Una voz angelical (7)

Mi cerebro masculino ya no podía seguir resistiendo las contradicciones con lo que visual y sensorialmente percibía, y con el trato que todo mundo me dispensaba...

Borrero había hecho un arreglo sensacional a la canción, volviéndola prácticamente electrónica, aunque conservando la sexy lentitud de la interpretación de Mariah Carey.

–If there's a camera up in here / Then it's gonna leave with me / When I do / I do / If there's a camera up in here / Then I'd best not catch this flick / On YouTube / YouTube / 'Cause if you run your mouth and brag / About this secret rendezvous / I will hunt you down / 'Cause baby I'm up in my bidness / Like a Wendy interview / But this is private / Between you and I

Desde luego, los ensayos habían quedado atrás. De pie, en medio del escenario, con público presente, 10 cámaras de televisión apuntándome y transmisión simultánea a varios países, la experiencia era muy distinta: el volumen de la pieza y su beat casi hipnótico golpeaban mi piel y hacían vibrar mi cuerpo entero. ¡Dios! ¡Cómo me retumbaban los senos y el vientre, bajo mi pequeña y entallada ropa! Sin perder el ritmo y siguiendo la coreografía de De Saint-Aymour ("bailarás de acuerdo con la personalidad que el señor Chassier quiere para ti"), me acerqué sexualmente a Adiel y a Leyal: como si quisiera seducirlos y después rechazarlos... Pegué mi vientre con el de Leyal, sostuve mi cabello y moví mis nalgas... ¡Rayos!... ¡Se veían tan bien, los dos bailarines, con el revelador atuendo: con el formidable bulto de la entrepierna y los poderosos músculos, bien marcados!...

Con impulso viril, Adiel me tomó por el muslo y por la cintura. Me hizo girar y, al volver el piso, me recargué en sus pectorales... Antes de cualquier reflexión, las sensaciones de mi cuerpo feminizado me traicionaron, más allá, mucho más allá del simple contraste entre mis redondeces y la sólida masa muscular de los cubanos: ¡hasta tuve que contener una exhalación!... ¡Porque la inesperada magia del tacto había comenzado a excitarme!... No era sólo que disfrutara el roce masculino en mi anatomía, no: por primera vez, me dio placer colocar mis manos en los cubanos... ¡La energía que me transitaba bien pudo haberme generado centellas en la piel!

De pronto, sin que mediara mi voluntad, imaginé el pene de Adiel y el de Leyal: erectos, ambos; duros, enormes... Con alarma, descubrí: "tengo ganas de palpárselos"... Continué la coreografía, pero espontáneamente mis ojos giraron a las entrepiernas de mis bailarines: "¿qué sentirá una mujer cuando se la cogen?"... Tragué saliva al darme cuenta: "quiero sentir lo que siente una mujer: quiero que me cojan, que me metan una verga"...

–Touch my body / Put me on the floor / Wrestle me around / Play with me some more / Touch my body / Throw me on the bed / I just wanna make you feel / Like you never did. / Touch my body / Let me wrap my thighs / All around your waist / Just a little taste / Touch my body / Know you love my curves / Come on and give me what I deserve / And touch my body

Terminé la canción y quise salir corriendo. Sin embargo, me dispuse a escuchar el obligado veredicto. Thea inició:

–Me has sorprendido: te ves mucho más segura... ¡Y qué garganta, niña, por Dios! ¡Tus alcances son prodigiosos!

Jaime Rocha asintió, y me vio fijamente:

–Espero que, en algún momento de la competencia, elijas un aria de ópera... Me gustaría apreciar tu voz al máximo...

Gabriel Jarrell había permanecido inconmovible. Se encogió de hombros:

–Tu presencia en "Jugar y cantar" me desconcierta

No resistí la provocación:

–¿Por qué?

–Sólo mírate: tu look, tu manera de bailar, la forma en que tocas a tus bailarines... Nada en ti es apropiado para un quinceañera... ¿Cuál es el mensaje que le estás dando a las nuevas generaciones...?

Algo en las palabras de Jarrell me molestó: ¿el tono? ¿las intenciones? ¡Dios! "¿Cómo puede saber este pendejo el infierno que se me ha desatado?", discurrí... Por contraataque, solté una risita y un comentario filoso:

–Mi mensaje no es para las nuevas generaciones, sino para las antiguas; como la de usted, señor Jarrell... Grito, en nombre de las chicas de mi edad, que somos únicas y distintas, y que desafiamos al mundo...

Una cerrada ovación fue mi rúbrica: ¡el público me adoraba! Contoneándome, con paso seguro, abandoné el escenario; sin embargo, sintiendo que me faltaba el aire, me derrumbé en la primera silla a mi paso, ¡y comencé a temblar!

Francisca se me acercó:

–¿Estás bien amiga?

–No –balbucee...

–Faltan otras dos canciones, antes de mi participación... ¿Te llevo a tu camerino?

–Por favor...

Me tomó delicadamente del brazo. Yo me apoyé en ella, para levantarme y caminar, tratando de disimular la creciente angustia que me estaba invadiendo... Así, lentamente, llegamos a mi camerino...

–Servida, amiga...

Francisca abrió la puerta y me condujo a la cama... La televisión estaba encendida, transmitiendo el reality, así que tomé el control remoto del buró, y la apagué...

–Gracias –le dije, recostándome...

–¿Quieres agua, una pastilla, algo?

–Nada... Corre al escenario...

Cerré los ojos. Alcancé a escuchar tanto el golpe de la puerta como el traqueteo de los pies alejándose... Pronto, el silencio me fue asaltando, al igual que la certeza que había estado yo eludiendo: mi personalidad estaba dividida, ya, por completo, y eso me daba miedo, mucho miedo...

Ángel seguía en mí, ilusionado en regresar a su vida de hombre; pero Angélica cobraba fuerza cada día. ¡De hecho, parecía haber una terrible lucha entre mi razón y mi cuerpo!... ¿En qué momento mi actuación se había transformado en manoseo? No lo sabía; pero sí tenía una seguridad: "disfruto con las caricias de los hombres; las deseo, me excitan"... Más: "me calienta tocarlos a ellos, porque siento que sus cuerpos tienen algo de lo cual, ahora, el mío carece y necesita"... Sí: la virilidad se me había fracturado por entero, se me había desprendido capa a capa... El temblor se me hizo más intenso...

Me levanté y fui al espejo... Recordé las palabras de mi madre: "Te estoy transformando en una sexy mujercita"... Tragué saliva... Mentalmente, comparé mi nuevo físico con el de los cubanos: mi cerebro masculino ya no podía seguir resistiendo las contradicciones con lo que visual y sensorialmente percibía, y con el trato que todo mundo me dispensaba...

Me retiré el top, y me vi el torso desnudo... Junté las manos detrás de mi cabeza y las empujé hacia delante: pese a su firmeza y a su tonicidad, mis senos (tan grandes y pesados como los de mi madre) no escapaba a la gravedad: por acción de ésta, en los últimos días, habían ido tomando una posición de gota, con un natural y ligero pliegue por debajo... Llevé las manos hacia mis caderas, las presioné con firmeza y me incliné hacia el espejo: ¡rayos! en cualquier posición mis senos lucían perfectos... Me sacudí, entonces, haciendo que mis tetas, que mis pechos, que mis boobies, que mis niñas, que mis mamas, que mis chichis, que mis lolas se balancearan, sensuales y rotundas... Sin pensarlo, me erguí y me rocé ligeramente los pezones, provocándome sensaciones inéditas, lúbricas... "Jamás había sentido algo tan intenso", pensé, "ni siquiera cuando me tocaba el pene"... Sí: éste ya no era un referente importante para mí, aunque yo no quisiera aceptarlo. Y eso sólo podía significar algo:

–Yo, mujer –me dije, como otras ocasiones.... Sin embargo, la idea fue a más, adquiriendo forma en sí misma–... Soy Angélica –y, por primera vez, en voz alta, pronuncié algo con total convencimiento–... ¡Ya no me siento hombre! ¡Me estoy sintiendo mujer! ¡Me estoy sintiendo hembra! –mis manos se fueron deslizando: de mis senos a mis caderas; de mis caderas a mis nalgas–... ¡Ya no soy hombre! –jadee–... ¡Soy mujer!... ¡Soy hembra!... ¡Y me gusta..!

Tras la cortina, oí la voz triunfal de mi madre:

–¡Vaya! ¡Hasta que te convences!

Ante la sorpresa, me cubrí los senos con las manos abiertas:

–¡Qué diablos haces aquí!

–Veía tu numerito, por la televisión... Pero cuando te oí llegar con la naquita esa, supe que estabas en un momento crítico... Pensé que debías asumirlo sola... Por eso me escondí... Te dije claramente en lo que iba a convertirte, ¿no?

–¿Qué has estado haciendo con mi cuerpo? –reclamé...

–Tú lo sabes: dieta, suplementos...

–Hay algo más... Lo sé... Mi mente no puede estar tan revuelta sólo con eso...

–¿Mente revuelta?

–¿Me has seguido dando éxtasis?

–Juro que no...

–¿Entonces? –me derrumbé en la cama– ¿Por qué me siento así?

–¿Cómo? –alzó una ceja, mi madre...

–Así... Tan... No sé...

–¿Tan mujer?

No respondí. Me puse el top, tratando de ignorar a mi madre. Pero ella prosiguió su letanía:

–¿Tan hembra? ¿Tan deseosa de entregarte a un macho?

–¡Cállate! –ordené...

Mi madre me ignoró:

–Entiende, Angeliquita: todo es normal en ti, porque ya eres una mujercita...

–¡Soy hombre! –reviré...

–Y a las mujeres –agregó mi madre, sin oírme–, nos gusta deleitarle la pupila a los varones: estamos hechas para darles placer, para que nos cojan...

Fui hacia ella:

–No quiero que me digas más... ¡Sal de mi camerino!

Mi madre rió:

–Tranquila, niña... Tú, déjate llevar... Sólo acepta lo que eres, con ese placer tan grande que te despierta, y pórtate bien... Llegado el momento, hasta dejaré que elijas al primero...

–¿Al primero? –me sorprendí...

–A tú primer hombre... Al que te desvirgue...

Agité la cabeza, con franca desesperación.

–¡Estás loca! –grité, y abandoné mi camerino...

Fui al saloncito donde estaban dispuestos los bocadillos, tomé una heladísima coca cola de dieta, y me senté en un extremo... Tras un hora, Fanny me llamó.

–Regresa al escenario... El programa está a punto de terminar...

Don, el conductor, hizo algunos chistes malos acerca de cada uno de los participantes (conmigo, por supuesto, aludió a lo "guapa y sexy"), y despidió la transmisión.

–Recuerden, amigos –sonrió a las cámaras–: a lo largo de 15 semanas, los participantes de "Jugar y cantar" nos mostrarán su talento, y escucharán las recomendaciones de nuestros jurados... Sin embargo, ustedes, con sus llamadas, elegirán al ganador... ¿Quién será el primer eliminado?...

Yo me limité a conservar mi papel, al lado de José Manuel, y a mostrar un entusiasmo que, sinceramente, me quedaba lejano. Como entre sueños, escuche la voz en off de un locutor: "Las expulsiones caen en las semanas pares... Comienza a marcar por tu favorito"...

De regreso al departamento, no abrí la boca, y me encerré en el cuarto. "¡No puede gustarme ser mujer! ¡No puede gustarme ser mujer! ¡No puede gustarme ser mujer!"... Ni siquiera la repetición me calmó: sólo la fatiga me indujo el sueño...

Pasé las siguientes tres semanas en una especie de resignada desolación: porque, para alegría de mi madre, ya no podía rebelarme contra lo femenino... ¡Cada día me sentía más mujer, y experimentaba mayor atracción sexual hacia los hombres!

–Suéltate –me decía ella, burlona, cuando me descubría con la vista fija en Adiel o en Leyal–... Explórate el culo, mientras te pongo vagina... ¡En lo demás, ya eres hembrita!...

De hecho: no sólo había aceptado un nuevo guardarropa completo de Chassier (conforme a mis nuevas medidas; mucho más juvenil y atrevido), sino que mi vestidor se había ido llenando con los más obvios y necesarísimos complementos: calzado de las mejores marcas (los tacones de al menos 15 centímetros se me volvieron una obsesión), accesorios diversos, joyas, bolsas de mano... Y lencería, mucha lencería: de encajes, de trasparencias, de raso y de satén...

Desde luego, mis presentaciones dominicales en el reality show habían sido completamente sexys: a la canción "Like a virgin", de Madonna, había seguido "Un pacto entre los dos" de Thalía, ambas con montajes ardientes (mis bailarines cubanos se estaban haciendo también celebridades), y yo estaba comenzando a preparar "I’m a slave for you" de Britney Spears...

Por si fuera poco, había ido cayendo en una especie de compulsión por los tratamientos de belleza (usaba ya un montón de cremas, para mantener mi rostro en óptimo estado; y me exfoliaba, hidrataba y nutría toda la piel, de forma casi religiosa, usando carísimos productos franceses), así que ni siquiera había dudado en asistir a mi segunda sesión de depilado...

–Insisto –me dijo Lucía, mientras trabajaba–: está usted empapada en feminidad... Las células germinativas de su vello han quedado destruidas por completo... ¡Jamás había visto algo así!... Sólo le haré una aplicación más, por no dejar...

Fue justamente en la clínica, donde empecé a revisar mentalmente lo que estaba invirtiendo en cosas de mujer, gracias a lo que me pagaban y a los espléndidos bonos de Chassier (¡en una salida con Fanny y con Francisca, había yo comprado maquillaje por casi 20 mil pesos; dos días antes había pedido por internet un bodysuit de Ada Masotti con un precio de 335 dólares; no había dudado en pagar 15 mil pesos por unas zapatillas de prada; y me perfumaba con Eau d'Hadrien, de Annick Goutal, a razón de mil 500 dólares !)... Así que, de regreso a la televisora (para mis clases y para mis ensayos), me pregunté sinceramente si algún día podría volver a ser Ángel, si mi masculinidad aún tendría arreglo. La respuesta vino del lugar menos esperado.

Mientras Tony me despuntaba el pelo, comentamos acerca de la primera expulsada del reality show (Beatriz, una chica de relleno) y de la nominada para el domingo (Rosalía, igualmente desleída).

Repentinamente, me soltó, en tono de chisme:

–¿Ya sabes la última?

–¿Cuál? –respondí, sólo por hacer plática...

–Álvaro está por lanzar una nueva telenovela juvenil...

–¿Álvaro Disch, el productor?

–Sí: el competidor y archienemigo de Chassier?

–¡Vaya!

–Y está buscando a su estrella...

–Ojalá la encuentre pronto...

–Dicen que quiere a Gabriela...

–¿Mi compañera del reality?

–La misma... Ya ves que tu patrón y don Álvaro siempre se andan robando elenco...

–¿Y de que tratará la novela? ¿Colegios ricos y esas cosas?

–No... Un argumento viejo, más bien, onda "Gabriel y Gabriela" o "Mi pequeña traviesa": el de la niña que se ve obligada a hacerse pasar por niño...

–¿Cómo?

–Sí: típica trama de enredos... Incidentes chistositos...

Sonreí. Porque había descubierto un camino: trataría de obtener el papel, y de llevar mi proceso a la inversa... "Mi madre no se negará a que debute yo, actoralmente, con un protagónico en una telenovela", pensé. "¡Y tendré la obligación de parecer niño!"...

–¿Crees que yo podría realizar un papel así? –cuestioné a Tony...

El estilista me vio y soltó una carcajada...

–Bromeas, ¿no?

–¿Por qué me dices eso?

–Hacerte pasar a ti por macho, sería como querer disfrazar de toro a una paloma...

Ignoré el comentario, y tomé la decisión de regresar a las ropas de hombre, y de buscar, con tal atavío, al famoso Álvaro Disch.

Durante un descanso, busqué a mi chofer. Estaba puliendo la camioneta:

–Don Mat –le cuchicheé–... Necesito un favor...

–Dígame...

–Necesito ir al centro comercial...

–¿Y eso?

–¿Puede guardarme un secreto?

–Sí, señorita...

–Quiero buscar un papel en la nueva telenovela de Álvaro Disch, y necesito comprar ropa...

Don Mat negó con la cabeza...

–No se ofenda, señorita... Yo soy empleado del señor Chassier... Y si él se entera que anda usted coqueteándole al señor Disch, con perdón, se va a encabronar bien y bonito...

–¿Coqueteándole, don Mat?

–En el sentido artístico... No se ofenda...

–Tiene razón...

–Además, la señorita Karen me ha dado órdenes de informarle de todos los movimientos que realice usted...

Sentí una cubetada de agua fría...

–¿En serio?

–Sí... No se lo digo por intrigar, y le ruego que también me guarde el secreto... La mera verdad, como que su hermana abusa mucho de usted...

Suspiré. Y sentí ganas de llorar....

–Gracias, don Mat... Es usted buena onda... Lo estimo...

Don Mateo me vio... Algo en su semblante me permitía distinguir entendimiento sincero...

–Aunque, puedo llamar a la caballería...

Ante mi sorpresa, el chofer me guiñó bonachonamente un ojo.

–¿O sea, don Mat?

–¿A qué horas quiere usted ir de compras?

–Yo pensaba salir ahora mismo... Pero puede ser en mi descanso, después de comer...

–Entonces, por favor, en cuanto salga del comedor, váyase derecho a la entrada "B"...

Lo hice así. Incluso, en los pasillos, fui comiendo mi postre (una manzana) y caminando a toda velocidad, para ahorrar tiempo. Cuando salí a la avenida principal (transitadísima), bajo un sol infame, los vigilantes se limitaron a saludarme. Vi a ambos lados del arroyo vehicular, sin que don Mateo apareciera. Iba a regresar a la televisora, con una frustración enorme, cuando oí el claxonazo de un coche:

–¿Señorita Angélica?

A bordo de un taxi, un joven de piel apiñonada me hacía señas.

–Soy Mateo –me gritó...

–¿Perdón?

–Sí, el hijo de Mateo, su chofer...

Sonreí:

–¿Mateo Junior?

–Algo así... Mi jefe me habló...

–¿Tu jefe?

–Mi papá, pues... Que la lleve adonde usted me diga...

Mateo Junior salió del coche, me abrió la puerta trasera y me ayudó a subir al auto...

–Gracias –le dije...

–Para servir...

Cuando avanzamos por la avenida, yo estaba feliz. Todo marchaba bien...

–Vamos a un centro comercial –le dije a Mateo Junior...

Llegamos en un tiempo récord, dada la pericia al volante del taxista. Éste buscó un lugar vacío, para estacionarse, cerca de mi tienda departamental preferida, y me ayudó a bajar.

–Aquí la espero, señorita...

Hice un coqueto puchero:

–¿Podrías acompañarme? Necesito opiniones sinceras...

–Si usted me lo ordena...

Asentí, y nos dirigimos hacia las puertas automáticas. Mateo Junior, no pude dejar de notarlo, era un joven muy atractivo: alto, con un cuerpo espectacular. Me fijé en sus brazos, de bíceps enormes; en sus hombros cuadrados, fuertes; pero, sobre todo, en sus nalgas viriles, musculosas. Un pensamiento retumbó en mi cabeza: "está buenísimo"...

–¿Cuántos años tienes? –le pregunté, tratando de distraerme...

–Acabo de cumplir 20 –me respondió...

–¿Y ya no estudias?

–Los sábados... Estoy haciendo una Ingeniería en el sistema abierto... Entre semana, trabajo en el taxi para ayudar a mi jefe...

–Interesante...

–¿Puedo preguntarle qué quiere comprar? Nos estamos dirigiendo al departamento de hombres...

–Justamente...

–No la entiendo...

–Quiero disfrazarme de chico...

–¿Usted?

–Háblame de tú, por favor...

Mateo se encogió de hombros...

–Como usted ordene...

–¿En qué quedamos?

Se rió...

–Cómo tú me ordenes...

Me di, entonces, a la tarea de buscar ropa completamente viril, la más tosca, y me dirigí a la caja. El taxista se limitó a verme. De pronto, agitó la cabeza.

–¿Qué?

–¿En serio piensas gastar tu dinero en todo eso?

–Sí... ¿Por qué?...

–Si vas a una fiesta, lucirías más con otra cosa... Un traje de gatita... O de conejita de Playboy...

Había algo en el tono absolutamente sincero de Mateo y en su actitud ruda, carente del refinamiento más mínimo, que me resultaba fatalmente atractivo...

–No voy a una fiesta –respondí–; quiero conseguir un papel en una telenovela...

–¿Un papel de hombre?

–De chica que tiene que vestirse de hombre...

Mateo volvió a reír.

–Discúlpame, Angie... No lo lograrás...

–¿Qué quieres decir?

–Si fueras una chica flacucha, plana, sin chiste, quizá... Pero...

Sentí molestia:

–¿Y qué me sugieres?

–Pruébatela, al menos...

–No...

–¿Por qué?

Caí en cuenta: no sólo me daba pena entrar al vestidor de mujeres, para ponerme ropa masculina: ¡me incomodaba la idea de vestirme de hombre!... "¡Dios! ¡Qué hembra me siento!"... ¿Realmente quería renunciar a la sexy tanga que llevaba, y optar por un horroroso bóxer al estilo Ángel? ¿Sería capaz de olvidar las minifaldas, cuando disfrutaba tanto luciendo mis piernas?

–Sería raro...

–¿Me permites sugerir algo, entonces?

Suspiré...

–No sé...

–Anda: ¿para qué gastas en vano?

Me resigné:

–Te escucho...

–Vamos a mi casa, te presto ropa mía, y te ves al espejo... Si te convences, sigues con tu plan... ¡Pero te apuesto 50 pesos a que no parecerás hombre!

–No suena mal...

La casa de los Mateos estaba en una colonia popular, muy similar a aquélla en la que yo había pasado varios años: una construcción pequeña, sin mayor chiste, pero muy limpia y con un innegable aura de dignidad. Mateo Junior me condujo a su habitación, y me abrió su pequeño ropero. Pronto, capté un aroma conocido: el que antes habían despedido mi cuarto y mis cosas; el que saturaba los cuartos y las cosas de mis amigos... Descubrí: "es olor de hombre, pero yo ya no lo tengo"...

–Escoge lo que quieras –me desafió Mateo–... Pruébate ropa hasta que te canses... Pero antes...

Abrió un cajón, sacó un montón de vendas y me lo arrojó. Luego, comenzó a salir:

–¿Y esto? –me extrañé...

–Para que te envuelvas arriba... ¿O cómo rayos pensabas ocultar tus chichotas?

Cerró la puerta. Yo me había quedado de una pieza, ante su vulgar comentario... "A lo que vine", concluí... Fui al baño, para retirarme todo el maquillaje del rostro. Después, me desnudé y, en efecto, comencé a disimular mis senos, enrollándome el torso en vendas... Elegí un holgado pantalón de mezclilla, unas botas industriales tosquísimas y una camisa azul cielo. ¡Todo tenía el mismo aroma varonil! Concluí, recogiéndome el pelo en una coleta.

–¿Estás lista? –me gritó Mateo Junior, desde afuera...

–Sí...

El taxista entró, con una gorra de beisbolista en la mano...

–¿Ya te viste al espejo?

–No...

Rió. Me extendió la gorra, y me la puso.

–Ven al cuarto de mis papás...

Me condujo hasta una pieza con una cama matrimonial (cubierta por una colcha horrorosa, con tigres estampados), y me puso frente a un espejo de cuerpo entero, a un lado de un viejo televisor. Con verdadero pánico, comprobé la ausencia de Ángel.

–¿Me entiendes, ahora? –preguntó Mateo, al notar mi perturbación.

Aún con esas ropas, ¡yo seguía siendo mujer! ¡No sólo mis formas de hembra eran inocultables: por primera vez, con tal marco, la tersura de mi cara, lo sutil de mis cejas y lo voluptuoso de mis labios me dejaron ver lo mucho que se me habían afilado los rasgos! "¡Se me ha feminizado el rostro!", pensé. ¡Ni siquiera parecía yo una chica mal disfrazada de chico, sino una mimada jovencita que no había querido arreglarse para ir de compras muy temprano!

–¡Rayos!

Verifiqué mi manera de pararme, mis gesticulaciones: ¡nada masculino me quedaba ya! ¡Hasta di unos pasos, tratando de lograr un andar de hombre, derecho, erguido y rígido! ¡No pude! ¡Algo en los muslos me saboteaba!

–¿Y bien? –insistió...

Guardé silencio... Regresé al cuarto de Mateo y me cambié, sintiendo que lloraría en cualquier instante...

Íbamos a salir de la casa, cuando una señora robusta entró.

–¿Qué onda, jefa?

–Mijo –sonrió dulcemente la señora–, ¿qué haces?

–Vine a un mandado, con la patrona de mi jefe...

La señora me vio, con admiración:

–Mucho gusto...

–Igualmente –le extendí la mano...

–En serio, señorita Angie, es un honor conocerla... Canta usted rete-bonito... No me pierdo el show...

Abracé con ternura a la mujer. Pensé en lo mucho que me habría agradado tener una madre así.

–Gracias...

–Le deseo suerte, señorita... ¡Merece ganar!...

Una vez en el taxi, Mateo Junior averiguó:

–¿A la televisora?...

No tenía ganas de regresar, y decidí brincarme las actividades que me restaban... "¡Seré irresponsable, por primera vez!", pensé... "¡Necesito digerir esto!"...

–No... Por favor, llévame a mi edificio...

El camino se me hizo larguísimo. "Ángel no está más en mí", me repetía mentalmente... "Ya no puedo dejar de ser mujer"...

Cuando llegamos, Mateo Junior estaba un tanto preocupado:

–Si la ofendí en algo, discúlpeme –me dijo, ayudándome a bajar...

–¿Otra vez hablándome así?...

–Es que viene usted muy callada...

–Nada me pasa... Me dio tristeza notar que –hice una pausa; luego,mentí–... Que el papel no me queda...

Mateo Junior sacó un lapicero y una libretita de la bolsa de su camisa, garabateó en una hoja y la arrancó:

–Éste es el número de mi celular... Cuando necesite ir a algún lado, llámeme con confianza...

Guardé la hoja en mi bolsa de mano.

–Sólo si me hablas de tú –le guiñé un ojo...

–Es un trato...

–¿Por qué rayos tienes tantas vendas en tu cuarto?

–Usted no me entendería: las uso para protegerme las piernas en el futbol...

"¡El futbol! ¡Vendas! ¡Claro!", capté de golpe... "¡Hasta eso se me ha desaparecido de la vida!"...

Subí al departamento. Para mi sorpresa, oí a mi madre y a Adiel, que reían y charlaban. "Yo lo hacía en la televisora". Abrí la puerta de golpe: los dos, en la sala, sentados cómodamente en el sofá, rellenaban los frascos de alga espirulina y las cajas de lecitina de soya.

–¿Qué carajos hacen? –pregunté...

Mi madre me vio con desprecio:

–¿Qué haces tú, aquí?... ¿Cómo llegaste?... Don Mateo y la camioneta siguen en la televisora... Deberías estar ensayando...

–Ensayando, una chingada...

Me acerqué a la mesa de centro, donde estaban desparramados los medicamentos.

–¡Vete a tu cuarto! –me gritó mi madre...

La ignoré. Vi tres nuevos productos, que no conocía: cyclofemina, androcur y somatrem... Los levanté:

–Tienes mucho que explicarme...

Adiel intervino:

–Te lo advertí, Karen... Que habías hecho mal en no decirle...

Mi madre se acomodó en el sofá, y se cruzó de brazos...

–Muchas veces le repetí que la estaba convirtiendo en mujercita...

Adiel me vio:

–Pregúntame...

Sentí que la furia me hacía hervir la sangre...

–Primero, ¿qué madres están aplicándome?

Adiel suspiró:

–Cyclofemina, androcur y somatrem...

–Ya vi los putos nombres... ¿Qué son?

–El cyclofemina es un anticonceptivo...

Estuve a punto de reír...

–¿Y por qué me dan un anticonceptivo? Están locos...

Fue mi madre la que rió ahora...

–Obvio: nunca he pensado que puedas embarazarte... Te lo aplico, todos los días, por lo que contiene: acetato de medroxiprogesterona y cipionato de estradiol...

–No entiendo...

Adiel fue directo:

–Son hormonas femeninas...

Mi madre lo interrumpió:

–En corto: por esas hormonas, que sobre todo producen nuestros ovarios, las mujeres tenemos el cuerpo como lo tenemos...

Me derrumbé en un sillón...

–No puede ser –balbucee...

–Lo es –prosiguió mi madre–... Al principio, te inyecté premarin, estrógenos conjugados obtenidos de la orina de yeguas preñadas, pero es muy difícil de conseguir... El cyclofemina no sólo está a mi alcance en cualquier farmacia, sino que respondiste muy bien a él...

Adiel se me acercó, y me puso la mano en el hombro...

–Vamos a tu cuarto... Tú también, Karen; pero tráele a Angie una coca light fría, como le gusta, para que se tranquilice...

Me tomó de la mano, y yo me dejé guiar... Una vez ahí, el cubano me pidió:

–Por favor, quítate la ropa... Quédate en bra y pantaleta...

Obedecí... Mi madre entró con la coca, y con las cajas de medicamentos; me dio aquélla y la bebí de golpe... Entonces, Adiel me puso frente a mi espejo de cuerpo entero:

–¿Por qué medicarme, Adiel? –logré pronunciar.

Por respuesta, Adiel me señaló al espejo:

–Tu madre comenzó a administrarte hormonas femeninas, antes de que iniciaras tu maduración sexual como varón...

Mi madre me mostró la caja de androcur:

–Esto es un antiandrógeno –explicó ella–... Lo tomas todos los días, e impide que tus testículos funcionen...

Comencé a digerir la información:

–O sea que detuviste mi desarrollo de hombre...

–Y te hice madurar sexualmente como mujer –enfatizó mi madre...

Adiel volvió a señalarme el espejo, y prosiguió:

–Tú te ves todos los días y no notas los cambios radicales que se han operado en ti... La buena genética que compartes con Karen ha sido definitiva...

Mi madre salió del cuarto, y regresó con una foto mía, aún como Ángel (en camiseta y short), y con una de las revistas donde aparecía yo en traje de baño... Se las dio a Adiel, y le indicó:

–Déjala que se compare...

Adiel extendió la foto y la revista, a un lado del espejo

–Tu pelvis no sólo se te ha ensanchado, sino que se te ha bajado e inclinado: por eso tus nalgas además de su delicioso volumen, tienen ya una forma plenamente femenina...

Vi el material gráfico, y escudriñé mi reflejo. ¡La transformación era increíble!... ¡Hasta mi hueso sacro lucía amplio y desplazado hacia delante!...

–¡Rayos! –exclamé...

–Fíjate en tu talle estrecho, en tus caderas anchas y en la distribución de tu tejido adiposo –me subrayó Adiel...

Lo hice. En la revista, el traje de baño me permitió verificar otro cambio notable: ahora, mis muslos se me insertaban en la pelvis más distanciados entre sí, de forma que se encontraban en ángulo respecto al centro del cuerpo, y se me doblaban ligeramente hacia adentro. A su vez, mis brazos parecían desplazados cerca del tronco, lo que me había estrechado los hombros otro poco... "Con razón ya no puedo caminar como hombre", reflexioné. "¡Con tantos cúmulos adiposos, mi paso se ha hecho oscilante; casi la totalidad de mi cuerpo se balancea!".

–¿Por qué me veo mayor?...

–Por el somatrem –explicó Adiel–: hormona del crecimiento...

–¿Qué?...

–Sí –el cubano me mostró el medicamento–... Tu mamá ha mezclado con somatrem las hormonas femeninas... ¿De qué otra maneta podrías tener senos de mujer adulta, tan grandes como los de Karen?... Y aún te sigues desarrollando...

–O sea que lo del Decolette 3D+ y lo del Suprem’Advance...

–Sólo fueron el inicio de tu transformación –se rió mi madre–... El cerillito para encender la fogata...

No supe qué sentir.

–Esto es una pesadilla...

Mi madre le quitó la camisa a Adiel; luego, me susurró al oído:

–¿Cuántas veces te dije que iba a convertirte en mujer? ¿Quieres algo más femenino que tener tetas? –me señaló al cubano– ¡Mira! ¡Un verdadero hombre, como Adiel, tiene el torso amplio, con pectorales fuertes!

Quise protestar... No pude...

–Date cuenta de algo –volvió a sisearme mi madre–: la función primaria de las tetas es alimentar al recién nacido durante sus primeros meses de vida, sí; pero sus formas redondeadas emiten también un reclamo sexual: indican al potencial compañero que la mujer posee los requisitos corporales necesarios para convertirse en madre y poder amamantar a sus hijos...

–A ti te gusta fantasear con la idea de que menstrúas, ¿no? –soltó Adiel...

Fue mi madre quien continuó:

–Pues imagínate, tan sólo, cuántos de los machos que compraron tu revista se masturbaron con ella... O cuántos de los que te han visto por la televisión estarían felices de reproducirse en ti; de cogerte por la vagina, y eyacularte hasta dejarte bien preñadita... Porque están convencidos de que eres hembra; y de que con esas tetas, serías una buena mamá...

De pronto, me llegaron sensaciones conocidas: calor, tanto físico como emocional; mi percepción se abrió, y me llegaron olas sexuales, terriblemente sexuales... Supe de inmediato lo que mi madre había hecho:

–Me pusiste éxtasis en el refresco, ¿verdad?

–¡Karen! –protestó Adiel– ¡No tenías que drogarla!

Mi madre nos ignoró. Se limitó a guiñarme un ojo:

–¿No te gustaría tener vaginita y útero? ¿No te gustaría que te metan la verga justo cuando estés ovulando?

Me derrumbé en mi cama, bajo el efecto devastador de la droga... Justo en ese momento, mi madre comenzó a quitarse la ropa...

–Cógeme delante de esta cabrona –le pidió a Adiel...

El cubano se extrañó:

–¿Cómo?

–No te hagas pendejo; sé que se te para, cuando la ves... Cógeme delante de ella, para que descubra lo que puede disfrutar como mujer... ¡Dime su nombre!...

–¡Karen, ya basta!...

–Viste mis senos esta mañana –me dijo mi madre, con el torso descubierto, y retirándose el pantalón de lino y la pantaleta–... ¿O no?... En el espejo...

Era verdad: teníamos el mismo volumen, las mismas formas, los mismos pezones de limpia tonalidad rosada... Antes de poder reaccionar, me abrí la blusa, y me acaricié por encima del brassier... Mi madre, desnuda por completo ya, se recargó en mi cama, ofreciéndole a Adiel las nalgas: fue perturbador contemplar su cuerpo perfecto de hembra, agitándose lúbrico: porque era idéntico al mío (salvo el detalle de mi pene)... "Es como si me viera a mí, a punto de recibir al macho"... Me levanté el brassier, y comencé a tocarme los senos... Adiel me vio con apetito.

–¡Vamos! –le gritó mi madre al cubano– ¡Cógeme! ¡Imagínate que soy ella! ¡Enséñale lo mucho que la deseas! ¡Lo rico que le harías el amor!

Adiel se bajó los pantalones y el calzón, y tomó a mi madre por la cintura...

–Así –se complació ella–... ¡Ya transformamos en mujercita a esta cabrona! ¡Ahora vamos a hacerla bien puta!