Unas vacaciones muy masculinas (6)

Ernest sorprende a su hijo y amante Aleix, con una deliciosa y caliente cena en su restaurante y escuela de las afueras de la Habana. Durante la comida habrá mucho sexo pero también una romántica declaración de amor.

UNAS VACACIONES MUY MASCULINAS.

Capítulo 6: Amor del bueno y restauración cubana al rojo vivo.

Y aplaudí. Y tras mis dos palmadas que resonaron más de lo que hubiera deseado y que, en realidad, creía que se trataba de una de las muchas bromas de papá, me encontré con la situación que menos esperaba pero quizás una de las que más había deseado desde que era adolescente.

Tras mis palmadas, la luz blanca e intensa que invadía el comedor fue sustituida por la más absoluta oscuridad. Después del apagón –y de un grito de pavor muy indiscreto emitido por un servidor y respondido por sonoras risotadas de mi padre-, se abrió el telón de un pequeño escenario situado frente a la mesa y, acto seguido, diversas luces de colores lo iluminaron tenuemente mientras un potente haz de luz blanca se iluminaba el pequeño escenario.

Tras unos minutos de música grandilocuente, empezó a sonar el "It’s a sin" de los Pet Shop Boys y aparecieron los cinco guapísimos chavales mulatos vestidos únicamente con un minúsculo tanga de gasa de color lila que dejaba entrever, sin dejar nada a la imaginación, cinco penes de buen tamaño y, en la parte superior, un escueto top, también con transparencias, que les cubría, no sin apuros, la parte superior de los pectorales y que emulaba un arco iris en el cual destacaba también la tonalidad gay por excelencia. Los cinco, representaron una excelente y muy caliente coreografía, no apta para cardíacos que, tras tocamientos, roces y lamidas varias, que hizo asomar varios centímetros de cinco escandalosos prepucios por encima de sus tangas.

Tras el baile se dispusieron en forma de semicírculo, saludaron a sus dos únicos espectadores –es decir nosotros-, se dirigieron a una mesa camilla que había al fondo -en la que, por cierto, no me había fijado hasta entonces- y se acercaron a nosotros con unas pequeñas bandejas de comida que transportaban justamente a la altura de sus sexos semidesnudos.

Se plantaron a un escaso metro de nosotros, se arrodillaron con un gesto muy teatral, dejaron las bandejas sobre la mesa y, como alma que lleva el diablo, desaparecieron apresuradamente de nuestra vista y nos dejaron solos de nuevo mientras la luz recuperaba intensidad.

¿Que te ha parecido la presentación, Aleix? –dijo papá.

Como… que… -dije como despertando de un letargo- Esto... Bien….

Pues, tranquilidad "mi osito de peluche" –dijo riéndose de mi cara embobada- porqué tendrás mucho tiempo para disfrutar de ellos. Si en lugar de limitarte a babear te hubieras mirado el menú verías que este es el primero de un festín de cinco platos más postres, café y licores y uno de ellos incluye una "presentación caribeña especial".

No me digas eso. Creo que no lo voy a soportar.

Será por que no ha gustado nada, ¿verdad, "pichoncito mío"?

¡No te rías de mí cuando me estoy recuperando de un shock! –le dije mientras intentaba reponerme- ¿Has visto que escándalo de tíos? Eran hombres de proporciones perfectas, guapísimos y muy bien armados –dije aún sin poder asumir lo que acaba de ver- ¡Ni en mis sueños más húmedos de adolescente habría imaginado a cinco hombres así juntos!

Seis, perdona. Te recuerdo que yo también estaba en la sala–me dijo papá mientras me guiñaba un ojo con expresión divertida y, rápidamente, sin darme tiempo a replicarle añadía- Eso solo significa una cosa, Reinaldo está haciendo muy bien su trabajo y nuestro proyecto en común va creciendo cada día más. Por cierto, hablando del rey de Roma

Buenas noches de nuevo caballeros –oí a mis espaldas la sonora voz de Reinaldo- espero que hayan disfrutado del inicio de la velada y les ruego perdonen mi tardanza: He tenido que solucionar un pequeño incidente.

Me volví hacía él por cortesía y lo estudié de nuevo. Llevaba colgada al hombro la chaqueta del esmoquin, su camisa de color almendrado coronada por su corbatín blanco a juego con el traje. Era un hombre cuya edad era difícil de determinar pero no debía ser mucho mayor que mi progenitor. Su cuerpo como el de los bailarines estaba perfectamente proporcionado lo que, unido a su altura y al gran tamaño de sus manos y de sus pies, lo convertía en un hombre más que deseable.

Él como si hubiera leído mis pensamientos y, tras cruzar su mirada con la de papá, se acercó a mí, agarró mis manos con las suyas y me susurró al oído: "la velada va a ser muy larga, contenga sus deseos mi hijito, va a descubrir que todavía le guardamos muchas sorpresas".

¿Que ha pasado en el restaurante, Reinaldo? –le preguntó papá - ¿Algo importante?

Nada por lo que debas preocuparte. Un francés que había tomado unas copas de más intentó propasarse con uno de los camareros de primer año por segunda noche consecutiva y he tenido que ponerle en su sitio. Pero perdona Ernest, después de tantos años echándote de menos, lo primero que hago es abrumarte con cosas cotidianas.

No pasa nada, viejo. -dijo papá levantándose para abrazar tiernamente a Reinaldo- No te pongas tristón y comparte la cena con nosotros.

No creo… -empezó a decir Reinaldo medio sonrojado-

Por favor, Reinaldo –le corté- Me encantaría conocer mejor al hombre que hizo que papá se enamorara de Cuba y además, el Restaurante puede funcionar solo por una noche, ¿no es cierto, padre?

Claro que si. Te lo pido como amigo. En serio, ambos deseamos sinceramente compartir la velada contigo. Además ya deberías saber que cuando un Bardagós quiere algo acostumbra a conseguirlo. Y, como ves, ahora venimos por partida doble.

Siendo así no podré oponerme. –dijo Reinaldo mientras ponía una teatral cara de rendición- Llamaré a Heriberto para que ponga un cubierto de más mientras me lavo las manos.

Al momento se presentó el tal Heriberto con un carrito con el servicio de mesa, era un chico de mi edad más bien chaparro, con la cara grabada y la espalda ligeramente encorvada, cojeaba levemente pero parecía muy eficaz en su trabajo. Mientras lo disponía todo me miró de una manera inquietante. En cuestión de segundos se despidió con una ligera reverencia y abandonó la habitación.

Reinaldo salió del servicio y, al tiempo que se sentaba, rompió el silencio:

Señores, si no quieren que se pierda la cena, deberíamos ir comenzando con los pescados fríos, no creen. Podemos ir hablando mientras degustamos las maravillas que prepara Pancho.

No me digas que el mamonazo de Pancho todavía sigue tras los fogones –dijo papá mientras comenzábamos a cenar- ¿Todavía tiene conserva su don especial para la cocina?

Diría que sí –les interrumpí hablando con la boca llena- ¡Este pescado en adobe esta de muerte!

Mis dos compañeros se rieron distendidos ante mi ataque de sinceridad, tras lo cual, y mientras manteníamos una agradable conversación, dimos buena cuenta del excelente primer plato. Hasta que finalmente el cubano preguntó:

Espero que mis sobrinos os hayan tratado bien.

Perfectamente, han sido muy complacientes con nosotros. Han puesto su cuerpo y su alma por servirnos.–mi padre me dirigió su mirada más pícara y espetó- Sobretodo su cuerpo, ¿verdad Aleix?

Me sonrojé de pies a cabeza e intente farfullar algo sin conseguirlo. Reinaldo me miró con ternura, me agarró de la mano y dijo:

Por Dios Ernest, nunca vas a dejar de ser un niño grande. No te apures chiquillo. Podría contarte muchas historias que harían que tu padre se muriera de la vergüenza.

Te recuerdo que podría contraatacar hemos corrido demasiadas juergas y tenemos cantidad de anécdotas en común–mostrando su mejor sonrisa.

Verdaderamente, hijo, debes ser muy especial –dijo Reinaldo- Nunca había visto al taciturno de tu padre tan rebosante de felicidad. Por cierto, querido Ernest, te favorece la alegría interior, pareces más joven y cuando te ríes estás bellísimo.

¿Tanto se nota? –respondió papá mientras se soltaba la coleta, se atusaba la melena azabache y rizada y se levantaba con la copa en la mano – Reinaldo, a ti no puedo engañarte; ya sabes que durante años he buscado a ese hombre especial que fuera capaz de hacerme sentir realmente feliz y con el que deseara de verdad levantarme todas las mañanas de mi equipo. Pues, amigo mío, desde esta tarde, y si ese hombre lo desea, mi búsqueda ha terminado. Y quiero brindar por él, por el mejor amante del mundo… por ti hijo mío.

Eres un cabrito, Ernest Bargallós. –le dije mientras unas lágrimas recorrían mi mejilla- Me has hecho pasar de la turbación a la emoción de sentirme especial en menos de dos minutos. Si pudiera te odiaría por eso mamón pero no puedo. Sabes, en realidad, yo también me siento el hombre más afortunado del mundo. Pero, joder, no te quedes ahí parado y ven a abrazarme de una vez.

Papá corrió hacía mi, secó mis lágrimas con un par de besos, me susurró un "te quiero" y me abrazó y me besó los labios con toda la pasión del mundo, mientras su socio aplaudía feliz hasta que ambos lo incorporamos al abrazo.

Permanecimos unos minutos así hasta que Reinaldo se separó de nosotros y dio un par de sonoras palmadas al aire y las luces se apagaron de nuevo mientras nos sentábamos y se abría de nuevo el telón del escenario.

En el centro de éste apareció un mulato bellísimo al que no había visto hasta entonces. Estaba atado de pies y manos a una especie de reclinatorio, dibujando un ángulo de 45 grados que nos permitía ver tanto su espalda y su culo, totalmente desnudos como su su preciosa cara bañada en sudor.

Las luces se apagaron de nuevo y un foco verde azulado iluminó al muchacho mientras empezaban a sonar los acordes de "Bette Davis eyes" de Kim Carnes. Mientras a cada lado del maniatado se colocaba uno de sus compañeros vestidos con pantalones militares y armados con sendos látigos.

Los dos "militares" permanecieron inmóviles durante las primeras estrofas hasta que tras el primer estribillo empezaron, uno a azotar al atado y el otro a pegarle sonoros cachetazos en las mejillas. Al cambio de ritmo, se convirtieron en protagonistas del espectáculo y protagonizaron un caliente striptease que los dejó totalmente desnudos y con sus penes de más de 20 cm totalmente inhiestos. Volvieron a acercarse a su compañero y, esta vez, en lugar de azotarle golpearon sus mejillas y su espalda y su culo con sus penes inhiestos mientras el del "prisionero" aparecía entre los barrotes de la silla mostrando sus veinte y muchos centímetros de excitación. A la siguiente estrofa los esbirros se despojaron de sus tangas y en vez de azotar a su compañero lo follaron anal y bucalmente con violencia mientras lo masturbaban a dos manos. La canción acabó antes de que llegaran al orgasmo y, muy profesionales, desataron a su compañero, se dirigieron a la mesita del fondo y nos acercaron tres platos de langosta asada y nos regalaron tres sonoros besos antes de desaparecer corriendo de la sala.

Creo que cenaremos a menudo aquí –dije mirando a papá con cara de pícaro-

Puede que sí, querido. –me contestó papá riéndose- Pero sin actuaciones. No me gustaría que te acostumbraras a estos chicos y luego hicieses comparaciones odiosas en casa. ¿Verdad Reinaldo?

Por lo que yo recuerdo, Ernest, tu pene no tiene nada que envidiar al de cualquiera de los chavalotes.

No creas, Reinaldo la edad ha hecho estragos en papá –dije divertido mientras saboreaba la exquisita langosta- Estamos empezando a invertir en los laboratorios que fabrican la Viagra, ¿verdad papito?

Touché, hijo mío. Veo que eres tan vengativo como yo.

Yo creo que son igualitos Ernest. –dijo Reinaldo mirándome- Esta noche, cuando Aleix ha salido del coche he tenido una especie de receso. Me pareció volver a verte hace 18 años cuando te conocí. Altivo, decidido, seguro de ti mismo, elegante, cortés, muy masculino y, sobretodo, el hombre más lindo que había visto jamás.

Gracias por la parte que me toca –dijo papá mostrándose de nuevo muy coqueto- Pero….

No digas nada –le cortó su socio- Sabes que soy un santero y que calo a la gente a la primera mirada. De verdad, me siento feliz, y no te lo negaré, un poco celoso de vuestra felicidad.

Gracias, Reinaldo. –contestamos papá y yo al unísono.

Lo ven. –se rió el cubano- Son tal para cual.

Papá y yo nos miramos y, como el cubano, estallamos en sonoras carcajadas.

Cuando acabamos de reírnos nos centramos en los platos de langosta y tras los primeros bocados no pude aguantar un sincero:

Antes de irnos quiero felicitar a Pancho, el cocinero, es un artista.

Acabas de besarle hace nada hijito.-me dijo Reinaldo_

Vamos a ver -dije anonadado- no me diréis que ese mulatón que hacía de prisionero con un pene de escándalo, era el tal Pancho.

Si cariño –dijo papá tranquilamente- y ya que algún día vas a ser su jefe, creo que he de confesarte que de ese "pene de escándalo" sale el secreto de esta langosta tan deliciosa y exclusiva.