Uniendo a la familia.

Los problemas sexuales entre mis padre, hacen que tenga que intervenir para unirlos de nuevo. Tal vez con sexo se resuelvan los problemas sexuales, aunque sea con un hijo.

Uniendo a la familia.

Hola, me llamo Samuel. La historia que os quiero contar pasó hace ya varios años, cuando yo tenía diecinueve años. Vivía con mis padres, Luisa y Juan. Siempre fuimos una familia feliz. Ellos fueron precoces a la hora de traerme al mundo, pues mi madre tenía veinte años y mi padre veintidós.

Los tres estábamos muy unidos, y por las noches escuchaba lo unidos que llegaban a estar ellos, los gemidos y gruñidos de los dos eran evidentes, aunque me encontrara en la otra punta de la casa. Pero fue con dieciséis años cuando los espié por primera vez mientras tenía una noche de sexo. En aquella noche contemplé el cuerpo desnudo y sudoroso de mi madre, sus tetas, su culo… Mi padre era un verdadero caballero, y me refiero a que era cómo un caballero de la edad media por la enorme “lanza” que portaba. Aquel día comprendí el por qué mi madre lanzaba aquellos gemidos y aullidos de placer. También fue la primera noche en que me hice una paja pensando en ella, muchas más cayeron a partir de entonces.

Pero cuando llegué a los dieciocho años, aquellas demostraciones de amor dejaron de existir. Poco a poco dejaron de hacer el amor por las noches y por el día eran más frecuentes las peleas. Me imaginaba de todo. Mi padre es representante e imaginaba que había sido descubierto en algún desliz, poniéndole los cuernos a mi madre. Intenté hablar con ellos, pero mi madre evitaba hablar de ello, mi padre casi siempre estaba fuera de casa.

Y fue un año después cuando mi padre se atrevió a hablar conmigo. Su relación estaba casi rota y estaba desesperado. No quería hablar con ninguna persona pues no confiaba en nadie. Aquel día yo estaba estudiando, mi madre había ido a visitar a mi abuela, mi padre se levantó después de dormir bastante. Lo encontré delante del televisor, en el salón, abatido y pensativo.

-          Papá. – Le dije y me senté junto a él. - ¿Qué os pasa? Cada vez os veo peor…

-          Hijo, es algo difícil de explicar… - Sentí cómo se hundía moralmente.

-          ¡Vamos, todo tiene solución! – Intenté animarlo.

-          Lo mío no tiene solución… - Miraba a ningún lado, con la vista perdida y los ojos húmedos, a punto de llorar. – No puedo hacerle el amor a tu madre…

-          ¿Pero cuál es el problema? ¿Ya no te atrae físicamente? – Lo abracé cariñosamente. - ¡Papá, tiene sólo treinta y nueve años! ¡Más de un tío la mira al pasar!

-          Ya, el problema no es ella…

-          Entonces… ¿Impotencia?

-          Tampoco hijo, es algo que no puedo confesar…

-          ¿Has engañado a mamá?

-          No, la amo mucho para hacer eso… - Se entristeció más aún. – Aunque eso es lo que ella cree, piensa que tengo una amante y por eso no cumplo en la cama…

-          ¿Tan malo es lo que te pasa?

-          Hijo, no es que sea malo, más bien es pervertido…

-          ¡Bueno, una fantasía que no quiere hacer contigo!

-          Ella no sabe nada, sería incapaz de confesarle a tu madre lo que desde hace tiempo me excita. – Me miró por unos segundos, dudando, sin saber si hacerme depositario de su secreto. – Verás hijo… - Tragó saliva. – Lo que me ocurre es que para excitarme tengo que imaginarme a tu madre… - Paró de hablar y meditó. – La imagino teniendo sexo con otro hombre…

-          ¡Bueno, creo que lo mejor es que se lo digas a ella! Tal vez le guste y podrás verla mientras se acuesta con otro…

-          Pero lo que me excita más es verla engañarme, ver como lo hace pensando que me pone los cuernos…

-          ¡Bueno, eso es más complicado! – Le dije y la verdad es que no se me ocurría una forma en que lo engañara y poder verla. - ¿Algún amigo tuyo?

-          Sé que tu madre sería incapaz de hacer nada con otro hombre. – Estaba algo más relajado y confiado. – Hemos hecho muchas cosas y siempre me ha dicho que sería incapaz de hacerle esas cosas a otros hombres, que le daba fatiga nada más pensarlo…

-          ¡Pues mala solución tiene eso! – Lo abracé con cariño. - ¡Creo que tienes que hablarlo con ella!

-          Pero la última solución que se me ha ocurrido es lo más pervertido que he pensado nunca… - Tragó saliva y se puso demasiado nervioso.

-          ¿Qué solución?

-          Últimamente me excita pensar… - Dejó de hablar y miró al suelo. – que tú y tu madre…

-          ¡Papá! – Me sorprendió la propuesta, aunque muchas veces me masturbaba pensando en ella, no era lo mismo qué que te dijeran “fóllate a tu madre”.

-          ¡Perdona hijo, es una gilipollez de un pervertido!

-          No papá, sólo estás desesperado… - Lo volví a abrazar. – Tranquilízate. – Me levanté para ir a estudiar turbado por la conversación que había tenido con él.

-          ¡Gracias hijo! – Me dijo. - ¡Gracias por ayudarme!

El resto del día no pude concentrarme en los estudios. Por mi cabeza pasaba la idea que tenía mi padre y la imagen de mi madre. Si bien me parecía una idea descabellada por lo absurda y depravada que era, me excitaba la idea de que mi padre me ofreciera a mi madre para que la follara. Tuve que entrar en el baño y hacerme una paja, pensando que follaba a mi madre mientras mi padre, oculto, veía como la penetraba y hacía todo tipo de perversiones a su mujer. Aquella misma tarde, mi padre se marchó de viaje, por el trabajo, justo un rato después de que mi madre llegara de visitar a mi abuela.

Serían las nueve de la tarde cuando mi madre y yo estábamos solos en casa. Tras la conversación con mi padre, miraba a mi madre con otros ojos. Me paré en el quicio de la puerta de la cocina. Ella estaba preparando algo de comer, estaba de espalda a mí y no se había percatado de mi presencia. La observé y la verdad es que era una madurita madre que estaba para follarla. Una Mom I’d Like to Fuck. Me acerqué a ella por detrás.

-          ¡Mami, hoy estás muy guapa! – La abracé suavemente y besé su mejilla desde atrás.

-          ¡Gracias hijo! – Ella me devolvió el beso. – Prepárate que vamos a comer.

En unos minutos, los dos estábamos sentados en la mesa, comiendo y hablando de cómo estaba mi abuela y de los familiares que había visto en su casa. Ella me contaba y la escuchaba, pero mi padre había despertado algo en mí, algo muy pervertido. Ahora no podía mirar a mi madre sin fijarme en sus rojos labios, en sus bonitos ojos verdes, en su pelo castaño… en aquel canalillo que se hundía en el escote de su camiseta. Por momentos me iba excitando con la idea de tener a mi madre para hacerle el amor, mientras mi padre nos observaba. Y una pregunta me sacó de mis pensamientos.

-          ¿Y tú cómo vas con Cristina?

-          Lo dejamos hace ya más de tres meses… - Puse cara de tristeza, pero la verdad es que me daba igual aquella rotura.

-          ¡Vaya, lo siento!

-          ¿Y tú con papá? – Se agitó y se puso nerviosa. – ¡Vamos mamá, os veo muy distantes desde hace mucho tiempo!

-          ¡Son pequeños problemillas de pareja!

-          ¡¿Problemillas?! – Le dije. - ¡Mamá, durante muchos años me habéis despertado por la noches con vuestros “cantos de amor”!

-          ¡Dios, lo escuchabas! – Se ruborizó. - ¡Dios, que vergüenza que mi hijo supiera lo que hacían sus padres!

-          Mamá, no pasa nada… - Alargué mi mano y acaricié su brazo. – Es lo más normal del mundo. Lo que no es normal es que haga tanto tiempo que no lo hagáis y estéis todo el día discutiendo.

-          Bueno hijo… - Soltó los cubiertos y parecía dispuesta a hablar. – La última vez que… que… que “cantamos al amor”. – No sabía cómo seguir hablando. – Pues la verdad es que no cumplió con su deber… No supo “cantar” y desde entonces no ha cantado. ¡Creo que me engaña con otra!

-          Pero… ¿Lo has hablado con él?

-          Si está muchas veces trabajando… Y cuando está en casa, estamos más tiempo discutiendo que otra cosa…

-          ¡Tiene que ser difícil vivir así! – Le dije de forma comprensiva. – Y además tú estarás loca por “cantar” ¿no?

-          ¡No te imaginas cuanto! – Tomó un color rojizo al darse cuenta de las palabras que había dicho a su hijo.

-          Lo comprendo mamá, no tienes que avergonzarte… - Acaricié su mano. – Además, a mí me pasa algo parecido, desde que acabé con Cristina, estoy que no sé que hacer para “cantar”. Y las masturbaciones ya son cansadas… ¿Tú te masturbas?

-          ¡Hijo, que pregunta es esa para tu madre! – Soltó su mano y volvió el color rojo a su cara.

-          Mami, nos estamos sincerando ¿qué problema hay en que nos contemos estas cosas?

-          Bueno, pero son muy íntimas… Y la verdad es que nunca me he masturbado…

-          ¡¿Nunca?! Ni siquiera con papá…

-          Bueno, eso es diferente… Él me masturbaba y yo lo masturbaba… - Aunque se le notaba la timidez de contar aquello a su hijo, seguía hablando.

-          Mamá… ¿Y si nos ayudamos?

-          ¡¡¿Qué?!! – Sus ojos se abrieron de par en par. - ¡¿Estás loco?!

-          ¡Tranquila mamá! – Hablé rápido para que no se escapara corriendo. – No digo que tú a mí, ni yo a ti.

-          ¡Entonces ¿qué tontería dices?!

-          Cada uno juega con los suyo, pero delante del otro para tener algo diferente que estimule el momento… - Quedó pensativa por unos segundos. – Mira, si lo necesitas, en mi habitación a las doce. No nos tocaremos, somos madre e hijo, pero nos ayudaremos a estimularnos, el uno al otro… Si no vienes, lo haré yo solo, ya buscaré algo por Internet para llevar a mi imaginación.

Me levanté y recogí mis platos. La dejé sola, sentada en la mesa, pensativa. Sabía que había arriesgado mucho, aquella proposición era pervertida, casi delictiva. Le había propuesto masturbarnos juntos, de forma que la visión del otro fuera la inspiración de aquella masturbación entre madre e hijo. Marché a mi habitación. Mi corazón estaba acelerado. Mi padre me había dicho que se excitaría al ver a su hijo tener sexo con su esposa. Si aquello era bastante locura, después le había propuesto a mi madre tener una masturbación colectiva. ¡Aquel día era una locura! Y aún no había acabado…

Eran las doce menos veinte, me duché y con mi pijama, me eché en la cama a esperar la decisión de mi madre. Me movía a un lado, y a otro. No sabía cómo ponerme. ¿Y si le daba por venir? ¿Qué hacía si ella aceptara mi proposición? Nunca me había masturbado con mi madre… Me entró las dudas de lo que había comenzado en el comedor. Pero el que ganaría sería mi padre… ¡Coño, no había caído que tenía que grabar aquello, pasara lo que pasara! Me levanté y cogí mi cámara. Busqué como loco una localización en la que se viera todo lo posible y con un enchufe, la cámara no tenía batería. Faltaban cinco minutos cuando puse la cámara en un buen lugar, con un trapo tapé la luz roja que indicaba que estaba grabando. ¡Coño ya son las doce! Comencé a grabar y me acosté en la cama.

Mi polla estaba tomando cierto volumen. El hecho de pensar en que mi madre podía entrar por la puerta para masturbarse conmigo me calentaba. ¿Qué haríamos? ¿Cómo empezaríamos? Miré el reloj, ya eran las doce y cinco. ¡Esta no viene! Pensé. Seguí intentando imaginar cómo iba a improvisar para que nos masturbáramos. Tal vez algún vídeo de una madre y su hijo follando sería bueno… No, no, era demasiado directo. Era como decirle: “abre las piernas que te voy a follar”. ¿Pero qué podía hacer?

Las doce y diez… ¡Ya no viene! Me levanté de la cama para quitar la cámara. Me acerqué al mueble y antes de llegar se abrió un poco la puerta de mi habitación…

-          ¡¿Puedo pasar?! – Dijo con una suave voz que indicaba la vergüenza que estaba sintiendo al hacer aquello.

Caminé hasta la puerta y le tendí la mano. Ella la agarró y la llevé hasta mi cama. Me senté apoyando mi espalda en el cabecero de la cama, golpeé con la mano en el colchón para que ella se sentara. Se sentó a los pies, frente a mí. Le sonreí, pero por dentro los nervios y la excitación me corroían. Ella también me sonrió, pero bajó la vista pensando que aquello era una autentica perversión.

-          Mamá, empezaré yo a desnudarme para que me veas…

-          Perdona hijo, he venido y la verdad es que no sé muy bien que hacer ni que quiero…

-          Pues mejor. – Ella me miró a los ojos sin comprender lo que le decía. – Si no sabes lo que quieres, abandónate, mira mi joven cuerpo sin pensar quién soy, sólo excítate con lo que ves y disfruta masturbándote ¿vale? – Ella asintió con la cabeza.

Me levanté y poco a poco me quité el pijama. No lo hice como un boy para excitarla, simplemente me quité la camiseta y los pantalones y quedé con mis ajustados calzoncillos. Sus ojos se abrieron de par en par al ver cómo se marcaba mi polla en la fina tela.

-          ¡Parece que tu padre te ha dejado una buena herencia!

-          ¡De tal palo, tal astilla! – Los dos sonreímos.

Me giré y me quité lo último que cubría mi cuerpo. “¡Buen culo!” Dijo mi madre y parecía que al verme desnudo se iba relajando. Me giré con los brazos abiertos mostrando mi polla casi totalmente erecta.

-          ¡Uf, vaya lo que ha dejado Cristina! – Sus ojos no se apartaban de mi polla. - ¡Ahora me toca a mí! ¡Siéntate!

-          No mamá, no hace falta que te desnudes. Por el hecho de estar aquí, ya estoy bastante excitado. ¡Mira la prueba! – Señalé mi pene erecto. – Mastúrbate y verte gozar será suficiente.

Me senté frente a ella con mi polla bien dura. Ella se levantó la camiseta hasta que su sexo quedó al descubierto. No tenía bragas y pude ver el triángulo de pelos negros que tenía sobre su raja. Su mano empezó a acariciar su coño. Me miraba a los ojos y a la polla. Mi mano se agitaba arriba y debajo de mi polla. Tiré de la piel y mi glande quedó libre de su cubierta, asomando y saludando a mi madre que por momentos se ponía más caliente. Dos dedos se metieron dentro de su mojada raja.

-          ¡Uf, hijo, qué cabeza más grande tiene!

-          ¡Sí, para que goces mejor!

Agarré sus muslos con ambas manos y la atraje hacia mí. Ella pareció asustarse sin saber que pensaba hacer.

-          ¡Así la podrás ver mejor! Y te podrás tumbar si lo necesitas…

Se relajó y siguió masturbándose. Se metía dos dedos y se acariciaba el clítoris. Su cara mostraba el placer que estaba sintiendo. Ya no sentía vergüenza de mostrar su lujuria delante de su hijo, el placer la envolvía y estaba gozando con la visión de la polla erecta de su hijo. Cayó atrás, sin dejarse de acariciar, su cuerpo vibraba, estaba a punto de correrse. Sus caderas se convulsionaban en el momento de tener su orgasmo. Tumbada en la cama, comenzó a gemir y de su coño, salieron chorros de líquidos que me mojaban. Ella no quería hacer aquello, pero su cuerpo estaba descontrolado. La visión de mi madre corriéndose me excitó hasta tal punto que yo iba a seguirla.

-          ¡Ahora yo, mamá! – Le dije. - ¡Enséñame su coño! – Ella se abrió con dos dedos los labios vaginales y una rosada vagina apareció ante mis ojos. - ¡Tú me has bañado con tus flujos, ahora yo te mojaré con mi semen!

Ella no dijo nada, no protestó. Sólo esperó impaciente que mi polla lanzara mi semen sobre ella. Y así fue. Un gran chorro salió y cayó sobre su camiseta. Apunté hacia su coño y otro gran chorro salió. Hice pleno. Mi semen cayó sobre la mojada piel de su coño, sus dedos empezaron a moverse para restregar aquel calido y blanquecino semen sobre su raja. Más semen salía, débiles chorros que mojaron parte de su culo y la cama. Sobre las sábanas se mezclaban nuestros fluidos, al igual que en la raja de su caliente coño.

-          ¡Hijo, ha sido increíble!

-          Sí mamá, nunca había tenido un orgasmo tan intenso con una masturbación…

-          ¡Vaya, tu cama está totalmente mojada!

-          ¡Sí!

-          ¡Pues llevemos estás sábanas a la lavadora y vente a mi cama!

-          No mamá. Llévala tú, yo pondré otra y me ducharé… ¡Mañana veremos cómo estamos!

-          ¡¿No quieres dormir con tu madre?! ¡No te voy a hacer nada!

-          Lo sé mamá, pero esto ha sido demasiado bueno y no sé si seré capaz de no tocarte mientras estoy a tu lado.

-          ¡Bueno hijo! – Se acercó para besarme, yo le ofrecí la boca y ella dudó un poco, pero me dio un suave beso en los labios. - ¡Gracias hijo, en verdad necesitaba algo así!

-          ¡Yo también mamá! – Ahora yo besé suavemente sus labios. - ¡Si lo necesitas, ya sabes lo que podemos hacer!

-          ¡Sí hijo, sí, lo repetiremos!

Ella salió de la habitación con mis sábanas en las manos. Mi cuerpo aún estaba mojado por aquellos líquidos que su sexo había lanzado. Su olor me envolvía, me excitaba y tenía ganas de follarla… Pero no podía, esa noche no, tenía que ser un día en que mi padre pudiera espiarnos y ver como su mujer, mi madre, volvía a tener aquellos tremendos orgasmos. Tal vez así volviera a sentir las ganas de follar a su mujer.

Apagué la cámara, y sin ducharme, pasé la grabación al ordenador. Corté y reduje el tamaño del vídeo hasta que estuvo listo. Abrí el correo y se lo envié a mi padre, a su correo particular. Le puse: “¡Ojo, qué nadie vea esto! ¡Seguro que te gusta! Habían pasado dos horas desde que había estado con mi madre. La contestación de mi padre no se hizo esperar.

“Hijo, eres un cabrón. Eso precisamente es lo que necesitaba. ¿Hasta dónde estás dispuesto a llegar? Dentro de tres días nos vemos y hablamos. Si haces más cosas de esas, espero que me la grabes para verlas. Por favor, no las envíes por aquí para que no quede en los servidores. ¡¡¡Gracias!!!

Aquella noche dormí feliz de haber ayudado a mi padre y a mi madre con una sola acción, masturbarme con mi madre los ayudó a los dos. ¿Qué pasaría si ella consintiera a tener sexo conmigo mientras mi padre nos espía? ¿Se solucionarían los problemas de los dos? Sólo el futuro nos daría la contestación a esas preguntas. Por la mañana intentaría hacer más confiada a mi madre. No sólo físicamente, sino que me confiara sus perversiones más oscuras, esas que ninguno de nosotros es capaz de confesar a nadie y que siempre rondan por la cabeza.