Una voz angelical (5)

Sin voluntad, mi mano fue hasta mi tronco y palpó las turgencias en desarrollo: era distinto verme al espejo, sabiendo el truco de un par de postizos, a sentir conscientemente la tibieza de mi piel en formas femeninas que ahora me pertenecían...

La respuesta de mi madre fue tajante:

–¿Quieres dejar de ser tan dramática?

¡Sentí amargura! ¿Qué tipo de monstruo me había dado a luz?

–Karen, ¿no te bastó con haber logrado que me guste usar ropa de mujer y maquillarme? ¡Soy un hombre! ¡Soy tu hijo! ¡No puedo tener senos!

Mi madre bostezó:

–Me das hueva... En serio...

–¡Karen!

–¡Revisa bien tu computadorcita, niña! ¡Los efectos del Decolette 3D+ y del Suprem’Advance son temporales!

–¿Qué quieres decir?

–Que en unos meses, volverás a tener el pecho plano...

Se me detuvo el llanto...

–¿En serio?

–De verdad... Le compré los productos a Aki: ella los usa... Si quieres, llámala por teléfono y pregúntale...

Hubo un poco de consuelo.

–¿Y por qué no me avisaste?

–Porque te conozco... Te de miedo avanzar como mujer, pero en el fondo te fascina...

No quise entrar en ese tema. Pero sí supliqué:

–Simplemente, deja de ponerme las lociones... Por favor...

–Como gustes... Pero el tratamiento sólo dura cuatro semanas...

–¿Qué?

–Como lo oyes: casi hemos acabado, y los efectos más fuertes ya están en ti...

–¡Ay. Karen!...

Mi madre se encogió de hombros.

–Me habló Fanny por teléfono...

–¿Qué tiene eso que ver? –me extrañé...

–Preguntó si ya estamos listas para irnos a Cancún el fin de semana... ¿Por qué no me habías tú informado del viaje?

Me sacudí... Ante su omisión, sagazmente, mi madre resaltaba la mía...

–Karen... Lo siento... La verdad: con lo que me ha estado sucediendo en el pecho, me disipé... Al principio, aluciné que era desarrollo de niño, pero luego...

Con una carcajada, mi madre me interrumpió:

–No estoy reclamándote... Simplemente, quiero aprovechar para hacerte notar algo...

Mi madre fue a mi vestidor, y regresó con un conjunto para la playa de Victoria’s Secret, que me pareció simple: en nylon/spandex lycra de tono coral...

–¿Qué onda, Karen?

–Desnúdate...

Obedecí. Entonces, mi madre se arrodilló frente a mí, y comenzó a ponerme la parte de abajo, un side-tie scoop bottom, con lazos laterales ajustables, pero sólo me lo dejó hasta las rodillas.

–Se me va a notar la cinta adhesiva –advertí.

Por respuesta, mi madre me liberó la entrepierna. Luego, sentenció:

–Déjate hacer... No quiero quejas...

Tomó, entonces, mi bolsa escrotal, con una mano, tensándola; con la otra, asió mi pene, ubicándole un pulgar sobre la cabeza, y el resto de los dedos alrededor del tronco. Para mi sorpresa, no hubo reacción alguna, ni el más mínimo amago de erección...

–¿Qué rayos...? –gemí.

Con cuidado y paciencia, mi madre fue ejerciendo presión con el pulgar. Aplastándolo hacia dentro, logró que la masa del pene se hundiera, primero, en la piel del mismo, y, después, en mi abdomen... Sentí cómo se me abrían los tejidos, en estremecimientos ardorosos.

–Nada de chillidos –advirtió mi madre...

Sólo pude morderme los labios. Mi madre siguió comprimiendo y comprimiendo, hasta hacer desparecer mi pene, y pasó, entonces, a recoger la masa testicular. Remató, subiéndome el side-tie scoop bottom, que me quedó súper-apretado.

–¡Rayos! –gruñí, al echar una ojeada a mi vientre...

–De aquí, has quedado lista –anunció mi madre.

Imparable, tomó la parte de arriba del conjunto y me la vistió. Se trataba de un brassier halter top push-up miraculous, de copas con varillas y relleno especial, que se ataba al cuello y tenía un cierre trasero en color oro. ¡Era el primero que usaba yo, teniendo ya senos, y el roce de la piel de mis pezones en la parte más profunda de la copa me supo como una caricia!

–Vaya, vaya –sentenció mi madre–... Tienes que verte al espejo...

Fui, de inmediato, y quedé en estupefacción.

Con mi pene y mis testículos disimulados dentro de mi cuerpo (escondidos en la zona de mi abdomen bajo), libre por completo, mi pubis lucía elevado. De hecho, había un espacio perceptible en relación con la cara superior interna de mis muslos, y la sínfisis parecía recubierta con una almohadilla adiposa en forma de triángulo invertido. Sí: tenía entre mis piernas la femenil distinción del monte de Venus o manzana de Eva... A su vez, el brassier levantaba y realzaba, añadiéndome unas dos tallas de copa, lo que me permitía ostentar un escote generoso y, a la vez, disfrutar de una comodidad increíble.

–¿Cómo se te ocurrió esta manera de ocultar los genitales? –articulé, con pasmo auténtico.

–No eres la única con computadora e internet, pequeña –rió mi madre–... Me suscribí a un grupo virtual de travestis, y estoy tomando muy buenos consejos... Tú me apoyas, yo te apoyo...

Analicé mi reflejo... ¡Dios!... Sin la cinta adhesiva, percibía mi cuerpo más auténtico...

–¿O sea que soy travesti?

–¡No, tonta! ¡Te estoy transformando en una sexy mujercita! ¿Te imaginas mostrándote así, en la costa, bajo el penetrante sol del Caribe?

Sin voluntad, mi mano fue hasta mi tronco y palpó las turgencias en desarrollo: era distinto verme al espejo, sabiendo el truco de un par de postizos, a sentir conscientemente la tibieza de mi piel en formas femeninas que ahora me pertenecían.

–Karen, yo... No sé...

–¿Sabes que los senos han recibido más atención erótica de los hombres que cualquier otra parte de nuestro cuerpo? –me interrumpió mi madre; ella notaba mi turbación y la aprovechaba– Con ellos, Angélica, puedes decirle al mundo que eres hembra, y hasta informar de tu estado de ánimo: del rubor, del frío, de la alegría, del miedo, del deseo... ¡Cómo gozarías parando vergas en Cancún!

Mi mente inició una vibración incontenible: "senos"... "senos"... "senos" ... "atención erótica de los hombres"... "atención erótica de los hombres"... "atención erótica de los hombres"... "eres hembra"... "eres hembra"... "eres hembra"... "parando vergas"... "parando vergas"... "parando vergas"

–¡Lástima que quieras dejar las lociones! –agregó mi madre– ¡Si terminamos el tratamiento, los machos no podrán dejar de verte!

¡Sí! ¡Ella sabía despertarme el morbo! Me imaginé, con escote insolente, siendo objeto del escrutinio masculino: en la playa, en la calle, en la televisora, en un restaurante... Aunque suene extraño, me brotó el deseo sincero de fulgurar con senos maravillosos propios, grandes, sin necesidad de rellenos o de explantes...

–¿En serio es temporal el efecto?

Mi madre hizo una señal de la cruz sobre su corazón.

–Te lo juro...

–¿Si sigues con las lociones, me crecerían otro poco..?

–¿Te crecerían qué...?

–Tú lo sabes...

–Dilo...

–Mis senos...

–Búscales otro nombre...

¡Dios!

–Mis tetas...

–Tus senos, tus tetas, tus pechos, tus boobies, tus niñas, tus mamas, tus chichis, tus lolas...

–¡Karen!

–Sí... Te crecerían más...

Tragué saliva...

–De acuerdo... Sigamos con el tratamiento...

–Así me gusta, nena... Ahora, arréglate, que tienes mucho trabajo en la televisora... Tu horario de la semana es una locura...

Justo ese día, inicié tres cosas: primero, el uso necesario y definitivo de brassier; segundo, la preparación de las canciones con Ramón Borrero; tercero, el montaje de las coreografías... Louise Cavaliere estaba satisfecha, y me dejaría descansar...

–El señor Chassier quiere que tengas una presencia más elitista e internacional –me explicó Borrero, acomodándose frente a un maravilloso piano Steinway, en una de las aulas del centro de capacitación artística de la televisora...

–¿Qué significa eso? –averigüé...

–Cantarás en inglés...

No me alarmé: dominaba la lengua, gracias a las previsiones de mis difuntos abuelos. Y no tenía mal acento. Borrero me extendió una partitura: "Touch my body", que interpretaba Mariah Carey.

–Maestro, no sé si sea la mejor opción para mí...

–¿Conoces la canción? ¿La has oído?

–Sí...

Abrió el piano, y movió los dedos...

–¿Entonces?

–Mariah Carey no sólo cubre todas las notas del rango vocal contralto y todas las de una soprano de coloratura; posee, además, la capacidad de cantar altísimo...

–¿Y?

–No creo alcanzarla, francamente... Mi interpretación sonará pálida...

Borrero se rascó la cabeza, en un gesto de nerviosismo, antes de desembuchar:

–¿Sabes que según el Libro Guinness, no hay otra cantante que puede alcanzar una nota más alta que la Carey?

–El dato no me tranquiliza, Maestro...

–Su domino en afinación microtonal es único... Usa los cuartos de tono con destreza magistral, y resulta precisa en pasajes de dificultad inverosímil...

–Por lo mismo, Maestro: prefiero algo menos exigente...

La reacción de Borrero fue inusitada: se echó a reír.

–¿Es tan pobre tu autoestima, Angie?

–Prefiero pensar que tengo los pies en la tierra...

–Comencemos con algo que te convencerá de tus facultades: la receta secreto de la propia Carey... El registro de silbido...

Estuve a punto de caer: tal condición era común en niños menores de nueve años y en muchas mujeres hasta los 30, ¡pero cuando yo me había iniciado en el canto, ya no la tenía! ¡Se trataba de ir más allá del falsete; de cerrar las cuerdas vocales, dejando sólo un pequeño hueco, para producir un sonido parecido al silbido de los labios, más agudo que el do 6 !

–No podré...

–Estoy seguro de lo contrario: con esa técnica, potenciarás tu rango vocal hasta notas más agudas de las que puede producir un piano estándar...

Decidí intentarlo: sólo para darle gusto a Borrero... Y para que, al desencantarse, buscara una canción distinta... Para mi sorpresa, no sólo alcancé el registro sin problemas, sino que mi voz salió natural, diáfana...

–¡Maravilloso! –clamó Borrero, dando un acorde gustoso al piano...

–Nunca había hecho algo así –reconocí...

–No me extraña... Con cada lección, adquieres tintes nuevos, mágicos incluso...

En silencio, pensé que había algo más, no sólo clases... "¡Estoy cantando como mujer!", concluí.

De camino al restaurante de la televisora, dediqué un rato a pensar en mi situación. Las tetas, según mi madre, eran resultados del Decolette 3D+ y del Suprem’Advance... ¿Pero y la feminización de mi voz? De golpe, caí en cuenta de que ya no tenías erecciones repentinas y de que francamente, poco a poco se me habían ido insensibilizando los genitales. "Quizá me dañaba la cinta adhesiva", teoricé.

Por la tarde, vistiendo ropa deportiva cómoda (un short y un top de lycra, sudadera y tenis), me presenté en la sala de ballet de la televisora, con Jean de Saint-Aymour, el coreógrafo: un francés de casi 60 años, pero rebosante de energía vital cual adolescente...

–Me ha dicho Borrero que cantarás "Touch my body"...

–Así es, Maestro...

–¿Has visto el video de Mariah Carey?

–Sí...

–Es muy sexy... Así que tu coreografía no puede serlo menos...

–Entiendo...

–Bailarás de acuerdo con la personalidad que el señor Chassier quiere para ti

Antes de que manifestara conformidad, De Saint-Aymour hizo entrar a dos jóvenes morenos y altísimos, ataviados con mallas, camiseta y zapatillas de ballet. De cuerpos musculosos tan varonilmente perfectos, me hicieron caer en una especie de timidez...

–Colóquense junto a Angie –ordenó el coreógrafo–: Leyal, a su derecha; Adiel, a su izquierda...

Me vi a los espejos: por contraste, con la escolta de semejantes especimenes, mi figura aparecía mucho más estilizada y femenina; frágil, al mismo tiempo que atrayente...

–¡Qué fenomenal se ven! –me llegó la voz de Ramiro– ¡Ellos necesitarán ropa muy entallada; y tú, amor, escotes y aberturas para presumir todas tus curvitas!

Giré la cabeza: el diseñador de imagen y mi madre estaban entrando.

–¡Vaya contigo! –me chacoteó ella–... Te dejo sola un rato, y te apartas a los galanes...

Me sonrojé. Leyal mantuvo una actitud seria; Adiel me guiñó un ojo. Su rostro, mucho más suave que el del otro bailarín, parecía tallado a mano.

–Ramiro, señorita Karen –anunció De Saint-Aymour –: ellos serán los bailarines de Angie...

–Buena selección –asintió Ramiro

Mi madre se acercó a saludar de beso; por su actitud, por el brillo en sus ojos, supe que estaba a la caza de Adiel.

–Ambos son muy profesionales –agregó el francés–... Leyal es egresado de la Escuela Cubana de Ballet... Adiel comenzó la carrera de Enfermería en el Instituto Superior de Ciencias Médicas de La Habana , pero el arte lo llevó a la Escuela de Danza Contemporánea de Cuba...

–Y a un par de conflictos con mi Comité de Defensa de la Revolución –intervino Adiel–, porque a algunos miembros les parecí indeciso y poco comprometido...

El acento tropical del bailarín sólo acentuó su masculina voz, deliciosamente abaritonada. Mi madre sonrió con coquetería:

–Así que cubanos...

–De La Habana –informó Leyal...

–Y de San Antonio de los Baños –completó Adiel–... Así que soy el de mejor humor...

–¡Basta de charla! –cortó el coreógrafo–... ¡Preparados!...

A través de los altavoces, sonaron las notas de "Touch my body"... De Saint-Aymour me marcó los primeros pasos: lentos pero vigorosos, profundamente sexuales... El contacto con los bailarines cubanos, sin embargo, hizo que se me dispararan nuevas dudas: al tocarlos, notaba yo sus músculos compactos, duros, insondables; sus manos, en cambio, se hundían con finura en la redondez de mis muslos y de mis caderas: pese a la firmeza de mi carne, parecía yo mucho más suave; con mayor agilidad, incluso. Adiel describió mis impresiones con una palabra exacta

–¡Qué fácil es levantarte, mami! –me dijo, barriéndome de arriba abajo con sus ojos verdes– ¡Pareces toda líquida!

Durante casi dos horas, fuimos construyendo la coreografía. Para satisfacción de De Saint-Aymour, la nueva y voluptuosa flexibilidad de mi cuerpo facilitaba las cosas: ¡me resultaba tan natural dejarme absorber por la música, y mover las caderas y las nalgas con una combinación equilibrada de incitación animal y de sutileza, de ingenuidad de niña y de apetito de puta!

Cuando pude descansar y me dejé caer en el piso de duela, otra evidencia me golpeó: ¡pese a la intensidad del ejercicio físico y a que sentía una liberación mucho más fuerte de calor, había yo transpirado mucho menos que cuando jugaba futbol o que en mis recientes prácticas en el gimnasio; de hecho, mucho menos que en cualquier otra ocasión de mi vida! Los cubanos, en cambio, escurrían sudor literalmente. "¿Qué rayos me está pasando?", me cuestioné. Adiel se despatarró junto a mí, y Leyal le arrojó una botella de agua Evian.

–¡Me encantan las bailarinas como tú, mami! –afirmó Adiel, destapando su botella e interrumpiendo mis reflexiones– ¡Facilitaste el trabajo!

Sólo acerté a decir:

–Gracias...

–¿Eres de esta ciudad o de la provincia? –picó, buscando conversación... Su interés me hizo sentir más calor...

–De aquí –respondí, perfectamente consciente de tragar el anzuelo–... Y tú, ¿por qué lo del buen humor?

Adiel puso rostro de júbilo, y sus pupilas brillaron como carbones encendidos. Bebió un trago.

–Desde los setentas, mi ciudad es sede de la Bienal Internacional del Humor... Tenemos hasta un museo del tema, con miles de caricaturas, único en Latinoamérica...

–¿En serio?

–Mami, nos dicen la Capital del Humor...

–Cuéntame más...

Desafortunadamente, mi madre no tardó en acomodarse junto a nosotros.

–¡Eres maravillosa, hermanita! –disparó, aunque viendo al cubano...

Le quité a Adiel la botella de agua y me levanté:

–Con permiso... Necesito preguntarle algo al Maestro...

No quería quedarme ahí... Siempre me había desagradado la actitud seductora de mi madre; pero en ese momento, percibí algo interno, mucho más raro. No supe bien qué... Fui hasta De Saint-Aymour, quien dialogaba con Ramiro, y, mientras apuraba yo el agua, le hice alguna consulta superficial,...

–Hemos concluido, niña –anunció el coreógrafo, tras responder a mi estupidez–... ¡Pero te quiero aquí, mañana, puntual, con leotardo, mallas y zapatillas de ballet!

Marché, con rapidez, hacia la salida... Mi madre, jugando a las risitas con Adiel, se limitó a contemplarme. Cuando tenía yo un pie fuera, dijo:

–Tienes entrenamiento, ¿verdad?

Asentí en silencio... Luego, seguí mi camino...

Agustín Trejo, consciente del esfuerzo realizado con De Saint-Aymour, bajó un poco el ímpetu de sus rutinas.

–Vas excelente –me felicitó–... Así que hoy podemos ser más recreativos...

Tras una ducha, llegué al restaurante de la televisora en agotamiento total... Cené casi automáticamente, sintiendo que los ojos se me cerraban... Pero no podía dejar de pensar en Adiel... Y en mi madre...

–¿Un día largo? –me sorprendió la voz de Fanny.

–Terrible –balbuceé...

Fanny llevaba una charola con fruta, agua mineral y dos apetitosos flanes. Me dio uno:

–Si develas que recibiste esto de mí –sonrió–, lo negaré por completo...

–¿Estás comiendo dulce? –me extrañé...

–Terminé con Armando –confesó–... Cada vez, estábamos más distanciados... Un poco de consuelo, no cae mal...

Me comí el flan de manera voraz; incluso, lamí el fondo del molde, lleno de delicioso caramelo.

–¿Sabes que es mi primer postre decente desde que estoy en esto? –averigüé...

–Tu régimen es estricto –reconoció–... Pero ha valido la pena... ¡Cada día tienes mejor cuerpo!... ¡Me temo que no tardarás en superar a tu hermana!

–Tu flan me devolvió un poco de energía –suspire–... Gracias

Fanny dio un sorbo al agua mineral.

–Según Louise Cavaliere, estás hecha una princesita … ¡Qué bueno que no te vio hace un momento!… ¡Parecía que te tragarías el recipiente y el platito en cualquier momento!... Si la oyeras: "es mi mejor alumna, toda delicadeza; ¡y cómo ha aprendido a maquillarse!"...

–Me voy, Fanny –detuve–... Necesito dormir... ¿Sabes dónde está mi hermana?

–Con exactitud, no... Fue con Adiel a cenar... Me pidió que te dijera que no la esperes... Adelántate al departamento... Ella llegará por su cuenta...

Subí a la camioneta con cierto desazón... Don Mateo lo notó:

–¿Y ahora sola, señorita Angie? ¿Dónde dejó a la señorita Karen?

–Ya ve, Don Mat –bisbisé–... Se fue de fiesta sin mi...

Una vez en el departamento, me encerré en mi habitación, y me dispuse a dormir... "Adiel, Adiel"... No tardé en hundirme en un sueño recóndito... Algunos pasos, sin embargo, me despertaron. Vi mi reloj: eran las tres de la mañana... Agucé el oído...

–No hagas tanto ruido –distinguí a mi madre–... Angie ya está dormida...

Siguió un leve portazo; luego, otro. Al fin, el evidente fris-fras de ropas contra cuerpos... Me incorporé levemente...

–Tu hermana es sublime... ¿Ha practicado ballet?

Sí: Adiel estaba en el cuarto de mi madre... Me levanté, tomé un vaso y lo deposité sobre la pared que ella y yo compartíamos, para usarlo como improvisada bocina... Recargué mi oído...

–No –contestó mi madre...

–Pues tiene el cuerpo de una bailarina –aseveró el cubano...

–¿A qué te refieres?

–Está buena, la niña...

–¡Y lo que le falta!

–Pero si ya luce el mismo culito sabroso que tú...

–Créeme: verás a Angélica desarrollar aún más su cuerpo...

–¡Será una bomba!

–Pero deja de hablar de ella... Bésame...

Poco a poco, los sonidos fueron cambiando. Percibí lo que ocurría del otro lado, y me sentí mal... Inexplicablemente, me agradaba saber que yo le gustaba a Adiel, pero me angustiaba pensar que él estaba a punto de cogerse a mi madre...

Volví a la cama. Pero una repentina idea me hizo saltar. "¿Acaso son celos?"... Traté de abstraerme... "No... Claro que no"... Sacudí la cabeza... "Karen puede estar con quien se le pegue la gana... Nunca me ha importado quien se la meta o de la deje de meter..."... Pero no era eso: "¡Dios", reconocí de golpe. "¡No quiero que Adel esté con Karen!".

Justo en ese momento, mi madre comenzó a gemir, ¡como nunca! Y si bien al principio trataba de reprimirse, para no hacer escándalo, pronto le fue imposible y gritó a todo pulmón:

–Así, así... ¡No pares!...

Me tapé los oídos. No sé por cuánto tiempo. De pronto, en mi imaginación, surgió un cuadro morboso, de película pornográfica: Adiel montaba salvajemente a mi madre... El tono abaritonado, en la habitación vecina, puso la frase que faltaba...

–¡Karen! ¡Karen!

Sufriendo una excitación implacable, quise masturbarme... Sin embargo, a punto de liberar mi pene, una ráfaga de pensamientos me detuvo: no vi en mi mente a Adiel cogiéndose a mi madre, ¡sino cogiéndome a mí!... Con terror, me sepulté entre las sabanas, repitiendo: "Soy hombre, me gustan las mujeres"... "Soy hombre, me gustan las mujeres"... "Soy hombre, me gustan las mujeres"... Sólo así, puede volver a dormir...

No me extraño despertar sin haber descansado en realidad. Me bañé despacio. "Adiel no me gusta", traté de convencerme. "En cuanto esto termine, regresaré a mi identidad de varón. No soy puto".

Salí de mi habitación y fui a la cocina: en la barra, el bailarín disfrutaba un omelet de queso de cabra.

–¡Buenos días! –saludó mi madre, desde la barra...

No contesté.

–¿Dormiste bien, Ángel? –preguntó Adiel...

Quedé de una pieza.

–¿Perdón? –balbucee.

Adiel me guiñó un ojo:

–Quise saber si habías descansado, amiguito...

Vi a mi madre con alarma.

–Tranquila, hermana –sonrió–… Adiel es mi nuevo novio… Y como vivirá aquí, con nosotras, pensé que era mejor que supiera tu secretito...

Me derrumbé en uno de los bancos... De hecho, creí que vomitaría en cualquier momento...¡No supe qué me dolía más: si el enterarme que Adiel y mi madre eran amantes oficialmente, o que él conociera que yo no era mujer en realidad!

–No volveré a hablarte en masculino –subrayó el cubano–... Perdóname... Tú hermana me contó lo que han sufrido... Cómo siempre has querido ser niña, lo del concurso, lo del tratamiento... ¡Todo!...

Mi madre intervino, colocando frente a mí un plato con verdura cocida:

–Desayuna rápido, Angie… Don Mateo ya llegó por ti...

En silencio, sin tocar el plato, me levanté... Pasé el día completo con la mente bloqueada... ¡Ni siquiera pude disfrutar el verme, por primera vez, como una delicada bailarina de ballet!...

Para cuando llegó el fin de semana, yo había tomado la extraña decisión de odiar a Adiel. Lo cierto es que él se mostraba respetuoso, hasta cálido. Pero no podía yo actuar de otra manera.

–Angie, no me trates así –me dijo una tarde–... Te entiendo... Más de lo que crees... Todos tenemos secretos… Alguna vez te contaré lo que viví en el malecón de la Habana y en la Quinta Avenida, hasta que pude salir de Cuba...

–Guarda tus materiales para un productor –lo corté–... Igual, inspiras una telenovela...

El fin de semana en Cancún me resultó reconfortante. De entrada, Chassier no quiso que viajara yo en el avión comercial fletado especialmente, sino que me invitó a su jet privado. Únicamente lo acompañábamos mi madre, Pierrick, Fanny y yo, así que me dejé consentir.

Huelga decir que nos hospedamos en el Ritz Carlton. A mi madre y a mí nos asignaron unas suites maravillosas con vista al mar: la mía, mucho más lujosa y amplia, fue para ella una especie de bofetada...

–¡Vaya! ¡Lo que faltaba! –se quejó–... Creo que el franchute no reconoce mi trabajo contigo...

Me encerré, saboreando de antemano mi tiempo a solas... Sobre la cama, noté una caja larga. Me acerqué: procedía de una exclusiva boutique. A los lados, se desparramaban docenas de mis chocolates favoritos... Había una tarjeta: "Por favor, ocupa esto para el estreno del reality. Yves"... Abrí la caja: guardaba un un mini vestido rojo precioso, sin tirantes, con escote bañera y amplios cortes laterales. Lo completaba una tanga roja con diseño de cuatro tiras y un par de zapatillas de tacón alto, abiertas, también en color rojo... Suspiré...

Fui de inmediato a la primera reunión de trabajo: en una salón del hotel, me esperaban ya los otros once competidores. No me fue difícil ubicar a los papeles principales del "drama televisivo" que estaba por comenzar: José Manuel el guapo, con pinta de fresa; Óscar, el rico creidísimo y fanfarrón; Gabriela, la buena de la historia, toda ternura; Wendy, la intrigosa... Sin embargo, de inmediato me cayó bien Francisca, una humildísima niña de pueblo, gris en su apariencia pero de voz extraordinaria.

–¡Bienvenida, Angie! –saludó Pierrick–... Pasa... Saluda a tus compañeros...

Vi las cámaras discretamente dispuestas, pero grabando los detalles del encuentro. Hice migas naturales con Gabriela y, por supuesto, con Francisca. Reconozco que traté de evitar a José Manuel, sabiendo su rol: "uno de los que se enamorarán de ti", había dicho Chassier.

–¡Todas ustedes son tan bonitas! –nos dijo Francisca, mientras bebíamos cócteles sin alcohol– ¡No sé qué hago yo aquí, ni para qué hice gastar a mi familia tanto dinero!

–Cantas bien, ¿no? –le dije, con sinceridad– ¡De eso trata el concurso; no es Señorita México!

Gabriela se incomodó un poco. Ostensiblemente... Pero manifestó su acuerdo conmigo. Y remató:

–Si fuera por belleza, tú, Angie, nos ganarías a todas...

Me sonrojé.

–No nos vengas con falsas humildades –sentenció Francisca, un poco más relajada; casi divertida–... Te das perfectamente cuenta de lo que tienes, y sabes sacarle partido; aprovecharlo...

–¿A qué te refieres? –pregunté...

Gabriela, juguetona, me arrojó el rabito de su cereza...

–Obvio, niña coqueta: a cómo te sientas, a cómo gesticulas, a cómo te mueves...

–A cómo vistes y a cómo te arreglas –acotó Francisca...

Recordé a mi madre, con atuendo provocador, acariciándose las nalgas: "Las mujeres tenemos esta ventaja. Lástima que naciste hombre: nunca sabrás todo lo que se puede obtener con esto"... ¡Dios! ¡Ya lo estaba sabiendo!

–No digan eso –declaré, con un poco de amargura...

–¡No te atacamos, amiga! –me abrazó Gabriela– ¡Al contrario!

–Pues sí –se encogió Francisca de hombros–: eres mucho más bonita que nosotras, y Dios te dio mejor cuerpo...

–¿Qué podemos hacer contra la herencia? –se rió Gabriela– ¡Tu hermana y tú parecen clones de Barbies perfectas!

De un rápido vistazo, comparé mi cuerpo con el de las mujeres del reality. "¡Rayos!", caí en cuenta. "¡Mis senos son los más desarrollados!".

En efecto, sin interrumpir las aplicaciones de Decolette 3D+ y de Suprem’Advance, mis mamas (¡eso eran ahora!) me habían seguido creciendo, pero no sólo se me habían comenzado a ensanchar también los pezones sino que tenía las areolas más pigmentadas. De hecho, observaba el contorno diferenciado de cada una de estas partes; y notaba ya peso en las copas de mis brassieres, y mayor tensión y ceñidura en sus tirantes.

Mis curvas resultaron mucho más evidentes el domingo por la mañana, en la playa. Vistiendo el conjunto de Victoria’s Secret que mi madre había seleccionado y como ella misma lo había vaticinado, pronto fui objeto de la atención no sólo de los competidores y de la gente de la televisora, sino de algunos cercanos bañistas. Chassier, tranquilamente acomodado en una silla de playa, me mandó llamar.

–Siéntate, Angie –me pidió, señalando otra silla junto a él–... ¿Qué quieres tomar?...

–Un jugo de naranja...

Chassier chasqueó los dedos a un amabilísimo mesero. Luego, me vio.

–¿Te gustó el vestido?

–Es hermoso, señor... Muchas gracias...

–Quiero que luzcas espectacular, hoy, en la primera transmisión del reality... Habrá reporteros de varios medios, invitados especiales... Incluso el Gobernador de Quintana Roo... Tony se encargará de maquillarte y de peinarte...

El mesero llegó con el jugo, dándome tiempo para organizar mis pensamientos. Una duda me carcomía, y preferí externarla:

–¿Puedo preguntarle algo, señor?

–Desde luego...

–¿Ese reality tiene ya un ganador?

Chassier se fue para atrás...

–¿Lo sabes o lo intuyes? –esquivó...

Me levanté de la silla, inclinándome hacia el productor, mostrándole descaradamente el cada vez más marcado inicio de mis senos:

–Sea honesto conmigo, por favor... Usted sabe que soy discreta...

De la mesilla entre nosotros, Chassier tomó su inseparable cigarrera.

–Angie, tu carrera está asegurada... Créeme... Para ti, este reality es sólo el lanzamiento...

Respondí con total honestidad:

–Señor, no me interesa saber si saldré victoriosa o no... Simplemente, algo me dice que la trama va más allá del desarrollo del concurso... Que, incluso, llega a los resultados...

Chassier jugó con la cigarrera, tomó un puro y lo encendió:

–Hay una ganadora, pero no eres tú...

–¿Es Gabriela?

Chassier tosió:

–¿Esa puta te lo dijo?

Reí:

–No... Me fue obvio...

Volví a acomodarme en la silla, y tomé mi vaso de jugo. De forma inexplicable, Chassier inició una letanía de justificaciones:

–Gabriela tiene madera de baladista, pero es insípida... El triunfo le ayudará a colocar más discos... Tú no necesitas eso: brillarás por ti misma...

Vi al productor con ojos falsamente divertidos:

–No me preocupo por mí... Sospecho, por ejemplo, que Francisca no está al tanto de la trama... Ella realmente le está poniendo corazón y esperanzas al reality...

Chassier lanzó una exhalación quejumbrosa.

–A diferencia de Karen, tú tienes escrúpulos... No sé qué tan bueno sea eso para ti... O para mí...

Traveseé, coquetamente pero sutil, acariciándome los labios con el popote... Aparenté casualidad... Porque tenía la seguridad de que estaba a punto de averiguar más...

–Me da la impresión, señor, de que así le gusto a usted...

Chassier lanzó una carcajada...

–¡Demonio de mujercita! –con una seña, ordenó al mesero que le llenaran el vaso con ginebra y agua de coco; bebió un largo trago–... Francisca no tiene maldita idea, en efecto... Es la pobre rancherita con la que millones de televidentes jodidos se identificarán: su presencia nos garantiza un montón de dinero por concepto de llamadas...

–Aunque no le cuenten a su favor...

Chassier me señaló con el vaso:

–No me provoques...

Quedé en silencio... Si yo, como mujer, era una farsa, ¿qué más podía esperarse del maldito concurso? Sin embargo, me dolía el porvenir de Francisca... "Tengo que ayudarla", reflexioné...

Por la noche, en un antro de moda contratado ex profeso, vimos el inicio de las transmisiones del reality: los castings de los doce participantes, más algunos "de relleno" (incluyendo los más ridículos). Conforme a las instrucciones del productor, usaba el mini vestido rojo, y había dejado que Tony me realizara un peinado alto, muy sofisticado, y un maquillaje intenso. Dado que Chassier me había destinado una limosina, mi arribo a la alfombra roja había resultado espectacular: tras asolearme, mis hombros, mi espalda, mis piernas y casi la mitad de mis senos, fulguraban con un saludable tono canela, acentuado por sutiles y hábiles toques de glitters, por lo que los flashazos de las cámaras arrancaban matices tornasolados a mi piel...

De inmediato, me condujeron a la mesa de Chassier: ahí, esperaban ya el Gobernador de Quintana Roo, el presidente municipal de Cancún, Pierrick, Fanny, Francisca ¡y Juan Manuel!

–Te ves preciosa –me saludó Chassier de beso...

Instantes más tardes, mi actuación, en la pantalla, me desconcertó: era yo y no era yo: aunque profundamente femenina y descaradamente sexual, mi figura me parecía mucho menos voluptuosa que la que el espejo me había devuelto al arreglarme... Con un susurro, el productor confirmó mis sospechas:

–¡El ejercicio y la dieta te han sentado bien! ¡Estás mucho más buena y piernuda!

Sentí la boca seca... Y volví los ojos hacia la mesa de mi madre... "A mi cuerpo le está pasando algo muy, muy extraño", concluí...

Algo trabó mis cavilaciones: con discreción, Pierrick me deslizó una tarjeta: "Ya hay fotógrafos y reporteros en la pista. Juan Manuel te va a invitar a bailar. Acepta y sé coqueta"...

En cuanto sonó la música, el chico se puso de pie, fue hacia mí, se inclinó y me tomó de la mano:

–¡Showtime! –me susurró al oído– Debo comenzar a enamorarme de ti...

Vi a Chassier: me guiñó un ojo y sonrió...

Me levanté en confusión. Sólo acerté a decir:

–¿Si?

Juan Manuel se encogió de hombros...

–Sí... Y no será difícil... Créeme...