Una vida nueva (Libro 3º - Capítulo 01)

El Obispo y Miel .......... Este tercer libro, lo abro con una entrega a seres extraños. El Obispo, quién mantiene una pugna total con Mr. Obrien, será el primer objetivo asignado a Miel. La cita se produce y Miel imbuirá algo en el Obispo, que no estaba preparado para ella. Lo podréis ir entendiendo en este y los siguientes capítulos, que espero y deseo os gusten. Un beso para (Alex) TR, para Malossi, Marcussi, HombreFX, Irina y Breo y también para Moonlight y mis lectores y lectoras. Sandra Raquel.

Una vida nueva ( Libro 3º - Capítulo 01)

El Obispo y Miel

Miel, fué despertada por Obrien, aunque con toques cariñosos.

En cuánto Miel fué consciente de la situación, le contó todo a Obrien, quién solamente sonrió. Y se metió a mirar la charla, al tiempo que Miel se apoyaba en sus hombros desnudos y miraba cuanto el miraba.

Obrien, leyó la conversación y mirando a Miel, la dijo que debería ir sin más remedio. Incluso, aunque no hubiese contestado.

  • No te preocupes demasiado Miel, el Obispo no es tan málo como lo pintan, aunque hay que reconocer que a veces es demasiado depravado. Tendrás que ir mi amor, pero sólo sí tú admites ir. Si no fuese así, tendremos un enemigo fuerte planteando batalla. Pero éso debes decidirlo tú, Miel.

  • Arturo, iré a ver al Obispo. Me siento nerviosa y asustada.

  • No te asustes, nada extraño te va a suceder. Lo de nerviosa, lo entiendo perfectamente, puesto que yo también lo estoy. María te hará borrar las marcas, luego te bañará y después de secarte, te maquillará y estarás dispuesta para visitar al Obispo.

  • Pero, cómo deberé nombrarle?.

  • Eminencia, es el más común de los títulos, nombrados en un saludo. Pero él, ya te indicará como debes nombrarlo.

Miel, asintió y se dejó llevar por su propio destino. Sabía que su destino era recorrer partes del mundo que ella compartía.

Cómo la cita sería en pocas horas, María acudió presta a la llamada de Obrien, para que hiciese desaparecer sus marcas, y después bañarla y maquillarla, aunque antes, la hizo desayunar en condiciones.

Maria, se aprestó a sus cuidados, animando a Miel, quién era su amor y su compañera. Miel habló poco, pero le agradeció sus cuidados y atenciones.

Miel, tenía la mente puesta en la nueva cita con el Obispo. Sentía temor y curiosidad al mismo tiempo, por lo que iba a acudir a la cita.

María, la maquilló suavemente y la peinó. Miel, se lo agradeció acariciándola las tetas. María la correspondió con suaves toques en sus pezones, para después maquillárselos de color rojo púrpura. Pintó después sus uñas de las manos y los pies en un tono grisáceo acerado.

Cuando Miel estuvo dispuesta, María se acercó hasta Obrien, abrazándole mientras veían vestirse a Miel para la cita.

Después Obrien, acompañó a Miel hasta la puerta de la casa en donde ya esperaba un coche, con chófer y alguien ante la puerta.

Obrien le comentó que era Marcus, un amigo de él y del Obispo, que hacía de intermediador.

  • Ten cuidado con Marcus, es peor que Breo con sus manitas. Sin embargo es alguien muy especial para mí. Es un amigo fiel.

  • Amor, estoy tensa y nerviosa. Hago bien?.

  • Sí, mi pequeña niña y grande amor. Haces muy bien, Miel. No te preocupes por la cita, sabrás salir satisfactoriamente de la misma.

Me sentí mucho mejor, trás aquellas palabras de Arturo y me apresté a partir. Mi vestido transparente, lo amortiguaba una chaqueta de algodón.

Salí de la casa, con pasos decididos, pero sientiendo un gran nerviosismo en mis piernas. Esperaba que no se me notara dentro del coche, pero se me debió de notar.

Nada más subir, Marcus colocó su mano derecha sobre mi muslo izquierdo y me miró, con ojos estraños.

  • Estás temblando, Miel?.

  • No lo sé, pero estoy muy nerviosa, la verdad, Señor Marcus.

  • Debes relajarte, es una visita cuasi oficial, por lo que nada te sucederá, El Obispo es una persona encantadora, ya lo verás.

El vehículo arrancó silenciosamente y abandonaron la mansión de Obrien.

Esas palabras, me dejaron algo más tranquila, aún así, seguí temblando y Marcus se resignó a entregarme así, a pesar de las ansias que tenía de toquetearme más.

  • Por cierto, Miel. Preciosas las imágenes seleccionadas y el corto de introducción.

  • Gracias Señor Marcus. Le agradezco que le haya gustado tanto.

  • De nada. Sí de mí dependieras, te alquilaría por horas, a razón de 10.000 euros la hora y me forraría.

  • Ya, Señor Marcus. Pero ha pensado que en ese supuesto negocio, yo podría cambiar de manos y ofertarle una hora a 20.000 euros?.

  • Serías capaz de hacer éso, Miel?.

  • Y mucho más Señor Marcus. Así que le aconsejo que no intente nada en contra mía, porque sí lo llego a conocer, Ud. pagará todos los platos rotos.

Marcus retiró su mano, de los muslos de Miel, algo contrariado y sulfurado.

Miel, sabía que había estado cortante y buscó la mano de Marcus, para depositarla sobre su muslo, al tiempo que ella se la acariciaba.

Marcus, olvidó los prejuicios y volvió a sonreir, dejando su mano sobre el muslo izquierdo de Miel, hasta que llegó a contactar con su vagina desnuda.

  • Miel, me permites lamer tus jugos?....Sólo los que recojan mis dedos, puedo?.

  • Claro que puedes, Marcus y gracias por ser mi guardián.

Marcus se sintió satisfecho con esa respuesta y tras acariciar los labios vaginales de Miel, subió sus dedos a la boca, degustando sus efluvios y se sintió transformado.

  • Deliciosos, querida Miel. Hacen honor a tu nombre, muchas gracias.

Le correspondí con una sonrisa, pues ya llegábamos hasta la residencia de verano del Obispo.

Cuándo el automóvil se detuvo ante la escalinata de acceso a la villa estival del Obispo, Marcus salió disparado y dando la vuelta, abrió mi puerta para que saliera al exterior.

Hacía un día de sol, con pequeñas ráfagas de aire, por lo que debía llevar las manos bajas para evitar que se volaran los pliegues de mi faldita y mostraran mi desnudez interior.

El Obispo, apareció en la parte alta de la escalinata. Impaciente y sonriente, mientras Marcus me acompañaba en los 66 escalones.

La falda se me volaba, con las ráfagas de viento, pero controlaba mi presencia, según iba ascendiendo.

Cuándo llegué al penúltimo escalón, el Obispo ante la presencia de Marcus, desabotonó mi chaqueta y sus ojos lo anunciaron todo, al ver las transparencias de mi vestido de gasa, volvió a abotonarla, mientras yo me sentía sonrojada y dando las gracias a Marcus, me hizo acompañarle hasta el interior.

Una vez en el interior y a solas, me paró y sonriéndome, me dijo...:

  • Tenía mis dudas, de que fueses a asistir a esta cita. Teniendo en cuenta mi fama, ha sido un gesto noble por tu parte. Pero entremos en mis aposentos y te sentirás mejor.

Le seguía un tanto nerviosa y sobre todo asustada. Todo estaba en calma y sólo se escuchaba el repiqueteo de mis sandalias.

  • Miel, es un precioso nombre. Y tú eres una bonita mujer. Me alegra que hayas venido a mi casa de verano.

Seguimos caminando hasta una estancia en el interior, que tenía luz natural por arriba, mediante una burbuja de cristal, que se podía oscurecer a voluntad.

  • Muy bien, Miel. Hemos llegado a mis aposentos. Serías tan amable de quitarte la chaqueta?.

Le obedecí en silencio, dejando ver mi vestido, sin espalda y completamente transparente, La chaqueta me cubría todas las partes más sensibles. Ahora me sentía desnuda. Aún así, me mantuve firme y dispuesta a lo que solicitara el Obispo.

  • Estás asustada, Miel?.

  • Sí, Eminencia.......un poco asustada.

  • No me llames Eminencia, desde ahora me llamarás Padre, entendido?.

  • Sí, Padre.

  • Muy bien, tienes un cuerpo muy bonito. Por favor quítate el vestido y las sandalias, deseo hacerte preguntas importantes.

  • Padre, es que me dá mucha vergüenza de quitarme la ropa.

  • He dicho que te desnudes y hazlo ya. Sin más tonterías, no tengo tiempo para perder.

Me quité el vestido y me descalcé, quedando desnuda y más asustada aún que antes. Me tapé las tetas y el pubis, como pude con mis brazos y manos, mientras caminaba detrás de él.

  • Miel, sientes frío en tus tetas o en tu pubis?.

Me dejó alborotada aquella pregunta y me sonrojé.

  • Da igual, mantente con los brazos en cruz, mientras caminas. No es un ruego, es una orden. Entendido?.

Asentí y me destapé para poner mis brazos extendidos y seguí caminando detrás de él, cada vez más confundida y asustada.

El Obispo, me indicó un cojin en donde debía arrodilarme, sin que bajara los brazos.

Me sentía fatal y terriblemente temblorosa y asustada, pero me arrodillé sobre ese cojín y quedé con los brazos en cruz, mientras él me supervisaba a su placer, tanto por delante cómo por detrás.

Acercó un sillón hasta donde yo estaba arrodillada y se sentó.

  • Muy bien hija mía, ahora te vas a confesar con tu Padre.

Asentí, sin saber a donde mirar, mientras él me acariciaba la cara y el pelo.

  • Estás bautizada, lo cual significa que perteneces a nuestra religión. Apostatas de nuestra religión?. Dílo ahora o cállalo para siempre.

  • No, Padre.

  • Muy bien. Has hecho la primera comunión?.

  • No, Padre. Me quedé sin padres a corta edad y nadie me animó a celebrar ese acto, Padre.

  • Muy bien, comulgarás de un modo especial hoy. Ahora cuéntame tus pecados hija mía.

Miel no sabía que decir, mientras mantenía la tensión de sus brazos en cruz, que ya la dolían.

  • Padre, me acuso de ser simple.

  • Simple?. Querrás decir de ser fácil, porque has follado un montón verdad?.

  • Sí, Padre. Pero es que fueron momentos diversos en un pequeño espacio de tiempo, Padre.

  • Ya veo. Y además vivías en pecado con otra mujer, a la que amabas y hacíais cosas raras por la noche, me equivoco, Miel?.

  • No, Padre, no se equivoca. Aquello sucedió en una etapa de mi vida, pero yo estaba enamorada de ella y ella de mí, Padre.

  • Bien existiendo el amor, lo consideraremos como agravante neutralizada. Pero después te has dado al mundo de los hombres, verdad?.

  • Sí, Padre.

  • Has sentido placer en tus entregas, verdad?.

  • Sí, Padre he sentido pla........

  • Silencio, sólo debes responder a lo que se te pregunta.

  • Sí, Padre.

  • Muy bien, ahora la parte difícil. Por cierto, tienes unas tetas muy bonitas, Miel. Has venido aquí para sonsacarme información, verdad?.

  • Padre, he venido porque fuí aconsejada que era mejor venir a su encuentro.

  • Bien, serás castigada severamente por semejante respuesta. Sigamos. Espera, te pondré un látigo sobre los hombros, que quiero probar. Y tú vas a ser la probadora.

Se levantó y se fué a una mesita, en donde puder ver variados látigos de cuero y que antes no había reparado en los mismos.

Cuándo volvió, traía uno entre sus manos, que me dieron escalofríos, aunque me gustaba como látigo. Era muy fino y terminado en 6 hebras de cuero de unos 15 cm, cada una.

Me lo mostró y asentí. Me lo puso por detrás del cuello, dejando el mango sobre mi teta izquierda y el cuero sobre la derecha.

  • Muy bien, continuemos. Has venido para obtener información, verdad?.

  • Sí, Padre.

  • Muy bien, en ese caso te rebajaré el catigo por tu sinceridad. Me vés cómo una especie de monstruo cruel y desalmado?.

  • No, Padre.

  • Buena respuesta, pero quizás sea falsa. Pídeme algo que desees antes de ser castigada.

  • Padre, con todo mi respeto hacia Ud, le rogaría me atara las manos a una cuerda o cadena y que pudiese dejarme mecer, ante su castigo Padre.

  • Podrías haber pedido que no te tratara cruelmente. Porqué no lo has solicitado, Miel?.

  • Padre, Ud. debe decidir en cada momento que es lo que se ajusta a su ley y por tanto, no soy quién para intentar redimir el castigo, Padre.

  • Esta respuesta, sinceramente, no me la esperaba. Me ha agradado profundamente. Bien te concederé el deseo de dejarte atadas las manos, así tus brazos descansarán. Ahora, me desnudaré yo. Te incomodará?.

  • No, Padre.

El Obispo se fué quitando prendas, hasta que al final quedó desnudo y Miel pudo apreciar su verga sujetada por un cinturón y una especie de funda en donde descansaba. Su pene era enorme y ya palpitaba de sensaciones.

  • Miel, estás mirando mi polla o quizás sus amarres?.

  • Las dos cosas, Padre mío, pero porqué ese amarre?.

  • Miel, no me gusta la ropa interior. Imagínate que estoy en una reunión y se me pone tonta la cosa. Te imaginas el bulto que aparecería en mi sotana?.

Miel, movió la cabeza, mientras se reía disimuladamente. El Obispo terminó riendo y Miel se contagió de las risotadas y ya no supo contenerse, hasta que se le saltaron algunas lágrimas.

El Obispo detuvo la risa y poco tiempo después la de Miel, que aún con los dolores en sus brazos, no cesaba de reírse.

Cuándo por fín se calmó, el Obispo se acercó hasta ella y liberó su polla que se lanzó sobre la boca de Miel.

Miel, miró aquella especie de serpiente enorme y supo que debía dejarla entrar en su boca. Separó los labios y el glande se posó frenético entre los mismos.

Miel abrió la boca cuánto pudo, para dejar entrar la enorme polla.

  • Es enorme, verdad hija mía?.

  • Si, Padre.

El Obispo empujó un poco y se coló dentro de la boca de Miel, que intentó jugar con su lengua. Pero no pudo apenas moverla, ya que parecía más una mordaza que un pene al que libar.

Miel, se dejó penetrar en la boca sumisamente, sin apenas poder más que lubricar esa enorme polla que la horadaba toda la boca y la garganta. Sentía arcadas al ser presionada su garganta, pero lo soportó, mientras 2 enormes lágrimas se desbordaban de sus ojos, corriendo vertiginosas por sus mejillas y después correr por entre sus tetas, surcando el vientre hasta mezclarse con los jugos vaginales y desbordarse el caudal en sus muslos blanquecinos.

El Obispo apretaba su enorme polla contra la garganta de Miel, que ya estaba casi contraída de brazos, mientras sus arcadas se mezclaban con fuertes dolores en sus brazos y su garganta.

El Obispo, terminó por eyacular dentro de la boca de Miel, que tragó cuanto pudo, aunque un pequeño caudal emergió de su boca para derramarse lentamente por las comisuras de sus labios y patinar por sus tetas, hasta gotear en el suelo, en su vientre y en sus muslos.

La lechada era tan intensa, que Miel apenas podía respirar. Tragaba a toda velocidad, pero mucha esperma se esparcía ya sobre su cuerpo desnudo.

El Obispo, había rugido con la primera vomitona de su polla, ahora jadeaba, sin dejar de penetrar con fuerza la boca de Miel, mientras seguía expulsando semen dentro de la boca de ella.

  • Te ha gustado mi esperma, hija mía?.

  • Padre, aún no lo sé. Me permite que rebañe mis tetas y vientre?.

  • Venga hazlo. Ya sé que es tu truco, pero no me importa. Pruébalo y dime que te parece mi semen.

Miel sabía, que el Obispo, se había dado cuenta de que su intención era mover los brazos, que la dolían muy fuertemente.

Con sus dedos fue recogiendo restos de esperma y subiéndolos a sus labios para degustarlos. Terminó con cuantos restos vió y dijo.............:

  • Padre, está delicioso. Y gracias por dejarme mover los brazos, Padre.

  • O sea, que te habías dado cuenta. Muy bien, si te ha gustado tendrás más, pero me alegra algo más tu sinceridad.

  • Padre, si me tiene que azotar o torturar, áteme por favor, se lo suplico, Padre mío.

  • Miel, serás atada y azotada. No lo serás tan rigurosamente cómo lo había planeado, pero te sentirás fatal. Espero no me lo tengas en cuenta, pequeña niña,

Miel, le miró con ojos ignorantes y silenciosos. Sabía que padecería un suplicio menor o medio, pero se resignaba a qué fuera él, quién se lo diera.

Y finalmente, Miel fue atada, manteniendo sus brazos en cruz y muy tensos. El Obispo deseaba atormentarla y al mismo tiempo liberarla. Se decidió por lo primero, porque nunca se hubiese podido entender. Recogió el látigo del cuello de Miel y se puso a su espalda.

Miel fué flagelada en cada una de las partes de su cuerpo, incluyendo su vagina y tetas, en las que fué castigada con mayor rigor, mientras los gritos y lágrimas de Miel, se desparramaban por la sala.

El cuerpo de Miel estaba muy marcado por las finas tiras de cuero y por el látigo en sí mismo.

Pero Miel, seguía entera, aunque jadeando, temblando y llorando sin poderse controlar.

El Obispo, terminó con varios latigazos directos sobre las tetas de Miel, que la hicieron estremecer de dolor.

Miel, respiraba entrecortadamente. Sus palpitaciones eran tan inmensas que muchas de ellas, coincidían con las convulsiones de su cuerpo. Sus gemidos reprimidos al principio, eran ya habituales en ella.

El Obispo, se sintió satisfecho de su tarea. Al mismo tiempo, deseaba llorar, por haber atormentado el cuerpo de una persona ideal. Pero no podía dejar de ser el miserable que se suponía que era.

Sin embargo, el Obispo, desató a Miel, qué seguía boqueando y jadeando, cubiertos sus ojos de lágrimas. La ayudó a incorporarse y a caminar. La animó, diciéndole palabras bonitas y llenas de amor, aunque bien sabía él que sólo servirían para aliviarla de los males que padecía. No se acordaría de nada de éso en una hora.

La depositó sobre el sofá, tumbándola y dejando que poco a poco se fuese recuperando.