Uno de nosotros es una virgen

Saber que en mi sangre de marica corría la semilla de los machos me excitaba... sí, me fascinaba andar con esa lechita dentro de mi cuerpo...

BREVE NOTA INTRODUCTORIA

¡Hola, niñas y niños! Les saluda Karla Lisbeth, una amiga de Guatemala. ¿Qué pensaron cuando vieron “INTRODUCTORIA”? ¡Picaronas! Bueno, para “entrar” en materia quiero decirles que ésta es una historia ‘real’, tal vez no tanto en el sentido de que haya sucedido o no, sino por “real” quiero decir que la escribí (o intenté al menos) con la estructura básica de un trabajo literario (principio, presentación y desarrollo de personajes, nudo, clímax (¡ay!) y desenlace, aunque no necesariamente en ese orden.

Lo que intento decirles es que me apena que muchos lectores favorezcan el tipo de relato que sólo se limita a la acción XXX. Por ejemplo: Un hombre (quién) encuentra a una chica TV (quién) sobre una cama (en dónde) y hacen ya saben qué (¡dichosota!). Luego de una jugosa descripción, el tipo se marcha, y la niña se queda satisfecha. The End. ?????

Lo ánico que hay en este tipo de historias es el cómo; no hay qué, por qué, cuándo, dónde… A propósito, ésta es una viñeta, no una historia. Una viñeta que se escribe en un par de horas a lo sumo. Por su parte, una historia de regular longitud (¡ohhh!), con una estructura básica, con gramática y ortografía aceptable, y revisada y pulida, se lleva su buen tiempo.

Ahora, no tengo nada en contra de este tipo de literatura; la disfruto casi como una historia bien estructurada. Lo que de algán modo me molesta, es que esas viñetas sean más valoradas y mejor apreciadas que muchas magníficas historias en este sitio (no las mías, que quede claro). Pero, bueno, cada quien con lo suyo.

A lo que quiero llegar es que, lejos de polemizar o criticar a quien gusta de este tipo de historias o a quien las escribe, si algán amable lector necesita de su dosis de “acción”, sin pasar por tanto bla, bla, puede llegar a ella con CTRL F y la palabra VESPERTINA.

Para mis otros lectores, gracias por su atención y que disfruten el relato.

  • Este relato debe ser leído sólo por mayores de edad.

** Æ 2005 para “Uno de nosotros es una virgen” / © 2004 for “Sam, a virgin among us”

***Si deseas publicar este relato en tu página web, envíame un e-mail por favor. Podría enviarte otros.

****Esta historia debe considerarse como una obra de ficción; cualquier parecido con la realidad u otra historia, es pura coincidencia. Como autor, o autora, no condono ni condeno ninguna de las conductas aquí presentadas. Tampoco pretendo exaltar o demeritar ningán estilo de vida. En otras palabras, lo que he escrito lo he hecho sólo por el placer de escribir. No deseo ni necesito ofender a nadie.

*Puedes escribirme a Karlapetite22@hotmail.com

UNO DE NOSOTROS ES UNA VIRGEN por Lisbeth

UNA REUNION EN LA SALA

“Bien, chicos, algo anda mal. Ustedes tres me prometieron que nunca iban a tratar de ligar conmigo. Es más, me juraron que ni siquiera iban a fijarse en mí, como mujer quiero decir. ¿Recuerdan? Me dijeron que iba a ser sólo una amiga, su mejor amiga,” les dije a los muchachos. Miguel, Rodrigo y José María, arrellanados en un sofá, bajaron los ojos; aparentemente, estaban avergonzados. Aparentemente.

“¿Qué es lo que anda mal, Paolita?” me preguntó Miguel, el más cínico de los tres, con su mejor cara de inocente.

“Ay, como si no supieras, Miguelito. Bien, no es tan serio pero áltimamente he estado recibiendo bastante atención. La clase equivocada de atención, la que nunca iba a recibir, si fuera a creer en sus promesas. Si recuerdan, todos estuvimos de acuerdo en que yo dejaría de ser Pablo y me convertiría en Paola, SIN, y déjenme repetirlo, SIN los aspectos románticos o sexuales de ello,” les expliqué, si bien no había necesidad de hacerlo y como si al final fuera a importar. Yo conocía bien a mis chicos.

“Por supuesto, linda. Nos hiciste jurar que te veríamos nada más que como una amiga. ¿Ha cambiado algo?” preguntó Rodrigo, también cínicamente. Para no quedarse atrás de Miguel. Esos dos eran coyotes de la misma loma. La verdad es que todos los hombres eran eso, coyotes. Con contadas excepciones. José María, el tercero en discordia, era diferente. Pero al igual que los otros dos, había incumplido sus promesas.

“¿Que si ha cambiado algo?” le pregunté a mi vez. “Vamos, todo ha cambiado. Ustedes, nenes, han estado actuando muy raro. Ya no me ven sólo como su mejor amiga.”

“Paola, dinos por favor qué es lo que realmente pasa. Estoy seguro de que si alguien dijo o hizo algo impropio no fue con la intención de hacerte daño,” expresó José María, el más sensitivo y bien portado de todos.

“De eso estoy segura también. Bueno, en menor o mayor grado, los tres lo han hecho. Tal vez ni se hayan dado cuenta, pero para empezar por algo, pícaros niños, les diré que ahora ustedes me miran diferente.”

“¿Diferente? Yo siempre te miro de la misma forma” me dijo Miguel, riéndose y mirándome… bueno, diferente. Es decir, apenas me miró a la cara. Como me encontraba de pie, era fácil blanco de las miradas de los chicos. Con la minifaldita stretch que llevaba puesta no podía ser de otra manera. Instintivamente, tiré de la mini hacia abajo. Fue un gesto inátil, por supuesto. Lo que hice fue llamar más la atención hacia mis piernas. Deseé sentarme, pero nada habría cambiado. Tal vez hasta terminaría enseñándoles el calzón. La mini era realmente corta.

Quizá debería haberme puesto algunos de mis apretados jeans. De todos modos, habría sido lo mismo. Estaba tratando con hombres. Si no estarían observando mis muslos, estarían concentrados en el coqueto triangulito entre mis piernas. Decidí que era mejor tener puesta una mini. Cuando los muchachos me chequeaban el pubis, me ponía nerviosa, más nerviosa de lo que estaba en ese momento con las miradas lujuriosas de Miguel. Y de Rodrigo. Pero para ser honesta, me gustaba sentir esa clase de nervios. Me hacían sentir viva.

“Bien, cuando accedí a ser una chica sabía que esto era inevitable y la verdad es que no me molesta mucho. Pero, nenitos, ustedes no me miran sólo porque esté cerca o pase a su lado. ¡Ustedes me miran todo el tiempo! De la manera en que verían a una mujer. ¡Eso no es normal! ¿Qué? ¿Son gays ahora?”

“Yo creo que exageras, pero en mi defensa puedo decir que es natural. Tá eres la ánica persona por aquí en faldas y vestidos. Es normal verte de vez en cuando,” dijo Rodrigo, quien era el que más me miraba. Los pasados días ya ni disimulaba el condenado. Como en ese justo momento. Tal vez debí ponerme otra blusita, una con la que no enseñara el ombligo. No, no tenía ninguna así. Quizá Rodrigo tenía razón. Con tanta piel al aire, era natural que me prestaran atención.

“¿De vez en cuando? Vamos, Rodriguito, tu y este otro niñito, Miguel, me desnudan con la vista todo el bendito día. No sé por qué me molesto en vestirme, debería andar sólo en tacones y aretes…” les dije.

Ambos aullaron como lobos en brama.

“¿Ven a lo que me refiero, chicos?” continué. “Tal vez estoy dándole mucha importancia al asunto, pero no estoy exagerando. Lo que les digo realmente está pasando. Si recibiera dinero cada vez que miran cómo muevo las nalgas, sería rica.”

“La verdad, Paola, es que rica ya eres…” bromeó Miguel. Al menos la tensión se disipó un poco. Hasta yo me sonreí.

“Si vieran, hasta estoy pensando en cobrarles… Sin embargo, no crean que su interés hacia mí me molesta. Me siento halagada, pero no creí que llegaría a tanto. Recuerden, no soy exactamente su mejor amiga. Es decir, sí lo soy… Lo que quiero decir es que… bueno, como todos bien sabemos… no soy mujer. Niños, ustedes me preocupan…”

“Bueno, luces exactamente como mujer, una bonita mujer que al mismo tiempo es nuestra mejor amiga…” dijo José María, sonrojándose un poco. Al menos había alguien en la casa, además de mí, capaz de sonrojarse. Ay, si todos los hombres fueran así. Ummm…no… no creo que sería una buena idea.

“Qué lindo eres, José María, pero lo que dices no es cierto. El aislamiento les ha de haber afectado la mente. ¿Cómo puedo ser bonita con estos senos? Quiero decir, ¿sin senos?” les pregunté, tratando de poner las cosas en su justa perspectiva. Por instinto, o para enfatizar mis palabras, ajusté un poco los tirantes de mi brassiere, que se miraban algo debido a mi blusita sin mangas. Podría no tener un busto de mujer, pero necesitaba usar brassiere como cualquiera otra.

“¡Paola! Las mujeres pueden ser bellas con pechos pequeños. Hay otros detalles en ti, sin embargo, que te hacen linda. Mira tu hermoso pelo largo, tu cara tan bonita, tu maquillaje…”

“…¡tus piernas!…” interrumpió Rodrigo a José María, riéndose con su compinche, el Miguel.

“… en fin, tus detallitos de mujer… nunca ninguna mujer fue tan dulce con nosotros…” finalizó José María, sonrojándose de nuevo. Qué bello muchacho, parecía que realmente sentía algo por mí. Pero, bueno, eso era lo que estaba tratando de impedir. Que mis mejores amigos se interesaran en mí como mujer, cuando lo ánico que tenía de mujer era… ¿qué? Las ganas de vivir la vida como una, tal vez.

“Gracias de nuevo, José María, eres lindísimo, mi amor. Pero aun cuando fuera una chica hermosa, y no lo soy en absoluto, ni chica, ni hermosa, ustedes no pueden pensar en mí como lo harían con una mujer de verdad, tal vez la forma en que los trato los haya confundido. Les repito, no me molesta mucho. Pero si piensan que están tratando con una chica, y que algo puede pasar entre uno de ustedes y yo, tienen un serio problema entre manos, jóvenes,” les dije, quizá muy seria.

“Yo, la verdad, no veo nada de malo en verte como una mujer,” dijo Miguel. No tenía necesidad de decirlo. Justo entonces me miraba como a una mujer. Me afectaba tanto, de hecho, que opté por sentarme. Luego de cruzar las piernas con toda la rapidez y gracia de que fui capaz, tiré de la minifalda una vez más. Fue un gesto inátil, por supuesto. La mayor parte de mis muslos estaba a la vista de los chicos.

“Estoy segura de que no ves nada malo en chequear la mercancía, Miguelito. Pero dime, ya en serio, ¿es correcto invitarme a dar un paseo en la noche? ¿O tá, Rodriguito, coquetear conmigo e insinuarme cosas? ¿O pasar todo el tiempo en mi cuarto, José María?”

Por un momento pensé que había ganado la batalla. Los chicos parecían realmente avergonzados esta vez. Pero por supuesto, ¿qué sabía yo de los hombres? Todo el tiempo la engañan a una.

“Vamos, Paola, tienes que entendernos. Vivir aislados con una chica es demandante; piensa en que no vemos a ninguna mujer, nunca. Ni siquiera tenemos tele,” dijo Miguel.

“Además, linda, tu nos conoces bien. ¿No creíste que íbamos a dejar en paz a la ánica chica por aquí?” comentó Rodrigo.

“Aun cuando fueras una chica comán y corriente, cualquier persona se interesaría en ti…” opinó José María. “Imagínatelo ahora con lo atractiva que eres. Yo creo, y disculpa que te lo diga, Paola, que no pareces tan disgustada con nuestro interés.”

“No, nenes, si molesta no estoy. Es que me preocupan ustedes. Bueno, también estoy preocupada por mí misma. Es sólo cuestión de tiempo para que ese lindo interés de ustedes haga mella en mí. No crean, es difícil también para una chica convivir con tres muchachos. No soy tan inmune a esos asuntitos como creí serlo cuando decidí ser la mujer del grupo,” les dije, sincerándome.

“Entonces, ¿tengo esperanzas de llevarte pronto a mi cama?” bromeó Miguel. Ojalá que estuviera bromeando. No podía ni siquiera imaginarme estar en la cama con un hombre, menos con el tal Miguel, barbudo, peludo, alto, fornido, rástico y feo. En suma, parecía un oso.

“¿A tu cama? Ji, ji… sigue soñando, querido. En fin, nenes, con esto no estoy diciendo que voy a ser novia de alguien, tampoco que no voy a serlo…¡Dios mío, ya no sé ni lo que quiero decir! Pero pase lo que pase, mis amores, lo importante es que finalicemos el proyecto. Tengo miedo de que si algo llegara a pasar entre nosotros, descuidaríamos el trabajo. ¡El proyecto, nuestro proyecto, el bebé de los cuatro, no puede morir, chicos!

Todos me aseguraron que ese extremo no iba a acontecer. A una sola voz, todos prometimos que íbamos a actuar como amigos y compañeros. Nada de romance y, Dios guarde, sexo entre nosotros. Fue una promesa más de las muchas que habíamos realizado durante nuestras estadía en la casa del proyecto. Ojalá que como la mayoría de esas promesas, no fuéramos a romperla.

EL PROYECTO

Yo tenía 17 años en ese entonces, el más joven de los Fab Four, o Los Fabulosos Cuatro, como nos hacíamos llamar informalmente. José María también tenía 17, pero me llevaba unos meses; Miguel y Rodrigo, los calaveras del grupo, tenían casi 20. Los cuatro habíamos estudiado juntos desde el kindergarten y nos habíamos graduado de Bachilleres en la misma escuela, es decir, habíamos estado juntos la mayor parte de nuestras vidas. Con seguridad, estudiaríamos en la misma Universidad, la misma carrera posiblemente. No ese año, sin embargo. Teníamos una poderosa razón para no asistir a la Universidad, o eso pensábamos nosotros: nuestros padres no estaban nada felices con la decisión de interrumpir nuestros estudios.

Los Cuatro Jinetes del Apocalipsis vivíamos en el mismo barrio y habíamos asistido a las mismas escuelas, pero eso no habría bastado para mantenernos juntos a través de los años. Nuestra amistad, y nuestras vidas, tenían una razón primaria de ser: La Banda, un grupo musical que formamos cuando estábamos en la primaria. José María y yo nos interesamos en cantar y aprender a tocar la guitarra, cuando Rodrigo le entró duro a los teclados y Miguel se aplicó en la batería y el saxo.

Me pesa el decirlo, pero en secundaria ya éramos bastante buenos. Teníamos que serlo, la verdad, ya que ensayábamos todos los días, por largas horas. Pronto se nos conoció en nuestra ciudad, Antigua Guatemala, como una sólida banda juvenil. Tocábamos siempre que teníamos oportunidad y viajamos en innumerables ocasiones a la capital y a otras ciudades del país.

Estábamos en el Bachillerato cuando empezamos a tocar nuestro propio material. Nada espectacular, sólo las típicas canciones de desamor y angustia adolescente. No estábamos muy seguros de nuestra línea, pero creíamos ser buenos con esa mezcla de rock y pop. Nos las arreglamos para darnos a conocer y tuvimos alguna exposición en los medios. Todos creíamos que si bien nos faltaba un montón para triunfar, al menos podíamos vivir de la másica. Los demos que grabamos fueron bien recibidos por algunas compañías, pero nada grande ni serio surgió.

Entonces conocimos a Tito, un productor sudamericano que distribuía su tiempo en Argentina, México y Guatemala, si bien a mi país venía sólo en plan de vacaciones y ocio. Tito se interesó en nosotros y luego de intensas pláticas, audiciones y discusiones nos ofreció un contrato para grabar un disco. ¡Con nuestras canciones, un par de covers nada más! Faltaba mucho para la grabación, por supuesto, pero al menos ya estábamos en el camino hacia la fama, mujeres, éxito, mujeres, dinero, mujeres, diversión y un largo etcétera de mujeres.

Era un largo camino ese de las mujeres y lo demás. Para empezar, Tito quería cambiar un poco el sonido, las letras, el ritmo, las ideas, la imagen, diablos, casi todo, incluso nuestro logo, diseñado por José María. En eso sí estuvimos de acuerdo; esas florecitas y nubes estaban bien pero para los 70’s. Pero ni modo, no podíamos decir ni hacer nada. Tito sabía más del negocio que nosotros. No en vano había sido el productor de grandes grupos y solistas de España y América Latina. Hasta hacía poco había manejado grupo famoso, 3 chicas y 3 chicas, que cantaban y bailaban desde niños, y ahora promocionaba el reencuentro de 3 chicas que en su tiempo dieron de qué hablar. La verdad es que con Tito la habíamos hecho.

En realidad, el contrato no era sólo para grabar un disco. Abarcaba más, muchísimo más. El disco sería solamente el producto final. Por ejemplo, si bien teníamos canciones listas para llenar un disco, Tito nos sugirió explorar algunas otras que, segán él, prometían más. Además de ello, teníamos que perfeccionar nuestro material y darle un enfoque diferente. Había que cambiar las voces, los instrumentos, el sonido, escribir nuevas letras. Demonios, había que empezar de cero.

Obviamente, eso requería tiempo, dinero y esfuerzo. El dinero lo puso Tito. El tiempo y el esfuerzo corrían a nuestro cargo. Tito proporcionó también La Casa. Por supuesto, la época de ensayar en el cuarto de alguno de nosotros o en un garaje había quedado atrás. Necesitábamos un estudio. Necesitábamos un lugar especial. Así fue como llegamos a La Casa, una… bueno… casa, en las afueras de la Antigua, especial para practicar ya que tenía un estudio musical de lujo.

LA CASA

Obligados por el contrato, teníamos que permanecer en esa casa por un término de 3 a 6 meses. Bajo ningán motivo, ni siquiera para llevarnos a enterrar si nos moríamos, podíamos salir de ella. Lo ánico que se nos permitía era una llamada semanal a casa, que nadie iba a efectuar de tos modos. Eramos hombres, ¿no? No íbamos a andar llamando a mami cada semana, como si fuéramos un puñado de niñas frágiles. Por lo demás, un tipo nos llevaría una vez a la semana los insumos necesarios para nuestra estadía, se llevaría la basura y… eso era todo. Nada de fiestas, diversiones, chicas, salidas, visitas… nada de nada se entiende. Irónico, el jugoso avance que Tito nos facilitó no nos serviría de nada. Pero bueno, si queríamos triunfar teníamos que dar algo a cambio. Encerrarse en La Casa, sin familiares, sin contacto exterior, sin adultos, parecía divertido.

Fue divertido, durante una semana. O mejor dicho fue un caos total. Ninguno de nosotros había vivido algo similar, nunca. Nadie quería hacer nada. No había nadie que nos hiciera nada. Nadie que nos sirviera la comida, lavara nuestras ropas o limpiara la casa. Nadie. Sólo imagínense a cuatro muchachos haraganes, con supuestas inclinaciones artísticas, acostumbrados a ser servidos, haraganes en suma, viviendo en una casa sin nadie que atendiera a los niñitos.

Nadie quería, ni sabía, cocinar, ni siquiera su propia comida. Nadie quería lavar, ni sus trastos o ropa. Y si nunca habían limpiado su propia casa, menos iban a limpiar una casa que no era la suya. Era un desorden absoluto, en suma. Tanto que no practicamos nada la primera semana. Tito nos había pedido que no lo llamáramos nunca, salvo si fuera una emergencia. Como para Los Cuatro Fantásticos esto era una verdadera emergencia, lo llamamos sin pensarlo dos veces.

¿SOS VOS, TITO?

Después de explicarle nuestro problema, le preguntamos que cuándo podríamos esperar a la dama que él enviaría para encargarse de la casa y de nosotros. Pensándolo bien, le dijimos, sería mejor que enviara a dos señoras. Lo que nos contestó no puedo reproducirlo aquí, no porque haya sido algo que nunca habíamos oído o dicho, sino por lo extenso. En resumen, nos mandó al diablo, por decirlo de algun modo. Bueno, no hay problema, jefe. Nosotros les pagaremos de nuestro dinero a las estimadas damas. Tito nos mandó de nuevo al diablo. No, esta vez nos dijo que comiéramos cierto desecho humano. Alguien sugirió entonces que alguna pariente nuestra podría llegar, digamos unas tres veces a la semana, y darnos una mano. ¿Tal vez la madre de alguno de nosotros? ¿Madre?, preguntó Tito antes de mencionarnos a alguien de similares características.

Al final, lo que nos sacamos fue una excelsa putiza, madreada o puteada, como decimos los chapines. Además de acusarnos de trolos, (maricones en gaucho), Tito nos ordenó solucionar el problema, y cualquier otro, entre nosotros, como hombres. O que si éramos los cerdos irresponsables que parecíamos ser, entonces que nos olvidáramos de la comida y de la casa, pero que nos dedicáramos a trabajar. Lo que él quería eran las canciones. No le importaba si vivíamos dentro, abajo o arriba, sí, de cierto desecho humano.

Sin embargo, mencionó casualmente, si no teníamos la disciplina necesaria para vivir solos y encargarnos de una casa, dudaba mucho que fuéramos a formar una buena banda. ¿Podríamos hacerlo? Para terminar, nos dijo que no quería a nadie más en La Casa, menos aán a una dama, menos aán, a una dama joven que pudiera corromper nuestras inocentes almas. En todo caso, ¿Eramos estápidos o qué? Hasta nos podrían robar las canciones, dijo. De milagro no nos recordó que él podía romper el contrato cuando le diera la gana. Bueno, no había necesidad de mencionarlo. Los Fab Four teníamos eso bien presente.

INTENTOS FALLIDOS

Honestamente, cada uno de nosotros dio lo mejor de sí mismo para que todo funcionara bien. Honestamente, eso no era mucho. De todos modos, ocuparse de la casa nos absorbía mucho tiempo, y nos cansaba tanto, que no podíamos practicar. Mientras alguien se preparaba el almuerzo, otro intentaba limpiar su habitación, uno practicaba solo y del otro no se sabía nada, seguramente estaba en el baño haciéndose la paja. Era peor que un caos. Porque hasta en el caos puede haber orden. En La Casa, era imposible.

Incluso planificamos y nos distribuimos las tareas. Tal vez mejoramos un poco, pero ensayamos menos. Era un consenso unánime. Nosotros solos no podíamos. Necesitábamos a alguien, urgentemente. Luego de tres semanas de esta locura, no habíamos hecho absolutamente nada remotamente relacionado con el trabajo. Sí, algun día nos valdríamos por nosotros mismos, pero ese sería el día de la presentación de nuestro material.

Desesperados, nos olvidamos de la casa y nos volvimos más cerdos y más irresponsables, pero descubrimos que si teníamos hambre, estábamos sucios y la casa era una pocilga, no podíamos concentrarnos. Estábamos al límite. Necesitábamos ayuda. A alguien que se ocupara de nosotros, mientras hacíamos lo que se suponía teníamos que hacer.

UNA IDEA ES MEJOR QUE NADA (A VECES)

Luego de una mañana totalmente desperdiciada, cuando los Cuatro Cochinitos nos encontrábamos sentados en sofás atiborrados de basura, en una sala llena de restos de comida enlatada, colillas de cigarrillos, ropa sucia y yo creo que hasta uno que otro desecho humano, les presenté a mis amigos una idea que me daba piquetazos en ya saben dónde, el cerebro.

“Hey, chicos. Necesitamos una mujer aquí, ¿verdad?”

“Vaya, qué observador eres, Pablo. ¿Tá también lo notaste?” dijo Miguel, sin mover un solo musculo. Me sorprendió que todavía tuviera deseos de hablar, ya no digamos de bromear.

“Bien, ninguno de nosotros es una mujer, ¿verdad?” les pregunté.

“Déjame ver… no, creo que no soy mujer,” dijo Rodrigo, después de chequearse, en broma, sus genitales. “Qué hay de ustedes?”

“Y por supuesto, no hay forma de que alguna mujer venga a esta casa, ¿verdad?” pregunté, ignorando a ese par de pillos.

“Sí, así es, Pablo. Ojalá pudiéramos hacer algo…” dijo José María. Era un consuelo que no todos los hombres éramos como Miguel y Rodrigo.

“Tal vez podamos hacer algo al respecto. Bueno, chicos, necesitamos una mujer, no hay ninguna mujer por aquí y no podemos traer a una a la casa. ¿Qué quiere decir eso, chicos?” les pregunté.

“…..” opinó Miguel.

“…..” opinó Rodrigo.

“Pablo, hemos hablado de esto cientos de veces. ¿Se te ocurre algo?” opinó José María.

DUN, DUN, DUN, DUN, DUN… (LA PROPUESTA)

“Quizá. Así que, chicos, ¿necesitan una mujer o no?” les pregunté con entusiasmo mal disimulado.

“Todos necesitamos una mujer, Pablo,” dijo Miguel, lo que provocó la carcajada de Rodrigo, su compinche.

“Por supuesto. A lo que me refiero, chistosito, es que ustedes necesitan una mujer que se encargue de la casa y que los atienda. Necesitan una mujer así, ¿verdad?”

“Sí, necesitamos una así también,” dijo Rodrigo, riéndose junto con Miguel.

“Chicos, por favor. Creo que Pablo tiene algán plan o idea. Pórtense serios,” intervino el buenazo de José María.

“Bueno, bueno… sí, necesitamos una mujer así, como también la necesitas tá, Pablo,” me dijo Rodrigo, con seriedad ahora. Alto, rubio y musculoso, era el líder natural del grupo. Si no fuera por su tendencia a descuidar su apariencia personal, sería el más guapo del grupo. Ese era yo a propósito. A algunas chicas les gustan los muchachos pequeños, de rasgos finos y aspecto de nerd. Lástima que nunca había conocido a una de esas mujeres.

“No, yo no necesito una mujer. Ustedes la necesitan,” les dije con determinación.

“….” opinaron Miguel, Rodrigo y José María.

“Sí, así es. Ustedes son a quienes les urge una mujer. A mí no… porque… porque…”

“¿Por qué, Pablo” me preguntó Miguel.

“… porque… yo puedo ser esa mujer, o jovencita. Si ustedes quieren, es decir,” les dije, sonrojándome hasta las raíces de mi largo y descuidado cabello.

“¿Qué estás diciendo exactamente, Pablo?” preguntó por todos José María, luego de un largo, e incómodo, silencio.

“Que la ánica solución que tenemos es que alguien de nosotros sea la mujer que se necesita con urgencia en esta casa. Supongo que ninguno de ustedes quiere serlo, así que eso me deja a mí. Bien, yo seré esa mujer y me esforzaré por llevar la casa y atenderlos a ustedes. Me encargaré de la cocina, haré el lavado, me encargaré de la limpieza… de todo, en fin.”

PABLO, EL …XITO NO ES TODO EN LA VIDA, ¿O SI?

En todos nuestros años juntos, jamás me habían visto de la manera en que lo hicieron. José María, verdaderamente preocupado por mi salud mental y física, se acercó a mí y me tocó la frente, como para asegurarse de que no tenía fiebre o algo. Le agradecí su interés, pero le dije que jamás me había sentido tan bien. Y era cierto. Había esperado mucho tiempo para decir algo como lo que les había dicho.

“Pablo, ¿cómo puedes ser tá esa mujer de qué hablas?” me preguntó José María. Los otros se habían quedado mudos e inmóviles… y me miraban raro, además.

“Es sólo cuestión de quererlo. Y sucede que lo quiero, con toda el alma. ¿Tiene alguno de ustedes un plan mejor?” les dije.

“Pero, Pablo, ¿por qué no podrías hacer todo eso que dijiste, lavar y limpiar, no sé, como tu, como Pablo, sin necesidad de ser… una mujer?” me preguntó Miguel, luego de que todos admitieron tácitamente que no tenían un mejor plan.

“Si pudiera hacer eso, no estaríamos nadando en esta porquería. La unica manera de que me encargue de la casa es que sea una mujer,” les informé con determinación.

“Pero, Pablo, qué hay del proyecto. No puedes ensayar si vas a hacer todo eso, es demasiado trabajo,” intervino el práctico de José María.

“Como mujer, sabré manejar mi tiempo, pero lo mejor será que ustedes se dediquen al trabajo y yo llegaré más tarde. Tu, José María puedes cantar en mi ausencia y cuando se necesiten nuestras dos voces, uno de ustedes, chicos, puede sustituirme. Deberíamos intentarlo al menos; tal y como están las cosas, no hemos hecho ni haremos nada.”

“Sí, en eso tienes razón, pero qué sabes tu sobre ser una mujer? Y hablando de eso, por qué quieres tanto ser una?” me preguntó Rodrigo, tratando de ocultar su obvio interés.

“Bueno… digamos que tengo un poco de práctica y no diré nada más en este momento. En cuanto a por qué quiero tanto ser una mujer, creo que no hay alternativa, salvo si uno de ustedes quiere hacer lo que yo quiero hacer. ¿Se anima alguien?… … … Lo sabía. Así que, niños, o me convierto en una chica o despidámonos de nuestro disco y de nuestra oportunidad de triunfar.”

“Pero, qué exactamente quieres decir con ‘ser una mujer’. Si eso es lo que te interesa estos días, está bien por mí, pero creo que deberías explicarnos qué pretendes,” exigió Miguel, quien parecía un poco afectado por mi propuesta.

“Vamos, sólo ser una chica comán y corriente. Eso es lo que pretendo. Todos tenemos hermanas, ustedes saben qué es ser una chica. Sólo piensen en ellas. Eso seré yo.”

“Quieres decir, ¿todo ese asunto de ropas, maquillaje y cosas de chicas? ¿Toda esa basura de ser bonitas y femeninas y …?”

“¡Miguel! No hay necesidad de ser un patán!” intervino José María. “Sí, esa es la forma en que las chicas actáan. Si Pablo quiere ser así, debemos aceptar su deseo. Yo no veo nada malo en que él quiera ser una niña. Además, piensen, eso será de beneficio para todos nosotros.”

“No olviden que la belleza, la moda y esas cosas es sólo parte de ser una chica. Ellas también son serviciales, dulces y amables. Recuerden, yo los atenderé a ustedes, chicos,” les informé.

“La verdad, no sé Pablo. No sé cómo me sentiré viéndote convertido en mujer,” dijo Miguel.

“Nadie sabe qué irá a pasar, pero al menos habremos intentado algo diferente a sentarnos y a lamentarnos de la situación. Así, que necesito una respuesta ahora. ¿Aceptan o no? Si no están de acuerdo, olvídense que dije algo similar a esto. Y olvídense del disco. ¿Qué dices, Miguel?”

“No lo sé. Parece la solución ideal a nuestro problema, pero por qué no te ofreciste hace tres semanas?”

“Porque entonces ustedes no necesitaban a Paola, no como la necesitan ahora.”

“¿Paola?” preguntaron los tres al unísono.

“Sí, no pretenderán que siga llamándome Pablo. Bien, necesitas a Paola, Miguel?”

“Es tan extraño… ¿una chica? ¿ropas? ¿maquillaje…? Bueno, acepto, si lo quieres tanto… Paola.”

“Sí, sí lo quiero. Es por La Banda, recuerda. ¿Qué hay de ti, Rodrigo?”

“Bien, qué puedo decir a tanta vehemencia. Pero, qué pasa si tu plan falla?”

“En ese caso, habremos perdido todo,” sentenció José María. “A mí ni me preguntes, niña; estoy contigo, Paola, no sé cómo tomaré verte tan linda y femenina. Apenas puedo esperar.”

“Ya se acostumbrarán, chicos. Bien, es tiempo de empezar una nueva vida…” les dije, feliz como nunca me había sentido.

CAMBIOS

“Supongo que habrá regulaciones, reglas, no sé,” opinó José María. “En todo caso, te ofrezco desde ya toda mi colaboración.”

“Gracias, nene. Bueno, ahora todos ustedes tendrán que respetarme no menos que si una verdadera chica estuviera aquí. Si bien estoy dispuesto… o dispuesta… a realizar las tareas domésticas de esta casa, les estaría agradecido si me ayudan un poco o por lo menos no lo hacen más difícil de lo que será. Además, tienen que entender que como mujer necesito mucha privacidad. Les informo que desde ahora el baño del pasillo izquierdo, en la planta de arriba, es mío, sólo mío. Ustedes usen el del pasillo derecho o el de aquí abajo. Y no quiero que entren a mi cuarto sin llamar primero. ¿Entendido? Una áltima cosa, no pretendo andar semidesnuda por aquí y por allá, pero si alguna vez me llegan a ver, en ropa íntima, por ejemplo, les ruego que se comporten como caballeros y miren para el otro lado…”

“Je, je, da por hecho que miraremos para otro lado,” bromeó Miguel.

“Ya que los conozco muy bien y sé que su experiencia viviendo con chicas, otra que con sus hermanas, es nula, les pido que piensen de mí como su mejor amiga. No harían nada que pudiera molestarla o herirla, ¿verdad? Sé cuán salvajes ustedes pueden ser, especialmente tu Miguel y un poco tu Rodrigo, así que por favor refrénense un poco cuando yo esté cerca. No pretendo cambiarlos, eso sería casi imposible, sólo les pido que se controlen un poco con palabras sucias, historias de sexo, qué se yo…”

“Supongo que deberemos comportarnos como si fueras nuestra hermanita,” dijo José María, mirando a los otros chicos.

“Mejor, ustedes deberían pensar de mí como la hermanita de uno de ustedes, creo que así evitaremos problemas.”

“¿No es eso demasiado, Paola?” preguntó Miguel.

“No lo creo. Sólo quiero que me respeten. Lo que me trae a esto, chicos: No quiero ningán jueguito. Nada de coqueteos, de mirarme como un objeto, nada de chistes sobre mujeres, nada de machismo, nada de manipulaciones con piropos, nada de verme, ya saben, las nalgas, nada de ver en mí algo más que una amiga…”

“¡Eso es demasiado, Paola!” exclamó Miguel. O Rodrigo. No importaba quién, los dos pensaban igual.

“No, no lo es. En esta casa habrá una mujer viviendo con ustedes, así que compórtense como es debido. Gracias, chicos,” les dije, dando por terminada la reunión.

“Eh… ¿tenemos que llamarte siempre Paola? Es raro. ¿No puedes llamarte Pao, al menos? ¿O Lui? ” (Mi nombre completo es Luis Pablo.)

“No, ahora soy Paola. Luisa Paola, pero no pretendo que me llamen por mis nombres completos, así que Paola será. ”

“Paola… Luisa Paola. Bueno, si eso deseas. Bonitos nombres, a propósito,” dijo José María.

LAS ROPITAS DE LA NENA

“Y ahora viene la parte difícil, chicos. Necesito ropas. Ropas de mujer, por supuesto. Usaré algo de mi dinero para comprarme algunas, pero me temo que todos ustedes tendrán que aportar una buena cantidad. ¿Les parece justo?”

Todos asintieron.

“Ah, y ustedes tendrán que comprarme esas ropas y todo lo que necesito para ser una mujer.”

Todos protestaron. Segán ellos, eso era algo que yo tenía que hacer. Se callaron cuando les dije que si no había ropas, no habría Paola, ni orden en la casa, ni tareas domésticas, ni, en consecuencia, un disco que grabar.

“Pero olvidas que no podemos salir? ¿En dónde vamos a comprarte tus cosas?” preguntó Rodrigo.

“La Antigua está a sólo 10 kilómetros de aquí. Y no se preocupen. Voy a llamar a Tito y le explicaré la situación. Le ocultaré algunos detallitos, por supuesto, como el que ahora su bajista y cantante tiene una vagina en vez de… Vamos, ¡es sólo un chiste, chicos! Sólo le diré que necesito que ustedes vayan a comprar algo necesario para el mantenimiento de la casa. No creo que ponga peros, él desea el producto final tanto como nosotros.”

“Pero, aun cuando esté de acuerdo, ¿cómo podemos comprar ropas de mujer? ¡Somos hombres!” exclamó Miguel.

“No sé cómo le vayan a hacer, chicos. Seguro encontrarán una forma de hacerlo. Y comprar ropas de chica no es la gran cosa. Yo lo he hecho cientos de veces…”

Los chicos no entendieron la broma y me miraron raro.

“Bien, yo compro ropa interior de mujer todas las semanas, así que no habrá problema,” dijo Miguel. Su sarcasmo no me molestó en absoluto. Sabía qué tan machista el chico era. “Hablando de ropas, ¿qué hay de tus gustos? ¿Tamaño? ¿Colores?”

“Oh, no se preocupen. Tengo una lista con lo que necesito. Creo que tendrán suficiente criterio para comprar ropas apropiadas para una chica de 17 años, de mi estatura y medidas.”

“¿Medidas?” preguntó Miguel, mirándome de arriba hacia abajo.

“Sí, medidas. En cuanto a gustos y estilos, piensen en sus hermanas, amigas o novias. Lo siento… olvidé que ninguno de ustedes tiene novia, ni ha tenido nunca,” bromeé. Pero era cierto.

“Vaya, parece que la nueva hermanita de uno de ustedes dos tiene un negro sentido del humor,” acotó Miguel.

“Vamos, chicos, yo tampoco sé lo que es tener novio… ¿Por qué me miran así? Hola, fue un chiste... Oh, bueno, en cuanto a la talla de mis ropas… Miguel, serías tan lindo de ir a mi cuarto y traerme una bolsa con ropas que tengo sobre la cama… gracias, eres un cielo,” le dije, sin importarme lo afeminado de mis palabras. Tenía que practicar, y mucho. Miguel me vio todo raro antes de levantarse del sofá y subir a mi habitación.

“No sé cómo le vamos a hacer para entrar a una tienda de ropas y pedir cosas de mujer” dijo Rodrigo, luego de un rato.

“Pueden decir la verdad. Qué son para una chica que no tiene muchas ropas. Una hermana o prima. No creo que las vendedoras vayan a pensar que son para ustedes, para Miguel o tá, Rodrigo, quiero decir. Mis ropas nunca podrían quedarles. José María… ummm… no eres tan grande ni musculoso como estos dos, pero no creo que vayan a pensar mal de ti, mi amor. De todas formas, no serán los primeros ni los áltimos hombres que compren cosas de mujer… Oh, gracias, Miguel, tan lindo,” le dije a éste cuando regresó con la bolsa que le había encargado.

Miguel colocó la bolsa sobre la mesa de centro, después de tirar hacia un lado toda la basura que había en ella y después de que me miró aun más raro cuando le repetí que era lindo.

INTIMIDADES

“Bien, esto es lo que harán, chicos. Uno de ustedes comprará toda mi ropa íntima. Sí, brassieres, calzoncitos y un par de ropas para dormir. Otro me comprará las faldas, blusas y zapatos. El áltimo se encargará de mi maquillaje, zapatos y algunas cosillas más. Ustedes decidirán con qué asignación se sienten menos incómodos.”

“Es lo mismo, así que yo compraré tu ropa interior,” dijo José María, después de un silencio. Miguel y Rodrigo sonrieron con alivio y gratitud.

“Veamos: 5 brassieres; uno blanco, uno rosa, uno negro, los otros dos a mi discreción…” leyó José María de su lista. “…5 calzones, las mismas indicaciones que los brassieres; 2 camisones para dormir, uno blanco y otro negro, largo y estilo a mi discreción… de preferencia cortos…”

“5 faldas, las cinco cortas o bien tres cortas y dos a la rodilla, pero mejor si todas son cortas, una tiene que ser negra; las demás a mi discreción, así como qué tan cortas sean…” leyó Rodrigo.

“Vamos a ver… sombras para ojos en 4-6 tonos básicos; delineador; máscara para pestañas (¿qué demonios es esto? Oh, ya veo), 3 pintalabios; rojo encendido uno, los otros dos en tonos naturales; rouge… (¿qué diablos es ¥rouge¥? Oh, rubor); 3 pinturas de uñas de manos y pies en 2 tonos pastel, el otro rojo encendido; un set de rasuradoras desechables para dama… Hey, Paola, ¿de veras necesitas todo esto? Aretes, ganchos y sujetadores de pelo… ¡Uuau!” fue el turno de Miguel.

“El maquillaje parece suficiente, pero creo que te faltan más ropas. Es poco para una niña,” opinó José María.

“Aun así es bastante dinero,” dijo Rodrigo.

“Bueno, créanme, hay algunas cosas que no incluí, como no voy a salir ni nada por el estilo. Me hubiera gustado tener algunas medias, una cartera, algunos accesorios, pero no es necesario. Y bueno, todos nosotros tenemos pocas ropas y me las arreglaré de algán modo. Bien, José María, toma esto, te servirá para comprar mi ropa interior.”

De la bolsa saqué un calzoncito nuevo, estilo bikini; era rosado, de encaje, semitransparente y lindísimo. “Puedes mostrárselo a la vendedora…”

“Es ese calzoncito tuyo, Paola?” me preguntó, sonrojándose.

“Vamos, José María, no tienes que sentirte mal. Sí, es mío. Y ustedes, chicos, no se escandalicen o finjan escandalizarse. Ese calzón es ni más ni menos lo que usan las chicas. Acostámbrense, eso es lo que usaré de hoy en adelante. Como les dije, tengo alguna experiencia.”

“¿Estás segura de que ésta es tu talla, Paola?” me preguntó José María.

“Esas braguitas se miran muy pequeñas…” opinó Rodrigo.

“Bien, me quedan perfectamente.”

“Quieres tus calzoncitos como éste, Paola?”

“Si, si puedes, pero no importa cómo sean, con tal de que sean calzoncitos de mi talla… Y éste es mi tamaño de sostén. Dile a la vendedora, por favor José María, que tu hermanita o prima, no tiene los senos muy grandes y que ella necesita copas pequeñas. La vendedora entenderá. No estaría mal si buscas estilos no tan convencionales,” le dije con una pícara risita.

“Bien, Rodrigo, esta falda te servirá. Las falditas no tienen que ser minis, sólo arriba de mis rodillas, como ésta, si bien me gustaría que fueran cortas. Soy tamaño small en blusas y tops, pero si quieres llévate ésta. No me busques ropa pasada de moda o para muy adultas. Soy una chica de 17 años, adolescente todavía, aun en desarrollo, recuerda. Y éste es mi tamaño de zapatos (le di una cinta y un papel con un gran 36). Puedes comprar sandalias, nada elaborado, pero tampoco estilos severos. Bien, muchachos, la regla de oro es que no me compren cosas que no querrían ver en sus hermanas… o novias… No necesito nada lujoso pero si quieren regalarme algo, siéntanse en libertad de hacerlo,” les dije con mi mejor sonrisa de marica. Era un chico todavía, pero hay cosas que no pueden ocultarse.

“Veo que tienes algunas ropas en esa bolsa. Son tuyas realmente?” me preguntó José María.

“Sí. Tengo otra bolsa en mi cuarto. Las traje con la débil esperanza de ponérmelas alguna vez, pero más que eso no estaba dejando nada de esto en casa. Quizá pretendía tirarlas a la basura. ¡Qué bueno que ahora me serán utiles! Bueno, niños, ahora llamaré a Tito. Prepárense para ir por mis cosas.”

¿SOS VOS DE NUEVO, TITO?

A diferencia de la otra vez, Tito fue un cielo conmigo y estuvo de acuerdo con lo que le pedí. Le conté que teníamos serios problemas, pero que yo me estaba encargando de todo; le dije que tenía plena esperanza en mi plan y que el resultado sería satisfactorio para ambas partes. Por supuesto, necesitaba algunas cosillas, propias del trabajo. ¿Podían los chicos ir a La Antigua y comprarme lo que me hacía falta? Por supuesto, me dijo, No supe si entendió o sospechó algo, pero de todos modos él era de los tipos modernos, de mente abierta y en todo caso me dio su aprobación. Incluso, me dijo que si necesitaba algo más podía ir o mandar a los chicos otro día a comprarlo. Sin necesidad de llamarlo. Me dijo que confiaba en mí. También me dijo que hiciera lo que tenía que hacer, él entendería. Tal vez mi voz, un poco maricona ya, le habrá aclarado un par de cosas. Casi le mando un beso por el teléfono cuando nos despedimos. Cuando se contrae la mariconez, ésta avanza aceleradamente.

Los chicos se fueron de inmediato. Después de caminar cosa de un kilómetro, la distancia que separaba la casa de la carretera, tomarían un taxi. Regresaron a eso de las 4:00 de la tarde, luego de más de tres horas en la ciudad. Yo, desde una de las ventana de la sala, estaba pendiente de su regreso. Cuando los vi llegar, salí a recibirlos. Tenía una pequeña sorpresa para ellos.

DULZURA DE MUJER

Los chicos venían cargando abundantes bolsas y paquetes. De hecho, habían dejado algunos de ellos en la entrada. Cuando me vieron, arriba de unas gradas rásticas (la casa estaba algo en alto), dejaron caer los paquetes ante la sorpresa y se desmayaron sobre el pasto, echando espuma por la boca. Bueno, no exactamente. Los nenes sólo se detuvieron, pusieron los paquetes en el suelo y me vieron alelados, por no decirles otra cosa. Oh, bien, lo diré: me vieron como estupidos. El caso es que estaban realmente sorprendidos. Después de murmurar algo entre ellos, se acercaron a mí. Por supuesto, sabían que la jovencita sonriéndoles desde arriba era Pablo, su amigo. Era sólo que no lo habían asimilado todavía. Mi esperanza era que pudieran notar cuán bonita podía ser y si no, que al menos vieran que hacía lo posible por verme bien.

No, los chicos no se preguntaban si la niña de la apretadita minifalda rosa, blusita ombliguera y calcetas dobladitas sobre taconcitos de colegiala podía ser yo. De seguro, se preguntaban o qué había hecho para no verme tan mal o cómo diablos podía ser tan maricón. No sé qué fue lo que sentí cuando me di cuenta de que, más que mirarme como un todo, miraban más ciertos expuestos atributos de mi persona, como mis piernas; sí, esos dos pillos, Miguel y Rodrigo, como si les gustara trabajo entender que un chico puede también tener lindas piernas, me miraban sin recato alguno, mientras yo, pudorosa niña, me sonrojaba y fingía que esas miradas no me afectaban.

Tal vez era natural su masculino interés; la mini era tan cortita (¿había yo crecido tanto desde la áltima vez que me la había puesto? ¿había encogido la falda?) que casi andaba enseñando mis finos calzoncitos marca “Xxxxx Xxxx” (<<<>>>).

La verdad es que no importaba el maquillaje que llevaba puesto, mi pelo, peinado en un estilo femenino, o mis pequeños senos, o mejor dicho, la sutil línea que mi brassiere formaba sobre mi pecho plano de muchacho. Los hombres se interesaban por otras cosas, si no lo sabía yo. Al mismo tiempo, como toda mujer feliz con serlo, me agradaba que los hombres se fijaran en ciertos detalles femeninos.

“Hola, nenitos, ¿cómo les fue?” les pregunté con una voz un poco diferente. Era más alta y más suave que la usual… la voz. No sé cómo se oyó, tal vez como la típica voz del maricón de la vecindad, tal vez como una jovencita aquejada de catarro. O tal vez como una verdadera chiquilla al final de su adolescencia. Lo importante fue que no traté solo de remedar la voz de una mujer, sino hablé como la chica que me sentía en ese momento. Me sentía feliz por tener la libertad de hablar así. Como el lobo de la caricatura esa de Droopy, o Motita, a Miguel y Rodrigo se les salían los ojos de las órbitas.

“Y tá que creías que a Paola no le iban a gustar las minifaldas,” le comento Rodrigo a Miguel, mientras subían las gradas, sin quitarme la vista de encima. Sus miradas quemaban, ¿o era el sol de la tarde?

“Claro que me muero por las minis, pero puedo usar casi cualquier otra cosa, chicos,” les expliqué lo obvio. Mi primer día como niña y ya andaba enseñando mis encantos vía una mini.

“Deberías de habernos advertido de que te ibas a cambiar, casi me desmayo cuando te vi,” me dijo Miguel, sofocado por las gradas. ¿O algo más le quitaba la respiración?

“Bueno, creí que ésta era una buena ocasión para presentarles a Luisa Paola, entre más rápido mejor.”

“¡Uau! Te miras tan natural, niña. No puedo creer que seas Pablo. ¿Segura que no eres su hermana o prima?” me dijo el bondadoso de José María, saliendo de la casa, su rostro colorado, por el esfuerzo seguramente. Al menos no estaba concentrado en mis piernas sino en mi imagen completa.

“Ja, ja… ‘Un poco de experiencia”… ¡Un poco de experiencia mis huevos!” exclamó Miguel sin pensarlo. “Oh, lo siento Paola… lo que quiero decir es que pareciera que tienes mucha más experiencia en esto de ser una mujer…” Parecía realmente arrepentido de decir esa palabrota.

“Tal vez le venga natural… No sé porqué no lo hiciste antes, sé que al menos te gustará lo que te traje,” me dijo José María, tomando algunos paquetes y entrando a la casa.

Miguel y Rodrigo dejaron las bolsas y paquetes en donde los habían colocado y decidieron ir por los demás a la entrada. Encantada de estar allí afuera, con mi faldita y mis tacones, me ofrecí acompañarlos. Los chicos, aparentemente encantados con su nueva amiguita, y viéndome como si nunca hubieran visto a una nena en mini en sus vidas, me ofrecieron ambos uno de sus brazos para que yo bajara esas derruidas gradas. Como en realidad no tenía remedio con mis tacones, y me moría por ser tratada ya como una mujer, acepté de buen grado la caballerosidad de mis galanes, digo… de mis amigos.

Al llegar al sitio, le pedí a Rodrigo que me pasara unos paquetes -yo también debería de ayudar, después de todo eran cosas mías; los hubiera recogido yo mismo, pero no me estaba agachando con esa mini, no con esos dos truhanes atrás de mí, pero igual no me permitieron ayudarles, diciendo que ese era un trabajo de hombres. ¡Estábamos empezando bien! De nuevo, en las gradas rásticas, me ayudaron a subir, aunque sospeché que habrían preferido que subiera yo primero, mientras ellos se quedaban abajo, ya saben, por si me caía de espaldas o algo. ¡Hombres! Los chicos no me dejaron libre hasta que entramos a la sala y me sentaron en un sofá; milagrosamente, la mayor parte de la basura había desaparecido o eso creyeron los chicos. Tal vez sí era un milagro el que una mujer hubiera llegado a sus vidas.

Luego de que los chicos terminaron de entrar los paquetes a la sala y tan pronto como José María bajó y se unió a nosotros, comenzaron a experimentar lo que era tener una mujer en la casa. Mientras descansaban y salían de su asombro al verme hecha toda una señorita, les preparé unas meriendas y unos refrescos. Y entonces fue como mi cumpleaños, ya que insistieron en que abriera los paquetes. Emocionada, accedí a hacerlo.

Primero, me sorprendí gratamente por el gusto de José María. Los calzoncitos que me compró eran realmente sexys. Y eran muchos, doce de ellos. Quitando un par, que eran normales, los demás realmente cortaban la respiración y favorecían, calculé, mi figura. Mis caderas no eran anchas, pero tenía nalgas carnositas. Esos mínimos triangulitos de tela (o hilo dental en algunos casos) quedarían bien en mis nalguitas paradas. No importaba, de todos modos. ¡Ni que alguien fuera a verme en calzón! ¡Niñas, lo loca que es una!

Pero igual, cuando extendí y exhibí esos adorables calzoncitos, me sentí un poco cortada. ¡Ojalá los chicos no fueran a imaginarse cómo me vería con ellos puestos! Ay, y los brassieres, ¡qué lindos! Todos ellos eran de ballena, especiales para chicas con un busto pequeño y más hermosos de lo que me había imaginado. Sin mencionar un par de baby dolls tan bellos que casi me los pruebo allí mismo.

Así fue con todo lo demás. Las minis, las blusitas e incluso un vestido. Los chicos me trajeron más de lo que había pedido, algunos artículos que había pasado por alto, inclusive. Como sandalias para el baño, pantuflas y finos perfumes. El maquillaje era completo y también me habían traído cremas y lociones para el cuerpo. Todo lo necesario para ser una chica. Estaba más que feliz y casi lloré. Paola había venido para quedarse. Desde ese momento, una nueva vida empezó para todos nosotros.

LA MUJER CON LA QUE TODO HOMBRE SUE—A

Con el paso de los días, todo comenzó a ir bien. Fue increíble cómo Paola cambió ese chiquero en una casa normal. También confirmó qué tan dependientes son los hombres de las mujeres para tener un poco de orden en sus vidas. Yo hice todo lo que les prometí que iba a hacer, y más. Generalmente, trabajaba por las mañanas, mientras los chicos practicaban, y en las tardes nos reuníamos para perfeccionar el material. Aun cuando no estaba con ellos todo el tiempo, era evidente que estábamos progresando.

No era una excelente cocinera pero daba lo mejor de mí misma cuando preparaba las comidas de los muchachos. También ayudó que comencé a llamar a casa y le preguntaba a mamá, muy casualmente y cambiando un poco mi voz de mariquita, por algunas recetas y platillos, así como por consejos para llevar un hogar. Por otro lado, era notable la diferencia ahora que sus ropas estaban limpias y listas, sus habitaciones, arregladas y sus comidas, calientes y deliciosas, servidas en platos relucientes de limpieza. Justo es decirlo, los niños colaboraban conmigo bastante, especialmente José María quien se encargaba de su habitación y hasta de su ropa. Lo mejor era que ahora ellos trabajaban con mayor dedicación y pronto nuestra primera canción estuvo completa.

Al fin del primer mes, marchábamos ya en la dirección correcta. Yo siempre estaba ocupada con las tareas de la casa (¿por qué siempre hay trabajo que hacer, Dios mío?), así que ellos se encargaban de mi parte en los arreglos musicales y sólo me indicaban qué hacer cuando nos reuníamos. De esta forma todo era más fácil y yo no sólo disfrutaba siendo una chica, sino la ánica chica en las vidas de esos nenes.

PERO SIEMPRE HAY UN PERO

Acostumbrarse a Luisa Paola no fue fácil para los chicos. Su antiguo amigo y compañero era ahora una joven mujer, una nena que ellos mismos encontraban atractiva. Vanidosa la loca, creía que había algo en mí que le gustaría al macho de la especie, pero algo tenía que ver el aislamiento y la cercanía en la que vivíamos. Era difícil para ellos verme en faldas y hecha toda una niña linda, y no gustarme.

Era tan notorio cómo habían cambiado, especialmente Miguel y Rodrigo. De la manera en que los hombres miran a las chicas, más que con interés, con deseo, y vaya si yo misma no lo sabía. Vamos, ¿no se cansaban nunca de coquetear conmigo? Esos dos caraduras eran todo un caso.

Fue cuando hablé con ellos, la primera vez. A pesar de sus promesas de verme sólo como una amiga, ese mismo día volvieron a las andadas. Los siguientes días nada cambió, o mejor dicho sí hubo cambios marcados, pero para mal. El comportamiento de Miguel y Rodrigo, especialmente, empeoró. De veras, ya no sabía qué hacer. A juzgar por la forma en que me veían, ya no sólo me desnudaban con la vista; por lo visto, los chicos me hacían el amor en sus mentes.

Después de la tercera reunión, me convencí de que nada iba a cambiar, así que mejor decidí aceptar la situación y, ya que no me quedaba otra, disfrutarla lo más que pudiera. De todos modos, su interés y atenciones me agradaban. Eso era parte de ser mujer. Y aquí estaba yo, una niña atractiva, para ellos por lo menos, con tres chicos apuestos. Y la verdad es que, como cualquier chica de mi edad, tenía ciertas necesidades, tanto afectivas como carnales.

¡Cómo deseé ser una mujer de verdad, para poder enamorarme de uno de ellos y para que el afortunado me amara también! Sin embargo, me di cuenta de que no había necesidad de ello. Ser una chica travesti era suficiente para disfrutar de la vida. Cada día me sentía más femenina y no tuve más remedio que aceptar que no sólo era del gusto de tres hombres, a mí misma me gustaba ese jueguito. Poco a poco dejé de pensar y soñar en mujeres. Como toda chica sana, además, y ya que no contaba con un hombre que me sacara el diablo, practicaba un poco la autosatisfacción. Dicho en español, me hacía la paja cada vez que me daban ganas, o sea casi siempre. Pero gradualmente las hermosas mujeres de mis fantasías fueron desapareciendo, dándoles lugar a hombres. Fue un gran shock cuando descubrí, o acepté que me gustaban mis antiguos compañeros de género. Sí, los hombres me gustaban, al principio más que las mujeres; después, sólo ellos. Y bueno, era lógico, si mis amigos querían conmigo (¿quién no querría conmigo? me preguntaba yo) decidí que tenía que sacar algo de esto. La vida era muy corta y muy linda como para que no me fuera a meter con un hombre.

EL PRIMER NOVIO DE LA NENA

Quien parecía más afectado con mi presencia era José María. Era obvio, al dulce y tímido José María lo traía muerto. Como lo más seguro era que el niño se conformaría toda la vida con sólo verme y era tan introvertido que nunca me propondría algo, fui yo la que tuve que actuar. Después de recordarle cuál era mi verdadero sexo, le pregunté si no querría un poquito de amor. Era tan tierno el muchacho que fui yo quien tuvo que besarlo. Fue un dulce noviazgo, en donde él sólo disfrutaba estar a mi lado; las pocas veces que nos besamos fue porque yo tomé la iniciativa. En realidad, no había necesidad de esconder lo nuestro, ya que era tan etéreo que ninguno sospechaba nada.

Era lindo estar con él, pero era injusto con los otros dos, quienes buscaban oportunidades de estar conmigo y demostrarme cuánto les gustaba. A solas con Rodrigo, le hablé de mi relación con José María y le hice saber que si él estaba interesado, también podía ser novia de él. Apenas me dejó hablar. Diciendo que esto era lo que el espíritu de una banda debería ser, todos para una y una para todos, se abalanzó sobre mí y me demostró con hechos todo lo que yo le gustaba.

DESNUDA EN LA CAMA DE OTRO HOMBRE

Rodri… (sí… Rodri… ¡era tan lindo el papito!) era muy diferente a José María. El Rodri se inclinaba más a besar, y tocar, que a un amor platónico, como el de éste. Después de algunas veladas realmente ardorosas, terminé en su cama, completamente desnuda. Me encantó cómo aceptó mi cuerpecito de hombre sin ningán reparo, el cual tocó todo, incluso un diminuto penecillo que a saber cómo fue a parar allí en lugar de una hermosa vagina. Pero igual le gustó, aunque, comprensiblemente, se concentró más en mis nalgas. Fue lindo compartir nuestros inexpertos cuerpos. Ay, esas sus nalgas me fascinaban. Y fue lindo ver y saber qué y cómo era un pene. Un pene algo grande, a propósito. Y saborearlo. ¡Ah, ese saborcito entre dulcito y salado! Sí, fue hermoso conocer ese gran pene. Y saborearlo. Oh, eso ya lo dije. A pesar de lo mucho que nos gustaba estar juntos, desnudos, no hubo penetración, si bien experimentamos con todas las variantes del sexo oral. Sí, niñas, hay variantes, y muchas.

Al igual que con José María, el primer niño con quien compartí un beso, desnudarme y practicar sexo oral con Rodri fue muy importante para mí. Fueron señales que me indicaron que iba bien en mi camino hacia ser hembra.

Por supuesto, Miguel no podía quedar afuera de este arreglo. No sólo sería injusto, me moría por ese animal peludo. Después de que les informé a mis novios, y éstos estuvieron de acuerdo, hablé con Miguel, el macho.

EL DESTINO DE TODAS LAS VIRGENES

El oso ni era tan dulce como José María ni práctico como Rodri. Miguel era una bestia, en lo sexual. De hecho, ni siquiera me dejó terminar de hablar antes de quitarme la ropa, desnudarse él y arrojarse sobre mí y hacer lo que se le ocurrió conmigo. Tan pronto como esa primera divina noche me quitó la virginidad, además de cogerme de todas las maneras posibles. Estaba feliz de que me hubiera hecho mujer, pero que me haya roto un inexistente himen anal no era más importante que desnudarme y chuparle a Rodri la cosa, y besarme con José María, mi primer novio. Todo eso tenía el mismo inmenso valor para mí. No sólo de pene viven las maricas, niñas.

Esas fronteras prohibidas que me había atrevido a cruzar en sólo unos días, marcaron mi destino como mujer. Primero, siendo una mariquita. Luego, teniendo un novio. Después, metiéndome con otro chico, para dejar de ser una virgen con el ultimo. Eventualmente, me acosté con mis otros novios, y también fui mujer de Rodrigo. José María se volvía loco por estar junto a mí, y nada más. Jamás me hizo nada. Tal vez tenía que ver con su pequeño pene, tan pequeño como el mío, o no le gustaba el sexo anal. Lo bueno era que los otros dos compensaban con creces el amor espiritual de José María.

UN NOVIO, UN MARIDO Y UN AMANTE

Yo tenía lo mejor de los hombres. José María era un amante romántico, cuidadoso de los detalles, llenaba mis necesidades de compañía y era alguien con quien podía platicar, de todo. Era tan sensible que con él podía hablar hasta de mis cosas de mujer. No había nada de acción, pero era lindo estar con él. Era como tu primer novio, ese chico de la escuela que TU besabas y tocabas a escondidas, ¿recuerdas? ¡Ah, el inolvidable primer amor de las niñas travestis!

Por su parte, Rodri era mi amigo y amante; a él podía considerarlo como mi esposo. Si algunas veces quería un apoyo emocional, allí estaba él; si quería una buena cogida, él siempre estaba listo, si había que arreglar algo en la casa, él lo hacía. Sé que sería injusto, pero si por un cruel designio del destino tenía que escoger entre mis amores, me quedaría con Rodri, a pesar de que no era perfecto ¿Qué hombre lo es?

Miguel era el típico amante latino. Caliente y cogelón. Para el no era nada más que una conchita o boquita en donde meter su grandísima tranca. Era como si su cerebro lo tuviera en el pene. En ese caso el nene era un cerebrón. Su pene era grande, inmensamente grande. Yo estaba consciente de que yo no era más que un objeto en que satisfacer sus deseos e instintos primitivos. Más que hacerme el amor o cogerme, me usaba. El llenaba, y más, mis necesidades físicas de mujer, eso sí. Eso me fascinaba, por supuesto. Como dije, tenía los mejor de los hombres. Dios mío, ¡cómo no éramos 6 en lugar de sólo 4!

Pero bueno, una debe ser humilde y adaptarse a lo que se tenga.

Naturalmente, esta inusual situación requería de reglas, guías y procedimientos. Como los tres me gustaban y quería estar con ellos, no debería haber el menor signo de celos o problemas o todo nos resultaría mal. Así que planifiqué mi horario: empezando el siguiente día, lunes, José María y yo seríamos novios; el martes Rodrigo sería mi esposo; y miércoles era el turno de Miguel, mi amante. Y así en lo sucesivo. Domingos, sería una chica soltera y lo aprovecharía para recargar energías. Sí, ya sabía lo que me esperaba. Cada turno empezaría a mediodía, esto significaba que pasaría la noche con mi hombre de turno.

Yo sabía que era un poco sexual –desde que fui una puberta no había día que no me anduviera tocando el gallito o metiéndome algo en la vagina- pero me sorprendí cuando descubrí cuán cachondota era. Me venía cuatro o cinco veces cada día. Cuando mal me iba. Cómo aprecié mi relación con José María, quien no demandaba nada de mí; por otro lado, los otros dos compensaban con creces su inactividad sexual y hacían conmigo lo que querían y no que me queje de ello.

Pero aun cuando era la mujer de uno de ellos durante 24 horas, todavía tenía que atender a los otros dos. Me maravillé de lo bien que los chicos manejaron la extraña situación. De verdad esperaba alguna escenita de celos ocasionalmente, pero siempre que no estaban de turno, actuaban como si yo fuera la chica de un buen amigo. Ese era el caso, en realidad.

Ahora que era sexualmente activa, tanto el trabajo de los chicos en las canciones como el mío en la casa mejoraron considerablemente. Con seguridad, terminaríamos el proyecto a tiempo.

Sin embargo, nuestras vidas cambiaron después de algán tiempo. Yo tenía todo el sexo que podría querer, pero de repente mi felicidad sexual disminuyó. Algunas noches, a pesar de mis femeninas necesidades de ser cogida, me encontré unicamente durmiendo al lado de Miguel. Tenía que terminar el trabajo yo misma, pero no era lo mismo. Quizá el chico estaba trabajando duro o era un etapa normal en cualquier relación. Rodri era el ánico que me mantenía satisfecha, pero me hacían buena falta las cogidas de Miguel; bueno, el sexo no lo era todo en matrimonios y a veces dormir a la par de un macho era suficiente.

Quizá por ello, un domingo en la tarde, mi día libre, estaba super calientísima. Necesitaba una buena verga dentro de mi panochita anal, y urgente. Incluso la cosita de José María podría serme átil. No podía soportarlo más y bajé a la sala donde pensé que los chicos estarían entreteniéndose de alguna forma.

DESBORDE DE PASION VESPERTINA

Al ánico que encontré abajo fue a Rodri. Le dije que estaba haciendo una excepción a la regla del domingo y que necesitaba un hombre inmediatamente. Mejor, le dije, estoy tan urgida de pene que quiero hacerlo con los tres. ¿Podía él ir a avisarles a los otros? Si no podían venir, al menos estarían avisados, ya que no quería ningun problema. Mientras Rodri regresaba, solo o con los demás, comencé a toquetearme toda.

Cuando estuvo de vuelta, me encontró inclinada sobre la mesa, ya sin mini ni top, mi calzón en los muslos, mi culito al aire clamando por un pene, con una de mis manos me sobaba con desesperación el clítoris, con la otra debajo del brassiere, me acariciaba con urgencia los pechitos… hambrienta de sexo, vi cómo Rodri se desnudaba rápidamente atrás de mí, mientras me informaba que los chicos vendrían después. Con sólo ver qué tan necesitada de sexo andaba, Rodri se volvió loco de deseo. Mi pequeña erección y mi anito guiñándole el ojo a su pene proclamaban lo cachondota y putona que me sentía.

Apresuradamente, Rodri me quitó el brassiere y las braguitas, mientras besaba con ardor mis orejas, nuca, espalda, nalgas y piernas. Como tenía una necesidad inmensa de estar desnuda, de sentirme desnuda, de ser sólo piel y deseo, hasta me deshice de los tacones. ¡Ay, ese cuerpo de hombre atrás de mí casi me hace terminar! No terminé porque no me quería ir así, al aire.

Rodri hizo entonces lo que estaba a punto de exigirle, que me cogiera salvajemente. Mientras seguía besando desenfrenadamente la parte posterior de mi cuerpecito, con una de sus manos grandotas me acariciaba la pijita parada y mis labios vaginales, esos parecidos a los testículos de los hombres. Entretanto, la cabezota humeda de su miembro besaba mi anito maricón y se disponía a entrar hasta la alcoba. Ojalá que los chicos se apresuraran a participar en esa fiesta improvisada de lujuria y cuerpos jóvenes, desnudos y sudorosos. Para darles tiempo, me di vuelta, le di unos besucones a la vergota de mi amante y luego se la agarré; halándolo de su miembro, me dirigí a donde estaban los sofás y sillones. Después de sentarme toda abiertota sobre el brazo de un sofá, me apropié de nuevo de su trancota erecta y me la pasé por donde pude, especialmente sobre mi verguita femenina.

Después de un rato de sobarle su hombría gloriosa y de besarnos apasionadamente, me dejé caer de espaldas sobre el sofá, me acomodé bien, abrí las piernas lo más que pude y luego de que Rodri se colocó sobre mí, esperé con ansias que me la metiera hasta el infinito y más allá. Poco a poco, mi cuevita mojada se tragaba el pene de Rodri, mientras éste me besaba, ya la boca, ya las tetas, ya las orejitas…picarón el Rodri, me estaba pegando unas nalgadas, cuando de repente algo me llamó la atención. No estaba para otras cosas más que para ser cogida, pero aun así, vi y sentí que algo grande iba a pasar. Y no, no hablo del pene de ese papito encima de mí.

Desde mi posición de putita en ese sofá, vi que Miguel venía desnudo, su enorme pene moviéndose de un lado a otro; a pesar de que otro miembro viril, menos largo y grueso, pero igual de rico que ese que veía, y que en ese momento hacía cosquillitas en mi canalito tibio y oscuro, a pesar de tener ese pene en mi culito, digo, nada me impedía admirar y desear otro pene. Sin embargo, algo más me hizo perder la concentración en ambas pijas.

Un poco atrás de Miguel venía alguien más. Confusa, y adolorada por la penetrada anal, me pregunté por qué Miguel traía a una mujer de la mano; sí, una jovencita delgada y fina, en tacones, con el busto desnudo y una tanguita roja muy sexy, y quien se movía como una putita elegante, venía tomada de la mano de Miguel. Cuando nos vieron en plena faena y Miguel se carcajeó, mientras ella se puso toda colorada y profirió una risita nerviosa, supe por qué Miguel no me había tocado en siglos y por qué José María nunca me hizo nada de nada.

A pesar de las dolorosas, pero sabrosas, puyadas del Rodri, casi me desmayo de la sorpresa cuando vi que no había tal mujer. La jovencita de cuerpo esbelto, toda maquillada y coqueta, la del movimiento exagerado de nalgas era, en realidad, ¡José María! Un chico bonito y delicado, pero tan mujer como lo era yo. Fue todo un shock el que experimenté allí, debajo del vergón de Rodri. Eso sí, fue un bonito shock. Tan bonito que con sólo ver a esa niña de pechos pequeños, carita de inocente y anchas caderas, mi pequeña erección pareció crecer, pero eso fue sólo una ilusión, por supuesto. A las maricas, si bien les va, apenas se les para. Por otro lado (el de atrás), mi culito pareció moverse de su propia voluntad, como exigiéndole al pene de Rodri que se dejara de rodeos y profundizara su deliciosa penetración.

Mientras esa dura trancota poseía mi conchita anal, no podía quitar mis ojos de la escena que se produjo cerca del sofá en el que mi macho me satisfacía. ¡La putita de José María, con una evidente pequeña erección dentro de su tanguita transparente, se besaba ardientemente con Miguel! De pie ambos, nos observaban con interés; seguramente para inspirarse. Luego de que Miguel le quitara el calzón a la maricona, ésta retorció su cuerpo desnudo contra el cuerpo desnudo del macho. La mariquita asía desvergonzadamente el miembro endurecido de Miguel, mientras éste, igual de desvergonzado, acariciaba las nalgas del otro, u otra, y hasta le metía un poco un dedo. ¡Vaya si no formaban un dueto caliente! Cachondísima hasta la madre, puse mis manos en las lindas nalgas de Rodri y lo empujé hacía mí. ¡Quería que terminara de metérmela ya! El ser testigo de esa escena homosexualota, me provocó una fiebre anal tan alta que un poco más y meto a mi Rodri, con todo y zapatos, dentro de mí. Además, apenas podía creerlo. Jamás me hubiera imaginado que mis amigos no eran tan heteros como nos hacían creer. En estos días, ya no puedes confiar en tus cuates.

Y bueno, a pesar de que la enorme cabeza del monstruo dentro de mi amoroso y receptivo tunelito anal me había llegado ya hasta el utero, es decir, donde hubiera estado un utero si hubiera tenido uno, pude observar a la otra pareja. Por supuesto, José María, mi dulce y tímido José María, no era el mismo. Pero ¡qué diferencia! No sé cómo no reparé antes en su cuerpo delicado y femenino, con algunas curvitas por aquí y allá. Al igual que yo, parecía una niña en desarrollo, si bien éramos un tanto diferentes: sus caderas eran anchas, más amplias que las mías pero sus nalgas no eran tan abundantes como las mías. Sí, las mujeres venimos en todas las tallas y sabores.

Eso sí, sus piernas eran lindísimas y su piel tersa y divina al tacto, como lo demostraban las manos peludas de Miguel que recorrían ese cuerpo totalmente depilado. Coqueta la mariquita, se había afeitado el vello pábico; una sexy franjita vertical arriba de su pijita proclamaba qué tan marica un chico puede llegar a ser. A propósito, yo también tenía una tirita de vello pábico así. Incluso su penecito, tan femenino e inofensivo como el mío, le quedaba bien, no que pudiera hacer algo al respecto.

Y si bien sabía que el ahora mariconcito era un tanto tranquilo, jamás me imaginé que iba a resultar tan pasivo, es decir tan femenino. Ahora le daba la espalda a su macho e inclinándose, movía circularmente su culito contra la erecta virilidad de Miguel. Los pequeños labios vaginales de José María (o testículos si se quieren poner académicos), junto con su erecto clítoris se movían al compás de sus nalgas. Ver esa escena cachonda y metérmela más el Rodri, fue todo uno. Si seguía así, su verga me iba a salir por el ombligo.

Mientras Rodri me volteaba los empaques (como decimos en Guate), yo no perdía detalle de nuestros calientes vecinos. Me detuve unos momentos en el rostro tan maquillado como extasiado de mi ex novio. (¿Había sido esta maricona mi novio? ¡Pero en qué va terminar el mundo, Dios mío!) ¡Vaya si con esa carita perfectamente pintada José María no parecía una chica bonita! Con razón Miguel estaba enloquecido por ella.

Hasta entonces noté su cabello, largo y bien cuidado, y en cómo le quedaba de bien. Si no fuera por su penecito femenino en pseudo erección, podría haber jurado que la mariquita era una nena de verdad, nada voluptuosa, pero linda y deseable como una ninfa. Hablando de penes, luego de que la loca se pusiera de nuevo frente a su macho, el auténtico pene, el de Miguel, se retorcía contra el falso ese de su amiga y lo subyugaba; era muy erótico ver cómo juntaban sus cabezas, los penes, digo, como besándose, y luego se frotaban uno contra el otro. Por supuesto, mis amigos iban por una buena cogida; no iban sólo a estárselas tocando o chupando, eso habría sido un desperdicio. Desde mi posición de cogida, vi cómo la estrecha panochita anal de José María se contraía involuntariamente de deseo; la putita de José María necesitaba una verga jugosa dentro de sus entrañas de marica.

Esta escena había afectado también a Rodri, quien jadeante sobre mí, la miraba con atención. Sí, él también estaba en shock. Yo estaba dispuesta a testificar que su pene nunca había estado tan grueso, largo y duro como ahora, cuando veía a sus supuestos normales amigos envueltos en un ardiente numerito gay.

Rodri era grande y fuerte, y yo era delgada y delicadita, pero aun así fue una hazaña que me haya levantado del sofá, con suavidad; bueno la hazaña consistió en que lo hizo sin que su pene se me saliera de mi culito caliente; después, me colocó lentamente sobre el piso alfombrado de la sala. Una vez mis nalgas tocaron el piso, sin embargo, se acabó la suavidad y la delicadeza. Rodri comenzó a darle lo que la zorra, es decir yo, se merecía. De igual manera, Miguel recostó a José María en la alfombra, al lado de nosotros y comenzaron a hacer cositas. Se notaba que Miguel estaba enamorado del chico, quien no sólo había salido marica, tan marica como yo, sino que se le hacía agua la canoa por el macho de Miguel.

José María, de espaldas sobre la alfombra, como yo, con la piernas bien abiertas, como yo y con una voz maricona, esa sí más maricona que la mía, le pidió entre gemidos y suspiros nerviosos a Miguel que se la cogiera, que la hiciera una mujer de una vez por todas, que le diera verga, que se la cogiera (sí, lo repitió), que la desvirgara, en fin, porque para eso había nacido. Para que le rompieran el culo. ¡Vaya si la marica no era vulgar cuando estaba caliente! Muy bien, le dijo el macho desvirgador, ¡despídete de tu virginidad! Colocando las piernas de la marica sobre sus hombros, la misma posición en la que Rodri me tenía, Miguel comenzó a romperle el himen anal. ¡Vaya, iba a presenciar la defloración de una homosexualita! El momento sublime y cachondo en que una marica iba a probar hombre por vez primera.

Luego de unos minutos de jadeos apasionados de uno y dramáticos gritos de dolor de la otra, Miguel metió casi todo su enorme miembro en el culito de su amiguita; no sé cómo no lloró la marica, ensartada cómo estaba; a pesar de su obvio dolor, la muy putita todavía pedía más; yo estaba que me venía de sólo verlos. Después de unas fuertes empujadas, la todavía virgen comenzó a gemir y parecía que empezaba a disfrutarlo. Miguel, gracias a mí, era experimentado en estas lides y seguramente, probar otro culito era excitante para él, como rico sería para su chica. Entonces, al igual que yo, la otra mariquita arreció sus ruegos para que se la metieran más y que le dieran más duro y más rápido. ¡Vaya, era toda una putita la loca!

Los chicos nos las dejaban ir al unísono mientras las dos locas gemíamos y pedíamos más. Era increíble qué tan golosa era mi compañera de cogida; ella misma tomaba a veces la base del pene de su hombre para introducírselo más. Tragona como yo, no descansó hasta que tuvo los huevos de su macho junto a sus nalgas, al borde de su entradita maricona. Ahora nuestros gritos gay de dolor y los gemidos de placer de los hombres se mezclaban. Y entonces, los cuatro compartimos una experiencia ánica. Un cuádruple clímax simultáneo. Dos tipos jadeando y gruñendo y dos chicas travestis gritando con sus voces roncas de hombres arrepentidos. Este fue mi mejor orgasmo desde mi primera masturbación y en realidad grité tan fuerte como pude, no más que mi nueva amiga, sin embargo, quien a pesar de ser del tipo callado en su vida cotidiana, era ruidosa durante el sexo.

La verdad es que hombres y maricas acabamos como nunca antes. En primer lugar, nunca había sentido el pene de Rodri tan grande, duro, largo y sabroso (¡no te mueras nunca, mi Rodri!); en segundo lugar, jamás había sentido esa enorme cantidad de semen en mi ano antes. Lo juro, esa leche me llenó toda y, seguramente, me llegó hasta mis pequeñas tetas. ¡De repente comenzaba un día de esos a lactar!

Yo también me vine abundantemente, tanto que mis chorritos de semen de hembra toparon en el pecho velludo y musculoso de mi hombre; una lagunita de leche de chica recién cogida se formó sobre mi pubis y estómago, mientras debajo de mi ano, los fluidos de macho de Rodri formaban un charco. Pasándome una mano por mi panochita, todavía con ese rico pene en su interior, humedecí mis dedos con ese manjar masculino y me los chupé, en tanto que Rodri bebía del charquito en mi vientre. De reojo, vi que también la otra pareja se refrescaba con sus respectivas leches. En un semi 69, la putita le chupaba el miembro a Miguel, mientras éste, con su boca en la conchita recién desvirgada, bebía leche directo del manantial.

REFLEXIONES DESPUES DEL COITO

Luego, Miguel se colocó sobre su ahora mujer y la besó y acarició tiernamente; abrazados, se frotaban sus penes semirígidos, mientras el semen de Miguel seguía desbordándose lentamente de la cuevita de la exvirgen; mi panochita, por su lado, apretadita, mas ya no virgen, destilaba, muy en contra de mi voluntad, la semilla del Rodri; ¡Cómo me hubiera gustado que se quedara dentro de mí! Si no podía tener un pene en mi interior todo el tiempo, llevar al menos dentro de mí la leche de un hombre era una linda alternativa.

La verdad es que me sentía muy feliz de que mis amigos estuvieran viviendo ese tórrido romance; los dos hacían una bonita pareja. El pequeño, esbelto, suave y delicado cuerpo de José María contrastaba agradablemente con el musculoso, peludo y enorme cuerpo de Miguel. Como Rodri y yo, de hecho; los dos también formábamos una linda pareja. Eso también me hacía muy feliz: poder dedicarme ahora a mi Rodri, quien los pasados días había sido mi unico consuelo de mujer casada. Rodri también me abrazó y besó con dulzura y suavidad; su hermoso pene, grande a pesar de estar en descanso, me besaba la pijita femenina.

Como dije, me fascinaba andar con la lechita de los hombres dentro de mí; qué lindo era pensar en esos espermatozooitos dentro de mi cuerpo, buscando un inexistente ovulito (quién sabe, de repente me aparecía uno por allí); en todo caso, saber que en mi sangre de marica corría la semilla de los machos me emocionaba y hasta excitaba. Sin embargo, tampoco era como para andar con mi vulvita y clítoris todos pegajosos y manchaditos de semen. Como siempre que hacía el amor, o me lo hacía para ser exacta, tenía que ir al baño a asearme. Adolorida y cansadita, me levanté; el Rodri, pícaro galán que era, me dio un empujoncito con sus manotas en mis nalguitas. De pie, me puse las sandalias e invitando a la otra niña a ir conmigo al baño de esa primera planta, y luego de que Miguel la ayudó a incorporarse, agarrándola de las nalguitas, nos dirigimos al tocador. Las dos teníamos mucho de qué hablar. ¡Vaya si no! Unas horas atrás la loca había sido un hombrecito, fino pero varón, como dice una canción. ¡Vamos, había sido mi novio (o algo parecido)! Luego, se había convertido en una nena sexy y bonita. Al rato, había dejado de ser una señorita. Ahora era la joven señora de un hombre. ¡De repente hasta resultaba embarazada la muy puta, digo.. la muy marica!

¿POR QUE LAS CHICAS SIEMPRE VAN JUNTAS AL BA—O?

Las dos caminamos tomadas de la mano, moviendo, cómo no, nuestros cuerpos desnudos, especialmente nuestras nalgas paraditas; qué lástima que nada se nos moviera en la parte delantera, a excepción de nuestros tejidos vaginales, sí, esos en forma de huevitos. ¡Lo bien que un par de buenas tetas nos hubiera venido! Pero como dice otra canción, si la vida te dio limoncitos por tetas, aprende a darle limonada a todo el que te la pida, o algo a ese efecto. De todos modos, con ese contoneo coqueto debimos haber sido un espectáculo para los chicos; ambas nos reíamos como un par de cabras locas, digo de chiquillas locas, de cabecitas vacías (seguro que con esa cogida la cabecita nos había quedado vacía). Era divertido sentir el semen de nuestros hombres todavía fluyendo de nuestros culitos para después corrernos por las piernas, tan divertido era que nos dio por darle una probadita; las maricotas metimos un dedo una en el anito de la otra y como si fuera un caramelo de palito, nos lo chupamos, mientras nos reíamos como las zorritas que éramos. Como dije, no teníamos nada en la cabeza en esos momentos.

Adentro del espacioso baño, en un gesto tan natural como femenino, las dos maricas nos abrazamos. Como éramos del mismo tamaño, alrededor de 1.60 metros, y desnudas como nos encontrábamos, nuestros pezoncitos y clítoris quedaron a la misma altura y se juntaron unos con otros. Fue como un beso que nos transmitió un toquecito eléctrico a las dos. Riéndonos pícaramente, nos dimos un beso de amiguitas.

“Ay, querida, si hubiera sabido que eras una chica también…” le dije.

“Si, mi amor, la verdad es que no estaba muy segura de ello, hasta hace unos días. Pero ahora, ¡estoy tan contenta de ser mujer!” me dijo, con una voz que confirmaba su felicidad y su mariconez. O sea, era una marica feliz.

“Bueno, ya no eres más una señorita; qué piensas de ser una mujer ahora, mi amor?”

“Ay, nena, me dolió como no tienes idea, espera, sí tienes idea, pero me entiendes, fue desgarrador; ay, no sé por qué los hombres la tienen tan grande. Esa trancota de mi gordito lindo me llegó hasta el busto, niña, te lo juro… pero fue delicioso. Debería haberlo hecho hace años, pero no importa, estoy dispuesta a reponer todo ese tiempo perdido,” me dijo, riéndose como se ríen todas las mariquitas del mundo, especialmente después de una buena jodida.

“Tan dispuesta como lo estoy yo, querida. Pensar que desperdiciamos tantos años siendo chicos. Pero bueno, nunca es tarde para ponerse al día. Y hoy es un buen día para recuperar esos años tirados a la basura. Este es sólo el primer inning, como nuestros papis chulos dirían. Pero chica, cuéntame, cómo te volviste una de nosotras?” le pregunté, consciente de lo lindo que era chismorrear y cotorrear con otra chava.

“Ay sí, nena, debería habértelo dicho, pero no estaba segura. A propósito, ahora soy María José,” me informó. “La verdad es que te tomé prestadas algunas cosillas, para experimentar, tu sabes. Cada día me gustaba más sentirme una mujer, hasta que acepté que lo mío era ser una nena. Perdóname por haber usado algunas de tus ropillas, mi amor…”

“Ay, no importa, niña, somos mujeres y amigas; lo que importa es que eres una nena ahora. Me siento feliz de que te haya ayudado a encontrar tu verdadera personalidad. Dime, querida, ¿Cuál de las falditas te gustó más? ¿Cómo aprendiste a pintarte? ¿Quién te enseño a caminar tan lindo? ¿Te gustan los zapatos de…?”

Esta plática de chicas la realizábamos mientras nos aseábamos y hacíamos pipí. Fue notoria la facilidad, y felicidad, con la que se sentó al toilet, orinó y se secó con papel, como si toda su vida hubiera orinado sentada y como si estuviera en realidad junto a otra mujer, yo. Después de limpiarnos y lavarnos las panochitas (cómo nos dolió cuando nos las mojamos; la inexperta María José casi llora), y de secárnoslas con delicadeza, fue el turno de limpiarnos las diminutas cositas en medio de nuestras piernas; la verdad es que, a pesar de que virtualmente nos servían sólo para orinar, eran lindas y femeninas las condenaditas y así nos lo dijimos entre nosotras.

María José continuó explicándome que se sintió un poco mariquita desde el primer día de mi transformación en chica. La potencial loquita se sentía intrigada y sin mucho pensarlo, compró maquillaje, calzones y brassieres y algunas otras cosillas cuando estaban en La Antigua, comprando mis cosas de mujer. ¡Con razón se había tardado tanto en su habitación ese día, escondiendo sus cosas de marica! Al igual que esa vez, las ocasiones cuando experimentó y jugó a ser mujer, las mantuvo en el más estricto secreto. Yo debí haber sospechado algo, tanta suavidad y ternura no podían ser naturales en un verdadero hombre; ningán hombre evitaría tanto que otra persona entre a su cuarto, salvo si guarda allí un secretito o dos. De todos modos, yo estaba tan ocupada y preocupada en que me cogieran los otros chicos, que esos detallitos maricones se me fueron por alto.

Mientras más hacía cosas como marica, prosiguió contándome, más le gustaba. Típico de los maricones. También me confesó que le gustaba estar junto a mí, pero no se sentía muy hombre conmigo. Era un poquitín lesbiana, en ese entonces, me dijo. Y le gustaba estar conmigo para aprender cómo actuaban las chicas y para estar cerca de mis ropas y cosas; la loca quería vivir rodeada de feminidad.

De repente, descubrió que Miguel le atraía, que de hecho le había gustado toda la vida y que sólo ahora que estaba desarrollando su lado femenino lo aceptaba; como toda chica enamorada, se propuso conquistarlo; claro, sin que él se diera cuenta de nada. Siendo un hombre, Miguel pensó que había conquistado a la coqueta mariquita, cuando fue todo lo contrario. Se habían hecho novios algunos días atrás y a pesar de que Miguel, cómo no, se había propasado con ella y le había metido mano hasta el cansancio, literalmente, aun no habían hecho el amor. Fue hasta ese domingo, cuando Rodri y yo nos íbamos a dar una revolcadita, que decidieron fundir sus cuerpos y su amor en una sola carne, la carne de él, si me entienden. María José decidió darle las nalgas a su hombre y vivir ya como marido y mujer. Sería una buena ocasión para hacer páblica su relación, ya que tenían un poquitín de miedo de decírnoslo.

Yo me sentía feliz por ella y acepté de buen grado que de ahora en adelante debería dedicarme exclusivamente a mi Rodri, lo que era magnífico. Y también lo más normal. María José me agradeció por ser su modelo y por permitirle descubrir la mujer en su interior; la verdad es que la chiquilla prometía mucho.

Como si fuéramos dos chicas en realidad, no nos avergonzábamos de estar desnudas una junto a la otra; bueno no había razón alguna para sentirnos incómodas mientras las dos estábamos como nuestra madre Eva. ¡Apenas hacía unos minutos dos sementales acababan de darnos por el culito! Eramos no sólo hermanas de género, las dos éramos unas zorritas calientes. Y bueno, por un tiempo habíamos sido casi amantes; si bien ahora entendía que había sido más una relación de lesbianas, al final había sido lindo. Podría ser divertido juntarnos como tortilleras de vez en cuando. Así se lo dije:

“Mira, María José, podríamos tener una aventurilla lesbiana ocasionalmente, ¿qué dices?”

“Ay, niña, sería bonito. Supongo que Miguel y Rodrigo (noten, el marido primero) no objetarán nada si sus esposas tienen un poco de diversión adicional.”

Y entonces nos dimos otro beso de amiguitas.

“Mira, mi amor, ¿siempre duele cuando te coge un hombre?” me preguntó, muy interesada.

“Ay, sí, parece que siempre nos duele. Pareciera que siempre estoy apretadita, pero déjame decirte algo, amiguita: nunca cambiaría ese dulce dolorcito en mi panochita, jamás.”

“Tampoco yo, créeme. Ay, qué linda vida la que me espera,” dijo, como la loca que era.

CUANDO EL MOTOR VA ATRAS SE CALIENTA MAS (NO, NO LOS VWs)

Cuando regresamos, de nuevo de la mano y moviendo las nalgas al ritmo de nuestros tacones, debimos haber sido una vista muy agradable a nuestros maridos, quienes nunca nos quitaron los ojos de encima. Ya cerca de ellos, ambas nos arrojamos al mismo tiempo en los brazos de nuestros respectivos papis lindos. Los machotes habían traído cojines, almohadas y sábanas y con ellas habían formado un lecho en el piso alfombrado. La otra marica y yo nos reímos pícaramente cuando nos dimos cuenta de que los muchachos, como nosotras, estaban pensando en una larga jornada de sexo, sudor y semen. Tanto como ellos pensaban en meter y sólo meter sus cosotas, las nenas pensábamos en tragar, y sólo tragar verga, por donde fuera, si bien teníamos preferencia por ser cogidas analmente. ¿Qué marica no quiere eso?

¿De qué habían hablado Rodri y Miguel durante nuestra ausencia? ¿Habían comentado qué ricos culitos se habían cogido? ¿Habían hablado sobre cómo ahora éramos dos parejas en vez de nuestro extraño, anterior arreglo? Con certeza, no habían hablado de trabajo, de las canciones y el disco. ¿Quién podía pensar en otra cosa sino en nosotras, jóvenes, lindas y llenas de pasión? Como nosotras, que no podíamos pensar sino en esos machotes, altos, peludos, musculosos y en sus maravillosos, gruesos y largos penes. No, yo no podía pensar en algo más, cuando estaba tan cerca de ese hermoso cuerpo de hombre y cuando me sentía tan contenta después de haber sido puyada hasta el fondo y cuando estaba ya pensando, y deseando, una segunda cogida. Lo ánico que pensaba era en mi marido, en mi semental, en Rodri, mi macho, a pesar de estar tan cerca de él, a pesar de que en ese mismo momento sus brazos me brindaban ternura y cariño. Ahora que las cosas habían cambiado y que era sólo de él, sentía que me gustaba más de lo que nunca me gustó y que en realidad lo amaba. Tanto que me hubiera casado con él en ese mismo instante. Rodri era ahora mi dueño. Mí ánico amo. Yo existía para su placer.

María José sentía lo mismo con Miguel, viendo cómo se le sometía y era feliz con él. Como nosotros, la nueva pareja compartían dulces besitos y palabras de amor. Sin embargo, a pesar de su ternura, los chicos no estaban pensando sino en reventarnos una vez más el anito. Por algo eran hombres. Pero mientras el momento llegaba, las mariquitas bien podríamos gozar unos minutos de dulzura.

Era curioso. Yo estaba un poco excitada, pero quería permanecer así, abrazada a Rodri, mi pierna sobré él, mi cabeza en su pecho velludo, su largo pene caído hacia un lado tocando la cabecita de mi clítoris… sí, quería seguir así por algunos momentos más, sintiendo ese cuerpo y olor de hombre, escuchando sus dulces palabras y tocando de vez en cuando su semi endurecido pene. Seguro que María José pensaba lo mismo. En cambio, juzgando por lo duro que sus pijas deliciosas comenzaban a ponerse, nuestros machos sólo pensaban en el siguiente round. ¡Los hombres y sus mentes sucias!

Que quede claro, las nenas estábamos pensando en (y disfrutando ya) la inminente cogida que nos esperaba, pero podíamos esperar un rato más. En esos momentos, nos gustaba ser unas gatitas, ronroneando de placer y contento, en los brazos de nuestros amos.

Ellos, los amos, sin embargo, aun sabiendo que las esposas necesitan afecto tanto como una buena cogida, y que después de una buena revolcada hay que ser tiernos con las hembras, estaban ya a punto. Sus trancas grandiosas eran imponentes, aun cuando no estaban del todo paradas. ¡Esas vergotas daban miedo aun en posición de descanso! Si no me gustaran tanto las pijas, habría salido huyendo de ellas, gritando como una loca.

Por el contrario, nuestros penecitos mariquitas estaban muertos. Como las dos teníamos una pierna bien arriba de nuestros maridos, y sus palos se extendían a un lado, nuestras verguitas se sometían a esas dos divinas trancotas; era como si esos dos penes machos, y nuestras dos insignificantes capullitos estuvieran haciendo lo mismo que nosotros cuatro. Parecía que esas inservibles pijitas reverenciaban a sus amos, esos masculinos y apuestos penes.

Luego de unos plácidos momentos, ayudados por nuestras caricias de mujer, las poderosas vergas de nuestros maridos se pararon totalmente. ¡Uau! Las dos chicas frotamos nuestros inátiles y diminutos tronquitos contra ellos, con la vana esperanza de que algo de esa poderosa rigidez se pasara a ellos. Si algo pasó, fue que nuestros delicados palitos lograron que los penes de verdad, los de los machos, crecieran y engordaran aán mas, lo que no estaba nada, pero nada mal.

Claro, como maricas destinadas a ser unas amorosas, calientes y comprensivas esposas, estábamos más que dispuestas al coito, sin que nos importara en absoluto el que necesitáramos algán tiempo más de reposo y romance. Teníamos que demostrarles a nuestros hombres que si bien podíamos ser pasivas como florecitas después de una gran cogida, también teníamos el estrógeno necesario para ser tigresas en celo. O dicho de manera menos poética, que éramos unas putas calientes y tragonas.

No, no era que no quisiéramos ya a nuestros machos dentro de nosotras. Lejos de eso. Era sólo que éramos diferentes. En lo ánico que ellos pensaban era en meter sus gigantescas trancas dentro de nuestro apretadito agujero del amor. Bueno, nosotras también, pero a diferencia de sus instintos primitivos de machos, como hembras delicadas y pensantes sabíamos apreciar uno que otro cariñito.

En fin, lo que necesitábamos era un poquito de lubricación mariquita. Nos moríamos por las vergas de nuestros chavos, pero no queríamos nada así, en seco, por llamarlo de algán modo. Igual nos iba a doler, eso era cierto, pero un poco de excitación no nos vendría nada mal.

VIVE LA VIDA, LOCA

Entonces, la hasta hacía unos momentos joven virgen se deslizó graciosamente sobre el cuerpo de su amo, se montó sobre él, puso su afeminado pedacito de pene sobre el viril tronco por unos momentos y entonces se dejó caer cerca de Rodrigo y yo.

“Paola, niña, qué dices de darles a nuestros machos un show de lesbis?” me dijo, en un tono tan sensual como mariquita.

Después de colocar una de sus hermosas piernas sobre Rodri, en medio de nosotras, me ofreció sus labios. Nos besamos ardientemente.

“Ay, sí sería maravilloso, nena. A los hombres les gusta ver a un par de lindas tortilleras haciéndolo,” le comenté, deslizándome sobre Rodri, después de frotar también, por diversión, mi inátil muñoncito contra su gloriosa, super parada hombría. A los hombres les pregunté, “¿qué dicen, nenes? ¿Les gustaría ver a dos conchitas haciendo el amor?”

Contestaron que sí inmediatamente. Más que con palabras, con sus penes, que crecieron todavía más en una longitud y dureza imposibles; ver a sus esposas hacer el amor sería un festín para sus ojos. Con una mano en sus miembros, se acomodaron para disfrutar el show lésbico.

De rodillas y abrazadas, en medio de los dos machos, mi amiga y yo nos besamos de lengua por un buen rato; después de eso y de frotar nuestros pequeños senos de muchachos, comenzamos realmente a calentarlos; nuestras insignificantes e inutiles verguitas se pararon un poco y comenzaron a besarse, las lesbianas.

Cuando nos chupamos nuestros pezoncitos, estos se endurecieron, ji, ji, más que nuestros tronquitos maricones; gimiendo, babeando y jadeando, nos tocamos todo lo que había que tocar, incluso nuestros tronquitos, más cerca de un clítoris que de un pene de verdad; por supuesto, no había nada de masculino en ellos y no se podían comparar a los penes de verdad de nuestros amos, pero esto no era importante en realidad. Nuestras pijitas mariquitas eran sólo parte del escenario, no tenían una función importante.

María José y yo no eramos lesbianas, ni siquiera aficionadas. Eramos homosexuales o actuábamos como tales en ese momento, sólo para realzar nuestra experiencia sexual y nuestros sentimientos y, más que nada, para realzar el tamaño de nuestros machos; a juzgar por la rigidez, el largo y el ancho de sus palos, estábamos haciéndolo bien. Las dos estabamos concentradas en nuestro acto de lesbis o huecas, (como decimos en Guate), si bien sabíamos que era sólo el anticipo de la cogida bestial que recibiríamos en unos momentos y que estábamos esperando con ansias locas (o ansias de locas, se me fue la ¥de¥).

La mujer de Miguel y yo hicimos casi todo en el manual de tortilleras y, para ser sinceras, lo disfrutamos. Chica, hasta podríamos hacerlo cuando nuestros maridos no estuvieran disponibles, a pesar de que un hombre te reviente el culo no tiene comparación alguna. Quizá disfrutamos tanto nuestra escenita homosexual porque sabíamos lo que los machos nos iban a hacer y dar pronto.

Las dos maricas no teníamos la menor intención de llegar al orgasmo, ya que anhelábamos que nuestros hombres nos hicieran acabar, pero hubiera sido lindo terminar nuestro pequeño show de lesbis. Igual, nos encantó que nuestros maridos no soportaran más vernos sin intervenir. No sé cómo un hombre podría limitarse a ver a dos chicas haciendo el amor, sin hacer nada. Bueno, hay hombres raros por allí.

ACABA DE UNA VEZ DE UN SOLO GOLPE

El caso es que María José y yo estábamos en un 69, chupándonos nuestros clítoris hombrunos. Yo estaba arriba, feliz de que no tenía que ser agresiva o pasiva. Sólo una chica haciendo el amor con otra. Era bonito no preocuparse de ser penetrada o de estar lista para ello. Sí, hacer el amor con otra mujer era bonito.

Justo entonces, sentí en mi hoyito maricón la punta de un objeto grande, caliente y tieso, saboreando un poco el delicioso platillo que le esperaba. Era la cabezota de mi marido, o mejor dicho, la cabezota del super parado pene de mi marido, ¡ya quisiera yo! Cuando sentí esa humeda protuberancia rascándome la conchita, mientras debajo de mí la otra putita seguía mamándome el gallo, abrí más mis piernas, mientras mi boquita pintada comenzó a babear, lo mismo que mi hoyito lindo allá atrás, en expectación a lo que experimentaría en sólo unos momentos.

Al mismo tiempo, mientras yo chupaba desde arriba a mi compañerita de picardías, vi el obsceno pene de Miguel buscando la entradita anal de su esposa. Ahh, ese hermoso bálano sondeaba y saboreaba la entradita de ese tunel de amor homosexual. ¡Ay, esas cosquillitas en nuestros culitos nos estaban matando!

Chicas, era un espectáculo de lo más caliente. En ese 69 lésbico, nuestros machos encontraron la mejor posición para cogernos, mientras las cerdas, siempre yo sobre ella, nos acomodamos para recibir dentro de nosotras esas gordas y largas pijas; como podíamos nos chupábamos nuestros penes enanitos.

Una vez la penetración fue total, todo sucedió rápido. No me fijé en quién se vino cuándo esta vez, pero me pareció que esos afortunados chicos terminaron al mismo tiempo, a juzgar por la forma simultánea en que las zorritas nos estremecimos al momento de sentir ese poderoso orgasmo de machos.

Segundos después, nosotras tuvimos nuestro orgasmo maricón, mientras los hombres todavía nos daban durísimo en el culo. María José descargó en mi boquita su semen femenino y a pesar de mi posición, arriba, pude tragarme sus escasos, pero deliciosos, jugos de mujer, en tanto mi débil eyaculación femenina se derramaba en la boca de mi amiguita.

Al mismo tiempo, la otra loca se tragó todo el semen de mi marido Rodrigo, quien, atrás de mí y cerca del rostro de ella, me inundó de semen el culito, semen que comenzó a derramarse sobre su cara de putita. Por su parte, Miguel me brindó un espacio para que yo hiciera lo mismo con el culito de su mujer y me tragara esos deliciosos jugos anales. Ese semen de machos era riquísimo, aun más que nuestras leches de mariquitas. Fue increíble. Fue tan caliente.

No terminó allí, sin embargo. Los sementales estaban tan calientes que sus orgasmos de macho fueron solo la antesala de un clímax mucho más delicioso. A pesar de que ellos les habían dado a sus esposas maricas lo que éstas querían, necesitaban y merecían, su deber conyugal apenas empezaba. Los dos no perdieron ni un milímetro de su erección y creo que hasta se les pararon más. Yo podía ver desde arriba, sobre el depilado monte de Venus de mi compañera de cogidas, cerca de su inutil penecito, podía ver, digo, el pene de Miguel entrando y saliendo con fuerza y rapidez de la entradita anal de su esposa; al mismo tiempo, sentía en mi adolorido culito la tiesa virilidad de Rodrigo, llenándome toda, llegándome hasta nunca antes su pene había alcanzado, creo que esta vez me llegaba hasta la lengua, porque sentía un saborcito a pene lindo allí. Tal vez era porque necesitaba también una verga en mi boca en ese momento. O tal vez era que el semen del acto anterior me estaba llegando ya a la boca.

A diferencia de nuestros maridos, potentes y viriles, nosotras, maricas como éramos, después de nuestro orgasmo perdimos la erección de nuestros inofensivos penecitos; los inátiles tronquitos regresaron a su tamaño minásculo, que en realidad no era tan diferente de cuando lograban pararse. No importaba, de todos modos, ya que no tenían nada qué hacer durante el coito con un hombre. Incluso, ambas locas podríamos jurar que nuestras verguitas hasta se habían encogido. Esas pijitas mariquitas de seguro estaban pensando en ponerse un baby doll e irse a dormir. Qué diferente a los penes de verdad, que entraban y salían de nuestras conchitas maricas sin descansar. ¡Gracias, Santa Marica, por los hombres!

Bien, a juzgar por los gemiditos de placer, mezclados con abundantes gritos de dolor, las muy cerdas estábamos gozando esa nueva gran cogida, dolorosa pero sumamente rica. Sí, dolía. Y bastante. Si no fuera porque temía arruinar mis sombras de ojos, el delineador y el rimmel, habría llorado. Pero no había de otra, para eso éramos mariquitas. Para ser cogidas así. Para darles placer a los hombres. Sí, no importaba que María José y yo no fuéramos a terminar. El orgasmo de nuestros maridos era lo que realmente importaba. Ese nuevo orgasmo masculino era suficiente para nosotras. Su placer de machos venía primero. Nosotras éramos meros juguetes sexuales, muñecas hechas para su placer. Eramos las perfectas esposas. Traviesas y calientes, pero buenas esposas al final. Estábamos dispuestas a todo por esos papis chulos.

Como mi compañerita y yo, todavía en un 69 sin acción, no podíamos chuparnos los clítoris, aun si lo hubiéramos querido -apenas eran visibles sobre nuestros labios vaginales masculinos-, y en realidad estábamos concentradas en ser los receptáculos de los verdaderos penes, buscamos cómo incrementar el placer de nuestros maridos, a pesar de los límites impuestos por la posición en que nos encontrábamos.

No sabía lo que pasaba a mis espaldas pero supuse que lo mismo que sucedía enfrente de mí. Me acerqué al culito de María José, en plena entrega al pene de Miguel, y besé indiscriminadamente todo lo que estaba al alcance de mi lengua y labios, pero principalmente el pene del esposo de mi amiga. Fue un lindo toque cuando el sacó su vergota hámeda y rica de la vaginita anal de su esposa y lo puso al alcance de mi boca. Era bonito tener un pedazo de carne prohibida. El no era mi hombre pero sabía que mi amiga y compañera de travesuras entendería, más aun considerando que la muy marica estaba haciendo lo mismo con el pene de mi marido; podía sentir cuándo él lo sacaba de mi conchita y oía entonces los gemidos de mi amiga, a la vez que se estremecía de placer debajo de mí.

Me sentía vacía cuando eso pasaba, lo mismo que ella de seguro; sentíamos raro cuando nuestras panochitas no eran sometidas al dulce castigo de esa maravillosa cogida; sin embargo, chupar los penes del marido de la otra compensaba de alguna manera esos angustiosos momentos.

Ambas nos preguntábamos si los chicos se vendrían en nuestras conchitas o bien en nuestras boquitas; sin embargo, no era nuestra decisión. Teníamos dueños que decidían por nosotras. Esos machos, feos y rásticos, podían hacer con este par de maricas lo que quisieran. Lo estaban haciendo, en realidad. Si me hubieran preguntado qué prefería, que Rodri acabara en mi ano o que Miguel lo hiciera en mi boca, la respuesta era obvia. Lo quería todo en mi vaginita anal, lo quería más que tragarme el semen de Miguel, no porque yo era propiedad de Rodri o porque Miguel tenía mujer; prefería que acabaran en mi agujerito homosexual simplemente porque me fascinaba que me dieran por el culo. Eso era todo. Para eso había nacido. Para ser penetrada. Para que los hombres acabaran en mi delicioso tunelito. Hay que tener una misión en la vida.

Lo más seguro es que los hombres no iban a acabar en sólo una de nosotras; es decir, podían terminar en el culito y en la boca de María José, por ejemplo, dejándome sin mi probadita de semen. No, eso no podía ser posible. No podían dejar a una de las mariquitas sin su respectiva dosis de nutritivo, delicioso y sagrado alimento de semental. Eso sería cruel.

Sin embargo, como las jóvenes señoras maricas que éramos, no teníamos nada que objetar a lo que los machos quisieran. Eramos sólo putitas a su merced. Teníamos que acceder a sus deseos, y cualesquiera fueran esos deseos, no nos quedaba de otra sino decir ‘sí’ y abrir las piernas. Fue por ello que cuando Rodri y Miguel (el marido por delante, no lo olviden) decidieron cambiar de mujer y de posiciones, no podíamos sino sentirnos bien con eso, no que no nos encantara, de todos modos.

Ya no tenía el placer de ser cogida por mi marido, pero tuve el gusto de ser penetrada por el otro esposo en la escena. Era un cambio de forma, no de contenido. Mi conchita vaginal tendría siempre algo dentro de ella. Eso era lo que importaba, al final.

Por otro lado, me parecía raro cómo consideraba yo el pene de Miguel como propiedad de otra mujer y que aun cuando era un viejo conocido de mi panochita, me pareció diferente, no mejor, ni peor, sólo diferente del pene de mi actual marido. La cogida fue la misma, sin embargo. Dolorosa al punto que me hacía gritar, pero al mismo tiempo me sentía orgullosa de ser suficiente mujer para tragarme completo ese gigantesco animal.

Nosotras, cansadas y adoloridas mariquitas, cambiamos también de posición. Ahora yo estaba abajo. No que importara. Nosotras no nos estabamos haciendo nada la una a la otra. Estabamos excitadas, a pesar de que nuestras inátiles verguitas estaban dormidas ya. Era una excitación provocada por nuestra habilidad de brindarles placer a los chicos. Eso era suficiente para nosotras.

Los pocos segundos que nos llevó cambiar posiciones fueron dolorosos y diferentes, sin una pija dentro de nuestros anitos femeninos. Sí, era doloroso tener un pene muy dentro de mí, pero era más doloroso no tenerlo. Sentía como si no podía vivir sin una pija dándome dolor y placer en mi humeda panochita.

Ahora, debajo de las nalgas de la otra marica, quien estaba siendo cogida por mi marido, le chupaba la verga a mi Rodri cada vez que la sacaba del ano de mi amiga y me la ofrecía; golosa yo, me la metía hasta donde cupiera; tenía esperanzas de que mi cariñosa boquita le expresara qué tan feliz yo sería de amarlo, ahora que era el ánico hombre en mi vida y que ese su pene en mi boquita de putita era mío, sólo mío y que a pesar de que me fascinaba tenerlo dentro de mi boquita, quería tenerlo más allá atrás de mí, en ese culito mariconcito que era suyo, que tan bien conocía, y que justo ahora le estaba dando placer a otra pija. El mismo placer que el hoyito homosexual de María José le daba a mi macho, a juzgar por los gruñidos de placer que ambos proferían. Bien, el pene de mi marido podría explorar los agujeros de mi amiga, como ahora que tomaba turnos con mi boca y su anito, pero eso no borraba el hecho de que ese pene me pertenecía. Lo iba a adorar toda la vida.

Lo bueno era que nuestros machos estaban locos por cogernos analmente, como lo estábamos nosotras; eso quedó plenamente demostrado cuando acabaron de nuevo en nuestros oscuros y amorosos tuneles maricones. A pesar de que la chica penetrada no era su esposa, o quizá por eso, cuando acabaron lo hicieron a la manera grande, sin importar que ya se habían venido antes dos veces. Lo que habían vivido anteriormente con sus mujeres los ayudó quizá a producir una abundante cantidad de esencia de macho, porque sentí un chorro caliente que golpeó mis paredes anales y me llenó toda; sentí que ese chisguetazo maravilloso me llegó hasta las orejas, pero posiblemente esto era sólo la expresión de un deseo reprimido. El clímax de mi esposo en la vaginita anal de María José fue igual de poderoso; después de inundar su anito, se chorreó sobre mi rostro de puta acabada, lo que me permitió tragarme casi todo el semen de mi dueño. Al mismo tiempo, sentí la lengua y labios de mi amiga tragándose la leche de su esposo que me brotaba de mi adolorido agujerito perforado. La muy golosa, para no desperdiciar nada, metió su lengua en mi hoyito y se hizo de algunos mililitros más de alimento sexual. Fue un lindo toque final a esa fiesta de lujuria travesti.

Como dije antes, nuestro placer de maricas no importaba. Así que no terminamos. De todos modos, lo ánico duro que teníamos eran nuestros pezoncitos; ni siquiera nos acordábamos de que teníamos algo en medio de las piernas, pues ya no sentíamos nada allí; por supuesto nada habría salido de nuestros clítoris masculinos, aun si hubiésemos terminado. No obstante, disfrutamos el placer de nuestros maridos como si fuera el nuestro; habíamos sido unas lindas esposas, putitas en el acto sexual, felices por darles tanto placer a esos machos. ¿Qué hombre no quisiera tener una mujer así?

Nuestros jóvenes maridos cayeron sobre sus espaldas, mientras la marica y yo nos quedamos en la misma posición, ella sobre mí. Había sido una gran cogida. Después de un rato, los chicos nos ayudaron a acomodarnos al lado de cada uno. Las dos locas casi lloramos de la alegría cuando nos dimos cuenta de que no habíamos sido tan putitas en vano; nuestros dueños nos llenaron de tiernas palabras de amor. Nos habíamos ganado unos minutos de cariño.

¿POR QUE LAS MUJERES VUELVEN A IR JUNTAS AL BA—O?

De nuevo, mujeres al fin, teníamos que ir al baño a asearnos un poco, pero esta vez fue algo difícil caminar hacia el tocador. Apenas podía caminar y no se debía sólo a la posición en que había sido cogida o al ejercicio en sí. Como dije, había sido una gran cogida. Una grande y dolorosa cogida. Sí que me dolía la conchita, la entradita y el canalito anal; ningán polvo me había dolido tanto así. Además, el semen de los chicos, que yo creo que al final hasta el cerebro me había llegado, pues mis pensamientos estaban ya puestos en otra cogidita, ese semen, digo, me chorreaba ahora de mi hoyito maricón. Con una mano contuve algo de él mientras caminaba o intentaba caminar. Al menos los chicos no nos estaban viendo -habían ido al baño de arriba. Habría sido cómico vernos con una mano en el culito. O quizá se habrían excitado y se hubieran ido en pos de nosotras.

Cuando me toqué mi cuevita anal me di cuenta de lo mucho que me habían dado por allí. Mi vagina anal estaba toda distendida. Era diferente a lo normal. Ya no era un anito coqueto y lindo. Era un gran, redondo, agujero. Mi mano podría haber entrado con facilidad. En cierto modo era algo normal, las pijas de los chicos eran realmente grandes. Me quedé atrás unos momentos y me fijé en el anito de María José. Estaba igual que el mío. Y al igual que yo, la loquita se detenía el semen de nuestros machos con una mano. Así era como mi vulva masculina se debía de mirar. Bueno, las dos nos reímos de esta situación, contentas de tener conchas en donde saciar el hambre sexual de nuestros hombres. Eso era lo que significaba ser una esposa. Era lindo ser mujeres, acordamos las dos. Con nuestras panochas así de abiertas, fue más fácil limpiarlas y luego de un rato estaban ya a su tamaño normal. El dolor era el mismo, sin embargo. De nuevo, cuando nos mojamos las conchas, el dolor fue tanto que gritamos. ¿Gritan ustedes también, chicas, cuando se mojan la panocha después de tener sexo? ¿Son tan maricas como María José y yo?

Cuando salimos del tocador, los chicos nos esperaban al pie de la escalera, desnudos, presumiendo de lo bien dotados que eran. ¡Hombres divinos! Bueno, nosotras también teníamos lo nuestro. Si no, ¿en qué lindos tunelitos podrían ellos meter sus trancotas? Luego de unos besos, y unas tocaditas aquí, allá y acullá, cada pareja subió a su respectiva habitación matrimonial. Rodri a la mía. Miguel a la de su chica.

DESCANSA. ALIMENTATE BIEN. COME FRUTAS, VERDURAS Y HUEVOS

Me dolía tanto el anito que el resto de la tarde me la pasé acostada, bien pegadita a mi macho. El descanso me venía bien y de todos modos, no podía estar sentada. Pensé que, sabiendo qué mariquita tan caliente era yo, y qué hombre tan ardiente me había conseguido, debería olvidarme por completo de volverme a sentar en la vida. Sí, no todo es felicidad en la vida.

Esa misma noche, luego del merecido descanso, María José inició sus obligaciones como mujer. La loquita, linda en una mini apretadísima, me ayudó a preparar la cena, y atendió como se debía a su marido. Eso fue lo mejor. Ahora tendría más tiempo para mí. Había perdido un pene y la compañía de un amante pero había ganado en otras áreas. Sí, la vida era linda. Como dos parejas normales, bromeamos y conversamos un buen rato. Bueno, no tan normales: María José y yo estábamos sentadas sobre nuestros más suaves cojines. Fue entonces hora de que cada pareja se fuera al tálamo nupcial.

No sé qué sentía mi amiga, pero yo ya no podía más. Mi boquita me dolía un poco (¿tanto había mamado?) y mi conchita anal estaba que me ardía; el dolor en la entradita era fuerte, sin mencionar todo lo que los penes de los muchachos habían lastimado en mi femenil interior, que me dolía una barbaridad. Era un dulce recordatorio de lo lindo que era ser una nena, una nena deseable y cogible. Emocional, mental y físicamente me sentía plena. Satisfecha. Completa. Por el momento, sólo necesitaba estar al lado de mi macho y dormir.

Pero el esposo de una no siempre piensa lo mismo. ¿No les ha pasado, niñas? El quería más. Oh, los hombres. ¿No pensaban en nada más que en sexo? Sin embargo, como la esposa fiel y comprensiva que era, más que cumplir con mis obligaciones conyugales, ejercí mis derechos de esposa y a pesar del intenso dolor que sentí en mi vulva mariquita, tuve que recibir a mi esposo dentro de mí. Y mantenerlo allí por un buen rato. Por supuesto, como se la había mamado por largos momentos antes y se la había tocado por otro buen rato, no se tardó tanto en mi agujerito femenil. Ya saben qué hacer cuando se casen, niñitas travestis, si por alguna extraña razón no desean una prolongada penetración. ¿Qué? ¿Ya lo sabían? ¡Las niñas de estos tiempos, virgen santa!

Bueno, mi verguita gay ni siquiera se me paró y no sentí la necesidad de tener un orgasmo. Rodri lo hizo por los dos. Después de limpiarme y de limpiarlo a él, me dormí en sus brazos, en lo que sería nuestra verdadera primera noche como marido y mujer. Tenía suficientes razones para sentirme feliz y dormir como una nenita linda.

Ah, qué lindo despertar. Nada como una buena dormida después de una gran cogida. Sabias palabras. Mi vaginita aán me dolía, pero no tanto como para despreciar un polvito mañanero. ¿De dónde sacaba tanto semen mi marido? De nuevo sentí que su chorro viril me llegó hasta la lengua, o, seguro, algo me quedó de la gran mamada que le di. A pesar de que tuve un orgasmito, gracias a la mano de mi hombre, apenas me salió algo. No que me importara, con el semen de mi marido era suficiente. Pero como teníamos trabajo que hacer, él como hombre, yo como esposa, nos levantamos, nos bañamos juntos, sí, lo hicimos de nuevo, y empezamos el día.

Fue agradable ver al otro matrimonio. Los dos formaban la típica pareja en luna de miel; cansados y desvelados, felices y hambrientos, se veía que le habían dado gusto a la hilacha. A decir verdad, Rodri y yo también nos sentíamos como unos recién casados, a pesar de que lo conocía bien, o mejor dicho, él me conocía demasiado bien, de muy, muy atrás, como decimos en Guatemala, que, a propósito, es tu país también.

Fue lindo ver a María José con una de mis falditas, una blusita coqueta y tacones. Ya sabía pintarse bien la loca. Había compartido con ella algunas de mis cosas y era increíble lo bien que se veía con ellas. ¡Casi tan linda como yo! No, en serio, la maricona esa era una excelente alumna. Las dos preparamos el desayuno, el cual consistió de mucho huevo, no, no de esa clase; huevo de gallina, mal pensadas, para que ellos, los machos, repusieran fuerzas.

Luego de comer, los hombres se fueron al trabajo mientras nosotras nos dedicamos al hogar. Sí, qué bueno que María José era ahora una mariquita como yo. Claro, tenía mucho que aprender pero la voluntad la tenía. Así, chismorreando y trabajando, pasamos la mañana. La loca me contó que había vivido algo similar a lo mío la noche anterior. A pesar de que su vaginita le dolía tanto como la mía a mí, había tenido sexo casi toda la noche. Miguel se la había planchado sin tanta mamada ni tocada. ¡Valiente mujer! Vaya, la alumna podría superar a la maestra uno de esos días. Con su ayuda, terminamos rápidamente las tareas de ese día, o tal vez era el deseo de estar con nuestros papis lindos. Esto era algo bueno; era posible que ahora tendríamos más tiempo de estar con ellos, y no para conversar del clima precisamente.

YA CASI LLEGAS AL FINAL

Con el paso del tiempo, avanzamos bastante en nuestro proyecto. No sólo mejoramos el material, sino que los cuatro crecimos como personas también. Ayudó que todos estábamos enamorados y llenos de pasión por vivir y gozar. Nosotras, las chicas, estábamos dedicadas a nuestros machos, la casa y el trabajo, en ese orden. Pronto, estábamos viviendo como parejas normales. Cada loquita con su hombre y cada hombre con su loquita. Por supuesto, las dos estábamos entregadas en cuerpo y alma a nuestros dueños. Bueno, más en cuerpo que en alma, pero cada pareja no podía vivir más feliz. Los satisfacíamos sexualmente de tal manera que ninguno de los dos pensaba en cogerse a la esposa del otro, algo que a nosotras no nos hubiera importado de todos modos. Practicamos las cogidas grupales algunas veces, y los chicos cambiaron de objetivo anal en ocasiones, pero la verdad es que el sexo era bastante normal, salvo por algunas aventurillas entre María José y yo.

Sí, la loquita y yo le dábamos rienda suelta a la lesbiana en todas las mujeres; de hecho, nos habíamos aficionado a venirnos simultáneamente vía un rico 69. No era que nuestros maridos no nos llenaran, ¡vamos! nos llenaban cada par de horas, ni que no atendieran nuestra necesidad de tener un pene adentro de nuestros culitos; si algo teníamos todo el tiempo era eso, un pene adentro, muy adentro de nuestras conchitas. No era casualidad que casi nunca nos podíamos sentar, ni siquiera caminar tan sensualmente como nos hubiera gustado, debido a que los machos de la casa abusaban de su poder masculino. Sí, abusaban de las mariquitas, pero ellas amaban ser abusadas.

Tal vez fue debido al excesivo sexo anal que experimentábamos -sí, excesivo incluso para un par de calientes maricas con un altísimo grado de deseos sexuales-, que nos buscamos una a la otra, para experimentar el lado dulce y suave del amor, algo que esos machotes tendían a descuidar, en aras de un acto sexual más profundo, o dicho de otra manera, lo ánico en lo que los cerdos estaban interesados era en meternos sus grandes y cochinas vergotas dentro de nuestras apretaditas vaginitas masculinas, sí, en meternos esas cosotas hasta el tope. Algo que nos enloquecía, si íbamos a ser sinceras. Pero ¿qué se podía esperar de dos hombres?

Pero volviendo a lo de tortilleras, nuestros encuentros gay, conocidos y aceptados por los hombres, no significaba que no los amáramos. Y menos, que nosotras nos amáramos. Vamos, ¡éramos del mismo sexo! Y machorras, como dicen en mi país, no éramos. Era sólo que ocasionalmente era lindo tener relaciones con una chica bella y femenina. A ambas nos enloquecía tener un cuerpo suave y hermoso en nuestros brazos, sin preocuparnos de si nuestros atributos femeninos eran suficientes para satisfacer a la otra; sin preocuparnos de chupar dos ciertos enormes penes, claro, nos mamábamos los clítoris, pero eso era tan dulce y diferente y especialmente no nos preocupábamos de ser penetradas; tal vez una de las dos podría haber colocado su pijita en la conchita de la otra y obtener algán placer de ello, pero ¡argh! eso era cosa de hombres. Sí nos fascinaba juntar y frotar nuestros penecitos, pero como dije antes, éramos aficionadas a los 69s, si bien, como en toda relación lésbica, por lo general una satisfacía primero a la otra. Sí era lindo tener relaciones homosexuales, tanto que podíamos tener sexo sin necesidad de nigua erección, podíamos chuparnos mutuamente aun si nos encontrábamos fláciditas. Nuestros hombres eran tan modernos que no les importó para nada el bisexualismo de sus esposas. Tal vez por eso era que se portaban tan ásperos y rudos con nosotras; ellos sabían que teníamos una alternativa a su usual falta de caricias y romanticismo.

PARA TERMINAR (¡ay!), ¿TE GUSTAN LOS VIDEOS MUSICALES?

En otro orden, ya no éramos los mismos jóvenes inmaduros e irresponsables que habíamos ido a esa casa un ya lejano día. Ahora éramos dos parejas, tanto en la cama como en el trabajo. Gracias al amor y a la pasión que ahora experimentábamos, nos olvidamos de nuestras cancioncitas vacías y superficiales. Las muchachas ahora contribuimos a crear nuevas letras, profundas, que hablaban del verdadero amor entre un hombre y una mujer, no importa de qué sexo, la mujer, digo. Poco a poco fuimos progresando, hasta que llegó el bendito día en que nuestro álbum estuvo completo. Era sólo cuestión de que Tito viniera a escucharnos.

Pero, más que por la musica, nos interesaba que Tito supiera de nuestros pequeños cambios. Por supuesto, los cuatro nos moríamos de los nervios, si bien, comprensiblemente éramos las chicas las más angustiadas. Como siempre, somos las mujeres las que llevamos más las de perder. Sin embargo, teníamos alguna esperanza de que nuestro productor nos aceptaría, ya que yo había hablado un par de veces con él. Sin decirle que el tecladista y el bajista del grupo ahora parecían volkswagens (o bochos), y que por consiguiente el motorcito lo tenían atrás, prácticamente no le oculté nada. Hablé como la mujer que me sentía y me referí a mí misma como fémina, sin que él se escandalizara. Ojalá no fuera a tomarlo demasiado mal.

Nuestro productor nos dio permiso de ir a celebrar a la Antigua el término del proyecto. Allí, parecíamos dos parejas de recién casados; visitamos un buen restaurante y fuimos a una disco a darle gusto al cuerpo. Todos aprovechamos para comprarnos unas cosillas, pero María José y ésta su servidora se dieron la grande comprando cosas de mujeres, entre ellas dos elegantes y lindísimos vestidos que estrenaríamos el siguiente día, cuando le presentaríamos nuestro material y nuestra nueva imagen a Tito. De más está decirlo, esa noche la pasamos en un hotel, platicando, contando chistes y durmiendo. Sí, cómo no.

Al siguiente día, cansados todos y adoloridas nosotras, estábamos listos para que Tito nos viera. Decir que se fue de nalgas cuando se dio cuenta lo que ahora éramos, suena trillado, pero así fue. Estaba sorprendido porque ahora había dos chicas en el grupo y porque dichas chicas eran compañeras sexuales de los otros dos integrantes. Pero más que nada, nos dijo, estaba impresionado por ¡lo lindas que éramos! Como todo un caballero de los de antes, nos piropeó hasta el cansancio. ¡Hasta nos preguntó qué comíamos para estar tan buenas! De seguro, comentó, se toman todos los días sus vitaminas. No sabíamos si nos estaba corroteando o no.

El caso es que no sólo no le importó que a nosotras se nos había pasado el gusto para atrás, sino se puso contento por ello; esto beneficiaba a la imagen del grupo y si antes tenía dudas de que fuéramos a sobresalir, ahora estaba seguro de que estábamos para grandes cosas, nos dijo, mirándonos a las chicas. Simpático, el argentinito. Cuando nos escuchó, aprobó de inmediato el material. Tito estaba encantado con nuestra musica, lírica e imagen. El publico enloquecería con dos parejas de jóvenes enamorados que tocaban juntos. Nosotras, en especial, tocábamos muy bien. Se veía que teníamos experiencia manejando el instrumento, nos dijo. Sí, Tito era muy simpático. Bien, terminó, era hora de lanzar al mercado al ABBA de América. La siguiente semana comenzaríamos a grabar. Mientras tanto, sigan tocando y practicando vocalmente, nos dijo a las chicas antes de marcharse. Lindo el ché. Vaya que no nos pidió que le tocáramos el órgano. Pensándolo bien, no habría estado del todo mal.

¡Sí, la habíamos hecho! Entre lágrimas de las nenas y risas de los chicos celebramos nuestro primer paso hacia el éxito. Sin embargo, había un pequeño detallito que nos molestaba: nuestros padres y el resto de parientes. Sí, faltaba lo peor. ¿Cómo les íbamos a decir? ¿Cómo lo iban a tomar? ¿Nos rechazarían? Por supuesto, nadie de nosotros pensaba en cambiar la vida que llevábamos. María José y yo estábamos decididas a continuar siendo mujeres toda la vida, incluso sin Rodrigo y Miguel. Afortunadamente, los chicos se morían por nosotras, tanto como nosotras por ellos. De hecho, cada una viviría con su hombre, independientemente de si seguíamos o no nuestra carrera musical.

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Fueron terribles días, esos. Pero al final, todo terminó bien. Cuando nuestros familiares vieron nuestra determinación, tuvieron, sí, tuvieron que aceptarnos. De todos modos no íbamos a cambiar, así que prefirieron tener parientes raros con un futuro potencialmente exitoso, que parientes raros comunes y corrientes. Ah, también ayudó que Tito facilitara el contacto con algunas integrantes de los grupos que él había manejado, especialmente las chicas de su grupo anterior, así como las chicas del grupo del cual era el actual manager, el que mencioné al principio de la historia, esas que planeaban su reencuentro.

Les apuesto que ninguna de ustedes, niñas lindas, se imaginaba que esas hermosas artistas, al principio de su carrera, habían sido tan mujeres como nosotras. Sí, todas ellas, y quién sabe cuántas otras más, habían sido hombrecitos. Sí, nenes, con piquito y todo. Nenes que no se conformaron con esperar otra vida para cambiar de género.

Al igual que nosotros, esos 6 chicos cantantes en busca del éxito, se habían encerrado por algunos meses, solos, para perfeccionar su estilo, voz y expresión corporal. Al final, tres de ellos salieron convertidos en hermosas niñas, y yo creo que eran ya pareja de sus compañeros. Algo similar pasó con las integrantes de ese famoso trío femenil de los 80s, que no había sido tan femenil al principio.

El caso es que nuestras familias nos aceptaron. Mi madre, especialmente, no cabía de felicidad con su nueva hija; sin embargo, segán ella, y las demás madres, no podíamos vivir en pecado. Así que mientras nos casamos, vivimos como novios, al menos para beneficio de nuestras familias. La verdad es que calientes como somos los cuatro, no hay manera de que dejemos de hacer el amor. Y si esto es de novios, no puedo ni imaginarme lo que será cuando ya vivamos juntos. Bueno, sí puedo imaginármelo. Mi casa estará llena de cojines.

En fin, ya grabamos nuestro disco, el que está a punto de salir al mercado. Segán Tito, el sonido es una extraña pero melodiosa mezcla de estilos: Las Mamas y Los Papas, ABBA, Roxette, Fleetwood Mac, todos grupos de chicas y chicos, nos cuenta. Por otro lado, a las feministas no les gusta mucho las letras de nuestro disco; segán ellas, ninguna mujer debería interpretar canciones que hablan del sometimiento de las mujeres al macho, de existir sólo para el placer de los hombres, de olvidarse de una y entregarse por completo al amo, al dueño… Bah, ellas se lo pierden.

No sabemos por qué, pero a insistencia de Tito, los 2 covers que grabamos fueron de un grupo llamado Garibaldi y de otro, Flans, un grupo de chicas; dichos covers fueron un homenaje a esos grandes grupos, los que no tuvimos la suerte de escuchar, pero que segán él habían sido lo mejor de lo mejor. La verdad es que esas canciones del recuerdo nos quedaron bien; ojalá que sus fans sean también los nuestros.

Así que nena, o nene, disfruta la másica de Paola y Rodri, María José y Miguel, el grupo joven que le canta al amor y al sexo en pareja. Por favor, apóyanos y compra el disco. ¿Sabes? Las chicas del grupo están que se mueren por un par de tetitas.

Te lo repito, compra el disco, el original. Di no a la piratería. Jamás lo copiado será mejor a lo original… Nunca una copia tendrá la calidad de lo real, de lo verdadero, del producto final

Bueno, a veces hay excepciones. Paola y María José, las novias, esposas y amantes travestis de Rodri y Miguel (el marido primero) son dos de ellas

¡Bye, mis amores!

Karlapetite22@hotmail.com