Una vieja amiga
Tras años sin verse, cierta noche de marcha en la ciudad se encuentran...
DESIREE (Marbella)
La pareja subía por una calle silenciosa y desierta, charlando animadamente. Hablaban de los últimos años, contándose anécdotas y poniéndose al día en general, pues hacía mucho tiempo que no se veían.
Amigos desde la niñez, el encuentro fortuito de esta noche, tras tanto sin saber nada el uno del otro, había provocado una agradable reacción de sorpresa y alegría por parte de los dos, haciéndolos inseparables durante el resto de la noche.
Era sábado y cada uno, con sus amigos, había salido a tomar unas copas para desconectar de la monotonía semanal. Él vivía en la capital desde hacía unos diez años y Ella, tras terminar sus estudios primarios en Marbella, se había marchado a estudiar a Granada con sus primos y hermanos. Muy de cuando en cuando el chico -al que llamaremos José- se encontraba con viejos conocidos de su adolescencia, pero no ocurría con demasiada frecuencia. La mayoría, como Desirée, terminaban sus carreras en otras ciudades y apenas se dejaban caer por Málaga.
Por todo ello, resultó una sorpresa bastante inesperada para José verla junto a otras chicas bailando, cuando él y sus amigos entraron en un bar a tomar unas copas. A partir de ahí, la noche había pasado deprisa para los dos, hablando de los viejos tiempos y demás.
Lo cierto era que desde el comienzo de su amistad, casi veinte años atrás, un tonteo inocente los había unido siempre secretamente sin que ninguno fuera demasiado consciente de ello. Al principio, todavía pequeños y sin comprender muy bien lo que pasaba, ese tonteo era más rechazo que otra cosa. Ella, junto con su prima, se dedicaba a jugar, mientras José y los amigos las ignoraban, más entusiasmados por el fútbol y las riñas entre si. Sin embargo, a medida que la infancia había ido dando paso a la pubertad, y luego a la adolescencia, ese tonteo, más evidente aún, se había vuelto un secreto a voces.
Pero ninguno de los dos supo darle salida... dar el paso conveniente que habría convertido esa amistad curiosa y difícil en la primera aventura de ambos dentro del mundo de la sexualidad y el amor. Quizá juntos habrían descubierto ese mágico mundo de los primeros besos apenas esbozados, de las primeras caricias inexpertas y tímidas que te mostraban lo más parecido a la plenitud del paraíso. Fueron creciendo, haciendo sus pandillas y grupos de salida y, finalmente, el contacto se había vuelto muy espaciado, casi inexistente, hasta el momento en que Él, obligado por las circunstancias hubo de marcharse a otra ciudad.
Ahora, casi diez años después, la vida había vuelto a cruzarlos y los dos se mostraban bastante contentos por ello. Al final de la noche, cuando los dos grupos decidieron que ya era hora de irse a descansar, José, que había estado dándole vueltas a una idea, suspiró hondo decidido a jugárselo todo a una carta. Sabía que si la dejaba marchar así, sin más, desperdiciaría una oportunidad única. Probablemente no volverían a encontrarse en años...
Y lo había conseguido. Como vivía solo desde hacía un par de años, no dependía de nadie para tomar ciertas decisiones, de manera que logró convencer a Desirée para que fuese con él a su casa. Y allí estaban, subiendo el final de la cuesta que llevaba hasta ella.
Llevaban unas cuantas copas encima, aunque ninguno de los dos iba borracho; tan solo alegres, en manos de esa extroversión que confiere el alcohol tomado con cierta moderación. La chica seguía tan encontadora como José la recordaba, mostrando siempre ese pequeño atisbo de timidez que tanto le gustaba.
Por fin, acompañados por las primeras luces del amanacer, llegaron al piso del muchacho, sita en una urbanización bastante cómoda que coronoba una pequeña loma de la parte alta de la ciudad. José, siempre cortés, comenzó a enseñarle la casa a su compañera, quien no paraba de repetir cuanto le gustaba y lo bien que debía montárselo viviendo allí solo.
Enseguida, llegaron hasta el dormitorio de él.
-¡Hala!¡que chulo tío!
-Bueno, no me puedo quejar la verdad... aunque los muebles siguen siendo los que tu conocías. ¿Te acuerdas?...-
-¡Ostras!¡es verdad! La librería es la misma... y el escritorio...-
y mientras decía esto, Él que la había estado observando encantado, admirando su perfil delgado y sus rasgos infantiles y suaves, se acercó por detrás y la sujetó delicadamente por los hombros. Des se quedó quieta, pero continuó hablando., tratando de dar al gesto la mayor naturalidad posible.
-...la mesa del ordenador es distinta ¿no?... la de Marbella tenía rued...-
José se acercó más a ella, a su espalda, y tras apartarle muy despacio los cabellos besó su cuello dulcemente, dejándose llevar por la extasiante suavidad de aquella tersa piel durante tanto tiempo anhelada. Continuó dándole besos, pequeños, cálidos, al tiempo que la rodeaba por completo con los brazos. Desirée, al principio sin saber cómo reaccionar, se dejó conducir por él. Cerró los ojos ante aquellos tiernos besos y enseguida notó cómo con cada uno de ellos su sangre se iba encendiendo de forma irremediable. Un deseo reprimido durante demasiado tiempo volvió a cobrar fuerza en su interior.
Aunque se sentía un poco asustada, también. No era muy experta en estos terrenos, después de todo y hacía muchos años sin verlo a él. Sin embargo había tanta ternura en quellos besos, tanta suavidad en esas manos que ahora le acariciaban la cintura...
Tras soltar un quedo suspiro de placer, se giró hacia José. Sus miradas se encontraron por fin en ese paraiso donde el tiempo y las normas dejan de existir, y muy despacio, casi con miedo, sus labios también se buscaron, recibiéndose en un cálido contacto que los unió por un instante para el resto de la eternidad.
Durante un buen rato, los besos continuaron centrando toda su atención, intensos, lentos y tímidos al principio... apasionados y ansiosos con el transcurrir de los minutos, con el subir de sus temperaturas corporales. En un momento dado José bajo las manos hacia el culo de ella, atrayéndola más hacia si, instante en el cual Des notó con toda claridad el abultado miembro de él frotándose, buscando el contacto con sus caderas. Un ligero vértigo la sacudió al sentirlo asi, deseándola, a punto de explotar. Y lo cierto era que ella comenzaba a estar igual.
José la apretaba contra sí, mientras continuaba besándola en la cara, los labios, el cuello... Era tan dulce, tan tierna y fresca... quería abrazarla, envolverla en un manto de caricias y amor. Sus manos la tocaban, la recorrían por detrás intentando abarcar cada centímetro de aquel cuerpo joven y maravilloso.
Desirée por su parte, más indecisa, no terminaba de romper esa barrera que cada sentido de su ser le pedía a gritos derribar. Rodeaba la cintura de José y apenas se atrevía a hacer más. Entonces notó como las manos de él cogían las suyas y las bajaban más allá. De pronto un contacto inesperado la hizo ponerse tensa; estaban acariciando sus pechos... muy despacio al principio, algo más fuerte después. José buscó los pezones por encima de la ropa y los pellizcó. Ahora si, sin poder remediarlo Des sintió una sensación de excitación y placer que la hizo gemir y abandonarse por completo al placer que su compañero le estaba provocando.
El chico sintió cómo ella reaccionaba con sus caricias y supo que podía lanzarse al vacio sin miedo. Bajó su cabeza hacia el cuello... hacia el inicio de los senos y la envolvió en un abanico de besos, hasta que cerró sus dientes sobre uno de los ya duros pezones. Un gritito quedo y ahogado brotó de lo más hondo de su vieja amiga, excitándolo sobremanera. Lanzado ya, se sentó en el borde de la cama, atrayéndola hacia si. Entonces comenzó a desabrocharle el vaquero, despacio, deleitandose ante el espectáculo blanco que iba apareciendo bajo el.
Ese ombligo... liso y perfecto. Su lengua lo recorrió una y otra vez... sus labios lo saborearon con entusiasmo, para después ir descendiendo hasta esa blancura deseada y por fin a su alcance. Con las manos sujetándola por detrás, la besó en las braguitas, sitiéndola pegarse más a él al hacerlo.
Tras aquello las cosas se aceleraron un poco. No tardaron en tumbarse por completo en la cama, donde volvieron a buscarse sus bocas, mientras sus manos comenzaban a desnudarse mutuamente. Primero fue el jersey de José, después el de Desirée. El chico acariciaba el torso desnudo de ella, embelesado, recorriendo cada poro de su piel, dedicando especial anteción a la zona donde el sujetador, aún puesto, acultaba los pechos erguidos de Desirée.
Pasados unos minutos así, y viendo que ella lo dejaba a él como maestro de ceremonias, José se desabrocho también el pantalón, quitándoselo y quedándose en boxer. Cogió entonces una mano de ella y la llevó hasta estos. Des, algo turbada mantenía la mano quieta sobre los calzones de José hasta que este le susurró palabras de tranquilidad al oído.
Insegura, la chica tocaba aquel bulto hinchado y húmedo sobre la ropa interior de él, notándolo duro y palpitante. Y en un momento dado, sin saber muy bien cómo, fue consciente de que ya no había tela entre este y sus dedos. La sensación fue electrizante, para los dos. José comprobó como ella recorría su miembro de abajo arriba y viceversa... palpaba el glande, las venas palpitantes y, llevada por la pasión comenzó a masturbarlo. Pero José, pasados unos segundos hubo de indicarle que parara. Era tal su excitación que el más mínimo contacto de ella le provocaba grandes oleadas de placer; y no queria irse tan pronto... quería disfrutar al máximo con esta estupenda mujer, un regalo de los Dioses.
Así que, sonriéndole tranquilizador, se arrodillo entre las piernas de Desirée y volcó su atención en aquel triángulo mágico aún escondido tras la suavidad mágica de la ropa interior. De vez en cuando no podía evitar mirarla: estaba preciosa, con esa carita de ángel, arrebolada, encendida por la pasión y su sempiterna timidez. Los ojos le brillaban y su respiración era ya entrecortada.
José besaba una y otra vez sus caderas, su monte de venus por sobre las braguitas, acariciándola al mismo tiempo, comprobando cómo un poquito más abajo la humedad iba creciendo rápidamente. Comenzó a pasar los dedos, sólo rozando, por encima de su zona más erógena... sobre su vagina; y ella temblaba ligeramente, arqueándose impaciente, pidiendo así que continuase el contacto.
Sin embargo José decidió ir un paso más allá. Tras volver a cubrir de besos el ombligo de Desirée introdujo un mano dentro de la braguita, palpando delicadamente hasta que entró en contacto con su clítoris. Ella volvió a temblar al notarlo y cuando él comenzó a frotar con las yemas de los dedos, Des empezó a susurrar su nombre, cada vez más intensamente. En pocos segundos, un orgasmo provocado por la excitación la recorrió como un calambre.
José, tras intuirlo le bajó la pieza blanca del todo, se puso un preservativo y antes de que ella fuese muy consciente de lo que pasaba, su miembro entró en contacto con aquella parte mojada e hipersensible. Esperó un poco para ver la reacción, pero al comprobar que su amante no rehusaba, inspiró hondo y, deleitándose por anticipado, la penetró.
El jadeo de ella lo puso a mil por hora, incrementando en seguida el ritmo. Los dos se acoplaban a la perfección y una indescriptible sensación de gozo, de placer, los invadía provocando reacciones incontroladas: suspiros, jadeos, pequeños gritos, besos apasionados. Ambas caras aparecían sonrosadas por el placer y el esfuerzo.
Finalmente, José notó que llegaba al final. No quería dejarla insatisfecha... mucho menos ahora, de manera que hubo de recurrir a toda su fuerza de voluntad para no meter la pata. Aguantó un poco más y, finalmente vio que ella también llegaba, así pues, entonces sí, se relajó y con una brutal descarga se unió en un abrazo de placer indescriptible a su vieja amiga de la infancia, compañera... amante.