Uno
¿Qué pasaría si ellas fuesen más "pervertidas" que los hombres?
Uno
Las palabras de su esposa sonaban extrañamente melosas desde el otro lado de la línea telefónica. Algo tramaba. Algo le iba a pedir antes o después. Estaba seguro. Siete años casados era demasiado tiempo como para no reconocer cada uno de los diferentes tonos de la voz de su mujer y el significado de todos ellos. Desde el suave ronroneo gatuno hasta el fiero rugido leonino.
Entonces ¿llegarás tarde esta noche?.
Sí, aunque espero no demorarme mucho. Ya sabes que cuando Doña Ana quiere un informe "para mañana", lo quiere "para ayer".
Bueno, pero no tardes mucho me tienes que hacer un pequeño favor.
¿Qué clase de "pequeño favor"?.
Una sonrisa astuta iluminó suavemente el duro rictus de Andrés. Efectivamente, al final aquella conversación iba a desembocar en un encargo. Conocía demasiado bien a su mujer como para que ésta le pillara ya por sorpresa.
El timbre de la puerta interrumpió la conversación en el preciso instante en que ella iba a comenzar por fin a explicarle el motivo real de aquella llamada a su trabajo.
Espera un momento, cariño, llaman a la puerta. Voy a ver quién es. Andrés escuchó los pasos de su esposa en dirección hacia la puerta- Parece un vendedor ambulante sonó su voz casi como un susurro mientras se la imaginaba mirando por la mirilla- No cuelgues.
Había debido de guardarse el teléfono móvil en el bolsillo del pantalón porque a partir de ese momento el sonido le llegó de forma más entrecortada, aunque lo suficientemente claro como para hacerse una idea muy acertada de lo que estaba sucediendo bajo el umbral de la puerta de su domicilio.
¿Qué es lo que desea?. La voz de su mujer sonaba menos dulce que instantes atrás. Apenas si entendió la respuesta. Parecía una voz con acento extranjero. Árabe tal vez. No, no me interesa comprar ninguna alfombra ahora mismo. Esta vez a su esposa si la había escuchado con toda nitidez. Parecía como si de nuevo hubiese sacado el móvil de su pantalón. En cambio sí me podría interesar otra cosa de ti, le oyó decir.
Andrés, cariño ¿quieres pasar un buen rato?.
Ni siquiera esperó la respuesta de su esposo. Acercó el móvil a la boca del vendedor y le espetó fríamente:
Estoy hablando con mi esposo. ¿Te importaría mucho decirle que me vas a follar viva como si fuera tu zorra?.
La respiración entrecortada del vendedor inundó la línea. Tan solo un ligero balbuceo fue lo único que pudo escuchar Andrés antes de oír como se cerraba la puerta de su casa y un ruido de pasos se dirigían al interior del domicilio.
Su corazón comenzó a latir intensamente. De nuevo su mujer le iba a poner los cuernos. De nuevo con un completo desconocido. Un enorme golpe de calor, mezcla de ira y excitación, comenzó a brotar de su interior.
Hubiera debido colgar, pero sabía que no podía. Tan solo podía escuchar. Escuchar e imaginar a su esposa entre los brazos de aquel vendedor sin rostro. Quería colgar, pero aquella imagen era superior a sus fuerzas.
Estamos en nuestra habitación. le oyó decirle.
Cerró los ojos. Se hubiera puesto a llorar. Hubiera debido salir corriendo en dirección a su casa. Pero no podía. Las imágenes que comenzaron a brotar dentro de su cabeza eran muy superiores a su voluntad. Muy superiores, incluso, a su instinto.
Sin ningún esfuerzo dibujó en su mente la imagen de su habitación. Una estantería, una gran cama de matrimonio, dos mesillas de noche al fondo y un armario junto a la puerta. Al otro lado un inmenso ventanal tras unos ligeros visillos. Y fotos. Muchas fotos. En las paredes, sobre las mesillas y la estantería. Su esposa era una fanática de la fotografía. Cada momento de su vida enfrascado en papel y apoyado en cada hueco libre de la habitación.
Y en medio de todo ello, ella. Ella desnudando al vendedor en el centro del dormitorio. Con sus salvajes ojos azules clavados en cada milímetro cuadrado de la nueva anatomía que iba descubriendo.
Su pelo moreno y corto, su piel blanca, sus erectos pezones, su coño depilado, toda ella ardiendo, mojada, palpitando. Toda ella persiguiendo únicamente el placer de follar y ser follada mientras sabía que su esposo les estaba escuchando desde su trabajo.
Vaya tienes un cuerpo muy bonito. Y un buen pedazo de miembro. Anda, dile a mi maridito lo que te voy a hacer a continuación.
Ehem. Una voz terriblemente nerviosa asomó al móvil- Su esposa su esposa me me esta comiendo la polla. ¿Oiga?. Le digo que su mujer se está metiendo mi polla en su boca.
Le oía sí. Como también pudo oír los chupetones y las succiones de su esposa desde que ésta le quitó el teléfono y se lo acercó a la boca para que no perdiese detalle. Casi podía verla. Su esbelto y delgado cuerpo arrodillado frente al duro miembro del vendedor. El sorprendido hombre de pies, casi seguro que con las piernas temblorosas, mientras su mujer se introducía su polla hasta la garganta. Bien sabía él de lo que ella era capaz.
No te corras aún, que todavía no hemos hecho sino empezar. Si eres bueno luego te dejaré que me llenes la boca de leche, pero aún no.
El ruido de los muelles de la cama recibió a la pareja al otro lado del auricular. Lame todo mi cuerpo, ordenó desde la distancia la firme voz de su esposa. Muérdeme los pezones. Con fuerza. No temas hacerme daño.
Andrés no podía resistirse más. Se levantó de su silla, cerró con pestillo la puerta de su despacho y se sentó sobre el pequeño sofá de cuero rojo tras bajarse los pantalones.
Los jadeos de su esposa iban en aumento mientras él comenzó a arañarse suavemente su polla. Ahora gírate. Quiero que hagamos un sesenta y nueve. De nuevo imaginó la dura verga de aquel tipo penetrando los labios de su esposa y a ésta disfrutando mientras le devoraban por debajo.
Mmmmm, sigue. Eres muy bueno. ¿Lo estas escuchando, cornudo?. Este hombre si que sabe como hacerme gozar.
Aquellas palabras tan solo sirvieron para espolear su imaginación. Cada vez estaba más caliente. Cuando le pareció escuchar como su esposa alcanzaba su primer orgasmo, su cuerpo estalló en un enorme chorro de esperma que le llegó hasta más arriba del ombligo. Afortunadamente se había apartado la corbata y la camisa.
Mientras, su esposa seguía jadeando. Métemela. Así. Bien dentro. Hasta el fondo. Oh, sí. Debía estar gozando como una zorra. Sus jadeos se volvieron chillidos a medida que el otro hombre la horadaba cada vez más velozmente.
Su pene se resistía a descansar. Los gritos de placer de su esposa le pedían a voces otra paja. De nuevo se llevó las manos a su miembro y de nuevo volvió a agitarlo con virulencia.
Sácala, sácala. No quiero que te corras dentro de mí. Así. Dámela. De nuevo el ruido de su boca llegó a sus oídos. Esta vez no duró mucho. Enseguida escuchó como unos profundos bramidos anunciaban que el otro hombre se había corrido dentro de aquella boca que él había besado tantas veces. Solo esa idea le produjo una segunda y abundante corrida.
Vuelve a metérmela. Vamos. Apenas sí se había tragado todo como una niña buena y ya estaba pidiendo más. De nuevo le pedía ser penetrada. De nuevo aquella polla anónima volvía a entrar dentro del cálido cuerpo de su esposa. Así, así. Mmmm como me gusta. Más rápido. Un segundo orgasmo en forma de un largo y sentido jadeo
Anunció, por fin, el final de la tormenta.
¿Andrés?.
¿Sí?. su garganta estaba terriblemente seca, apenas si tenía voz dentro de ella.
Luego te llamo.
El pitido del teléfono le anunció que aquello era todo. Temblando aún tras secarse el abdomen con su pañuelo, se puso en pie y se volvió a subir los pantalones.
Aún tenía que acabar aquel informe.