Unas vacaciones de ti.
A veces, ir de vacaciones a un lugar donde nadie nos conoce da pie a que nos comportemos de una forma diferente y desinhibida.
Es último viernes de mes y Pilar, mi mujer, ya sabe lo que toca. Mañana no hay que madrugar y seguro que ella lo tiene todo preparado. Esta mañana habrá comprado una botella de sidra, vino blanco o lambrusco, y también algo para picar, seguramente frutos secos, fruta deshidratada y algún queso curado. Aunque llevemos nueve años casados, este rato para nosotros sigue siendo algo que ambos esperamos con avidez.
Pongo una música no demasiado relajante, ya que no quiero que se duerma, pero con poco volumen para no despertar a los críos.
Poco a poco nos relajamos, nos reímos, bromeamos, recordamos anécdotas… Pronto nos iremos de viaje los dos solos. Cinco días de descanso durante los que dejaremos de ser papá y mamá. Los críos se quedan con mi suegra.
Esta noche tengo
preparado
algo especial, algo que hace tiempo que no hacemos. Leer un relato erótico con final feliz. Le digo que me acompañe al dormitorio. Allí he extendido una toalla sobre la cama, encendido el ordenador y preparado el aceite para darle a Pilar uno de esos masajes que tan bien me sabe agradecer.
Pilar tiene cuarenta y tres años, estudios superiores y desde hace poco ha retomado el trabajo en la farmacia. A pesar de los embarazos, mi esposa se mantiene bastante bien. Es bajita y manejable, un metro sesenta aproximadamente y cincuenta kilos, o eso dice ella. En fin, una morena de ojos azules con un buen culito y un par de tetas que ya quisieran muchas jovencitas. Curiosamente, lo más excitante de empezar a salir con Pilar fue descubrir que tras aquella apariencia de chica reservada y formal se escondía una auténtica viciosa. Paradójicamente, Pilar, que se había criado en el seno de una familia conservadora y había recibido una estricta educación católica, resultó ser mi novia más desinhibida y fogosa. Como ella misma me confesó en una ocasión, para ella no había nada tan perturbador como saludar a la monja de portería con el sabor de mi polla aún en la boca.
La observé mientras se desvestía. Me encanta hacerlo, sobre todo cuando sus formidables tetas saltan de alegría al desprenderse del sujetador.
Mi maravillosa esposa se tumbó y comenzó a leer…
Jamás habría esperado aquel cambio. Desde las vacaciones en la playa del año pasado, Pilar es otra mujer en la cama.
Me llamo Alberto y tengo cuarenta años, tres menos que ella. Comenzamos a salir jóvenes, a los veinticinco años, si bien ambos habíamos tenido relaciones más o menos serias con anterioridad. Aunque al principio Pilar me hizo creer que su experiencia sexual era muy limitada, cuando vio que lo nuestro iba en serio no dudó en revelarme la verdad. Pedro, su primer novio, la había acostumbrado a disfrutar de todo tipo de prácticas sexuales.
Lamentablemente, el paso de los años, los hijos, las obligaciones, etc. hizo que nuestra vida sexual fuese a menos con no pocas épocas de apatía y pereza.
Pilar mide uno sesenta y es, como se suele decir, una mujer del montón. Es bonita, delgada, morena y sus formas están muy bien proporcionadas. Tiene las tetas muy bien puestas, eso sí. Si quisiera, mi esposa levantaría pasiones y pollas por la calle. Lo que pasa es que Pilar es una mujer exageradamente tímida, discreta y reservada. Por suerte, sus magníficas tetas no han perdido ni un ápice de su atractivo a pesar de los embarazos y lactancias.
Como es habitual dentro del matrimonio, últimamente ella no tenía tanto apetito sexual como yo. En ocasiones, incluso me recriminaba que era un obseso. Ahora, cuando manteníamos una conversación relacionada con el sexo, Pilar solía agobiarse. Tras años de vida en pareja, tenía suerte si teníamos sexo una vez cada dos semanas, mientras que cuando éramos novios no pasábamos más de tres o cuatro días sin follar. Poco a poco nos habíamos ido enfriando.
Todo esto cambió después del segundo embarazo. No es que se volviese más explosiva, pero después de tener nuestro primer hijo ella comenzó a ser mucho más pasional y espontánea. En fin, eran indicios que debían haberme hecho sospechar el cambio que se avecinaba…
El verano pasado fuimos a la playa de vacaciones, a un pueblecito del sur de España. Habíamos alquilado un apartamento a buen precio en una urbanización cercana a la costa. Pilar ya había empezado animar las vacaciones comentando que tenía muchas ganas de organizar una noche para nosotros dos y quedarnos de juerga hasta las tantas. No la tomé en serio porque ese tipo de frases suelen decirse sin pensar.
El segundo día de vacaciones me quedé boquiabierto cuando vi a mi esposa salir del baño. Se había puesto una camisa de tirantes y una falda de flores con mucho vuelo, una que a mí me gusta mucho y que ella se pone poco.
Con todo,
inmediatamente empecé a pensar en
quitársela.
―
Estás guapísima ―comenté.
―
Sabía que te iba a gustar.
Me quedé mirándola... “¡Menudo escote!”.
Pilar se dio cuenta y, sin ningún disimulo, se apretujó las tetas para que realzaran todavía más. Literalmente se salían del escote.
―
¿Así mejor? ―preguntó.
―
Claro que sí ―respondí― …y si te quitas el sujetador, ¡ya ni te cuento!
Pilar no se lo pensó dos veces.
Increíble, mi esposa siempre había sido comedida con su atuendo a la hora de salir a la calle. Sin poder dar crédito,
yo me convencí de
que
debía ser
un farol, que Pilar realmente no pensaba salir sin sujetador.
―
¿De verdad vas a salir así? ―dije sonriendo para no ofenderla.
―
¿Te parece mal? ―rebotó mi pregunta.
―
Nada de eso. Por mí, perfecto.
Salimos andando de la urbanización en dirección a un restaurante que estaba a unos diez minutos de camino, justo en el lado opuesto del pequeño pueblo costero. Según andábamos, no pude remediar fijarme en el modo en que a Pilar se le meneaban las tetas. Se le marcaban claramente las puntas de sus pezones.
No fui el único en darse cuenta. Cuando nos cruzamos con un grupo de muchachos todos aquellos idiotas la miraron de arriba abajo. Teniendo en cuenta la diferencia de edad aquello resultaba muy halagador, al menos para
mi esposa
. Entonces, Pilar sonrió abiertamente y saludó a uno de los chavales.
―
Ciao ―lo saludó con coquetería.
Juro que vi como mi esposa echaba los hombros hacia atrás para alardear de escote.
Tímidamente, el muchacho le devolvió el saludo con la mano. Pude ver en sus amigotes la misma cara de incredulidad que debía tener yo.
―
¿Lo conoces? ―la interrogué sin darme cuenta.
―
Claro, le he visto en el hotel ―me reprochó ella y añadió― Estaba en el patio esta mañana, que no te fijas en nada.
―
Tú sí que te fijas, ¿eh? ―le recriminé.
―
Anda, no digas tonterías ―exclamó― Podría ser su madre.
―
Pues no creo que él mire así a su madre... ―v
olví la cabeza
para echarle
un último vistazo al chaval.
―
¡Su madre! De eso nada. Seguro que ese crio se la menea a tu salud esta noche ―dije con sarcasmo.
―
¡Qué bruto eres! —me increpó.
Con el calentón que llevábamos, la cena transcurrió demasiado lenta para los dos. Tanto Pilar como yo ansiábamos volver a nuestro apartamento cuanto antes. En cambio, el camarero estaba encantado. El condenado no perdía ocasión de mirarle el escote a mi mujer cada vez que se acercaba a nuestra mesa. Pilar iba realmente provocativa aquella noche.
Sin embargo, cuando llegamos a casa y acostamos a los peques, mi esposa se metió en el baño y yo desesperé en el salón con cada minuto que pasaba.
“
¡Mucho ruido y pocas nueces!”, pensé.
No sé qué narices estaría haciendo mi mujer. El caso es que, cuando ya estaba a punto de tirar abajo la puerta del baño, finalmente apareció. Iba en bragas, se abalanzó sobre mí sin mediar palabra y comenzó a enredarse a mi cuerpo como una serpiente al tiempo que me comía la boca. Aquella inusitada voracidad de mi mujer hizo que se me pusiera durísima.
―
Ya pensaba que me ibas a dejar con las ganas ―le susurré al oído.
―
¿Te ha gustado cómo me he vestido? ―preguntó de forma retórica.
―
Mucho ―confesé— Por mí nos habríamos ahorrado el restaurante.
Comencé a sobarle el culo, pero, apartándose de mí, Pilar se quitó las bragas a toda prisa, se colocó de rodillas en el sofá y empezó a masturbarse en mis narices.
Esa vez fui yo quien se abalanzó sobre ella. Mientras nos besábamos con desesperación yo acariciaba todo su cuerpo, también las tetas, el culo y su húmedo coñito. Estábamos los dos ardiendo. Comencé a meterle un dedo. Gimió de inmediato y empecé a meter y sacar el dedo contemplando el placer en sus hermosos ojos azules. Ella sollozaba sin parar, entonces metí otro dedo más en su sexo. La humedad entre sus piernas iba en aumento.
Le dije a mi esposa que alzara una pierna. De ese modo la tenía completamente abierta
para mí
y podía además masturbarla a
placer
. Su respuesta fue comenzar a gemir. Su sexo literalmente chorreaba. Enfebrecido ya, le metí tres dedos sin contemplaciones. A ella no pareció importarle, al contrario, cada vez gemía más y más fuerte.
―
¡AGH! ―gritó
cogiendo
mi mano y apretándola contra su sexo. Se estaba corriendo.
Cuando se le pasó el sopor, Pilar me miró un instante y, en un arrebato, me bajó la cremallera, me sacó la polla del pantalón y me la comenzó a chupar. Casi me da un infarto. Esa no era mi seria y formal esposa, me la habían cambiado.
Pilar no me la
estaba chupando
como habitualmente hacía, despacio, con cautela evitando hacerme daño con los dientes. No, esa noche se metía en la boca cuanto rabo podía, intentando tragar mi pollón del mismo modo que una víbora engulle a un ratón. Cuando dio un par de arcadas, yo ya notaba claramente como mi
glande
chocaba contra su úvula, pero mi esposa no se arredraba. ¡Y qué manera de salivar! Se le hacía la boca agua, nunca me había hecho una mamada así.
Pilar jugueteaba con mi rabo haciendo cosas maravillosas. Me estaba poniendo a cien. Entonces, la agarré la cabeza y comencé a menear las caderas, copulando en su boca.
Mi esposa
no tardó en empezar a sofocarse, mi polla había alcanzado unas dimensiones y una dureza muy superiores a lo habitual.
Los dos estábamos disfrutando de lo lindo, mi mujer estaba realmente caliente. En el fragor de la batalla, Pilar perdió el equilibrio y tuvo que apoyar las manos en el suelo, estirando el cuello. Aprovechando
su
descuido, tuve ocasión de hacer algo que nunca antes había intentado. Empujé con decisión y
todo
mi miembro
se coló
en su
boca
.
―
¡Dios! ¡Joder! ―bramé como un animal al ver mi pubis
aplastar
la punta de su nariz.
Fue apoteótico. Era la primera vez que hundía tanto mi polla en la boca de mi mujer, de cualquier mujer. No sé si está bien o mal, pero no pude evitar sentir orgullo
al hacerlo. A
unque a decir verdad el mérito era todo
de Pilar, que era quien tenía mi verga atravesada en la garganta.
Literalmente asfixiada, mi mujer no tardó en clavarme las uñas. Rápidamente se la saqué permitiéndole recobrar el aliento.
Si normalmente Pilar se habría enfurecido por hacerle algo así, aquella noche
sonrió
. Entonces, envalentonado, me atreví a exigir…
―
Abre la boca.
Mi esposa
n
o
contestó, solamente
entreabrió los labios
para que yo se la hiciera
tragar por segunda vez. Fue sobrecogedor. Espectacular.
Después dejé que ella continuase chupándomela a su antojo, pero lo hizo con tal ímpetu que pronto tuve que pedirle que parara. No
quería
correrme sin antes follar a aquella desconocida.
―
L
a has dejado reluciente ―la felicité.
―
Fóllame ―replicó.
Pilar
no solía exigir
nada de forma tan
autoritaria
, y yo pensé que me gustaba muchísimo esa nueva versión de mi
esposa
.
De pronto, miré hacia la puerta de entrada y me fijé en la cristalera que había justo al lado. Ambos estábamos ya totalmente desnudos y se me ocurrió probar algo nuevo. La llevé de la mano y la obligué a girarse hacia el cristal. Así, exhibida hacia la calle, con una de mis manos entre sus piernas, comencé a besar toda su espalda.
Sería la una de la madrugada y no se veía a nadie. La situación era tan tórrida que Pilar comenzó a jadear intensamente. Aquella indecencia la excitaba aún más que a mí.
Empujé a mi mujer contra la puerta y cuando sus tetas rozaron el frío cristal un estremecimiento la recorrió entera. En ese mismo instante Pilar notó mi polla penetrar en ella. Entró sin dificultad. Su sexo chorreaba, literalmente.
La situación era perturbadora. Pilar se sentía liberada, era una extraña cualquiera en un lugar desconocido. Estaba de vacaciones. Allí no tenía que ser una persona ejemplar, no tenía que ser una mujer respetable y sensata.
No, esa mujer se había quedado en casa, y durante una semana
Pilar
haría lo que le diera la gana. De hecho, aquella tarde ya había sido una de esas mujeres que disfrutan llamando la atención de los hombres luciendo con descaro sus encantos. Una calientapollas.
Todo parecía irreal, o peor aún, una auténtica locura. E
staba follando
a mi mujer
a la vista de cualquiera que pasara por la calle.
Pilar gemía fuera de sí cuando vimos que alguien se acercaba. Ella intentó apartarse, pero yo no se lo permití. Empujándola contra el cristal logré mantenerla en su sitio.
―
¡Quieta! ―la reprendí.
En cuanto empecé a zumbarle de nuevo, el placer hizo que dejara de oponer resistencia.
No vimos a nadie. Fuese quien fuese no debía habernos visto. Pero
mi esposa
ya estaba desquiciada. Comenzó a sobarse las tetas, separó las piernas y comenzó a gemir
de verdad
.
A
mbos disfrutábamos de la mayor erección de mi vida. Tuve que hacer un gran esfuerzo para mantener la calma y darle verga a mi esposa.
De pronto vi en el reflejo del cristal que Pilar tenía los ojos muy abiertos. Fue entonces cuando lo intuí medio escondido tras uno de los árboles del patio.
―
¿Es él? ―quise asegurarme.
―
Creo que sí… ―atinó a decir mi mujer mientras recibía mis embestidas.
―
Me alegro. Que vea la clase de mujer que eres.
―
Y qué clase de mujer soy ―preguntó ella con la voz entrecortada.
―
La más puta que ese desgraciado ha visto en su vida.
―
¡Ah! ¡Ah! ¡Ah! ―sollozaba mi mujer mientras yo la penetraba con ganas, lanzada hacia un nuevo orgasmo.
Escuchar mis acusaciones la excitó otro poquito. Para una mujer esa mezcla de culpa y desvergüenza es un cóctel irresistible.
―
Acaríciate las tetas. Haz que se saque la polla. ¿Te gustaría vérsela, a que sí?
Cuando vi a mi esposa estrujar sus senos,
empecé a penetrarla
con todas mis fuerzas. Sin embargo, Pilar casi ni se inmutó, no apartaba la mirada del muchacho.
Aquello parecía irreal, un sueño. No podía creer lo que estábamos haciendo. Estaba follando a mi esposa a la vista de
un adolescente
y a ella no le importaba.
La agarré de los brazos y se los puse en alto aplastando sus tetazas contra la ventana.
―
¡OGH! ―se quejó Pilar al sentir el frio cristal
en
sus pezones.
Mi mujer experimentó el orgasmo más brutal que yo le había visto padecer desde que éramos pareja. Su clímax actuó como un catalizador para mí y tuve que esforzarme para que no me arrastrara
. M
i verga era ya uno de esos fuegos artificiales que ascienden en el cielo en medio de la noche, un gran cohete a punto de estallar en la oscuridad del coño de mi esposa.
Sin ninguna intención de apiadarme de ella, continué embistiéndola una y otra vez. Tenía la firme determinación de dejar a mi mujer totalmente saciada y exhausta, y sabía de sobra como lograrlo. Sólo tenía que seguir penetrándola y hacerla tener dos o tres orgasmos seguidos.
El resultado venía avalado por la experiencia que dan los años, de modo que no me sorprendió tener que sostenerla cuando le fallaron las piernas. Me encandiló verla así, temblando, jadeante, entre el sopor y el éxtasis.
―
Aún sigue ahí
―le murmuré al oíd
o— Le
gusta como te dejas follar.
Llegados a ese punto,
introduje
mi pulgar
en
su
ano. Lo hice sin avisar y Pilar
volvió
en sí en el acto.
―
¿Qué crees que le gustaría ver
ahor
a a tu amiguito?
Pilar jadeó
embargada de placer por todas partes. Tenía
la cabeza contra la ventana y los ojos fijos en la sombra semioculta
tras el
árbol.
Mi esposa
nunca fue una entusiasta del sexo anal. Eso era sólo para ocasiones muy, muy especiales. Tan especiales que sobraban dedos de las manos para contar las veces que se había dejado sodomizar.
―
Te he hecho una pregunta ―insistí ante la carencia de reacción por su parte, hundiendo aún más mi pulgar entre sus nalgas
.
―
Yo creo que... que
ha
tenido
suficiente
―sollozó mi esposa.
Apresuradamente
,
mi mujer
se arrodilló y, apartándose el pelo de la cara, volvió a engullir mi rabo.
―
¡Joder! ¡Qué bien lo haces!―exclamé impresionado.
¡Chups! ¡Chups! ¡Chups!
Mi mujer siempre
hacía mucho
ruido mientras chupaba. Sabía bien cuánto me gustaba verla chupar como una auténtica guarra y, con un buen pollón en la boca, a las mujeres la saliva
nunca
les falta.
¡Chups! ¡Chups! ¡Chups!
―
El chico t
iene que estar flipando ―le dije.
―
¡Aprende chaval! ¡Esto es lo que le gusta! ―exclamé sin importarme quién pudiera estar escuchando cuando, de pronto, mi rabo se tensó en la boca de mi mujer.
―
¡AAAGH! ―jadeé al sentir como me precipitaba hacia el orgasmo.
Aunque la oí
sollozar con cada dosis de semen, Pilar no paró de succionar mi inflado capullo mientras éste estuvo
bombeando
en su boca. Fue delirante…
Nos tendimos en el suelo completamente extasiados. Estaba
alucinado
.
Alucinado
y encantado con el cambio de mi
esposa
. Pilar se había tragado la que por fuerza tuvo que
ser
la mayor corrida de mi vida.
―
¡Joder nena, ha sido la ostia! ―confesé.
Una sonrisa emergió
de
sus labios.
―
¡Puf, ya te digo! —resopló— Hoy he cenado dos veces.
Si lo llego a saber, no me pido postre... Ale, ahora a descansar para mañana.
―
¿Mañana? ―
repliqué
con pasmo
,
al creer
que
ella
ya estaba pensando en volver a
follar al día siguiente
.
―
P
ara ir a la playa, idiota ―se burló
ella
al darse cuenta del malentendido.
Sólo entonces
volví a
acordarme de nuestro joven espectador, pero cuando miré por la ventana no lo vi.
―
Se acaba de ir ―dijo mi mujer.
―
¡Vaya tela! Me gustaría ver la cara que pones cuando te lo vuelvas a encontrar ―le dije.
―
¿De verdad crees que yo podría gustarle a un chico tan joven? ―me preguntó mi mujer cuando ya nos habíamos metido en la cama.
Me costó quedarme dormido. Durante aquellas eternas horas de insomnio tuve tiempo de darle la razón a mi madre en eso de que los celos pican más que las pulgas.
Con los años nos íbamos pareciendo en gustos y manías,
si bien
no en el carácter.
Pilar
seguía siendo
una mujer
tranquila y yo un soñador inquieto. Con todo, teníamos pocos motivos de discusión y ninguno de pelea,
ya que solíamos estar
de acuerdo en lo fundamental y
nos
sentíamos tan cómodos y contentos en presencia del otro como
cuando estábamos
solos.
Tan a fondo
nos conocíamos
, que hacer el amor era una danza fácil que nos dejaba a ambos satisfechos. No se trataba de repetir la misma rutina, porque
nos
habríamos aburrido, sobre todo yo, pero por suerte, la
Pilar
desnuda en la cama era muy diferente a la mujer
discreta
y
sencilla
que llevaba a los niños al parque
, o la
seria farmacéutica que atendía a los clientes tras el mostrador
.
Aunque Pilar y yo nos queríamos con algo más que esa tranquila aceptación de los matrimonios agotados que sólo se mantienen en pie
gracias a
los hijos, la hipoteca o la costumbre, lo cierto y verdadero era que yo
no podía igualar
la juventud y la novedad que aquel muchacho podría brindarle a mi esposa,
como tampoco
podría
negarle la posibilidad de
vivir
una efímera aventura
con él
, y unas vacaciones de mí.
Concluí
pues,
que sería
mejor
no hablar de lo ocurrido,
dejar las cosas como estaban y evitar el riesgo de una
discus
ión que podía ser muy dolorosa, o incluso definitiva.
D
e todos modos,
el comienzo de esta historia
era
ya
inevitable
…
CONTINUARÁ. (segundo y último capítulo, el próximo sábado, 4 de septiembre)
Este relato está inspirado en “Susana y la playa”, de trstoryteller.