Una zorra de 2,15 euros

Un conductor propone llevar a casa a una chica borracha que acaba de salir de la discoteca y está a punto de tomar el autobús. Este microrelato NO CONTIENE ESCENAS EXPLÍCITAS DE SEXO. Sólo cuenta los instantes previos a una mamada.

Una zorra de 2,15 euros

Pasadas las siete, saliste de la discoteca, con el paso vacilante, en dirección a la parada del autobús. Llevabas tal borrachera que apenas podías andar. Tras caerte un par de veces en menos de cinco metros un coche se paró a tu lado.

—¡Eh, nena! —gritó el conductor, después de bajar el cristal de la ventanilla—. ¿Quieres que te lleve?

Desde el suelo, te acercaste al coche a gatas y, como pudiste, metiste la cabeza por la ventanilla para ver de cerca al conductor. Por lo menos te sacaba quince años. Y con esas bermudas y esas bambas que llevaba más bien parecía un yonqui y no el dueño de ese lujoso BMW. No obstante, ya fuera por el coche, por ahorrarte los 2,15 euros del billete de autobús o por las copas de más que te habías tomado, la cuestión es que decidiste aceptar su invitación.

—Vale —dijiste.

Al segundo intento lograste abrir la puerta.

—No corras tanto, nena. —Te detuvo el conductor en el momento que ibas a entrar en el coche—. Antes tenemos que ponernos de acuerdo con el precio.

—¿No.. no entiendo?

—La gasolina no brota del suelo, nena. Tienes que pagarme algo.

—¿Cu… cuánto quieres? —preguntaste maquinalmente, más que de forma consciente.

—Di más bien “qué” es lo que quiero —respondió el conductor bajándose la cremallera de la bragueta—. No quiero nada del otro mundo, nena. Nada que no hayas hecho ya cientos de veces.

Tenías la cabeza tan embotada que te dolía el simple hecho de pensar. Lo único que querías es que ese tipo se callara para no tener que hacer el esfuerzo de procesar sus palabras. Aún así, tuviste un instante de lucidez y miraste en dirección a la parada del autobús. Pero justo en ese momento arrancaba el autobús que deberías haber tomado. Quién sabe cuando pasaría el siguiente. Y tampoco te apetecía andar los cincuenta metros que había hasta la parada. Así que cediste a lo que te pedía el cuerpo: sentarte en ese cómodo asiento de cuero y cerrar los ojos un rato.

El tipo se abrochó la bragueta y arrancó el coche sin decir nada. Durante unos minutos tuviste el convencimiento de que el conductor se había apiadado de ti y que te llevaría a casa sin más. Pero cuando a los cinco minutos apagó el motor del coche despertaste a la realidad. Por más rápido que hubiera conducido era imposible que hubiese llegado a tu casa en tan poco tiempo. El tipo salió del coche y, después de abrir tu puerta, te agarró del brazo y, de un estirón, te levantó del asiento y te puso de rodillas sobre la grava.

No te dijo nada. Tampoco era necesario. Él tenía razón cuando dedujo que ya habías hecho cientos de mamadas.

FIN