Unicamente Mia 2

2 parte

Capítulo II

Confusión

  • Hace mucho que no venías a visitarnos. - Un zorro pelirrojo le hablaba amistosamente.

  • Estuve castigada Shippou… estuve en peligro y… - Un largo suspiro. El semblante de Rin cambió rápidamente.

  • Imagino cómo se habrá enojado Sesshoumaru, y es normal Rin, él siempre te ha protegido, pero ya no estés triste por eso, ya pasó, sé que no quisiste ocasionar ningún problema. –

Rin no sabía disimular muy bien sus sentimientos por Sesshoumaru, o al menos Shippou podía percatarse de ellos con demasiada facilidad. Sin duda, convivir por tantos años con Inuyasha y los demás, le había enseñado mucho sobre esos temas.

  • Gracias Shippou… ¡siempre consigues que vuelva a sentirme mejor! – Los amigos se abrazaron cariñosamente.

Una de las más grandes preocupaciones de Sesshoumaru al tener a Rin como protegida, era que no llegara a crecer tranquilamente debido a la ausencia de humanos en su castillo. Era consciente de la importancia de interactuar con otros seres de su misma especie, y por eso el lord permitía que Rin visitara la aldea para ver a Kagome y sus amigos, los humanos más confiables que conocía, aunque sobre el monje Miroku no podía decir lo mismo. Además, ahí estaba Inuyasha por si algo malo llegaba a suceder, aunque afortunadamente, los tiempos de paz se venían respirando desde la muerte de Naraku.

Rin siempre iba a verlos acompañada de Ah-Un, su viejo dragón de dos cabezas, así que con todas esas precauciones, Sesshoumaru aprobaba esas visitas. Sin embargo, lo más irónico del asunto, era que el mejor amigo de Rin era nada más y nada menos que un demonio zorro.

  • Y dime… - Comenzó Shippou después de soltarse del abrazo de su amiga. - ¿En realidad eso es todo lo que te pasa, no quieres contarme nada en especial?

  • Eh… - Dudó un momento. En realidad lo que la tenía así era su primer y tormentoso beso, el beso con Sesshoumaru, aunque había sido mucho más que eso.

Lo que más le dolía a Rin era sentirse como un objeto, como una posesión más. Si algún día era premiada con el amor del gran lord, quería ser verdaderamente querida por quien era, y no como una cosa que se podía conservar y otro día desechar. Quería escuchar esas palabras de su boca, quería escuchar que él la amaba, o quizá el problema radicaba en eso, que Sesshoumaru simplemente no la amaba ni podría hacerlo nunca.

  • Rin… no te agobies… está bien si no quieres contármelo.

  • Gracias Shippou… y no es que no quiera, es solo que… aún no me siento lista para hablar de ello. - Le regaló una sonrisa y agradeció al cielo tener un amigo tan comprensivo como él. Siempre le pareció impresionante la forma en la que se percataba de las cosas mucho más rápido que cualquiera, era un jovencito muy singular y lo quería muchísimo.

Desde el primer día que Rin visitara la aldea, había sido casi inevitable que ellos iniciaran una linda amistad, y aunque no se trataba de un humano, al menos tenía a alguien de casi su misma edad con quien conversar, además, a diferencia de muchos humanos en la Era Sengoku, ella no sentía ningún tipo de aberración por los demonios, a pesar que de pequeña su muerte se debió al ataque de unos lobos pertenecientes a la manada de un demonio lobo, fue otro quien la regresó a la vida.

  • ¡Por cierto Shippou, mi cumpleaños se acerca!... - El semblante de Rin cambió a uno más feliz y agradable.

  • ¡Lo sé!

Así iniciaron una conversación en la que Rin le dio toda la información sobre lo que se haría en el castillo para celebrar.

Kagome aún podía escuchar las sonoras risas de Rin y Shippou a pesar de que estaba a punto de anochecer.

  • Ya está oscureciendo… - Dijo Inuyasha con un dejo de preocupación.

  • Sí… pero me temo que una vez más, Rin no se ha percatado de eso… Shippou puede ser tan divertido… - Un tierna sonrisa se formó en el blanco rostro de la mujer, hecho que dejó embobado al medio demonio de grandes ojos dorados.

  • Kagome… - Un beso suave fue depositado en su cuello mientras rodeaba la cintura de su mujer por la espalda.

  • Inuyasha… - La mujer ladeó la cabeza con el fin de brindar mayor acceso a los labios de su esposo.

Los besos se hicieron más efusivos y húmedos, mientras que el abrazo se hacía cada vez más íntimo y posesivo.

  • Mi amor… detente, tenemos visitas… - Dijo bastante acalorada, mientras trataba de soltarse del agarre de su esposo sin mucho éxito. – ¿Dónde están los niños?

  • Los mandé a asearse… hoy entrenamos mucho más de lo normal… - Dijo cerca de su cuello, comenzando a restregar su nariz en el lugar. - Hueles delicioso mujer… - Dijo con voz ronca, logrando que a la mujer se le erizara la piel.

  • Inuya… ya basta… - Por la expresión placentera en el rostro de Kagome no cabía la menor duda, lo último que quería era que Inuyasha se detuviera, pero el recuerdo de una advertencia hecha por Sesshoumaru hizo que tomara fuerzas de flaqueza y lograra escaparse de los mimos de su esposo. Estaba segura que a Inuyasha no le agradaría mucho la visita de su medio hermano, y más si llegaba furioso debido a la tardanza de su protegida.

Kagome le pidió a su esposo que la esperara en su habitación mientras ella iba a hablar con Rin.

  • Rin… ya es muy tarde…

  • ¡Ay, sí!… lo siento señora Kagome… - Rin se puso de pie casi de inmediato al notar que comenzaba a oscurecer.

  • Solo Kagome ¿cuántas veces voy a tener que repetírtelo?... tantos años de conocernos y aún no puedes tutearme, me heces sentir vieja… - Dijo haciéndose la ofendida, provocando más risas en ambos jóvenes.

Como mandado a llamar, Ah-Un hizo acto de presencia rugiendo de forma extraña, como reclamando a la joven dama que su regreso a casa fuera tan tarde. La muchacha se despidió rápidamente de todos y se marchó.

En el cielo, mientras Rin era llevada de vuelta al castillo, tuvo tiempo para reflexionar más detenidamente sobre los últimos acontecimientos.

Se reconoció como cobarde al no tratar de hablar con Sesshoumaru y aclarar lo sucedido, y en cambio había optado por visitar a sus amigos, pero ¿cuánto tiempo más podría huir? Tenía que encargarse de los preparativos para la llegada de esas importantes visitas, y para ello era lógico que debiera permanecer todo el día en el castillo y tratar diversos temas con su amo.

Después de dejar a Ah-Un en los inmensos establos del palacio, donde desde luego tenía un lugar privilegiado siendo el transporte oficial de Rin, se dirigió a su habitación. En el trayecto esperaba no encontrarse con nadie, y mucho menos con el demonio causante de todos sus pesares, aunque claro, una vez más, ninguna deidad escuchó sus ruegos; el poderoso lord estaba de pie en el vestíbulo principal del castillo.

  • Has tardado. - Su voz, más fría que nunca. Estaba molesto.

  • Lo lamento, se me pasó el tiempo sin darme cuenta. - Dijo esperando lo peor, evadiendo la mirada del demonio.

  • A mí no puedes engañarme ¿a caso piensas que no me he percatado de que escapaste a la aldea? Además, te encargué algo muy importante ¿o ya lo olvidaste?

  • No lo olvidé y no escapé…

  • Sí lo hiciste, querías evitarme.

  • Yo… - No sabía qué decir y no era capaz de mirarlo a los ojos como siempre le gustaba hacer. Se sentía avergonzada. "¿Avergonzada ¿y por qué yo?... Él fue quien me besó…".

  • ¿Cuánto tiempo más piensas quedarte callada? - Hizo una pausa esperando alguna explicación o palabra. Realmente lo irritaba, la tenía enfrente pero no lo miraba a los ojos, y la melena oscura fungía de cómplice ocultando su rostro.

  • Lo siento señor Sesshoumaru, es que…

  • Detesto que titubees, de esa forma me doy cuenta de que no sabes cómo justificarte. Desapareciste todo el día porque no querías verme. - Era una afirmación, y sí, ella no quería topárselo porque temía no saber cómo reaccionar después de lo sucedido, justo como ahora estaba pasando.

  • Señor yo… jamás querría alejarme de usted ni un solo instante… pero…

  • ¿Pero qué? - Fue casi un grito y estaba segura de que todo el castillo había escuchado esa pregunta.

  • Ayer…

  • Olvida lo que pasó ayer.

"¿Qué lo olvidara?" Rin no podía creer lo que le estaba pidiendo, o mejor dicho, ordenando. Ahora se sentía peor y ese tono de voz le indicaba que no debía contradecirlo.

  • No voy a darte ninguna explicación Rin, yo soy el señor de este castillo y lo único que quiero es que dejes de comportarte como una niña. Deja der hacer cosas que sabes que me molestan. Pasaste muchas horas fuera del palacio y sabes cuanto me desagrada eso ¿o acaso piensas que las reglas aquí ya no existen?

  • No señor…

  • Ve a tu habitación. - Maldición, podía oler perfectamente el aroma de Shippou y eso lo enfurecía más. "Chiquillo…". - Y date un baño, te quiero lista para la cena, a menos que no quieras cenar conmigo. - Su tono fue irónico y extraño.

  • Está bien señor… nos vemos en la cena… - Se retiró del lugar casi corriendo. Las lágrimas amenazaban con caer en cualquier momento y no quería ser descubierta por el demonio.

Camino a su habitación iba mirando al suelo, pensando en la forma tan dura en que Sesshoumaru pretendía zanjar todo. A penas ayer la había besado de esa manera tan efusiva. Su primer y único beso, y claro, quién más se lo iba a dar si estaba segura que nunca podría aceptar los besos de nadie más.

"¿Desde cuándo lo amo?... el único ser que no soy capaz de alcanzar y tenía que enamorarme de él". Ahora lo entendía; ella lo amaba y no tenía otra cosa en qué pensar que no fuera él, y luego de haberla besado y tratado de esa manera, de pronto le exigía que olvidara todo.

Los días habían pasado y Rin, para evitarse más problemas con Sesshoumaru, había optado por ya no visitar a la familia y amigos de Inuyasha para poder encargarse de todo en el palacio.

Extrañaba mucho a todos, a Shippou y sus tan agradables comentarios, a los hermosos cachorros de Inuyasha, a la señora Kagome, tan dulce y jovial como siempre, incluso al pervertido y divertido monje Miroku, a su impetuosa esposa Sango, que hacía reír a todos con cada bofetada propinada a su mañoso marido, y al hijo de estos, quien parecía haber heredado los malos hábitos del padre a pesar de tener tan corta edad.

En momentos como ese, le hacía mucha falta estar con sus amigos.

  • Niña tonta ¿qué haces que no comes nada? - Jaken la regañaba, al parecer se había quedado sumida en sus pensamientos.

  • Lo siento. – Comenzó a comer rápidamente, no quería enfadar a Sesshoumaru, quien durante los últimos días, se la había pasado más serio y distante que nunca. Esa actitud la lastimaba, ya ni si quiera era llamada para tocarle algo con su flauta, y no sabía hasta cuándo continuaría esa tensa situación.

La cena era silenciosa, sin que ninguno de los presentes comentara nada en especial.

Sesshoumaru estaba a la cabeza de la mesa, a la izquierda Jaken y a su derecha Rin, y una silla más allá Moura, los únicos a quienes se les honraba con el privilegio de poder comer sus alimentos con el gran señor.

Sesshoumaru podía parecer un ser sin escrúpulos y más frío que el mismísimo hielo, y Rin había comprobado en los infinitos viajes con él, que no muchos lords rompían el protocolo y se sentaban a la mesa con sus sirvientes, por muchos años que estos llevaran trabajando para la familia, sin embargo, él lo hacía, al menos desde que ella había llegado a vivir al castillo.

En el fondo el demonio era un ser tolerante y había aprendido a ceder en muchos aspectos desde la aparición de Rin en su vida, aunque ella no estaba al tanto de todo eso.

Sesshoumaru terminó de comer y se puso de pie.

  • Rin. – La gruesa y firme voz de su amo la llamaba.

  • Señor. – Contestó nerviosa ¿sería posible que nuevamente haya hecho algo mal?

  • Ve a tu habitación y espérame allí, en unos minutos te doy el alcance. – Se marchó del comedor y se dirigió a quién sabe dónde con Jaken.

Moura se dispuso a retirar todos los platos de la mesa para llevarlos a la cocina, de pronto, una sirvienta entró para ayudarla, Rin iba a hacer lo mismo pero fue interrumpida por ella.

  • Deje eso señorita Rin, yo me encargo, no se preocupe por favor. – La demonio le brindó una sonrisa que Rin correspondió.

  • Rin, el amo te dejó claro que tu aquí no eres una sirvienta, eres su protegida. – Dijo Moura con seriedad.

  • Yo solo quería ayudarte nana.

  • No es necesario y será mejor que vayas ahora mismo a tu habitación, el amo puede estar esperándote. – Lo dicho por Moura la asustó y emprendió el rumbo a gran velocidad, no podía permitir que Sesshoumaru se molestara con ella una vez más.

Finalmente llegó a su destino, cerró la puerta y prácticamente calló sobre un zabutón. Había corrido lo más rápido que pudo y afortunadamente Sesshoumaru aún no llegaba.

Su respiración se restableció y se acercó al espejo para observarse detenidamente. Una mueca de desagrado apareció en su rostro, se veía demasiado infantil simple como para gustarle a un demonio como Sesshoumaru.

A veces no podía entenderlo, cómo era posible que los demonios fueran criaturas tan hermosas, aunque no se tratara de sus verdaderas formas, lo que tal vez lo hacía más injusto aún. La imagen de Sesshoumaru en compañía de hermosas demonios apareció en su mente repentinamente, tan solo para provocarle una profunda tristeza.

Unos golpes firmes se escucharon en la puerta, y como siempre, Sesshoumaru entró a los aposentos de su protegida como si fueran los propios.

  • Acércate Rin. – Era una orden, así que ella se aproximó como flecha. Él llevaba varios paquetes en las manos. - Son para ti. – Rin los tomó dudando. - Mañana es tu cumpleaños y a pesar de tus errores, la reunión que tanto querías se llevará a cabo de igual forma.

Rin no podía creerlo, con todo lo ocurrido había olvidado su cumpleaños, y debido a que había enfadado a Sesshoumaru, supuso que su reunión se había cancelado.

  • Señor… se lo agradezco tanto... - Sesshoumaru no pudo evitar sentirse complacido ante la alegría que se reflejaba en su protegida. – Prometo no causar más problemas, y… ¿qué es todo esto? – Dijo mirando los paquetes que ahora tenía en las manos.

  • Un kimono de la más fina calidad, quiero que lo uses mañana. También hay otro aceite, lo compré considerando que su olor me parece más agradable que el que sueles usar. – Rin abrió el paquete y ante sus ojos apareció un hermoso kimono cuyo material se sentía más suave que la mismísima seda, era de color fucsia y tenía hojas doradas por todos lados, lo que le recordaba a los ojos de Sesshoumaru. El obi también era del mismo color. Observó la botella con su nuevo aceite, cuyo contenido era completamente verde. Destapó el pomo y aspiró el suave y delicado aroma. Sonrió y miró a Sesshoumaru. - Veo que te gusta, así que a partir de ahora quiero que lo uses siempre, mandaré a traer más después.

Rin seguía admirando su hermoso kimono y solo pudo asentir con un leve movimiento de cabeza.

Sesshoumaru quedó prendado de la mirada iluminada de Rin. Ella había vuelto a sonreír con verdadera autenticidad.

De pronto, el demonio volvió a sentir que no importaba nada más que solo ella y el delicioso aroma que emanaba su cuerpo, un aroma sumamente cálido y que lo hacía olvidarse de que era el frío y poderoso lord de las Tierras del Oeste, para dar paso a un ser que solo aparecía para Rin, aunque ella no se percatara de ello.

  • No sé cómo agradecerle… - Sus ojos se veían más hermosos que nunca.

"¿Cómo es posible que Rin sea tan hermosa si solo es una simple humana? No… es que ella es mi humana..."

Rin no tardó en hacer una pequeña reverencia para dirigirse a un mueble de su habitación y depositar allí sus obsequios.

Sesshoumaru veía cada uno de sus suaves movimientos, la mujer parecía danzar. La fina yukata celeste que llevaba en esos momentos la hacía ver como un pequeño espíritu de las aguas. Sus curvas se marcaban delicadamente a través de la tela dejando a Sesshoumaru embelesado por esa imagen.

  • Señor, soy tan feliz. – Abrazó sorpresivamente al taiyoukai.

La calidez del cuerpo de Rin era única. Sentir su respiración cerca de su pecho lo arrastró y fue casi inevitable que la apretara más en su abrazo. Quería sentirla más, tenerla pegada a su cuerpo, y le fascinaba que Rin no se incomodara ante sus avances.

De pronto el aroma de Rin cambió, pegando duro al olfato del lord, y repentinamente ella rompió su unión.

  • Rin. – Dijo un tanto fastidiado.

  • Señor… yo… - La preocupación surcó por su rostro. - …como pensé que todo se había cancelado, mandé a Ah-Un para enviar un mensaje al señor Inuyasha y decirle que ya no celebraría mi cumpleaños.

  • No te preocupes por eso, envié a Jaken para que les avise.

  • ¿De veras? Gracias de nuevo… – Para el placer de Sesshoumaru, Rin volvió a lanzarse a sus brazos y depositó un suave beso en su mejilla derecha, lo que lo dejó aturdido por unos instantes ¡Cómo era posible, si a él ni en la guerra lo podía aturdir el enemigo! - Déjeme tocarle algo con mi flauta en agradecimiento, he estado practicando mucho… claro solo si usted gusta…

Sesshoumaru solo asintió.

Rin se acomodó en un zabutón y comenzó a tocar una bella melodía.

Un demonio sapo estaba caminando, lanzando unas ininteligibles maldiciones a la nada.

Llegó a su destino, sacudió sus ropas pues no quería dar mala impresión, y a continuación tocó la puerta de una casa muy grande. Una joven y bella mujer le abrió.

  • ¡Jaken, qué agradable sorpresa! pasa por favor. – Abrió completamente la puerta, dando paso a una acogedora estancia. – Toma asiento. – De pronto un conocido orejas de perro irrumpió en la escena.

  • ¿Qué haces aquí sapo? seguro que el imbécil de Sesshoumaru te mandó.

  • ¡Inuyasha! – Kagome miró a su marido con reprobación. – Señor Jaken, no le haga caso ¿viene a hablar con Inuyasha?

  • No señora Kagome, vengo a hablar con usted, mi amo bonito me dijo que quizá ese torpe no entendería nada… - Automáticamente un fuerte golpe fue lanzado a la cabeza del demonio sapo, haciendo que éste comenzara a mascullar más maldiciones e incluso comenzara a lagrimear.

Kagome volvió a mirar a su esposo, pero ahora más severamente y este comprendió que le esperaba un seria conversación después.

  • Por favor señor Jaken, disculpe a mi esposo y dígame ¿le ha sucedido algo a Rin?

  • Todo está bien señora Kagome, mi amo bonito manda a decir que nada se ha cancelado, y que de igual forma se festejará el cumpleaños de Rin en el castillo, así que los espera a usted, su familia y amigos.

  • ¡Qué buena noticia! y me siento muy honrada por la invitación. – Le dio una dulce sonrisa a Jaken y este hizo una corta reverencia para luego lanzar una mirada de desdén a Inuyasha.

  • Me retiro señora Kagome, hasta pronto.

  • Inuyasha… - Dijo bastante molesta. - ¿Por qué tienes que comportarte como un niño? sabes perfectamente cómo son Sesshoumaru y Jaken.

  • Siempre es lo mismo Kagome…

  • Así es, siempre es lo mismo, sigues comportándote como un niño… - Kagome cerró los ojos y suspiró cansada.

La verdad era que Inuyasha estaba muy irritado y Jaken había pagado los platos rotos. La mujer se acercó a su esposo y lo abrazó por la espalda.

  • Inuyasha… amor… olvidemos todo… - La voz de Kagome parecía amansar al medio demonio, sin embargo, este no quería caer como siempre. Cada vez que ella utilizaba ese tono lo enloquecía y conseguía lo que quería.

  • Toda la tarde he tenido que soportar los comentarios de ese lobo, que me parece más apestoso que el otro, como para después tener que aguantar las estupideces de ese sapo.

  • Mi vida… - Kagome sabía que en parte tenía algo de razón.

Hace unos días había llegado Kouga con uno de sus parientes lejanos, líder de otra tribu de demonios lobo, para pedirle que lo ayudara pues tenía una herida muy profunda y extraña que no paraba de sangrar. Kagome, con sus poderes de sacerdotisa y las medicinas de su tiempo, había logrado ayudarlo y le había ofrecido su casa por unos días más en caso de que sucediera algo inesperado. Todo estaba bien hasta que Ginji cometió el error de halagar a Kagome delante de un muy celoso Inuyasha.

  • Será mejor que me sueltes Kagome… - Justo en ese momento, ella comenzó a dar besitos cortos y suaves en su espalda, provocando así que una placentera sensación recorriera el cuerpo del medio demonio.

  • Señora Kagom… - La pareja tuvo que separarse. – Lo siento… es que Akemi y Yuki están peleando y no sé cómo controlarlos… - Kagome corrió al encuentro de sus cachorros.

Ginji se quedó viendo por donde Kagome había desaparecido, cosa que irritó mucho más a Inuyasha. Se parecía tanto al primo, así que mejor guardaría las distancias para evitar asesinarlo. Hasta podía recordar perfectamente como Kouga llamaba a Kagome su mujer. "Qué bueno que ya tiene una familia con Ayame, sino, no me hubiera podido quedar con las ganas de causarle algún dolor por todos sus atrevimientos".

  • Kagome regresó a la estancia, pero esta vez muy preocupada y sin apartar la vista de la pequeña que lleva en brazos.

  • Mi amor… dime dónde te duele. – La pequeña de oscuros cabellos trataba con todas sus fuerzas de hablar, pero las lágrimas y lo que parecía ser el susto se lo impedían.

  • Mami… - Después de un corto tiempo entró también un niño que era la copia exacta de su padre, parecía un Inuyasha en miniatura.

  • Estás castigado Yuki, así que ve a tu habitación ahora mismo. – Ordenó Kagome.

  • Pero…

  • Obedece a tu madre. – La voz de Inuyasha sonó más severa que nunca y su cachorro se marchó tan rápido como sus piernitas le permitieron. Inuyasha se acercó a su pequeña y la cargó.

  • Papi...

  • Dime mi princesita ¿qué sucedió? – Kagome no podía quitar la vista de esa escena, Inuyasha podía llegar a ser tan adorable con sus hijos.

  • Es que… - La pequeña dio un profundo suspiro y por fin la infantil vocecilla comenzó a escucharse más claramente. – Yo quería que Yuki jugara conmigo, pero no quiso y dijo que era débil… corrí y me di aquí… - Se señaló el mentón y un lagrimón más cayó de las orbes doradas de la pequeña. Inuyasha besó el lugar donde le dolía.

  • Con eso pasará mi princesita, ahora… - Se la pasó a su madre.- Será mejor que mami te revise, ya regreso ¿de a cuerdo? – La pequeña asintió mientras que Inuyasha depositaba un corto beso en los labios de Kagome y le susurraba que iría a hablar con Yuki.

  • Señora Kagome… ¿desea que la ayude?

  • Gracias Ginji… por favor trae mi botiquín, lo dejé en el jardín.

  • Desde luego señora. – Se agachó a la altura de Akemi que se mantenía sentada junto a su madre. – La niñas hermosas como tú no deben llorar, si lo haces dejarás de serlo tanto como ahora. – La pequeña le mostró una enorme sonrisa y con eso logrado se fue en busca de aquella cosa extraña.

  • ¡Señor Jaken! – Una más que feliz Rin se acercaba al demonio sapo para darle la bienvenida.

  • ¡Ya cálmate niña escandalosa! – Jaken recibía un fuerte abrazo por parte de Rin.

  • ¡Gracias Jaken! – Un beso fue depositado en la verdusca mejilla del demonio, este se aturdió y solo imaginó la dura mirada que le daría su amo bonito si se llegara a enterar.

  • Rin. – La voz del amo del palacio retumbó en los oídos de Jaken. – Será mejor que vayas a dormir, mañana tienes que prepararte desde muy temprano.

  • ¡Si Señor! - Se dirigió a su habitación rápidamente, no sin antes dirigirle una sonrisa a Sesshoumaru.

Jaken temblaba, seguro su amo lo mataría… ¡recibir un beso de su protegida! no, pensándolo mejor, no lo mataría, seguramente lo torturaría antes.

  • Ya puedes retirarte Jaken.

Había sido muy desagradable ver a Rin besando a su sirviente, ya pensaría cómo decirle que no estaba bien andar repartiendo besos a seres que no estaban a su altura, porque ella era su protegida.

"Solo yo puedo ser el único con el privilegio de recibir sus besos". Ese pensamiento apareció sin previo aviso y entonces recordó el sabor de Rin, sus labios temblorosos siendo corrompidos por los suyos, su inexperiencia y el sabor de su sangre. "Qué ganas de volver a besarla… No, no está bien, ella no…", pero ese recuerdo estaba instalado en su mente, se relamió los labios y regresó violentamente a la realidad cuando sintió el sabor de su sangre, había rasgado sus labios con uno de sus colmillos y fue en ese momento que trató de convencerse que era totalmente anormal sentir tanto deseo por Rin, y que seguramente la falta de hembras le estaba afectando.

Inquieto por lo que le hacía sentir la humana, se enrumbó a su despacho para tratar de conseguir la paz mental.

Ya en el lugar, las cosas empeoraron, comenzaba a imaginarse a Rin con hombres e incluso demonios, y no importaba de qué especie fuera el macho que se le acercara, la sola idea le daba asco, no estaba dispuesto a permitir que alguien la besara y mucho menos la tocara. "No me da la gana de compartirla con nadie, ella no necesita más macho que yo".

Más ofuscado que antes, trató de razonar sobre Rin, pero seguía llegando a la misma conclusión; no estaba dispuesto a dársela a nadie bajo ninguna circunstancia, y si alguno llegaba a pedírsela como esposa, él se negaría rotundamente y hasta sería capaz de asesinarlos.

Con todas esas ideas, se marchó a su habitación para descansar, aunque al llegar pensó que no había sido buena idea; a su nariz llegó el aroma de Rin.

Sí, ya estaba decidido, ella sería solo de él y nadie se la arrebataría jamás.