Una voz angelical (4)

Mi madre vio el material y dejó traslucir emociones paradójicas: regocijo mezclado con envidia. ¡Mi imagen de mujer era ahora mucho más fotogénica que la de ella!

Me levanté de la cama con mucho cuidado, tratando de aclarar mi mente. Por supuesto, mi madre no me dio respiro alguno:

–¿O acaso no fue, para ti, una experiencia que te marcó?... ¡Te comportaste absolutamente sexy y coqueta, chica! ¡Y qué habilidad tienes para mover el culo!... Puedes negármelo ahora, pero creo que ya estás disfrutando el ser mujer...

Nada respondí. Mi madre sonrió, y llevó su discurso por otros rumbos:

–Caíste en la cama, como tronco... Apenas si pude quitarte la peluca y los pupilentes... ¿Descansaste?

Asentí. ¡Dios! ¡Cómo me pesaba la nuca! ¡Y qué espanto de mareo!

–En fin... Casi es la una y media de la tarde, así que arréglate...

Me desnudé lentamente y fui al baño. Obvio: me quedé un buen rato bajo la ducha, dejando que el fresco goteo masajeara mi cabeza y se llevara la absurda sensación de depresión y todas las demás molestias. Luego, puse especial cuidado en retirar de mi entrepierna los restos de cinta adhesiva y las tramillas de esperma reseco. "¡Dios mío!", reflexioné. "¡Qué loco! ¡De tanta excitación, anoche eyaculé sin erección y sin tocarme el pene!".

Cuando salí, mi madre me ayudó a ponerme una de sus batas de baño y me envolvió el pelo con una toalla.

–Antes de que te vistas –disparó en el trayecto–, te daré tus complementos alimenticios...

–¿Complementos? –me intrigué...

–¿Recuerdas que se los pedí al doctor Sáenz?

–Más o menos...

–Él me sugirió dos productos naturales para que desintoxiques tu cuerpo: grageas de alga espirulina e inyecciones de lecitina de soya... Así, la dieta que te prescribirá te hará mayor efecto...

Me encogí de hombros, plenamente consciente de que cualquier discusión resultaría inútil. Entramos al cuarto rosa y, en efecto, sobre el tocador había un vaso de agua, un platito con una pastilla y una jeringa prellenada...

–¿A qué hora compraste todo esto?

–Tú duermes, yo trabajo... Tú me apoyas, yo te apoyo...

Tragué el medicamento, primero. Después, me abrí la bata y me acosté bocabajo en la cama; mi madre, tras pasarme por el glúteo un algodón empapado en alcohol, me clavó la aguja hasta el fondo: pronto, noté la penetración de un líquido levemente espeso, distribuyéndose entre mis tejidos...

–¿Y ahora? –cuestioné...

–A comer...

Me incorporé y me fui, en bata de baño, a la cocina: en la mesa, para mi decepción, sólo había un plato con un pequeño filete de pollo asado y verduras cocidas, un vaso de limonada sin azúcar y una taza de insípido té.

–¿No sobró comida china? –pregunté.

–¿Estás loca? ¡Tuve que terminármela! A partir de ahora, cuidarás siempre lo que comes...

Suspiré. Obvio: no tardé en devorar mis alimentos.

–¿Hay más pollo? –deslicé...

–No por ahora... Vamos a que te arregles.

–¡Tengo hambre!

Pese a mis protestas, regresamos al cuarto rosa. En cuanto me retiré la bata, mi madre me vio el torso, con una carga de repulsión:

–¡Qué horror! Te está saliendo vello en el pecho... ¡Pareces hombre!...

Me miré. Nada distinguí.

–¿Cuál vello?...

–¿Me llamas mentirosa?

Temblé...

–Karen, yo...

–Cállate... Deja todo en mis manos...

Mi madre fue a su cuarto y regresó con un frasco cilíndrico.

–¡Qué bueno que tengo el Decolette 3D+ y el Suprem’Advance! ¡Son excelentes depiladores! ¡Yo misma los he usado!

Abrió los frascos: resultaron ser sprays. Me disparó la sustancia del primero en los pectorales, de manera generosa, y comenzó a untármela, con delicados movimientos en círculo. Luego, repitió la acción con el segundo...

–Tienen una textura agradable –dije...

–No me extraña: son de Jeanne Piaubert, un instituto de Francia... Los dos cuestan casi 310 euros... Agradece que yo no repare en gastos y te lo comparta... Quedarás perfecta...

Tras la aplicación de los sprays, mi madre fue muy cuidadosa en ocultarme el pene y los testículos con la cinta adhesiva, y en vestirme una pantaleta hipster cheeky de algodón, con acabado de picot. Luego, me pasó unas delgadísimas copas adhesivas de silicona...

–¿Y esto?

–Tus tetas...

Ante la simpleza de los materiales, una expresión me salió del alma:

–¿Y los explantes?...

La carcajada de mi madre no se hizo esperar:

–Mira a la niña: le encantó ser una putita voluptuosa...

Aún sin querer admitirlo, tuve que reconocer internamente la veracidad de esa afirmación: tenía ganas de experimentarme, otra vez, como una mujer sexy; de percibir quemantes miradas masculinas en mis nalgas y en "mis senos"...

–No es eso –titubee, buscando justificaciones...

–Recuerda que anoche fuiste una edecán mayor; desde este momento, debes actuar como una adolescente...

–¿O sea?

Mi madre comenzó a adherirme las copas...

–Las chicas de tu edad no están tan formadas aún... Pero descuida: conforme tu cuerpo se vaya desarrollando, podrás irlo luciendo...

–¿Qué quieres decir?

–Que te despreocupes...

Finalmente, me pasó un muy femenino conjunto deportivo Nike (integrado por un pantalón pirata negro, con cordón de ajuste en el interior; y por una chaqueta de cuello alto y manga corta), y unos impresionantes tenis guess ¡de tacón alto!

–Ven al espejo –invitó mi madre...

Caminé, pues, viendo mi reflejo desde el primer momento. Noté, para mi estupefacción, que el éxtasis consumido en el evento había generado un condicionamiento operante en mí, ¡y que ya no podía dejar de imitar los provocativos aunque delicados gestos de las edecanes porque tal cosa me generaba una especie de placer físico! Para rematar, otras dos peculiaridades subrayaban, aún más, mi transformación: el par de "tímidos senos" estampándose en mi ropa, y, de nuevo, la obligación de balancear mis caderas para mantener el equilibrio. ¡Me faltaba exhuberancia por la ausencia de los explantes, sí, pero no me veía menos mujer: simplemente lucía joven y fresca!

–¡Cielos!

–Acostúmbrate a tu nueva imagen –me siseó mi madre, mientras me recogía el pelo en una coleta–... Será tu compañera por mucho tiempo...

Al oír estas palabras, temí, por primera vez, que todo el absurdo proceso iniciado por mi madre me marcara, que me dejara secuelas permanentes... Si ya mis gesticulaciones y mi manera de vestir habían perdido masculinidad, ¿qué otros efectos debía esperar?...

–¿Cuándo volveré a ser niño?

–No mientras estás en el concurso, desde luego –reconoció mi madre, y comenzó a perfumarme...

Me estremecí.

Justo a las cuatro, una camioneta hummer color rosa se detuvo frente a la puerta. El amabilísimo chofer, un simpático hombre de unos cincuenta años, se anunció con formalidad extrema:

–El señor Chassier me indicó ponerme a sus órdenes –dijo–... Soy Mateo...

–Mucho gusto –respondió mi madre, pasándole una mochila...

Llegamos a la televisora en un santiamén. De inmediato, nos condujeron a la oficina de producción de Yves Chassier, donde nos aguardaba el mismo equipo que había yo conocido el día anterior. Ramiro Bretón fue el primero en acercarse a mí: me saludó de beso y me separó de mi madre.

–Acompáñame... ¡Qué bueno que vienes así, Angélica, cómoda y bien dispuesta!...

Atravesamos un pasillo y llegamos a una pieza larguísima, con apariencia de salón de belleza: la actividad ahí, frenética, se desbordaba: en cómodos sillones, un montón de famosas estrellas estaban siendo arregladas: desde un anciano actor de carácter (leyenda en el país) hasta una polémica vedette cubana, pasando por un galán de telenovelas y la vocalista de un grupo de rock... Ramiro me asignó un lugar, y llamó a un amanerado estilista.

–Angélica, él es Tony y te atenderá... Ya le he dado instrucciones precisas de lo que queremos...

–Hola, hermosa –saludó...

–Hola –respondí–... Mucho gusto

Ramiro regresó al estudio, no sin antes ordenar:

–Llámame en cuanto termines, Tony... El señor Chassier quiere verificar personalmente el look...

Tony asintió. Luego, se dirigió a mí, guiñando un ojo:

–Ramiro es guapo, pero muy autoritario... ¿No crees?

Un rayo frío me atravesó la columna vertebral. "Tony es un homosexual... ¡Y yo no quiero serlo!", concluí. "¡Aunque me excita parecer mujer, no pueden llegar a gustarme los hombres!"... Traté de poner la mente en blanco... Pero una pregunta del estilista me sacó de equilibrio:

–¡Qué callada estás, niña!... ¡Si no quieres que las dos nos aburramos como ostiones, cuéntame algo!... ¿Tienes novio?...

No fue el hecho de que Tony, cuadrado de cuerpo, hablara de sí mismo en femenino lo que me desconcertó (él, al igual que yo, usurpaba simbólicamente un género), sino el recordar, de golpe, mi comportamiento como edecán horas antes: no quería que me gustaran los hombres, pero en el evento de la constructora había hecho todo lo posible por calentarlos, incluso el fomentar que un gerente ebrio me imaginara a mí, como hembra, teniendo relaciones sexuales.

Antes de poder frenarme, unas palabras de tono sugestivo salieron de mis labios:

–Sí... Se llama César...

–Muchos machitos se ponen celosos cuando sus novias se vuelven famosas... Ojalá que tu galán entienda tu nueva carrera...

Dos mujeres se acercaron para apoyar a Tony.

–¿Qué hay qué hacer? –preguntaron.

–Es una chica de Yves Chassier... Ya saben: lo que a él le gusta...

Una de las mujeres le guiñó el ojo:

–Entonces no la maquilles antes de que el franchute la revise...

Las siguientes dos horas, de hecho, fueron estresantes. Desconocía cuáles eran los criterios establecidos, así que me sometí con mansedumbre: me arreglaron las manos (cambiándome las uñas postizas), me realizaron pedicure francés, me depilaron las cejas, me dieron un tratamiento facial y me colocaron extensiones en el pelo...

–Voy por monsieur Chassier –indicó Tony...

Al ver los primeros resultados en mí, el productor se mostró complacido.

–Hiciste bien en pedirme que la revisara antes del maquillaje –le dijo al estilista–... Colócale un poco de colágeno en los labios, casi nada; el pelo, un poco más rizado...

–¿Qué tonos quiere en el rostro, señor?

–Son tu elección... Sólo recuerda que es la chica fresa y coqueta del reality...

–¿Algún piercing? ¿En la nariz, quizá, como la protagonista de su actual telenovela?

–Buena idea... Pero no se lo pongas en la nariz, sino en el ombligo...

Si el piquete en los labios me dolió, pese a los anestésicos, el del ombligo fue brutal: mientras yo sostenía mi chaqueta, apenas abierta a medias para no revelar la falsedad de "mis senos", Tony me atrapó la piel con unas pinzas y luego me insertó la aguja, seguida por un delgadísimo tubito de plástico esterilizado, entre dos marcas previamente trazadas. Aullé...

–Disculpa que no me espere el efecto de la crema –se encogió de hombros Tony, retirando con habilidad el tubito y colocando el piercing–... Nos queda poco tiempo...

Puede relajarme un poco durante el maquillaje, aunque no demasiado: Pierrick llegó con gesto de urgencia.

–El fotógrafo está listo... Vamos a tu camerino...

Cuando me levanté y me vi al espejo, casi me voy para atrás: el arreglo a que mi madre me había sometido la noche anterior, era nada frente al que ostentaba en ese momento. Mi rostro, absolutamente feminizado (con la nueva apariencia de mis cejas finísimas y de mis labios carnosos), estaba enmarcado por un larguísimo cabello de abundantes reflejos color miel; de hecho, emanaba una sensualidad desconocida para mi... ¡Nunca pensé que podía yo portar ese magnetismo!...

En el camerino, me esperaban mi madre, Fanny y Ramiro, frente a un armario portátil, desbordante de ropa.

–¡Qué guapa estás! –me saludó Fanny...

–Gracias –contesté...

Fanny me señaló la ropa:

–Un regalo del señor Chassier... ¿Te gusta?

Eché un vistazo: ¡todas las prendas, de inmejorable gusto y a la última moda, eran de los mejores diseñadores mexicanos y extranjeros! Quedé en shock.

Con energía imparable, Ramiro comenzó a elegirme el primer atuendo. Nunca lo olvidaré: combinó una minifalda azul marina con una camiseta Zara de manga corta en estilo juvenil. Añadió un cinturón muy vistoso, unos sensacionales aretes largos y una muy femenina pulsera (ambos de plata), para rematar con unos buenos botines de tacón generoso.

En cuanto terminé de vestirme, Pierrick me llevó a un set cuidadosamente preparado. El exceso de luz de los reflectores, sobre un fondo blanco, me arrojó un inesperado golpe de calor...

–Súbanle al aire acondicionado –gritó el francés...

Ramiro entró tras de mí y señaló a un tipo, sentado al frente de una computadora.

–Angélica, te presento a Ray Webster, uno de nuestros mejores fotógrafos.

Ray se levantó y, empuñando una Nikon, se acercó... Lo vi mejor: evidentemente estadounidense, de pelo intensamente rubio y barba de varios días, se movía con una seguridad masculina impresionante.

–Tienes un rostro precioso... ¡Qué ojos!... ¡Qué color de piel!... Creo que retratarás muy bien...

Pierrick, mientras tanto, daba instrucciones a unos camarógrafos y al resto del staff.

–¿Qué debo hacer? –le pregunté a Ray.

Él me respondió con un gesto seductor.

–Ser tú misma, bebé... Ven...

Me tomó de la mano y me dejó en el centro mismo de la luz.

–Regálame una sonrisa –pidió...

Oí el primer clic, y, como en automático, me brotó el comportamiento de la noche anterior: volví a sentirme sexual, terriblemente sexual. Mientras tanto, las instrucciones de Ray me llegaban como irresistibles desafíos:

–Voltea a tu derecha... Menos... Así... Dobla tu pierna... ¡Muy bien!... Deja que se te suba un poco la falda; como por descuido... ¡Excelente!... Eres muy natural... Agáchate... Las nalgas, paraditas... ¡Quédate así! ¡Te ves riquísima!... Mírame... Separa los labios... ¡Genial!...

Cuando Ray comenzó a descargar mis primeras fotos en la computadora, mi madre se hizo presente.

–¡Tu hermana es toda una modelo! –le dijo...

Mi madre vio el material y dejó traslucir emociones paradójicas: regocijo mezclado con envidia. ¡Mi imagen de mujer era ahora mucho más fotogénica que la de ella!

–Así que la pequeña de la familia ha superado a la mayor –bisbiseó con amargura...

Preferí callar y regresé con Pierrick al camerino. Ramiro ya había elegido ropa: un mini-vestido muy ajustado, en color beige, complementado por unos aretes de oro bellísimos , por una cartera dorada de Carolina Herrera y por unos originales zapatos transparentes con plataforma en el mismo tono.

Así, foto tras foto, cambio tras cambio, perdí la noción del tiempo.

–¡Hemos terminado! –anunció Ray.

Me sentí feliz: él cansancio me estaba haciendo su presa. Fui al camerino y me derrumbé sobre la cama... Mi madre entró y se sentó a mi lado.

–¡Tengo hambre! –me quejé– ¡Me voy a morir!

–¡Qué poca resistencia, hermanita!

Aunque la puerta estaba abierta, Fanny tocó con desparpajo:

–¿Se puede?

Levanté la mano y dije que sí con el dedo...

–Angélica es una perezosa –me acusó mi madre...

Fanny rió:

–Tenemos algo que te reconfortará.

El doctor Sáenz entró, acompañado de una cocinera:

–Buenas noches, linda...

–Doc –balbucee.

–Te traigo la cena...

Me incorporé como un rayo. Fanny desempotró, de la pared, una mesita, y la cocinera depositó en ésta una charola con un apetitoso filete de pescado, ensalada, fruta con queso cottage y un agua mineral helada.

–Comienza a cenar –me sugirió Fanny–... Por hoy, terminaste...

La cocinera vio a mi madre.

–Siéntese usted también, señorita. Le traeré su cena de inmediato.

Sáenz le dio a mi madre un legajo:

–Angélica debe seguir esta dieta... A partir de este momento, prácticamente comerá y cenará aquí, así que usted sólo tendrá que lidiar con el desayuno... ¿Puedo confiar en que vigilará la alimentación de su hermana? ¿Qué no habrá colaciones o sorpresas desagradables?

–Absolutamente –asintió mi madre.

–¡Me alegro!... Toda la información está organizada por día: hoy es el uno... Siga el orden, y ya... La revisaré en dos semanas...

En cuanto terminé de cenar, mi madre me pidió que la acompañara al baño. Una vez ahí, me abrió la blusa que llevaba yo en ese momento, me retiró las copas y sacó de su mochila el Decolette 3D+.

–¿Otra vez? –me quejé...

–El Suprem’Advance sólo requiere aplicación por las mañanas, pero este depilador va después de cada alimento...

–¡Ay, Karen! ¡En serio no sé de que vello hablas!

–¿Vamos a comenzar con diferencias de opinión, otra vez? –se alzó, belicosa.

Callé y me dejé hacer, sintiendo una franca incomodidad. Justo cuando me estaba yo readhiriendo los "senos", para después ponerme el conjunto deportivo e irme a descansar, Ramiro me alarmó:

–Angélica –gritó a la puerta del baño–, hubo un cambio de planes... Te llaman en el estudio "C"...

–¿Dónde hice el casting?

–Sí... Pero primero pasa con Tony... Otra vez...

–¿Qué?...

Por órdenes de Chassier el estilista me cambió el peinado, dejándolo con un look más natural, y me retocó el maquillaje.

–Puse tu cambio en ese vestidor de la esquina, para que no pierdas tiempo en el camerino –me dijo Ramiro...

Obedecí: encontré un mini-short True Religión de mezclilla, una ombliguera negra y unas botas de caña alta (un poco arriba de la rodilla) con aplicaciones en metal. El mini short, debo admitirlo, fue toda una revelación: ajustadísimo, me estrechó la cintura, me aplanó el vientre y me levantó el trasero.

Afortunadamente, no tuve que caminar: un carrito de golf me recogió y me dejó en el estudio en menos de dos minutos. Me sorprendió lo que vi: la escenografía, la iluminación, la mesa de los jueces. ¡Todo lucía igual que el día del casting, salvo que ahora, aparte de los camarógrafos, sólo había dos persona en el auditorio: Yves Chassier y un floor manager!

–Repetirás tu actuación, con una actitud coherente a tu papel –me indicó...

–¿Mi actuación?

–Sí... Canta "Ésta soy yo"... Pero más sexy... Para que te quede claro: deja salir a la puta que toda mujer lleva dentro...

Lejos de ofenderme, las palabras de Chassier me prendieron. ¡La niebla del éxtasis se había expandido por mi mente de forma demoledora!

–Sí, señor... Entiendo...

El floor manager me dio la señal, e inicié mi interpretación de manera audaz, dejándome dominar por el mismo espíritu que había surgido en mí, como edecán. Incluso, recordé y copié la forma en que Alyssa se paraba, a fin de lucir más las nalgas, y un movimiento pélvico incitante que era especialidad de Estefanía. Cuando terminé, el productor lucía satisfecho:

–No me equivoqué... Eres mi próxima cantante de pop...

Un golpeteo de pasos, desde la entrada, me hizo voltear: Thea, Jaime Rocha y Gabriel Jarrell entraban, partiendo plaza.

–Bonsoir, Yves –saludó Jarrell...

Thea me guiñó un ojo.

Los jueces ocuparon su mesa... Chassier me vio:

–Ahora, vamos a grabar el principio... Sal, vuelve a entrar y preséntate como Angie...

–¿Angie?

–Tu nombre artístico...

Me retiré tras bambalinas y oí el conteo del floor manager. Entonces, avancé con paso felino. Como en el casting original, Gabriel Jarrell gritó:

–¡Número dos!

Thea intervino:

–¿Cómo te llamas?

–Angie... –contesté.

Jaime Rocha me dedicó una sonrisa genuina:

–Eres muy guapa, Angie... Bienvenida...

–Gracias...

Yves Chassier interrumpió la grabación:

–¡Corte!... Que regresen sobre Angie, en full shot –le dijo al floor manager; luego, un tanto reflexivo, me vio–... Angie no digas sólo gracias... Coquetea un poco con Jaime... Luce tu cuerpo, carajo...

–Va de nuevo –indicó el floor manager–... En cinco, cuatro, tres...

Conté mentalmente y traté de recordar las estrategias tantas veces vistas en mi madre.

–Eres muy guapa, Angie –volvió a decir Jaime–... Bienvenida...

Con sutileza femenina natural, doblé levemente la rodilla izquierda y eché todo el peso de mi cuerpo sobre la pierna derecha. Obvio: mis caderas dieron un requiebre. Clavé mis ojos en los de Jaime, tratando de mostrar atrevimiento y timidez en partes iguales. Ladeando un poco la cabeza, sonreí y jugué con mi pelo:

–Gracias... Me siento feliz de estar aquí, contigo –sonreí, de nuevo–... Y con todos ustedes...

Hubo algo eléctrico en el ambiente. Jaime se quedó genuinamente boquiabierto, y Thea tuvo que reaccionar:

–¿Qué vas a cantar, Linda?

–"Ésta soy yo"...

–¡Corte! –gritó Chassier– ¿Cómo quedó la toma?

El floor manager consultó al personal de cabina, usando su diadema de audífono con micrófono...

–Perfecta, señor... ¿Quiere que hagamos una de protección?

–¡No, no! ¡Me encantó así! ¡Fue muy natural... ¿Te comieron la lengua los ratones, Jaime?...

El compositor y pianista movió la cabeza, divertido:

–¡Estás muy cambiada, Angélica! –me declaró– ¡Ten cuidado con los consejos que te están dando!

–Terminemos con esto –ordenó Chassier–... Sólo faltan los comentarios de los jueces... Y grabar tu reacción: la vez anterior, casi regresas a las butacas... ¡Celebra el haber sido seleccionada y entra, con júbilo, a bambalinas!...

Fue Thea quien comenzó ahora:

–Tienes una voz maravillosa...

–Y mucha energía –agregó Jaime...

Gabriel Jarrell permaneció en silencio.

–Voto a favor –siguió Thea...

Jaime sonrió:

–¿Qué opinas tú, Gabriel?

Jarrell suspiró. Tomó su copa de vino y la olió...

–Angie, evidentemente eres una chica a la que la vida nada le ha negado... ¿Por qué darte esta oportunidad a ti y no a alguien más?...

No esperaba la pregunta. Gabriel ignoraba lo que era mi vida real: no hablaba conmigo, de hecho, sino con el papel que estaba yo actuando (por coacción de mi madre, primero; a instancias de un productor televisivo, después). Lo absurdo fue que no puede contestar como Ángel (¡francamente hubiera llorado, y pedido que me sacaran de ahí!)... Ser Angélica, en cambio, me daba una fuerza nueva, una influencia que no había conocido como varón.

Con exquisitez, me pasé la lengua por los labios, y sólo dije:

–Porque soy capaz...

Y le guiñé el ojo...

Gabriel se encogió de hombros:

–Pues, felicidades, Angélica... Bienvenida a "Jugar y cantar"...

Oído el "veredicto", salté, echando mis piernas juntas hacia atrás y alzando el brazo derecho. Luego, me fui a bambalinas...

Pierrick me alcanzó:

–¡Lo hiciste muy bien! ¡Conozco al señor Chassier y sé que estará complacido! Sólo espera unos minutos... Te harán una entrevista breve, y podrás irte a descansar...

–Gracias, Pierrick...

–Si gustas, en lo que llega Don, pasa al teatro estudio...

Lo hice... De hecho, iba a acomodarme en una butaca del extremo, pero Chassier me indicó que me sentara a su lado... Ahora iban a grabar la actuación de un chico llamado Flavio.

–Él será el chico fresa del reality –me explicó–; uno de los que se enamorarán de ti...

Cuando lo vi en escena, me sentí terrible. No sólo por lo absurdo de lo que acaban de revelarme, ¡sino porque el muchacho me cayó mal: era el típico prepotente de colegio rico!

–¿Qué vas a cantar? –preguntó Jaime...

–"Ritmo total"...

Flavio comenzó su interpretación con carácter, pero justo en la parte de "para mi ese algo especial; viva la música, dámelo ya", le salió un "gallo" horrendo... Ni siquiera el estilo caprino de Enrique Iglesias justificaba el accidente vocal...

–¡Corte! –gritó Chassier...

Flavio, apenadísimo, se retiró por propio pie.

–Localicen a José Manuel... –berreó el productor– Lo quiero aquí, mañana, temprano... Sustituirá a este imbécil...

Luego me vio, con rostro compungido.

–¿Ves a lo que me refería en tu casa?... ¡Odio esto!

Asentí. Sus ojos adquirieron un brillo especial. Me vio las piernas; después, el rostro:

–Contigo las cosas son distintas –agregó, entonces, depositando, como con descuido, su mano tibia en mi muslo derecho–... Puedo ver tu futuro...

Pierrick me llamó:

–A bambalinas, Angie... Don está listo...

Chassier me tomó la mano y me la besó... Me levanté, en confusión, y fui a la entrevista... Comencé a preocuparme: tarde o temprano, siendo niño, la voz me cambiaría... ¡Mi destino, pese a lo que mi madre deseara, era el mismo de Flavio! De cualquier modo, traté de mostrar una actitud coqueta y festiva ante la cámara.

–Angélica, eres la primera niña seleccionada para el reality show. ¿Cómo te sientes?

–Feliz de estar alcanzado mi sueño...

Cuando llegué al camerino, mi madre y Fanny bebían vino y charlaban como grandes amigas.

–¿Cómo te fue? –me preguntó Fanny...

–Bien –contesté–... He terminado... Quiero cambiarme y huir...

–Tendrás que irte vestida así –me sonrió mi madre, ligeramente ebria...

–¿Y eso?

–El señor Chassier ordenó que trasladarán toda tu ropa al departamento plata, incluyendo tu conjuntito deportivo –informó Fanny...

Pierrick entró, con evidentes muestras de fatiga:

–José Manuel está en Nuevo México con su familia –le dijo a Fanny–... Consígueme un pasaje de avión, para cuatro personas...

–Yo ya les había dicho que ese niño era mejor opción...

–Conoces al jefe... Si no nos mete en apuros, no está feliz...

Ramiro se unió al grupo... Traía un llavero en la mano...

–¡Qué horror con el cambio de participante! ¿No? Tendremos que retrasar la producción del reality uno ó dos días...

–En fin –se consoló Fanny–... Eso nos dará tiempo de mejorar la escenografía: no me terminan de convencer las líneas amarillas huevo que le pusieron...

–Disculpen –intervine–... ¿Me puedo ir?

–¡Por supuesto! –reaccionó Ramiro– Tengan las llaves de su nuevo departamento... Mateo los espera en la hummer...

Pierrick me detuvo:

–El horario que comenzamos a integrar contigo, en tu casa, quedó listo para las próximas dos semanas... A partir de mañana, a las 11, tienes entrenamiento, y clases de canto y de etiqueta... Así nos dará tiempo de seleccionarte las canciones... Con el repertorio decidido, trabajarás las coreografías...

–¡Rayos! –me quejé...

–Tu copia del horario ya está en tu habitación... Buenas noches...

El departamento plata, en realidad el penthouse de un edificio en la zona más exclusiva de la ciudad, me resultó apabullante no sólo por el despliegue de lujo y de tecnología, sino por un detalle concreto: nada masculino había en la decoración.

–El señor Chassier fue muy específico –nos explicó Mateo–, mientras dejaba la mochila en la sala y nos explicaba los intríngulis de controles remotos, apagadores y botones–... Quiere que sus niñas estén a gusto...

En efecto: el sitio era perfecto para dos mujeres. En mi habitación, de hecho, descollaban, una computadora de diseño vanguardista en color rosa y un montón de finísimos peluches, acomodados con buen gusto; sobre mi tocador y a sus lados, se acumulaban varios equipos de maquillaje (incluyendo un neceser repleto).

–¿Ya vio su vestidor, señorita? –me preguntó el chofer, señalándome una puerta–... Ahí le puse lo que traje del camerino... La mera verdad, quedó chulo...

La abrí: encontré un espacio amplísimo, plagado de armarios y entrepaños. Ahí, en perfecto orden, contemplé ropa muy fina y cara (en todos los estilos), accesorios (aretes, pulseras, diademas, relojes) y calzado (zapatillas, botas, botines... siempre con tacones altos)...

–¡Ay, don Mateo! –suspiré...

Una vez que el chofer se retiró, intercepté a mi madre...

–¡Esto es demasiado!

–Creo que le gustas a Chassier –me sonrió...

–¡Basta, Karen! Ya corrieron a un niño porque le cambió la voz... ¿Qué onda cuando eso me pase?

–Tranquila, hermanita...Un día a la vez... Si tal cosa llega a ocurrir, nos despedimos y ya... Pero mientras habremos juntado dinero y vivido como reinas...

Las siguientes dos semanas, en efecto, nos dedicamos a pasarla bien. Es cierto que tuve que partirme entre las desgastantes sesiones de entrenamiento (con Agustín Trejo), y las exigentes clases (de canto, con Ramón Borrero; y de etiqueta, con Louise Cavaliere); sin embargo, el no tener mayores preocupaciones (escolares o económicas) me resultaba adictivo. Casa espléndida, chofer y camioneta a la puerta, juegos en la computadora...

Hubo un detalle perturbador, sin embargo: tener que pasármela de chica las 24 horas comenzó a despertarme una fascinación cada vez más morbosa. En especial, lo reconozco, me excitaba acudir al gimnasio con ropa entallada y sexy, e integrarme con las mujeres biológicas hasta hacerme indistinguible

Por si fuera poco, el incorporar a mi conducta las delicadas maneras de la aristocrática profesora Cavaliere (siempre aderezadas con las bien establecidas metas de Chassier) se transformó en fuente inagotable de feminización.

–Sé más sutil con el coqueteo –me dijo una vez, por ejemplo–... Intenta, cuando estés con un hombre, bajar la voz a un tono casi inaudible... Con eso, lo obligarás a acercársete...

Los resultados de la dieta y del ejercicio pronto fueron evidentes: mi cintura estaba un poco más estrecha y, en general, mi cuerpo adquirió una firmeza maravillosa. Huelga decir que mi madre no se separaba un ápice de lo establecido por Sáenz, y que continuaba aplicándome tanto los suplementos alimenticios (las grageas de alga espirulina y las inyecciones de lecitina de soya) como los depiladores.

Obvio: ¡Chassier estaba encantado conmigo! Al principio de la tercera semana, de hecho, en su oficina, se mostró eufórico:

–Con tu talento, con la disciplina de tu hermana, y con mi apoyo visonario, llegarás lejos –me enfatizó...

Pierrick entró y me saludó de beso.

–Señor, se espera buena audiencia para el domingo... Aquí están los índices reportados hasta el momento.

–¡Maravilloso!...

Me extrañé:

–¿Puedo saber que hay el domingo?

–¿No has visto los promocionales en televisión? –rió Pierrick...

–No he tenido tiempo... Con tanta clase...

–¿Y tu hermana no te lo dijo?

Torcí la boca, por lo que no se me requirió de más explicaciones.

–Angie, Angie –me dijo Chassier–, este domingo comienzan las transmisiones de reality, con una selección de los castings...

–¡Guau! –me incorporé del sillón...

–Es más –agregó el productor–... Se me ocurre una gran idea: ¡iremos a Cancún, con todo el equipo, y ahí lo veremos!... Encárgate de la logística, Pierrick...

–¿Todo el equipo, señor? ¿Participantes incluidos?

–¿De qué otra manera?... Dispón cámaras, incluso... Lograremos buenas tomas...

Luego, volteó hacia mí:

–Además, no quiero dejar de pasar la oportunidad de admirarte en la playa, mientras te doras al sol...

Me alegré mucho y, aunque parezca extraño, de regreso en el departamento, me fui derecho al vestidor: recordaba haber visto algunos trajes de baño, ¡y quería probármelos! Seleccioné, pues, el más llamativo: pese a la cinta adhesiva, la brevísima tanga no alcanzaba a disimular mis genitales por completo. ¡Rayos! De cualquier forma, intenté con la parte superior. Para mi consternación, noté que mis pectorales se habían endurecido, marcado, y puesto más anchos. De hecho, mi torso comenzaba a verse tan bien formado como el de mis ex-compañeros de futbol de la colonia... "¡Claro!", reflexioné. "¡Mi cuerpo es de hombre, y ya estoy comenzando a cambiar!". Consciente de que la comedia estaba por concluir, no supe si sentirme triste o alegre... Sin embargo, un rato después, al ponerme el depilador, mi madre no emitió comentario alguno. Me extrañó un poco. "No tardará en darse cuenta", deduje...

Dos días después, cuando desperté, las cosas habían cambiado. Me pareció que mis pectorales no sólo se habían desarrollado más: parecían estarse afilando de manera cónica. Esperé algún comentario de mi madre, pero no llegó. Al tercer día, cuando empezaron a redondearse y a sentirse suaves, me resultó evidentísimo que había algo extraño.

Con suspicacia, se me ocurrió entrar en la computadora y buscar información acerca de las grageas de alga espirulina y de las inyecciones de lecitina de soya: en efecto, eran suplementos alimenticios y supuestos desintoxicantes. ¿Entonces?

Pensé en silencio. De repente, brinqué. Obvio: los depiladores. Teclee los nombres a toda velocidad. Mi madre no me había mentido respecto al laboratorio o al precio, sino acerca de los efectos. Leí, con asombro... Del Decolette 3D+: "Su complejo exclusivo de principios activos potentes e innovadores permite fijar la grasa procedente de la alimentación a la altura del pecho, compuesto en sí mismo fundamentalmente por grasas... Con una tonicidad recuperada, más generosos, los senos ganan en volumen, redondez y firmeza... Favorecer la entrada de grasas en el adipocito estimulando la lipoproteína-lipasa... Favorecer la lipogénesis (almacenamiento de grasas)... Tensor ... Antiestrías"... Del Suprem’Advance: " Rico y consistente, este extraordinario tratamiento palía los déficits de belleza de los senos. Sus microesferas inteligentes liberan sus activos sólo allí donde la piel los necesita, para que la Volufiline y LPL Stimuline vuelvan a dar volumen y redensifiquen visiblemente los senos. Antigravedad asegurada gracias a la Kigéline, completada por la acción reafirmante y tonificante de la Centella Asiática. Recupere un escote perfecto y de vértigo, con senos de belleza sublime".

En furia, en incredulidad, grité:

–¡Karen! ¡Me has estado chingando!

Mi madre entró al cuarto con displicencia. Cuando me vio frente a la pantalla, entendió todo.

–¿No extrañabas los explantes, reina? –se justificó– Esto es mejor... Nada de silicón. Son tus tetas, tu carnita...

Comencé a llorar:

–No así, Karen... No así...