Una vida, un secreto (2)

Una mujer, doble vida.

Dormir desnuda es una de las sensaciones más agradables, notar la suavidad de las sábanas sobre mi cuerpo. Aquella noche no podía dormir, desvelada pasaban por mi mente todas las imágenes que había vivido en las últimas semanas, en nada se parecía aquella ya lejana vida a la que estaba viviendo ahora.

Al abrir la puerta de casa me encontré con mi marido en el pasillo, lo miré con una sonrisa pícara, él embobado vino hacia mí para besarme  con una tierna dulzura. Sus manos recorrían torpemente mi cuerpo, no sentía emoción especial, era agradable, a secas. Junté mi pelvis con la suya, provoqué su desenfreno y cogido de la mano lo llevé al dormitorio, casi me arranca el vestido, casi destroza mi sujetador y las bragas; me senté sobre la cama, los pies en el suelo, abrí mis piernas, él hechizado por el momento, hincó sus rodillas en el suelo y su boca se posó sobre mis labios, sobre las labios de mi  chorreante coño.

-¡Qué delicia! El aroma que desprende es indescriptible, embriaga como el buen vino. Me decía

Apoyé mis manos sobre su cabeza para presionar sobre mi abultado clítoris, los pezones miraban al cielo, mis ojos cerrados, mi sueño no estaba allí sino con mi dueño.

-¡Cuando llegues a tu casa, quiero que te folles a tu marido, mejor dicho quiero que te folle tu marido, que llene su polla con mi leche, jejejej…

Sus palabras golpearon mis oídos y en ese momento sentí un estremecimiento en todo mi cuerpo, el placer inundaba mi garganta y de ella salía el relincho de una hermosa jaca.

Eché mi cuerpo sobre la cama, al instante, perdiendo el juicio sereno, se volcó sobre mi pecho, hinco su polla muy dentro, rápidos segundos y vació toda su leche, terminó con un beso. Poca emoción despertó aquel encuentro.

Un nuevo día se adivina por la ventana, al poco tiempo sonó el despertador y mi marido comienza su ritual, ducha, afeitado, café, un beso y un hasta luego. Yo, desnuda bajo las sábanas aún rememoro los recuerdos; el día ya se hizo, cierro los ojos y duermo, me encuentro cansada, satisfecha pero cansada cuando un sobresalto hace que rompa el silencio, sobre mis nalgas siento como si hubiera recibo un golpe, he sentido dolor, un dolor placentero,  jejej… me sonrío, no ha sido en este momento, fue ayer cuando Luis golpeo mi trasero

-¡Qué buen culo de perra tienes! jajajajaj…

O igual fue cuando me follaba de espaldas y no se cansaba de azotarme, era dolor y era placer, era placer, pienso.

Me voy a levantar y recorro la casa como a él le gusta, como él me ha dicho que lo haga siempre que esté sola.

- No quiero que lleves nada más que tus braguitas, las del día anterior, sí, sucias, no te duches hasta medio día, entonces podrás cambiarlas. Ah, y unos zapatos de tacón, siempre desnuda pero con tacón, quiero que te sientas puta.

Ohhhhhhhhhhh, qué palabra, no deja de resonar en mi cerebro: PUTA, PUTA, PUTA, PUTA,… y cuanto más la oigo más me entrego.

Entro en la cocina, mi desayuno, fregar los platos de la noche anterior, limpiar la casa, arreglar las habitaciones…, la ropa sucia a su cesto y al coger las bragas sucias de mi hija…

-Quiero que todos los días huelas las bragas de tu hija, después me llamas por teléfono y me cuentas que sensaciones han despertado en ti.

Marco su número, espero, no lo coge, qué angustia siento

-Hola puta, ¿ya te has levantado?

-Hola cariño, sí, ya hace tiempo.

-Cuéntame cómo estás.

-Desnuda, bueno con las bragas de ayer, como a ti te gusta, sucias para ti y por ti.

-¿Te folló el cornudo?

-Sí.

-Jejejej… así me gusta, que tome alimento rico en calcio, mi leche.

-¿No tienes nada que contarme? Qué has hecho con las bragas de tu hija?

-Las tengo en mis manos, huelen como a ti te gusta, a hembra joven.

-Dime cómo són.

-Celestes, con dibujitos, con puntillas en los bordes de color blanco y frente a lo que tu deseas, una zona de encaje que a buen seguro dejarán ver su pelo.

-Jejejej… hoy será distinto, quiero que te quites las tuyas y te pongas las de ella, es más quiero que esta tarde cuando vengas, las traigas puestas.

-¡Pero…!

-Pero pollas, que te las pongas, cojones.

Cuelga, me encuentro desconcertada, ¿desconcertada o excitada? Claramente excitada nunca imaginé que una orden, que esta orden provocara en mi un estado de preplacer tan intenso. Son algo más pequeñas que las mías, casi pienso que se van a romper sin embargo entran, las acaricio y las pego a mi coño, junto sus jugos con los míos, para él y por el.

Sigo con mis labores, no quiero parar así al menos mi mente descansa y mi cuerpo se lo agradece. Sólo hay unos segundos en los que flaqueo al estar en el lavadero pues veo las pinzas de la ropa e inevitablemente recuerdo mi dulce tortura, el placer que siento cuando él me las coloca en los pezones, dirijo mis manos hacia ellas y con los ojos cerrados veo como una mano presiona el pezón hasta hacerlo más grande y con la otra lo atrapa con una pinza de la ropa. Un suspiro se escapa de mi boca, un quejido que sabe a gloria, un dulce dolor que aderezará la espera.

Suena el teléfono, es Juan, Cristina tiembla al cogerlo, se ve desnuda, desnuda para otro y por otro, sin embargo piensa que el puede ver en sus ojos, aunque sea a través del teléfono, que está desnuda, que muestra su cuerpo, que no es el manjar que espera, que esa mesa está puesta para otro, que esa comida tiene dueño. Hablan de forma distendida sin que por ello pueda dejar de mirar su desnudez. Sonríe pues le gusta lo que ve, su mano acaricia el cuerpo desde los pies, subiendo por las piernas, deteniendose con sosiego en los muslos, pasando por encima de las bragas, tira de un pelo, jejej..., rodea su ombligo, golpea su pecho, cuello y labios y termina saboreando sus dedos.

¿Qué haces Cristina? Es la otra mano, la que descansa, la que siempre va acompñando, la segunda para todo, la primera en este momento pues con decisión entra bajo la braga, acaricia su bello, separa sus labios y descarga su deseo.