Una vida I

Ana se reencuentra con su amigo de infancia Rubén después de un año sin verse

La vida de Ana había sido sencilla hasta entonces: clases de ballet clásico, veranos en zapatillas en el pueblo, baños en la piscina, helados. Poco más. Pero aquel año, cuando en agosto volvió a Quintar y vio a Rubén, todo cambió.

Rubén y ella se conocían de toda la vida. Habían jugado juntos y habían estrenado la piscina de plástico. Era un colega y un buen amigo. Se habían despedido el septiembre anterior como si nada, pero mucho había pasado desde entonces y más habría de pasar.

De repente, ese primero de agosto al cruzarse en Quintar le pareció mucho más alto de lo que recordaba. Y el mar de sus ojos era más azul y sus brazos más tonificados y fuertes. Fue a saludarle, pero de repente notó un rapto de vergüenza y se quedó parada frente a él mirándole de lejos desde detrás del tráfico. Fue Rubén quien se acercó.

-Ana, ¿no me saludas?

-Claro -sonrió con falsedad, un poco turbada. Le dió un beso rápido y quedó mirando detrás de un velo de esperanza.

-Quién te conoce. Cómo has cambiado -dijo acariciando su media melena, pero con descuido, como si acariciara la mies antes de cortarse a mediados de verano.

Se echó a reír, colocó las manos a la espalda y caminó un rato su lado hacia la plaza. Cerca estaba el bar. Él la siguió y se puso a su vera. Le tocó ligeramente en la cadera derecha, se giró y al volverse la miró desde el escorzo izquierdo divertido. Estaba muy gracioso y alegre de verla. Y parecía muy simpático y encantador.

-¿Quieres una cerveza?, le preguntó.

-Bueno. Muy fría.

Le dio un trago y dejó un poco la espuma en los labios antes de quitársela con un gesto sencillo. Él también tomó otra, puro oro, y le habló acerca de sus estudios y lo que pensaba llevar a cabo en octubre. Después, invariablemente, hablaron de las fiestas de Región.

-¿Irás esta noche?

-Puede. ¿Me llevarías?

-Sí, claro. Voy a ir solo porque aún no ha llegado Juan y mi hermana no irá, ya sabes, no es mucho de salir.

-Bueno.

-¿Nos veremos a las nueve y media en la parada de autobús?

-Bien. Espero no tardar. Lo prometo.

-Siempre tardas

-Siempre.

Fue a casa y se dió un baño. Mientras se sumergía en el agua volvió a imaginarse la sonrisa de Rubén y sus ojos, que eran como un lago. Abrió las piernas y se acarició un poco los muslos, pero antes de seguir adelante se sacudió, giró y salió del agua. ¿Qué me está pasando?, se preguntó al envolverse en la toalla. Luego se entretuvo pintándose las uñas, se atusó el pelo y sin pensarlo mucho eligió un sujetador que le gustaba y unas bragas elegantes con una rosa bordada, se puso un vestido rosado que le encajaba muy bien y fue en sandalias hacia la parada de autobús. Eran las nueve y cuarto.

-¿No ves? Siempre llegas tarde, sonrió Rubén.

-Ya veo que lo sabes todo de mí, respondió sonriendo con malicia.

-No todo, contestó. Y el coche arrancó hacia Región.

Había un escenario muy grande, una verbena y bares abiertos por todas partes. Ana pidió una cerveza bien fría y se apoyó en un carro pensando que le gustaría bailar o hacer algo. Rubén la miró con sorna al lado.

-¿Nunca hemos bailado?

-Rubén, por favor...

-Bah, ¿qué importa? ¿No es para eso una fiesta?

La cogió de la muñeca con delicadeza y bailaron un poco al son de la melodía bullanguera. Invitaba a acercarse e incluso a saltar. Le gustaba estar junto a él y le gustaba su cuerpo. Era así.

A la siguiente se apartó y volvió a acordarse en el portal con la cerveza. Estaba más caliente, pero seguía dejándole un rastro de espuma en los labios. Rubén se acerco y volvió a acariciarle el pelo como por la tarde al encontrarse.

-La verdad que quién te conoce, suspiró.

-¿Por qué dices eso?

-Porque es verdad. No te pareces a la Ana que recordaba.

-Qué tontería.

Se quedó enfrente, la miró un rato y después se colocó al lado centrado en su bebida y la música.

-Igual he cambiado un poco físicamente, pero sigo siendo la misma.

Rubén le acarició el brazo con afecto y ella se estremeció. Se giró y entonces le plantó un beso en la mejilla.

-¿Qué haces?, preguntó.

-Darte un beso.

-¿Por qué? Nunca quisiste besarme antes.

-Porque eras una niña tonta.

-¿Y hoy no?

-Puede, pero de otra manera, rió.

Ana le miró de frente y entonces intuyó el beso que iba a darle. En los labios. Húmedo, íntimo y especial, pero breve. Duró poco, pero entonces Rubén la tomó del brazo y la llevó tras los carros y portales, lejos del bullicio, donde había un pequeño repecho donde sentarse. Allí se pusieron y volvieron a besarse.

-¿Era esto lo que querias?

-En parte, pero ahora no lo sé.

-¿Y qué más quieres?

-Me gustaría... Tocarte.

-Tócame el brazo, jaja .

-¡Tonta! Ya sabes dónde.

-Imagino. Pero aquí no. Vamos al coche. Hay gente cerca.

Llegaron al coche y condujeron hasta un descampado cerca de la vega de Región, muy lejos de todo el mundo. Solo las estrellas brillaban sobre ellos y hacia tanto calor que abrieron un poco las ventanillas para que el aire se deslizara entre ellas.

-¿Y qué querías tocar?, preguntó Ana con sorna.

Rubén la miró con ironía. Era su vieja amiga y compinche de juegos, pero nunca la había visto así. Acarició sus rodillas y luego subió poco a poco hacia sus muslos.

-Espera. No tan rápido. Uf. No sé si estoy preparada para esto.

-Perdón.

-No, no te preocupes. Sigue.

Con esta venía, siguió, y Ana se descubrió de repente a sí misma con el vestido levantado, las bragas al aire y las piernas ligeramente abiertas, mientras Rubén le acariciaba un poco su entrepierna.

-Dios. Me vas a volver loca.

-Eso pretendo, malició Rubén.

Al mismo tiempo le bajó los tirantes y la sujetó para quitarle el cierre del sujetador. Luego bajó las copas y dos espléndidas tetas, rellenas, grandes y rosadas, de pezones discretos y elegantes, quedaron a su vista.

-Ya sabía que habías cambiado, Ana

-¿Te gustan?, preguntó.

-Mucho.

Y con decisión empezó a besarlas mientras Ana se retorcía de placer y empezó a gemir levemente. En un acto reflejó echó mano a su pantalón y forcejeó para sacarle el pene. Ella también tenía ganas de ver algo nuevo. Con un poco de ayuda lo logró y empezó a juguetear con él manoseándolo. Era una mezcla de algo fuerte, blando y palpitante.

-Ah, dale un poco.

Así que empezó a moverlo arriba y abajo. Primero despacio. Luego con decisión. Rubén se agitaba y respiraba fuerte. Le estoy haciendo una paja, se dijo a sí misma un poco escandalizada y divertida, pero siguió dándole. Rubén la cogía y plugía por bajarle las bragas, pero de momento no se dejó, así que le acarició los pechos con sucio deseo.

Unos minutos después sintió un líquido templado salir de la punta del capullo de Rubén y supuso que era el semen. Se estremeció entera al ver lo que había logrado y se sintió feliz, enamorada y plena.

Entonces sí le dejó bajarle las bragas y Rubén la masturbó con delicadeza pero con fuerza, elevando la velocidad al final. También se corrió pronto en un mar de sensaciones y quedaron lot dos allí tumbados el unoe sobre el otro, con sus líquidos y fluidos en la mano, todo al aire moreno de la noche como el primer hombre y la primera mujer. Llegaron a dormirse incluso. Después se vistieron y marcharon de Región.

Ana estaba empapada y esa noche no durmió. Hubiera deseado que Rubén volviera a tocarla y se rozó pensando en ello, pero no era lo mismo.

Ese verano hubo otros encuentros y Ana volvió a ver el semen de Rubén fluir otras tantas veces. Ni las recordaba. Pero ninguna fue como aquella vez con la brisa atravesando las ventanillas y su pecho joven por primera vez a la vista de su amigo de infancia.