Una voyeur muy especial

Mi hermana de 29 años me espía mientras me ducho. A partir de ese momento se genera una situación de tensión sexual.

UNA VOYEUR MUY ESPECIAL

No sabría decir con exactitud que fue lo que me alertó: un tenue cambio de luz, una ahogada respiración, un imperceptible fru-fru de ropa. No se cómo lo advertí pero mi hermana me espiaba por el ojo de la cerradura. No es que vea a través de las puertas o que tenga poderosas dotes adivinatorias. No. Lo que ocurre es que en aquel momento y en aquella su casa estabamos sólo ella, yo y una niña de apenas 4 años. Estaba claro quien era y apenas lo pensé también estaba claro el porqué. Mientras me desnudaba ante el ojo de mi hermana rememoré los acontecimientos que habían propiciado la situación que ahora se producía.

Cuando nos comunicaron la noticia se produjo una terrible conmoción. Un hombre joven que había sido padre hacía apenas unos meses; el único varón de una familia de la que fue siempre el referente principal, con mil proyectos que desarrollar vino a morir en un desgraciado accidente laboral: la excavadora de la que era propietario cayó mientras realizaba un desmonte; Pedro González de Excavaciones González & Hijos salió despedido de la cabina y todo el peso de la mole mecánica acabó sepultándolo. Ante su mujer, mi hermana, con una niña de meses se presentó un panorama que por poco la lleva a una depresión. Vivía en el piso superior del mismo edificio en el que vivían sus suegros. El inmueble se lo habían cedido a su hijo cuando se casó con ella y, desde luego, la dejarían vivir allí con su nieta mientras lo necesitara y la situación no cambiara, pero Cristi, que así se llama mi hermana, se sentía en deuda permanente con ellos y acabo adaptando su vida a los deseos de sus suegros. Sus únicas salidas eran al trabajo, al colegio de Estela (mi sobrinita) y al parque infantil. Casi seguro que pensó reconducir su vida pero los recursos económicos eran pocos y la presión tanto de nuestros padres como de sus suegros la cohibieron. ¿a dónde iba a ir con una niña de meses, sin vivienda propia y sin formación?. Acabo por aceptarse como joven viuda, con una hija a la que sacar adelante y con la cortapisa perenne de los padres de su difunto marido velando por su buen nombre.

Completamente desnudo simule retirar una pelusa de mi prepucio. Me parecía oír los latidos de mi excitada hermana al otro lado de la puerta. Demoré el reconocimiento de mi pene y me recreé moviéndolo de un lado a otro. El ojo de mi hermana, pensé, apenas si parpadearía pegado a la exigua abertura de la cerradura. Tenía que ser generoso con ella; darle suficientes imágenes con las que ilustrar sus solitarios placeres. Volví una y otra vez a recorrer mi cada vez más erecta polla fingiendo una exhaustivo examen de todos sus recovecos. ¡Mira, mira! ¡Contempla sin prisas la desnudez masculina que anhelas!. No, no podía ser cicatero con la buena de mi hermana.

Desde el primer momento de la tragedia me volqué en ayudar a Cristi. Debía hacer todo lo que estuviera en mi mano para devolverla a la normalidad. Las primeras semanas y para evitar que estuviera sola dándole vueltas a sus atormentados pensamientos mis padres creyeron oportuno que me trasladara momentáneamente a su piso. La ayudaba con la niña y cuando regresaba de la perfumería tenía ya la casa medio recogida. Yo había dejado el instituto y mientras encontraba curro se me antojaba que echarle una mano a mi hermana mayor era la mejor forma de estar ocupado, de sentirme útil. Cuando las aguas volvieron a su cauce habitual y regresé a casa de mis padres no abandoné la costumbre de acudir a diario al piso de mi hermana para buscar a Estela y dejarla en el kinder o para fregar los pisos o para regar las mil plantas de su terraza o para atender el enorme acuario del salón.

Se me había escapado la evidencia de que mi hermana amén de necesitar cariño y apoyo también tenía otras necesidades. Tres años habían transcurrido desde aquel aciago día y otros tantos eran los que lo más cerca que estuvo de un hombre fue de mi. Ahora me espiaba. Ahora yo tenía que responder a sus secretas expectativas. Pensé masturbarme pero me pareció un exceso. No quería de ninguna manera que se sintiera descubierta y decidí actuar con menos precipitación. Tiré hacia detrás de la piel de mi pene varias veces y abandoné el campo de visión del ojo de la cerradura para empezar a ducharme. Terminé rápido y comencé a secarme fuera de la bañera justo enfrente de la puerta del baño. Si mi hermana estaba allí podría satisfacer de nuevo su morbosa curiosidad; pero yo ahora no tenía manera de saber si realmente estaba apostada tras el ojo de la cerradura. Cuando salí del baño Cristi estaba en la cocina preparando la cena. Estela jugaba en su dormitorio.

Pintar todos los cuartos del piso me llevaría algún tiempo. Empezaba tan pronto regresaba de dejar a Estela en la guardería y justo cuando mi hermana ya se iba para el curro. Paraba para ir a recoger a la niña y ya no seguía hasta después de almorzar; en ocasiones el suegro de Cristi subía a charlar un rato conmigo; departíamos de fútbol, carreras de motos y fórmula 1. Para volver a casa y siempre antes de cenar me duchaba, así que tendría ocasión de estudiar el comportamiento de mi hermana.

Antes de entrar en el baño encendí la luz del pasillo que conducía hasta allí desde las habitaciones. Comencé a desvestirme con tranquilidad, fija la mirada en la débil luminosidad que se colaba por el ojo de la cerradura. Al cabo de unos instantes el halo de luz se oscureció, volvió a aparecer y de nuevo se oscureció. Mi hermana, era indudable, quería verme desnudo. No podía hurtarme a su mirada, tenía, por el contrario, que ser generoso con ella. Si una mujer de 29 años se acurrucaba tras una ridícula abertura para regocijarse con la desnudez de un joven de 22 años que, a la sazón y por lo demás era su hermano, el espectáculo debía recompensarla. La situación era muy excitante y no necesite estimularlo manualmente para que mi pene apareciera en cuanto me desprendí de los calzoncillos totalmente erecto. Volví a teatralizar que estudiaba algo raro en mi prepucio para mover en todas las direcciones la longitud de mi venosa verga. Quería que Cristi se emborrachara de mi secreta anatomía y me vino a la mente una práctica olvidada hacía tiempo. Abrí la puerta del mueble bajo el lavabo y en una cesta plástica de color gris que ocupaba el lado derecho encontré blusas, toallas, babis infantiles, sujetadores y bragas. Cuando mi hermana vivía en casa de mis padres alguna que otra vez husmeé entre su ropa interior. Ahora volvía a hacerlo sólo que en ésta ocasión ella me estaba mirando. Eran unas discretas bragas de algodón color marfil. Mientras las ponía del revés Cristi no podía verme porque las dimensiones del cuarto de baño no permitían a quien miraba a través de la abertura de la cerradura tener una perspectiva completa del cuerpo de un adulto. Lo había comprobado; mi hermana podía verme de un poco más de la cintura para abajo; de ninguna manera alcanzaría a ver la expresión de mi cara o lo que ocurría por encima de mis codos. Se imaginaría, pensé, que estaría llevándomelas a la nariz. Me pregunté si estaría halagada o si por el contrario le desagradaría aquella intromisión en su intimidad. Yo quería excitarla, jugar con sus deseos y estaba además legitimado para hacerlo. Era ella quien me espiaba así que mi defensa en caso de reproche estaba asegurada; esa ventaja era la que me permitía ser osado. Puse la prenda sobre mi polla; me masturbaba con ellas abrazando el tronco hinchado del amoratado miembro; lo coloqué sobre la felpa y simulé que me las follaba. Tanta era mi excitación que sin proponérmelo estuve a punto de correrme. Por hoy, ya estaba bien; devolví las bragas a su lugar y desaparecí del campo de visión de la mirona.

Cenamos animadamente. Mi hermana sonreía y se mostraba conmigo aún más amable de lo habitual. Lo interpreté como un síntoma claro de que la función que interpreté en el baño la había tenido como espectadora. Miré su culo mientras se movía por la cocina. Miré sus pechos cuando se inclinaba sobre mi sobrina para ayudarla a comer. El canalillo no era abismal pero tenía una profundidad interesante. Su culo, sin embargo, era casi excesivo. Las ampulosas nalgas se movían con cierta laxitud debajo de la bata de andar por casa. Sentada sus caderas excedían las dimensiones de la silla que no daba para contener toda la carne de su trasero. Si mi novia era contenida elegancia mi hermana era carnalidad atemperada. En mi novia todo era proporción. A mi hermana, en cambio, los contrastes le daban un punto de lujuriosa ordinariez.

El día siguiente trabajé frenéticamente con el pensamiento puesto en la hora de la ducha. Pintaba los paños de las habitaciones casi sin darme cuenta; mi mente le daba vueltas a lo que debía hacer si, de nuevo, mi hermana iba a espiarme; no podía pensar en otra cosa. Cuando por fin entré en el cuarto de baño con la intención de ducharme y comencé a desnudarme de frente a la puerta casi no respiraba concentrada toda mi atención en advertir algún signo al otro de la cerradura que me revelara la presencia de Cristina; pasaron unos segundos eternos en los que me entretuve simulando extraer de mi ombligo unas inexistentes pelusas hasta que la débil luz que penetraba por el hueco de la llave desapareció. Desde el ombligo bajé la mano hasta mi polla; con dos leves sacudidas despertó a la vida y en un santiamén ya tenía la dureza de una creciente erección. Al punto me volví y busqué de nuevo en las cajas de la ropa ,bajo el lavabo, una prenda íntima de mi hermana. Reconocí las bragas marfil del día anterior pero opté por otras de color entre malva y rosa; las coloqué sobre mi polla, las llevé a mi nariz y completamente excitado me la meneé con la sedosa tela hasta que me corrí. Tuve cuidado de derramar toda la leche encima de las bragas asegurándome de que Cristi viera claramente cómo el semen manchaba su lencería.

Nada en los días que siguieron cambió en mi hermana. No había signo alguno de conmoción y sin embargo ahora existía una prueba tangible, un insoslayable rastro de deseo que yo había dejado en su ropa interior. No es que creyera que Cristi fuera a pedirme que le explicara cómo era que sus bragas estaban rezumando esperma pero sí que confiaba en advertir algún síntoma de que delatara su nerviosismo. Pero nada. Unas semanas más tarde la coyuntura, sin embargo, me fue favorable. Volvía de tomar unas cervezas con los amigos. Me cogía de camino y decidí subir al piso de mi hermana; tenía ganas de orinar. Abrí la puerta. Llamé desde la puerta y Cristi me respondió desde el baño. Se estaba duchando. La puerta estaba abierta.

-Cristi, ¿puedo pasar?. ¡Me estoy meando¡

*!Me estoy bañando¡

-ya, pero ...es que no aguanto. Te juro que no miro.

*!Sin mirar, ¿eh?¡, ¡sin mirar¡

*Te lo juro. Te lo juro.

El cristal esmerilado de la mampara de la ducha no daba muchas opciones a ver gran cosa pero algo de las generosas carnes de Cristina sí que se adivinaba. Me esforcé por ver algo de la desnudez de mi hermana.

-pedazo de culo que te gastas, hermanita.

*!serás cabrón¡. ¡Me prometiste que no ibas a mirar¡

-no seas ingenua; ¿todavía crees en los caballeros?. ¡Para una vez que tengo la oportunidad de verte el culete...¡

*!no estarás harto de ver en bolas a Silvia para fijarte ahora en mi culo...¡

-bueno. Nada que ver. Tu culo, reconócelo, es, es...portentoso

*anda sal ya, se acabó el espectáculo por hoy; y cierra la puerta.

Cuando tenía ocasión no dudaba en piropear las formas de Cristi. Ella a su vez postulaba su físico en la exhibición más o menos disimulada de su opulento trasero. Liberada del uniforme de la perfumería en la que trabajaba solía calzarse unos prietos pantalones de chandal que marcaban la redondez de sus nalgas y que se incrustaban en su entrepierna marcando los labios de su sexo. A veces, después de la ducha se cubría únicamente con una holgada camiseta que le llegaba justo a medio muslo y que al agacharse dejaba entrever sus bragas. Los instintos de Cristina, atrofiados durante tanto tiempo por la conmoción vivida, despertaban. Ante mi se sentía segura; públicamente, sin embargo, seguía siendo la misma.

Habíamos celebrado el cumpleaños de Estela con una barbacoa en una zona recreativa del monte cercano. Regresamos tarde y algo cansados y decidimos que después de bañar y acostar a la niña me quedaría esa noche allí, en el piso de mi hermana. Abrí el grifo del agua caliente y estuve largo rato sintiendo el relax que me producía aquella ducha. Llamaron a la puerta del baño:

*Jose, Voy a entrar... me estoy haciendo pipí

-si, claro, -contesté sobrepuesto a la sorpresa-, sin problemas

Mi hermana entró y se sentó en la taza. Pude distinguir difusamente como se bajaba las bragas y oí el murmullo del orín.

*joder Jose, te estás empalmando.

-¿Qué esperabas? ¿no es lo normal? Además, ¿cómo lo sabes?

*pues porque no se distingue del todo pero sí que se adivina y eso no puede ser otra cosa. ¡estás salido¡

  • ¿salido?. No. Lo que pasa es que estás ahí al lado sentada con las bragas en los tobillos y ... Lo siento, pero no lo puedo evitar.

*y sólo por eso se te empalma. La que está pasando hambre soy yo; tu te acuestas cuando quieres con Silvia y todavía se te pone dura porque me siento a mear a tu lado. No lo entiendo.

-ya te dije que nada tiene que ver una cosa con la otra. Tu eres otra mujer; otro cuerpo.

*y tu hermana, no lo olvides.

-¡Ah claro¡ ¡me olvidaba de que las hermanas no tienen culo, tetas ni chocho.

*pero, ¿de verdad te pongo?

-¿¡no acabas tu misma de verlo¡?

*no se, es que no acabo de entenderlo. Si yo tuviera, no se, pareja... pues creo que tendría suficiente, pero claro yo estoy a dos velas....

  • porque quieres

*sabes que no es porque quiera. No me queda otro remedio. No puedo permitirme perder la casa y enemistarme con mis suegros por un revolcón.

-ya,ya, ...vale. Mira yo voy a salir ya – y cerré el grifo –

*!¿en pelotas?¡ , no, espera que me limpie – dijo mi hermana, apresurada-

pero yo ya estaba poniendo un pie a fuera de la mampara y me mostré totalmente desnudo ante ella que apenas tuvo tiempo de subirse las bragas.

*joder, la suerte que tiene la Silvia. ¡Vas sobrado hermanito¡. No me hagas esto que no respondo de mis actos. Joder...

  • ¡déjate llevar Cristi¡. .! No te tortures que ya eres mayorcita para andarte con tonterías ¿no crees?

Cristina respiraba ruidosamente y viéndola allí en bragas y con el pantalón deportivo arrollado en las rodillas mi polla daba pequeños saltitos. Su mano se fue acercando poco a poco a mi pene. Por mi parte me acercaba cada vez más a ella. Cuando tocó el tieso apéndice me miró a los ojos y sonrió. "no me lo puedo creer" , dijo y continuó menos tímidamente sobando el órgano que le quitaba el sueño. Yo también sonreía. Mi mano izquierda buscó su culo; lo acaricié suave, muy suavemente. Subí hasta su espalda y bajé sutilmente de nuevo metiendo los dedos por entre el elástico superior de las bragas. Cristi, mientras, ceñía su mano en torno a mi verga, la primera que después de 3 años tenía a su alcance, y me pajeaba. "no me lo puedo creer" , -repetía- y yo seguí adentrándome braga abajo camino ahora de su raja. La piel de sus nalgas se erizó al contacto de mis dedos y cuando hube rozado los labios de su coño mojado y caliente exhaló un profundo suspiro. El movimiento de mi dedo anular era limitado pero bastaba para estimular el contorno de aquella carne estremecida. Se corrió con tal indiscreción de sonidos que yo mismo me vine en su mano. Estabamos los dos de pie; yo con un dedo dentro de su sosegado chocho y ella con mi polla en su mano embadurnada de espeso semen. Resoplábamos y sonreíamos. Olía fuertemente a sexo.

Bien mirado no había para mucho. Nos habíamos masturbado mutua y agradecidamente. Punto. Pero yo atisbaba que aquella exuberante hembra no se iba a conformar con aquel apaño y, por mi parte, mi morbosa curiosidad no se saciaría hasta, al menos, contemplar toda la profunda desnudez que prometían sus voluptuosas formas. Fue un sábado por la tarde. A Estela se la habían llevado sus abuelos al cumpleaños de un primo y Cristi volvía de su trabajo. El acostumbrado y apretado pantalón de chandal con el que andaba por casa realzaba sensualmente sus nalgas.

* ¡no me canso de mirar tu culo¡ ¡pero que pedazo de pandero....¡

Amasaba, al tiempo que la piropeaba, aquella magnética forma de su anatomía. Mi hermana se dejaba hacer y sonreía. Su mano buscaba mi polla. Me separé de su espalda y fui tirando de su pantalón. La obligué delicadamente a que se inclinara hacia adelante y hundí mi cara en su culo; aspiré y mordí la tela que cubría su olorosa entrepierna hasta emborracharme de feromonas y disparar su libido. Cuando decidí desprenderme de sus bragas las fui bajando con tal parsimonia que pareciera estuviera tirando de un trasunto de su piel. Así, desde detrás, el relieve de su chocho me ofrecía detalles que no había percibido nunca en el coño de Silvia, mi novia. ¡Que ganas de descifrar tanto recoveco¡. Cristi suplicaba: ¡no pares¡ ¡no pares¡ . Trague saliva y licores de honda presencia y cuando se dio por satisfecha me bajó los pantalones y me devolvió con creces el entusiasmo que puse en procurarle todo el placer que mi habilidad supo extraer de su clítoris. Mamaba y se masturbaba. Chupó y al final con la boca abierta optó por recibir la descarga en su cara.

Continuará...