Una vida FemDom I
Chris, de naturaleza sumiso comenzará a vivir una relación FemDom. Este primer relato es una introducción de como conoce a la Diosa a la que se entregará.
Me llamo Chris y les quiero contar cómo es mi vida FemDom , o para los que no conozcan el término, siendo dominado por una mujer, por propia voluntad. Tengo 50 años, 25 más que mi mujer, mi novia, mi chica, mi dueña, llámenle como quieran, en resumen es la persona de la que estoy enamorado y a la cual me he entregado en cuerpo y alma.
Ella, con 25 años es una auténtica Diosa, morena de piel, con el pelo negro, largo y rizado. Sus ojos negros de mirada profunda y hechizante. Y un cuerpo curvilíneo que todo aquel con quién se cruza desea poseer. Sus pechos son generosos, sin llegar a ser exageradamente grandes y su cintura y sus caderas proporcionadas. Sin duda alguna, hacía ejercicio y se cuidaba muy bien.
Yo, con 50 años, no tengo ningún rasgo que destaque o que atraiga las miradas de las mujeres. Soy algo más alto que ella, la sien canosa. Y me sobran unos 5 kilos. Mi pelo es castaño y mis ojos marrones.
Una vez, echas las presentaciones, empezaré por contar cómo nos conocimos. En aquella época, yo salía con otra mujer, llamémosle Vanessa, y Giselle, Gi, la actual dueña de mi corazón, era su mejor amiga.
Me sorprendió que un día sin más, Vanessa empezó a llamar a Gi para quedar los tres, incluso nos dejaba solos en múltiples ocasiones, alegando motivos varios, trabajo, dolor de cabeza, tener que madrugar al día siguiente. Yo me ofrecía a volver a casa, pero ella siempre decía que no podía dejar sola a Gi, qué después de haberla hecho arreglarse y desplazarse, debía quedarme con ella. Vanessa sabía que podía confiar en mí. Y por lo visto también confiaba en Giselle. Incluso llegué a pensar que querría hacer un trío. Pero pronto descubriría cuan equivocado estaba.
En poco tiempo Giselle y yo nos hicimos muy amigos, pensábamos igual, veíamos ambos la vida del mismo color. Y las horas se me hacían muy cortas cuando estaba con ella. Nos pasábamos las citas riendo. Jamás se enojaba por nada, era una mujer increíble, pero yo estaba enamorado de Vanessa y mi naturaleza sumisa me impedía serle infiel. Le pertenecía a ella.
Cómo pasa con los amigos, tarde o temprano uno termina hablando de sexo, gustos, preferencias, fantasías. Y ese día tras aquella conversación con Giselle, llegué a casa erecto, ella era una mujer muy hermosa, más incluso que Vanessa, por no hablar de que casi siempre venía a nuestras citas con faldas cortas que permitían ver el encaje de sus medias al menor movimiento, y botas de tacón altas, prendas y calzado que siempre me ha excitado. Incluso más que su escote, el cual además siempre mostraba de manera generosa., ella estaba buenísima y lo sabía, por eso se vestía así, ese día, nuestra conversación subida de tono, había logrado que mi hermano pequeño se excitase poniéndose duro como una piedra. Si de el dependiera, habría tomado a Gi, llevándola al baño del Restaurante y le habría dado duro, pero mientras dependiera de mí y yo siguiera con Vanessa, aquello no pasaría. No podía evitar mirar a los ojos a Gi y pensar si ella me desearía sexualmente. Estaba prácticamente seguro de que era así. Pero en ocasiones pensaba que me veía más como un padre que cómo una posible pareja. Y que eso era lo que me hacía pensar que me deseaba.
Así, entré en casa y allí estaba Vanessa, no dormía como yo había creído que la encontraría, estaba con una bata larga y nada sexy, un moño y unos zapatos de tacón, algo no encajaba en aquello. ¿Por qué no llevaba zapatillas de estar por casa?
Antes de que pudiera hacerle esa pregunta, ella me agarró el miembro por encima del pantalón, apretó con fuerza mis testículos y me dijo, susurrándome al oído:
-Veo que Giselle te la pone bien dura.-
A continuación, y colocando su dedo índice en mis labios cuando fui a hablar, se deshizo del moño y dejó caer su bata, al verla mi erección se multiplicó, llevaba puesto un conjunto de lencería de encaje roja y negra con un tanga que resaltaba su perfecto culo, unas medias rojas a juego, lo cual si combinaba muy bien con los zapatos de tacón negros que tanto habían llamado mi atención.
Tomó mi mano y me guio hasta nuestra habitación de matrimonio.
-Dime cariño ¿Si te permitiera masturbarte ahora, en cuál de las dos pensarías, en mí o en Giselle?-
Me desabotonó la camisa pasando la lengua por mi pectoral, volviendo a preguntar.
-¿Cuál de las dos estaría en tu mente en el momento de la eyaculación? ¿Qué rostro verías al cerrar los ojos?-
De nuevo colocó su dedo índice en mis labios. Enseguida me deshizo de la camisa, dejándola caer al suelo, sus manos acariciaban mi torso desnudo, esquivando mis pezones, ella sabía que eran una de mis zonas erógenas. Bajaron por mi abdomen y finalmente se deshicieron despacio de mi pantalón. Ahora, mi erección era más notable. Pasó un dedo sobre mi miembro por encima del bóxer, mordiéndose el labio inferior.
-Siéntate en la cama y pega tu espalda al respaldo. No se te ocurra desobedecerme, tampoco tienes permitido hablar.-
Hice cuanto ella me pedía, mientras la veía abrir el cajón de mis corbatas, tomó una y ató con ella la muñeca de mi diestra al cabecero de la cama, con una segunda corbata repitió la operación con la otra muñeca. Con otra ató mis tobillos entre ellos. Y con una cuarta me amordazó.
Sacó mi miembro fuera masturbándome despacio, mirándome a los ojos al hacerlo.
-Tenemos que hablar, y no quiero que te alteres. Vas a estar aquí solo unos minutos y debes relajarte, nada de intentar soltarte, nada de tratar de hablar, solo cierra los ojos y relájate.- Diciendo esto salió de la habitación, dejando la puerta de la misma abierta.
No sé cuánto tiempo pasó, ni qué pretendía, jamás habíamos hecho nada igual, nuestros encuentros sexuales, si bien eran gratificantes, solían ser bastante monótonos. Mis pensamientos volaron hacia Giselle, imaginando todo cuanto deseaba hacer con ella, hasta que el timbre de la puerta me devolvió a la realidad.
No se escuchaban voces, solo pasos, mi corazón se alteró. ¿Sería Giselle? ¿Me regalaría Vanessa un trio con ella, cumpliendo así una de mis mayores fantasías sexuales? De ser eso, ambas habían guardado muy bien el secreto. Las venas de mi miembro estaban a punto de estallar de la excitación.
-Cariño- escuché la voz de Vanessa entrando en la habitación -te presento a Sebastian.-
Mi cabeza giró hacia la puerta en el preciso momento en el que un apuesto hombre, entraba siguiendo a mi esposa, las manos de ambos estaban entrelazadas y él sobaba sus pechos con su mano libre.
-Él y yo tenemos una aventura desde hace un año, ya me ha llegado la hora de tener hijos y es con él con quién los quiero tener.- Dijo mientras se arrodillaba ante él, bajándole la cremallera, acariciando el prominente bulto de su pantalón, para después extraer una verga más grande que la mía. -Como verás y aunque la tuya no está nada mal, la de él es mucho mejor.-
Yo estaba en shock, intentando asimilar lo que estaba viendo y escuchando. Mientras Vanessa pasaba la mano por toda la extensión de la verga de Sebastian, lamiéndola a continuación. Me miró a los ojos mientras le succionaba el glande. Sebastian tenía los ojos cerrados, disfrutando de la mamada que mi novia le estaba regalando, se quitó la camisa tirándola al suelo a la par que ella le quitaba el resto de su ropa sin dejar de mamarle. Yo no podía dejar de mirarles, como si estuviera viendo una película porno, solo que aquella película se estaba desarrollando en mi habitación de matrimonio, mi novia era la actriz principal y yo un mero espectador. Mi miembro estaba duro y yo, sin saber muy bien por qué, tan solo deseaba masturbarme.
La verga de Sebastian se abrió paso entrando por completo en la boca de mi novia, y en unos segundos escuché unos sonidos guturales que anunciaban el inminente orgasmo de él. Tiró del pelo de ella comenzando a correrse en su cara. Pensaba que jamás dejaría de brotar semen de aquel miembro que contrariamente al mío no perdió dureza cuando por fin expulsó aquel último chorro.
Ella gateó hacia mí en la cama de forma sensual. -¿Te gustaría lamerme la cara?- Preguntó riéndose. -Puedo asegurarte que el semen de Sebastian es un delicioso manjar.- Rió de nuevo volviendo a hablar. -Veo que te ha gustado lo que acabas de ver.- Su mirada se desvió hacia mi erecto miembro. Ella acarició mi glande con un dedo mientras con uno de la otra mano llevaba el semen a su boca, me enseñaba la lengua para que lo viera en ella y después se lo tragaba, mostrándome la lengua vacía para que yo supiera que se lo había tragado.
Me desató la mano izquierda. -Esto es para que puedas masturbarte, mientras me folla un hombre de verdad. Y no seas idiota, ni orgulloso, que sé que lo estás desean… AAAAAAAAAAHHHHHHHHHH.-
Un enorme gemido salió de su boca impidiéndole terminar la frase, debido a la penetración que le acababa de regalar Sebastian, el cual la tomó con una mano de la cintura y con la otra del pelo comenzando a follarla de forma salvaje, mientras mi mano comenzaba a masturbarme mirándola a la cara, viéndola desencajarse por el placer que recibía, con varios chorros aún de semen, escurriendo por sus mejillas. Colocó las manos en los barrotes a la altura de mis hombros y me quitó con sus dientes la corbata que tapaba mi boca, metiendo su lengua hasta el fondo de la misma sin que pudiera hacer nada por evitarlo.
El sabor del semen que aún quedaba en ella me provocó arcadas. El que tenía en las mejillas pasó a las mías, ella lo recogía con la lengua y la volvía a meter en la boca, la primera vez la mantuve cerrada, pero apretó mis testículos con tanta fuerza, que no me quedó más remedio que dejarla pasar, sintiendo las arcadas de nuevo, pero su lengua ocupaba toda mi boca y de producirse el vómito, seguramente me lo volvería a tragar.
Estaba completamente seguro de que Sebastian apretaba fuerte su cara contra la mía, porque ella no tenía tanta fuerza, mi cabeza estaba completamente pegada al cabecero de la cama, no podía moverme.
-Mastúrbate o te romperé las pelotas- Me dijo cuando finalmente se separó, su cara ya no tenía restos de semen por ningún lado, al comenzar a tocarme ella aflojó la presión, clavó las uñas de ambas manos en mi pecho y se corrió como jamás se había corrido antes conmigo. Ahora me preguntaba si habría fingido algún orgasmo o si los habría fingido todos.
-No pares Seb, quiero que este idiota se corra viendo mi cara de gozo. Te he puesto a Gi en bandeja- dijo dirigiéndose a mí, quería que te la follaras para tener una excusa para dejarte, pero al ver que ninguno de los dos tomaba la iniciativa, no me ha quedado más remedio que contarte lo de Seb.- Hablaba entre gemidos y jadeos llegando a ser a veces alguna palabra ininteligible, pero estaba claro cuál era el significado de todo aquello.
En ese momento entendí muchas cosas, sobre todo en lo referente a que Gi apareciera en nuestras vidas. –Por supuesto ella no sabe nada de todo esto, de haberle propuesto conquistarte jamás habría aceptado, creo que está enamorada en secreto de ti, y jamás haría algo que pudiera hacerte daño.-
-Seb, enséñale a este pelele, como se folla un culito, uno en el que él jamás ha estado ni estará. Y tú no pares de masturbarte o apretaré tan fuerte tus pelotas que te las arrancaré aquí mismo.- Repitió de nuevo su amenaza como si no la hubiera escuchado la primera vez.-
Y él no se hizo de rogar, sacó el miembro empapado de jugos y se lo enterró en aquel delicioso culito que yo tantas veces había deseado poseer y que tantas veces se me había negado. No gritó de dolor, sino de placer, sin duda alguna él ya había entrado más veces allí, tomándola de la cintura la follaba con violencia, ella me miraba a los ojos sonriendo, mientras yo me masturbaba cada vez más frenéticamente, jamás pensé que ver a otro hombre follándose a mi novia, o quizás debería decir a mi exnovia podría excitarme tanto.
Aflojó la presión de su mano en mis testículos, y al ver que yo no me detenía, las volvió a clavar en mi pecho. Seb había desplazado una a su coño y le había enterrado dos dedos en su interior, los gemidos de ella iban en aumento, acercó su boca a mi oído como si no fuera suficiente, sin duda no quería que me perdiera como otro le daba placer. Cómo si realmente aquello fuese una película y estuviéramos siguiendo un guión comenzamos a corrernos los tres a la vez. Ella clavó fuerte de nuevo sus uñas en mi pecho dejándomelo marcado. Yo traté de no gritar, no quería darle esa satisfacción, pero me fue imposible no hacerlo. Pero quien más gritó sin duda fue Seb, aunque seguramente exagerando para humillarme aún más.
Sacó el miembro del interior de ella y se fue al baño. -Desátate y recoge tus cosas, saldremos a cenar y cuando volvamos no quiero que estés aquí.- Me dijo ella siguiéndole. No había ni terminado de desatarme cuando la escuché gemir de nuevo.