Una viuda, un monja y el obispo...
El obispo cuida a sus feligresas...
UNA VIUDA, UN MONJA Y EL OBISPO...
Doña
consolación era una recatada señora devota de Santa tecla. En su familia, aquella santa siempre, fue muy venerada. A esta se le atribuyen muchos milagros que ni la Santa iglesia sabían, y todos ellos los había hecho dentro de aquella familia de profundas convicciones y valores espirituales sin fin.
Doña consolación, desde que murió su esposo ya no había día que no le rece a su santa protectora más de una hora por la mañana y otra por la noche cuando se acostaba. A Santa tecla ella le pedía una y otra vez que las almas de todos los de la familia fuesen al cielo. De aquella ya solo quedaba ella y una hija que tuvo, la cual siguiendo las tradiciones familiares ingreso en un convento. En aquella gran casa ya habían habido más monjas, mucho antes. Pero tal como se fue acortando está, pocas posibilidades
había
para que las cosas cambiasen. Más bien con la hija de doña consolación se terminaría la historia. De aquella santa casa, en cuestiones de monjas y milagros.
Por estas fechas doña consolación había cumplido 58 años y su santa hija 35 esta
se llamaba tecla.
Como los caminos del señor se decían inescrutables, si se presentaron cambios en aquella ilustre y reducida familia. Cambios que nada tenían que ver con las virtudes, con las contingencias, ni con los deberes religiosos atesorados durante muchísimos años portan
digna
estirpe.
Fue un
día de febrero, día de San
V
alentín, cuándo en la casa de doña consolación apareció Sor
T
ecla, la hija de esta, pero ya sin hábito. Después de la sorpresa inicial la ex monjita le fue explicando a su desconcertada mamá el porque había colgado los hábitos después de tantos años.
Me ha costado muchísimo tomar esta decisión, le dijo esta, con los ojos húmedos por la emoción -y si no te llamé para decírtelo
-
sigui
ó
ella-. Fue porque no quise que me pusieses impedimentos y así discutir contigo por algo que yo tenía decidido, desde hacía tiempo.
-Pero qué te ha sucedido, para dejar aquella santa
casa
le pregunto con rostro compungido doña consolación.
-
V
erás mamá, detrás de tantas santas y santos, está el factor humano, cosa que cuando ingrese, no podía entenderlo, pero... Con el tiempo me di cuenta que en realidad somos personas como las que se ven por la calle. Ni más ni menos. Tarde o temprano-sigui
ó
la monjita-en nuestros
subconscientes,
van
creciendo las ganas de tener entre las piernas una buena polla, hasta que aquello se convierte en una obsesión, y entonces muchas de nosotras nos largamos con viento fresco.
-
D
oña consolación no daba crédito a lo que oía, ni como su querida hija se lo contaba, lo de una buena polla entre las piernas jamás lo había oído. No pudo contenerse y se santiguo varias veces al tiempo que dirigía su mirada hacia el
cielo como
en busca de santas explicaciones.
Durante horas y horas, la ex monjita fue contando a
su
m
á
s que sorprendida mamá lo que había vivido en aquel mundo cerrado que era el convento. Doña consolación seguía atentamente las pecaminosas explicaciones de su querida hija,
que
nada tenían que ver con un mundo que ella siempre creyó pleno de adoraciones al creador y su Santos apóstoles. Pero mientras escuchaba las palabras que pronunciaba su tan querida hija, sí noto que su mundo se tambaleaba, incluso sintió en su entrepierna cómo se le humedec
í
a su casi dormido bosque. Doña consolación durante los años que vivió con su difunto marido, no logro enterarse de la misa la mitad. Aquel santo marido si le hizo una hija se pudo considerar que fue un accidente. En estas cuestiones no daba pie con bola, y entre que el pobre no daba ninguna a derechas, que su polla más bien era una pollita, y para más desgracia tenía e
yaculació
n precoz, doña consolación, nunca logró gozar de los placeres que le contaba su hija, que para ella eran totalmente desconocidos.
-
-V
erás mamá-le dijo esta-allí en el convento hace unos años llegó una monjita qué parte de su vida
la
había pasado en un convento en el norte de
F
rancia, y que muy a menudo hasta allí llegaba el obispo de aquella zona para decir la santa misa.
A
quel santo hombre era hermoso de verdad, y por lo que sé supo tenía una polla como una maza de mortero,
que la manejaba con tanta destreza que las monjitas que la probaron acabaron enamor
á
ndose de su eminencia. Está monjita que había llegado del norte del país, llego a ser la preferida de aquel santo obispo. por lo que se lleg
ó
a saber esta monjita además de unos pechos como cántaros, tenía un culo como una mula y debía moverlo ta
n
bi
e
n
que aquel santo varón se enamoró perdidamente de ella, y desde entonces ya solo tuvo atenciones de esta. A las demás no nos decía ni mu.
-¡Pero hija!-¡
Tú también sucumbiste a sus encantos!-la cara de doña consolación era todo un poema.
-
S
í mamá, y no puedes imaginar lo que me hizo, y como llegue a gozar!!-esta vez doña consolación no pudo evitar que se le
escaparan
unas palabras: ¿Y qu
é
te hizo?-le pregunto sorprendida de
hab
erlas pronunciado.
-
D
e
tod
a
mamá
, de todo, no veas cómo es de diestro en estos lances, su eminencia.
-
P
or segunda vez doña Encarnación no pudo reprimir el preguntar qué era lo que le hizo a su querida hija aquel santo padre.
-
L
o que primero me hizo y que nunca olvidaré fue meter entre mis piernas, su larga lengua y
hurgándome
allí, me hizo subir al cielo de todos los placeres
,
después me cabalgo como si fuese una yegua, dejándome exhausta. Y para finalizar me la metió por detrás.
-
D
oña Encarnación no daba crédito a lo que oía. ahora sí que en su cue
v
ecita notaba como si allí tuviese un manantial. Otra vez y en voz entrecortada se atrevió a preguntar cómo era esto de por detrás.
-¡Pero mamá!
, Parece que hayas caído de una nube. Por detrás quiere decir por el culo!
¿Y te hizo mucho daño?
-le pregunto
alarmada
su madre.
-
E
n un principio pegue un grito que se oyó por todo el convento. Pero después sentí cosas que no logro describir.
-
E
stos eran terribles pecados, le dijo incrédula doña consolación.
-
S
u eminencia después me daba la absolución. Es un personaje todo amor y consideración. Gozar con él es estar cerca de los cielos.- le aclaro está a su madre-.si quieres, lo invitamos a pasar unos días con nosotras y así podrás conocerlo.
-
S
í que me gustaría, sí.
¿
Y tú crees que accedería?
-
S
eguro que sí, le dijo sonriente la ex monjita, a este santo varón le encanta viajar y conocer a feligresas como tú, con tanta devoción.
S
olo 10 días después su eminencia el obispo llegaba a la casa de doña consolación y la ex monjita, sor tecla.
C
on su porte elegante y vestido con los ropajes propios de su condición parecía un enviado de los cielos para salvar las almas de las dos mujeres extasiadas de su magnífica presencia. En su pecho colgaba un grueso crucifijo de oro, y en su mano lucía el preceptivo anillo qué
besaría
n aquellas entregadas hijas de María.
En la casa de doña consolación se notaba la presencia de tan santo varón.
A
quellas dos hijas de María lo agasajaron como si estás fuesen enviadas por los cielos para
h
onrar a tan insigne hombre de dios. Después de una comida digna
de tan
ilustre visitante, aquel santo hombre pidió permiso para descabezar una siesta que tenía por costumbre en su palacio episcopal. Cuando doña consolación lo acompaño a su habitación el santo hombre de dios le preguntó si deseaba ser confesada por un obispo. Pocas ocasiones tendrá en su vida, de ser atendida por un pastor convertido en
obispo-
le dijo este con beatifica sonrisa-
.
D
oña consolación como si aquello fuese lo más natural del mundo y al cerrar la puerta de la habitación a sus espaldas, arrodillo
se ante su eminencia y le besó el anillo, con tanta devoción como si fuese un enviado de Dios Padre. El santo obispo levant
á
ndose la falda de su sotana le ofreció aquella entregada feligresa el tesoro que llevaba oculto entre las piernas y del cual ya le había hablado su hija. Doña consolación quedándose extasiada al ver aquella gran obra de la naturaleza, y allí, aún de rodillas, se entregó con devoción acariciarlo y besarlo repetidamente, mientras con su mano derecha masajeaba lentamente aquel par de huevos más parecidos a los que ponen las ocas que a los de las gallinas. Glotona, en cuando aquel enorme falo soltó toda su carga, ella gozosa lo fue saboreando mientras ronroneaba como un bebé en las ubres de la madre.
Una hora después sor
Tecla,
desde la habitación contigua despertó sobresaltada por el terrible aullido lanzado por una garganta humana. Después sonrió
gozosa
de saber que
a
su querida mamá aquel santo varón la había atravesado el culo con su ma
z
a de mortero.