Unas cabinas vacías
En su primera visita a las cabinas Samuel no contemplaba tener tanto éxito. Palabras clave. glory hole, mamadas, dominación.
- Buenas tardes
El hombre del mostrador saludó mecánicamente sin dejar de organizar sobre el mostrador el contenido de una caja de SEUR. Samuel correspondió con una rápida inclinación de cabeza y se internó, indeciso, en el local.
Reconoció de un vistazo las escaleras al piso superior en una de las esquinas al fondo, pero evitó encaminarse hacia ellas directamente y optó por ir a la estantería que exponía los dildos. Fue observando los distintos modelos ordenados por forma y tamaño, cogiendo algunos para leer sus indicaciones y lanzando, entremedias, furtivas miradas para comprobar algún atisbo de movimiento en los escalones. Tuvo la sensación de que el dependiente estaba teniendo un momento divertido a su costa.
Mientras comprobaba las características de un modelo anatómicamente preciso, la puerta de la tienda se abrió entrando una pareja joven. Se fijó en el chico y en cómo movía sus ojos ansiosamente por todo el local, intentando no detenerse demasiado tiempo en ningún sitio en concreto y esforzándose por esquivar cualquier encuentro de miradas; por el contrario, ella fue derecha hacia el vendedor para plantearle lo que sonaba como preguntas. Aprovechando que el trabajador se encontraba de espaldas respondiéndoles, Samuel levitó sobre las escaleras para llegar a la otra planta.
Al llegar se encontró con un espacio más reducido que el de abajo, lleno de estanterías con cajas de VHS y DVD’s, colocadas de tal manera que se creaban varios pasillos internos. En una de las esquinas, el único pedazo de pared no tapado, se abría una puerta que daba a la oscuridad y en cuyo quicio se apoyaba un hombre de mediana edad y prominente barriga. Samuel cruzó miradas con él brevemente y se volteó para dejar claro su desinterés.
Recorrió lentamente los anaqueles mirando las carátulas con cierta curiosidad, notando la presencia de otros dos señores, de edades similares al anterior. El primero probablemente se tratara del mayor, de unos cincuenta cercanos a la década siguiente, calvo y con las mejillas flácidas cayéndose como las de un bulldog. El otro, más joven aunque en los cuarenta, era ancho de cuerpo sin llegar a la obesidad del primero, y con los brazos cubiertos de un vello cano. Los dos lo observaron críticamente y con descaro, preguntándose hasta qué punto tendrían oportunidades de lograr algo.
A Samuel la situación le decepcionaba profundamente; a pesar de que a medida que cumplía años su rango había aumentado consecuentemente, los maduros eran una categoría que le enfriaba el deseo, y lo mismo sucedía con los calvos y gordos. Si ellos tres eran lo único que se encontraba en aquel momento en el local, se enfrentaba a la perspectiva de irse de vacío o aguardar pacientemente a que se produjera un cambio de guardia.
Todavía le faltaba por ver lo que había tras la puerta, aunque la idea de tener que pasar al lado de su portero y soportar su escrutinio le daba bastante pereza. Pese a todo, se encaminó hacia allí, acelerando el paso al llegar y pasando de perfil para evitar rozarse con el señor.
Dentro, todo estaba en penumbra, iluminado apenas con una fosforescencia rojiza que más dificultaba apreciar los detalles que ayudaba a discernirlos. Sí advirtió la existencia de hileras de puertas paralelas a ambos lados, de tal manera que había a derecha e izquierda ocho cabinas contiguas. Avanzó cuidadosamente por el pasillo, lo suficientemente lento para poder echar un vistazo en las que estaban abiertas, aguzando el oído para captar un gemido o murmullo que delatara más vida que la que había apreciado hasta el momento. Sin embargo, al llegar al fondo, se desengañó de cualquier ilusión al descubrir que estaban todas vacías.
Se volvió hacia la puerta, perspectiva que le permitió observar todo con más atención gracias a la luz que atravesaba el marco, y apoyó su espalda en la pared reflexionando sobre lo que iba a hacer. Podía irse, pero ello significaría sacrificar el valor que había acumulado para acudir por fin a aquel local; podía también quedarse, aunque eso con toda probabilidad le obligaría a enfrentarse a insinuaciones de alguno de aquellos hombres y no quería pasarse la tarde reiterando sus negativas. Suspiró.
Lo mejor sería, decidió, esperar un rato en la zona de las películas, donde al menos si llegaba alguien nuevo sería capaz de distinguir sus rasgos. Al avanzar por el pasillo descubrió gratamente que el portero anterior había desaparecido, y cuando llegó a la que fuera su posición comprobó que seguía con afán de cancerbero, aunque entonces vigilara las escaleras y más concretamente a un joven que subía por ellas.
No aparentaba más de treinta y era bajo, más que Samuel al menos, con una barba cortita y el cabello casi al ras. Parecía tener un cuerpo trabajado, aunque en el último escalón un asomo de barriga se hizo notar bajo la camiseta. A Samuel le pareció más que válido, elevado probablemente por la floja competencia, por lo que se lo quedó mirando con descaro hasta que el otro comenzó a caminar hacia él. Samuel se internó por el pasillo, con cierta parsimonia felina para permitir que siguiera su rastro, y se metió en una cabina a esperarle.
El espacio era reducido, con una entrada encorsetada por el aparato de vídeo y televisión a un costado, y un cubículo cuya superficie se veía casi enteramente ocupada por una butaca de cuero negro. Cuando el chico entró, fue necesario que Samuel se apretara contra la mampara para dejarle pasar.
- ¿Qué te mola?
- Me va mamar – respondió Samuel cerrando la puerta y corriendo el cerrojo.
- Perfecto.
El chico se sentó en la butaca y comenzó a desabrocharse los pantalones. Para cuando Samuel se encontró de rodillas delante suya, el miembro erecto ya estaba fuera apuntando a su cara, con el glande rosado brillando como un globo recién inflado.
Acercó su nariz antes que sus labios para recoger su aroma a recién lavado; todavía pegado a él, alzó la vista hacia el chico, clavándose los ojos de ambos, hasta que un movimiento de su mentón le invitó a continuar. Sin apartar la mirada, sacó su lengua y comenzó a moverla haciendo círculos alrededor del glande, abarcando con cada giro mayor superficie hasta acabar apoyándola por completo e iniciar un descenso a lo largo del falo. El chico gimió.
Samuel rompió el contacto visual y se concentró en el duro miembro, abriendo su boca para abarcarlo por completo de una sola vez. A partir de ahí siguió meneando su lengua en el interior, salivándolo profusamente para que al deslizarse sus labios corrieran con facilidad. Comenzó con un movimiento de vaivén abarcando la longitud del falo y luego dedicándose a zonas concretas de la raíz y el glande. A veces se detenía y hacía como que iba a besar la punta, pero entonces procedía a succionarla con fuerza hasta casi hacer vacío, y cuando el chico dejaba escapar un nuevo quejido volvía a engullirlo, cerrando sus labios sobre el tronco para que cada milímetro de piel fuera consciente de lo que lo recorría.
- Uf, cómo la comes, madre mía. – Puso una mano sobre la cabeza de Samuel. – Te encanta chupar polla, ¿verdad?
Samuel le respondió con un gemido y una vacua mirada mientras continuaba balanceándose.
- Dime que te gusta chupar mi polla – le insistió.
Deteniéndose para poder contestar, se echó hacia atrás, sujetándosela todavía con la mano.
- Sí, me gusta chuparte la polla.
- ¿Está rica? – continuó inquiriendo el otro.
- Sí, está deliciosa – notaba como los vapores que sus cuerpos emanaban comenzaban a nublarle la mente. Quería dejarse llevar.
- ¿Qué más te gusta?
- Seguir así, ser tu putita y que sigas usando mi boca para darte placer.
El chico lo miró sorprendido por un instante.
- ¿Te gusta se mi puta? – prosiguió relamiéndose - ¿Te gusta ser puta?
- Sí, cuando me caliento así me pierdo y me dejo hacer cualquier cosa. – Contestó en un susurro ahogado.
- Está bien, entonces sigue comiéndome la polla.
Samuel volvió a meterse el miembro en la boca y continuó con lo que venía haciendo, liberando con una mano el suyo propio que comenzaba a doler por la presión de la pretina. Volvió a mirar al chico, que ahora estaba concentrado en las plaquitas circulares sobre los paneles laterales de la cabina, flanqueando la butaca.
Nuevamente puso su mano sobre la cabeza de Samuel para obligarle a profundizar en los movimientos, pero por el rabillo del ojo este pudo ver como con la otra deslizaba con un movimiento circular una placa y la de enfrente, dejando así abiertos sendos agujeros negros. No pasó demasiado tiempo hasta que en uno apareció un miembro erecto meneándose.
- Quiero que se la chupes.
El chico había detenido a Samuel impidiendo que continuara con la firmeza de su mano. Sus ojos lo miraban fijamente como si no existiera siquiera la posibilidad de que pudiera negarse; un escalofrío de placer recorrió su espalda y como un latigazo le hizo volverse hacia su nuevo objetivo, engulléndolo y deslizando sobre él sus labios hacia delante y atrás.
- Así. Eres mi puta, así que vas a chupar todo lo que te diga. – Le dijo inclinado sobre él y al tiempo que se masturbaba rozando su mejilla.
Fue al terminar aquella frase que Samuel sintió en su boca aparecer un líquido que tragó casi con la misma velocidad que el miembro desaparecía en la oscuridad.
- ¿Ya está? – Le preguntó el chico incrédulo. – No pasa nada, – continuó viéndole asentir en silencio - porque te ha salido otra por aquí – dijo señalando el agujero de su izquierda.
Samuel siguió su orden, moviéndose con las rodillas de un lado a otro y metiendo en su boca el nuevo apéndice que había aparecido por el panel. Este era bastante más grande que el anterior y también mostraba una mayor firmeza. Aplicó sobre él todas sus técnicas mientras el chico continuaba susurrándole.
- Menuda puta estás hecha. Hoy vas a tragar leche como nunca en tu vida. – Agarró la mano de Samuel llevándola a su entrepierna – Mira cómo me tienes la polla de dura por verte tan zorrita. ¿Sabes a quienes se la estás chupando, verdad? Deja esa un momento que hay otra que necesita tu ayuda.
Al detenerse y voltear su cabeza, Samuel comprobó como el primer agujero había sido ocupado por otra persona que también había ensartado en él su erección. Comenzó entonces a chupar ambas, repartiendo su tiempo y saliva a partes iguales siguiendo las directrices del chico que lo controlaba todo y se dejaba llevar también. A pesar de la neblina que embotaba sus sentidos, Samuel alcanzó a escucharle hablar por uno de los agujeros.
- Oye, puedes decirles a los otros que estén por ahí que si quieren una puta que les saque la leche pueden traer sus pollas aquí.
En ese momento, el dueño del miembro que Samuel tenía en la boca comenzó a embestir el panel de la cabina hasta que en la tercera sacudida derramó el contenido profusamente en su interior. Tragó el líquido mecánicamente antes de dirigirse al del otro lado, que le esperaba masturbándose, y engullir lo que sobresalía chocando con los bordes del agujero. Sintió en sus labios como el falo vibraba frenéticamente por el movimiento de una mano, hasta detenerse de súbito y eyacular también, mezclándose el sabor del nuevo jugo con los restos del anterior.
Se echó hacia atrás y volvió a colocarse arrodillado frente al chico, respirando profusamente mientras el sudor le corría por la frente. Los agujeros permanecieron desiertos.
- ¡Menudo putón! Acabas de beberte la leche de tres tíos y todavía sigues de rodillas pidiendo la mía. – Le echó la cabeza hacia atrás con brusquedad – Dime que quieres mi leche. – Le ordenó.
- Quiero tu leche – respondió Samuel extático.
- Di que mi leche es la mejor leche de todas.
- Tu leche es la mejor leche de todas – siguió repitiendo mientras con su lengua intentaba lamer el glande a escasos centímetros.
- Pues aquí la tienes.
El chico comenzó a masturbarse con agitación hasta que lanzó un gemido y los chorros comenzaron a salir salpicando por toda la cara de Samuel, que se vio inundado también por la eyaculación que salía de su propio miembro sobre su ropa.
Después de esperar unos segundos a que las sensaciones se estabilizaran, el otro sacó papel higiénico de su bolsillo trasero y separó un trozo para limpiarse la mano y otro para que Samuel se aseara.
- Ha estado muy bien. ¿Vienes a menudo por aquí? – Preguntó.
- No – contestó mientras intentaba quitarse los restos de la cara aprovechando cada centímetro seco que tenía de papel – es mi primera vez.
El chico soltó un silbido.
- Pues a ver si volvemos a coincidir – concluyó y le guiñó un ojo.
Se levantó de la butaca recolocándose los pantalones y salió de la cabina. Samuel lo siguió unos minutos después cuando hubo conseguido camuflar, como pudo, los desperfectos causados en su ropa.
Cuando salió a la zona de las películas los tres señores estaban reunidos en una de las esquinas y charlando. Al pasar por delante pudo sentir como todos sonreían y le dirigían miradas burlonas.