Una zorra hecha esclava (Primera parte)

Cómo iba a imaginar que ese hombre me haría su esclava haciendome sentir lo que nunca había imaginado.

Siempre he sido una zorra empedernida. Cuando llego a casa, me visto de mujer, muy sexy, me conecto al chat y juego con la cámara hasta conseguir que tres hombres se corran mirándome.

Me encanta ver sus chorros de leche embadurnando sus manos.

Me piden mil filigranas: Que les abra mi culito, que camine contoneándome sobre mis tacones, que me meta consoladores, que les lama con mi lengua lasciva... de todo. Yo, como gatita lujuriosa, les obedezco sin rechistarles, para complacerles y poder disfrutar mientras observo como se corren deseándome.

No obstante, siempre acabo con José Luis, un policía de Sevilla que goza de una verga maravillosa. Es un chico celoso y muy posesivo. Me exige que no se me ocurra hacer con otros lo que hago con él. Pero claro, soy muy zorra y no lo puedo evitar. Él no lo sabe, cree que es el único, y como siempre es el último de la tarde y nunca me corro con los otros, da por hecho que mi cuerpo y mi jugo son sólo para él.

Me ha prometido que algún día vendrá a visitarme, pero vivo en la otra punta del país y no creo que quiera conocer realmente a una mujer como yo. Él es heterosexual, se le nota a millas, y nunca ha estado con una mujer como yo. Por mucho que prometa, siempre albergo algunas dudas.

Así que de momento no he podido saborear su verga en vivo. Me encantaría hacerlo, pues es una polla inmensa, muy abultada en el tronco y de capullo estrecho y fino. Como a mi me gustan. Me pongo muy caliente con sólo verla por webcam, y con él mirándome, siempre me introduzco por el culo mi consolador más grande hasta que se corre y se queda satisfecho y a gusto.

Pero en este relato no voy a hablar de José Luis, mi macho por webcam, sino de lo ocurrido a causa de una de mis sesiones de cámara.

Durante una semana que José Luis tuvo que ausentarse de nuestras sesiones, conocí a Eduardo. No suelo relacionarme más allá del orgasmo por cámara con los hombres, pero me encantó como me trataba Eduardo. También me gustó su voz grave y de hombre muy macho, además, tenía una polla muy parecida a la de José Luis, aunque algo más pequeña. Era un hombre algo mayor, de unos cincuenta y largos años, ventrudo, con vello canoso y muy, muy autoritario. Al día siguiente de conocernos por cámara, repetimos de nuevo y sólo jugué para él.

Con la autoridad de un hombre seguro, me ordenaba mil cosas, y yo le obedecía. Me convertí en su esclava por cámara. Le gustaba que me azotara el culo y oír los chasquidos hasta que mi piel quedaba enrojecida, también le gustaba que me atara mi superlativo clítoris hasta que quedara morado y que utilizara pinzas para los pezones y los testículos.

Me decía que era su mejor perra, y en cada sesión se corría dos veces, soltando grandes chorros de leche.

El cuarto día de jugar con él, me ordenó que me orinara en un vaso. Después, con su voz portentosa, me obligó a meter los dedos en el pis y restregarme todo el cuerpo con él, hasta que me convenció para beberme un traguito. Cabe decir que me corrí como nunca en esa ocasión.

Con la voz de Eduardo perdía el oremus y me convertía en su más sumisa perra, la más esclava y viciosa de todas.

Ese mismo día, después de quedarnos saciados, me propuso conocernos en persona ese sábado. Primero fui reacia, pero al día siguiente, acepté. Ese hombre podía conmigo, no había dudas.

Quedamos para el sábado a las cuatro de la tarde, insistió que en su casa. Acordamos que me cambiaría en el recibidor de su piso, para que desde un primer momento me viera como por internet.

Hacía mucho que no follaba de verdad con un hombre. De hecho desde que me dejó Julián, hacía más de cuatro meses. Me apuré la barba a conciencia y me depilé las piernas y el culo. Metí en una bolsa mi peluca, mis enseres de maquillaje, mis ropitas y mis botas de zorrita. Salí como un hombre de mi casa y en el metro me erecté imaginando cómo me follaría Eduardo.

Al llegar al portal, salió del interfono su voz carrasposa y grave. Me dijo que subiera sin saludarme. Me adentré en el recibidor y cerré la puerta. Había un silencio absoluto en la casa. Estaba muy nerviosa y me vestí apresuradamente. Me maquillé en el espejo del recibidor, algo falto de luz y me miré una vez vestida. Estaba estupenda, pero el corazón me palpitaba desaforadamente. Suspiré y entré en el comedor.

Lo vi sentado en el sofá, viendo la tele, sin sonido.

-         Estás más buena que en cámara, perra – me dijo – Ven a chuparle la polla a tu amo.

Caminé hacia él, contoneando el culo.

-         Así no, perra. De rodillas.

Me arrodillé y fui a gatas hacia mi amo. Era más viejo de lo que parecía por cámara. Le colgaba una gran papada y su polla se escondía bajo su abultado vientre. Por un momento, me arrepentí de haber aceptado la cita.

Se desató los pantalones y asomó su verga, muy erecta. La miré aturdida. No estaba segura si levantarme e irme. Aquello me daba mala espina.

-         Chupa – me ordenó Eduardo.

Me acerqué algo más y ante mi titubeo, él me agarró la cabeza y aplastó mis labios contra su polla. Olía intensamente y me dio algo de asco, pero no tuve más remedio que abrir la boca y meterme su capullo dentro.

-         Así, muy bien, perra – dijo.

Eduardo me apretaba muy fuerte la cabeza y me obligaba a introducirme toda su polla en mi boca, sin compasión. Me asfixiaba y cuando notaba mi primera arcada, la sacaba entera. Aún no me había repuesto cuando tenía de nuevo toda su polla dentro de mi boca. Por las comisuras de mis labios se deslizaban hilos de baba y una saliva muy espesa se pegaba en la punta de su polla, coloreada por el carmín de mis labios. Me puse como loca. Aquello me repugnaba y me gustaba. Estaba muy caliente y sentí como mi verguita se debatía bajo las bragas. Nunca creí que fuera tan zorra ni tan perra.

Sin que me diera pie, le lamí los testículos tupidos de canas y se los sorbí.

-         Ya sabía yo que eras una perra como pocas – dijo Eduardo – A ver ese culo. Gírate.

Sin levantarme, me giré y le mostré mi culo en pompa. Me levantó la minifalda y me bajó las bragas. Sin aviso previo, me azotó en la nalga derecha. Se oyó un chasquido agudo y después mi grito. Me azotó otra vez, pero esa vez, ya prevenida, no grité.

-         Buen culo – dijo mi amo – Y sin pelos, como te dije. Eres buena perra.

Pasó un dedo por la raja de mi culo y me estremecí. Luego me azotó tres veces seguidas, con la palma extendida.

-         Súbelo más – dijo.

Alcé mi culo tanto como pude y entonces oí como Eduardo escupía y sentí su saliva caliente recorriendo mi raja. Pasó otra vez un dedo y se demoró en el agujerito. Me metió el dedo de sopetón. Me dolió un poco y lancé un gemido.

-         No te quejes, puta – dijo – Te has metido tanta mierda en este culo que ya no debes notar nada.

Me escupió de nuevo, con ferocidad y me metió tres dedos. Sentía como se restregaban contra las paredes de mi interior y me volví loca.

-         Apoya la cabeza en el suelo y pon las manos en tu espalda – me ordenó.

Me agarró férreamente las muñecas con su mano libre y sentí en mi mejilla el frío de las baldosas. Sin soltarme, me folló con sus dedos muy fuerte. Sentía desgarrarme, sentía placer, sentía que me iba, y entonces sacó los dedos y escupió de nuevo en la raja de mi culo palpitante. Oí como cogía algo metálico del sofá, pero no pude verlo, y cuando me di cuenta, sentí las manillas en mis muñecas.

Estaba atrapada.

-         Muy bien, perra. Ahora eres mía.

Me asusté y dije que me gustaba poder tocarle.

-         ¡Calla, puta! – gritó - ¡No quiero volver a oír tu voz de perra!

Me giró brutalmente y me metió de nuevo la polla en la boca. Sin el apoyo de mis manos, hizo conmigo lo que quiso. Me sentí violada por la boca y me venían arcadas constantemente. Sentía las contracciones de mi vientre en busca de aire, pero Eduardo no cesaba de follarme, despreocupado de mis ojos lagrimosos y de mis espasmos.

Finalmente me la sacó de la boca y me golpeó con ella las mejillas, me puso la punta en el rabillo del ojo y me la restregó por toda la cara.

-         Levántate, puta de mierda – ordenó.

Me levanté y él me bajó las bragas. Me golpeó la polla y los testículos muy fuerte, y sentí un dolor agudo, pero me abstuve de gritar.

-         Vaya coño de mierda tienes – dijo – Ponte de rodillas en el sofá.

Obedecí, aturdida, degradada y dolorida. Escupió en mi culo en pompa y restregó la saliva sobre mi agujerito. Cuando sentí la punta de su capullo en mi agujero, dispuesto a metérmela, le indiqué que no podía hacerlo sin condón. Eduardo se puso como una fiera, me dijo que me había ordenado no hablar y que haría con mi culo lo que viniera en gana. Luego me metió la bragas en mi boca y sin compasión ni condón, me introdujo toda su polla en mi culo.

Bombeó sin piedad, golpeándome las nalgas con sus manos sin cesar y insultándome una y otra vez. Yo sentía que me ahogaba por las bragas en mi boca y respira por la nariz con dificultad. No me dolía la jodienda, pero sentía que nunca volvería a ser la misma.

Me giró, me alzó las patas, me golpeó los testículos y me la metió de nuevo. Sentí sus huevos golpear contra mi culo y sus garras asiendo mis tobillos. Me dolían las manos, apresadas en mi espalda, soportando mi peso y mientras me follaba, miraba su cara desencajada y cuando advirtió que lo miraba, me golpeó en las mejillas. No dejó de azotarme hasta que sacó su polla de mi culo, la acercó a mi cara y se corrió lanzando largos chorros de leche caliente sobre mi rostro.

Restregó su semen por toda mi cara con su verga. Me lo metió por la nariz, por las orejas y por los ojos. Sentía asco y a la vez unas sensación extraña de suavidad.

Me empujó y caí sobre el sofá. Cuando se fue al baño, pude escupir las bragas de mi boca. Volvió muy rápido, antes de que me levantara, entonces me empujó al suelo y se sentó en el sofá. Cuando vio que iba a decir algo, alzó un dedo como advertencia.

-         Estate aquí quieta, perra. – dijo – Me tengo que recuperar.

Volvió a la tele, desatendiéndome totalmente. Yo sentía el suelo frío y también como su leche se licuaba y se enfriaba sobre mi rostro. Nunca me había sentido tan desvalida y me vinieron ganas de llorar. Pero me las aguanté. Sabía que podía gritar y alertar a los vecinos, pero estaba apresada con las manillas y Eduardo me podía volver a meter las bragas con celeridad, ahogando mis gritos. No tenía otra opción que esperar.

De vez en cuando me miraba y sonreía.

De nuevo empezó a acariciarse sus genitales. Me sentó en el suelo y apoyó mi cabeza en el cojín del sofá. Se puso frente de mi, se acuclilló y posó todo su culo sobre mi rostro. Olía a mierda.

-         Lame – ordenó.

Me resistí, apartando la boca de su raja, pero me agarró la cabeza y apretó muy fuerte su culo contra mí.

-         Lame de una puta vez, perra – insistió.

Me azotó en los testículos, muy fuerte. Grité. Volvió a golpearme. Entonces saqué la lengua y lo lamí. Noté su sabor rancio y sus pelos recios y ásperos. Él meneaba el culo, apretándolo muy fuerte contra mi cara, y a la vez se frotaba los huevos y la verga. Le metí la lengua y él se movía como si lo follara. Se erectó de nuevo. Se movió arriba y abajo, pasando su raja del culo por toda mi cara. De vez en cuando, le lamía los testículos.

Me daba vergüenza admitirlo, pero sentí placer. Placer en ser degradada, y mi pollita palpitó.

Noté como apretó su esfinter y al poco soltó una ventosidad. Sin dejar de apretar su culo contra mi cara, me tuve que comer todo su hedor, sintiendo un ahogo asqueroso. Sin embargo, no dejé de lamerle. No quería que se enfadara.

Luego Eduardo se giró y me la metió en la boca, follándome violentamente.

-         Eres una perra de mierda – dijo.

Cuando creí que se iba a correr de nuevo, se detuvo. Me subió al sofá y me sentó al revés. Con la espalda en el cojín y la piernas en el respaldo, de forma que quedé con las piernas alzadas y la cara a su disposición. Me la volvió a meter en la boca y sentí como me escupió en mis genitales.

Los manoseó con brutalidad. Pellizcándome los testículos y golpeándome la polla de vez en cuando. No sé porqué, pero me encantó aquello y no pude evitar erectarme.

-         Mira cómo le gusta a la maldita perra – dijo.

Me abrió el culo, escupió en él y me metió dos dedos. Me follaba por la boca y por el culo, y con la otra mano me apretaba muy fuerte la verga. Sentía placer y dolor por todo mi cuerpo. Era mi amo y yo su esclava. Lo supe en ese mismo momento. Una esclava consentida porque me encantaba ser su esclava.

-         Te vas a correr en tu propia cara, hija de puta – me dijo.

Me pajeó y gemí con su polla metida en la boca y sus dedos maniobrando en mi culo. Cuando notó que estaba apunto de venirme se apartó, me levantó un poco más y continuó pajeándome sin dejar de insultarme. Guarra, perra de mierda, chocho inmundo, basura, cochina, puta, córrete de una vez.

Estallé. Y entre jadeos y gemidos toda mi lechita cayó sobre mi pecho y mi cara.

-         Que guarra eres, hija de perra, que guarra – dijo Eduardo.

Sentí mi propio calor y quedé satisfecha.

Pero aún no había asimilado mi orgasmo cuando mi amo me escupió en la cara, mezclando mi semen con su saliva.

-         Abre la boca – me ordenó.

Absorta de placer, la abrí y él dejó caer un hilo de saliva desde su boca que cayó directamente sobre mi lengua. Sentí asco, pero ya no me importaba. Me había domado.

Luego me escupió sobre el rostro, dos veces y quedé muy pringosa.

Sin pausa me metió la polla en la boca y mi amo estaba tan caliente que se vino en seguida, soltando un chorro en mi misma garganta y después rezumando algo más de semen sobre mi cara.

Quede hecha una puerca. Me empujó y caí sobre los cojines. Sucia y viciosa. Miré sus ojos y adiviné que pocas veces había disfrutado de una zorra esclava como yo. Esta idea me infundió algo de valor y dije que quería limpiarme.

-         Claro, perra. Vamos a limpiarte. – dijo.

Aún enmanillada, me llevó a su baño y me desató los sostenes, me quitó la falda y me arremango mi blusa, que no pudo sacarla por culpa de las manillas.

-         Lo puedo hacer yo misma, mi amo – le propuse.

-         No, perrita. Te lavaré yo mismo. Estírate en la bañera.

Entonces adiviné sus intenciones. Podría haber protestado, pero un deseo hasta entonces oculto en mi interior me impulsó a probarlo. Obedecí sin rechistar, y como era de esperar, no cogió la pera de la ducha.

Se irguió y empezó a mear encima de mi cuerpo. Su chorro era flácido, turbio y muy amarillo. Salpicó mi vientre y sentí su calor y olí su olor. Después su chorro subió por mi pecho hasta golpear contra mi cara. Me sentía sucia y domesticada, me sentía otra, más guarra de lo que creía, más lasciva y zorra de lo que nunca hubiera pensado. Y, me duele decirlo, me encantó.

-         Abre la boca, perra. – dijo.

La abrí y degusté su orín. Agrio, intenso, caliente, rico. Tragué tanto como pude y entonces, me vinieron ganas de mear y empecé a hacerlo, sin pudor alguno. Mi pis se extendió sobre mi vientre y en mi ombligo se formó un charco amarillo.

-         Nunca he conocido a una perra tan guarra como tú – dijo mi amo.

Me tomé la frase como un cumplido.

Pero Eduardo me depararía muchas más sorpresas esa misma víspera. Hizo conmigo lo que nunca hubiera imaginado hacer. Espero complaceros con la segunda parte muy pronto.

Agradeceré vuestros comentarios en:

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