Unas Jornadas en el Campo 1

De como mi madre conoció al hombre que cambió su vida. 1 de 2

Unas jornadas en el campo

I

Era verano, y aquella mañana mi madre y yo nos levantamos muy contentos. Mi padre había accedido a ir a pasar el fin de semana a la casa de campo donde trabajaba mi tío Paco. Él había insistido mucho para fuéramos ese fin de semana precisamente.

Estábamos muy expectantes porque era la primera vez de mi padre iba con mi madre a aquel lugar donde ella había comenzado a prostituirse clandestinamente hacía algunos meses. Yo estaba especialmente intrigado pues me había sorprendido la insistencia de mi tío Paco para que fuéramos todos.

Ayudé a mi madre a arreglar a mis tres hermanos pequeños, ya que mi padre jamás le ayudaba con los niños, he hicimos un par de maletas con algo de ropa. Cargamos el coche y nos dirigimos hacia el pueblo.

El viaje duraba algo más de hora y media. La finca estaba cerca de nuestro pueblo, pero había que acceder a ella por una pista forestal por donde había que circular durante unos diez minutos aproximadamente. Pero antes, y provechando la situación, mi madre quiso ir a visitar a los abuelos. Las veces que había ido a escondidas no los había visitado.

Casualmente también estaba una de sus hermanas con sus hijos, así que mis tres hermanos quisieron quedarse allí para estar con los primos. Mis padres accedieron sin pensarlo, pues así estarían más tranquilos. Yo, en cambio, me marché con ellos.

Cuando llegamos a la casa de campo la mañana ya estaba muy avanzada, serían sobre las once y ya hacía mucho calor. En la puerta nos esperaban mi tío Paco y su mujer Rosa.

-¡Hombre, por fin aparecéis. Ya creíamos que no vendríais! - Dijo mi tío, como con un poco de reproche.

-Lo siento primo, pero esta mujer se ha empeñado ir a ver a los viejos, como si no los viera casi todos los meses últimamente. - Se disculpó mi padre.

-Ya. Cosas de mujeres

Mi madre sonrió con mucha picardía y bajó la cabeza para ocultar la ironía que se dibujaba en su rostro. Yo también sonreí por lo bajo.

Al levantar la cabeza, con la cara ya formalmente recompuesta, mi madre se topó de improviso con una imagen que, sin duda la impresionó, a juzgar por su semblante. Se quedó como paralizada, sin pestañear. En el porche de la casa se encontraba plantado y altanero, un hombre al que no habíamos visto llegar. Ese instante había coincido justo en el momento en que mi padre se había dado la vuelta y estaba sacando las maletas del coche.

El desconocido iba vestido con camisa de seda y pantalón de pinzas, ambas prendas de color negro. Era un hombre de aproximadamente un metro y ochenta y cinco centímetros y de unos cuarenta y sis años. De pelo moreno pero con las entradas y las sienes algo grises por las canas, y de piel igualmente bronceada. Ancho de hombros, brazos fuertes y ligeramente velludos, de vientre liso y bien proporcionado. Yo diría que bastante apuesto.

-Ha, por cierto. - Mi tío rompió ese instante extraño que se había producido, en el momento en que mi padre se dio la vuelta con las maletas.

-Os voy a presentar a un buen amigo de los dueños de la finca, y que nos suele visitar de vez en cuando.

Aquel hombre bajó arrogante los tres escalones del porche, y pasando junto a mi madre sin mirarla, se dirigió hacia mi padre que, soltando las maletas en el suelo le tendió la mano.

-Hola. ¿Que tal? - Dijo el desconocido con voz varonil al tiempo que tomaba la mano de mi padre.

Por el acento de su voz supimos al instante que era extranjero.

-Usted debe ser Pepe, el primo de Paco, ¿no es así?

-Si, el mismo. - contestó mi padre.

-Me llamo John. John Thompson. Disculpe mi pobre español, soy alemán, aunque de origen turco.

Mi padre correspondió al saludo dedicándole una sonrisa amable y presentándose igualmente.

Acto seguido se volvió hacia mi madre y mirándola a los ojos dijo.

-Supongo que esta es su familia.

-Si. Mi mujer, Inés, y mi hijo mayor Andrés o Andresín, como prefiera. Tenemos tres hijos más que se han quedado con sus abuelos en el pueblo.

El Sr. Thompson tomó la mano derecha de mi madre por los dedos y, sin dejar de mirarla a los ojos se inclinó ligeramente, levantó su mano y le besó el dorso.

-Hermosa mujer..., tiene usted. - Dijo.

-Si. Muy hermosa. - Contestó mi padre, pensando que al ser extranjero, sería solo un comentario de cortesía, por lo que no pareció molestarle. Mi padre es muy celoso.

Mi madre estaba como paralizada. Desde que vio a aquel hombre sintió en su interior ese hormigueo propio de una adolescente enamorada y que no acertaba a comprender. Solo acertó a mover ligeramente la cabeza de forma afirmativa como respuesta al saludo. Luego se dirigió hacia mi, y cambiando la severidad de semblante, me tendió la mano y me saludó llamándome Andresín, esbozando una sonrisa algo burlona que me inquietó. En ese momento se rompió ese ambiente extraño que se creó durante las presentaciones.

-Bueno, ya está. Ya os conocéis. Venga, pasar dentro que os vais a derretir ahí. - Dijo mi tío en tono distendido.

El Sr. Thompson cedió amablemente el paso a mi madre y la siguió. Mi padre entró tras ellos y me dio la impresión de que era un botones portando las maletas. Yo le seguí y finalmente entraron mi tío y su mujer.

En el interior continuaron los saludos, obviamente mi madre saludo a Rosa y a mi tío y estos a su vez lo hicieron con nosotros.

-Venga vamos, poneos cómodos y así nos podremos dar un chapuzón en la piscina y tomar un aperitivo antes de comer.

Mi madre preguntó donde estaban las habitaciones, -como si ella no lo supiera- con la intención de disimular por mi padre que no conocía la casa. Rosa, que tampoco sabía nada, se ofreció a acompañarnos y mostrárnoslas.

Yo me puse el bañador y bajé. En el amplio salón estaban mi padre, que ni tan siquiera se cambió, y mi tío Paco, igualmente vestido. Al momento apareció el sr. Thompson con un bañador tipo slip azul oscuro que evidenciaba el bulto de su entrepierna.

-¿Vosotros no os bañáis? - Preguntó el alemán.

-No. - Contestó mi tío. -Nosotros iremos a visitar los establos y corrales de la casa. A Pepe le gusta todo lo relacionado con el ganado. De joven fue pastor.

-Entiendo.

Rosa apareció en ese momento luciendo un colorido bañador de una sola pieza.  No dijo nada y se dirigió a la cocina. Rosa era una mujer muy discreta y prudente, algo tímida.

Cuando mi padre y Paco se disponían a marcharse, entró en el salón mi madre. Se había puesto un bikini blanco y en su cintura lucía un precios pareo estampado con una suave tonalidad azul y con flecos. Estaba tan bella que se me antojó una diosa.

-Baya. Que bien te sienta ese bikini, Inés. - Piropeó mi tío Paco.

-Si, es... precioso. - Afirmó el sr. Thompson.

Ella sonrió y bajó la vista algo ruborizada, sobre todo porque se lo habían dicho delante su marido.

Mi padre no dijo nada. Solo apremió a mi tío pues parecía tener prisa por ver los establos. En mi opinión ahí se podía quedar para siempre.

Se marcharon, y Rosa salió de la cocina portando unas grandes toallas que me entregó diciendo que ella iría después, y acto seguido salimos nosotros hacia la piscina.

Nada más llegar John se lanzó de cabeza a la piscina con un estilo muy depurado. Cuando emergió nos animo.

-¡Vamos, lanzaros al agua. Está buenísima!

Mi madre se quitó el pareo y las sandalias que portaba y se lanzó a agua de pie, tapándose la nariz con los dedos. Cayó muy cerca de él salpicándolo abundantemente. Yo me metí usando la escalerilla.

Nadamos un poco y luego nos quedamos los tres en la zona poco profunda, a remojo.

-Así que eres alemán. Dijo mi madre dirigiéndose al hombre.

-Bueno, en realidad soy nacionalizado. Realmente soy turco de nacimiento, pero llevo tantos años en Alemania que me considero de allí. - Contestó él con ese acento característico.

-Y... ¿estás casado, o tienes pareja? - Volvió a preguntar mi madre curiosa.

-No. No soy hombre para una sola mujer. No sabría serle fiel... aunque la quisiera mucho.

-Ya. Entiendo. - Respondió ella con algo de decepción, por la respuesta.

-Y a que te dedicas. - Se interesó ella.

-Dirijo algunos negocios... algo especiales.

-¡Si! ¿Como de especiales?

No le dejé contestar. Comencé a salpicarles agua con las manos.

-Venga, venga que se os calienta la cabeza. - Les grité.

Ellos respondieron y se inició así una guerra de agua. Competimos durante un rato a ver quien echaba más agua a los otros. John llegó a bucear y subir a mi madre en sus hombros, alzarla hacia arriba y tirarla de espaldas en varias ocasiones. Mi madre reía divertida. No recuerdo haberla visto tan jocosa. Me di cuenta de que estaba disfrutando. Estaba claro que había congeniando muy bien con el sr. Thompson.

Los juegos duraron hasta que llegó Rosa. La mujer no dijo nada, se limitó a sonreír al ver los juegos y a meterse en el agua a refrescarse.

Nosotros nos acercamos a uno de los bordes de la piscina, jadeantes por el ejercicio realizado.

-Tienes una risa preciosa, Inés. - Le dijo John en voz baja.

-¡Nooooo..., anda ya! - Dijo mi madre casi ruborizada.

La verdad es que yo la veía como una colegiala. Estaba sorprendido. Mi madre nunca se había portado así con personas que acababa de conocer.

-¿De verdad que tu marido no te ha dicho nunca que tienes una risa lindísima? - Dijo con algo de ironía.

-Mi marido, no. No es nada romántico, ni tiene esos detalles. - Ella dejó de reír ante la insistencia.

-No lo entiendo. Con una mujer como tu es para estar todo el día teniendo detalles de enamorado. - Dijo él en voz alta mientras subía las escalerillas para tumbarse en el césped.

Yo me acerqué a mi madre y le dije.

-Mamá, ese tipo te está cortejando. Le dije a mi madre con voz severa.

-No digas tonterías Andrés, simplemente quiere ser amable conmigo. Anda vamos a tomar el sol.

Salimos de la piscina y nos tumbamos junto él sobre las toallas. Con el bikini mojado resaltaban aún más sus lindos atributos. La aureola oscura de sus pezones, duros y erizados se dibujabán perfectamente bajo la prenda de baño. Yo me puse un pelín apartado, no quería interferir. Mi madre estaba radiante y feliz y quería que siguiera así.

-Bueno, Inés, dime ¿a que te dedicas? Trabajas en algo. - Se interesó él para iniciar la conversación.

-No. No trabajo, quiero decir fuera de casa, claro. - Dijo ella.

-Claro, entiendo, tienes cuatro hijos, verdad. Pero eres muy joven, no.

-Si. Los otros tres aún son pequeños, pero Andrés tiene ya veinte años. Lo tuve muy jovencita, ahora tengo treinta y cinco.

-Ya, veo que has sido muy precoz. Se ve que ya es todo un hombrecito. Me he dado cuenta que no se separa de ti.

-Si, mi hijo y yo tenemos una relación... muy especial. Tenemos mucha complicidad.

-¿Y tu marido? Parece más mayor.

-Él tiene cuarenta y cuatro años. Pero no tiene ninguna clase. A sido todo un logro que haya accedido a venir, gracias que su primo ha insistido tanto, que no ha tenido más remedio.

-¿Sabes?, Paco me ha hablado mucho de ti. Verdaderamente eres una mujer muy interesante. - Le dijo de improviso.

Aquello la ruborizó un poco, pero continuaron charlando.

Rosa había salido de la piscina y, tras secarse, se marchó de nuevo a la cocina, imagino que a hacer la comida. Al cabo de un rato Paco y mi padre se asomaron al porche.

-¡Heee! ¡Que os vais a tostar al sol! Venga, acercaros vamos a tomar algo.

Nos dirigimos hasta allí, y todo fue de lo más previsible. Comimos, charlamos y reímos. La velada se estaba desarrollando de lo más normal. Excepto que, de cuando en cuando las miradas de John y mi madre se cruzaban y se sonreían sutilmente. Creo que solo yo me daba cuenta, porque presentía algo.

Tomaron unas copas después de comer, y a eso de las cuatro de la tarde, cuando más calor hacía, mi padre decidió ir a dormir una siesta. Mi tío Paco pensó los mismo. John, que no tenía esa costumbre tan latina, decidió relajarse leyendo un libro, y rosa y mi madre terminaban de recoger la cocina. Yo estaba con ellas.

Cuando terminaron la cocina, mi madre propuso salir por la arboleda y dar un paseo hasta el río. Rosa no quiso, así que mi madre y yo decidimos dar el paseo. El camino que llevaba al río estaba flaqueado por grandes y frondosos árboles que daban buena sombra.

Mientras andábamos cogidos de la mano hablábamos de como estaba yendo el día.

-Mamá, creo que me lo quieres ocultar, pero a mi no me engañas. Ese hombre lleva toda la mañana tirándote los tejos y tu le correspondes.

-Vale. Reconozco que me ha causado buena impresión. Es guapo y muy atractivo. Pero creo que su actitud es propia de los extranjeros, que por lo general se muestran muy amables y atentos. No nos conocemos de nada ¿porqué piensas eso?.

-Pues porque te veo muy receptiva y....

-Venga tonto. Lo que te pasa es que te estás poniendo algo celoso. Como sea eso lo has heredado de tu padre vamos listos. - Dijo echándose a reír.

En estos términos hablábamos cuando sin darnos cuenta estábamos junto a río. El lugar era un sitio muy tranquilo. El agua hacía un pequeño recodo donde las aguas cristalinas se amansaban y transcurrían tranquilas. Llegamos sudando, pese a la sombra, pues el calor era intenso.

-Vamos. Metámonos en el río haber se se te enfrían las ideas. - Me dijo echando a correr hacia el agua.

Tan solo dio cuatro o cinco zancadas, pero fueron suficientes para que yo pudiera contemplar aquel bamboleo de tus tetas bajo el sujetador del bikini antes de que entrara en el agua. Me excité, pero corrí yo también y la acompañé. Nadamos un poquito y volvimos a jugar salpicándonos y luchando en el agua, y como estábamos solos aproveché el juego para sobarle las tetas, hacerle cosquillas y acariciar su bonito culo. Ella reía con lo que yo hacía. Sabía que estaba excitado, así que cuando le pareció me echó mano a la entrepierna y frotó mi polla por encima del bañador.

-Oh, cariño como te hasta puesto, amorcito. - Dijo mirándome y sonriente.

-No, putita, como me pones. Esto es obra tuya, ¿sabes? - Le contesté.

Ella volvió a reír. Me cogió de la mano y tiró de mi.

-Ven mi amor. Vamos bajo ese árbol.

Salimos del agua rápidamente y nos acercamos hasta un sauce, cuyas ramas colgantes nos proporcionó cierta intimidad, semejando unas cortinillas en plena naturaleza.

Ella se sentó sobre la hierva, con las piernas hacia el lado izquierdo y apoyada sobre su glúteo derecho. Me agarró del bañador y tiró de mi hasta que me tuvo frente a su cara. Me lo bajó y, agarrando mi polla con las manos comenzó a acariciarla lentamente. Terminó de ponérmela bien dura y entonces se la metió en la boca y empezó a chupármela.

El calor y humedad de su boca contrastaba con la baja temperatura que tenía el miembro a consecuencia de estar aún mojado por el agua del río. Esta deliciosa sensación me dio un placer inmenso. Mamó mi polla durante un buen rato, jugando también con mis huevos, que estaban arrugados por culpa del agua fría.

Cuando lo creí conveniente le saque la polla de la boca pese a su negativa a soltarla e hice que se tumbara.

-Espera mamá, relajate. Quiero adorar ese bendito agujero que me dio la vida. Eres mi diosa y quiero someterme a ti.

Le ayudé a quitarse la braguita del bikini y me recreé un instante en la contemplación de aquel bendito coño que me estaba dando tanto. Comencé besando tiernamente su vientre, marcado por las estrías de sus embarazos. Le metí la puntita de mi lengua dentro de su ombligo y hurgué en su interior. Esto debió gustarle a mi madre porque noté como contraía los abdominales.

Seguí bajando hasta que tuve frente a mi cara su pubis de pelo fino y aterciopelado muy recortadito. Froté mi cara contra él queriendo percibir su olor que, sin embargo, a causa del agua del río no era muy intenso, pero solo con una sutil fragancia era suficiente como para despertar en mi los instintos más bajos. El coño de mi madre me volvía loco.

Lamí su raja con suavidad, como a ella le gusta. Impregnando mi lengua con sus fluidos salados que saboreé lleno de placer. Luego me aplique a su clítoris. La oí gemir en el momento en que mi dura lengua comenzó a estimular su fuente de placer. Luego los succioné con mis labios como queriendo extraer sus líquidos. Esto le provocó varios orgasmos. Y aunque se retorcía de placer yo continué pegado como una lapa metido entre sus piernas.

-Para, cariño. Ya. Métemela en el coño, por favor. - Me pidió mi madre.

Así lo hice. Me coloqué sobre ella y le metí mi polla en el coño. Pero antes de empezar bombear, me entretuve un poco en lamer sus pechos y chuparle los pezones que tanto me han dado.

Al principio la folle despacio, y conforme iba notando que necesitaba más, aumentaba el ritmo. No pude estar bombeando mucho rato pues si no, me habría corrido de lo excitado que estaba. Y así se lo estuve haciendo intermitentemente el tiempo suficiente como para hacer que se corriera de nuevo. Mi madre es de las que tiemblan cuando le sobre viene el orgasmo.

Tuve que sacarle la polla para no correrme, y en ese momento mi madre aprovechó para ponerse a cuatro patas ofreciéndome pomposo su hermoso trasero. Es de esta postura cuando puedo percibir lo grande que es su chocho. Aveces pienso que mi polla no es lo suficientemente gorda como para llenarlo.

Se la volví a meter en el coño y continué follándola. Ella gemía de gusto y se apretaba contra mi para hacer más intensa la penetración. Debido a mi excitación no pude aguantar mucho tiempo follándola de esa manera, así que cuando mi madre me oyó jadear más intensamente, preludio de la inminente eyaculación, se volvió como una perra rabiosa y se metió mi polla en la boca. Le cogí la cabeza y seguí follandola por ahí hasta que me corrí como un cerdo. Ella se tragó toda mi leche y luego me lamió el capullo para limpiarlo. Fue delicioso. Quedé extasiado.

En ese momento de quietud, oímos movimiento de matorrales. Precipitadamente comenzamos a vestirnos. Y cuando me disponía a abrochar el sujetador del bikini a mi madre, apareció como de la nada el Sr. Thompson, vestido con su indumentaria negra.

Debido al sobresalto se me escaparon los lazos y el sujetador cayó al suelo. Mi madre se agachó rápidamente  y se cubrió como pudo.

-Oh. Lo siento. No pretendía asustaros. Rosa me ha dicho que habíais venido a dar un paseo y pensé que si os encontraba podría acompañaros. - Dijo.

A mi me sonó a disculpa falsa.

-Nos hemos dado un baño y hemos tomado el sol. Disculpa, pero aveces lo hago sin la parte de arriba del bikini. Esto es muy embarazoso para mi, lo siento. - Intentó justificar mi madre con voz temblorosa.

-No por favor, la culpa es mía por no anunciar mi presencia. Os pido mil perdones de nuevo. - Replicó.

-Bueno, ya debe ser tarde, así que nos marchábamos ya. - Dijo mi madre, que continuaba algo nerviosa.

-Si, está bien. Yo seguiré un rato más dando una vuelta por aquí. - Contestó él consciente de la tensión del momento.

En ningún momento le vi el menor gesto para evitar mirarla, más bien todo lo contrario. No perdió detalle del bamboleo de sus tetas cuando se agachó a coger el sujetador del bikini.

Iniciamos el camino de vuela a paso rápido. Era mi madre la que parecía tener prisa.

-Mamá, ¿crees que nos ha visto? - Le pregunté a mi madre.

-Mmm... no creo. Él se ha mostrado tan sorprendido como nosotros. - Contestó mi madre con poco convencimiento.

Luego caminamos en silencio hasta que llegamos a la casa.

Serían ya las seis de la tarde. Mi padre y mi tío ya se habían levantado de su siesta, y Rosa se estaba tomando un café.

-Parece que habéis dado un paseo muy largo. - Dijo mi padre con el semblante serio.

-No. En realidad nos hemos bañado en el río, nos hemos tumbado al sol y se nos ha pasado el tiempo sin enterarnos. - Dijo mi madre, roja y sudorosa por el sofoco de la caminata del vuelta.

-¿Habéis viso a John? Hace rato que le hemos visto ir por ese camino.  - Preguntó Paco.

-¡Heee! Si. Nos lo hemos cruzado camino del río. Nos ha dicho que volvería en seguida. -Dijo mi madre.

-Así es. Y aquí estoy. - Contestó el Sr. Thompson, que hizo otra de sus apariciones enigmáticas.

-Estupendo. - Dijo Paco. -Hemos pensado en salir esta noche a cenar y tomar unas copas al pueblo del al lado. Son fiestas estos días.

-Vale, nos tomamos dos horas para arreglarnos y nos vemos aquí. Ok. - Dijo John.

Nos retiramos todos a nuestras habitaciones a prepararnos.

Mi habitación estaba junto a la de mis padres y les oí hablar. Puse especial atención para ver si podía escuchar lo que decían.

-Que te parece el Alemán ese, Inés. Es un poco raro, no. Todo el rato rondando por donde estáis vosotros. Si no fuera porque Andresín te acompaña a todas partes..., no se. Ese tipo me da mala espina. - Oí decir a mi padre.

-Si, la verdad que es algo raro. - Dijo mi madre, un tanto inquieta me pareció a mi. -Pero probablemente no le gusten los temas de ganaderías ni de agricultura, y por eso prefiere estar con nosotros y no mirando animales ni esas cosas.

-Seguramente. A estos extranjeros no hay quien los entienda.

Me quedé tranquilo. Mi padre no parecía percibir nada de lo que yo sospechaba.

Más o menos en el tiempo indicado estábamos todos en el salón perfectamente arreglados para salir.  Cuando bajé me di cuenta que mi tío Paco y el sr. Thompson hablaban en tono bajo en uno de los pasillos de la casa. Mi tío estaba serio y asentía con la cabeza a lo que el Alemán le decía. Luego se acercaron hasta nosotros sonrientes y jocosos.

La velada transcurrió normalmente. Después de cenar fuimos a un bar de copas y allí nos hicimos un par de rondas. Mi tío Paco consiguió que mi padre bebiera algo más haciendo que alternara con algunas personas conocidas. Luego nos fumos a la verbena.

Allí volvimos a tomar algunas copas más. Al principio era música ligera para bailar sueltos, y durante esa etapa permanecimos charlando al rededor de la pista. Mi padre y mi tío seguían haciendo su ronda de amistades con sus copas incluidas. Hasta que ya, muy de madrugada, la orquesta comenzó a tocar música más lenta, y algo más romántica. Era la hora de las parejas.

A mi padre ya se le veía afectado por el alcohol y prácticamente ya no nos hacía ni caso.

Poco a poco la pista de baile se iba llenando de parejas que, más o menos abrazadas, danzaban al ritmo lento de la música. En un momento dado el sr. Thompson sacó a bailar a Rosa. Ella se mostró reticente pero ante a insistencia accedió a balar una pieza.

Mientras ellos bailaban mi madre y yo buscamos con los ojos a mi padre. Les vimos acercarse.

-Mamá, ten cuidado. Podría darse cuenta que estáis hablando demasiado juntos y puede pensar cualquier cosa. Ya sabes como es. - Le dije al oído a mi madre.

-Tranquilo cariño. No ves que no nos hace ni caso.

-Ya, por eso. Si te ve mucho rato junto a él podría pensar cualquier cosa.

-No te preocupes.

-¡Hombre los perdidos! Ya pensábamos que habíais desparecido. - Dijo mi madre en tono jocoso.

-¡No sabes cuanta gente he visto que hacía años no veía, ja ja ja! - Comentó mi padre con voz pastosa.

-¿Donde está John? - Preguntó mi tío, algo más entero.

-Bailando con Rosa. - Contesté yo.

-Ja, no se pierde una, el muy cabrito. Dijo mi tío riendo. -Vamos Pepe, que seguro que aún queda alguien que saludar.

-No te importa, verdad Inés. Es que esto de los reencuentros con los colegas de juventud es así, verdad Paco. - Dijo mi padre riendo y manifiestamente tomado.

-Si, si. - Dijo mi tío tirando de un brazo de él. Y se volvieron a marchar.

-Ves, ya no se entera de nada el muy cabrón. - Dijo mi madre, como con desprecio.

-De todas formas ve con cuidado. - La previne.

Terminó la pieza y los bailarines se acercaron hasta nosotros. Justo cuando llegaron, comenzó otra canción.

-Vamos Inés, ahora tú. - Dijo el Alemán animadamente y cogiéndola de la mano

-¡Nooo! Mi marido anda por ahí. - Replicó mi madre algo reticente.

-Venga, no seas tonta. No te preocupes por él, no se va enterar de nada. - Insistió.

Mi madre accedió y cogida de su mano se encaminaron a una zona muy poco iluminada de la pista de baile. Rosa se sentó en unos de los bancos y yo me moví hacia un lado para tener mejor visión de la parejita. La canción que sonaba era muy lenta y bastante romántica. Cuando los localicé ya estaban balanceando sus cuerpos al ritmo de la música. Ella, con los brazos sobre sus hombres le acariciaba la nuca con la mano derecha y abrazaba su espalda con la izquierda. Él la tenía amarrada con sus brazos rodeando sus cintura cogiéndose una mano con la otra por la muñeca.

Parecían dos enamorados. Que digo parecían, para mi no había duda. Había algo entre ellos.

No se si se hablaron, pero lo cierto es que sus caras permanecieron juntas durante toda la pieza. Tras finalizar se acercaron a donde estábamos, mi madre venía sonriente y algo tímida. John volvió a invitar a bailar a Rosa, pero ante la negativa insistente de esta, se volvió a llevar a mi madre y bailaron dos piezas más, íntimamente abrazados.

Ya era muy tarde, y aprovechando un descanso de la orquesta, decidimos volver a casa. Tuve que conducir yo porque mi padre iba muy borracho. Cuando llegamos a casa, entre el tío Paco y yo lo subimos a la habitación y nos fuimos todos a dormir.