Una Virgen Promiscua

Digámoslo así: a la definición intuitiva de "virginidad" le faltan dos detalles muy importantes. Y esta princesa lo sabía.

¿Han notado cómo los abogados hacen auténticas contorsiones lingüísticas para arrastrar el verecidto del juez o del público a favor de su propia postura? Personalmente creo que cuando se abusa de ello se cae en una forma de corrupción moral, y la ley pierde confiabilidad y legitimidad. Pero en otros casos es divertido.

No sé si lo hayan notado, pero muchas chicas lindas de los colegios, y algunas durante toda su vida, suelen responder a la pregunta "¿cuántos novios has tenido?" con una cifra que suele rondar los seis. ¿Cómo puede ser eso con las más populares? Pues fácil: muchas de ellas redefinen durante su vida lo que es un "verdadero novio", y así, por más amantes que acumulen, como éste y aquel no fueron "verdaderos novios", pues no cuentan. Así que, amigo, en lugar de angustiarte por la cantidad de parejas que ella ha tenido antes que tú, en lugar de forzarte a vivir un netorare retroactivo que estoy segura de que no necesitas, mejor asegúrate de que te ame; que lo que importa es el futuro, no el pasado.

Hablemos de una chica que decidió llevar esto a otro nivel.

*

Liliana. Una princesa rubia como salida de un cuento de hadas. Con cabello ondulado hasta la cintura.  Ojos verdes que evocaban esmeraldas. Nariz fina y semirespingada, a medio camino entre la recta y la de rodadero. Labios finos y sonrosados que invitaban constantemente a besarlos; ni siquiera las mujeres podían dejar de verlos. Piel blanca sonrosada con pecas como puestas una por una con devoción por los dioses, como si hubieran querido hacer de su piel un negativo de las estrellas más famosas del cielo; sin exagerar, alguien encontró bajo sus clavículas, como un collar, tres constelaciones: virgo, libra y centauro. Sus pequeñas manos acariciaban todo lo que tocaba. Sus delicados pies le permitían correr ágilmente dando una extraña sensación fantasmagórica, como si no tocara el piso; apenas dejaba huella, aunque su peso era perfectamente saludable. Sus piernas respaldaban su rendimiento físico con una forma cónica perfectamente balanceada y una flexibilidad sorprendente en ejercicios de piso. Su cadera, redonda y amplia sin exceso, se contoneaba involuntariamente como si bailara al ritmo de sus pasos. Su torso mantenía una postura perfectamente erguida casi todo el tiempo, y su busto grande y firme como pocos, se aseguraba con picardía de que nadie pudiera verla a los ojos durante demasiado tiempo. Y ella, al notar esto último, sólo sonreía y reforzaba su afición a las prendas de torso con escotes elegantes.

Carismática y sociable, aunque nunca indecorosa, en la escuela no era difícil ganar un beso suyo en la mejilla. Más tarde en la secundaria todas las personas más guapas y muchas menos atractivas, afirmaban haberla besado apasionadamente y acariciado de pies a cabeza; pero nadie les creía seriamente. Todos ellos creían haber sido la única persona con esa suerte; por una u otra razón, rara vez había testigos, así que lo que se decía sobre ella, en especial entre las chicas que habían sido rechazadas por ella, era, hasta nueva orden, falso y producto de la envidia y el resentimiento. Quizás esa solidaridad en la disposición de la gente se debía a que se sabía que su familia insistía mucho en eso de la virginidad, por lo cual a pesar de ser tan adinerada, no se le permitía montar a caballo ni hacer ningún otro ejercicio que pudiera poner en riesgo la integridad de aquella pequeña membrana propia de su sexo. ¿Cómo se supo aquello? Por escándalos protagonizados por sus padres, conservadores y controladores a más no poder. Nunca tuvo novio; sólo una novia, avalada por sus padres.

Tras un año sabático empezó a estudiar derecho en la universidad. Allí aprendió las artes retóricas y de las excepciones. Los malabares argumentativos del estado de derecho o el cumplimiento de la norma, según interés. Vio la libertad entre las junturas de la ley.

Cumplió años aquel lunes. Consciente de la mayoría de edad que acababa de cumplir, ese mismo día tras volver de los estudios, cerró la puerta con seguro, se quitó los zapatos y el pantalón, se sentó sobre la cama con las piernas recogidas como un feto y el portátil justo frente a ella puesto sobre su sabe refrigeradora, y con los dedos ansiosos tras años de contenerse y apenas ver entre rendijas por segundos antes de echarse para atrás por miedo a ser descubierta, escribió en el buscador del explorador, casi ahogada de emoción y temor, la palabra "sexo". El software de seguridad del computador ocultaría su identidad, historial, etc. de hackers, troyanos, padres, etc.

Una tensión caliente se apoderaba de su cuerpo; una versión suspendida de la misma que había sentído aquellas veces cuando, tras (creer) convencer a aquella persona en la secundaria de no decir nada, la había besado intensamente y dejado tocarla por encima de la ropa, y tiempo después, también por debajo. No recordaba cuántos habían sido, ni siempre quiénes; sólo que esa había sido su forma secreta de divertirse con sus compañeros casi siempre cuando se quedaba a solas con alguno que le inspirara confianza.

Añoró aquellos años y la alegría de que las filtraciones no adquirieron nunca credibilidad suficiente pero sí llamaban la atención sobre ella y su cuerpo. Aunque había descubierto la masturbación, siempre se había limitado al clítoris; y ahora veía a las chicas de los videos disfrutar con algo más que eso. Pero no sólo la penetración vaginal, que era la arriesgada.

Mientras veía todo lo que era posible, de repente se dio cuenta de que estaba babeando sobre el teclado del portátil, con las manos justo a los lados de la máquina y las piernas extendidas hacia los lados, permitiéndole disfrutar en medio la vibración del colchón causada por los disipadores de la mesa del computador. Entonces simplemente quiso hacer algo parecido a lo de las chicas de algunos sitios: acomodó la pantalla para que la cámara web viera sólo del cuello para abajo, se quitó la blusa y el brasier, los pantys, abrió una cuenta, le dio "transmitir", y cuando, de forma sorprendentemente exponencial, aparecieron dos, cinco, diez, treinta, setenta, cien personas como público, se masturbó sin las manos restregándose contra el colchón y gimiendo cada vez más rápido y cada vez más fuerte hasta alcanzar el orgasmo. Llovieron felicitaciones y... dinero. Tras recibir la codificación de algunas "propinas" a su cuenta de ahorros, que legalmente a partir de ese día dejaría de enviar notificaciones a sus padres, cerró la sesión y se dejó caer de espaldas pensando gravemente en lo que había hecho.

Se había quedado dormida sin darse cuenta. Cuando despertó, con dolor en la cadera, recordó haber soñado que estaba en una playa, completamente desnuda, a la vista de incontables personas que la miraban extasiadas; el sueño terminó cuando un hombre desnudo se acercó considerablemente con una visible erección... ¿Cómo no iba a soñar eso?: se había quedado boca arriba desnuda y de piernas abiertas (de ahí sería el dolor), después de masturbarse en un sitio de camgirls.

Se incorporó y verificó que el sitio había dejado de transmitir cuando ella decidió: eso en orden. Por otro lado, el programa de la cámara había mantenido una configuración de un día anterior, y había estado grabando desde que ésta se activó. Se asustó, pero le alivió que no se hubera compartido eso. La curiosidad la llevó a darle play al archivo resultante; se vió a sí misma masturbándose y volvió a excitarse; luego se vio acostarse y dormirse bastante rápido; y luego... mover la cadera y el torso como si estuviera teniendo sexo con un hombre; al parecer, el sueño había continuado, sólo que ella no recordaba la última parte. Puso en bucle la parte en la que se movia así, y se masturbó de nuevo; sólo tocándose el clítoris e imaginando. Se incorporó. Bajó a comer. Subió y siguió viendo pornografía. Esa noche tuvo sueños afines; esta vez sin censura.

Se despertó más tarde de lo habitual; a pesar de la acumulación de ideas y sensaciones que nublaban su mente, y no le quedó más remedio que vestirse sin bañarse y salir así. El olfato le hacía creer que olía mal. En realidad, éste sólo estaba más sensible de lo usual. Percibió el olor de muchos durante todo el día, y se contuvo cuanto pudo cuando su cuerpo se excitaba al ver a alguien que podría gustarle que la besara y acariciara como ella quería. Y al volver a casa, casi desesperada, entró a la habitación, abrió la sesión el el sitio, y volvió a masturbarse frente a decenas; ignoró los comentarios; esta vez se despidió escribiendo: "Adios, chicos. Gracias por verme.". Fue a bañarse. y mientras se bañaba volvió a calentarse. Se miró los pezones y trató de lamerlos, como había visto a alguien. Lo logró y lo disfrutó. Salió y, desnuda, siguió viendo pornografía. Salió a comer envuelta en una levantadora; inventó excusas duraderas. Volvió a su habitación, se quitó la levantadora, y volvió a ver ese tipo de material. llegada la hora se puso la pijama, y se durmió sin tocarse. Mejores sueños; sueños más intensos, con mujeres y hombres.

Se despertó de nuevo. A la universidad. Cuántas personas deseables... estaba mojada todo el tiempo. No aguantó más. Decidió hacer como hacía tiempo, y sedujo a una chica. La besó, le dijo lo que quería, y se desnudaron el torso; turnándose y disfrutando al máximo, se acariciaron y chuparon los senos mutuamente mientras sus manos acariciaba al resto de sus cuerpos. Pero eso fue todo: no quería arriesgarse con los dedos. Salieron del lugar con la cabeza en las nubes. La chica eventualmente llamó a su propia novia, y, ocultándole la causa, le propuso el sexo más fuerte que habían tendido hasta entonces. Liliana, por su parte, regresó a casa. Se quitó la ropa. Abrió la sesión: "Hola, chicos, ¿me extrañaron?" Chateó esta vez, y jugó para ellos chupandose los senos, masturbándose, y dejándose excitar por las palabras obscenas... "necesitas una buena verga", le dijo uno de ellos. Cerró la sesión, se bañó, y volvió a la pornografía hasta la hora de dormir. Se empijamó y se durmió. Sueños tan intensos, que al otro día su mente no le permitiría recordarlos.

Se despertó, extrañamente caliente. Se vistió, pero no se puso ropa interior (la echó a la maleta por si se arrepentía). Fue a la universidad. Al salir estaba inaguantable; entró al baño de mujeres y... encontró un hombre masturbándose en el cubículo al que iba a entrar. "Necesitas una buena verga", le habían dicho. Vió la de él y le pareció aceptable. "Déjame ayudarte", le dijo. Y, con el corazón a salírsele del pecho, se lo chupó hasta hacerlo correrse en su boca; se lo tragó todo; mal sabor, pero estaba demasiado caliente; era lo que "quería" hacer. "No le digas a nadie, ¿vale?". Volvió a casa volviendo sorprendida sobre el sabor que había en su boca... ¿qué acababa de hacer? esa había sido la primera vez que... Bueno. Volvió al sitio web. No aguantó las ganas y le contó a los navegantes... "¿Y te gustó?" le preguntaron; "Sí", acabó respondiendo; "¿Volverá a hacerlo mañana?", le dijeron; "...Buena pregunta.", dijo, con la verdadera respuesta en mente, y se masturbó hasta correrse frente a más de 700 usuarios. Tras darse un baño, volvió a la habitación; y al verse de cuerpo entero en el espejo empezó a contorsionarse de forma seductora hasta hacer un juego lesbico pegada al vidrio. Tras ver pornografía, más fuerte que la de los días anteriores, se echó a dormir sin pijama: completamente desnuda. Soñó con penes; muchos penes.

Se despertó, y se vistió de nuevo sin ropa interior. Nada particularmente sexy. En la universidad, tras las clases, relamiéndose los labios, fue a esconderse al baño de hombres. Cuando un hombre iba a salir de su cubículo, le dijo: "¿Me dejas jugar con él un poco?" El tipo entendió, y viéndola de arriba a abajo, se lo permitió: ella se puso de rodillas y se lo chupó hasta hacerlo acabar, y sin dejar escapar ni una gota. El tipo la veía anonadado. "No le digas a nadie, ¿vale?" El tipo asintió. Volvió a casa. Casi 1200 observadores; les contó todo mientras jugaba para ellos hasta correrse. "Naciste para ser una puta de lujo", le dijo alguien. Hora del baño. bajó a comer con la levantadora; al volver, se probó toda clase de ropa sugestiva frente al espejo y se maquilló fuertemente cuando encontró una combinación que la hacia ver realmente callejera. Se excitó y divirtió tanto, que se masturbó de nuevo, esta vez metiéndose un cepillo en el ano. Y se fue a dormir así, vestida y sin sacarlo. Sueños tan fuertes que no los recordaría.

Sábado. Se levantó y se vió al espejo: despeinada, mal vestida, con el maquillaje corrido y un cepillo metido... "Parezco una puta usada..." susurró, y se rió. Luego le invadió un terror casi irracional al recordar que esa misma noche sería su fiesta de cumpleaños. ¿Qué diablos he estado haciendo? Dijo, dejando repentinamente de identificarse con todo lo que había hecho. Guardó la ropa. Se desmaquilló. Se bañó de nuevo y se vistió normalmente. No fue al sitio web, pero recordó bien lo que había hecho y lo que le habían dicho. Llegó su mejor amiga (a quien no veía a diario porque estudiaba en otro sitio), y tras una reunión muy casual empezaron a prepararse. Saltémonos la entrada irrelevante, las palabras de orgullo de los padres, y los aplausos. El vestido rojo, tan escotado como ella había querido hacía unas semanas, de repente le parecía más adecuado para una prostituta fina que para una chica que acaba de cumplir la mayoría de edad. Casi obligándose a sí misma, se puso la ropa interior, los protectores en el busto, y la prenda. Se vió al espejo angustiada y preguntó a su amiga: ¿no es demasiado provocativo? Y su amiga respondió: ¿sí, pero es lo que querías, no? Liliana aceptó preguntándose por qué había elegido algo así y recordando las muchas veces que se había divertido viendo a la gente vacilar entre verla a los ojos, los labios o el busto; sería eso; se habría dejado llevar el día de la elección. Recibió el regalo cerrado de su amiga y lo puso en una esquina de la habitación.

Salió a la fiesta. Sintió como si fuera una stripper en su primer día, o algo parecido. Todos la admiraron. Por hermosa o por sexualmente atractiva. Caminó a través de la tarima sintiéndose bañada en miradas fijas e impúdicas, sin atreverse a mirar a sus padres. Y, como pudo, forzó a su garganta a hablar: saludó, dió la bienvenida, agradeció, habló del futuro, y terminó su discurso; todo, con palabras a veces interrumpidas por voces de timidez que su oído interpretaba como voces de placer injustificado; a algunos les parecía igual, pero todos se equivocaban: realmente estaba aterrada e intimidada.

Conforme Liliana se unió a sus invitados, poco a poco el extremo nerviosismo empezó a dejarla. Empezó a respirar libremente sin inhibirse por el hecho de que al llenarse de aire, su pecho atraía miradas. Al cabo de unas horas, había vuelto a disfrutarlo como antes. Empezó a ir de aquí para allá para embriagarse no con la bebida, bastante suave a su petición y para alegría de sus padres, sino con las miradas de la gente que admiraba su cuerpo. Las sensaciones que había acumulado durante la semana volvieron de repente colmándola de deseos inmencionables. Fue a hablar con sus padres, y reconoció que le gustaban los escotes, aunque mintió diciendo que no por seductores sino por frescos. Más tarde, cuando sus padres salieron para hablar en otro lugar largo y tendido de un negocio durante el resto de la noche, volvió al micrófono: "Estoy muy feliz de que todos ustedes estén aquí para verme por mi cumpleaños número 18; llevaba tanto tiempo ansiándolo... queriendo poder hacer las cosas que hacen los adultos...", "Hay un montón de cosas deliciosas para ustedes, sólo tienen que servirse...", "Quisiera servir a todos ustedes, directamente, pero no me alcanzaría el aliento...", "Daré todo de mí porque esta velada esté llena de placer para todos ustedes...", y otras cosas con doble sentido y una voz entrecortada no por el nerviosismo, sino por el deseo.

No pasó mucho tiempo. Con trucos dignos del más astuto de los asesinos, Liliana apartó a un hombre a la vez, lo llevó a un lugar privado y apasionante, y le hizo una felación completa, completando así cinco hombres, dos de los cuales veía por primera vez; también sedujo a cuatro mujeres con las que intercambió besos, los senos, y masturbación superficial. Ya para entonces no llevaba los protectores: sus pezones se notaban descaradamente a través, y un hilo húmedo recorría su pierna hasta el tobillo. Ciertamente, una felación era más satisfaccion para otro que para ella misma... sólo estaba más caliente que nunca... así que al próximo chico que pescó lo sorprendió diciéndole: "¿Quieres sexo anal conmigo?" ¿Qué se responde a eso? El tipo accedió en silencio, y cuando llegó el momento, Liliana casi enloqueció de placer; su mente se nubló, excepto por el recuerdo de que había elegido ese vestido antes de sus aventuras de la última semana, y de que mucho antes ya disfrutaba besarse y manosearse con muchas personas. No se había pervertido; sólo había reconocido lo que siempre le había gustado hacer. Y entregada al placer, se corrió tras un par de empujones. El tipo acabó bastante rápido, y ella se despidió de él besándolo y riéndose.

Volvió a la fiesta y encontró otro. Se lo llevó al baño y le dijo lo mismo. El tipo lo hizo, y la penetró hasta correrse. Ella no lo hizo, y se sorprendió.

Temeraria, fuera de control a pesar de estar "sobria", cuando volvió a la fiesta y se dio un descanso, decidió citar a dos hombres y una mujer a su habitación a cierta hora. Ella se adelantó.

Al llegar la hora, ellos entraron, y cerraron con seguro. Entonces Liliana apareció con la ropa que había usado el día anterior, vestida y peinada como una zorra. Les hizo entender sus intenciones besando y manoseando a uno y otro. No la desnudaron, no hacía falta. No llevaba ropa interior. La manosearon y besaron como nunca, y casi la hacen correrse sólo chupándole los senos. Liliana se olvidó de la acústica y se permitió gritar de placer cuanto quiso. Finalmente se puso en cuatro y les pidió que la penetraran "sin quitarle la virginidad", y ellos rieron y lo hicieron. Finalmente ella tuvo un último orgasmo tan fuerte, que le dejó zumbando la cabeza tirada sobre el colchón. Se dió la vuelta, y les dijo: "Sólo no le digan a nadie, ¿vale?". Y ellos sonrieron y asintieron de forma poco convincente.

La fiesta terminó bien, pero sin ella. Los invitados a su cama dijeron que se había sentido indispuesta de repente, pero que estaba perfecta, sólo quería que no la molestaran.

En el su habitación, tras la salida de los chicos, Liliana había abierto el regalo de su amiga: "Para la nueva adulta del mundo", decía la nota. Y en la caja, un consolador, un vibrador, y dos plugs anales. Liliana recordó lo que le dijeron en la red: "Naciste para ser una puta de lujo"; "Bueno... - pensó tímidamente - parece que mi amiga también tiene esta idea de mí..." y se dedicó a masturbarse usando analmente el consolador a través de la cámara frente a su creciente número se seguidores durante un buen rato. "Te lo dije." Dijo alguien.

Esa noche durmió maquillada usando uno de los plugs. Al otro día se levantó, se vio al espejo, se rió, se puso la ropa callejera, se vio otra vez como una "puta usada", y pegando el consolador al piso de baldosa, se lo metió por el culo y subió y bajó como loca hasta correrse. Acabó con un juego lésbico con el espejo, y decidió su futuro.

A partir del lunes, con cierta regularidad, elegía un conjunto sumamente sugerente para vestirse, e iba así a la universidad, llegando eventualmente a ser conocida como la princesa puta del lugar, pues aparte de su conducta desinhibida no había perdido en lo más mínimo su extraordinaria belleza de cuerpo y actitud. Su única restricción era no ser penetrada vaginalmente.

Y así es como muchos años después, tras años de promiscuidad que escandalizarían a cualquier actriz pornográfica, Liliana, vestida de blanco, llegó incuestionablemente virgen al altar de matrimonio en el extranjero, para casarse con un hombre dulce y religioso que conoció allí; un hombre que se aseguró médicamente de que ella lo fuera aún, y, maravillado al saber que sí, la amó, ante todo, no por su belleza, no por su delicadeza, no por su inteligencia, no por su astucia, no por su carisma, sino por su fuerza de voluntad para permanecer virgen a pesar de las incontables tentaciones del mundo.