré a los ojos y le dije claramente

-¿Estás seguro, Pep? Mira que es tu familia, son Aína y Xavi

-N´estic segur, Adela

-No, Josep, yo no puedo hacerle eso a Mateo. No así, no de esa manera.

Supongo que permití ese acercamiento porque ya tenía muy claro que Mateo y yo ya no éramos nada. Y, sí, fue culpa mía y no  lo merecía, pero, en todo caso, siempre fui muy honesta con él.

9 de Septiembre de 2016

Cualquiera diría que fue un día normal y corriente, sin nada que contar. Ya sabéis, final de verano, algo morenita y con las marcas del bikini en el cuerpo. En el mío por supuesto, porque mi marido siempre llevaba esas estúpidas camisetas de grupos musicales a la playa.

“No me gusta la playa, no me gusta el sol” decía mientras me sacaba la lengua.

“Bobo” replicaba yo.

Mateo, emulando a Mahoma, vino a Barcelona dado que yo no iba a Madrid. Fue el clavo que faltaba en el ataúd.

Solo fueron diez días pero, lo juro, acabé harta de él.  Me interrumpía el trabajo, me disgustaba su presencia, rehuía su contacto, me descolocaba, simplemente me descolocaba.

Pensé en el concepto de “Armonía”.

Esa es la palabra clave en la relación de una pareja. La perfecta sincronización de intenciones, de voluntad, de objetivos. “Armonía”…

De alguna manera, el devenir de los años y la distancia había erosionado ese concepto hasta convertirlo en algo inexistente. No había armonía, nos habíamos convertido en los perfectos compañeros de piso. Podíamos preparar el desayuno en la cocina sin tropezar entre nosotros. Uno diría que la conjunción perfecta pero la verdad es que la rutina había entrado en nuestras vidas.

Nuestros hijos habían acabado ambos sus respectivas carreras, Leonor era una Ingeniera de Telecomunicaciones e Informática que ya tenía varias ofertas sobre la mesa. Ser el número uno de su promoción y haber terminado la carrera un año antes de lo previsto conllevaba prestigio.  Le llegaron proposiciones de trabajo del mismísimo Sillicon Valley, al norte de California.

Por su parte,  Alonso se graduó “Cum Laude” en Economía, Finanzas y Contabilidad. Sus ofertas de trabajo le llegaron de Suiza y Gran Bretaña.

“Todo está encarrilado”- reflexioné- “no demoremos más las decisiones”

No os podéis hacer una idea  lo mucho que me dolió aquél 9 de septiembre de 2016, pero había que hacerlo.

Serían las 8:00 de la mañana cuando Mateo se acercó a mí, estaba profundamente dormida cuando sentí que una mano se posaba en mi sexo y empezó a deslizarse suavemente, arriba y abajo.

-¿Qué coño es esto?- me desperté sorprendida-¿Qué se supone que estás haciendo, Mateo?”

-¿Tú que crees <>?- me respondió con una sonrisa en la boca.

Fue entonces cuando estallé.

-Vamos a dejar las cosas claras Mateo- dije elevando un tono mi voz- No te quiero, de verdad, no te quiero. Apenas puedo soportarte, he intentado por todos los medios sentir algo por ti estos días, te lo juro, pero no hay manera. Necesito espacio, necesito nuevas sensaciones, necesito tiempo para mi investigación, necesito que te vayas, que te largues, que te olvides de mí.

-Pero, Adela, cielo ¿qué estás diciendo?

-¿Es que no me oyes, coño? ¿Qué parte de “olvídate de mí” es la que no entiendes? Joder, Mateo no me lo pongas más difícil, vete ya. Déjame en paz

-Entonces, ¿quieres el divorcio?- me dijo muy serio mirándome a los ojos tan fijamente que pude ver cómo sus párpados se movían, como si estuviera a punto de llorar.

-Sí, Mateo, quiero el divorcio. No quiero seguir contigo más tiempo. Quiero una vida mejor para mí. Lejos de ti. Te respeto muchísimo  y te agradezco el trabajo que has hecho con los niños. Eres un padre ejemplar y has sido un marido espectacular pero ya no te quiero. Lo entiendes ¿verdad? Ya no te quiero. Y no estoy dispuesta a seguir casada contigo sin quererte. No quiero serte infiel. De verdad que no, no podría mirarme al espejo si te fuera infiel. Pero ya no te quiero. Sí, joder, quiero el divorcio y lo quiero ya. Te quiero fuera de mi vida, Mateo.

-Está bien. Si es lo que quieres

-Sí, es lo que quiero.

-Cogeré mis cosas y me voy a Madrid, no tiene sentido posponerlo más.

-Eso, eso, vete. No hace falta que te vayas hoy. Vete mañana o pasado mañana, no me importa, ahora voy al trabajo y a lo mejor no vuelvo hasta dentro de tres días.

-No te preocupes, me iré enseguida.

-Ya te he dicho que no hace falta que te vayas hoy mismo, Mateo, no hagas un drama de esto. Mira, me voy a duchar, luego bajamos y nos tomamos un chocolate caliente por los viejos tiempos ¿vale?

No respondió. Se dio la vuelta y comenzó a vestirse mientras  yo entraba en el cuarto de baño para darme una ducha rápida. El efecto del agua caliente me relajó un poco los nervios e hizo que me diera cuenta de que mi reacción había sido excesiva. Necesaria, sí, porque ya no amaba a mi esposo pero, aun así, fue excesiva y me maldije por no haber sabido controlar mi temperamento. Decidí que hablaría más sosegadamente con él. No se merecía ese trato.

Aceleré la ducha, apenas tardé diez minutos pero cuando salí del baño Mateo ya no estaba.

“Mierda”,  me dije, “Se ha ido”. Y me dolió lo mal que me había comportado con él, el repugnante trato que le hice soportar, y me arrepentí.

Dos semanas después nos divorciamos en una Notaría de Madrid. Apenas pude verle 10 minutos. Estaba ojeroso, más delgado pero mantenía una sonrisa en la cara, una sonrisa de aceptación, de tristeza.

Mi marido se llamaba Mateo Gómez Aranda, el mejor compañero que una mujer pueda encontrar, el mejor padre que unos hijos puedan tener. Y no le sirvió de nada.

CAPÍTULO II

UNA NUEVA VIDA

15 de marzo de 2017

Una vez finalizado el engorroso asunto del divorcio pude meterme de lleno con la investigación. La desconexión hacia cualquier prejuicio que mi matrimonio pudiera provocarme resultó efectiva para el avance del proyecto.

La relación que manteníamos Pep y yo se fortaleció, se volvió más íntima y parecía que podría trascender a algo más. Tenía muy claro que jamás volvería a casarme con otro hombre pero tampoco le hacía ascos a las atenciones que Pep me prodigaba. Al quedarnos más tiempo trabajando estaba claro que la confianza iría en aumento.

Hasta que llegó el día del éxito. Habíamos alcanzado un avance definitivo y totalmente revolucionario. Creamos un suero, una fórmula química que podría localizar cualquier anomalía en el nervio óptico y, a través de esa sustancia podría prevenirse con un margen bastante más amplio de acierto que el que existía por aquel tiempo la existencia de esclerosis.

Conseguimos alcanzar la cima, el sueño de cualquier investigador científico y lo habíamos hecho juntos. La fórmula no solo detectaba sino que en casos de diagnóstico temprano de la esclerosis podía revitalizar los nervios ópticos y operar los ojos para poder recuperar la visión si la pérdida de la misma era reciente, por ejemplo uno o dos meses.

-¿Te das cuenta de lo que hemos logrado, Adela?

-Sí, Pep. Las aplicaciones pueden ser tremendas.

-Exacto. Imagina para casos de glaucoma crónico, podría solucionar el problema de los tratamientos lentos. Apenas un par de aplicaciones bastarían.

-Estamos haciendo historia. Habrá que publicarlo.

-Ya estoy en ello, amor meu. Ya me he puesto en contacto con las más destacadas revistas científicas, esto va a conllevar fama y dinero para las empresas que nos han contratado.

-Me da lo mismo la fama, cariño. Lo importante es el avance que supone. La fama es secundaria.

-Han sido casi trece años de doloroso esfuerzo, hemos perdido casi toda nuestra vida.

-No cariño, no digas eso, Pep. Yo no considero que haya perdido nada, simplemente he iniciado una nueva vida, a tu lado.

-Sí, cielo- dijo, mientras se acercó a mis labios y me besó.

Un beso breve, seguido de otro más prolongado, húmedo, caliente, mientras su mano derecha se posaba en mi cintura y la izquierda sujetaba mi mejilla. Otro beso,  y otro, otra más y yo correspondía, le mordía el labio inferior, le mordía el labio superior, buscaba su lengua, la encontraba. Todo un ritual que me sumía en un estado de ansiedad y ganas de más. Sintiendo como sobraba la ropa en mi cuerpo.

Pep introducía su mano por debajo de mi pantalón, desabotonando el botón superior y bajándome la cremallera. Con ese gesto tan simple, mis pantalones, holgados, cayeron con rapidez al suelo dejando a la vista mi tanga, negro, mojado, caliente.

Su mano ascendió por debajo de la camisa  en busca de mi seno mientras me deshacía de los pantalones, caídos a mis pies  y los alejaba de un simple empujón de mi pie derecho. Pep se detuvo y dio un paso hacia atrás, como si se detuviera para ver su obra y con una sonrisa maliciosa me dijo:

-Te voy a comer el coño, Adela.

Esa simple frase, emitida por la voz de ese hombre tan inteligente, tan sugerente, hizo que me excitara como nunca lo había conseguido con mi marido. Me senté sobre la mesa de su despacho, mis zuecos sanitarios en el suelo vestida únicamente por mi camisa roja, prácticamente abierta a falta de tres o cuatro botones (no recuerdo exactamente el detalle) y mi bata de laboratorio.

Me disponía a desprenderme de ambas prendas cuando el doctor Zimmerman i Roquet me indicó,

-No, por favor, déjate eso puesto.

Asió la silla de su mesa y se sentó sobre ella colocándose delante de mí, apoyé mis dos brazos detrás de mi espalda y expuse mi sexo a su cara, para facilitar la acometida que iba a efectuar el ilustre doctor, levantó mis piernas, colocando los talones en la mesa y abriendo los muslos, deslizó con los dedos de su mano izquierda el tanga que, a esas alturas, ya estaba totalmente húmedo.

Y comenzó a comerme el coño, lamiendo con su lengua mis labios exteriores, casi glotonamente, de una manera torpe pero efectiva. Su intención era limpiarme y mojar mi sexo más y más.

-Así me gustan los coños- dijo, -mojados, calientes, sabrosos. Continuó en su empeño de relamerse con los labios vaginales exteriores hasta que, apartando los mismos con su mano derecha encontró mi clítoris.

-Qué gordito, es- susurró y, aprisionando con su boca mi botón de encendido, comenzó a mamarlo hasta que me arrancó el primer orgasmo

-¿Qué me está usted haciendo d o o o cctorrrrrrrr?, síííí.

-¿Te gusta doctora?

-Calla y come- le respondí totalmente fuera de mí.

La mezcla de éxito, sexo y desenfreno era el afrodisíaco que necesitaba para poder alcanzar un nuevo orgasmo. Sexo sin responsabilidad, sin remordimientos. Trabajo bien hecho en lo profesional y en lo sentimental. Una dama, eso es lo que soy. Una dama que se corría en la boca de un eminente neurocirujano.

-Tomaaaaaaa, Pep, tomaaa, para tíiiiiii, todaaaaa

Los espasmos se sucedían mientras mi cuerpo generaba miel para él, descargas eléctricas que generaba líquido, mío, para él.

-Uffffff, Adela, uffff, dammmeeeeeeeeeee.

-Agssssssss

En ese momento, todo se descontroló, me sobraba ropa, y a él también, vaya si le sobraba.

Me quité la bata, la camisa y el sujetador y, abierta de piernas, comencé a acariciarme nuevamente, incitando a mi compañero ,

-Fóllame ya, Pep, quiero que te corras dentro de mí

A veces me sorprende las ideas que tienen los hombres de lo que nos gusta a las chicas. Como si nos volviéramos unas perras en celo a la vista de un pollón de 25 cm. Qué ridículos son.

Tanto esforzarse en tener cuerpos esculturales, tantas flexiones realizadas en tandas de 25 x 4, tanto alcohol consumido para demostrar lo mucho que aguantan bebiendo. El problema de los hombres es que piensan que nos pueden pensar como si fuéramos hombres.

Quizás por eso los  gays sean tan promiscuos. Reglas de hombres para hombres. ¿Cómo se puede competir con eso?

No, queridos amiguitos, lo que nos gusta a las mujeres es la atención, la presencia, la capacidad que tengan para sorprendernos, el sacrificio. Que sí, que lo del cuerpo con tableta con chocolate está muy bien, pero pon a un hombre normal y corriente con un buen traje, una buena predisposición y algo de sorprendente y ¡zas! Se produce el milagro.

Pep sabía de esas cosas, vaya si lo sabía, antes de que requiriera su follada ya se había desnudado y estaba en perfecta formación de combate para empotrarme. Empotrarme, sí ¿suena mal? ¿suena poco virginal? Madurad  chicos, somos personas al fin y al cabo,  y a todos nos llevan los mismos placeres, solo que nosotras no las ocultamos.

Tengo gustos baratos, nada de cosas opulentas. Un baile, un guiño, una caricia en la mejilla, un proyecto juntos, durante tantos años ¿de verdad alguien puede pensar que me importaría acosarme con un hombre, sí señor, todo un hombre que había estado conmigo tanto tiempo compartiendo un trabajo?

¡Qué putas somos! ¿Verdad?

Todo lo que no sea satisfacer a los hombres es un pecado y, sin embargo, cuesta tan poco tenernos contentas, apenas nada y lo damos todo. Estúpidos descerebrados.

Ni siquiera me pidió que se la chupara, todo un detalle si una lo piensa bien. Pep perdió cualquier reparo y, acercándose a mí, con la polla en la mano apuntó hacía mi chochito. No es que tuviera la menor intención de continuar con el juego, para nada, simplemente apunto su prepucio a mis labios y despacito, muy despacito (eso siempre lo supo hacer) empezó a penetrarme de forma gradual, permitiendo que mis flujos impregnaran el tronco de su sexo.

Un breve empujón al principio, lo justo para deslizar su capullo por mi rajita, recreándose en que se lubricara debidamente con mis líquidos. Retirarlo después para, posteriormente, volver a empujar hasta la mitad, recreándose en mi calor mientras me introducía dos dedos en la boca. Todo en absoluto silencio, con un respeto que quise entender máximo.

Silencio que permitía la concentración en el acto. En ese preciso momento yo era el punto principal en la vida de Josep María y nada más importaba, nada más, solo nuestros cuerpos, fundidos, emitiendo líquidos que se mezclaban, aleación perfecto de sexo y amor. Y así repetidamente en una sucesión de  ¿cuánto? 45, 75, 125, 300, movimientos pélvicos, ¿quizás solo 20? ¿qué más daba?

Dos cuerpos perfectamente conjuntados olvidaban años de trabajo en un único momento de placer.

-Pep, oh, pep, síii, pep, lléname

-Adela, ufff, toma, diosssss, toma, para ti, enterita, toda para ti

Sentir la corrida dentro de mí, inúndame, llenándome después de tantos meses sin hacer el amor, sin sentirme repleta de leche, qué agradable sensación. Y lo mejor de todo, cero responsabilidad, cien por cien placer bien obtenido. Destilación de amor perfecta al 100 por cien de pureza, libre de alcohol libre de pecado, libre… libre … libre… ¿verdad?... ya … claro…