Una voz angelical (8)
Supe que en cuanto la verga de Adiel me penetrara, no habría vuelta psicológica atrás! Porque va a gustarme: lo presiento... Sí: ¡el placer de la cogida cerraría una mutación originalmente contraria a mi voluntad!
Volví a observar mis senos, tan firmes, rotundos y perfectos como los de mi madre, y no pude menos que concentrarme en nuestros pezones sobresalientes, endurecidos. "Hay excitación en mi madre", pensé. "En mí, también". Me di cuenta, entonces, de que los signos externos de nuestro apetito sexual se habían vuelto idénticos: que yo estaba ya reaccionando eróticamente como mujer... "¡Dios!"... Seguí tocándome... Y gemí: de manera audible, e irrefutablemente femenina.
–¡Vaya! –se complació mi madre, mientras Adiel empezaba a penetrarla– Creo que aquí hay otra hembrita a la que le urge macho...
Cerré los ojos. Ahora entendía la extenuación de mi cerebro: ¡las altísimas dosis de estrógenos conjugados, de acetato de medroxiprogesterona y de cipionato de estradiol lo habían estado, literalmente, nutriendo y transformando! ¡su lucha no había sido únicamente contra las incompatibilidades entre lo que veía y sentía, contra el trato que todo mundo me dispensaba, y contra los condicionamientos intencionales de mi madre (pocos, pero tajantes)! No: ¡el cambio era químico, orgánico, irreversible!
De pronto, oí una voz en mi interior.. "Abandónate, antes de perder la cordura... Deja de resistir... Ángel está por desaparecer... Asúmete como la mujer en que te han transformado: guapa, buenísima, sexy... Eres Angélica... Eres mujer... Mujer...Y como mujer, sientes y reaccionas... Como mujer, deseas"...
Esa voz me estremeció. Porque, a diferencia de lo que me había ocurrido en el camerino, no era una forja consciente de mi razón: venía de mi ser más profundo. ¡La transformación, por fin, había alcanzado mi esencia básica, mi psique! Mi personalidad ya no estaba dividida, ¡simplemente ya no me quedaban rasgos masculinos de los cuales asirme! ¡Las hormonas femeninas habían devorado mi cuerpo, y estaban terminando de hacer lo mismo con mi alma!
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Abrí los ojos. Mi madre estaba moviendo su pelvis, como tratando de aprovechar al máximo el trozo de carne que la colmaba. Tuve, entonces, una epifanía: mientras ella, con el rostro transmutado de placer, se agitaba y jadeaba ante cada embestida, el cubano se veía mucho menos expresivo, limitado casi a una especie de tensión. "¿Notas quién goza más al fornicar?", me subrayó la voz. "¿Acaso no quieres confirmarlo? Acepta lo que deseaste en el escenario: probar lo que se siente ser mujer en el coito. ¡Quieres que un verdadero hombre entre en ti!". Mi madre pareció leerme el pensamiento. Con un tono de gata en celo, fue directa:
–Quieres abrirte, ¿no? Reclamar, por fin, tu destino: ofrecer tu virginidad de damita, y recibir a tu primer macho... Pídemelo y consentiré que Adiel te monte... Te encantará que su pene haga brotar, en tu culo, una vagina...
La urgencia de dejar a Angélica apoderarse de mí, por completo, me recorría en forma casi sensual... ¡Supe que en cuanto la verga de Adiel me penetrara, no habría vuelta psicológica atrás! "Porque va a gustarme: lo presiento"... Sí: ¡el placer de la cogida cerraría una mutación originalmente contraria a mi voluntad!...
–¿O no es maravilloso pensar que eres tan hembra que puedes compartir macho con la que te parió; que el mismo varón que le provoca orgasmos a tu madre, está en posibilidad de arrancártelos a ti?
El timbre de mi celular interrumpió el trance. Como pude, alargué la mano y respondí. Era Fanny:
–¿En dónde rayos te metiste? Chassier te busca, y Mateo sólo pone cara de pendejo...
–Fanny... Yo...
Mi madre corrió a quitarme el teléfono...
–¿Qué pasa, Fanny?
–¿Dónde están?
–En el departamento...
–¿Por qué? ¡Angélica tenía un montón de actividades programadas!...
–¿Urge algo?
–Sí... Chassier preparó un paparazzo, y quiere coordinarse con tu hermana...
–Vamos para allá...
–Mejor, esperen... Yo les comunico con Chassier, en un minuto...
Mi madre y Adiel comenzaron a vestirse...
–Te dije que no era buena idea darle éxtasis –farfulló el cubano...
–Cállate, y tráete todos los lácteos que haya en el refrigerador...
En pleno euforia lúbrica, con los sentidos alteradísimos, traté de incorporarme, y de arreglar mi ropa: ¡estaba yo caliente, para decirlo tal cual!... Adiel regresó y me ofreció un cartón de parmalat...
–Hasta el fondo –ordenó mi madre...
–Ajá –respondí...
El bailarín me empino el cartón en la boca, y yo tragué su contenido, casi ahogándome.
–¡Pinche Chassier! –se quejó mi madre–... ¡Un minuto más, putita, y tu metamorfosis hubiera quedado concluida!... Adiel debería estar ahora dándote una leche diferente... Y por otro lugar...
–¡Karen! –interrumpió el cubano....
–No te hagas pendejo... Desde que viste a esta cabrona, supe que se te antojaba, que te la querías coger... ¡Y ella, seamos sinceros, tiene el culo palpitando por ti!... ¡Mira, nomás, cómo tiene las chichis, de la calentura: más paradas que las mías!...
Adiel nada respondió. Fue por una botella de crema fresca, y me obligó a vaciarla.
–¡Ya no quiero! –lloriquee...
–Sólo un poco más –me indicó, tomándome suavemente la mejilla...
–¡Ay, sí! –se burló mi madre– Mira con qué cariño se hablan y se tratan...
Gracias a los lácteos, la mente se me despejó un poco. Justo a tiempo para responder al celular...
–¿Angie? –escuché a Chassier...
–Señor...
–Por razones de publicidad para el reality, me urge un paparazzo... ¿Cuento contigo?
–Sí... Pero, ¿qué es un paparazzo?
–En Europa, un fotógrafo husmeador... Pero en este país, también se le llama así al momento en que una estrella es sorprendida por la prensa en situación incómoda...
Quedé igual... El éxtasis no me ayudaba mucho: tenía yo más abiertos los sentidos que el buen juicio.
–Ajá –mascullé...
–Se supone que unos reporteros te descubrirán con José Manuel, y los retratarán a ambos...
–Creo que no termino de entender...
–¡Carajo! –gritó Chassie– ¿Qué eres tan pendeja?... Trata de hacer funcionar tu cerebrito... Fui yo mismo quien hizo correr el rumor, para generar noticias, y tener a los medios enfocados en "Jugar y Cantar"... Le pedí a Fanny que se secretara con Eréndida, una de las maquillistas, hace unas horas, delante de Tony...
–¿Y?
–Fanny le aseguró a Eréndida que José Manuel y tú se verían, hoy, en secreto, en un restaurante... Obvio: el puto ese no tardó en hablarle a Pina Cantú, y a otros amigos suyos de la prensa...
La estupefacción me ganó:
–¿Para qué?
Chassier sonó francamente exasperado:
–Tu supuesto romance con José Manuel ha resultado un tema atractivo para el público, en especial desde que se supo que tiene novia... Es parte de la dinámica del reality, Angeliquita pendeja... Inventamos escándalos, generamos morbo, aumentamos raiting y ganamos dinero...
–¿Nada es verdad en este negocio?
–El dinero, justo... Y tú ya lo estás disfrutando...
Me resigné:
–¿Qué debo hacer?
–¿Sabes dónde está el Au Pied de Cochon?
–No...
–Dile a Mateo que te lleve...
No quise echar de cabeza al chofer, así que me limité a gruñir de manera afirmativa.
–¿Algo más? –averigüé...
–Vístete putona –enfatizó Chassier–... Ten en cuenta que, ante el público, no eres la muchachita ingenua, enamorada de José Manuel, sino su amante cachonda, la cogelona, "la otra"... Luce chichis y nalgas...
–Desde luego, señor...
–Se te vería bien el minivestido plateado que te compré...
–¿Cuál?
–El que se te unta al cuerpo...
–¿El de spandex?
–No sé de telas... El de las argollas, pues; el que te marca bien lo sabrosísima que estás...
–Es ese, señor...
–José Manuel ya tiene instrucciones; obsérvalas, y punto...
Cuando apagué el celular, don Mateo estaba tocando el timbre. Fue mi madre quien le abrió:
–Señorita Karen...
Mi madre no lo dejó terminar. Desde la habitación, oí sus gritos:
–¿Por qué carajos no me avisó, como le ordené, que esta cabrona se había salido de la televisora...?
–Es que yo...
–Hablaré con Chassier, para que lo corran... ¡Viejo pendejo!
Don Mateo, con voz temblorosa pero educada, se limitó a informar:
–Esperaré a la señorita Angélica en el estacionamiento... La camioneta está lista... Con permiso...
Me maquillé, peiné y cambié, a toda velocidad. El famoso minivestido, por su brevedad y su estrechez, no sólo hacía resplandecer mis nalgas y dejaba al descubierto casi la totalidad de mis piernas: tenía un insolente escote al frente, desde el canalillo de mis senos hasta casi el inicio de mi pubis. Requería, de hecho, una tanga especial, pequeñísima, y usarse sin brassier, puesto que la tela de corte sutil apenas estaba sujeta por dos argollas metálicas al frente y por unas cuantas lazadas laterales. Lo adicioné con un par de sandalias de plataforma, con tacón de aguja, de color plateado. Antes de salir, retoqué el esmalte de mis uñas, me cambié los aretes y la perforación del ombligo, elegí un par de anillos y pulseras, tomé mi abrigo blanco de piel (de Derek Lam); y me perfumé con Ámbar (de Jesús del Pozo). ¿Cuánto me quedaba del niño heterosexual obligado, en un centro comercial, a probarse un vestido de gasa de algodón, con estampado de corazones, y una pantaletita de Hello Kitty, color rosa chicle?
Cuando salí de mi habitación, escuché la pelea entre mi madre y Adiel...
–¡No exageres! –vociferaba ella...
–En serio –reclamaba el cubano–... Mandarla así, aún bajo el efecto de la droga, es un riesgo innecesario...
–Podemos aprovechar la coyuntura, pinche necio...
–¡Buenas noches! –me despedí, sin esperar respuesta y dando un portazo...
Una vez en el elevador, le marqué a Chassier. Don Mateo me caía muy bien, y quería intentar algo en su auxilio.
–Diga –oí...
Traté de llevar mi voz a un tono sensual...
–Perdone que lo moleste otra vez, señor Chassier...
–¿No has entendido aún? –cortó, violento– ¿O qué putas madres...?
Comencé un gimoteo evidentemente falso, de niña caprichosa...
–No, ya voy en camino al paparazzo... Es otra cosa... Hoy hice una travesurilla, y no quiero que alguien resulte afectado...
Chassier se suavizó:
–¿De qué hablas?
–Falté a mis ensayos y a mis clases...
–La cabrona de Fanny te ha tapado muy bien... Pero gracias por tu sinceridad...
–Hay más –lloriqueé de nuevo...
–Explícame...
–Hice que Don Mateo la mintiera a mi hermana...
–¿Y eso?
Conforme hablaba, fui inventando la historia:
–Tenía ganas de hacerle a usted un regalo sorpresa, y me salí de la televisora... Pero como no quería que alguien más se enterara, le pedí a Mateo que se quedara, que no le dijera nada a Karen y que...
Chassier no me dejó terminar:
–¿Un regalo para mí?
–Sí... ¡Usted me ha regalado tantas cosas!... ¡No sabía cómo agradecérselo!...
Hubo una carcajada tras el teléfono:
–Y te regalaré más... Sólo pórtate bien, linda...
–Sí, señor...
–¿Tu hermana está encabronada con Mateo, entonces?
–Mucho...
–¿A ti, él te va bien como chofer?
–Excelente, señor... Es respetuosísimo... Un caballero...
–Pierde cuidado... Yo torearé a tu pinche hermana... A veces, en serio, puede ser muy hija de la chingada...
–Gracias, señor...
–Además, tengo que estar bien contigo...
–¿De veras?
–¡Claro! Hay un montón de planes artísticos para ti... Y, ciertamente, ¿cómo no te preferiría y te daría la razón, si estás más buena que Karen?...
–¿Perdón?
–No te hagas pendejita... ¿A poco no distingues el culote que te cargas?...
Guardé el celular. Le había ganado una partida a mi madre, y me sentía en euforia. Más: el saber que yo, como hembra, al decir de Chassier, tenía mejor cuerpo que ella, ¡inexplicablemente me hacía girar! De hecho, la frase "más buena" parecía rugir en mi mente... "¡Cuánto poder tiene la feminidad bien manejada!", reflexioné. Entonces, no pude menos que recordar a Karen-sexy, cuando me subrayaba, acariciándose las nalgas: "Las mujeres tenemos esta ventaja. Lástima que naciste hombre: nunca sabrás todo lo que se puede obtener con esto". Y fui repentina y plenamente consciente de algo: "tengo un formidable culo femenino, y he aprendido a sacarle provecho".
Don Mateo me ayudó a subir a la camioneta:
–¡Ay, señorita! ¡En buen lío me metió usted!
–Ya resolví todo –le sonreí...
Como por ensalmo, sonó su celular. De inmediato, se acomodó frente al volante y accionó el manos libres:
–Bueno...
–Mateo, un favor...
Era Chassier...
–Dígame, señor...
–Le recuerdo a usted que está asignado a la señorita Angélica...
–Sí...
–Sólo seguirá mis órdenes y las indicaciones de ella... ¿Entendido?
–Sí, patrón...
–¿Con quién está su responsabilidad?
–Con usted y con la señorita Angélica...
–Y cuídela...
–Sabe que lo hago...
–Alguna vez me dijo usted que la veía como a una hija...
Don Mateo quiso apagar el altavoz, pero lo detuve...
–Señor, yo...
–Gracias por su apoyo... Buenas noches...
Sentí rarísimo, y no me guardé la duda:
–¿Me ve como una hija, don Mat?
El chofer estaba sonrojado. Asintió en silencio, mientras salíamos del edificio, a toda velocidad. Y así permaneció. No insistí.
Cuando llegamos al restaurante, descendí de la camioneta con la mente sacudida y reprimiendo un leve mareo: el éxtasis no me dejaba en paz...
La hostess me recibió con cortesía excesiva:
–La famosísima señorita Angélica, de "Jugar y Cantar", ¿verdad?
Tomó un menú y me guió hasta un privado diminuto. José Manuel estaba ahí, en una mesa de ensueño, junto a dos delicados ventanales. Apenas iluminado por velas y por la luz de la luna, bebía un Gigondas de bravísimo color rubí.
–Angie –saludó, poniéndose de pie.
Con delicadeza, me quitó al abrigo, se lo dio a la hostess y me acercó la silla; yo, sin esperarlo, gracias a la droga, me acomodé, cruzando sensualmente las piernas, en un repentino impulso de feminidad absoluta (apretándolas más para subrayar su redondez, como me había enseñado mi madre): mis muslos quedaron expuestos por completo, brillantes, pero no mostré mi ropa interior. El chico regresó a su sitio, con los ojos fijos en mí... Un mesero se me acercó:
–¿Le sirvo vino, señorita? –averiguó, señalándome la copa vacía...
–No, gracias –respondí–... Prefiero un agua Perrier...
–¿Quieres cenar algo? –me interrogó José Manuel...
La hostess me ofreció, entonces, el menú. Lo rechacé con gesto suave:
–Algo ligero: sólo una ensalada...
José Manuel se encogió de hombros.
–Tráigale la de endibias, berros, manzanas y uvas... Para mí, el confit de pierna de pato...
El mesero me sirvió el agua y quedamos, al fin, solos.
–Tengo que agradecerle a Chassier la oportunidad de estar cerca de ti, nuevamente –me dijo José Manuel...
Guardé silencio. Tras unos minutos, mi necio acompañante volvió a la carga:
–¿Te caigo mal, Angie?
Di un sorbo a mi agua, negué con la cabeza, y me encerré en el mutismo... Temía que, si volvía a abrir la boca, sólo pudiera pronunciar "estoy caliente"...
Apenas probamos la cena: él parecía ansioso, tenso, y yo quería que el famoso "paparazzo" terminara tan pronto como fuera posible, para poder dormir y salir del trance químico:
–¿A qué horas nos tomarán las dichosas fotos? –disparé...
–Para estos momentos, seguro llevan varias –sonrió–... ¿Quieres postre?
Sentí frío...
–¿Cómo?
–Que si quieres postre...
Bufé:
–¡No, tonto! ¿Qué quieres decir con lo de que ya llevan varias fotos?
José Manuel volvió a sonreír...
–Debe haber, por lo menos, media docena de reporteros, justo en la acera de enfrente... ¿Por qué crees que nos reservaron lugar junto a los ventanales?
Me incomodé...
–¡Esto es tan raro!
–No, si cumples las órdenes de Chassier...
Entonces, me extendió un sobre.
–¿Qué es esto?
–Le dije a Chassier que no me creerías, así que él mismo puso todo por escrito –informó.
Luego, con gesto indiferente, salió del privado.
Abrí el sobre. En una brevísima carta, la letra del productor resultaba tajante:
"Angie: para no arruinar el paparazzo con tus dudas (si las hubiera), soy específico contigo. En la mesa, José Manuel comenzará a besarte en la boca; déjalo hacer, y muéstrate enamorada. Al salir, despacharás ostensiblemente a Mateo. José Manuel, entonces, te tomará de la mano, y te guiará a su auto. En el camino, atravesarán un jardincito oscuro: ahí aprovechará para besarte con más pasión; quizá, hasta para fajarte un poco. Compórtate como si tuvieras algún tiempo de estar cogiendo con él. Luego, te llevará a tu departamento. Si todo sale bien, el sábado tendrás una nueva hummer. Yves".
Retiré los ojos del papel, en parálisis de estupefacción. José Manuel estaba regresando, con un evidente gesto de victoria, y se sentó a mi lado. Su suave aliento me dejó saber que había ido a enjuagarse la boca... ¡Realmente planeaba besarme!...
–¡No puedo creerlo! –afirmé...
–Órdenes son órdenes –sentenció...
Sorpresivamente, me tomó por la nuca, y pegó sus labios en los míos. Primero, me surgió una efímera y obvia reflexión: "es otro hombre quien me esta dando mi primer beso". Después, recordé nuestra noche de antro en Cancún, pero de manera más corporal que especulativa: un pene en deliciosa erección sobre mi vientre; el súbito deseo de que manos masculinas me acariciaran; el vértigo de dejarme arrastrar por la pasión. Y, pronto, mi ser más profundo volvió a hablarme, en medio de una oleada de calor: "¿otro hombre? ¿cuál? si aquí sólo hay uno: él... Tú ya no lo eres"...
En ese momento, el éxtasis que aún circulaba en mi sangre, se reactivó con mucha mayor fuerza. Cerré los ojos, y noté tanto la viril energía que el cuerpo musculoso de José Manuel despedía, como su seductor aroma (Le Male, de Jean Paul Gaultier, en maravillosa reacción). "¡Dios!", me dije. "Aquí el único macho es él, porque yo soy, yo soy...".
José Manuel abrió su boca, invitándome a hacer lo mismo, y sentí su tibia lengua acariciando la mía: primero, intermitente y lenta; luego, de forma más larga y profunda. En un segundo, algo se me disolvió: mi piel pareció volverse completamente receptiva, dúctil, casi líquida. No había ya reservas o temores en mí, sino deseo; puro, insensato y animal deseo... Sin saberlo, José Manuel había retomado el devastador proceso contra mi mente, justo en el punto donde se había quedado antes; y estaba a punto de culminar la labor iniciada por mi madre: ¡mi capitulación psíquica ante las hormonas femeninas era inminente!
Ante mi propia estupefacción, comencé a reaccionar, a mover mi cabeza, ¡a besar! "¡Estoy disfrutando!"... Sólo entonces, el chico me retiró la mano de la nuca y la llevó tiernamente a mi mejilla. "Sabe que me tiene", pensé. Sentí la otra mano del chico en mi rostro: me lo estaba sujetando de manera firme pero al mismo tiempo delicada, mientras continuábamos recorriendo mutuamente nuestros labios.
De repente, todo acabó. Suspiré, y abrí los ojos. José Manuel me miraba con las pupilas vueltas fuego. "Lo he excitado", deduje. "¡Él es macho, y quiere tener sexualmente a una hembra! ¡Quiere tenerme a mí!... Porque yo... yo soy..."
–¿Nos vamos? –me preguntó, con la respiración entrecortada.
Asentí. Dado que Chassier había organizado todo (incluyendo una cuenta abierta, para ser liquidada directamente por la televisora), en menos de cinco minutos avanzábamos rumbo a la puerta del restaurante. Estaba terminando de ponerme el abrigo, cuando José Manuel me rodeó la cintura con el brazo, apoyándome su mano en el inicio de mis nalgas y haciéndome pegar mi cuerpo al suyo.
–Camina así, chiquita –indicó–... Que se vea cuán enamorados estamos...
Volví a experimentar lo que me había sucedido, semanas antes, con Chassier: una confortable sensación de amparo, mezclada con la conciencia de ser objeto de exhibición. José Manuel, en efecto, también me presumía, aunque acentuando el hecho de que él podía tocarme y los demás no. El éxtasis, sin embargo, no sólo lograba que mi cuerpo, cada vez más vulnerable, aceptara el manoseo o el dominio, sino que éstos también me resultaran placenteros, muy placenteros: mi sangre se había transmutado en una lava deliciosa.
El frío de la noche acarició mis piernas, y yo, en reacción instintiva, me uní más a José Manuel. Vi a don Mateo acercarse en la camioneta.
–Váyase a descansar –le pedí, cuando me abrió la puerta...
–¿Está usted segura? –reviró, con tono de incertidumbre...
–Sí –presioné–... José Manuel me llevará...
Don Mateo se encogió de hombros y partió. José Manuel y yo retomamos la marcha. La silenciosa avenida sólo vio fracturada su tranquilidad por el rítmico golpeteo de mis tacones. Pronto, ingresamos a un jardincito, solitario y oscuro. Noté, entonces, otro sonido, igualmente acompasado: mi corazón brincaba de ansiedad. "¡Carajo!", me impresioné. "¡Quiero que vuelva a besarme!".
José Manuel se detuvo, me tomó por la cintura, me hizo girar hacia él, me recargó en un árbol, y luego, se inclinó hacia mí. Yo le eché los brazos al cuello y cerré los ojos. Otra vez.
–¡Eres tan bella! –me dijo– ¡Voy a ser la envidia del país!
Volvió a rozarme los labios con su lengua. Después, lenta, muy lentamente, fue moviéndola; me la introdujo de nuevo y, con ella, recorrió el interior de mi boca, plasmando cortos y suaves movimientos en surco.
No supe cuánto tiempo pasamos así. De hecho, para cuando comenzó a dibujar caricias en mi espalda, yo ya no sabía cómo reaccionar. "¡Dios!", me dije. "Estoy a su merced". Como si hubiese sido un conjuro, las manos de José Manuel abrieron mi abrigo, y se deslizaron rumbo a mi abdomen indefenso. Gemí...
–¿Te gusta esto? –me preguntó...
–Ajá –articulé con dificultad...
–¿Y esto...?
Sentí sus manos elevándose sobre mi piel, con sutileza aunque febriles; después, se abrieron paso por abajo del spandex, tirándolo a los lados hasta descubrirme...
–¡Espera! –balbucí, sabiendo lo que venía...
–¿Qué? –averiguó, inclinándose más sobre mí, pero sin detenerse...
Sí: José Manuel estaba a punto de conquistar mi pecho... "No mi pecho, no", me corregí. "Mis tetas". Abrí los ojos: el chico me las estaba contemplando, en directo, sin tela de por medio.
Oí a mi madre: "¿Sabes que los senos han recibido más atención erótica de los hombres que cualquier otra parte de nuestro cuerpo? Con ellos, Angélica, puedes decirle al mundo que eres hembra, y hasta informar de tu estado de ánimo: del rubor, del frío, de la alegría, del miedo, del deseo... La función primaria de las tetas es alimentar al recién nacido durante sus primeros meses de vida, sí; pero sus formas redondeadas emiten también un reclamo sexual: indican al potencial compañero que la mujer posee los requisitos corporales necesarios para convertirse en madre y poder amamantar a sus hijos"...
–¡Pinche Angélica! –se admiró José Manuel– ¡Estás buena de todos lados!
Con decisión, entonces, atrapó mis senos desnudos, permitiéndome descubrir (de una especialísima y paradójica manera) lo suaves y firmes que yo los tenía. Poco a poco, con movimientos expertos, fue amasándolos, hasta que llegó a mis pezones. ¡Por primera vez, un hombre me tocaba de manera tan íntima y sensual (no con la frialdad médica del doctor Sáenz)! ¡Y era tan delicioso! ¡Los dedos masculinos originaban el mismo efecto que las rocas arrojadas al agua: vibrantes olas que se expandían, multiplicando su impacto en el resto de mi piel! No tardé en repetirme: "es cierto: se siente más placer siendo mujer... Se siente más placer siendo mujer... Porque yo soy... Soy...".
Por alguna extraña razón, justo en ese momento, recordé a César, mi ex-vecino, hablando de mí por teléfono: "está bien buena la vieja". Luego me vino a la mente otra frase suya, que le había oído, acerca de una chica retratada en Playboy: "ve nomás, qué tetotas tiene esa cabrona; como para acabarse de criar". Mi respiración se volvió franco jadeo, mientras se me encimaba voz tras voz: la del policía de la empresa cervecera: "está usted bien rica"; la del hijo del dueño de la constructora: al que le había yo tallado las nalgas en el pene: "eres la más guapa"; la del gerente borracho del evento: "estás bien buena, mija"; la de Marcos, el de las edecanes: "una bomba, la cabrona"; la de Chassier: "¿a poco no distingues el culote que te cargas?"...
–¡Vaya, vaya! –me susurró José Manuel al oído, manipulándome los pezones más dura y rápidamente– Estás prendida de verdad... Prendidísima...
–José Manuel –desgrané, trabajosamente–... Es que... Yo... Yo...
Hubo un relámpago en mi mente; luego, quedó en blanco. Tragué saliva, con fascinado horror... Porque había ocurrido al fin.
–¿Tú qué, mamita? –insistió José Manuel...
Las palabras me brotaron de no sé dónde, inconscientes, irracionales, con un tono inédito, decisivo, mucho más femenino, pleno de convencimiento y de aceptación sensual:
–Yo... Yo soy mujer... Soy hembra...
José Manuel sonrió:
–¡Uy, qué voz tan seductora!... Pero eso ya lo sé... Lo importantes es que estás caliente, ¿no?
Me estremecí. "¡Dios! ¡No sólo lo sé! ¡Lo siento desde el fondo de mi alma! Ahora soy yo la vieja bien buena, la cabrona con tetotas como para acabarse de criar, a la que pueden meterle vergas. ¡Soy mujer, para siempre, y estoy destinada a que me cojan, a deleitar a los machos!"...
Sí: la feminización había concluido, tras cubrir todas y cada una de las áreas de mi personalidad. ¡Sin estar presente, mi madre había alcanzado su triunfo: mi cambio de sexo!
–Hazme tuya –pronuncié con una voz quebrada de placer idéntica a la de mi madre–... Llévame a la cama...
–¿O sea que tu fama de puta no es gratuita? –volvió a sonreír José Manuel...
La nueva fuerza de Angélica, transgresora, lasciva, seguía floreciendo. Oí a mi madre: "¡Ya transformamos en mujercita a esta cabrona! ¡Ahora vamos a hacerla bien puta!":
–¿Quieres que sea una puta? –me oí decir...
–Bueno –se encogió de hombros–. Todos, en la televisora, hablan de cómo has logrado abrirte paso: a sentones... Tu propia hermana ha dicho, textualmente, que te desquintaron en la secundaria, y que no has parado desde entonces... ¡Yo mismo escuché a la esposa de Chassier decir que está segura de que tú eres la nueva amante de su marido, y no hay alguien que se niegue a creerlo!...
Me brotó la sorpresa. Pero José Manuel la malentendió:
–¿Chassier es casado?
–¡Vaya, vaya! ¡La putita pensaba que era la única mujer en la vida de nuestro queridísimo jefe! Pues no: está casado con una famosa actriz, bellísima y respetable, que desafortunadamente no ha podido darle hijos... Por eso te tiene miedo: porque dice que eres capaz de dejar que Chassier te preñe, sólo para atraparlo...
–¿Dejarme preñar?
Mi excitación llegó a niveles monstruosos. Sonó mi celular.
–Déjalo–me indicó José Manuel, tratando de quitármelo...
–Puede ser Chassier...
–Que se espere...
Abrí el aparato, con dificultad:
–¡No te vayas a coger con ese cabrón! –escuché la alarmada voz de Adiel– ¡Si te ve desnuda y descubre tu secreto, estarás arruinada!...
José Manuel fue, de nuevo, por mi teléfono... Lo impedí...
–¿Cómo? –traté de articular, en la bocina...
–Obvio –agregó Adiel–: el chico te la va a querer meter por la vagina, y tú tienes pene...
Bajo los efectos del éxtasis, yo ya no medía consecuencias. "Que me meta la verga por el culo", pensé. "O se la mamo, al menos"... De alguna manera, necesitaba sacar la energía sexual femenina que comenzaba a desbordárseme...
Repentinamente, de entre la oscuridad del jardincito, salieron dos hombres enmascarados: fornidos, vestidos de negro, y se arrojaron sobre nosotros. Uno atrapó a José Manuel por atrás, lo inmovilizó, sacó una pistola y le apuntó a la sien...
–¡Quieto! –gruñó con voz fingida.
El otro, en tanto, me amenazó con un impresionante cuchillo del ejército suizo:
–Ciérrese el vestido –me ordenó, con tesitura más fingida aún.
Obedecí. Para mi decepción, José Manuel nada hizo, excepto temblar.
–¿Qué quieren? –grité...
Sin titubear, el segundo tipo me incrustó el cuchillo, un poco abajo del ombligo, y perfiló un corte horizontal. Sentí un dolor horrible, que me hizo caer.
–Angélica –oí un grito lejano...
De pronto, se encendieron las luces de un auto, que, con furia, invadió el jardincito, tumbando a su paso arriates, adornos, arbustos, y se detuvo frente a nosotros: para mi sorpresa, era el taxi de Mateo Junior.
–¡Mateo! –urgí, tratando de apretar mi herida y de parar la sangre...
Los tipos enmascarados salieron corriendo.
–¡Hijos de la chingada! –les gritó el taxista; luego, vio a José Manuel– ¿Los persigues tú, y yo ayudo a la señorita Angélica; o al revés?
José Manuel, por respuesta, se desplomó y comenzó a vomitar.
Mateo Junior movió la cabeza, con desagrado, me tomó en sus brazos, y me depositó en el taxi:
–Aguánteme... Vamos, de volada al hospital...
Luego, subió del lado del conductor, tomó el celular y marcó.
–¿No quedamos en que me ibas a hablar de tú? –pregunté...
Mateo me tomó de la mano. Así, sin soltarme, encendió el taxi e inició una carrera imparable.
–Papá –dijo al celular–, tuvo usted razón con su corazonada... No... Unos ojetes hirieron a la señorita Angélica... Sí... Voy al hospital... Avísele a su mamá, por favor...
Vi a Mateo Junior, y me impresionó lo que noté en sus ojos: preocupación genuina, desesperación, tristeza...
–Va usted a estar bien –intentó serenarme...
Apreté su mano:
–Gracias, Mat...
Quedamos en silencio. Y suspiré. ¡Pinche manera de terminar la noche!
–¿Tiene idea de quiénes eran esos cabrones y por qué la hirieron? –me soltó Adiel...
–No –dije, con amarga sinceridad...
Sonó el celular de Mateo Junior:
–Dígame, papá... ¿Adónde?... ¡Pues qué raro!...
El taxi dio una ruidosísima vuelta en "u", y avanzó, sin parar, en sentido contrario.
–¿Quieres terminar lo que empezó el tipejo ese? –jugué...
–Perdón, señorita... Dice mi papá que la lleve al aeropuerto...
Quedé en estupefacción:
–Mat, necesito un médico, no un piloto...
La mirada del taxista me descubrió su sorpresa:
–Su mamá la está esperando, en un avión-ambulancia...
Fuimos directo al hangar privado de la empresa televisora. Mateo me ayudó a subir a una pequeña unidad, adicionada con implementos de emergencia. A bordo, celular en mano, mi madre se paseaba nerviosa...
–Puedes irte, niño –le indicó a Mateo...
Él se limitó a tomarme las dos manos con fuerza:
–Échele ganas –me secretó, guiñándome un ojo, me besó en la frente, y bajó del avión...
Un médico me ayudó a recostarme en una cama especial...
–Desnúdese, por favor –ordenó...
–Que se desnude su chingada madre –intervino mi madre...
–Señorita Karen, tengo órdenes...
–Limítese a revisarle la panza a mi hermana... Tú, quédate en calzones...
Obedecí...
Tras una auscultación breve, el médico vio a mi hermana con enfado:
–¡Esta herida es superficial! ¡Dolorosa, sí, pero no requiere que traslademos a la señorita a Houston!
–¿No fue claro el señor Chassier respecto a que la unidad estaba a mi entera disposición?
–Sí, pero...
Mi madre accionó su celular:
–Señor Chassier... Sí... Ya está aquí conmigo... No... Desafortunadamente, el doctor no quiere seguir mis indicaciones... Con gusto... Se lo paso...
Cuando tomó el aparato que mi madre le ofrecía, el médico había empalidecido:
–A sus órdenes... Entiendo... Bueno, a mi parecer, desde mi experiencia, no se trata de algo serio...
Mi madre se me acercó, fingiendo dulzura, pero me sentenció al oído:
–Este paparazzo nos arruinó los planes... Pero voy a corregir todo... Tú me apoyas, yo te apoyo...
El médico devolvió el celular.
–Despegaremos cuando usted lo indique –se tensó, derrotado–... De cualquier manera, el señor Chassier quiere hablar con usted...
Por la posición en que habíamos quedado, y por el alarmado volumen de Chassier, me fue fácil seguir el resto de la conversación...
–Me dice el doctor Posada que Angie no está grave...
–No...
–¿Por qué quieres llevártela a Houston, entonces?
–Houston, Europa... No sé… Un par de semanas fuera…
–¿Y el concurso? ¡Con una chingada! ¡Habla claro, mujer! ¿Quieres más dinero del que te doy o qué putas madres?
–Piense un poco: sólo usted, este pendejo doctorcito y yo sabemos que mi hermana está bien... En una horas, sin embargo, los reporteros comenzarán a especular: hasta tienen el ataque registrado, ¿no?... ¿Se imagina? ¡Angie no va para la sección de espectáculos! ¡Ganamos primera plana, mención inicial en noticiarios!
La carcajada de Chassier me dio escalofríos...
–Eres una hija de perra, Karen... ¡Pero me agradas!... ¡Lástima que no estés tan buena como tu hermana: tienes más malicia, mayor habilidad para el negocio!...
–Lo sé...
–Con Angie fuera de circulación unas semanas, estaremos en boca de todos... ¡El raiting de este domingo será espectacular!
–Su regreso, gane o pierda, será de antología...
–Apoteótico...
–¿Capta mi idea?
Chassier volvió a reír:
–En todo caso, Karen, deja que mi putita descanse... ¡Le hemos metido cada chinga!... Que tome estas semanas como un periodo vacacional... Obvio. los gastos corren por mi cuenta... Sólo mantenla lejos de los periodistas, e infórmame del itinerario... Tomaré decisiones de producción sobre la marcha...
–Delo por hecho... Estoy segura de que regresará tan fresca, que la encontrará dispuesta a complacerlo en todo... ¿Me entiende?... ¡En todo!...
El médico, mientras tanto, había comenzado a atenderme la herida con mucho cuidado. Al fin, con molestia, disparó:
–Me sorprende el corte...
Mi madre se acomodó en un asiento:
–¿A qué se refiere?
–Es limpísimo... Parece hecho, sin la intención de lastimar... Obra de alguien que tenga formación médica...
Justo en ese momento, entró Adiel:
–¿Todo listo? –preguntó...
–Al 100 por ciento –se complació mi madre–... ¿Conseguiste lo que me habías ofrecido?...
Adiel mostró una bolsa de papel. El médico estaba terminando de aplicarme gasa.
–Doctor –ordenó mi madre–, hágame favor de solicitar el despegue...
En cuanto el médico se levantó y fue a la cabina, Adiel abrió la bolsa: de ahí, extrajo un frasco y una inyección. Sentí miedo y quise oponerme, pero mi madre me había sujetado ya, con firmeza, tapándome la boca...
–¿Estás segura? –cuestionó Adiel...
–¡A huevo! ¡Clávasela!...
Sentí un piquete en el brazo, acompañado de una sensación helada.
–¡Estas enferma, Karen! –se quejó el cubano...
–Eres mi cómplice, nene – se rió mi madre–... No tienes autoridad moral para criticarme... ¿Lograste confirmar a tu amiguito, el médico alemán?
–Sí. Nos estará esperando en Berlín...
–¿Y está cabrona? ¿Se mantendrá dormida todo el viaje?
–El cóctel de sedantes es cabrón... Pero corremos el riesgo de que, bajo la apariencia de sueño, conserve un nivel de conciencia total...
Me entró calor, mucho calor. Luego, sueño... Justo en ese momento, alcancé a notar el pantalón y los zapatos de Adiel: negros, manchados de sangre... ¡Él había sido mi atacante!
–¿Y qué tiene de malo? Es mejor que se vaya enterando de que vamos a que le quiten la verga y los huevitos...
Quise hablar; no pude. Adiel se encogió de hombres.
–A la mejor hubiera aceptado voluntariamente la cirugía...
Mi madre sonrió:
–¡Estás pendejo!... Yo no pensaba correr riesgos... Digo: me urge, ya, que puedan empezar a cogérsela... ¡Imagínate la lana que obtendremos!...
Adiel sonó escéptico:
–Pues no sé... Chassier está tan enculado con Angie, que dice que piensa divorciarse para casarse con ella...
Una oscuridad completa me devoró, y no oí más...