Una vocación tardía

Salva y Marta son un matrimonio en abierta crisis afectiva y sexual. Para superar su actual impasse deciden viajar a Canarias, donde podrían recomenzar de nuevo su relación...o hundirla por completo en el caos emocional. Un suceso inesperado viene a confirmar esta última posibilidad.

Salva y Marta habían planificado estas vacaciones en la costa mucho tiempo atrás. El se sentía agotado tras la agotadora campaña de ventas navideñas en la sucursal madrileña de la empresa juguetera con sede social en Ibi (Alicante) para la que prestaba sus servicios desde hacía meses como jefe de ventas, un puesto prestigioso en la compañía, pero literalmente agotador.

Marta, por su parte, trabajaba como relaciones públicas en una empresa de perfumería, y sabía sacar partido a su rotundo físico, en el que destacaban su voz sensual y profunda y su melena felina de color castaño claro; sabía utilizar sus armas de mujer si la ocasión lo requería, y, por lo general, los jefes solían endilgarla los clientes más difíciles y refractarios, aquellos irreductibles a quienes sus compañeros de ventas varones no conseguían bajar del burro, comercialmente hablando. Normalmente, sin embargo, bastaba una breve visita de Marta a su comercio o empresa, un par de comentarios intrascendentes sobre la decoración del lugar o sobre el buen gusto con que lucía los trajes el afortunado anfitrión, y ya les tenía en el bote a la mayoría de ellos. Si además conseguía hablar con ellos de temas estrictamente profesionales y les dedicaba una sonrisa sugerente, cruzaba las piernas lentamente como sólo ella sabía hacer, y se atusaba la melena de forma cuidadosamente inconsciente, entonces el resultado de la entrevista sólo podía conducir a una única opción: aquella que deseara Marta en ese momento, y lo cierto es que muchas veces conseguía hacer firmar a sus desprevenidos clientes onerosos contratos de distribución de los productos que representaba, y que iban mucho más allá de lo que sus propios jefes podían llegar a imaginar. Por supuesto que algún sabueso se le resistía, y que otras veces sólo alcanzaba en principio acuerdos verbales, que más tarde podían o no convertirse en contratos en papel impreso, pero su porcentaje de éxitos era abrumadoramente superior al de sus compañeros de ambos sexos en su empresa.

Porque Marta era lo que normalmente se llama un pibón, y ella lo sabía; y, lo más importante, sacaba provecho conscientemente de esa situación. Pero, últimamente había algo que preocupaba sobremanera a la empleada modelo del mes: el estado de su matrimonio. No, no es que estuviera ni mucho menos a las puertas del divorcio, nada de eso. Lo que ocurría simplemente es que su mundo y el de su marido no terminaban de confluir del todo, y ese era un tema que empezaba a preocuparle, pues estaba profundamente enamorada de Salva, y no deseaba perderle por nada del mundo. En realidad ambos pasaban por un momento financiero dulce, pese a la crisis económica que había recortado los beneficios empresariales de sus respectivas empresas; pero ambos eran excelentes profesionales, maravillosamente cualificados en sus respectivas especialidades, y siempre contarían con ellos hasta el último momento de actividad profesional de sus respectivas firmas. Si su empresa quebrase, que Dios no lo quisiera, los últimos empleados que echarían de allí serían la secretaria del jefe (ese hombre parecía estar peleado con las nuevas tecnologías), y, por supuesto, ella. ¿Entonces a qué tanta preocupación innecesaria?. Bueno, las largas jornadas de trabajo españolas no eran precisamente la mejor receta para aumentar la libido de una mujer sexualmente poco pasional como Marta, y si a eso sumamos que, pese a sus esfuerzos conscientes, o tal vez debido a ello, no había conseguido quedarse embarazada en los tres últimos años, el cuadro general en su vida privada comenzaba a deletrearse con la letra d de decepcionante. Para colmo, Salva no parecía compartir hasta el mismo punto que ella su necesidad de convertirse en madre cuanto antes (a los 35 años, cualquier tiempo pasado empieza a ser mejor en relación a la maternidad, sobre todo para una primeriza como ella). Y, lo peor de todo, era esa obsesión de su marido en los últimos tiempos por poseerla analmente, una práctica que la repugnaba profundamente, y que ya le había dejado claro que no pensaba satisfacer de ninguna manera. La culpa, pensaba, era de esas malditas películas pornográficas que devoraba con ansia de adolescente pajillero su señor esposo, en las que uno o varios maromos sodomizaban sin compasión a la guarrona de turno, convertida en mera receptora de las afiladas lanzas de sus compañeros de reparto. Eso nunca la ocurriría a ella, decidió Marta una noche, observando de reojo al salido de Salva mientras éste contemplaba admirado como Rocco Siffreddi o Hakan Serves supuestamente desvirgaban analmente a una enfermera calientaedredones. Eso estaba bien para los gays, a los que no les quedaba más remedio que aplicar tan dolorosa medicina en pos del único placer que podían concederse, pero las mujeres tenían un maravilloso aparato genital gestionado por la flexible vagina, que cumplía todos los criterios de calidad que cualquier hombre pudiera desear…¿porqué entonces esa insistencia de su marido en romperla el culo a las primeras de cambio?. Aquella perniciosa moda la ponía frenética, y si a eso sumamos que la actividad sexual de su compañero (por la vía ortodoxa) estaba siendo menos frecuente que en otros tiempos, aún recientes en su memoria, el resultado era del todo menos halagüeño. Muchas noches debía irse ella a la cama sola, aburrida del monopolio de Salva sobre la televisión por cable, harta como estaba de sus partidos de liga, de la Champios League y toda esa infinidad de idioteces que habían creado los tíos para follar menos con sus mujeres. Y cuando no era el fútbol, eran las pelis porno, que le metían en la cabeza esas ideas absurdas de que la mujer era un mero objeto sexual para deleite del macho dominante. Por lo que a ella respectaba, tal vez lo serían otras, pero Marta Mijares era mucha mujer para prestarse a eso. Debido a ello, muchas noches solía acostarse temprano, agotada por la estresante jornada laboral, y se quedaba dormida leyendo algún librito de Victoria Holt o Jude Deveraux, esos en los que los hombres se comportaban como tales, y regalaban ramos de flores a sus prometidas, amén de abrirlas siempre galantemente las puertas de los coches y de los hoteles de lujo, y de invitarlas a opíparas cenas en restaurantes de cinco tenedores. Y nunca, nunca, bajo ningún concepto, rompían la magia de un momento estelar, como solía ser la generosa donación de un collar de perlas auténticas, para lucirlas en sus fiestas privadas y ser la envidia general, con un comentario tan poco apropiado como el que su marido sin duda haría, en el improbable caso de aparecer en las páginas de esos best-sellers con corazón:

Y ahora que luces en tu estilizado cuello este magnífico collar de rubíes, recuerdo de mi tía abuela Georgina, ¿te importaría que pasáramos al dormitorio y te rompiera el culo de un pollazo, querida?

Salva no opinaba de igual modo. El era el primer admirador de su mujer, sabía de los comentarios admirativos que despertaba a su paso, y estaba sinceramente enamorado de ella, como cualquier hombre en su sano juicio lo estaría igualmente. Se consideraba muy afortunado porque ese pedazo de mujer se hubiera fijado en él, aunque él tampoco se consideraba un adefesio, y sabía que entre sus compañeras de trabajo despertaba igualmente encendidos sentimientos inconfesables. Además, cuidaba su físico acudiendo diariamente al gimnasio (ya se sabía, la verdadera religión del siglo XXI), y manteniendo en perfecto estado de revista sus pectorales y sus abdominales, para complacer visualmente a la reina de sus fantasías nocturnas. Porque él seguía fantaseando con ella como el primer día, y se la imaginaba a veces vestida de enfermera, de exploradora en la selva, de mujer fatal, de puta barata, con taconazos y medias, botas altas, faldas cortas, bragas de seda que perdía como quien no quiere la cosa retozando por la jungla cual Jane cachondona, o saltos de cama mínimos que dejaban transparentar sus prominentes senos acabados en puntiagudos pezones, que pedían a gritos ser lamidos por unos labios firmes y carnosos como los suyos. Pero nada de eso era posible ahora, porque ella simplemente no deseaba participar de su mundo poblado de mujeres ligeras de cascos y hombres salidorros, y se recluía en cambio en sus lecturas románticas, que no parecían conducir a ningún sitio, salvo al despacho del psicoanalista, porque esos hombres creados por la imaginación de mujeres adineradas y ociosas no existían en la realidad, como dolorosamente intuía su mujer, por mucho que, a veces, para picarle, le hablara con admiración de su nuevo compañero en el departamento de ventas, Ricardo, un hombre joven y guapo (¡y soltero!) que parecía comportarse con las féminas de la misma manera galante y reservada que los héroes de sus novelas de ficción.

Desengáñate, Marta, esos tíos no existen en la realidad – le había advertido Salva en más de una ocasión – Si se comporta así es que tiene una de las dos ges: o es gay o gilipollas, no hay vuelta de hoja.

Lo que pasa es que tú no puedes admitir que un hombre se comporte con sensibilidad delante de una mujer sin necesidad de ser gay – respondía Marta con rotundidad manifiesta – Además, Ricardo no es gay, como Borja o Pablo, de eso estoy segura. No sé porqué, tal vez sea su forma de observar a las mujeres, como si las desnudara con la mirada, pero de forma elegante, no como esos australopithecus de tus amigos. Esa forma de dirigirse a una mujer no la veo en mis compañeros gays, que son encantadores también.

Tú dirás lo que quieras, pero ese tío es medio maricón, estoy seguro. Si le ponen un buen rabo delante, ya verías que pronto se le quita la tontería, y saldría a la luz su verdadero yo

Tú siempre tan ordinario, cariño. Pues nada, dejémoslo correr, es imposible discutir contigo. Pero vamos, también hay hombres sensibles por el mundo, aunque parezca mentira

Y mujeres ardientes, aunque no en esta casa, precisamente – respondía Salva, visiblemente alterado.

Marta no pensaba de igual modo. Ella se veía a sí misma como una mujer moderadamente fogosa, lo que necesitaba era un hombre capaz de encender su fuego interno con mayor atención al detalle y menos obsesión freudiana con ciertas partes concretas de la anatomía femenina, que la hacían sentir a veces como si estuviera siendo usada. No eran para ella los típicos gritos machistas de cualquier orangután en la cama: "¡Córrete, zorra, que te vas a tragar toda la leche de una tacada después!", sino el sugerente ronroneo de una lengua amiga recorriendo circularmente sus pezones en punta, o un delicado mordisco a traición en el lóbulo de la oreja o, placer de dioses, la suave caricia de una pluma de ave recorriendo mimosa todo su cuerpo, mientras ella se acariciaba frenéticamente el clítoris: esas eran la clase de fantasías que ella albergaba, más allá de eso, simplemente no podía participar activamente en la clase de juegos absurdos que muchos hombres preferían a la hora de hacer el amor. Falta de imaginación erótica, se quejaba Salva amargamente; imaginación selectiva, respondía Marta indignada. Baja temperatura sexual, falta de deseo, climaterio anticipado…respondía su marido. Obsesión anal, infantilismo sexual, falta de sensibilidad absoluta, concluía Marta fuera de s텿Qué les estaba ocurriendo últimamente y porqué? Tal vez unas vacaciones, alejados de la rutina, sería lo que ambos necesitaban para reencontrarse de nuevo a sí mismos y darse otra oportunidad.

La idea original partió de Marta, pero muy pronto Salva la hizo suya y organizó aquel viaje invernal a Canarias, una segunda luna de miel en pleno febrero, le había anticipado. Conseguir hacer coincidir las fechas entre ambos y convencer a sus respectivos jefes de la importancia de ese viaje ("mi matrimonio se encuentra en punto muerto y tengo que salvarlo como sea" había exagerado Salva sin complejos, para conseguir la aprobación final de su estricto superior jerárquico) no fue fácil, pero finalmente un martes frío y neblinoso embarcaron en Barajas rumbo a las Islas Afortunadas. Durante el vuelo estuvieron pendientes en todo momento el uno del otro, haciéndose arrumacos sin cuento, y regresando por un momento a los felices tiempos de su noviazgo, diez años atrás, cuando cada nuevo día era una aventura conjunta, y cada acto sexual un motivo de celebración de la vida y sus circunstancias.

El hotel reservado por Salva en la Playa de las Américas, el Bahía del Duque, resultó ser un lugar encantador ("realmente de ensueño", como contaba Marta a sus amistades por el móvil) y los dos primeros días los dedicaron a tomar el sol en la piscina y la playa anexa, y a hacer compras en el mercadillo cercano. Ni siquiera salieron para visitar Arona o Los Cristianos, los pueblos más próximos, sino que preferían pasar las noches en su suite privada, entregados a su pasión mutua y haciendo el amor con dulzura y sensibilidad, muy al gusto de ella, que conseguía así los mayores orgasmos, pero que probablemente dejaba un poco frío a Salva, partidario de sesiones más intensas y de fantasías más atrevidas que las de su lánguida mujercita. Si debía dejar de soñar que Marta le ofreciera el culo algún día (¿Porqué no te penetro yo a ti con un consolador? ¿Qué te parece, cariño? – le había respondido ofendida y con cierto retintín sarcástico, la última vez que se atrevió a preguntarlo. La expresión de fiereza en sus ojos almendrados le convenció de forma definitiva de desistir en su vano empeño), al menos podrían pactar otro tipo de aventuras menos dolorosas para su integridad física, pero que pudieran satisfacer el hambre de morbo de su marido. Marta no estuvo en desacuerdo esta vez, siempre, aclaró, que no incluyera la intervención de terceras personas ni el uso de vocabulario obsceno y malsonante. "Con estos mimbres – había pensado Salva para sus adentros – no da para muchos cestos, pero veamos que se puede hacer…". Su primera idea aceptada fue la de acudir de madrugada a una playa apartada, desnudarse completamente como hacían de jóvenes durante sus escapadas a Ibiza, bañarse a la luz de la luna, y hacer el amor apasionadamente después sobre la arena.

¿Pero no será peligroso? – quiso saber Marta preocupada – Quiero decir…hay tanto loco y salido por ahí grabando con los móviles e incluso con tomavistas en las playas peninsulares… incluso hay una página web especializada en este tipo de robados, que no se cansan de ver mis compañeros varones, menos Ricardo, claro, que es de otra pasta, gracias a Dios, y en el que suelen aparecer guiris mamaos haciéndoselo a pelo en las noches locas de Benidorm, en mitad de la playa…¡hala! sin encomendarse ni a Dios ni al diablo, venga, dale

Sí, ya sé que página dices – por su tono de voz Marta comprendió de inmediato que su marido también era visitante ocasional (o tal vez asiduo) de dicha página, lo que la desagradó profundamente – pero Canarias es mucho más tranquilo que la península, y además de noche se graba muy mal, y tendrían que estar muy cerca con el móvil para captar una imagen nítida. Y no es lo mismo ir a una cala desierta de noche, que ponerte a follar en plena playa de Poniente de Benidorm, aunque sea de noche cerrada

Bueno, supongo que tienes razón – convino su mujer – por probar no hay nada que perder, imagino.

Esta noche sin duda va a ser irrepetible – profetizó Salva, besando a su mujer en los labios, y buscando de inmediato en el mapa de carreteras la dirección exacta de la cala más escondida de los alrededores.

Aquella noche, tras cenar como siempre en el hotel, y pasear luego un rato por los jardines subtropicales que rodeaban el recinto, decidieron llevar a cabo su plan. Salva había alquilado un coche en recepción, y ahora sólo quedaba elegir la cala más discreta como testigo de sus amores nocturnos. La luna llena brillaba en lo alto, y se enseñoreaba de la noche, por lo que debían elegir el lugar más solitario posible con el fin de pasar completamente inadvertidos y no llamar la atención de algún visitante indeseado. Enfilaron hacia el norte, y al cabo de media hora de trayecto divisaron a lo lejos lo que parecía una cala resguardada (tal vez demasiado) y aparentemente a salvo de posibles intrusos y objetivos indiscretos. La suave temperatura nocturna de aquel benévolo febrero invitaba a realizar de inmediato la fantasía tropical ideada por la traviesa mente de Salva, y, tras aparcar en un recodo del camino, y caminar andando la empinada cuesta de acceso a la paradisíaca playa, se desnudaron por completo, se tomaron suavemente de la mano, y se introdujeron en las frías aguas atlánticas, entre risas y juegos, salpicaduras y bromas privadas. Marta, que nunca tuvo una mente demasiado aventurera, insistió en no mojarse el pelo, razón por la que se lo había recogido en un moño improvisado antes de entrar en el agua, pero eso no impidió que se entregaran a todo tipo de carantoñas y caricias, como dos adolescentes dominados por sus hormonas, y que buscaran sus bocas con insólito frenesí, comiéndose a besos como en años pretéritos.

Después de calentarse los cuerpos con un magreo generalizado, salieron a tierra firme con el deseo escrito en las pupilas, y extendieron juntas sendas toallas, ambas de generosas dimensiones, con la idea en mente de construir un nidito sobre el que dar rienda suelta a la pasión que nuevamente sentían el uno por el otro, como si el tiempo se hubiese detenido para ellos diez años atrás. Antes de consumar su sed de sexo, empero, resolvieron esperar a secarse con la brisa nocturna, aunque no perdieron el tiempo mientras tanto, y la mano de Salva acarició el húmedo pubis de su mujer, y las trémulas manos de Marta infundieron nueva vida al ahora desperezado miembro de su compañero. No pasó mucho tiempo hasta que ella hincó una rodilla en tierra, y se entregó encantada a la práctica del sexo oral (esa misma que había rechazado en otras ocasiones, sin darle una explicación convincente, aparte del sempiterno "lo siento, no me apetece hoy", que tanto enervaba a su ardoroso marido), consiguiendo de este una erección considerable, digna incluso de sus mejores tiempos de juventud. Pero tal vez la razón de la impresionante excitación y creciente nerviosismo de su esposo no se debía a su inusual mamada, sino a la inquietante presencia de tres siluetas aparentemente varoniles que se acercaban a buen paso desde el camino de acceso. ¿Quién coño podía ser a esa hora y que intenciones llevarían?

Houston, tenemos un problema…- fue el único comentario de Salva, sacando el rabo de golpe del interior de la boca de su mujer. Marta, asustada, lanzó un grito de sorpresa y terror, y corrió instintivamente a cubrirse con la toalla, que se enfundó a modo de pareo, y a recoger sus exiguas pertenencias. Salva le imitó, sin dejar de mirar en lontananza, cada vez más nervioso ante la presencia de tan inesperada cuadrilla.

Según se acercaban los extraños, el matrimonio pudo comprobar aterrado que se trataba de tres hombres cercanos a la treintena, aspecto extranjero, vestidos con camisetas de tirantes, bermudas y chanclas, pelo cortado a cepillo, grandes y prominentes músculos y pelo cortado a cepillo. Los tatuajes que lucían y los piercings en las cejas y labios de alguno de ellos infundieron aún más temor a Salva y Marta, que se abrazaron en la oscuridad de la noche, decididos a plantar cara a esos macarras si resultaba necesario, aunque no sirviese de mucho, por lo que podían suponer.

El más rubio y fuerte de todos, que iba ligeramente adelantado a los otros dos, todos ellos con pinta eslava, parecía llevar la voz cantante en todos los sentidos.

Vaya, vaya, lo que tenemos por aquí – comentó con su marcado acento balcánico – una putita y su cliente pegándose un polvo en la playa

Le ruego no se dirija en esos términos a mi mujer – intervino Salva de inmediato, separándose de su mujer, y dispuesto a hacer frente a una posible agresión física – me temo que ha habido una confusión, mi esposa y yo estábamos bañándonos tranquilamente

Ah ¿Si? Yo no diría que era eso lo que estaban haciendo ustedes dos – su imperfecto español tropezaba continuamente en ciertas consonantes, que convertían su habla en fácilmente reconocible en caso de posterior denuncia – pero si es así como le llaman ahora al chucu-chucu… - sus dos secuaces rieron abiertamente de la ocurrencia del malote principal.

Después se acercó desafiante hasta Marta, y le retiró de un manotazo la toalla, lo que provocó un histérico grito de repulsa por su parte, mientras sus dos adlátares reducían la escasa resistencia que pudiera ofrecer Salva colocándole un cuchillo de notables proporciones en el pescuezo, impidiéndole casi respirar. El "jefe" de la cuadrilla rodeó muy despacio a la mujer, que se tapaba las tetas con una mano y el vello genital con la otra, en un intento desesperado de proteger su anatomía, y realizó en su idioma natal comentarios, supuestamente elogiosos, de su culo y de sus pechos; había algo, sin embargo, que no resultaba del agrado de esa bestia salvaje, y era el casto pelo recogido, cual vestal romana, de Marta, por lo que le ordenó de inmediato que se lo soltara. Ante tamaña presión, ella no tuvo más remedio que retirar ambas manos de las partes íntimas que intentaba tapar a la vista de sus agresores, y proceder a liberar su pelo de horquillas y pinzas, hasta mostrar una leonada melena que mereció los silbidos admirativos del mandamás de la siniestra banda de maleantes.

Fue entonces cuando aquel tío se bajó los pantalones por encima de la rodilla, mostrando unos cojones totalmente depilados ("de gimnasio" habría dicho Salva, en otras circunstancias más normalizadas), y un nabo en estado morcillón que parecía aún más grande de lo que era debido a la ausencia de vello púbico en los alrededores.

¡Chupa, guarra¡¡Hazme lo mismo que a tu puto cliente, zorra! – fue el grosero comentario que le endilgó a Marta, agarrándola violentamente del pelo, y poniéndola de rodillas delante de su miembro.

Marta miró en dirección a su marido, con lágrimas en los ojos (había empezado a sollozar en el mismo momento en que aquel bruto le había arrancado la toalla de un violento zarpazo), pero Salva estaba inmovilizado por la acción de los dos cachas auxiliares, uno de los cuales le retorcía el cuello con su antebrazo, y había posado una navaja en su cuello, el otro impedía que moviera las piernas aferrándose a ellas con exagerada vehemencia. Por tanto, sólo pudo ofrecer un consejo a su mujer.

Haz lo que te dicen, cariño, no opongas resistencia, por lo que más quieras – imploró su marido con el miedo escrito en la cara, y la hoja del enorme cuchillo apuntando en dirección a su mentón.

¡Ya le has oído! – bramó el chulo que la dominaba ahora – Tu cliente es un hombre sensato, pero ya veremos si consigue mantener la calma más adelante…- dejó caer el robusto atacante, introduciendo su polla de golpe en la cara de Marta, tras pasearla por su congestionado rostro.

Marta no tuvo más remedio que llevarse a la boca aquel impresionante miembro, bastante más grande y grueso que el de su marido, y, aunque en un principio intentó engañarle chupando sólo el capullo, ese hombretón no estaba por la labor, y la abrió la boca con una mano, mientras con la otra la tiraba del pelo hacia atrás. Sin importarle que pudiera resultar lastimada, introdujo la verga de un pollazo hasta la garganta, ocasionando que sintiera náuseas, y tuvo que parar en el intento hasta que Marta vomitó parte de la cena.

¿Qué pasa? ¿te ha sentado mal la lefa de tu anterior cliente, zorra? – gritó embravecido aquel indeseable, provocando las risas histéricas de sus acompañantes. Luego prosiguió con la felación, marcando el ritmo de la misma por el nada sutil método de agarrar la cabeza de la chica y empujarla acompasadamente de atrás hacia delante – Muy bien, puta, así me gusta más, ¿ves como lo sabes hacer muy bien cuando quieres?

El culturista foráneo que agarraba por las piernas a Salva acercó la mano a la cintura de Salva, y le retiró igualmente la toalla protectora; para su vergüenza, la erección que mostraba era de campeonato. Sabía que los agresores de su mujer harían chanza a partir de tan trivial como involuntario motivo. No se equivocaba, y los tres compartieron bromas subidas de tono (por el volumen de sus risas podía adivinarse el contenido de sus zafios comentarios). El mismo tío que le había dejado en bolas se dedicó sin reparo a acariciarle la polla primero y a masturbarle después, susurrándole al oído guarrerías que a un hombre de sexualidad volcánica como él no podían más que excitarle sin remedio.

¿Qué? ¿Cómo se siente uno mientras un hombre de verdad se folla a tu mujer sobre la arena?

Porque eso era lo que estaba presenciando el pobre Salva en esos momentos. El chulo mayor se había cansado al parecer de la aplicada felación de su mujer (él hubiera pagado dinero porque Martita le hubiera dedicado tanta atención a su rabo en circunstancias normales) y la había obligado a tomar tierra, colocándola a cuatro patas y hurgando en su virginal esfínter con sus manazas de carnicero. Aquella fue la primera vez que Marta gritó de dolor, pero los otros dos estuvieron al quite, y condujeron de inmediato a Salva a aplacar la justa ira de su esposa por el brutal método de introducir su rabo en la boca de su esposa; debieron convenir que, enganchada al biberón como estaba, no podría gritar de dolor. Y gritar es lo que hizo a pesar de todo, como una fiera rabiosa (y hasta necesitó ser sujetada por otro de los participantes en la violación) cuando el "jefe" introdujo su potente verga por el inmaculado ano de Marta. El grito de desgarro y dolor parecía salido directamente de un paritorio, y tan sólo los tirones de pelo y la manaza del masturbador de Salva tapando su boca pudieron impedir que la profanada mujer se revolviera valiente contra su agresor. Este le pegaba fuertes cachetes en su bien torneado trasero, que a Salva le volvía loco, pero que hasta entonces nunca había tenido ocasión de probar. Y ahora el destino quería que fuese otro el que desvirgara analmente a su adorada esposa. Que cruel es la vida en ocasiones

Sin embargo, como si hubiesen escuchado sus más íntimos pensamientos, aquellos morbosos salidos agarraron a Salva y le situaron en lista de espera, por detrás del jefecillo de la banda, para dar por culo a su mujer. Cuando éste liberó temporalmente el agujero, obligaron a Salva a relevar a su compañero en tan ingrata tarea, y hasta uno de ellos, que debía ser medio maricón, le agarró la tranca y le ayudó a tomar posiciones en el interior del culo en pompa de su mujercita, ahora en pleno ataque de nervios mientras otro de los atacantes le paseaba la verga por la cara, paso previo a una nueva chupada. Salva sintió, para mayor deshonra, que su eterna fantasía sexual se hacía realidad del peor modo posible, pero aún así aprovechó la oportunidad para encular a su mujer con rabia y determinación, dispuesto a dejar el pabellón nacional bien alto; lo único que le mosqueaba eran los continuos toqueteos del más moreno y de aspecto latino de los tres, un guapo veinteañero que no paraba de empujarle el culo mientras se cepillaba a Marta, y de acariciarle los huevos colgantes, que chocaban de forma violenta contra los glúteos profanados de su amada. Salva tuvo que reconocer que ver a su mujer comportándose como una puta, chupando la polla de esos dos descerebrados y recibiendo por el culo ración y media de rabo, le excitaba como ninguna otra cosa que hubiera probado con anterioridad; incluso empezó a sentir un desconocido y vergonzante placer al contacto de su culo y sus huevos con lo que el sabía era el tacto rudo y viril de otro hombre como él, y esa sensación de estar siendo "dirigido en la monta" como un toro bravo, le puso tan caliente que se hubiera follado sin problema a seis mujeres más que hubiera esa noche en aquella playa perdida. Pero la única mujer que había allí era la suya, y esos tres maromos se la pensaban tirar sin miramientos, pues de hecho en seguida le retiraron del interior del dilatado ano de Marta, para dejar paso al segundo de los atacantes. Fue en ese preciso instante cuando tuvo el presentimiento más negro de la noche: algo allí no funcionaba como debía. Marta estaba siendo violada por dos de los agresores, los de aspecto más eslavo, que se turnaban para perforar su boca y recto, pero el tercer joven no había tocado aún a su mujer, es más, ahora que lo pensaba, parecía tener una extraña fijación con su cuerpo…Salva se dio la vuelta en ese momento, según era obligado a evacuar el culito de su esposa para dejar paso a un nuevo pene en su interior, y lo que pudo atisbar le dejó helado. El muchacho moreno se estaba desvistiendo, y ofrecía a la vista un pedazo de polla monumental; no parecía interesado en su esposa, sino que le estaba mirando fijamente a EL , con una media sonrisa ladeada en el rostro de inequívoco significado. Salva sólo recordaba que intentó escapar metiéndose en el agua a toda velocidad, pero el morenito cachas le alcanzó de inmediato, produciéndose al fin una violenta disputa, que se saldó con ambos contendientes revolcándose por la orilla, envueltos en algas y barro, y una lluvia de golpes que impactaron en el estómago y rostro de Salva, abriéndole una ceja, hasta que pidió clemencia y se ofreció resignado a jugar el papel de inesperada víctima de la lujuria ajena.

Básicamente, el bochornoso espectáculo que se desarrolló a partir de entonces puede definirse de modo gráfico. Salva y Marta fueron situados enfrente uno de otro, a cuatro patas y con sus cabezas juntas. El "jefe" follaba por el culo con violentas embestidas a Marta, y el chaval moreno más joven se beneficiaba a Salva (aunque sudó lo suyo hasta que consiguió penetrarle, ocasionándole una sangría importante), mientras el tercero en discordia, situado estratégicamente entre ambos objetos sexuales, repartía su atención y su rabo enhiesto entre el feliz matrimonio, y si él gritaba le clavaba el rabo hasta la garganta, enseñándole como se le chupa el nabo a un hombre, y si era ella la que no podía soportar tanto dolor emocional y se echaba a llorar desconsolada, en seguida era cubierta por el rabo vacilón del europeo del este, que no tenía impedimento en escupirla si se quejaba y en endilgarla todo tipo de sonoros epítetos en varios idiomas, incluyendo el inglés estilo balcánico.

El fin de fiesta de aquel trío de bárbaros incluyó una corrida general en la cara (el más joven en la boca de Salva, el "jefe", casi al tiempo, en la de Marta, y el tercer integrante de la troika diabólica juntó los rostros de ambos y repartió equitativamente la lefa entre las caras de perros apaleados de la infeliz pareja). Luego el moreno masturbó a Salva, haciendo que se corriera en el interior de la boca de Marta (algo que ni en sus más cachondos sueños él hubiera podido imaginar jamás), y, como al parecer habían bebido unas birritas poco antes y tenían ganas de mear, que mejor manera de hacer aguas que apuntando a las bocas abiertas del matrimonio, que, a esas alturas, ya estaba curado de espanto, y tan sólo podía pedir que acabara pronto su tormento y que al menos respetaran su vida y no sustrajeran el vehículo que les había conducido hasta tan malhadado lugar.

Cuando los tres indeseables se hartaron de abusar del indefenso matrimonio procedieron a vestirse, recogieron sus cosas y se largaron sin mediar palabra por donde habían venido. Salva procedió a consolar a su mujer, que lloraba como una magdalena en sus brazos; el también lloraba de impotencia y rabia, aunque debía reconocer que había alcanzado el grado de excitación más alto de su dilatada experiencia sexual, algo que su mujer nunca entendería. Sin duda, la pérdida de la virginidad anal resultaba un duro golpe para su hombría, pero él estaba dispuesto a extender desde ya una gruesa capa de silencio sobre lo ocurrido aquella noche. No denunciarían, su ego no podría soportar una nueva humillación de ese calibre (¿recogida de ADN, de muestras de semen, un nuevo tacto rectal? no quería ni oír hablar de ello; lo vivido, atrás quedaba). Ellos se limpiarían los restos de orina y semen en la misma playa, y volverían conduciendo al hotel como si no hubiera pasado nada. Habían escuchado el ruido de unas motos de potente cilindrada a lo lejos, por lo que imaginaban que al menos habrían respetado el vehículo. Por suerte para ellos, el acto sexual había aplacado la despiadada agresividad de aquellos cavernícolas, y pudieron regresar hasta el hotel en su vehículo alquilado. Marta no paró de llorar durante todo el trayecto, ambos estaban doloridos y maltrechos, y él estaba seguro de haber sufrido un desgarro anal, aunque ahora parecía haber dejado de sangrar al menos.

Todo cambió entre ellos a raíz de este hecho tan traumático. Marta necesitó atención psicológica de inmediato. Su psicólogo no podía entender de ninguna manera que Salva se hubiera negado a denunciar a sus agresores y, sobre todo, le resultaba extraño que no hubiera acudido de inmediato a un hospital a revisar las posibles lesiones (incluso internas) que se hubieran podido producir. Intentó en vano solicitar una entrevista con el marido de su cliente, a lo que él se negó airado, aduciendo que él no estaba dispuesto a perder tiempo y dinero con un "loquero" como aquel, que sólo servía para calmar las frustraciones sexuales de solteronas histéricas. Aquel desafortunado comentario hirió profundamente a su mujer, que había tenido que pedir la baja indefinida (por primera vez en su dilatada vida profesional) y terminó por herir de muerte la ya tocada relación entre ambos. Desde lo sucedido en Tenerife nunca más habían vuelto a hacer el amor, de hecho ella ni siquiera soportaba que él se le acercara, y a pesar de que él hubiera sufrido idéntico tratamiento por parte de sus captores, la frialdad con que parecía haber superado la doble violación y su aparente falta de secuelas hicieron sospechar a su mujer que no sólo no le importaba el calvario padecido por ella, sino que incluso era posible que hubiera disfrutado secretamente durante todo el proceso de vejaciones anales. Esa era una idea germinal que no abandonaba su mente durante las 24 horas del día, y si bien el psicólogo no opinaba de ese modo, Marta no soportaba que su marido la tocase, y mucho menos podía pensar en hacer el amor con él de nuevo. La falta de sensibilidad de Salva para las necesidades emocionales de su esposa era el elemento central en la crisis depresiva de Marta; ella no podía apoyarse en él para superar su tortura interior, y tan sólo cuando se decidió a regresar al trabajo, como terapia adicional para intentar superar los traumáticos hechos, fue capaz de rehacer su confianza en sí misma.

Pero algo había cambiado radicalmente en ella. Una semana después de retornar a su labor como comercial, Marta empaquetó un buen día sus pertenencias, hizo las maletas y se trasladó a casa de su hermana Raquel, que vivía sola también tras romper con su último novio poco antes. Salva no podía dar crédito a lo que estaba sucediendo, y a lo que estaba por suceder en su vida, pues seis meses después, en diciembre pasado, Marta solicitó legalmente el divorcio exprés. Estaba embarazada por fin de su primer hijo, le informó escuetamente por teléfono, fruto de su nueva relación con su compañero de trabajo Ricardo, aquel que según Salva carecía de virilidad; sin embargo, habían bastado unos pocos encuentros sexuales, en un entorno relajado y rodeada del amor que merecía, para quedar fácilmente en estado, lo que había soñado durante su frustrante matrimonio con Salvador sin conseguirlo. Ella no le echó en cara este dato, por supuesto, pero era una obviedad tal que no merecía mayor comentario por su parte. Ahora era una mujer plena y totalmente realizada, le vino a decir su exmujer: le había echado mucho de menos durante los primeros meses de separación, como es natural, pero la paciencia y dulzura de Ricardo habían obrado milagros, y ella había recuperado finalmente a su lado la ilusión por la vida, y había vuelto a creer en su derecho de nacimiento a la felicidad personal. Nadie, nunca más, podría volver a robarle su dignidad, y con Ricky a su lado, le dijo, se sentía finalmente segura y protegida, comprendida y amada por un hombre de verdad, un hombre en toda la extensión de la palabra. Esta última afirmación dejó noqueado a Salva, que llevaba varios meses preguntándose por el significado de la palabra "virilidad".

El origen inmediato de su búsqueda de un nuevo significado que redefiniera para él el concepto de masculinidad se produjo, por supuesto, la noche de su violación. El había sido poseído por otro hombre, estaba claro, pero lo que podía y debía haber sido un hecho traumático y repugnante había sido una experiencia excitante y sugestiva para Salva. Se había sorprendido a sí mismo en noches sucesivas rememorando el episodio y disfrutando en su imaginación con la brutal violación de Marta, y lo que era aún más grave, con la violenta follada anal que aquel morenazo desconocido le había endilgado sin venir a cuento. Comenzó a masturbarse a menudo pensando en el joven balcánico, en la forma en que le agarraba de las caderas mientras le enchufaba la chorra por detrás, en las groserías que le gritaba como si él fuera una mujer, en la cara de pasmo que puso Marta cuando él se dejó finalmente llevar por la emoción del momento y se identificó con todas las guarras que había admirado en las películas porno heterosexuales, aquellas mismas que se dejaban dar por el culo con una facilidad desarmante, y se relajó tanto que empezó a gritar a su violador, animándole para que le rompiera el culo como la puta arrastrada que era, y llamándole machote y semental, como hacían esos zorrones desorejaos de las pelis que alquilaba los viernes por la noche. Ahora él era la puta de un hombre, y esa sensación, lejos de disgustarle, le encantaba, una vez superado el terrible dolor inicial de la pérdida de la virginidad. Marta no podía perdonar ni comprender su comportamiento aquella noche, y, aunque nunca confesó a su terapeuta las razones reales de su rechazo visceral hacia su marido, era evidente que todo terminó entre ellos en el mismo instante en que Salva dejó a un lado su dignidad de macho ibérico, y se permitió por una vez en la vida dejarse llevar por el placer del sexo extremo.

Dos semanas después de la noche en que la vida de ambos cambió para siempre, Salva recibió en su oficina madrileña una visita inesperada. Quedó estupefacto al identificar visualmente, por entre las cortinillas de su despacho, a dos de los agresores de la playa canaria, que llamaban a la puerta con cierta sensación de urgencia. Bajó la única cortina levantada, para garantizar intimidad absoluta, y les hizo pasar de inmediato. Era la primera vez que les veía desde la brutal doble agresión, y todavía se le erizaba el vello corporal al pensar que tenía delante a semejantes personajes. Esta vez iban trajeados, con corbata incluida, aunque difícilmente podían engañar a alguien sobre su verdadera profesión; su vena macarra saltaba a la vista en infinidad de detalles, desde el corte de pelo hasta los ostentosos relojes de pulsera de oro macizo que lucían en la muñeca.

Buenos días, señor Hernández – saludaron al unísono aquellos dos forajidos, como si le conocieran de toda la vida. El "jefe" tomó la palabra, mientras el joven moreno paseaba con las manos en los bolsillos por el pequeño despacho, fijándose sin disimulo alguno en todos los detalles decorativos del mismo – sin duda se acordará de nosotros..y hemos venido a saludarle porque creo que tenemos una pequeña cuenta pendiente ¿verdad?

No puedo creer lo que estoy viendo – respondió Salva, fingiendo que se frotaba los ojos para ver más claro – simplemente no puedo creer que hayan tenido el descaro de presentarse en mi oficina y llamar a mi despacho después de todo lo ocurrido en Canarias

Bueno – sonrió su interlocutor – creí que eso es lo que deseaba. Usted fue muy claro al respecto: teníamos que dar por culo a su mujer, y permitir luego que usted mismo rematara la jugada. Y eso es lo que hicimos

¡Un momento! Esa no es la forma en que pactamos la fantasía…nunca hablamos de correrse en la boca, ni de mearse encima, y mucho menos me advirtieron que ese individuo – y señaló ostensiblemente en dirección al morenazo aquel – me petaría el culo como si yo fuese una puta callejera. ¿Es que no ven el ridículo que me hicieron pasar, y que ahora mi mujer me ha perdido el respeto por completo y no quiere que me acerque a ella?

¡Claro que sí! – intervino el joven ahora, por alusiones, con un marcado acento balcánico en su sensual voz de machote, dirigiéndole una mirada despreciativa – un hombre que organiza la violación de su esposa no merece ningún respeto, es usted peor que una puta, es un cornudo, y además un maricón, no hay más que ver como gritaba pidiendo que se la clavara más fuerte…¿Cómo quiere que le respete nadie?

Salva tuvo que sentarse al escuchar aquella violenta diatriba, aquel repaso exhaustivo. Intentó capear el temporal, pero él sabía bien que no conseguiría librarse tan fácilmente de estos criminales de poca monta.

Resumiendo, señor Hernández, no hemos visto que haya ingresado el resto del dinero prometido en la cuenta bancaria que le facilitamos

¡Por supuesto que no! Y ya se pueden marchar de aquí echando leches, o llamo a la policía de inmediato. Y les aseguro que tienen todas las de perder, porque siempre creerán la versión de un español, y no la de un par de inmigrantes con antecedentes penales en su país de origen.

El hombre de más edad detuvo con un gesto de la mano al impulsivo joven de aspecto latino, que estaba a punto de abalanzarse sobre Salvador.

Tranquilo, Ranko, no hace falta ejercer la violencia, estamos en un país civilizado, y en una oficina muy elegante. Sin duda, el señor Hernández sabrá escuchar nuestros argumentos, y decidirá en consecuencia

Puede estar seguro de que no voy a ceder al chantaje y a las amenazas, vengan de donde vengan.

Tal vez a la señora Hernández le encantará recibir nuestra visita de nuevo, y enterarse por nosotros mismos de quien organizó y financió su propia violación…- sugirió el desflorador de Marta Mijares con una frialdad terrorífica.

Salva no pudo contenerse y se lanzó al cuello de su oponente, sólo para ser rechazado de un simple puñetazo a la altura del estómago, y caer al suelo entre estertores de dolor. El más joven le obligó a levantarse del suelo, le sentó en la silla, arreándole un par de sopapos en la cara para que se recuperara del brutal impacto, y, sin mediar palabra, se bajó la cremallera del pantalón de vestir que llevaba, se sacó la verga, que estaba morcillona y descapullada, y se la introdujo en la boca en cuestión de segundos. El otro fichaje le sujetó los brazos por detrás, y el mencionado Ranko le agarró la cabeza y la empujó hacia delante y luego hacia atrás como una peonza hasta que consiguió una erección completa. Esta vez Salva mamaba con ganas, y se sorprendió a sí mismo lamiéndole el capullo sin que nadie le obligase, y recorriendo con la lengua la espina dorsal de aquel privilegiado falo, hasta llevarse los huevos a la boca, y de nuevo disfrutar del sabor agridulce del capullo chocando contra el velo del paladar. Por primera vez en su vida, se sentía plenamente realizado en materia sexual, y cuanto más puta y más maricón le obligaban a ser, más cachondo se ponía, por extraño que resultara. Finalmente, tras un mamazo espectacular que dejó maravillado al elemento hetero de la trama ("si una mujer me la chupara así de bien, comentó entre risas, le sería fiel de por vida"), el chulazo extranjero se corrió en su cara y en su boca, y luego dejó caer cruelmente unos gruesos goterones de semen en la camisa y los pantalones de Salva, como su marca personal de pertenencia. Acto seguido, se limpió la polla con un folio cualquiera, que resultó ser un documento original importante, se guardó la chorra, y le hizo a su colega el rubiales una seña de misión cumplida. Este cabronazo le levantó desde por detrás de las axilas y le condujo hasta la puerta del despacho. Salva llevaba los ojos cerrados, porque tenía toda la cara cubierta de semen y no podía abrirlos, por lo que había perdido de momento la orientación espacial. Su agresor se encargó de recordarle donde se encontraba exactamente.

Estamos justo en la puerta de su despacho, señor Hernández. Usted decide si quiere que sus empleados le vean con este lamentable aspecto, o prefiere ser un hombre sensato y pagarnos nuestros honorarios profesionales. Y le recuerdo que de seguir insistiendo en su negativa, la próxima vez no seremos tan generosos. Tiene usted una cara muy bonita, señor Hernández, intente conservarla así…es un consejo de amigo.

Está bien – se le escuchó susurrar en tono mortecino – me rindo, pero dejénme limpiarme antes, acérqueme un kleenex del primer cajón de mi escritorio, por el amor de Dios.

Ranko fue el encargado de limpiar su rostro con el pañuelo, y, como si de una Verónica acanallada se tratara, fue pasando el lienzo por todos los rincones de su hermoso rostro, sin olvidar ninguno. Con una sensibilidad propia de una abnegada enfermera, fue repasando la frente, la nariz, las mejillas, la barbilla, dedicando especial cuidado a los ojos y los labios, para los que dedicó una segunda toallita higiénica. Cuando Salva abrió los ojos a la luz del día, era sin duda un hombre nuevo; el rostro frío y duro de Ranko parecía haberse transmutado en algo parecido al de un ser humano normal, y se sintió fuertemente atraído hacia su agresor sexual, en una especie de involuntario síndrome de Estocolmo, que no dejaba de asustarle y maravillarle al tiempo. Cuando el joven le sonrió, sin dejar de mascar chicle, y le dirigió una mirada cómplice y, en cierto modo sensual, ya no tuvo dudas al respecto. Se liberó de los pesados brazos del cachalote que le mantenía sujeto por los hombros, y se dirigió hacia su mesa de despacho. Sin dudarlo por un momento, sacó la chequera y rellenó una cantidad que consideró apropiada, y que era bastante superior a la inicialmente acordada, extendiendo el cheque a continuación en dirección al malote rubio, que no pudo ocultar su sorpresa y alivio ante el cambio de dirección mostrada por tan complicado cliente.

Veo que al final ha prevalecido la razón – respondió guardándose el cheque en la cartera, tras observar que su difícil nombre eslavo estaba correctamente escrito en el cheque, y comprobar al trasluz su validez legal - da gusto hacer negocios con gente tan sensata como usted, señor Hernández. Vamonos, Ranko, sin duda tendrá usted muchas obligaciones pendientes.Y recuerde que si carece de fondos, volveremos a hacerle una visita de cortesía.

Puede irse tranquilo, cobrará la cantidad que aparece en el cheque. Buenos días, caballeros – suspiró Salva mesándose los cabellos y atusándose la indumentaria, como si acabara de bajarse de una montaña rusa.

"Menos mal que les pedí informes médicos exhaustivos cuando les contraté para que se follaran a mi mujer" recordó Salva aliviado, sintiendo aún el regusto amargo del semen balcánico de aquel chulo dominante en el interior de su forzada boca. Le encantó esa sensación de tener en su interior parte de la fuerza vital de ese joven endiabladamente hermoso y viril. Mientras él se concentraba en sus pensamientos, la pareja de extorsionadores profesionales se dispuso a abandonar la oficina, una vez cobrada la recompensa; no había sido tan difícil como pensaban en principio, y hasta el joven Ranko había tenido ocasión de dar rienda suelta a su pasión completamente gratis con esa maricona reprimida de cliente que el cielo les había enviado.

Ambos se dirigieron hacia la puerta del despacho, pero cuando estaban a punto de salir, el joven susurró algo al oído de su compañero de fechorías, que se echó a reír de buena gana, y le pasó una mano paternalmente por los hombros; su expresión facial parecía querer decir sin palabras: "este chaval es imposible, nunca cambiará". Ranko, ni corto ni perezoso, se acercó con sus chulescos ademanes característicos, y su andar contoneante, pero esta vez una franca sonrisa en su juvenil rostro quitaba tensión al asunto. Salva se levantó del sillón temiéndose cualquier cosa, pero ninguna buena, y se sintió halagado y sorprendido al tiempo cuando el joven depositó con sus modales más refinados una tarjeta en la que simplemente se leía su nombre y apellido y un número de móvil para localizarle.

He visto que te gusta el rollo este de la dominación y tal, y a mí me gustas mucho tú, estás muy bueno y además la chupas muy bien, aunque seas un cobarde y un mal marido con tu mujer. Pero a mí eso me da igual, si quieres que te meta el rabo alguna vez y te trate como a mi puta, sólo tienes que llamarme. Te encantará la experiencia, te lo aseguro. Se nota que has nacido para ser follado, tío.

La cara de estupefacción de Salva cuando Ranko abandonó el despacho tras guiñarle un ojo desde la puerta dio paso a la sonrisa, y a la risa histérica después, un tipo de risa liberador de endorfinas desconocida por él hasta ese momento de su vida. Era un mariconazo de tomo y lomo y un mal marido, se dijo a sí mismo; le gustaban las tías, sí, sobre todo para petarlas el bul, y amaba a su esposa, a su manera, claro, pero le parecía una estrecha de cojones y estaba un poco harto de su exceso de sensibilidad. Había querido hacer realidad su fantasía sexual, precisamente para no ser infiel a su mujer con ninguna golfa, y la había cagado, y de paso, se había cargado su relación de pareja. Pero ya le daba igual todo. Ahora era otro Salva el que emergía de esta experiencia, uno que podría prescindir de las mujeres en su vida, pero no de un chaval malote y cabrón y al mismo tiempo tierno y amable como Ranko. No, él sin duda era bisexual, pero es que además, para mayor ironía, su verdadera vocación sexual era la de ejercer de puta privada de un chulazo joven y apuesto como aquel. ¿Cómo cojones no se había dado cuenta antes? Por miedo al rechazo, quizás, se confesó en silencio, ni se lo había planteado abiertamente. Ahora que todo había ocurrido, se sentía libre por primera vez en su vida. Aún con lágrimas de emoción en el rostro, agregó el nombre de Ranko a la lista de contactos en su móvil particular, decidido a probar cuanto antes de la medicina sexual que le ofrecía el joven semental eslavo. Después procedió a descorrer una por una todas las cortinillas del despacho y a seguir atendiendo los asuntos propios del día, pero ahora, eso sí, desde una nueva perspectiva vital, radicalmente diferente a su correosa personalidad de antaño.

FIN