Una vida nueva (Libro 2º - Capítulo 08)

Arturo Obrien, Miel y la seducción.......... Miel, logra el amor de Arturo, con sus armas de mujer. Nadie la podrá impedir, sentir lo que siente......y Arturo menos aún, ya que está completamente enamorado de ella y poseído por ella. Miel, logra lo que su mente y cuerpo ansían.......Y Arturo cede con placer y lleno de un amor especial, desconocido para él. Espero os guste este episodio, lanzado para la Navidad de 2008........ Un beso para (Alex) TR, HombreFX, Irina, Marthyn y mis lectores y lectoras. === FELIZ NAVIDAD 2008 === para todo TR y mis hermanos y hermanas en todo el MUNDO....... Sandra Raquel.

Una vida nueva ( Libro 2º - Capítulo 08)

Arturo Obrien, Miel y la seducción

Yo sabía, que él necesitaba marcas frescas de su látigo en mi piel, así que le dije......:

  • Amor, la comida no estará completa si antes no te desfogas con mi cuerpo, verdad?.

  • Bueno, un poco de razón si llevas. Pero estás ya bastante marcada.

  • Que más dan unas rayitas más?. Atame y azótame a tu gusto, seguiré sintiendo lo mismo por tí, amor.

  • Vale, lo haré. Así me sentiré mejor, es verdad. Qué elijes como arma?.

  • Las cadenillas. Deseo que me azotes con las cadenillas. Hubiese elegido el cable que usamos Irina y yo, pero deseo las cadenillas. Sé que te entusiasman.

  • Miel, no deseo azotarte con las cadenillas. Siento miedo de mí mismo.

  • Arturo, por favor......que soy Miel. Azótame en donde quieras, pero eso sí, ponme una mordaza y átame. No podría soportarlo. Venga, ánimo..........arriba holagazán, que tienes que divertirte.

Arturo, tuvo que reirse a la fuerza. La víctima animaba al verdugo.

Miraba a Miel, mientras le hacía caminar detrás de ella, siempre tirando de su mano y no sabía que pensar de esa jovencita, que le llevaba a azotarla con un arma severa, que ya había probado a medias.

  • Miel, por favor, despacio que tenemos tiempo. Te mostraré mi colección de cadenillas y tú eliges una. Después te pondré el collarín, después las pulseras y por último las tobilleras.

Miel, ya no tiraba de Arturo, sino que se abrazaba a su cuerpo desnudo, mientras éste, se dejaba llevar con mil imágenes, pasando raudas por su mente.

  • Te he dicho alguna vez que estás muy buena?.

  • Ummmm, a ver.....déjame que piense........creo que sí, pero no estoy segura. 5 azotes extras para la señorita Miel, por desmemorizada........jajajajaja.

  • Jajajajajaja, Miel me confundes continuamente y a la vez haces emerger en mi sensaciones que ya no recordaba. Primero elige el color del collar y las pulseras. Después elige el látigo que más te plazca.

Me acerqué hasta el armario de los collares y ví uno en un rojo brillante, que me encantó.

  • Te gustaría verme vestida con éste?.

  • Me encanta el rojo. Aún no ha sido usado. Irina eligió el negro el primer día que la tuve. Te sentará a la perfección. Espera, déjame que te lo coloque, mientras admiras mi vitrina de látigos.

Me dejé colocar el collar y me miré ante un espejo mural, que había en esa parte de la sala. Me quedaba genial y además realzaba mi cara y mis tetas, sobre todo.

  • Me encanta cómo me queda, amor. Y a tí?.

  • Estás preciosa. Ahora las muñequeras a juego con el collarín. Estate quieta, coño!...déjame colocarte las muñequeras.

Me quedé quieta y al mirarme en el espejo, mientras me ponía la muñequera derecha, vi dos columnas detrás de mí. Volví mi cabeza y ví que tenía anclajes. O sea, que se usaba para atar a alguien. Ya tenía el lugar elegido. En las columnas y viéndome en el espejo.

Cuando tuve las dos muñequeras puestas, las miré en mis muñecas blancas y las contrasté con el color de mis pezones. Eran una maravilla.

Me dejé colocar las tobilleras, poniendo cada uno de mis pies sobre un taburete, aunque me cacheteó 3 veces las nalgas, para que me estuviera tranquila y no me moviese tanto.

Cuando me ví conjuntada, me animé de tal modo que tras verme en el espejo en distintas posturas, ante las sonrisas de Arturo, me lancé hacia él, para darle un fuerte abrazo y un beso a fondo en su boca.

Se dejó abrazar y besar, casi desconcertado del todo. Me separé de él y abrí la vitrina.

  • Uuuaaaaaaauuuuuuhhhhhh!!!, Jo, vaya colección de cadenillas. Todas se usan?.

  • No Miel, las que están en cámaras cerradas son sólo objetos de arte. Se usan las que ves a la derecha. A ver cúal eliges.

Todas tenían un largo aproximado de 50 cm. Unas eran muy finas y otras más gruesas, pero ninguna pasaba de los 5 milímetros de anchura.

  • Vaya, pués ante tantas, no sé por cual decidirme, la verdad.

  • Utilizaremos estas doradas. Son 4 cadenillas finas de bisutería que imitan el oro. Cógelas y verás que pesan poco. Cuanto más pesen, más dolor y marcas te producirán.

Cogí ese látigo de cadenillas de 2 milímetros de grosor y ví que eran muy ligeras. Me gustó el color y cogiendo el mango del látigo lo colqué en mi collarín, dejando que las tiras de las cadenillas rozaran mi vientre liso.

  • Te parecen bien éstas?, amor?.

  • Ideales. Ahora a buscar el lugar idóneo para los azotes.

  • Arturo, me gustaría entre esas columnas, así podría verme en el amplio espejo mientras me azotas.

  • Muy bien, será entre las columnas que tienes a tu espalda. Ven ya y te ataré las muñequeras a las cadenas.

Me dejé atar la mano derecha. Y después la izquierda, mientras me admiraba en el enorme espejo.

  • Arturo, estoy guapa para tí atada así?.

  • Estás preciosa atada, desnuda y vestida, amor.

  • Ummmm, gracias. Me encanta.

Tensó un poco más mis brazos y después, ancló mis tobilleras juntas, de tal modo que no pudiese mover demasiado las piernas.

Me veía desnuda y atada. Me gustaba a mí misma. Veía a Arturo pasar por delante de mí y por detrás. Sabía que admiraba mi desnudez. Pero a mí me gustaba más verle desnudo con su polla alzada, mientras contemplaba el cuerpo que iba a azotar.

  • Arturo, no me pongas la mordaza. Intentaré soportarlo así. Pero si te pido la mordaza, me la pondrás inmediatamente?.

  • Muy bien, así se hará. Sin mordaza hasta que la señora lo desee.

Me hizo sonreir y le miré con amor. El correspondió a mi sonrisa con unos ojos picarones, mientras cogía el látigo de mi collarín.

Esperé a los azotes, que transformarían mi alegría en lágrimas y convulsiones, pero me agradaba estar desnuda, atada y sobre todo expuesta ante él.

Me lanzó un primer azote sobre el vientre, que me hizo quedar sin respiración. Me miré y ví cómo subían de tono cuatro líneas coloradas.

El siguiente azote, volvió a caer en la misma zona, pero desde el otro lado. Solté un gemido y sentí sudor en mi cuerpo. Sin esperar a que lo asimilara, descargó un latigazo nuevo sobre mi espalda. Sentí frío y calor al mismo tiempo, contorsionándome un poco y dejando escapar un gemido ahogado.

Tomé aire y esperé al siguiente latigazo. Me dió justo en el mismo lugar que el anterior y resoplé cómo una burra.

Antes de que pudiese darme cuenta, pues había cerrado mis ojos, sentí las cadenillas hundirse en mi costado derecho, rozándome la teta y la axila. Sentía fuego en mi cuerpo, pero podía soportarlo.

El siguiente latigazo me cruzó la teta y el costado del mismo lado y me contorsioné, mientras dejaba escapar un ayyy profundo y contenido.

Cambió a la otra teta y costado y me dió 2 azotes seguidos, que me hicieron soltar un grito desgarrador, mientras me removía en mis cadenas.

Resoplaba sin cesar y mi cuerpo se perlaba de sudor, mientras me removía entre mis tensas cadenas.

Mis muslos intentaban subir, cómo intentando apaciguar el fuego que sentía en la parte alta de mi cuerpo.

Arturo se colocó delante de mí y me miró a los ojos con una sonrisa, mientras me apreciaba agitada y sudorosa, ante los azotes que me había dado hasta el momento.

Se separó un poco y me cruzó los muslos por delante, una primera vez. Y se limitó a mirarme mientras me retorcía en la picadura de las cuatro cadenillas. Según me iba rehaciendo, volvió a soltar un nuevo azote sobre los muslos.

Lancé un alarido, mientras temblaba sudorosa ante su mirada sonriente, pero él, simplemente me cruzó el vientre dos veces seguidas. Y tras reirse más ampliamente, se volvió a situar a mi espalda y descargó las cadenillas en la parte alta de mis nalgas.

Me vió temblar y repitió la misma operación con dos latigazos consecutivos.

Lloraba enloquecida y me contorsionaba en mis ataduras, mientras que un calor infernal cubría todo mi cuerpo.

Se acercó hasta mí, por detrás y me preguntó.........

  • Desea mi pequeña enamorada que la coloque ya la mordaza?.

Asentí, mientras mis lágrimas caían inciertas en mi cuerpo, por las extremadas convulsiones que tenía.

Cuando me sentí con la mordaza, me sentí algo más liberada, pero el fuego en mi cuerpo seguía avanzando.

Siguió azotándome los costados, con golpes sádicos en las zonas donde más sensible era. Me debatía sin cesar. Lloraba y resoplaba, mientras él seguía azotándome unas veces las nalgas, otras los costados y algunas aisladas los muslos en la parte anterior.

Sentía el terror de semejante tormento y mis ojos ya no veían de las lágrimas constantes. Paró un momento, dejándome respirar y asimilar el tratamiento.

Miré al espejo, pero todo lo veía borroso por las lágrimas que me enturbiaban.

Me estaba ya recuperando y sentí una descarga desde atrás, que me cruzó el hombro derecho y terminó por acoplarse en mi teta. Incluso mi pezón quedó marcado por semejante azote.

Me sentía mareada y resoplaba como una posesa. Sudaba por cada poro de mi piel y antes de que me diera cuenta, un nuevo azote caía ahora sobre mi otra teta.

Grité descomunalmente, sin fuerzas ya para removerme y quedé doblada de piernas, mientras colgaba de mis pulseras, entre terribles estertores y convulsiones.

Jamás me había sentido tan abatida y dolorida. Tampoco sabía cómo había aguantado tan poco, pero era real. Nada podía sacar ya de mi cuerpo. Colgaba inerte, sólo temblando y llorando desconsoladamente.

Arturo se colocó delante de mí y me cruzó dos veces seguidas las tetas, mientras las señales coloradas ya me cubrían por todos lados. Terminé por gritar una vez más y me desvanecí, quedando sujeta por mis pulseras.

Obrien, se fué a por las sales y las aproximó a la nariz de Miel, quién haciendo movimientos de rechazo recuperó la consciencia y poco a poco, sus piernas flageladas también recuperaron parte de su fuerza.

  • Menos mal, que has vuelto Miel. Estuve a punto de ponerte la inyección. En fín, no te he dado los azotes que deseaba, pero habrá tiempo, verdad?. Estás ya preparada para ser desatada?.

Asentí, aún poco atontada y mareada.

Primero me desancló las tobilleras y separé mis piernas para darme más apoyo. Después mis muñecas, pero ya podía con mi cuerpo y logré quedarme en pie.

  • Muy bien, te has portado de maravilla. Te duelen mucho?.

  • Sólo un poquito. Me sentí floja y me caí.

  • Qué te han parecido las cadenillas?.

  • Escalofriantes, amor. Pensaba que sería una sensación fuerte, pero distinta. Sin embargo, me embriagué de mí misma y sucumbí.

  • Bueno, así lo tendrás presente para otra ocasión, Miel.

  • Vamos ya a comer?.

  • No veo en tu cara, ganas de comer, verdad?.

  • La verdad es que nó. Me siento extraña.

  • Bien en ese caso, tengo la solución. Te ataré sobre la mesa en aspa y desnuda. Así estarás mientras yo como plácidamente.

Asentí y le seguí, medio agotada hasta el salón. Me hizo subir sobre la gran mesa y yo me tumbé bocarriba, separando mucho las piernas y los brazos.

Sentí el roce de la madera sobre mis marcas recientes, pero me sentí agradecida de poderlas tener.

Mientras Obrien, recogía las 4 cadenas para sujetarme a la mesa, le dije......:

  • Amor, tengo los pies sucios. No será higiénico para tu comida. Ah y podrías ponerme una mordaza de color rojo?.

  • Estás en todo, pequeña mía. Venga coloquemos esa mordaza sobre esta boquita.

Me la dejé colocar, mientras me quedaba apoyada en los codos. Y una vez me la puso, volví a tumbarme separando todo lo que podía las piernas y los brazos, mientras resoplaba por el rozamiento de mis costurones sobre la mesa.

Obrien, me engarzó las 4 cadenas y después me tensó ligeramente.

  • Lo de tus pies queda muy lejos, pero una de mis doncellas, vendrá a limpiártelos.

Asentí, mientras se sentaba a mi derecha, entre mi axila y cadera.

Le miraba con ojos viciosos y al mismo tiempo, dulces. Su mirada me hacía flaquear, pero era encantadora. Me gustaba verle cerca de mí y estar así de expuesta para él.

La doncella acudió presta y lavó mis pies, con mucho mimo y después los secó con gran suavidez.

Me sentía de maravilla, a pesar de los escozores aún, de los finos costurones en mi cuerpo.

Obrien, la observaba desde el lado derecho de ella y veía su rostro cálido y sensual. Sus tetas elevándose al nivel de su respiración. Sus brazos finos, pero fuertes. Sus axilas carentes de vello, aunque ahora surcadas de finas rayas rojizas, como el resto del cuerpo visible. Sus costillas, toda su piel suave y ligeramente bronceada, aunque marcada por lós látigos. Un pubis infartante y unos muslos bien torneados.

Obrien soñaba a cada instante con esa hembra, desnuda y atada que tenía ante él. Era algo más de lo que siempre había soñado.

Era especial, sublime, cariñosa, ardorosa y siempre con una buena cara y mejor mirada para su acompañante. Así era Miel para Obrien.

Obrien, aún sabiendo que la haría sufrir, rozó con sus dedos todo el cuerpo de Miel, mientras ella exclamaba de dolor o sensaciones, pero no dejaba de mirarle a los ojos.

Miel se había enamorado de Arturo y éste de ella. Ambos y casi al unísono, sabían que Marthyn era el real amor de Miel, pero los dos sabían que ya no habría nadie más.

  • Miel, voy a comer mientras tengo sobre mi mesa, el mejor regalo de mi vida. Espero que me soportes, amor.

Miel hubiese deseado decirle que estuviese tranquilo, que ella sería para él y para siempre, pero su mordaza le impedía poder comentarle algo importante para los dos. Asintió, con primigenias lágrimas que asomaron en sus ojos.

Obrien, se sintió agradecido de semejantes muestras. Se preparó para comer, junto a la presencia de ella, que le cautivaba y le ennardecía. Sabía que aún pasarían muchísimas cosas más, pero a él le venían bien, le apetecían y a ella le gustaba estar desnuda y expuesta, además de recibir su ración de azotes.

Miel, se sentía cómoda y maravillada de poder estar desnuda, marcada y atada sobre la mesa sobre la que comía su amor.

Obrien, soñaba despierto, mientras admiraba el cuerpo de su amor. Pensó en todas las cosas que iba a tener que soportar aún, pero le gustó la idea de estar enamorado.

Suponía que Marthyn lo entendería en cuanto se lo anunciase, pero no deseaba disgustarle, pués era mejor hablarlo sosegadamente. Siempre se habían llevado bien, desde pequeños.

Además, el problema no existiría nunca. Mientras Miel no se quedase embarazada, todo seguiría igual que siempre. Tampoco le importaba si el hijo o hija de Miel, fuese de Marthyn o suyo.

Le fue servida la cena, por la camarera de turno, completamente desnuda. Era oriental y muy atractiva, de tetas pequeñas y vello púbico minúsculo, pero adorable en sus formas.

Miel la miró y se acordó de XuanXin y de su viaje a China. Ahora no sabía si podría realizarlo o no. Se lo comentaría a Arturo, en cuánto pudiera.